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La ley Pastor y sus desarrollos posteriores es el origen de millones de asesinatos de niños en sus primeros momentos de vida
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[Enlace recopilación de artículos sobre la manipulación embrionaria]

Así no se puede seguir

por Gonzalo Rojas Sánchez

En algún punto o en varios, la correa transmisora de la fe y de la moral católicas se ha roto y no ha sido completamente reparada.

Las palabras doloridas del cardenal Errázuriz lo sugerían todo: "Los católicos que son a su manera, tienen responsabilidad de ser a su manera." Ponía así el pastor el peso de ser como somos en nosotros mismos, en los laicos. Obvio: esa responsabilidad resulta ineludible en un país con casi 5 siglos de catolicismo y 95% de alfabetos. Ningún católico podría afirmar legítimamente en Chile hoy que "yo nunca supe de qué se trataba este asunto."

Por su parte, y en perfecto complemento, el obispo González de San Bernardo agregaba que "no hemos hecho bien las cosas", en directa referencia a la jerarquía de la Iglesia que él mismo integra.

Es que la encuesta El Mercurio-Opina del domingo recién pasado les había confirmado a ellos, pastores, y a nosotros, fieles laicos, lo tantas veces sospechado y anunciado: hoy la mayoría de los católicos chilenos son por dentro un puro amasijo de caos doctrinal, aliñado con sentimientos de bondad y de paz.

Secundando a nuestros pastores ya mencionados, debemos abrirnos la conciencia a cuchillo y públicamente, delante de quien nos quiera ver, para que de una vez por todas salga el pus que nos tiene infestados.

¿Cómo hemos llegado a tener desde una mitad a tres cuartos de los católicos que desvarían en temas perfectamente resueltos por la doctrina y que van desde el matrimonio de los sacerdotes hasta el uso de anticonceptivos, pasando por el supuesto sacerdocio femenino y el divorcio? ¿Quién los privó de la sencilla verdad y cuándo?

Ya en la Encíclica Veritatis Splendor, de 1993, Juan Pablo II nos hacía una advertencia terrible: "Hay que destacar la discrepancia entre la respuesta tradicional de la Iglesia y algunas posiciones teológicas -difundidas incluso en seminarios y facultades teológicas- sobre cuestiones de máxima importancia para la Iglesia y la vida de fe de los cristianos, así como para la misma convivencia humana."

Ese diagnóstico papal es precisamente el que se expresa en los resultados de la terrible encuesta. Más de 40 años llevamos en Chile con la correa transmisora rota. En algún punto de la comunicación entre Roma y las diócesis e instituciones de la Iglesia; en algún punto de la comunicación entre aquéllas y sus parroquias, seminarios, universidades, colegios y fieles; en algún punto de la comunicación entre éstos, los padres de familia y sus hijos en algún punto o en varios, la correa transmisora de la fe y de la moral católicas se ha roto y no ha sido completamente reparada.

¿Qué afrecho hemos dado? ¿No ha habido acaso revistas eclesiales que han difundido errores gruesos sobre el matrimonio? ¿O varios canales de TV cercanos a la Iglesia que disuelven en minutos el trabajo formativo de años? ¿Y conductores juveniles que alteran las exigencias de la felicidad sexual rebajándolas a la pura corporeidad? ¿O continuas críticas a unos y a otros por ser tan papales, tan fieles a Roma? Sí, todo eso y mucho más ha saboteado la correa transmisora. El resultado está a la vista y es penoso. La reparación viene tomando ya mucho tiempo, pero tiene que ser a fondo. Muchas veces hemos oído que hay que hacerla gradualmente, suavemente, porque si no la gente se irá. Pero, ¿no es acaso evidente que por lo que creen, muchos ya se fueron y que lo que ahora cabe es fortalecer y retener a los que sólo dudan o todavía creen en serio? ¿Y que sólo así, por el esplendor de la verdad, volverán los demás?

Gracias a nuestros pastores por la conciencia clara de nuestras debilidades y de sus responsabilidades. Ahora, manos al Catecismo.

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Gonzalo Rojas Sánchez


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