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El Tribunal Constitucional dictamina que la vida de los niños antes de nacer no es protegida por la Constitución: 116/1999, de 17 de junio de 1999 ratifica el carácter abortista de la Constitución: ·los no nacidos no pueden considerarse en nuestro ordenamiento constitucional como titulares del derecho fundamental a la vida que garantiza el art. 15 de la Constitución· (Cuarto Parrafo del punto 5 dentro de los Fundamentos jurídicos) (BOE de 08/07/1999)
1985-2004 = 930.005 niños asesinados dentro de la Constitución.


Los abortos legales realizados en España durante el periodo de Felipe González desde el 5 de Julio de 1985 (sanción real) hasta el 5 de Mayo de 1996 (Toma de posesión de Aznar) fueron 359.624
Los abortos legales realizados en durante la presidencia de José María Aznar desde el 6 de Mayo de 1996 (Primer día de gobierno) hasta el 17 de Abril de 2004 (Toma de posesión de Rodriguez) fueron 511.429
(Fuente: Subdirección General de Promoción de la Salud y Epidemiología)

Ya no hay palabras

por Gonzalo Rojas Sánchez

Ya no hay palabras, ya no se las usa, ya pueden ser incluso reemplazadas por letras símbolos en los mensajes de celular. ¿KChy? La realidad rica en matices, se hace plana, fome, sosa, gris, chata en la expresión juvenil. (Uf, ¿para qué tanto sinónimo?) No hay distinciones ni sutilezas. Los afectos se hacen corpóreos, táctiles… porque no hay palabras

Mientras el bus dobla frente al Sporting en Uno Norte, leo con asombro lo escrito con spray en una pared: “El amor sensual es infiel”; y pocos metros más allá, aparece otra sentencia entre exclamaciones “¡Hambre de infinito!”

No sé quién ha sido el copista, pero no cabe duda que frases como ésas ya no se escriben en nuestra murallas. Ni son muchas tampoco las que hablan de revolución o convocan a los jóvenes; a lo más, uno que otro papelógrafo comunista nos llama de vez en cuando a la reflexión.

Pocos metros más adelante el bus enfila hacia el terminal de Viña y por el costado del estero, cientos, miles de grafitis se disputan los metros cuadros de pared, como en todas las bases de esculturas, como en todos los avisos publicitarios, como en todos los paraderos de micros, como en todo Chile. Son barrocas transcripciones de símbolos que demarcan territorio; se repiten y multiplican en figuras y colores. Ninguno tiene palabras, ni menos frases. No hay sentido, sólo una señal: por aquí pasamos los autores; como en el mundo animal.

La escena, idéntica en contenido, se repite en los diálogos de metro, micro y patio entre jóvenes. El garabato chileno ya universal, sustantivado, adjetivado, verbalizado lo llena todo. A cada frase acuden dos o tres ovoides en ayuda del locutor; y con aquellos se asocian facilmente las féminas linguísticas que antes sólo pronunciaban los delincuentes al momento de ser detenidos. Por eso, al tener que hacer una presentación oral, esos mismos jóvenes -universitarios o ya profesionales- tropiezan en numerosas muletillas con las que tratan de reemplazar todos los garabatos que claman por sus fueros perdidos. Porque, claro, en una clase o en una reunión, mejor no usarlos, no vaya a ser que el viejo de mierda se enoje. Por eso los “digamos”, los “entonces”, los “ya” y los “eeeeeeh” se multiplican tratando de unir cifras y de explicar efectos power point.

Ya no hay palabras, ya no se las usa, ya pueden ser incluso reemplazadas por letras símbolos en los mensajes de celular. ¿KChy? La realidad rica en matices, se hace plana, fome, sosa, gris, chata en la expresión juvenil. (Uf, ¿para qué tanto sinónimo?) No hay distinciones ni sutilezas. Los afectos se hacen corpóreos, táctiles… porque no hay palabras.

Sólo desde el hogar puede recuperarse la palabra. Nosotros, en la Universidad, el Instituto, el Liceo o la Escuela, podemos ayudar, pero sólo la casa conseguirá que dentro de una década, aún queden palabras, si no han venido ya los de Fahrenheit 451 a terminar de quemarlas.

¿Cómo? Más cuentos contados desde libros clásicos, contados en voz alta a niños de casas con televisores apagados; más conversaciones de sobremesa tejidas entre padres e hijos de casas con televisores apagados; más preguntas entre pololos sobre qué hiciste hoy, en bares y pubs con televisores apagados. Y así y sólo así, más ensayos y presentaciones orales en centros educativos con profesores y alumnos que viven vidas de televisores apagados.

Porque si ya no hay palabras, la culpa es nuestra… por no hablar.

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Gonzalo Rojas Sánchez


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