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por Gonzalo Rojas El decimoquinto aniversario del martirio de Jaime Guzmán, asesinado por los enemigos de Chile y la Cristiandad, coincide con el primer aniversario de la muerte de Juan Pablo II, que gastó toda su vida al servicio de la restaruración de la Cristiandad |
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| 1º de abril de 1991. Casi las seis y media de la tarde. Frente al
Campus Oriente de la P. Universidad Católica de Chile (donde este
sábado y a esa misma hora lo recordaremos muchos chilenos en un
sencillo acto) era acribillado Jaime Guzmán Errázuriz. Han pasado 15
años. Y habían pasado exactamente 4 desde que Juan Pablo II, en ese esplendoroso 1º de abril de 1987, besara tierra chilena. A su vez, otros 18 correrían entre el día de su llegada a nuestra patria y el 2 de abril del año pasado, cuando nos dejó para ir a la Casa del Padre. 1º de abril, 2 de abril: fechas grabadas a fuego en la Historia del catolicismo en Chile. Fue el propio Guzmán quien mostró con toda claridad quién era y a qué había venido el Papa polaco a nuestra Patria: "La presencia de Juan Pablo II cautiva, porque irradia santidad. Pero eso es apenas un instrumento de que él se vale para atraernos hacia aquel mensaje que le ha sido encomendado difundir y que siempre insiste en que no es suyo. Es el Evangelio de Cristo, del Hijo de Dios hecho hombre," escribía en La Tercera, el 5 de abril de 1987. Y agregaba poco después en Ercilla, el 15 de ese mismo mes: "Inútil sería buscar la fuente de esa energía en vertientes preponderantemente naturales. Fluye demasiado claro que el Santo Padre está movido por una fuerza sobrenatural. Por aquella singular superabundancia de Gracia Divina que distingue a los santos. Por que Juan Pablo II, por encima de cualquier otro rasgo, es un santo." Obviamente, Jaime había quedado encandilado al ver encarnado en el Papa ese ideal de su propia vida, la santidad, esa plenitud para él tan deseada y que sólo 4 años después le saldría al encuentro, por medio de la muerte. ¿Santidad en la docencia, en el lúdico arbitraje de dominicales partidos de fútbol entre amigos, en la comida bien preparada y bien servida, en aquellos sanos festivales viñamarinos de los 70 y los 80, en la ópera y en la música de cámara? Pero sobre todo, ¿santidad en la política? ¿Era/es posible algo así? En enero del 2003, en la "Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política," aprobada por Juan Pablo II, se afirmaba: "La Iglesia venera entre sus Santos a numerosos hombres y mujeres que han servido a Dios a través de su generoso compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, Santo Tomás Moro, proclamado Patrón de los Gobernantes y Políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la Oinalienable dignidad de la conciencia¹. Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y sin abandonar Ola constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones¹ que lo distinguía, afirmó con su vida y su muerte que Oel hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral¹." Jaime no alcanzó a leer estas palabras en la tierra. Pero seguro que desde hace un año, han mantenido con Juan Pablo II y Tomás Moro, largas conversas sobre el tema en el Cielo. ·- ·-· -···
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