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El terrorismo islámico y los hashashin. Una infundada comparación

por Arturo Fontangordo

A raíz de los atentados del 11 de Septiembre de 2001, muchas son las voces que hablan y opinan acerca del terrorismo islámico, y no pocos son los que se dedican a indagar en sus causas últimas, buceando en la historia y en la pseudoteología islámica. No pocas son las ocasiones en las que un servidor ha visto comparar a los modernos terroristas con los antiguos hashashin, y a Osama Ben Laden con su líder, el Viejo de la Montaña. Mas, ¿es realmente razonable esta comparación?

A raíz de los atentados del 11 de Septiembre de 2001, muchas son las voces que hablan y opinan acerca del terrorismo islámico, y no pocos son los que se dedican a indagar en sus causas últimas, buceando en la historia y en la pseudoteología islámica. No pocas son las ocasiones en las que un servidor ha visto comparar a los modernos terroristas con los antiguos hashashin, y a Osama Ben Laden con su líder, el Viejo de la Montaña. Esta comparación, llamativa y sugestiva para cualquier profano, y más aún para los aficionados a las tramas alambicadas de la historia-ficción, no parece resistir un mínimo análisis; más bien se debe a una arbitraria asociación, sin más fundamento que un conocimiento muy superficial y sin más intención que la de darse ínfulas de encontrar oscuros hilos donde realmente no hay nada.

Y como la mejor manera de diferenciar dos cosas es conocerlas medianamente bien, realicemos una breve semblanza de la secta medieval de los Asesinos y veamos si tiene mucho o poco que ver con el actual azote terrorista.

Orígenes de los asesinos

La palabra “hashashin” parece significar “consumidor de hachís”, de acuerdo con la tradición que nos muestra a los Asesinos como dispuestos a entregar su vida para cometer un crimen con la convicción de alcanzar el Paraíso; Paraíso que ya habrían paladeado tras ser convenientemente drogados durante varios días y situados en medio del harén de su líder. Tenemos noticias de los Asesinos a través de diversas fuentes medievales, con datos de cronistas como Marco polo o Guillermo de Tiro. Su faceta más conocida es la del asesinato (palabra que parece derivar precisamente de su nombre árabe) político, que era fundamentalmente altamente selectivo al escoger sus blancos. Conrado de Montserrat, rey de Jerusalén, dos grandes maestres del Temple y varias grandes personalidades musulmanas cayeron debido a acciones suyas. El propio Saladino se vio obligado a volver con el rabo entre las piernas de una campaña de castigo contra ellos cuando descubrió que lo más selecto de su guardia personal eran miembros de la secta disfrazados que le dieron la oportunidad de llegar a un acuerdo con el Viejo de la Montaña para eludir la muerte.

No es un hecho aislado el enfrentamiento de los Asesinos con otras facciones mahometanas. En varias ocasiones llegaron incluso a aliarse con los príncipes cristianos de Tierra Santa contra sus supuestos hermanos de fe. De hecho, los Asesinos eran una secta islámica “herética”, si es que cabe aplicar este adjetivo a un grupo mahometano; esto es, eran una escisión de una escisión de la escisión chíita. Como sin duda conoce el lector, a la muerte de Alí, el yerno del profeta Mahoma, y de su hijo Hussein, el Islam se escinde entre sunnitas y chiítas; me permito remitirme al número de Abril de 2004 de la revista Arbil para que el lector interesado encuentre un breve esquema de las diferencias entre ambas corrientes. La Chía, a su vez, se dividirá más adelante entre los duodecimanos (mayoritarios) y los septimanos o ismaelitas, para quienes Ismael fue el séptimo y último imán. Los hashashin se escindieron a su vez de esta secta por una disputa acerca de la sucesión en el imanato: a finales del siglo XI, en Egipto, donde los ismaelitas ostentaban el poder, los mercenarios mamelucos colocaron a un hijo del califa Mustansir como nuevo imán, cuando este había designado anteriormente a otro, llamado Nizar. Hassan Sabbah, el primer Viejo de la Montaña, permaneció leal a Nizar y estableció su propio grupo en Persia, encontrándose su base principal en la fortaleza de Alamut, el “Nido de las Águilas”, en las montañas cercanas al mar Caspio, extendiéndose pronto su control a los ismaelitas de Siria. Como Nizar fue ejecutado en Egipto sin designar sucesor, el imanato, desde un punto de vista nizarí, quedó desierto, y Hassan asumió el título de “representante del imán” (Hujja), pero sin declararse él mismo imán.

Su inferioridad numérica ante sus diversos enemigos (seléucidas, el califa de Bagdad, etc) parece ser que fue lo que les llevó a seguir la táctica del asesinato selectivo, que empezó en 1092 con el atentado contra el estadista Nizam al-Mulk cuando iba hacia Bagdad. Los más fanáticos seguidores de la secta, los fidai, eran los encargados de ejecutar estas tareas, que se seguían normalmente de una matanza espontánea de ismaelitas por parte de la población de la ciudad donde se producía el hecho. Los nizaríes fueron, así pues, replegándose cada vez más hacia posiciones fuertes en el campo. En 1135, gobernando ya Kiya, el sucesor de Hassan, asesinaron al propio califa Mustarshid.

Los asesinos y la Gnosis. La “Gran Resurrección”

Si nos ceñimos al aspecto religioso-intelectual de los Asesinos, la escisión nizarí derivó progresivamente hacia unos planteamientos gnósticos que tenían que ver cada vez menos con el chiísmo “ortodoxo”. Previamente a la eclosión del sufismo, parecen haber sido ellos los que, dentro del Islam, representaron la corriente sincrética y gnóstica identificable también en algunas sectas cristianas. Corriente que, aprovecho para señalar, algunos historiadores de los que a mí me gusta llamar de “ciencia-ficción” pretenden enlazar con la supuesta herejía templaria, por supuesto, aplaudida con entusiasmo; son los paladines conscientes o inconscientes de la perspectiva histórica de la New Age. Como bien sostiene mi buen amigo Alejandro Rodríguez de la Peña, la historiografía seria moderna ha determinado claramente que las supuestas desviaciones del Temple no fueron más que infundios de Felipe el Hermoso de Francia y su ministro Nogaret para destruir la Orden; los templarios, considerados en conjunto, fueron una orden de caballeros cristianos, al servicio del Papa y de toda la Cristiandad, humanos y pecadores por ende como cualesquiera otros, pero no una sarta de herejes. Las fantasías quedan muy bien en las entretenidas, aunque tremendamente dañinas, novelas que proliferan últimamente, y que dan lugar a fenómenos tan estrafalarios como el de las peregrinaciones cuasi-rituales que llevan unos años produciéndose en Montségur, en Francia, después del boom de los libros del alemán Peter Berling.

Pues bien, y retomando nuestro tema principal, esa heterodoxia gnóstica llevó a Hassan II, el tercero de los sucesores del primitivo Viejo de la Montaña, a convocar el decimoséptimo día del mes de Ramadán a todos los nizaríes de Persia para proclamar la “Resurrección” (Qiyama). Esta consistió en derogar las leyes religiosas y civiles, comenzando por beber vino en el mes del ayuno; desde ese momento, la única ley a seguir era la palabra del imán, lo que en la práctica era la palabra del propio Hassan, que seguía siendo considerado como su representante.

En general, la pseudoteología ismaelita se puede considerar heredera de muchos conceptos de Plotino y la escuela neoplatónica. La Palabra se considera como la “Primera Inteligencia”, que no es parte de la creación, sino el acto mismo de la creación, el nexo entre el Absoluto, que resulta completamente incognoscible, y el mundo creado. Después viene una alambicada y, por lo demás divertida, sucesión de inteligencias por niveles, que justifica la existencia del mundo material. Al parecer, el arcángel jefecillo de la tercera inteligencia se negó a asistir a una convocatoria de la primera, por lo que fue desterrado junto con todos sus compadres de nivel al último nivel, ascendiendo el resto de inteligencias un puesto en el escalafón. Entonces se transformó en el Demiurgo y convenció al resto de entes de su nivel para seguirle y formar el mundo material, que es concebido como una especie de vía expiatoria para conseguir recuperar niveles. Todo este proceso se repite en ciclos de 129600 millones de años (vamos que el Big Bang fue antesdeayer, como quien dice) hasta que la creación se restaura a su estado original.

La Resurrección nizarí fue, supuestamente, uno de los puntos en los que se subió un escalón, de manera que la distinción entre saber esotérico y exotérico dejó de tener sentido. Esa fue la razón por la que se podía prescindir de las normas externas, pues, como buenos gnósticos, concluyeron que la verdadera religión era una cuestión de conocimiento interno para iniciados. Conocimiento que se traducía en la devoción sin límite hacia el imán, título que, por cierto, se arrogó ya directamente sin tapujos el sucesor de Hassan II, Mohammed II, a partir de otra cuidada elaboración de la “sucesión espiritual” en el imanato. Todos los que rechazan al imán son el Pueblo de la Oposición, y, en realidad, son no-existentes; los ismaelitas que no participaron en la Resurrección son el Pueblo del Orden, que también resulta ser no-existente. El Pueblo de la Unión es el único que se salva; por ello los ismaelitas no prestaban gran atención al proselitismo, comportándose de manera bastante más coherente que los actuales Testigos de Jehová… ¿Cómo explicar que el resto del mundo pareciese seguir igual después de la Resurrección? Daba igual, si incluso el tiempo había terminado como tal. Naturalmente, no pasó mucho tiempo hasta que esta situación insostenible estallase.

Entre tanto, los nizaríes sirios llevaban a cabo también su versión particular de la Resurrección, guiados por su líder Rashid al-Din Sinan. Más apegados al terreno, quizás por la doble tenaza a la que les sometían Saladino y los francos, se dedicaron a cuestiones de índole más práctica. Aliados de conveniencia de cada uno de los dos poderes, llegaron incluso a proponer al rey Amalrico de Jerusalén convertirse al cristianismo y aliarse contra el poder sunní. Esta conversión, impensable en un chiíta convencional, puede explicarse porque Sinan creía poder interpretar esotéricamente el cristianismo sin diferencia alguna con el Islam: un gnóstico en toda regla. Fueron precisamente los Templarios los que impidieron esta infiltración de imprevisibles consecuencias mediante distintas maniobras de fuerza; a la muerte de Amalrico, el proyecto quedó olvidado.

La caída de los asesinos. Lo que queda de la secta.

El hijo de Mohammed II, Hassan III, que ascendió al poder en 1210, revocó la Resurrección promovida por su abuelo y por su padre, y reintrodujo el Islam “exotérico”. Pero no cualquier Islam; ¡adoptó el sunnismo! Curiosamente, obligó a su pueblo a convertirse al sunnismo amparado en su condición de imán: la situación roza el surrealismo. Se alió con el califa de Bagdad y, por primera vez, llevó a sus súbditos a la guerra abierta, abandonando la tradicional técnica “terrorista”, y expandiendo su territorio.

En 1221, Hassan muere de disentería y le sucede Mohammed III, su hijo adolescente, un psicópata de perfil similar al de los más depravados emperadores de la Roma decadente, y que deshizo la obra de su padre para retomar el estilo nizarí tradicional (lo que no supuso un esfuerzo especial para sus súbditos, que habían asumido el sunnismo únicamente de cara a la galería). Para acabar de rematar este cúmulo de despropósitos, el “ideólogo” de este “regreso al futuro” fue un chiíta duodecimano llamado Nasir al-Din Tusi; la confusión, llegados a este punto, ya es insalvable...

En 1256, Oulagu Khan, nieto de Genghis Khan llegó con sus tropas al territorio nizarí de Quhistán y cercó el castillo de Maymun Diz, donde residía el nuevo soberano de los Asesinos, Khur Shah. Derrotado por el poderío mongol, acompañó a Oulagu para facilitar la caída de las fortalezas de la secta una tras otra. Completada la conquista, y siguiendo las pautas de comportamiento de las hordas mongolas, los Asesinos de Persia fueron sistemáticamente exterminados y borrados para siempre como poder real de la faz de la Tierra.

En Siria, sin embargo, los mongoles fueron parados en seco por los mamelucos del sultán Baibars, y los nizaríes aliados con éste sobrevivieron, perdurando hasta nuestros días; en Egipto, se sigue profesando la creencia fatimita en pleno siglo XXI, aunque, naturalmente, prescindiendo de los rasgos más “folklóricos” de los antiguos Asesinos.

De los Asesinos originales, algunos consiguieron sobrevivir en Persia y se dice que todavía a principios del siglo XX quedaban unos pocos en Quhistán. Aparentemente, los imanes nizaríes continuaron viviendo en secreto en Azerbaiyán tras la caída de Alamut, desde donde enviaron misioneros a la India en el siglo XIV. En el siglo XIX, el imán ismaelita Hasan Alí recibió el título de Agha Khan del Shah de Persia, pero debido a problemas políticos, tuvo que exiliarse a la India, donde fue recibido como imán por los khojas, la comunidad ismaelí que allí perduraba. Sus derechos fueron puestos en duda en un principio, y Sir Joseph Arnold recibió la misión de investigar el trasfondo del asunto. Su informe fue netamente favorable a las reclamaciones del Agha Khan, y se determinó que, sin duda alguna, los khojas eran los herederos de los antiguos Asesinos. Este ismailismo hindú vuelve a reflejar palpablemente el carácter netamente gnóstico de la secta, al haber identificado a Vishnú con el propio Alí, el yerno de Mahoma.

Conclusiones Finales

Tas este somero repaso a la secta de los Asesinos, dudo que ninguno de nuestros lectores haya encontrado razón de peso que asimile esta secta a Al-Qaeda. Las diferencias son palpables:

- En el aspecto religioso, Bin Laden y los suyos son sunníes radicales, próximos al régimen talibán y enemigos a muerte de los chíies a quienes consideran herejes despreciables. Prueba de ello es el perfil de todos los detenidos en las diversas intentonas terroristas; siempre sunníes, y casi siempre procedentes de países donde el chiísmo prácticamente no existe o es duramente perseguido.

- En el aspecto filosófico, los hashashin no eran musulmanes “puros”. Empapados de gnosticismo, acogían con los brazos abiertos lo mismo a una deidad hindú que el bautismo cuando ello les convenía. Un sincretismo semejante es totalmente inimaginable en uno de los modernos terroristas.

- En el aspecto geopolítico, estamos comparando un poder que se asemejaba a un Estado embrionario con una red terrorista internacional con más o menos apoyos, pero sin soberanía sobre territorio alguno.

- En el aspecto estratégico, los hashashin llevaban a cabo una guerra de supervivencia, estrictamente defensiva (salvo en las últimas épocas), y sin un enemigo fijo. Todo dependía del equilibrio de poder en la zona en cada momento. La obsesión del terrorismo islámico es causar el máximo daño a Occidente, sin tener en cuenta

- En el aspecto táctico, el asesinato selectivo de los hashashin nada tiene que ver con los atentados masivos de los terroristas islámicos actuales. Aquellos pretendían reducir al máximo la magnitud de un conflicto que podía extinguirlos; estos pretenden precisamente encender una llama de destrucción que aniquile a Occidente con la ayuda de Alá.

En fin que claramente se ve que estamos mezclando churras y merinas y confundiendo huevos con castañas. Que duda cabe que ambos, los de antes y los de ahora, creían que si morían por Alá iban al Paraíso. Bueno es que lo tengamos en cuenta a la hora de juzgar la timorata y entreguista política de nuestros gobiernos.

Y, cuando nos haga falta en un futuro que no sé si será lejano o cercano, nos vendrá bien recordar la tesis de San Bernardo de Claraval: “El Caballero de Cristo mata con la conciencia tranquila y muere aún con más tranquilidad, pues al morir se beneficia a sí mismo y al matar beneficia a Cristo. Porque él no lleva su espada sin razón; él es el ministro del Dios para el castigo del mal y la exaltación del bien.”

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Arturo Fontangordo

 

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