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¿Mujer o Angel?

por Alejo Fernández Pérez

El amor no es eso que aparece en el cine, en la TV o en las páginas rosas de las revistas del corazón. A estos pobres seres se les acaba el amor rápidamente como se acaba el fuego de hojarascas secas, y cuando solo quedan cenizas deciden cambiarlo por un nuevo amor. Pero, tu me enseñaste que el amor más que en recibir consiste en dar, y sobre todo en darse.

Quienes leemos la Biblia con frecuencia, sobre todo los Proverbios cap. 31, nos encontramos, una y otra vez , con elogios a la Mujer virtuosa, a la buena esposa. Apenas caemos en la cuenta de que hoy también existen muchas mujeres, casi ángeles y en todas partes, solo que no son noticias.

Perdidos en la vorágine de la televisión y de las revistas rosas, se podría llegar a pensar que las buenas mujeres - y los buenos hombres- están catalogadas entre las especies a extinguir; pero existen, están aquí, entre nosotros y si algún día desapareciesen sería un día que no merecería la pena vivir en este mundo.

Mujer, cuarenta y siete años de feliz matrimonio, cuatro hijas y cuatro nietos forman una constelación que gira a tu alrededor, atraídos por esa fuerza misteriosa que llamamos amor. Es frecuente, y sucede en nuestro caso, que cuatro generaciones convivamos en el mismo hogar: Bisabuela, abuela-esposa, hijas y nietas. El prodigio de tu amor es la argamasa que nos mantiene unidos, atraídos por el resplandor que te envuelve, tu sonrisa y tu disposición para ayudar a todos sin pedir nunca nada a cambio.

Día tras día has ido quemando tu juventud y es fácil que algún que otro sueño. Pero aún sigues siendo el pan que nos alimenta, el fuego que nos calienta y alumbra y el corazón del hogar. Cada vez que tus hijas llaman por teléfono, y son muchas veces al día, suelo coger yo primero el teléfono y siempre se oyen las mismas palabras: "Papá, dile a mamá que se ponga". Cuando son los nietos: "Abuelo, dile a la abuela que se ponga". Y las conversaciones se alargan interminables. En casa, los pequeños corren junto a su abuela, la abrazan, la besan y se "acurrucan" en su regazo mientras la abuela los acaricia con ternura. Entre tanto, el abuelo sonríe satisfecho.

Sin madre, no hay familia. Desgraciadamente, ideas diabólicas se han extendido como un reguero de pólvora, arrasando el ambiente apropiado que precisan los matrimonios. Todo apunta a su destrucción. Ahora hombres y mujeres exigen con voces ásperas un insensato y falso afán de independencia. Las infidelidades han creado un duro infierno, y muchos hombres y mujeres no tienen ojos para ver que, a lo largo de todos los siglos, el deseo de unidad y fidelidad hasta la muerte es algo más que una norma jurídica.

Hay quien piensa que la fidelidad solo obliga mientras se ama, craso error, al contrario: se ama mientras se es fiel. La unidad es asunto de dos, y no vale fingir escándalos cuando antes no se ha sabido mantener el amor con el diálogo, el perdón y ese conjunto de pequeñas acciones que lo fomentan: Un beso cuando nos marchamos o regresamos a casa; un regalito de vez en cuando, una palabra amable siempre, un contenerse y no responder a palabras hirientes, desterrar los gruñidos, las caras hoscas y jamás prescindir de la buena educación y del respeto, que más que nadie merecen nuestros familiares. Muchos cuidan y prestan más atención a su perro o gato que a mantener y acrecentar el amor de su pareja; pero se les llena la boca con una palabra: Felicidad, que parece haber perdido su primitivo significado, pues se la ha privado de su inevitable componente de sacrificio.

El amor no es eso que aparece en el cine, en la TV o en las páginas rosas de las revistas del corazón. A estos pobres seres se les acaba el amor rápidamente como se acaba el fuego de hojarascas secas, y cuando solo quedan cenizas deciden cambiarlo por un nuevo amor. Pero, tu me enseñaste que el amor más que en recibir consiste en dar, y sobre todo en darse. A mi entrega total diste tu total entrega de un hijo, y otro, y otro hasta que el corazón tuvo que ensancharse para acoger a tantos seres y que pudiésemos estar juntos, reunidos a tu vera. ¿Recuerdas? Más de una vez hemos comentado como cuando estamos en el campo, junto a la hoguera de leños , las llamas iluminan misteriosamente tu rostro y los rostros de tus hijas y nietos, y además, ponen en el tuyo un resplandor extraño de distinción y dignidad que subyuga.

Desde que te levantas, bien temprano, empieza tu ajetreo incesante: preparar la colada; el desayuno tras el aroma sabroso del café; la compra, la comida hecha con amor: "Esto para mi niña, eso otro para la nieta, aquello para la abuela," Más tarde el ruido de la máquina de coser o los silencios llenos de tu presencia, mientras haces punto bajo la lámpara. Cansada de tanto trajinar, aún te quedan fuerzas para consolar a todos los que llegamos fatigados o con problemas. ¡Cuantas veces finges una alegría que no tienes, callas tus penas para no apenar a los demás y muestras gesto alegre para alentar a los que llegan!

Te has inventado una belleza nueva para ocultar las arrugas indiscretas y la cintura perdida. Te has inventado la belleza de ser esposa todo el día y madre en cada momento. En tu aparente fragilidad está nuestra fuerza, en tu presencia nuestra dicha. ¡ Qué sola se queda la casa cuando no estás en ella! En verdad, Dios se nos manifiesta a través tuyo. A tu lado, las palabras sobran; nos bastan tus miradas de amor que descubren los secretos, las alegrías y las tristezas de cada uno y en las cuales encontramos la paz y el sosiego de cada día.

¡ Gracias Señor, por haber puesto en mi camino a uno de tus ángeles con forma de mujer!

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Alejo Fernández Pérez



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