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Di no a la constitución antieuropea,   totalitaria y tiránica

La Terminal.

por Patxi Galdúroz

El último film de Spielberg nos prueba, en esta ocasión, que se puede realizar cine comercial sin grandiosas pretensiones –ni efectos especiales- contando algo verdadero y con solidez

La Terminal. (U.S.A., 2004).

No todo es Amenábar; un maduro Spielberg (tres décadas tras la gran pantalla) ha regresado dirigiendo una agradable obra, estrenada recientemente en las salas españolas. El mítico “rey Midas” de Hollywood nos prueba en esta ocasión que se puede realizar cine comercial sin grandiosas pretensiones –ni efectos especiales- contando algo verdadero y con solidez. Muchos esperaban la nueva entrega del cineasta de Cincinatti, que se aleja de anteriores registros como la futurista Minority Report y se sitúa más en la línea narrativa de la divertida Atrápame si puedes (ambas de 2002).

Esta recomendable cinta supone sin duda un soplo de aire fresco en el flojo panorama actual de la cartelera, y sin ser profunda, nos relata visualmente una historia amable y peculiar; apuntando un sugerente mundo de sentimientos entrecruzados y valores de humanidad. Señala que todo lo que nos rodea puede ser traspasado con una mirada atenta, incluso en un anónimo e impersonal entorno (a modo de torre de Babel); la acción constituye en el fondo una agridulce mezcla de comedia y drama con formato similar al teatral, pues prácticamente toda ella transcurre en el limitado interior que da título al film.

Innegablemente, lo mejor de esta desenfadada y entretenida producción de la factoría Dreamworks, además de su positividad, es estar dotada de un magnífico reparto. El protagonista indiscutible es un espléndido Tom Hanks haciendo del singular Víctor Navorski (el viajero del Este); la atractiva Catherine Zeta-Jones, defiende excelentemente su papel de Amelia, azafata de vuelo y mujer “moderna” pero que se siente al final de su juventud. Stanley Tucci encarna al implacable oficial Dixon. El resto de intérpretes secundarios completan, si bien con desigual convicción, un coro impecable.

El argumento planteado es sencillo, y se inspira levemente en un caso verídico; a su llegada a la Gran Manzana con la ilusión de visitarla para cumplir una promesa, Navorski se entera de que una cruenta guerra se ha producido en su país (identificable con una pequeña república exsoviética). Además de este sufrimiento, queda por motivos diplomáticos bloqueado y sin pasaporte válido, víctima de la burocracia ciega y la seguridad imperante en el aeropuerto J.F.K. de New York; la huella del 11-S se deja notar en la dureza de estas medidas. Víctor se convertirá en ciudadano de ningún sitio: sólo puede atisbar la existencia de la ciudad, a través de las puertas; el autor mantiene un hilo de intriga por saber cómo y cuándo se alcanzará el desenlace de este estado.

No obstante irá conviviendo poco a poco con esta situación insólita y absurda (no puede salir ni entrar de suelo estadounidense), en un recinto donde deberá pasar una temporada indefinida. Casi sin hablar inglés, con esfuerzo aprenderá a desenvolverse en este frío medio, y su optimismo unido a la esperanza, que decaen en algún momento, supera la incomunicación. Así, se va generando una relación con otros perfiles humanos, que suscitará todo tipo de reacciones (también rechazo) y provocará sorpresas.

Su extraño estatus es también premisa para presentarnos la difícil circunstancia de la inmigración, no exenta de cierta nostalgia (el desarraigo del extranjero) y la cuestión de la diversidad racial desde una pulcra visión; igualmente sirve de sutil vehículo para, utilizando la ironía, criticar implícitamente aspectos de la desarrollada sociedad americana: escaparate para muchos pero sujeto de la tragedia cotidiana de sobrevivir, del ansia de un sentido para su frenética actividad.

El conjunto explora los diversos caracteres, desde la sinceridad de Víctor hasta la soledad de Amelia (quien en medio de su dañina relación con un casado, se siente despertada por su encuentro con otro hombre diferente). El contrapunto lo otorga la arrogancia del responsable de la Homeland Security; a este, en un momento dado, su superior le recuerda que “lo importante es la persona”; efectivamente, frente a este exceso de celo (la altivez está un tanto caricaturizada), la apertura al otro es lo que abre las puertas de la amistad. La presencia de Víctor, una novedad que aparece inesperadamente en las vidas de sus “extraños” compañeros, interviene como catalizador al desvelar los deseos de cada uno de ellos (desde afrontar un pasado oculto, hasta declararse a una chica); quienes llegan a ser como su “familia”.

Es interesente prestar atención al descubrimiento mutuo entre los protagonistas, la “casualidad” que los une y la libertad con que actúan; a todos les interpela conocer a Víctor, hombre aparentemente simple pero de principios sólidos y feliz. Los creadores introducen hábilmente continuas y aceptables referencias a la justicia, el amor y el romanticismo, la lealtad y la compañía, la honestidad y el trabajo bien hecho, la generosidad; todos buscan recuperar la dignidad.

Por otro lado, se dan escenas francamente emotivas, así como una sucesión de gags cómicos, todo ello convenientemente dosificado; la combinación de humor y realismo, a veces triste, se ha logrado acertadamente. Con un ritmo a veces lento, y un guión no demasiado brillante, al que se podría extraer un mayor partido superando su cierto eclecticismo ético, La Terminal resulta muy notable globalmente; aun cayendo en una exaltación de la afectividad y la defensa de la constancia y voluntad como medios principales para alcanzar aquello que se persigue (en una concepción muy americana). Como dato, la religiosidad es oportunamente difuminada, apenas tenida en cuenta, pero cuando menos no se da la mofa cuando no clara hostilidad hacia la fe en general y al cristianismo en particular, tic frecuente en la industria cinematográfica de hoy. Y como cualidad a destacar, en cambio tampoco se aprecia una descarada intención moralizante.

Algunos esquemas son predecibles, como la presentación de América, tierra de sueños y oportunidades aunque… no igual para todos; en efecto, a la genial alegoría que nos ofrece este pequeño pero representativo universo de la sociedad occidental, le falta entender aun más las inquietudes de los menos afortunados, quienes independientemente de su origen concreto, quieren creer especialmente en la decencia del sistema.

En definitiva, son dos horas de calidad que se agradecen, algo irregulares en su desarrollo, pero para el gusto de casi todo el público. Pueden disfrutar de esta simpática película, de su seriedad y correcta factura, reflejando la capacidad para el bien y a la vez la odisea vital del hombre: es decir, su necesidad de un auténtico hogar. Así, merece la pena pasar un buen rato.

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Patxi Galdúroz

 

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