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Di no a la constitución antieuropea,   totalitaria y tiránica

Columna Papal

por Gonzalo Rojas Sánchez

Un héroe desde la infancia

El heroísmo incomoda. Incluso Hollywood lo fue desplazando del celuloide hace ya tres o cuatro décadas, porque los espectadores no estaban para emociones fuertes. "Más vale rojo que muerto", era la consigna a la que convenía adaptarse. Y la novela siguió los mismos pasos, y la prensa, y mayoritariamente los líderes

Por eso, también los vaticanólogos -incluida la de El Mercurio- no entienden casi nada sobre Juan Pablo II. Perdón, muchos simplemente no quieren entender. Aplican a la fase final de su extenso y fecundo pontificado nociones de eficacia, de rating on line. Por eso, se permiten hablar de "agonía mediática" o de "desprestigio de la institución papal", como si la presencia pública del Papa se debiera medir con los criterios de una campaña de marketing del gerente de la Sanyo.

No. Juan Pablo II está en otra hace mucho rato y ya sería hora de que estos expertos se enterasen. ¿A qué época de su vida se remonta esta connaturalidad con el sufrimiento, con el dolor moral y físico? ¿Desde el atentado en la Plaza? ¿Desde que le comenzó a temblar una mano? No, desde mucho antes, desde su misma infancia.

Su madre murió cuando él tenía 9 años. Ingresó a estudiar y sobresalía en lo académico y en lo deportivo. Al terminar sus estudios se trasladó con su padre a Cracovia: su único hermano había muerto unos años antes. Allí se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Jagellónica, para estudiar lengua y literatura polacas. Quería ser actor y trabajaba en un pequeño grupo de representaciones, pero la ocupación alemana de 1939 frustró sus sueños. Trabajó como obrero en las canteras, aunque seguía estudiando. A los 20 años perdió a su padre, se quedó solo en este mundo; entonces sintió la llamada de Dios al sacerdocio. Fue alumno del seminario clandestino anexo a la Facultad de la Universidad Jagellónica. En 1946 fue ordenado sacerdote y viajó a Roma para doctorarse en Teología y cuando en 1948 regresó a Polonia se encontró con la ocupación comunista y con que los católicos eran ciudadanos de segunda clase.

Por lo tanto, los hitos de su creciente heroísmo se suman uno tras otro y van desde aceptar la voluntad de Dios cuando se quedó solo en este mundo, pero no para considerar al sacerdocio como un refugio, sino como la entrega total; después, debió enfrentar a dos regímenes totalitarios sucesivos sin recurrir a la violencia, sino al estudio y al diálogo; más adelante, se hizo cargo de la conducción de la Iglesia Católica después de dos décadas de difícil situación para la fe y la moral; finalmente, sufrió en carne propia uno de los más alevosos atentados terroristas de la historia, perdonó su agresor yŠ la lista sigue y sigue.

Por eso, después de unas graves caídas en 1994 pudo pronunciar estas misteriosísimas palabras, justo antes de la visita de Clinton: "Por medio de María quisiera expresar hoy mi gratitud por este don del sufrimiento. He comprendido que es un don necesario. Tengo que encontrarme nuevamente con los poderosos del mundo y tengo que hablar. ¿Con cuáles argumentos? Me queda este argumento del sufrimiento. Y quisiera decirles: comprended, comprended por qué el Papa ha estado nuevamente en el hospital, por qué ha sufrido nuevamente, comprended, pensad una vez más en ello." Quizás se entiendan mejor estas expresiones al recordar que en marzo de 1979 ya había anunciado un programa de vida que no abandonará nunca: "Todos debemos ser alumnos matriculados o no, de la cátedra de la cruz."

Es el momento de preguntarse si no está en el heroísmo de su vida uno de los mejores modos de entender el dolor humano y encontrarle

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Gonzalo Rojas Sánchez

 

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