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Nuestra herencia cristiana

por Max Silva Abbott

Si no conocemos nuestras raíces, quedamos completamente a la deriva y nos hace fácilmente embaucables y dominables.

Puesto que las burlas, fantasías y puestas en duda de todo lo que se refiere al cristianismo están de moda, parece útil y justo señalar algunas cosas en su favor, puesto que da la impresión que para algunos, éste fuera casi un accidente en la historia occidental, cuando no una increíble y habilísima maquinación que busca embaucar e incluso dominar a los sujetos, movido por un desmesurado afán de poder.

En realidad, Occidente es tal y posee su esencia gracias al cristianismo, por mucho que diversos tratados internacionales se esfuercen en negarlo. No sólo porque basta con echar un rápido y desprejuiciado vistazo a lo que ha sido la historia de esta parte del mundo (piénsese en el arte, la literatura, la filosofía, la arquitectura), sino porque el cristianismo fue el gran responsable de que esta cultura en la cual estamos insertos, surgiera.

En efecto, luego de la caída del Imperio Romano (476 d.C.), sólo la Iglesia quedó en pie como institución organizada, lo cual fue fundamental para lograr que poco a poco los restos de la civilización grecolatina se fusionaran con los en ese entonces toscos y salvajes germanos. Y la tarea no fue nada fácil, en atención a la enorme distancia cultural que los separaba. Si pudiera hacerse un símil hoy, es algo así como si Europa occidental cayera en manos de los musulmanes del norte de África: como puede verse, es casi como mezclar el agua con el aceite; y eso fue lo que logró el cristianismo, limando asperezas, influyendo en las costumbres y modos de pensar de la época.

Otro punto interesante es que gracias a la Iglesia surgirían primero las escuelas y posteriormente, en el siglo XI, las universidades –uno de sus legados más valiosos–, lo cual muestra de paso que la llamada “Edad Media” no era ni tan oscura ni tan primitiva como se pretende hacer creer hoy. Y de hecho, la filosofía y la teología alcanzaron en esos siglos uno de sus pináculos más altos en la historia occidental.

Pero además de su mensaje salvífico, tal vez el aspecto más importante que Occidente debe al cristianismo es el concepto de “Persona”, noción eminentemente cristiana, ligada al dogma de la Santísima Trinidad y también a Cristo mismo, perfecto Dios y perfecto hombre. Gracias a la obra de los primeros teólogos y filósofos, así como a diversos concilios, se llegó a la conclusión de que el hombre poseía una dignidad inherente que lo posicionaba muy por encima del resto de la creación, lo cual obligaba a tratarlo con respeto, o como diríamos hoy, que posee ciertos derechos fundamentales. Este concepto de persona, actualmente dado por descontado, no existiría como tal sin el aporte cristiano. Basta ver cómo son tratados muchas veces los hombres y en particular las mujeres en otras culturas, para darse cuenta que en este aspecto, y aun cuando falte todavía mucho por hacer, Occidente está sin duda bastante más adelantado que sus vecinos. Con todo, es en parte por el olvido de sus raíces que actualmente este concepto, que se creía afianzado para siempre luego de la Segunda Guerra Mundial –en particular referido al derecho a la vida–, se encuentra hoy en un peligroso retroceso.

Son sólo algunos puntos que conviene aclarar, para no tergiversar e incluso falsificar la historia, lo cual es importante, puesto que si no conocemos nuestras raíces, quedamos completamente a la deriva, lo cual de paso –aquí sí–, nos hace fácilmente embaucables y dominables.

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Max Silva Abbott



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