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El Corán y el Cristianismo

por Rubén Calderón Bouchet

Vivimos un momento histórico en que los aspectos positivos del universalismo cristiano se dejan envolver en las brumas de la confusión ecumenicista de indudable origen masón. Este desmayo del ímpetu apostólico de la Iglesia coincide con un fuerte renacimiento de la conciencia islámica para auspiciar una peligrosa permeabilidad de cultura a los diversos impactos agresivos del Islam.

A una profusa literatura de acercamiento en la que figuraron los nombres de Louis Massignon, Carlos Suarés, Miguel Asín Palacios y Rene Guénon, para señalar los más notables, sucedió el estupor por lo que se consideró, en primer lugar, la terrible inmovilidad del odio islámico, esa pasión anti-cristiana alimentada con las frustraciones del orgullo herido y que ante las manifestaciones evidentes de la debilidad europea creció con violencia arrolladura.

Todavía entre nosotros es frecuente oír hablar de la actitud respetuosa del Corán con respecto a la figura de la Virgen María, de Juan el Bautista o de Nuestro Señor Jesucristo. Son numerosos los escritos donde se habla de la influencia cristiana sobre el Corán o se busca, en algún desconocido monje nestoriano, los resabios vergonzantes de un cristianismo que no osó decir su nombre.

Muy poco tentado por este acercamiento, que supone o bien una ignorancia supina de los textos, o un deseo de ser amable que desafía cualquier insulto, examinaré las noticias más importantes que da el Corán sobre el cristianismo para desautorizar las confusiones que nacen de un irenismo religioso sin fundamento.

María, Miriam en árabe, es mencionada treinta y dos veces en el Corán y según Ahmed Abboud los musulmanes hablan de su pureza, de su virginidad y de su nacimiento sin mancha con un respeto que haría avergonzar a muchos cristianos. Sostiene nuestro traductor que María fue concebida sin pecado y que esta idea se encuentra perfectamente asentada en el Corán y de tal modo, que el dogma de la Inmaculada Concepción fue revelado a Mujamad por el Ángel Gabriel, muchos siglos antes de ser anunciado por la Cátedra de Pedro.

De acuerdo con la tradición cristiana, el Corán nos introduce en la historia de María y de Jesús con una prolija referencia a Juan Bautista, hijo de Zacarías e Isabel. Los hechos mencionados en el Sura 19 son conocidos por nosotros de acuerdo con el Evangelio según San Lucas I, 5-25. No obstante, los coranistas advierten que ese Evangelio no puede haber sido la fuente en la que se inspiró el autor del Corán.

Escrito originalmente en griego, San Lucas no fue traducido al árabe para la fecha de la predicación de Mujamad. Si atendemos al contenido, el evangelio de San Lucas está totalmente dominado por un interés mesiánico. Juan Bautista es, fundamentalmente, el Precursor.

"...el que prepara el camino del Señor y da a su pueblo el conocimiento de la salvación para la remisión de los pecados, con el fin de iluminar a los que permanecen en las tinieblas a la sombra de la muerte" (Lucas, I, 76-79).

Esta misión religiosa atribuida a Juan Bautista por Lucas, cambiaba completamente la perspectiva de la versión judaica del Mesías y el Corán la escamotea de un modo sistemático y firme. No se refiere para nada a la misión del Bautista y lo coloca simplemente en la línea tradicional de los profetas hebreos. No anuncia el advenimiento de Aquél de quien no es digno de atar las correas de sus sandalias y se presenta sí, como un buen observante de la Ley, como confirma el Sura 19, en la aleya 12:

¡Oh, Iahia (Juan)! ¡Observa fervorosamente el libro! Y le agraciamos desde la infancia con la sabiduría".

El consejo supone un voto de fidelidad a la Torah en la línea más convencional seguida por los creyentes judíos. No tiene ninguna misión especial que cumplir. Su relación con Jesús, tema fundamental del Evangelio de San Lucas, está rota. No pertenece a la revelación que culmina con la llegada de Cristo, sino a la vieja tradición israelita que se encierra en la estricta observación de la Ley.

En ese mismo sura se habla de María y se nos hace saber que desde muy niña se retiró de su casa para vivir en el templo, en el santuario, mencionado como el lugar oriental de la casa.

Y colocó una cortina para ocultarse de ellos, y le enviamos nuestro espíritu que se le apareció personificado en un hombre perfecto... Le dijo tan solo: soy el mensajero de tu Señor, encargado de agraciarte con un hijo inmaculado".

María dio a luz a Jesús y este supo desde su más tierna infancia "que era el siervo de Dios, quien me concederá el Libro y me designará profeta". (Sura 19, aleya 30).

Esto está dicho para que lo adviertan los blasfemos que aseguran que se declaró el hijo de Dios, "porque es inadmisible que Dios tenga un hijo" (Ibíd., aleya 35).

Jesús, lo mismo que Abraham, Isaac, Jacob y Moisés, pertenece al elenco más puro de los santos de Israel. No se habla del Ungido del Señor, ni del Nuevo Testamento de Dios con los hombres, sellado con la sangre del sacrificio de su Unigénito. Es el Antiguo Testamento que reivindica para sí al profeta de los cristianos y les quita a esos ilusos la pretensión de inaugurar una etapa inédita en la relación de Dios con los hombres.

En el Sura 3, aleyas 33 y siguientes, se transcribe un nuevo relato sobre el nacimiento y la genealogía de María. Ahora sabemos que fue hija de Inram y hermana de Moisés y Aarón. Su madre la destinó a Dios desde el nacimiento, convencida de que sería un varón. Al descubrir su sexo no se desalentó y la destinó igualmente al Señor "para que la pusiera bajo su amparo a ella y a su descendencia y la liberara del maldito Satanás" (Sura 2, aleya 36).

A esto es, probablemente, a lo que Ahmed Ab-boud, con la mejor voluntad del mundo, considera un enunciado del dogma de la Inmaculada Concepción de María. El Señor la aceptó con complacencia y la puso en el Templo bajo el cuidado de Zacarías, marido de Isabel y padre del Bautista y por otra parte, sin mucha coherencia, contemporáneo de Moisés y Aarón.

Anacronismos históricos de este calibre han hecho suspirar por la ignorancia inocente del autor del Corán. Existen detalles en esta pretendida ignorancia que suponen un conocimiento de los hechos históricos nada trivial y permiten sospechar la existencia de una decidida intención de confundir al interlocutor eventual sobre la auténtica personalidad de María.

Sin ilación con el relato donde se narra el nacimiento de Juan el Bautista, la aleya 42 inserta una invocación hecha a María por los ángeles que trae el recuerdo de la "Salutación":

¡Oh, María! Por cierto que Dios te eligió, te purificó sobre todas las mujeres del mundo".

Y, a renglón seguido, le recuerda que debía consagrarse, inclinarse y prosternarse con los orantes, es decir, con los verdaderos creyentes que adoran a Dios en su unicidad indiscutible.

La aleya 43 del mismo sura afirma, en la versión dada por nuestro traductor, que los ángeles dijeron también a María:

¡Oh, María! Por cierto que el Señor te albricia con el Verbo, cuyo nombre será el Mesías, Jesús, hijo de María, noble en este mundo y en el otro y se contará entre los bienaventurados, y hablará a la gente en su infancia y en la madurez y se contará entre los virtuosos".

Hemos destacado el anacronismo que comete el autor del Corán cuando hace de María Santísima una hermana de Moisés y Aarón.

Era pasar sobré mil años de historia como la sombra de Yavé entre los árboles del Edén. Ningún judío instruido en la Sagrada Escritura ignoraba que Inram tuvo con su mujer Iokabed tres hijos: Myriam (María), Aarón y Moisés. La tradición católica y en especial el Evangelio Apócrifo de la Infancia, atribuyen a Joaquín y Ana la paternidad de María.

El autor del Corán no ignoró la existencia de ese Evangelio porque usa, para sus propios fines, algunos de los datos allí acotados y en él se funda cuando se refiere a los hechos que marcan el nacimiento y la infancia de Cristo. Cuando atribuye a María la inesperada genealogía que la convierte en hermana de Moisés, lo hace con el firme propósito de unirla para siempre a la historia de Israel y negarle toda conexión con esa sedicente nueva alianza realizada con el Hijo de Dios hecho hombre.

Proclama la virginidad de María, el nacimiento del hijo, engendrado por un soplo del Espíritu, ciertamente, pero con todo esto no será más que un profeta en los límites de sus predecesores. Son las bases de la fe cristiana lo que trata de reducir a nada" (BERTUEL, J. Op. cit., p. 72).

En el sura 43, aleya 81, dice con la claridad deseable: "Si Dios tuviera un Hijo seré yo el primero en adorarle".

Con el firme deseo de dar más fuerza a su opinión, Bertuel la apoya en un corto paralelo entre lo que dice el Corán y lo que está escrito en el Evangelio de la Infancia, una de las fuentes usadas por el instructor de Mujamad, junto con el Pseudo Mateo, para apoyar las noticias que aporta sobre la personalidad de Jesús.

EVANGELIO DE LA INFANCIA. Cap. 1°

Palabras de Jesús en la cuna:

Yo soy Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo (o Logos) a quien tú has dado a luz de acuerdo con el anuncio del Ángel Gabriel. Mi padre me ha enviado para la salvación del mundo".

CORAN. Sura 19, aleya 30-33

Palabras de Jesús en la Cuna:

Les dijo: "Por cierto que soy el siervo de Dios quien me concederá el Libro (Corán) y me designará profeta. Me hará benefactor doquiera esté y me encomendará la oración y el azoque mientras viva. Y me hará piadoso con mi madre y jamás permitirá que yo sea soberbio ni rebelde. La paz fue conmigo desde el día que nací, será conmigo el día que muera".

Como se puede advertir, sin exagerar los recaudos, nada más anodino, nada más ajeno a toda pretensión de ruptura con la tradición israelita que este Jesús a quien se encomienda el Libro, la oración y el pago del impuesto correspondiente. No dice ser el Hijo de Dios ni haber llegado al mundo para su salvación, no es un soberbio ni un rebelde, como pretenden hacer creer los cristianos cuando lo ponen frente al Libro (la Ley) en actitud de corregirlo o perfeccionarlo. Fue un hombre que respetó a su madre y vivió en paz con los orantes del Antiguo Testamento. Como el tiempo se borra en el uso arbitrario que hace de él el autor del Corán, no sabemos si vivió en tiempo de Moisés o en el tiempo más cercado de Poncio Pilatos. Ignoramos si murió en la cruz y tuvo alguna dificultad con los israelitas con respecto de todas esas cosas que hacen a la paz de los orantes.

Si alguien se preguntara: ¿Para qué toda esta discusión en torno a esas figuras del Nuevo Testamento, cuando se trataba simplemente de predicar a los árabes la Ley de Moisés y los Profetas?

La respuesta tiene que venir, necesariamente, del medio en que se movía Mujamad. Muchos árabes, bajo la presión proselitista de los cristianos deben de haber llegado hasta el Profeta para preguntarle quién era Juan Bautista, María y Jesús. La respuesta del Instructor no puede ser más hábil. Sin negar la existencia ni el valor de esas personas, los incorpora sin más al legado de la tradición judía y los convierte en verdaderos creyentes, para no dar tiempo a la imaginación semita a que se impregne con las extravagancias helenísticas de un supuesto Hijo de Dios.

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Rubén Calderón Bouchet



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