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El ataque final

por Gonzalo Rojas Sánchez

Convencidos de que ahí todavía se conserva una de las semillas morales más fecundas de nuestra civilización, los depredadores del medio ambiente humano las han emprendido paso a paso contra la figura del curas

"No me hacen caso". La queja se repite y cruza toda la sociedad chilena. La formulan profesores básicos y secundarios, desilusionados ante la escasa colaboración de sus alumnos y limitados al máximo en su capacidad de castigar la indisciplina. La musitan por lo bajo oficiales de algunas ramas de las Fuerzas Amadas y de Orden, cuando ven que su mando recibe una adhesión tibia e incluso se presentan reclamos por supuestos maltratos. La proclaman en reuniones profesores universitarios que deben enfrentar las "exigencias de los clientes", porque así se consideran muchos de sus alumnos. La comentan padres y madres de familia angustiados, que piden consejos sobre cómo revertir esas rebeldías. Y si se publicaran las cosas que cuentan los bomberos de sus aventuras por poblaciones. Alguien lo dijo claramente: la actual generación de adultos se lo ha pasado obedeciendo: obedeció primero a sus padres y le obedece ahora a los jóvenes.

¿La explicación? Un sostenido desprestigio del concepto y de la práctica de la autoridad, con el objetivo de validar a la libertad como bien supremo. Obvio. Pero hasta ahora el problema se enmarcaba dentro de las conocidas coordenadas de la secularización, de ese proceso ya tantas veces comentado que busca privar de todo sustento a una de las razones fundacionales de occidente: "así lo exige la naturaleza humana."

La novedad es que poco tiempo atrás se ha dado un paso decisivo: el ataque al sacerdocio católico. Convencidos de que ahí todavía se conserva una de las semillas morales más fecundas de nuestra civilización, los depredadores del medio ambiente humano las han emprendido paso a paso contra la figura del curas y contra los curas, con nombre y apellido. "Lo sagrado es nuestro enemigo," escribieron algunos en las paredes de Nanterre el 68.

Una telenovela presentó al personaje principal como falso cura y sembró la duda: ¿no serán todos los curas falsos? Los pecados de unos curas concretos fueron difundidos como si de la bestia misma se tratara; a otros se los acusó de similares faltas con saña publicitaria, sin que hubiera más que rumores; entonces, al paso sacerdotal se multiplicaron los gritos de "pedófilo" por las calles de Chile; un tabloide escogió al Cardenal Errázuriz como su blanco; a las pocas semanas un sacerdote era asesinado precisamente en la sede del Arzobispo; pero en vez de recapacitar, una bebida cola inició una publicidad denigrante para el clero.

¿Conspiración? No, simplemente la convicción de que conviene sacarse de encima el cacho de los tipos de negro y cuello romano, para reemplazarlos por sólo que tú quieras, el gurú de paso, la comadre de las cartas, el artista y sus happenings; pero todos éstos cobran, no se nos olvide.

Calma, no hay que asustarse: los seminarios recogen año a año a selectos postulantes, muchos de ellos provenientes de las mejores carreras universitarias; las parroquias florecen bajo el impulso de sacerdotes jóvenes, maduros o de curas ancianos, muchos de negro riguroso; la nueva iglesia de La Bandera es motivo de alegría para los fieles, gente sencilla y buena, que celebrará ahí cada día los misterios de la fe, con su cura. Gordos y flacos, ocultos o más conocidos, de a pie o en Volkswagen, con los ancianos, con los indígenas y con los enfermos, los sacerdotes católicos están en la brecha.

En todo caso, no se puede ceder un metro. Haga Patria, cuide a los curas, mire que están bajo fuego cruzado

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Gonzalo Rojas Sánchez

 

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