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Evangelizar, hoy, exige redescubrir la belleza que existe en el mundo y encontrar modelos a los que imitar

por María Hdez-Sampelayo Matos

Muchos hombres y mujeres de nuestros días no se atreven a plantearse los grandes interrogantes trascendentales porque se consideran muy "modernos" y conciben su vida como un balance de resultados a conseguir según su capacidad de hacer y programar. No se preguntan, por tanto, por los porqué sino por los para qué.

Nos encontramos en un mundo complejo, lleno de luces y sombras que, cada vez, se va alejando de Dios y donde resulta complicado llevar a cabo una auténtica evangelización porque los hombres viven de espaldas a su Creador.

Se trata, por tanto de buscar nuevos caminos para lograr que el mundo de hoy y el hombre contemporáneo vuelvan sus ojos a quien les ha dado la existencia.

Mi aportación, en este Artículo, pretende centrar la atención, en primer lugar, en la necesidad que tiene el hombre contemporáneo de pensar y reflexionar sobre sí sólo, de esta manera, será capaz de plantearse preguntas trascendentales respecto a su propia vida.

También a través del arte religioso contemporáneo se puede llegar a Dios: la belleza artística conduce, inexorablemente al Creador.

Pero los dos aspectos anteriores no servirían de nada, cara a nuestra pretensión evangelizadora, si los hombres y mujeres del siglo XXI no encuentran buenos testigos de Cristo en los que nos calificamos cristianos. Es precisamente la figura del Sto. Padre Juan Pablo II el modelo de cristiano que todos necesitamos.

Sin interioridad, el hombre moderno pone en peligro su misma integridad

El Papa Juan Pablo II, en su última visita a España, nos dijo precisamente esta frase; “sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad". Y es cierto que en el corazón de todos los seres humanos está el deseo de saber pues es algo que está en su propia naturaleza humana: es el único ser de la creación capaz de saber y de darse cuenta, al mismo tiempo, de que está sabiendo. Por eso, no se conforma con saber de oídas y se interesa por la Verdad real de lo que le rodea y le pasa.

Esta realidad no es algo del siglo XXI sino que viene de lejos pues muchos autores clásicos y también de los siglos posteriores han escrito sobre este tema. Así Agustín de Hipona, en la Edad Media, nos señalaba: “He encontrado muchos que querían engañar, pero ninguno que quisiera dejarse engañar”. Lo que está claro es que esa Verdad, que todos buscamos a lo largo de nuestra existencia, se centra inevitablemente, tarde o temprano, en las siguientes cuestiones: ¿qué sentido tiene mi vida? ¿Hacia dónde se dirige?[1].

Y sin necesidad de recurrir a grandes pensadores o científicos, cualquiera puede comprobar que la razón, o la sola inteligencia, o el progreso, o la ciencia, no siempre tienen respuestas adecuadas ante la experiencia de cada día, del propio sufrimiento o del sufrimiento ajeno. Pero además la certeza de nuestra propia muerte pone de manifiesto la necesidad de una respuesta exhaustiva y concluyente.

Muchos hombres y mujeres de nuestros días, sin embargo, no se atreven a plantearse estos interrogantes trascendentales porque se consideran muy "modernos" y conciben su vida como un balance de resultados a conseguir según su capacidad de hacer y programar. No se preguntan, por tanto, por los porqué sino por los para qué. Viven con las prisas y de las prisas sabiendo que la velocidad es la mejor aliada para no cuestionarse grandes interrogantes.

El Sto. Padre Juan Pablo II, en cambio, se ha dirigido directamente a esos que se definen como "hombres modernos" y les ha hablado de contemplación pues sabe bien que estas personas que tienen tantas prisas necesitan, más que nadie, recuperar su capacidad de asombro ante el mundo y las personas que les rodean. No se puede olvidar que toda contemplación necesita de ese paso previo: aquel hombre o mujer que de pronto se para, se detiene, mira a su alrededor y se mira a sí mismo, y en la quietud que produce el pararse, se sorprende del hecho de que está vivo y que tiene una vida que vivir llena de preguntas inevitables.

Ese asombro ante el mundo es imprescindible. Sin él el hombre caería en la repetitividad y, poco a poco, sería incapaz de vivir una existencia verdaderamente personal.

Sin el asombro, porque todo lo sé o porque no me interesa saber nada -dramática contradicción del hombre moderno - no es posible la fe. Porque la fe no es cuestión de inseguridades o una respuesta fácil a preguntas difíciles.

La fe supone la respuesta inteligente de quien sabe que, a pesar de todos sus logros y progresos, el ser humano está lejos de ser la medida de todas las cosas.

Juan Pablo II es hombre de acción y contemplación, de razón y fe. Quizás por eso arrastre a todos hacia él. Un Papa cansado y lleno de años pero que sigue viviendo de sus asombros. Por eso todos se acercan a escucharlo, creyentes o no, porque tiene respuestas. Sus palabras retienen las prisas, te ponen en situación, y cuando ya el hombre moderno no sabe a dónde dirigir la mirada, el Papa le pone delante el rostro de Cristo, lo hace visible en su misma persona. .

El Arte Cristiano contemporáneo y la belleza. La capilla “Redemptoris Mater” de Juan Pablo II

El Padre Marko Iván Rupnik, s.j., artista, teólogo, poeta y director del Taller de Arte del Centro Aletti (Roma), es el Autor de la renovación de la Capilla «Redemptoris Mater» de Juan Pablo II, calificada por el propio Cardenal Paul Poupard, del Consejo Pontificio para la Cultura, como "la Capilla Sixtina del nuevo milenio". El propio Santo Padre ha comentado que para anunciar a Cristo y su mensaje los cristianos deben ser capaces de presentar de nuevo la belleza en su plenitud.

La Capilla, lugar de celebración litúrgica, consta de cuatro paredes, una bóveda y un impresionante mobiliario (baptisterio/pila de agua bendita, cátedra papal, ambón central y altar) obra de un broncista checo, Otmar Oliva, que recoge en sus esculturas las angustias y anhelos del hombre del siglo XX.

Se trata de una obra de arte en piedra y esmalte, materia dura, de la que emerge energía, vida, dinamismo, vitalidad no desordenada o instintiva sino ritmada, orientada, con sentido, «sonora». Orientada hacia la convergencia de las personas, del cielo y de la tierra, en un encuentro que se transforma en espacio de amor, de comunión. Y todo converge en Cristo, cada pared, cada figura, cada rostro (excepto el pecador obstinado). Así lo explica el mismo Padre Rupnik.

A veces podemos pensar, los que nos consideramos "hombres modernos" que el ser sacerdote jesuita, artista, poeta, teólogo y profesor, como ocurre en el caso del Padre Marko, son dimensiones aparentemente poco conciliables pues estamos acostumbrados a que, en general, los artistas no se declaran personas creyentes. Da la impresión de que la Fe estuviera reñida con el Arte y la Belleza.

Si analizamos, con detalle, la vida de este jesuita descubrimos que en su caso no sólo no ocurre de esta manera sino más bien todo lo contrario: la Fe y la Belleza se engarzan perfectamente en toda su existencia y además desde sus primeros años de vida.

Comentaba el propio Padre Rupnik, en una entrevista reciente: "Nací en los Alpes eslovenos y recuerdo que, de pequeño, iba detrás de mi padre que, apenas fundía la nieve, iba a recoger piedras para preparar la tierra fértil. Recuerdo que hacía un signo de la cruz sobre el campo antes del trabajo. Sus manos tocaban las piedras y la tierra con una sacralidad litúrgica. Vi que tomaba el vino y el pan para la merienda con la misma liturgia. Y cuando, por la tarde, dejaba el campo la tierra había cambiado su forma. Entonces entendí la oración que aprendí para la primera comunión: «Manda tu Espíritu y renueva la faz de la tierra». Creo que aquí está el principio de mi vocación sacerdotal y artística y también el principio de la unidad”.

El Padre Rupnik decía que nunca se había sentido dividido pues tenía una clara percepción unitaria de sí mismo. Se considera sacerdote y teólogo, de una forma determinada, precisamente porque es artista, y a la vez es artista también de una forma especial, justamente por el hecho de que es teólogo.

Preguntado sobre qué lugar ocupa en la misión de la Iglesia la Belleza, las Artes Plásticas contestó el Padre Rupnik que "El arte contemporáneo se ha rebelado ciertamente contra una noción romántica, idealista de la belleza. Hoy un pintor contemporáneo se ofendería si alguien dijera que su obra es bella. Al mismo tiempo el arte contemporáneo está promoviendo, poco a poco, una visión renovada de la belleza, con fatiga y a través de muchas trampas. Una de éstas es el psicologismo estético: bello es lo que me hace estar bien en mis sentidos”.

Pavel Florensky, autor ruso, dice que la Verdad revelada es el Amor. El Amor realizado es la Belleza. Así la Belleza es el mundo de la comunión donde las realidades se reclaman recíprocamente y mediante una se abre la otra. Pero la Comunión se realiza mediante el Sacrificio. El verdadero sacrificio sólo es posible como un acto de renuncia libre a causa de un amor fuerte. Esto es la Pascua. La Pascua es el amor de Dios vivido en la historia y esto es un drama.

La belleza verdadera no es cosmética ni romanticismo ni idealismo, sino un drama de la unificación del mundo. El principio de la belleza es, pues, la atracción, la fascinación, no la demostración, no una argumentación aplastante.

Para la evangelización del mundo contemporáneo es muy importante el principio estético de la Iglesia, es decir, la vida de la Iglesia como la fascinación que atrae, que conmueve a causa del estilo de la vida. Esto crea, en torno a la Iglesia, una sana simpatía y no temores, miedos y conflictos. Así se afirma el principio de la libre adhesión.

Respecto a la renovación de la Capilla "Redemptoris Mater" Rupnik explicó que la iniciativa fue directamente del Santo Padre y fue una voluntad neta suya la de llevarla a cabo, con un arte capaz de hacer aparecer estos tesoros de la Europa cristiana de Oriente y del Occidente, los «dos pulmones» de que hablaba Ivanov y expresión que el Papa ha usado tan frecuentemente.

Se trataba de saber sacar de los tesoros espirituales de Oriente y de Occidente para poder vivir hoy mejor la fe, es decir, la vida con Cristo. Una vida nueva de redimidos en un mundo como lo encontramos.

Con motivo de las bodas de oro sacerdotales del Papa, el Colegio cardenalicio le hizo el regalo de una cantidad de dinero determinado para que se dispusiera lo que más conveniente. Juan Pablo II decidió la restauración de la Capilla "Redemptoris Mater".

Parece provocador que en un momento de nihilismo y vacío en el campo del pensamiento, del arte, etc. surja con tanta fuerza de materia, color y vida un modo artístico que se confronta con la modernidad. Por eso cabría preguntarse ¿Qué hay detrás de este modo de creatividad?.

El Padre Rupnik nos da su explicación personal a esta cuestión y señala: "Yo pertenecía al arte contemporáneo, primero abstracto, luego de la transvanguardia, y creo que conozco el espíritu de estas corrientes desde dentro. Pero tanto mi encuentro con mi padre espiritual, el padre Spidlik, como el estudio del padre de la poesía simbolista rusa, Ivanov, y el encuentro con el arte paleocristiano han hecho que me diera cada vez más cuenta de que el arte es un servicio y que el artista no puede simplemente expresarse a sí mismo”. Comenzó en mí una necesidad de descubrir el arte como servicio a la sabiduría de la vida, por tanto, el arte como comunicación de esos misterios de la vida que ayudan a vivir de modo que nuestra vida no se volatilice, sino que permanezca".

Sigue diciendo Rupnik: "Durante una Pascua, hace años, tuve una visión clara de que el principio creativo es la Caridad. Y de que, por tanto, debo tener en cuenta a los otros. No afirmar mi voluntad, sino tratar de liberar en el mundo la voluntad del Creador que ya está en todo lo que existe. Cuanto más percibía mi vocación de artista como ascesis, como monaquismo, más se reconocía la gente en mi arte, más fuerte era su adhesión. Yo ayunaba, renunciando a algunos matices y detalles míos, a la exhuberancia en el lenguaje. La gente me hablaba de la fuerza, de la energía de la luz, del aspecto solar de mi arte”.

Actualmente dice el autor de la Capilla "Redemptoris Mater" que está aprendiendo cada vez más, a no imponer su visión, sino a descubrirla en el mundo, en los otros, en la historia. El drama de la modernidad está en la ausencia de la inteligencia contemplativa.

Por eso Rupnik se atreve a vencer el manierismo repetitivo, la tentación de las modas, liberándose de los miedos y de los prejuicios así como de las categorías de un arte que se expone en galerías. No pensando que cualquier arte puesto en las iglesias se convierte automáticamente en arte sacro.

El arte, el gran arte, como dice Ivanov, nace de la vida, confluye en la vida. Un artista con una fuerte vida de comunidad en la Iglesia, una fuerte vida espiritual, pero que está bien adentrado en el gusto del lenguaje del arte contemporáneo, será capaz de crear un arte fuerte en el que vibrará la vida. Precisamente porque no lo creará en el laboratorio, solo, como un capricho psicológico, o como una compensación económica, sino que lo creará dentro de un tejido de relaciones verdaderas de la vida.

Hay que promover, poco a poco, este principio eclesial en las construcciones de las iglesias. En caso contrario continuaremos teniendo iglesias que desde el exterior son construcciones interesantes pero se parecen a todo menos a una iglesia, y , por dentro, tendremos un espacio incómodo para lo que debería ser la función litúrgica: las paredes y vidrieras tendrán alguna decoración más bien anémica, sosa; sería un arte violento transportado directamente desde la galería a la liturgia. Hay que revisar estos planteamientos ya que este problema toca directamente cuestiones de Fe importantes.

La liturgia es el acto más libre y gratuito de nuestro reconocimiento del Señor, el celebrar al Señor, celebrar la salvación propia. Si no hay Fe la liturgia es la primera que advierte la crisis porque no se ve su sentido y se empieza a subrayar la dimensión social de la liturgia. Lo mismo sucede con el espacio litúrgico. Las iglesias bellas son necesarias pero nacerán donde la iglesia es viva, donde hay comunidad eclesial, donde hay belleza que es la unidad. La iglesia construida debe expresar esta unidad y por eso será bella y expresión de los grandes sacrificios de los creyentes, pero también de grandes sacrificios de arquitectos y artistas.

Se puede, por tanto, llegar a Dios a través del arte y la belleza pero no de cualquier arte sino del arte entendido como comunión y servicio.

Pero también resulta atrayente encontrarse en el camino de la vida personas que, con su propia vida, sean testimonio pues igual que la Belleza, de por sí, atrae, también el Bien atrae y mueve a imitar al que lo practica.

Los hombres necesitamos testigos para seguir. Su importancia en la nueva Evangelización

Para que los hombres y las mujeres descubran el amor de Dios hacen falta testigos que antes hayan hecho esta experiencia ya que el Cristianismo se basa en la certeza de que Dios ha entrado en la historia de los hombres y, si Dios ha entrado en la historia de los hombres, es posible encontrarse con Dios[2]. Es posible acercarse a Dios, incluso es posible ver a Dios Y quienes encuentran a Dios, quienes ven a Dios, se convierten necesariamente en testigos suyos.

Para poder dar testimonio es necesario un encuentro y para que ese encuentro fructifique es imprescindible dejarse interpelar y para conseguirlo resulta obligado el rechazo de la autosuficiencia y la apertura a la Humildad.

El apóstol Pablo se encontró con Jesús en el camino de Damasco. Después de aquel encuentro, Pablo no pudo detenerse. Se calcula que el apóstol recorrió unos 8.000 kilómetros a pie y entre 9.000 y 10.000 kilómetros en barco. ¿Por qué? Porque no lograba contener el fuego que tenía tras el encuentro con Jesús.

También en el Antiguo Testamento se dice, en varias ocasiones, que "los llamados por Dios" y los que responden a Dios son siempre y sólo los humildes». Es el caso, por ejemplo, de Abraham, un anciano llamado a convertirse en Padre. Creyó lo que Dios le dijo porque fue humilde.

En el Evangelio nos damos cuenta de que la criatura más humilde es María. En María, la experiencia de Dios alcanza la cumbre. Su apertura a Dios se hizo tan intensa, tan grande, que con su "sí" se convirtió en la casa de Dios entre los hombres. María es la experiencia más grande de Dios, pues el corazón de María fue el corazón más humilde que haya aparecido sobre la faz de la tierra», insistió.

Conclusiones

Para conseguir que el mundo y el hombre contemporáneos sean capaces de volver hacia su Creador resulta imprescindible el pararse en el ajetreo diario y atreverse a pensar. Sólo entonces nos daremos cuenta de las bellezas que existen en el arte y cómo éstas son reflejo de Quien las ha hecho. Este descubrimiento nos llevará a Dios.

Pero todo esto no es suficiente pues creo que para evangelizar en el mundo de hoy resulta también imprescindible encontrar en el camino verdaderos testigos de Cristo que vayan por delante y a los que podamos imitar. Esto es precisamente lo que nos decía el Sto Padre, hace algunos años: "Se necesitan heraldos del Evangelio, expertos en humanidad que conozcan el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas, de sus angustias y tristezas y al mimo tiempo sean contemplativos enamorados de Dios",

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María Hdez-Sampelayo Matos

 



[1] "No hay Antropología sin escatología", LLANO A: El diablo es conservador, (2001) EUNSA, Pamplona. Pag. 111.

[2] Como señalaba San Pablo: "¿Cómo conocerán si no son evangelizados, si nadie les habla?".

 

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