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La ley Pastor y sus desarrollos posteriores es el origen de millones de asesinatos de niños en sus primeros momentos de vida
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[Enlace recopilación de artículos sobre la manipulación embrionaria]

Juan Bautista Vico y el Sentido de América Románica

por Primo Siena

Frente a una visión Ilustrada y falsa de la América Hispánica que rechaza la transcendencia una visión claramente metafísica deducida del magisterio platónico y agustiniano

1. La tarea histórica de América Románica entre “ilustración” europea y cosmovisión viquiana

La América genéricamente conocida como América Latina o Iberoamérica, se extiende entre el golfo de California y el extremo austral del Cabo de Hornos; se trata del territorio donde, después de la conquista ibérica, domina el habla romance (castellano y portugués) por lo que Carlos A. Disandro se atrevió a denominarla acertadamente América Románica para distinguirla de la América puritana de habla anglófona.

Sobre esta América —depopulata, desde siglos, de su principium absolutum— incumbe la tarea histórica de recuperar su raíz principial; es decir —como sostiene el mismo Disandro (1)- el sentido óntico del principio hyperbóreo que invistió el pensamiento greco-romano, llegando aún con sus oleadas hasta nuestro continente, enfrentándose entonces a las fuerzas aquerónticas que ya obraron en las culturas autóctonas precolombinas y que —desde la época de la Ilustración que engendró la emancipación libertadora— van asomándose progresivamente al abismo de la pérdida catastrófica del Ser.

La recuperación de la raíz óntica de nuestra América Románica necesita primeramente de la remoción del espejismo hechizado de la cultura ilustrada, porque en ella reside -como destaca el peruano José A. de la Puente Candamo, en su prólogo a la preclara biografía de Simón Bolívar, escrita por Víctor Andrés Belaunde— “el núcleo de la mayor angustia, del mayor desgarramiento intelectual e ideológico de los días de nuestra Independencia” (2)

Pero para cortar los intrincados nudos gordianos que todavía atan los pueblos americanos de habla romance a una cosmovisión ajena a su idiosincrasia y a su destino, se necesita una espada filosa como aquella del pensamiento de Juan Bautista Vico (Nápoles, 1668- 1744) quien afrontó críticamente las tendencias intelectuales —filosóficas, políticas y sociales— de la Ilustración según una visión propia de la vida y de la historia, resumida en su obra magna publicada en su primera redacción como Principii di scienza nuoua en 1725; obra corregida, modificada, integrada sucesivamente hasta el año de su muerte y editada póstuma con el título definitivo de Scienza Nuova, en conjunto con su Autobiografía: una fuente verdadera de sabiduría y doctrina.

La Ilustración europea había marcado un proceso de cambios culturales, ideológicos y psíquicos, determinando una nueva postura frente a la naturaleza y al cosmos, basada en la convicción que la historia comenzaba con el triunfo de la razón, sustentadora de una nueva cultura y una nueva sociedad, regida por leyes y criterios racionales, con exclusión de todo aquello que no tuviera asidero en las ciencias exactas concebidas como logro de las “luces de la razón”.

Por consiguiente la teoría de la Ilustración apeló a una moral subjetiva, sin ambiciones totalizantes, para lograr la felicidad mediante el progreso científico y tecnológico impulsado por las ciencias naturales y matemáticas; rechazó toda trascendencia como fuente de verdad, fomentó la demolición de toda religión tradicional (con sus dogmas y sus ritos), estimulando la laicización de la cultura y de la vida individual y colectiva.

El elemento distintivo de la cultura ilustrada es un racionalismo radical, ejercido sea críticamente, mediante la fustigación de la cultura anterior acusada de oscurantismo; sea positivamente, en considerar la razón como la fuente única de todo conocimiento humano y de todo progreso técnico.

En el signo de la razón, los pensadores de la Ilustración impulsaron un proyecto de democracia individualista que, mientras por un lado proclamaba como derechos inalienables del hombre —considerado señor absoluto del mundo que lo rodea— la fraternidad, la igualdad y la libertad, por otro lado sustentaba, mediante la teoría roussoniana del “Contrato social”, un concepto de nación basado sobre el principio dogmático de la “soberanía popular” y derivado de la suposición de una “voluntad general” que nunca se equivoca. Principio éste —dicho sea de paso— del que, en opinión de Hannah Arendt, han brotado las raíces de los totalitarismos modernos. El pensamiento de la ilustración resulta entonces una ideología radicalmente antimetafísica.

Por lo contrario, la cosmovisión de Juan Bautista Vico radica en una concepción claramente metafísica deducida del magisterio platónico y agustiniano.

Según Vico, la metafísica expresa el Verum, es decir el orden de los principios; la historia expresa el Factum, es decir el orden de los hechos humanos: Verum et Factum convertuntur. En esta peculiar afirmación el plan histórico está subordinado al plan principial.

Se trata de una intuición trascendente por la cual la concepción viquiana, superficialmente denominada “historicismo”, merece ser definida más acertadamente espiritualismo histórico.

René Descartes había anteriormente fundado su filosofía sobre la pura racionalidad, según el famoso axioma cogito, ergo sum (“pienso, por lo tanto existo”), atribuyendo a las ciencias matemáticas la primacía del “pensar claro y distinto”.

Vico, por lo contrario, sostiene la necesidad de revalidar el estudio de las humanidades que ennoblecen las almas, para evitar que la supremacía de las ciencias matemáticas y naturales —como había sostenido Descartes— aridezcan las mentes. Pues, mientras que para Descartes el cogito expresa un “acto de conciencia”, para Vico cogitare deriva de cum-ágere y significa recoger datos, procesarlos, catalogar- los, es decir, el “acto de conocer”: Verum ipsum factum. Pero eso no significa que la Verdad —según Vico— coincida con el hecho, sino simplemente que el hacer es una condición del conocer, porque siendo la Verdad anterior al hombre, él la descubre y la conoce en el “acto de hacer”; es decir haciendo historia.

Diversamente, si la ciencia consiste en tomar conocimiento de los hechos después de haberlos producido, porque el criterio científico procede desde la causa hacia el resultado, entonces no es posible conocer la fisica porque los fenómenos de la naturaleza que ella estudia no son producidos por el hombre; más bien han sido creados por Dios y solo El los puede conocer en forma adecuada. Por lo tanto, destaca Vico, la fisica es cierta, pero no verdadera. Mientras que la matemática, producto de la mente humana, es verdadera pero no cierta, por tratarse de una materia abstracta y ficticia.

De hecho, concluye Vico, sólo la historia es a la vez verdadera y cierta, porque se expresa mediante los hechos investigados tanto por el método filológico (que apunta a los análisis particulares) como por el método filosófico (que apunta a las esencias universales).

La Ciencia Nueva viquiana es, pues, síntesis de filología y filosoifa, de lo “cierto” y lo “verdadero”, de particular y universal, de experiencia y razón: es la historia que en la cadena de los acaecimientos particulares recoge y reasume la ley universal. Por lo tanto Vico afirma que solamente el mundo de la historia presenta un carácter de verdad evidente, porque significa “conocer por causas”. Sólo la historia humana, entonces, es ciencia verdadera siendo “descubrimiento del mundo del hombre”.

Mirando en el espejo de la historia, Vico descubre una historia interior al hombre que se refleja en el mundo exterior, donde el hombre individual corresponde al “mundo natural”, el hombre colectivo corresponde al “mundo civil” y el hombre universal corresponde al “mundo intelectual, noético, divino”.

>Estos tres mundos —el natural (que corresponde al ámbito de los cuerpos), el civil (que corresponde al ámbito de los seres anímicos), el metafísico (que corresponde al ámbito del intelecto y el espíritu)— resumen las enseñanzas de la Tradición perenne.

II. Enseñanza anagógica de Juan Bautista Vico

“Este mundo ha sido hecho para los hombres; por consiguiente podemos descubrir sus principios en las modalidades asumidas por el espíritu humano”, escribe Vico en la Scienza Nuova(3) .

Investigando el desarrollo de la humanidad, Vico halla una coincidencia entre las categorías del espíritu humano y los distintos ciclos de la historia.

A las tres fases de la mentalidad humana (sensualidad, imaginación, razón) corresponden —según Vico— tres modalidades de la vida (status salvaje, obediencia a la ley del más fuerte, observancia de los consejos de la razón) y tres ciclos de la historia (edad de los dioses; edad de los héroes; edad de los hombres).

Esta repartición de los “tiempos del mundo” en tres épocas —repartición encontrada por Vico en la tradición egipcia— va entendida en sentido anagógico y no cronológico, ideal y no temporal.

El ciclo de los dioses representa la edad de la niñez, cuando en la humanidad predominaban los sentidos y la ferinidad, y los seres humanos vivían asombrados, sin reglas sociales; cuando las únicas normas comportamentales eran dictadas por la violencia, el egoísmo y el temor a los dioses.

Pero —como comenta al respecto José Ferrater Mora— “si el temor ha hecho los dioses, no ha hecho en cambio al Dios supremo y verdadero, que se halla por encima de todo terror y espanto, porque no es el fuego que todo lo devora, sino el amor que todo lo une”. “La explicación del origen de los dioses paganos —concluye Ferrater Mora— puede no ser incompatible con la verdad del Dios de la Redención y del amor”(4) .

El segundo ciclo —el ciclo de los héroes— corresponde a la edad de la adolescencia de la humanidad, cuando los seres humanos aceptaban ya la autoridad del más fuerte y expresaban sus pasiones y sentimientos por medio de la “ciencia poética”, verdadera ciencia de la imaginación nutrida por el mito, medida única de la realidad encarnada por “universos fantásticos” de los cuales son “arquetipos” —sea por sus virtudes o por sus vicios— los protagonistas de los poemas homéricos que constituyen la temática del tercer libro de la Scienza Nuova, como Aquiles, personificación de la fuerza, o Ulises, símbolo de la sabiduría.

 

Vico considera los poemas homéricos “historia de las antiguas costumbres de los griegos” y, por lo tanto, dos grandes tesoros del “derecho natural” de las gentes de Grecia; así como la ley de las Doce Tablas “es el gran testigo del antiguo derecho natural de las gentes del Lacio”.

 

En la edad de los héroes brotan las leyes para controlar los abusos individualísticos. Por el miedo de las potencias ocultas, germina la religión que a su vez engendra la moral para dominar las pasiones. La piedad religiosa, además, sublima el instinto de procreación por medio de la institución de la familia constituida sobre cimientos sagrados —como el matrimonio y el culto de los muertos— que constituyen los pilares de la sociedad civil y por lo tanto deben ser cuidadosamente preservados, para evitar el regreso de la humanidad a la condición barbárica del noble salvajismo.

 

En la edad heroica, las leyes son observadas espontáneamente por parte de los hombres porque ellos consideran justa la dominación del más fuerte, quien es amparado por los dioses, manifestándose en él la unidad de ciencia, poder y sacerdocio. Vico resuena aquí el parcere subiectis virgiliano.

 

El tercer ciclo corresponde a la edad de los hombres quienes, habiendo alcanzado la madurez, reconocen como reglas sociales las leyes brotadas desde la conciencia de la religión y del deber (5).

 

Se trata del período durante el cual la humanidad siente la necesidad de subordinarse a una ley superior, aplicable tanto a los débiles como a los fuertes y los hombres —alcanzada la racionalidad— dirigen su inteligencia (en el sentido específico de intus-légere; es decir: conocer en profundidad) hacia la búsqueda de la sabiduría del “sentido común” que pertenece en todos ios tiempos a todas las naciones, porque —destaca Vico— “ideas uniformes, nacidas entre pueblos que no se conocían, tienen que tener un principio común”.

 

Este principio común Vico lo reconoce en tres elementos eternos y universales emergidos —como hemos ya visto— en el ciclo de los héroes (la religión, el matrimonio solemne, las honras fúnebres) y definidos por él: “los tres principios primos” de la Ciencia Nueva (6), construida según una estructura trinitaria donde la teoría metafisica y la historia humana se conectan entre sí por medio de la “historia ideal eterna sobre la cual se desarrollan, en el tiempo, las historias de todas las naciones en sus nacimientos, progresos, épocas, decadencia y fin” (7)

Las historias particulares de las naciones (que desde la infancia de la “edad divina”, transitando por la juventud de la “edad heroica”, llega a la madurez y senilidad de la “edad humana”) participan de la “historia ideal eterna” que, en virtud de la providencia divina —escolta vigilante del orden establecido ab aeterno— todo rige porque los acaecimientos históricos escurren como un río manteniéndose dentro de sus cauces. Los desbordamientos del río de la historia humana, constituyen entonces crisis periódicas que, al producirse, marcan el principio de un nuevo curso que trata de reubicarse en su cauce principal: es la teoría viquiana, universalmente conocida, de los cursos y recursos históricos.

Teoría ésta que ha motivado alguna inquietud acerca del lugar reservado en ella al valor de la libertad y del consiguiente libre albedrío reconocido a la persona humana: se trata del temor que en esta teoría viquiana el hombre queda encajonado entre una inexorable fatalidad sin ninguna oportunidad de salida.

Ahora bien, la Providencia divina, según Vico, vigila los cursos y recursos de la historia de la humanidad, preocupándose que, en caso de desbordamientos del río de la historia, ellos sean transitorios. Entonces los desbordes significan momentos de crisis momentánea, siendo tan necesarios al fin como las ordenadas etapas precedentes y subsiguientes.

La visión cristiana de Juan Bautista Vico coloca al hombre en el río providencial de la “historia ideal eterna”. Los desbordamientos de las aguas del río marcan las historias particulares de las naciones que escurren en su cauce, como etapas de transgresión a su curso normal. Frente al desbordamiento del río, por la salida de las aguas del cauce excavado por la “historia ideal eterna”, al hombre como a los pueblos queda esta elección: dejarse arrastrar hacia una desorientación definitiva que lleva a la perclición y a la muerte; o regresar al cauce del río para retomar una nueva fase de su curso, siguiendo el escurrimiento del orden tradicional establecido ab initio por la Providencia divina. En esta elección —entre salvarse o perderse— consiste la libertad del cristiano.

En la perspectiva viquiana, el desbordamiento resulta en cierto modo algo casi necesario, pero sólo si de ello se origina el principio de un orden nuevo y una nueva ley.

Los cursos y recursos históricos marcan, entonces, el tránsito crítico desde una fase de orden hacia una fase de desorden para proceder después, otra vez, hacia una fase de orden: nuevo en el tiempo pero antiguo en su esencia.

Cada curso y recurso presenta una unidad de estilo y una correspondencia perfecta de todas sus manifestaciones (lingüísticas, religiosas, jurídicas, políticas).

Después de haber recorrido las tres edades (la divina, la heroica, la humana) según el proceso de crisis sucesivas, para Vico la historia no se detiene: desde las ruinas de la edad humana emerge una nueva edad divina y el ciclo histórico retoma nuevamente su curso siguiendo un camino analógico y no cronológico.

Vico nos enseña que la historia nace con la aparición del hombre sobre la tierra y después se desarrolla por crisis progresivas, según procesos recurrentes de destrucción y reconstrucción de sí misma.

El concepto de la historia como “proceso recurrente” y no como progreso lineal, después de Vico aparece también con Hegel, Comte y Spengler, pero en estos pensadores no tiene la connotación consoladora y optimista de Vico.

Para el filósofo e historiador napolitano —comenta Ferrater Mora— la Historia “no es una serie de evoluciones sin sentido de pueblos separados o un recorrido único que conduce simultáneamente a la plenitud y a la muerte, sino un curso repartido a lo largo de múltiples recursos, una renovación que da vida a los más jóvenes y esperanza a los más decrépitos”. Las naciones entonces viven “confiadas en la posibilidad de su renovación perpetua”.

La filosofía de Vico, pues, está marcada por un optimismo de fondo amparado por la Providencia divina que vence las desilusiones superficiales, siendo la filosofía de la historia: “la filosofía de los pueblos que se niegan a morir... La historia es perpetua agonía, pero mientras hay agonía hay vida, y mientras hay vida hay esperanza. Si existe una identidad de sustancia de la historia —concluye Ferrater Mora— puede encontrarse, pues, sólo en la vida agónica. La verdad de la historia es su agonía; la realidad de la historia es su lucha. Y aquí radica, precisamente, el más firme consuelo de esta visión, que condena a los hombres a la inquietud sin fin pero que les promete una existencia también sin fin, perpetuamente renovada” (8).

Se trata de un magisterio deslumbrante que nos proporciona enseñanzas de permanente actualidad y que el exégeta metapolítico Silvano Panunzio resume con este agudo comentario:

“Vico, sobre el rastro de la más antigua sapiencia mediterránea, egipcia y atlántide, ha reactualizado entre nosotros la intuición de la ciclicidad de la Historia; y platónicamente ha comprendido que sobre la tierra se reflejan las ideas eternas, que todo aquí abajo, con el concurso positivo o incluso negativo del hombre, realiza en el acto el plan supremo de la Providencia divina. Con intuición metapolítica que reimprime una bíblica horma, él además volvió a comprender y enseñó -contra el sectarismo racionalista de filósofos y científicos— que los verdaderos sujetos de todo el saber y de todo el obrar del mundo no son los individuos, sino los pueblos y las gentes, la humanidad universal. De modo que, por encima del mundo físico de la naturaleza y del mismo mundo psíquico de la historia está el mundo metafísico (o sea metapolítico) de las mentes humanas, consideradas en su unidad suprasensible y espiritual” (9).

Vico ha destacado, además, la estrecha conexión entre religión y civilización; por lo tanto su cosmovisión bien puede ser definida una “teología civil” que, un siglo después, encontrará otro abanderado cuando Juan Donoso Cortés —polemizando en contra de las posturas doctrinales de liberales y socialistas— sostendrá que tanto las tiranías, suscitadas para castigar los pueblos pecadores, como las rebeliones de los pueblos, permitidas para expiar las culpas de los tiranos, pertenecen al plan superior de la Providencia divina que asiste a los hombres y a las naciones en el transcurrir de la historia (10).

Entre las enseñanzas viquianas, me parecen especialmente apropiadas para las naciones americanas, algunas que considero oportuno destacar.

Resalto, en primer término, la ciclicidad histórica —ya mencionada— por tratarse de un proceso más acorde con la idiosincrasia de la “raza cósmica” tan bien descrita por José Vasconcelos y predominante en la latinidad de la América Románica, ajena pues al espíritu excluyente de la América anglófona y a su concepto de la historia concebida como evolución lineal progresiva: auténtico fetiche del proceso de expansión frente al cual, lamentablemente, se arrodillaron muchos ancestros nuestros de la época ilustrada, según denunció en su oportunidad el mismo Vasconcelos.

Sigue, además, el derecho natural que para Vico expresa la eterna transformación de las utilidades en principios de justicia y surge del aspecto sociable de la naturaleza humana, estrechamente conexo con las costumbres de las naciones. “Derecho eterno” —nos precisa Vico— que transcurre en el tiempo; “semillas eternas de verdad”, sepultadas en el alma por la primigenia culpa adámica, brotan pues en el corazón de la niñez de los hombres y de los pueblos y después crecen con ella; porque como la semilla de trigo, también la verdad debe ser sepultada para que pueda germinar, crecer, fructificar

El derecho natural —afirma Vico— constituye la piedra angular de la sociedad (y, por consiguiente, del estado como sociedad organizada) conformada básicamente por “la familia, la justicia, la religión” —instituciones no pactadas y no pactables que fueron consideradas los fundamentos de las organizaciones sociales tradicionales de nuestra América, tanto en época precolombina como en época colonial; y desde entonces constantemente corroídas por los sutiles gérmenes patógenos insinuados en los tejidos de la sociedad por las abstracciones del espíritu urbano e intelectual de la cultura de la Ilustración, desembocados en el pernicioso individualismo que, hoy en día, nos agobia con sus egoísmos materialistas.

El derecho natural tiene su origen en la voluntad y en la potencia divinas: existe ab aeterno y es válido para todos y entre todos los hombres. Al mismo tiempo el derecho natural pertenece a la historia, reflejando las transformaciones de las distintas edades de la humanidad, en la medida en que la mente del hombre madura, su conciencia se ilumina, la religión aclara y dirime sus problemas.

Desde el derecho natural brota el derecho positivo en el que se injerta la autoridad doméstica y la misma autoridad estatal, porque también los estados se moldean bajo la dirección de la Providencia.

Desde las primeras repúblicas (donde “el patrimonio censitario constituye la regla de los honores”), sucedidas —después de su corrupción— por las tiranías (“que expresan la anarquía y la desesperada libertad de los pueblos”) hasta las monarquías familiares, las aristocracias heroicas y las monarquías civiles, los estados, como las naciones, surgen, caen, resurgen. Los pueblos dominan o son esclavizados en la medida en que respetan o reniegan las normas jurídicas fundamentales. Aquí —sostiene Vico— “resplandecen dos grandes lumbres de orden natural: una nos indica que quien no sabe regirse por sí mismo tiene que permitir que otros lo dirijan; la otra nos indica que el mundo tiene que ser guiado por aquellos que, por su naturaleza, son los mejores”. Pero si los pueblos no observan las normas del derecho y otros pueblos no los dominan, entonces se desatan “desesperadas guerras civiles” por las cuales esos pueblos regresan a la condición salvaje y sus costumbres vuelven a la “primera sencillez” donde nuevamente se abrirán camino “lapietas, la fides, la ve- ritas que son los fundamentos naturales de la justicia” y constituyen “la gracia y la belleza del orden eterno de Dios” (12)

De la teoría viquiana del derecho natural se desprende que la garantía esencial para la vida de la comunidad y la existencia del estado, está en la norma ética radicada en la ley inmutable de la conciencia que refleja el orden y la libertad de los hijos de Dios.

La enseñanza viquiana solicita entonces a los pueblos —especialmente aquellos de nuestra América— arrastrados por la edad moderna lejos de sus auténticas raíces afincadas en el derecho natural, que retomen el cauce histórico trazado por la Providencia divina que asiste a los hombres y las naciones.

III. La concepción simbólica del mito: metafísica de la mente y el sentido de América románica

En la Weltanschauung viquiana un lugar céntrico ocupa la concepción del mito considerado la “metafisica de la mente” que precede la metafísica de los conceptos.

Investigando sobre el origen y el desarrollo de la humanidad, Vico observó que el ser humano primeramente advierte las modificaciones de los cuerpos, después se entera de las modificaciones de los espíritus y finalmente conoce las modificaciones de las mentes. Descubrió así que cada lenguaje —por más abundante y docto que sea— está obligado a explicar los asuntos del espfritu por medio de imágenes sensibles; las sensaciones, entonces, ceden el paso a la imaginación y el hombre habla el “lenguaje poético del mito” que por medio de los “universales fantásticos” expresa todo su espíritu y toda su experiencia, nutrida de fantasía y sensibilidad, permitiéndole de este modo aprehender —dice Vico— el sentir de sí mismo en las cosas; es decir: ver la mente humana con los sentidos.

 

El mito, para Vico, expresa el “universal humano” (que no significa, todavía, la “universalidad” de la razón) por ser un “universal fantástico” que se caracteriza por sus rasgos poéticos.

Pero, como anotaba años atrás el filósofo italiano Enzo Paci en un original comentario del pensamiento viquiano:

“Finalmente los caracteres poéticos se revelarán formas de un carácter poético único, los distintos mitos como moldes de un único mito, los distintos dioses como metamorfosis de un único Dios, los distintos héroes como rasgos poéticos del único carácter poético que es el hombre universal, caracterizado a la vez como ser concreto, persona: se trata, pues, del hombre heroico, del puro Adán que vive, actúa y conoce según la racionalidad pura de la ley por la cual la personalidad coincide con la universalidad, con el logos. Esto es el camino interior de la dialéctica de los caracteres, según Vico. Esta es la historia ideal del hombre que desde la informe animalidad avanza hacia la individualidad egoística y económica; desde la individualidad traspasa hacia la personalidad como construcción esquemático-fantástica (el carácter poético que une el individualismo a la personalidad) y descubre por fin que el fundamento de la personalidad está en su conocimiento universal y en su universal actuación; es decir: en aquel principio que une a todos los hombres en el solo hombre que constituye el fundamento estructural de la historicidad y del espíritu”

El mito expresa la función teorética mediadora entre el “universal fantástico” y la imagen, porque la verdad de los sentidos precede la verdad de la razón. Al respecto Vico afirma:

“La locución poética ha nacido antes de la locución prosaica, por necesidad de la naturaleza humana; así como por necesidad de la misma naturaleza humana han nacido las fábulas, universales fantásticos, antes de las argumentaciones universales, o sea filosóficas” ‘.

A los hombres primordiales de la ingens sylva, el cielo se presentaba como un gran cuerpo inteligente que hablaba por medio de rayos y truenos; y al cual la fantasía primitiva y temblorosa dio el nombre divino de Júpiter.

Ahora bien —explica Vico— todas las naciones tuvieron un Júpiter, padre de todos los dioses: lovis omnia plena. Los dioses, hijos de Júpiter, fueron el símbolo de las distintas actividades humanas y funciones celestes. Así, Diana, diosa púdica, representó a la Luna; Venus, diosa de la belleza coincidió con la estrella más resplandeciente; Apolo, símbolo de la “luz civil” se identificó con el astro solar.

Pero paulatinamente los hombres se bajaron del cielo simbólico; y a los hijos del divino Júpiter sucedieron, como símbolos de las acciones humanas, los héroes hijos de los dioses. La lucha de cada héroe devino entonces lucha por la civilización. Este fue el momento de las luchas de Hércules en contra de la hidra y del león nemeo, símbolos de la ferini dad primordial. Hércules representó, pues, el arquetipo del héroe político que quemando la ingens sylva para reducirla a tierra cultivable, dio inicio a la historia, sólo posible cuando el caos de la temporalidad prehistórica fuera sometido a las medidas de un antes y un después que presuponen un pasado, un presente y un futuro.

Los tiempos históricos empiezan entonces por la destrucción de la selva y la cultivación del campo culminando, además, con el nacimiento de la civilización y la cultura, según una perspectiva esencialmente religiosa que encuentra su matriz en el altar sobre el cual brilla el fuego sagrado.

Vico establece aquí una estrecha relación entre el fuego destructor de la selva y el fuego sagrado que arde sobre el altar.

Pero el altar guarda también el lituo: la vara de los arúspices, quienes en Roma adivinaban el futuro.

Para Vico el vocablo divinidad está vinculado al verbo latino divinari que indica el “accionar” de Dios según una proyección hacia el futuro expresada por el rito-mito de la adivinación.

Sobre el altar, junto al fuego está el agua contenida en una alcuza: símbolos, ambos, del derecho implícito en el rito religioso de la adivinación.

Entre el fuego y el agua, se encuentra la antorcha, símbolo del matrimonio —celebrado entre los romanos aqua et ignis— considerado un rito jurídico de orden religioso, y que es —dice Vico— “semilla de las familias y las familias semillero de las repúblicas”.

Cerca del altar, pues, está instalada una urna cineraria que simboliza la humanitas, realidad indicada por una palabra que Vico relaciona semánticamente con el rito de la sepultura que, con la muerte del cuerpo temporal, sella la inmortalidad del alma que sobrevive al cuerpo físico.

El fuego y el agua, custodiados sobre el altar, simbolizan además la primera morada histórica de los pueblos; o sea un espacio circunscrito por limites precisos, paralelo al inicio del tiempo. Entonces la destrucción de la selva (representación del caos) por el fuego, es la condición previa para asegurar al hombre un espacio donde afincar su morada.

Nota explicativa

La mujer de sienes aladas que se eleva sobre el globo terráqueo, o sea, el mundo de la naturaleza, representa la metafísica, cuyo nombre suena tanto. El triángulo luminoso en cuyo interior hay un ojo observante representa a Dios bajo el aspecto de su providencia, aspecto bajo el cual la metafísica lo contempla en actitud estática por encima del orden de las cosas naturales, y bajo el cual hasta ahora ha sido contemplado por los filósofos; porque ella, en esta obra, elevándose aún más, contempla en Dios el mundo de las mentes humanas, que es el mundo metafísico, a fin de demostrar la providencia en el mundo de las almas humanas, que es el mundo civil, o sea, el mundo de las naciones; el cual, en cuanto a sus elementos, está formado por todas aquellas cosas que aparecen en la parte inferior de la ilustración representadas con jeroglíficos. Por eso el globo, o sea, el mundo físico o natural, se apoya en un solo lado del altar; porque hasta ahora los filósofos, que han contemplado la divina providencia únicamente a través del orden natural, han demostrado sólo una parte de la misma, por lo cual los hombres otorgan a Dios la adoración con sacrificios y otros honores divinos, como Mente dueña, libre y absoluta de la naturaleza (ya que, con su eterno consejo, naturalmente nos ha dado el ser y naturalmente nos lo conserva); en cambio, no la contemplaron todavía bajo el aspecto más propio de los hombres, cuya naturaleza tiene esta propiedad fundamental: la de ser sociables. La providencia de Dios al respecto ha ordenado y dispuesto las cosas humanas de tal manera que los hombres, caídos de la justicia perfecta a raíz del pecado original, pretendiendo hacer casi todo lo diverso e incluso a menudo todo lo contrario —y así, para servir a la utilidad, vivieron en soledad como fieras salvajes—, por esos mismos diversos y contrarios caminos, en la búsqueda de su propia utilidad se empujaron unos a otros a vivir con justicia y a conservarse en sociedad, y de este modo a ensalzar su naturaleza sociable; la cual en la obra se demostrará que es la verdadera naturaleza civil del hombre, y con ello que existe derecho en la naturaleza. Dicha conducta de la providencia divina es una de las cosas sobre las que principalmente razona esta ciencia divina; por lo que, en tal sentido, viene a ser una teología civil razonada de la providencia divina.

Giambattista Vico

Pero el agua y el fuego se re-velan (en el doble sentido semántico de destapar y encubrir) respectivamente como los símbolos de la madre (agua) y del padre (fuego), del nacer y del permanecer en un orden que sobrepasa los límites del individuo nacido; el agua y el fuego son, respectivamente, el alma y el espíritu, la “vida” generadora y el “espíritu” conservador.

El surgimiento de la humanitas —relacionado con la tierra y el cielo, con la selva y el fuego, con la violencia primitiva de los gigantes, con el rayo divino aterrador— se produce cuando la tierra amansada se hace madre de las almas, no de los cuerpos; es decir de la sociedad humana.

Dios, anteriormente visto como divinidad asombrosa —una vez que los gigantes se transformaron en sus sacerdotes— no fue más percibido como el trueno que espanta, el padre que castiga; sino como el padre providencial que otorga el orden y la ley a la sociedad, sentido y dirección a la historia de la humanidad. Y cuando el gigante reniega de su violencia pasional, de su madre y de su padre físico, sepultando su cuerpo desmesurado, él renace entonces en alma y espíritu como hombre nuevo, partícipe de una libre realidad social; porque el nacimiento de la humanitas coincide con la muerte del caos existencial natural; muerte-vida de la cual brota un orden social y moral de alcance universal.

Pero los hombres —después de haber radicado sus moradas en un territorio y haber constituido la sociedad— se enfrentan todavía a la eventualidad latente y amenazadora de un regreso a la ferinidad primordial. Para defender su condición civilizada, entonces, tendrán que pelear, poniendo la lucha bajo el amparo de leyes duras, las leyes de guerra. La historia —destaca Vico— retoma así su dialéctica perenne entre dos dimensiones resumidas en ley y naturaleza, fuerza política y orden moral, respectivamente simbolizadas por el arado y el timón.

El arado representa las gentes mayores que han edificado la ciudad, constituyendo una sociedad civilizada, amparada por la religión, fundada sobre la fuerza moral y el orden, la justicia y la virtud. Como símbolo de la fundación de la ciudad, el arado es signo de la estabilidad social.

Al arado se contrapone el timón, símbolo de la trasmigración de los pueblos por medio de la navegación. Aquí, la trasmigración se identifica con los hombres que —atormentados por su stultitia que los hace enemigos de ellos mismos— todavía viven según un estado de ferinidad animal en un espacio amorfo representado por la vastedad del mar.

Los hombres en estado de ferinidad, después de vagabundear, buscan refugio entre los héroes piadosos de la sociedad primordial; quienes —reprimidos los refugiados más violentos— aseguran protección a los más débiles que se hacen sus siervos (o famuli , como los nombra Vico, utilizando un antiguo vocablo latino). Aquí radica el origen del patriciado (los héroes) y de la plebe (los famuli) en Roma, de los nobles feudatarios y de los siervos de la gleba en la Edad Media europea; estamentos humanos que se enfrentarán entre sí, en luchas sociales y guerras serviles a lo largo de la historia.

A consecuencia de estos enfrentamientos, los famuli vencidos, para evitar la opresión —observa Vico— buscaron refugio y salvación en el mar, navegando hacia nuevas riberas, para fundar en otras tierras una civilización que les evitara el regreso al caos primordial de la selva. Pero aquí el recurso histórico ya no significa el regreso a una “bárbara vagancia”, sino el avanzar sobre el amorfo mar, hacia una nueva etapa de la humanidad (15)

Al interior de la civilización de la época heroica, aparece el siguo del fascio etrusco-romano: símbolo inicial de la autoridad patriarcal de los patricios (autoridad resumida en el Senado aristocrático) que paulatinamente se extiende a la plebe, agrupación del pueblo que en Roma no rehúsa la ley, sino que la reclama para sí misma, logrando con la institución del Tribunado la integración en el elemento aristocrático del elemento democrático de la romanidad, en la fórmula áurea: Senatus populus que romanus (S.P Q.R.).

Junto al fascio, en la simbología viquiana aparecen tres símbolos más:

La espada: expresión de la fuerza implícita en la ley, considerada no como un principio abstracto, sino como una norma ética con- creta que resuelve con “corte directo” los nudos gordianos de la injusticia.

La bolsa: expresión del “comercio” implícito en el salario pagado a los famuli y en el dinero pagado por el civis romanus al erario de la res publica. Se trata de un símbolo de origen económico que explica además —según Vico— la dialéctica social resumida en las dos leyes romanas que aseguraron a la plebe su propia libertad cívica: la ley Publiia y la ley Petelia; la primera dando plena validez a los plebiscitos (es decir, a las consultaciones de la plebe); la segunda aboliendo la esclavitud económica de los plebeyos que no podían pagar sus deudas a los patricios.

La libra: representa la suerte que enfrentan las repúblicas populares, como decían los griegos, citados por Vico; quien en la libra ve el símbolo máximo del equilibrio entre cuerpo y mente, naturaleza y espíritu, entre la igualdad natural y la igualdad civil alcanzada por los “gobiernos humanos” sucedidos a los “gobiernos heroicos”, término último del desarrollo histórico, económico, social y jurídico de la humanidad.

Ocupándose de la dialéctica entre el arado y el timón, Vico la pone en relación con el origen de los idiomas; origen representado por la tabla grabada con el alfabeto griego y latino. La tabla está próxima al arado, pero lejos del timón. Eso porque el origen del lenguaje —según la visión viquiana— supone que los héroes —abandonando el vagabundear ferino— se hacen “fundadores de naciones”; y siendo los lenguajes nativos “lenguas naturales” que se multiplican en relación tanto a las dialécticas de las naciones como a las relaciones entre los pueblos, allí estaría la motivación de la estrecha cercanía entre el arado (símbolo de la fundación de la ciudad) y la tabla grabada (símbolo del lenguaje).

Al costado de la tabla grabada, aparecen cinco jeroglíficos que simbolizan el desarrollo interno de la civilización fundada por los héroes.

Vico observa que en las Indias Occidentales, los mejicanos escribían por medio de jeroglíficos: lenguaje icónico usado entre los demás indios que pintaban símbolos de animales, plantas, flores, frutos para distinguir los distintos clanes familiares, según una sorprendente modalidad en uso en la heráldica medieval europea.

Esta relación entre expresión lingüística y símbolo es esencial para entender el descubrimiento viquiano del lenguaje como mediación del mito; porque para Vico es mito también el lenguaje que desde el gesto y el rito —“acto religioso y lengua divina” todavía cargada de sentimientos y practicidad— se hace “lenguaje heroico”: expresión fantástica del actuar humano que evoluciona desde la lucha hacia la racionalidad del hombre, porque la fantasía contiene dentro de sí tanto el “conocer” como el “actuar” humano.

Vico ve el desarrollo del lenguaje en tres etapas: la primera (edad divina) se expresa por “signos” y “actos mudos y religiosos” en un acontecer que paulatinamente genera —según Carlos A. Disandro— “un sistema semiótico, variable por cierto según lugar, estirpe, condición y otras incidencias del contorno”; la segunda se expresa por “empresas heroicas”: lenguaje definido por Disandro “pre-semántico, aunque ya articulado, pero sin las intrínsecas relaciones del sensus que implica todo lenguaje desarrollado”; la tercera (edad humana) coincide con la etapa de un hablar ya articulado, es decir por “palabras semánticas” generadas —como aclara nuevamente Disandro— “por intervención de una potencia anímica antrópica, la fantasía, que Vico hace intervenir como energía originaria de esta inmanencia histórica”; fantasía que genera a su vez tres categorías (el lenguaje, el mito, la poesía) consideradas fundamentales en el trasfondo semántico de la historia; porque —siempre en palabras de Disandro—:

“en realidad mito y poesía son funciones primarias del lenguaje articulado, y éste es a la vez metamorfosis naturalística de los signos indicativos en articulación y combinatoria semánticas. Aquí empieza la historia primitiva. Ella se funda en realidad en la palabra como función esencial de la fantasía antrópica” (16)•

La fenomenología del lenguaje está, para Vico, directamente conectada al mito, porque la “palabra” —creación de signos y sonidos, símbolos e imágenes— es el signum esencial del humanum, es el logos que se manifiesta ab initio como palabra y mito, porque todo puede ser expresado por la palabra y todo puede ser manifestado por el mito. Por eso el lenguaje es mito: expresión de todo conocimiento y de todo acaecimiento que regresa al logos; por eso cada crónica y documento, las res gestae de los pueblos, el dolor, la esperanza y la alegría de los hombres —como sus sueños no realizados— constituyen el lenguaje humano que guarda en su intimidad el arte, la ética, la lógica, la poesía y la filosofia. Por eso, finalmente, el lenguaje es la síntesis mediadora entre el pasado y el futuro: sonido y signo, imagen y mito que enriquece la comunicación entre los humanos y ennoblece la relación entre las civilizaciones, enalteciéndolas a los arquetipos de la Mens Divina.

 

La culminación del lenguaje como manifestación del espíritu, se da con la onomathesía, por medio de la cual Dios concedió a Adán el privilegio de imponer el nombre a todas las creaturas según la naturaleza de cada una. Es decir: el lenguaje alcanza su cumbre sagrada desde el momento en que la palabra, identificándose con el “nombre esencial” de las creaturas, las introduce en la historia para cumplir el proyecto de la Mente divina en el mundo, como afirma el mismo Vico en la “degnidad” séptima de su Ciencia Nueva:

 

“Los hombres han hecho el mundo de las naciones, pero este mundo ha salido desde una Mente divina, muchas veces distinta y a veces hasta contraria, pero siempre superior a los fines particulares”.

En otras palabras, Juan Bautista Vico nos enseña que la Providencia traza el proyecto del mundo, y que los hombres lo edifican, siendo el ser humano artífice de una obra que es, en su conjunto, proyecto divino y trabajo humano. Los hombres entonces saben que depende de su libertad de elección de mostrarse dignos, con sus obras, del proyecto providencial divino.

Aquí consiste el profundo sentido metapolítico del magisterio viquiano: ser conscientes de que el desarrollo del mundo y de la historia es, en conjunto, obra providencial y humana a la vez, porque si los niveles de la historia humana y de la historia sagrada son distintos, ellos nunca son opuestos.

De este sentido metapolítico se desprende la recomendación, para ‘os pueblos de nuestra América, de recuperar su proyecto providencial por medio del rito y del mito —anillos entre el tiempo y la eternidad— radicados en todo el espacio concreto de sus culturas tradicionales y de su geografia sagrada (17)

Recuperar el sentido de lo sagrado, además, es algo vital para Vico, quien como conclusión de su obra magna nos proporciona una advertencia, actual más que nunca para los tiempos inestables y sombríos que vivimos:

“Cuando se ha perdido la religión, nada queda a los pueblos para vivir en sociedad, ni escudo para defenderse, ni medio para aconsejar- se, ni planta para agarrarse, ni forma para existir en el mundo”.

El actual tentativo criptopolítico de agotar las distintas civilizaciones modernas del planeta es una homologación mundialista —disfrazada de libertarismo, pero dominada en realidad por el demonismo totalitario de un economicismo apátrida que ha apagado todo sentido mítico-religioso en la vida personal y colectiva de los hombres— nos hace pensar que la actual “edad humana” —consumidos los últimos recursos de su racionalidad— está acercándose al límite extremo que la separa de una inminente barbaridad futura.

En este contexto, la cosmovisión viquiana resulta la más acertada para la idiosincrasia mítico-religiosa e histórico-cultural de nuestra América Románica, porque regresar a Vico significa reconstruir la síntesis dinámica entre el Verum y el Factum, entre mito y realidad, razón e imaginación, religión y verdad; significa sobre todo penetrar en lo profundo de nuestra intimidad social y personal, conscientes de que si la ciclicidad de la historia guarda el riesgo de un regreso a laferinidad aqueróntica de la ingens sylva, el mito perenne de la mens heroica, sustentado en la historia ideal eterna, nos abriga la esperanza de alcanzar nuevamente las cumbres inmaculadas de la edad hyperbórea.

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Primo Siena

Notas

1) C. A. Disandro, “Reasunción del principio hyperbóreo”, en Ciudad de los Césares, N5 23 (marzo-abril), Santiago de Chile, 1992, pp. 11-15.

2) V. A. Belaunde, Bolívar y el pensamiento político de la revolución hispanoamericana, W ed., Lima, 1977, pp. XIII-XXT.
N°5-6(2000-2001)

3) G. Vico, Scienza Nuova, Libro 1, Tercera Parte, en la edición de Fausto Nicolini publicada por Laterza, Bail, 1967, 5 ed. Las sucesivas referencias a la Scienza Nuova se referirán a esta edición, salvo en los casos de distinta indicación.

4) J. Ferrater Mora, Cuatro visiones de la Historia Universal (capítulo “‘lico o la visión renacentista”), Madrid, Alianza Ed., 1982, p. 57.

5) G. Vico, op. cit., “degnitá” N2 332-33.

6) G Vico, op. cit., Libro ig parte primera.

7) “G Vico, op. cit., Libro 1V subtítulo “Del corso che fanno le nazioni”. Se trata de una concepción triádica vertical que se desarrolla en un sentido jerárquico, desde el espíritu hacia la naturaleza, desde la naturaleza hacia el espíritu; desde la teología hacia la historia y desde la historia hacia la teología. El “triadismo” de Vico es metafísico, bien distinto entonces de aquel del pensamiento hegeliano, que es horizontal y por lo tanto antijerárquico y antimetafisico.

8) J• Ferrater Mora, op. cit., pp. 53-54.

9) S. Panunzio, Metapolitica - La Roma eterna e la nuova Gerusalemme, Roma, Ed. Babuino, 1979, pp. 825-826.

10) E Siena, Donoso Cortés, Roma, Volpe Ed., 1966. Véase en especial el capítulo introductivo “Un teólogo del tradicionalismo político”, pp. 7-18.

11) “Véase al respecto T. G. Bergin y M. H. Finch, The New Science of G. B. Vico, New York, 1968

12) G.. Vico, De uniuersi iuris uno principio etfine uno, 1 ed., Milano, 1835-36; y Scienza Nuova, ed. cit. “

13) E. Paci, Ingens Sylva, Verona, Ed. Mondadori, 1949, pp. 157-158.

14) G. Vico, Scienza Nuova, 1, Bari, 1928, Ed. Nicolini, 1928, pp. 195-196.

15) G. Vico, op. cit., 1, pp. 18-19.

16) C, A. Disandro, El reino de la palabra - Semántica y Transfiguración, La Plata, Fundación Decus, 1995, pp. 67-68.

17) E Gonzales, Los símbolos precolombinos - Cosmogonía, Teogonía, Cultura, Madrid, Ed. Obelisco, 1989, p. 32, donde el mito y el rito son definidos: “puente entre una realidad sensible, perceptible y cognoscible a simple vista y el misterio de su auténtica y oculta naturaleza que es su origen”.


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