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Premios cinematográficos, progresismo, manipulación y deconstrucción de los valores.

por Francisco Torres García

Uno de los elementos clave en el proceso de imposición de los antivalores promocionados por el progresismo es el control de las producciones audiovisuales, el dominio de los escenarios y de la cultura de masas. A través de los cértamenes, premios, críticas se favorece un tipo de productos que difunden el nuevo modelo social y moral que se nos quiere imponer. El objetivo es minar en las conciencias colectivas las raíces de la moral cristiana.

Resulta cuanto menos significativo el hecho de que los grandes debates públicos abiertos en el seno de las sociedades occidentales, aunque reducidos a una franja limitada de la población, a quienes, de un modo u otro, tienen capacidad de guía o influencia, no se están centrando en las cuestiones económicas o en situaciones políticas más o menos coyunturales, sino que lo que se están planteando son las grandes cuestiones morales; sobre todo en dos grandes ámbitos: la vida y la familia.

El peso, todavía importante y trascendente de los fundamentos cristianos de nuestros valores morales y sociales es aún, pese a su debilidad, el gran muro de contención que la denominada ideología progresista (transmutación terminológica del marxismo para hacerlo más agradable) pugna por horadar para imponer definitivamente los nuevos valores, los antivalores, por ella promocionada. Ello se está realizando a través de un profundo y lento proceso de deconstrucción.

Para abrir las numerosas oquedades que el muro de contención necesita tener para desmoronarse es preciso, estiman necesario, actuar en dos niveles: primero, imponiéndose entre los sectores que dominan la sociedad desde el punto de vista ideológico, económico y cultural, logrando la primacía de quienes trabajen por la destrucción de los valores de origen cristiano que nos han servido de guía hasta hoy; segundo, provocando el cambio en las mentalidades colectivas de los pueblos para hacerles abandonar, paulatinamente, lo que han sido sus valores y ganándolos para sus posiciones primero con la aquiescencia y después con la asunción definitiva de los antivalores.

Una visión sintética y apresurada del proceso nos haría asumir que en el terreno de la confrontación ideológica y el debate intelectual, en las dos últimas décadas, se ha producido un dominio casi absoluto de los defensores y propagadores de los contravalores, como lógica arribada de un proceso de erosión que abarcaría más de un siglo. Quienes hoy día sostienen posiciones contrarias, en una lucha tan desigual como titánica, son marginados y reducidos al silencio; ahogando los canales de distribución de las ideas, incluso en aquellos medios e instituciones que, aparentemente, debían contribuir a la difusión y defensa de los valores tradicionales. Todas las ventajas son para quienes se amparan bajo ese término difuso que es la progresía.

Uno de los valladares que encuentra el progresismo para asentar sus antivalores son los restos de la conciencia cristiana y la defensa, más o menos enérgica, más o menos rotunda, que la Iglesia mantiene de los mismos. En esta situación, romper los muros internos de los individuos presenta aún numerosas dificultades. Evidentemente, convencer a una colectividad demanda medios colectivos de penetración en las conciencias que vayan más allá de los límites el combate ideológico intelectual. De ahí que el control de la imagen se torne en esencial. Es la imagen el gran arma a utilizar, destacando el poderoso lenguaje cinematográfico-televisivo. Las series, películas y documentales constituyen los auténticos caballos de Troya que se alojan en el seno de las conciencias individuales. Por ello, entiende la progresía, que es preciso facilitar, también en ese campo, el camino a aquellos productos capaces de minar los valores cristianos.

Son muchos los ejemplos que se podrían traer a colación. El ataque diario a las normas morales más elementales a través de la pequeña pantalla no necesita mayor profundización. Un ataque reiterativo en la promoción de la inestabilidad de la familia como elemento claro de su crisis, de las conductas disruptoras de la moral, de la homosexualidad, etc… Quienes tratan de abrir camino a otro lenguaje se encuentran inmediatamente condenados por los críticos y los intelectuales de la progresía, a la vez que alaban cualquier mensaje contrario. Baste recordar lo acontecido con la célebre película de Mel Gibson, que tuvo que producir él mismo, o la difusión y alabanza, en el plano contrario, que ha recibido el libro "El Código Da Vinci".

La necesidad de promocionar los contravalores por parte de los intelecutales orgánicos de la progresía se pone de manifiesto, una y otra vez, en cuantos festivales, premios y concursos se celebran. Ha sido altamente ilustrativo lo acontecido en el último festival de Venecia. Todo el mundo esperaba, aguardaba la victoria de un hermoso film titulado "Las llaves de casa" que narra las peripecias de un padre con un hijo discapacitado físico y psíquico. Sin embargo las dos triunfadoras fueron la película de Alejandro Amenabar "Mar adentro" y la de Mike Leigh "Vera Drake". La primera un alegato a favor de la eutanasia y la segunda una defensa del aborto.

Tanto Amenabar como Leigh forman parte del mundo de la progresía defensora de los antivalores. El primero, ha querido convertir, mediante el recurso más o menos lacrimógeno, al suicida Ramón Sampedro en héroe con el objetivo claro de hacer propaganda de la eutanasía. El film ha logrado el apoyo unánime de la progresía porque, amparándose en la fama de su director, espera difundir el mensaje favorable a la misma cuando la discusión se está abriendo en la sociedad. Mucho más truculento ha sido Leigh, partidario de la exhibición de lo "brutal y lo feo" que tanto desagradaba a John Ford. La intención del director es acabar con los dilemas morales que aún plantea el aborto y que impiden todavía su imposición generalizada. Con su film trata de hacer proselitismo para que nadie defienda la penalización del aborto o un retroceso en la legislación actual a través, también, de recurso lacrimógeno, amparándose en el manido recurso de la hipocresía y la doble moral. Cierto es que ninguna de las dos películas va a conseguir el cambio drástico que se anuncia para las próximas décadas, pero es evidente que estos son los elementos con los que se manipulan las conciencias y se tuercen las voluntades.

Pero, naturalmente, son también las demás artes escénicas presas de este tipo de campañas. Después del bodrio madrileño, con carátula de blasfemia y subvención oficial, se anuncia, con inico de gira en Portugal, otra obra cuya intención es minar las piedras angulares del catolicismo. Otro insigne progresista, otro destacado intelectual de la progresía, sube a los teatros bajo la vitola de Premio Nobel. La obra de 1991 "Evangelio según Jesucristo" de José Saramago, militante comunista, será estrenada tras la prohibición que el gobierno conservador de Cavaco Silva realizó, obligando a Saramago a autoexilarse en protesta. El estreno ha sido resultado de la promoción directa realizada por el acutal primer ministro Pedro Santana Lopez, que ya dio su apoyo a la misma cuando era alcalde de Lisboa. Si el libro, un indigesto tomo de varios centenares de páginas, era repulsivo, resultado de la visión del Evangelio por parte de un ateo militante a la búsqueda de retorcer la fe del lector, el montaje teatral se anuncia aún más polémico; eso sí, los responsables han anunciado que sólo es apto para "personas tolerantes" y esperan no sufrir manifestaciones y ataques por parte de los sectores más conservadores. No cabe duda que tras su estreno lisboeta poco tardará en traspasar la frontera hispano lusa de la mano de buenas críticas, subvenciones oficiales y premios

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Francisco Torres García

 

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