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La ley Pastor y sus desarrollos posteriores es el origen de millones de asesinatos de niños en sus primeros momentos de vida
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[Enlace recopilación de artículos sobre la manipulación embrionaria]

La recepción del mensaje de Fátima en la Iglesia católica y su permanente actualidad

por Ángel Expósito Correa

El mensaje de Fátima clausura una época e inaugura otra: sobre las cenizas del comunismo no ha florecido una civilización cristiana de la verdad y del amor, sino que se ha abierto un período histórico lleno de sombras caracterizado por el resurgir de las identidades religiosas y culturales y marcado por la amenaza islámica contra Occidente. Ello por una parte, mientras que por otra, asistimos al rechazo de las propias raíces religiosas y culturales, sobre todo, en Europa. Una época, que como nunca hasta ahora desde la venida del Señor, nos exige el compromiso de la nueva evangelización. No defraudemos a nuestros hermanos que ansían la Verdad y tomémosnos en serio nuestra conversión. Sólo así veremos realizada la promesa de Nuestra Señora en Fátima: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”

El mensaje contenido en las seis apariciones marianas de Fátima del 13 de mayo de 1917, puede ser sintetizado con la parábola evangélica del hijo pródigo. La Virgen constata el abandono de Dios por parte de una humanidad histórica, como el hijo había abandonado la casa del padre; indica en la difusión del comunismo el castigo por las continuas y públicas ofensas a Dios – como la condición degradada y bestial a la que había llegado el hijo de la parábola como consecuencia de su rechazo del padre – y, por tanto, invita a la conversión mediante la penitencia, interior (luchar por guardar los sentidos, por perdonar rápido las ofensas, por ser humildes, etc.) y exterior (ayunar los viernes, por ejemplo), única alternativa a la persecución y al martirio sufridos por la Iglesia. El desenlace feliz de la humanidad, que aceptara cambiar su conducta, sería una época de paz, el triunfo del Corazón Inmaculado de María, y la salvación eterna de las personas, así como el hijo pródigo pudo volver a encontrar la felicidad y la paz en la casa paterna.

El mensaje aparece en la historia cuando el mundo, por primera vez, se encuentra en medio de una guerra mundial. La Gran Guerra (1914-1918) representa un giro epocal, de alguna forma comparable a la Revolución francesa de 1789 y como ésta, favorece una ulterior separación de la humanidad de Dios, sobre todo en lo que afecta al mundo occidental, aunque el resto del mundo no sea ajeno a la historia de Fátima.

Tras la constitución de los Estados nacionales en el transcurso del siglo XIX, el nacionalismo surgido con la Revolución francesa alcanza un nivel de conflictualidad, en la época del imperialismo (1870-1914), que dará lugar a la primera guerra mundial. Sin embargo, el proceso de alejamiento de las naciones de las raíces cristianas arrolló la mayoría de los pueblos solamente tras la Gran Guerra, con el nacimiento de los partidos ideológicos (socialistas, comunistas, nacionalsocialistas, fascistas, liberales) y, sobre todo, con la “nacionalización de las masas”, como consecuencia también de los largos años transcurridos por muchos en el frente, a menudo en las trincheras, que cambian profundamente la mentalidad de poblaciones en su mayoría campesinas, haciéndolas sensibles y disponibles a la seducción de las ideologías, que hasta ése momento habían interesado solamente a minorías, aunque significativas e importantes.

El mensaje de Fátima profetiza que una ideología, el comunismo, entonces aún muy lejos de ser considerado como amenaza seria, esparcerá sus errores en el mundo a través de Rusia, que en la época de las apariciones no había sido todavía conquistada al bolchevismo por el golpe de Estado de Lenin, que ocurrirá en octubre de 1917. Cuando se reflexiona sobre el mensaje de Fátima no hay que olvidar jamás esta referencia precisa contenida en las apariciones, que podrá sucesivamente haber sido instrumentalizada, como puede ocurrir con cualquier cosa, pero que es parte integrante y decisiva del mensaje.

El Episcopado portugués entiende perfectamente este ligamen, como reconocerán los mismos obispos en una carta pastoral colectiva publicada en ocasión del XXV aniversario de las apariciones. Portugal era (como España) la Tierra de Santa María, como había establecido su primer rey, Alfonso Henriques el Conquistador. En 1917, la tierra de Santa María está sufriendo una fuerte persecución religiosa por parte de un gobierno masónico (como ocurrió en España con la II República y está ocurriendo hoy en día con el gobierno de ZP), que anhela y promete públicamente la desaparición del cristianismo en el plazo de dos generaciones. La historia de las apariciones atestigua cómo esa mentalidad anticristiana arremetió también contra los tres videntes de Fátima, encarcelados por la policía local y obligados, el 13 de agosto, a perderse la cita con la Señora, porque encerrados en la prisión de Vila Nova de Ourém, por iniciativa del alcalde, Artur de Oliveira Santos.

Catorce años después la situación portuguesa ha cambiado. Reconocidas las apariciones, el 13 de octubre de 1930, por el obispo de Leiría, una peregrinación nacional en acción de gracias es alentada por el Episcopado el 13 de mayo de 1931: trescientas mil personas acompañan la estatua de la Señora, seguida por todos los obispos portugueses.

En el mientras tanto, también el gobierno ha cambiado tras años de guerra civil reptante y, en 1926, un golpe de Estado ha restablecido la paz religiosa y relaciones con la Santa Sede. A principios de 1936, mientras nuestra Patria, España, (la única, dicho sea de paso, existente junto a Portugal en la Península ibérica por mucho que digan los nacionalistas catalanes, vascos o gallegos, en definitiva, los nacionalistas de los suevos...) está en plena guerra civil como consecuencia de la persecución brutal y violenta contra la Iglesia católica llevada a cabo por el gobierno de la II República que obligará a los católicos y a las personas de bien a levantarse en armas en un ejercicio de pura y santa legítima defensa, el Episcopado portugués hace un voto a la Virgen de Fátima de ir a su santuario en peregrinación nacional, si otorga al país la paz, amenazada por la ideología comunista. Lo cual ocurre. Por ello, el 13 de mayo de 1938, veinte entre arzobispos y obispos, con mil sacerdotes y quinientos mil portugueses, renuevan la consagración al Corazón Inmaculado de María, agradeciendo a la Virgen haber preservado Portugal del comunismo y de la guerra civil. Lo cual se repetirá, en mayores dimensiones si cabe, en 1942. Tan es así que el siervo de Dios Papa Pío XII lo recordarará en el radiomensaje del 31 de octubre del mismo año, consagrando la Iglesia y el mundo al Corazón Inmaculado de María.

El mensaje de Fátima comienza así a penetrar no sólo en la nación portuguesa, sino en todo el mundo católico, al menos en aquel que hubiera puesto atención a la señal proveniente de la aldea portuguesa.

Todo esto ocurre durante el segundo conflicto mundial y muestra las dos estrategias contrapuestas: la de las ideologías que quieren construir un mundo sin Dios, y la de la Virgen, que no quiere abandonar la humanidad, pero le pide penitencia y conversión. Y – apunta Papa Pío XII – donde este mensaje de penitencia y conversión es acogido, como en Portugal y España, llegará también la paz. Muchos podrán objetar elencando los “costes” de la paz portuguesa y española: la pobreza de países excluidos de los grandes negocios internacionales y la limitación de algunas libertades en el período de los regímenes autoritarios de Salazar y Franco. Sin entrar en esta ocasión en la historia de España y Portugal, baste recordar – sobre todo en el caso portugués – que la Fe ha sido preservada, como dicho en el mensaje de Fátima, lo cual es lo más importante ya que todo lo demás vendrá por añadidura.

Europa sale de la Gran Guerra en condiciones desesperadas desde un punto de vista moral y económico, y la mayoría de sus ciudadanos sigue obstinadamente apegada a perspectivas ideológicas y a una vida marcada por el pecado; así, el continente europeo se desliza hacia otra guerra mundial, como la Virgen había anunciado a los tres videntes.

Si los años que han precedido la primera guerra mundial han sido denominados belle époque, caracterizados por el deseo de diversión derivante de la presunción de vivir en un mundo destinado a progresar incesantemente que realizaría todos los deseos de felicidad que el hombre lleva dentro de sí, los años entre las dos guerras mundiales consistirán en una larga preparación del desquite alemán por la humillación sufrida por parte de las potencias vencedoras, sobre todo con el tratado de paz estipulado en Versalles en 1919.

En el mismo período, en Europa se desarrolla ulteriormente el proceso de descristianización comenzado en 1789: mientras los movimientos católicos pierden incisividad respecto a los socialistas y comunistas – estos últimos eufóricos por la victoria bolchevique en Rusia – y a los fascistas y nacionalsocialistas, que representan la novedad política de la época.

Y en un mundo tan distraído por el odio ideológico el mensaje de Fátima no puede penetrar, también porque todavía no ha sido recogido por la Iglesia, salvo la portuguesa.

En 1937, monseñor Alves Correia da Silva escribe a Papa Pío XI para comunicarle las expectativas de la Virgen, reveladas mediante Sor Lucía, a propósito de la conversión de Rusia a través de la consagración de esta última a los Corazones de Jesús y María. La carta también exprime la expectativa, por parte de María, que el Papa apruebe y encarezca la devoción reparadora de los Cinco Sábados, esto es, durante cinco meses consecutivos, el primer sábado de mes, confesarse, recibir la Santa Comunión, rezar la tercera parte del Rosario, hacer 15 minutos de compañía a Nuestra Señora, meditando los misterios del Rosario.

En 1940, Sor Lucía escribe para trasladar directamente las peticiones de María al nuevo Papa, Pío XII. La vidente explica que hasta 1926, estas peticiones eran secretas por voluntad de la Virgen, pero, en el transcurso de aquél año, la Señora le ha solicitado pedir la difusión de la práctica de los Cinco Sábados y, en 1929, de pedir al Papa la consagración de Rusia a su Corazón Inmaculado en unión con todos los obispos, para conseguir la conversión de ésta nación, que de otra manera, habría difundido sus errores en el mundo, provocando guerras y persecuciones a la Iglesia y al Pontífice en particular. Sor Lucía indica, como prueba de la eficacia de la consagración para las naciones, la protección especial concedida por Dios a Portugal.

Hasta comienzos de la década de los cuarenta, el mensaje de Fátima era algo que afectaba esencial y únicamente a Portugal.

Con la consagración de la Iglesia y del mundo al Corazón Inmaculado de María de 1942, el mensaje empieza a salir de las fronteras portuguesas y a penetrar en el resto del mundo católico. La Señora pide penitencia, conversión e indica en el comunismo el castigo terreno para un mundo que ha abandonado a su Señor. Frente a la lucha emprendida por el comunismo, pide a los católicos de responder con la conversión, esto es, orientando todos los gestos de la vida hacia Dios (lo cual significa también servirse del derecho de legítima defensa así como es previsto por la Doctrina Social de la Iglesia). El mensaje conlleva el cambio de la forma de vivir asumida por los países occidentales tras el fin de la segunda guerra mundial y tras la reconstrucción post-bélica, porque estos hombres, victoriosos contra el nacionalsocialismo, en lucha contra la URSS, están precipitando velozmente en una forma de vivir caracterizada por el secularismo y por el fenómeno que el Magisterio de la Iglesia denominará “materialismo práctico”, para distinguirlo del materialismo teórico de la doctrina comunista. Así, la Iglesia de las naciones europeas debe enfrentarse al materialismo práctico, que penetra en la vida ordinaria de Occidente y que encuentra su justificación ideológica en un laicismo que separa la fe de la vida, la libertad de la verdad, el derecho natural del positivo.

De hecho, el magisterio de la Iglesia percibe la rápida descristianización tras los primeros años sucesivos al fin de la guerra, el desequilibrio entre la rápida mejora tecnológica y el bienestar económico con la ausencia de crecimiento o al menos con el mantenimiento de la Fe y de la tradición cristiana. Lo dirá Papa Pablo VI en Fátima en 1967, afirmando que el mundo contemporáneo es infeliz e inquieto, por la falta de paz, a causa de la presencia de armas de destrucción masiva y por una humanidad que no ha progresado moralmente como en cambio sí ha progresado científica y técnicamente.

La presencia en Fátima del Papa, el 13 de mayo de 1967, por primera vez, ante más de dos millones de peregrinos, hubiera podido representar el apogeo del mensaje, pero no ha sido así. En el recién clausurado Concilio Ecuménico Vaticano II (que había sido convocado para pasar, por parte de la Iglesia, de una fase de defensa de una sociedad que seguía siendo cristiana frente a una cultura y a un poder político profundamente anticatólicos, a una fase en que ésa misma sociedad había dejado en amplia medida de ser católica y, por tanto, a una fase de nueva evangelización) la condena del comunismo no ha sido ratificada para no molestar la sensibilidad de la Iglesia ortodoxa y para poder contar con la presencia de una delegación de la misma. Un concilio que quiere una Iglesia misionera en un mundo cada vez más hostil y ajeno a la Fe constituye lamentablemente el pretexto para que algunos sectores católicos imbuídos por las ideologías liberales y comunistas, interpretaran el concilio como ruptura frente a la historia de la Iglesia anterior al concilio; como si la Iglesia con el concilio hubiera sido refundada sobre cimientos ajenos a su mensaje y conformes a las ideologías citadas. Ello daría lugar a la crisis del postconcilio (gracias a Dios superada en buena medida gracias al Magisterio de Juan Pablo II y al actual de Benedicto XVI – mediante la justa interpretación del concilio, esto es, su lectura en continuidad y a través de la Tradición bimilenaria de la Iglesia -, lo cual no significa que las heridas hayan sido del todo cicatrizadas) y a la famosa frase de Pablo VI según la cual el humo de Satanás ha penetrado en la Iglesia.

Demasiado vinculado a un problema del que ya no se quiere oír hablar, el mensaje de Fátima sale de los grandes circuitos mediáticos, mientras se reducen las triunfales peregrinaciones en el mundo de la estatua de la Virgen procedente de Fátima, la famosa Virgen Peregrina.

En el mientras tanto, en España se vivía la época caracterizada por la “tecnocracia”, esto es, por el proceso de despolitización de la sociedad y por el olvido (voluntario por parte de los gobiernos de turno) de lo que había costado conseguir una sociedad en la que el hombre se había librado de las ideologías que habían envenenado la mente y el corazón de muchos, obligándole a levantarse en armas contra una “república” que quería imponer el odio a Dios y a Su Iglesia importando el sistema soviético a nuestra Patria. En España, merced al sacrificio de una generación de católicos y de gente de bien, se consiguió acabar con la amenaza comunista e instaurar un sociedad acorde con la verdad sobre el hombre fundamentada en los Diez Mandamientos y en la Doctrina Social de la Iglesia. Pues bien, esta sociedad (a través de la tecnocracia, del olvido voluntario del sacrificio de origen, de la confusión y rebelión reinante en una parte numerosa del clero como consecuencia de la falsa doctrina sobre el concilio a la que ya hemos aludido, del crecimiento del bienestar (no acompañado por el agradecimiento a la Providencia por haber permitido a España librarse del totatilitarismo comunista) va perdiendo la Fe, o al menos la Fe vivida, practicada. Al respecto (y para entender bien lo que ha ocurrido y está ocurriendo en España) es menester recordar lo que Sor Lucía comunicó en 1943 al Padre Gonçalves el 4 de mayo de aquel año tras recibir una revelación de Nuestro Señor (como ella mismo confirmó antes de su muerte, siguió teniendo revelaciones del Señor y de la Virgen durante muchos años): “Desea [el Señor] que los Señores Obispos de España se reúnan en retiro y determinen una reforma en el pueblo, clero y órdenes religiosas; ¡que algunos conventos!... ¡y muchos miembros de otros! ¿entiende? Desea que se haga comprender a las almas que la verdadera penitencia que Él ahora quiere y exige, consiste, antes de todo, en el sacrificio que cada uno tiene que imponerse para cumplir con sus propios deberes religiosos y materiales. “[...] Si los Señores obispos de España no atienden a sus deseos, ella [Rusia, esto es, el comunismo] será una vez más, el azote con que Dios los castigará”.

Yo no sé si los obispos han atendido las peticiones del Señor. Todo indica que no, si tenemos en cuenta la importancia que han tenido los comunistas y socialistas en los últimos lustros del régimen de Franco y la crisis (ante todo moral y religiosa) que azota nuestra Patria. Ello, sin tener en cuenta los muchos años que ha gobernado (y sigue gobernando) el socialismo en España. Algunos dirán que el socialismo en España poco o nada tiene que ver con el comunismo en Rusia. Sin ser éste el momento de desantrañar la esencia del socialcomunismo, de su historia y de sus metamorfosis, cabe destacar que los objetivos son exactamente los mismos: la desaparición de Dios de la vida pública y de las conciencias; la destrucción de la familia; la disolución del concepto de Patria; el intervencionismo del Estado en la economía privada con el objetivo prioritario de cancelar, o cuando menos torpedear, la pequeña y mediana propiedad, etc.

Bien, volviendo al marco más amplio del mundo católico, podemos decir que éste saliendo con fatiga y lentamente de la crisis postconciliar, descubre que ha olvidado lo esencial de las palabras de Nuestra Señora: la conversión y la penitencia. Ciertamente la Iglesia está purificándose, pero la conversión de un mundo hostil a Cristo debería seguir siendo el objetivo prioritario. Incluso la penitencia va perdiendo cada vez más de relieve entre las prácticas de la vida cristiana y tendrán que pasar varios decenios hasta que sean propuestas de nuevo el ayuno y la mortificación. Y precisamente estas prácticas hubieran podido ser los verdaderos antídotos al consumismo que penetra en el mundo occidental, en lugar de una ideología antioccidental hipócrita y violenta, que pocos años después daría lugar a la Revolución cultural del Sesenta y ocho, provocando graves emorragias también en el mundo católico, sobre todo entre los jóvenes. De hecho, en lugar de preparar testigos auténticos de valores cristianos fuertes y distintos respecto a los dominantes, el mundo católico cae en un profundo complejo de inferioridad hacia la Revolución cultural emergente. Así, en los años sucesivos a 1968, el mensaje de Fátima comienza a ser mirado con cierta suspicacia, luego acusado de anticomunismo visceral, por tanto rechazado u obviado.

Alguien sin embargo ha seguido rezando y haciendo penitencia de forma suficiente para que algo ocurriera y la misericordia divina fuera acogida. Cuando, el 13 de mayo de 1981, tras haber sufrido el atentado, Papa Juan Pablo II es introducido en el misterio de Fátima, como dirá él mismo, el mensaje no ha sido olvidado. El mismo año comienzan en Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina, aquellas apariciones marianas sobre las cuales un día tendrá que pronunciarse la Iglesia, pero que indudablemente testimonian desde hace veinticinco años la extraordinaria devoción a María, todavía presente en los fieles de todas las partes del mundo.

En 1981 Fátima vuelve al corazón de la vida de la Iglesia en un mundo que conoce los últimos años de la dominación comunista antes de la caída del Muro de Berlín, en 1989, y de la implosión del imperio soviético, en 1991. Vuelve a una Iglesia salida del túnel postconciliar, todavía herida por el proceso de autodemolición, que trata de superar el dilema conservación-progreso en la perspectiva misionera indicada por el entonces cardenal Ratzinger, y hoy Benedicto XVI, como ya hemos visto anteriormente.

El 13 de mayo de 1982 Juan Pablo II va a Fátima para agradecer a la Virgen haberle salvado la vida, desviando la trayectoria de la bala que hubiera debido matarlo. En 1984, durante el Año de la Redención, el Papa consagra el mundo a María, tras haber invitado a todos los obispos a unirse a él, recordando en particular aquéllas naciones y aquéllos hombres que de ésta consagración tienen particular necesidad, refiriéndose evidentemente a Rusia y a los demás países del Bloque Soviético. En efecto, en la oración a la Virgen de Fátima, tras el acto de consagración, el Pontífice afirma que ha consagrado aquellos pueblos por lo cuales Ella misma espera nuestro acto de consagración. La misma Sor Lucía, antes de su muerte, dirá que la Virgen le ha confirmado que la consagración atendía sus peticiones.

Y efectivamente, solamente cinco años después, o siete si tomamos como referencia el fin de la Unión Soviética en lugar de la caída del Muro de Berlín, se cumple la profecía de 1917 sobre el final de la persecución por parte de Rusia, aunque sigue todavía pendiente su conversión. En el año 2000, cuando será revelado el tercer secreto de Fátima, el siglo de las ideologías, comenzado por la revolución comunista en 1917, o mejor con el comienzo de la primera guerra mundial en 1914, ha terminado.

Pero el llamamiento a la conversión y a la penitencia, renovado con vehemencia por el Ángel en la tercera parte del secreto, sigue teniendo una dramática actualidad. Es verdad, la URSS ya no existe, la práctica de la vida religiosa ha vuelto a ser posible en una enorme parte del mundo, pero Rusia no se ha convertido y el tiempo del odio ideológico no ha sido sustituido por el del amor y el de la verdad cristiana. Tanta importancia daba Juan Pablo II a la actualidad permanente del mensaje de Fátima, que ha querido que la Imagen de Nuestra Señora de Fátima presidiera el acto de consagración del tercer milenio a la Virgen, celebrado junto a todos los obispos del mundo en la Plaza de San Pedro en el año 2000, indicando “físicamente” la permanente vigencia del mensaje, más allá de las partes que ya de alguna manera se han cumplido.

El mensaje de Fátima clausura una época e inaugura otra: sobre las cenizas del comunismo no ha florecido una civilización cristiana de la verdad y del amor, sino que se ha abierto un período histórico lleno de sombras caracterizado por el resurgir de las identidades religiosas y culturales y marcado por la amenaza islámica contra Occidente. Ello por una parte, mientras que por otra, asistimos al rechazo de las propias raíces religiosas y culturales, sobre todo, en Europa. Una época, que como nunca hasta ahora desde la venida del Señor, nos exige el compromiso de la nueva evangelización. No defraudemos a nuestros hermanos que ansían la Verdad y tomémosnos en serio nuestra conversión. Sólo así veremos realizada la promesa de Nuestra Señora en Fátima: “Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”

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Ángel Expósito Correa


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