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El suicidio demográfico de Occidente

por autor

La perspectiva de Kales Borrokas “verdes” en España; el suicidio demográfico de Occidente; el concepto de conversión en el islam

1. Las periferias francesas han vuelto a las andadas, y no sólo en París, sino también en Lión. Además, las técnicas usadas para asaltar coches de línea desvelan una premeditación y una profesionalidad mayores que las de hace un año. Del gamberrismo se está pasando a técnicas de guerrilla urbana. En su reciente libro “América está sola” (ver también la recensión de su libro hecha por Massimo Introvigne recogida más abajo), donde denuncia la cobardía de los gobernantes europeos (y cabe añadir, de ambientes católicos conservadores y progresistas por su ceguera suicida antiamericana) frente al fundamentalismo islámico, el editorialista neoconservador Mark Steyn se burla del uso sistemático, tras las violencias callejeras de 2005, de la palabra “jóvenes” para indicar los incendiarios de los suburbios parisinos. También en esta ocasión los comunicados oficiales hablan de “autobuses asaltados por jóvenes”. Si se les llama gamberros o criminales se correría el riesgo de ofenderles. Pero lo que más llama la atención es que hay que bucear mucho en las revistas de prensa para conseguir encontrar la palabra “musulmanes”.

En efecto, existe un ”SOS-Verde” compuesto por sociólogos buenistas que en ésta, como en ocasiones anteriores, se ha activado en Francia (y en muchos otros países europeos) para explicarnos que lo que ocurre en Francia nada tiene que ver con el islam. Se trataría en cambio de pobreza y de marginación social. Estos sociólogos islamófilos tendrían en parte razón si se achacara a la religión islámica la exclusividad de las causas de los incidentes urbanos. Ningún fenómeno social tiene una única causa. Las causas de las violencias urbanas francesas son múltiplas y entre ellas figuran seguramente un elemento económico, el creciente desempleo, la degradación del sistema escolar y de los servicios sociales en la Francia del amigo (y quizás “maestro”) de Zapatero, Chirac. Sin embargo, a pesar de todos estos importantes factores, sin la infiltración de un islam extremista los tumultos no hubieran tenido lugar, o bien se hubieran mantenido dentro de las dimensiones de muchos acontecimientos análogos que las fuerzas del orden han sabido fácilmente controlar.

En Francia existen barrios musulmanes caracterizados por un fuerte malestar social, pero también hay barrios poblados por iberoamericanos, chinos, rusos, rumanos, indios o judíos hassídicos donde las situaciones de malestar no son menores.

La pregunta del millón es por qué, en igualdad de malestar económico, en los barrios poblados prevalentemente por brasileños, chinos, indios, judíos ultra-ortodoxos, rusos o rumanos, no se queman los autobuses, y en los barrios musulmanes sí. Que la presencia de predicadores de odio fundamentalistas sea el factor que hace la diferencia es una conclusión de la que sólo se puede escapar con inmensas dosis de mala fe. En los barrios de las revueltas se dieron cita un material inflamable – guetos étnicos atestados en los que prevalece el desempleo – y grupos de pirómanos, representados por imanes ultrafundamentalistas que predican el odio y el antisemitismo, durante años tolerados en nombre del multiculturalismo.

Si en España no cambia la política de inmigración de aquí a algunos años nos veremos abocados a contemplar Kales Borrokas “verdes”, con el agravante que los kamorristas del ”profeta” sentirán estar luchando por sus ”derechos históricos”, dada la interpretación alucinante y antihistórica que el islam hace de lo que ellos consideran Al Ándalus, esto es, España.

2. "El gran historiador Arnold J. Toynbee (1889-1975) decía que sobre la muerte de una civilización se escriben pocos libros de intriga, y ello por una buena razón. Muy excepcionalmente hay un asesino: por lo general, se trata de suicidio. América se ve abocada a “quedarse sola” en la lucha contra el ultrafundamentalismo islámico no – o no sólo – porque la mayoría de los gobernantes europeos sea pávida y débil frente al islam. Quedará sola técnicamente, porque dentro de menos de un siglo ya no habrá europeos. La demografía los habrá barrido como barrió al imperio romano, el cual no cayó porque sus cuadradas legiones se habían vuelto menos cuadradas, sino porque la práctica extendida del aborto y del infanticidio había hecho posible que ya no hubiera más legionarios. Se reclutaban bárbaros, incluso proclamándolos, sin comerlo ni beberlo, ciudadanos romanos. Cuando los bárbaros se dieron cuenta que eran la mayoría, tomaron el poder.

“Es la tesis del analista político neoconservador canadiense Mark Steyn, en su magnífico libro America Alone: The End of the World as We Know it (Regnery, Washington 2006), el tomo más importante de 2006,
[...] que debería interesar a todos aquellos que se tomen en serio los destinos de Europa.

“El tema del libro es aquél que el Papa Juan Pablo II llamaba ya en 1985, con expresión destinada a pasar a la historia, el “suicidio demográfico” de nuestro continente. En todas las partes del mundo aquello que asombra a los no europeos es que en Europa este tema dramático no esté en el centro del debate cultural e incluso en las campañas electorales. Ningún país de Europa Occidental tiene una tasa de nacimientos por mujer que corresponda al nivel mínimo de mantenimiento de la población (2,1 hijos por mujer) indicado por los demógrafos. Italia con una tasa de 1,2 se dirige a convertirse en el país del mundo con el menor número de nacimientos, y ya lo sería si de los nacimientos registrados en los hospitales se excluyeran los hijos de inmigrantes residentes pero no ciudadanos italianos. España y Alemania compiten con Italia en este triste primado. Francia ha aumentado su nivel a 1,7 pero sus datos serían similares a los italianos si se excluyeran los nacidos de mujeres – inmigradas o ciudadanas francesas – de religión musulmana. Italia, Alemania, España y Países Bajos (en este último también, hijos de ciudadanos de religión musulmana excluidos) están por debajo del nivel bajo el cual los demógrafos piensan que un vuelco del trend sea imposible. Esto significa que países como Italia, si la situación no cambia, reducirán a la mitad la población en el transcurso de una generación.

El truco de la ciudadanía

“Cierto, las estadísticas podrán verse alteradas concediendo la ciudadanía a un alto número de inmigrantes residentes: parece ser ésta la línea del gobierno presidido por Romano Prodi [y del gobierno Zapatero también n.d.t], pero se trata de un juego de las tres cartas que – como recuerda Steyn – fue ya intentado con consecuencias desastrosas por el imperio romano. Transformar a los “bárbaros” (palabra que no era ofensiva y que indicaba originalmente sólo aquéllos que no hablaban latín) en ciudadanos por ley no los convertía en romanos culturalmente, así como transformar a los inmigrantes musulmanes o chinos en ciudadanos italianos por decreto de Prodi o del ministro de la Solidaridad Social Paolo Ferrero [comunista n.d.t] no significará hacerlos italianos por cultura y por integración.

 

“Ni el problema es solamente italiano. Alemania perderá el equivalente de la población de Alemania del Este en medio siglo, España el equivalente de la actual población de un cuarto del propio territorio en el mismo período de tiempo.

“Entre tantas estadísticas, llama la atención una ya citada del teólogo católico estadounidense George Weigel y retomada por Steyn, según la cual en el 2050 Italia será un país “sin tías”: ya ahora la mayoría de los niños italianos son hijos únicos, pero dentro de menos de cuarenta años también los adultos serán al 60% hijos únicos de hijos únicos, personas que jamás habrán hecho la experiencia de un hermano o hermana, y por lo cual de un tío o de una tía.

“Del suicidio demográfico se ocupan poco los moralistas, pero mucho los economistas, en particular, los especializados en pensiones. En Europa Occidental de hecho – no obstante todos los Estados traten de retrasar la edad de jubilación – crece inexorablemente el número de los jubilados y en varias regiones cada trabajador debe ya soportar la carga de dos jubilados.

“Algún entusiasta del “modelo europeo” piensa – aunque pocos tienen el valor de decirlo – que la eutanasia a la holandesa consentirá librarse de los mayores inútiles y de solucionar el problema. Otros entregan cifras, pero no sacan conclusiones. El rechazo de la clase política de muchas naciones europeas de recurrir a las drásticas reformas pensionísticas sugeridas por las instituciones financieras internacionales parece no derivar tanto de la compasión hacia los jubilados – o del deseo de no perder sus votos, visto que pronto serán la mayoría de los electores – sino de esconder la cabeza en la arena frente a la dramática urgencia del problema demográfico. Como recuerda Steyn, el suicidio demográfico es también el suicidio de la socialdemocracia europea.

“No hay ninguna garantía que las civilizaciones duren para siempre. Su manera normal de morir es precisamente demográfica. Además del aborto y del infanticidio los romanos de la decadencia practicaban una forma primitiva de eutanasia (cierto lejana de aquélla con bata blanca de los Países Bajos de hoy) que consistía en abandonar los ancianos enfermos sin curarlos ni nutrirlos. Los bárbaros llegan cuando estas prácticas ya han debilitado el imperio de Roma, de cuyas ruinas surge – como también recuerda el sociólogo estadounidense Rodney Stark – la civilización de aquellos cristianos que no practicaban el aborto y que curaban a los mayores y enfermos.
Pero esta vez ¿qué surgirá de las ruinas de Europa?

“No es necesario citar a aquellos fundamentalistas islámicos para quienes “ríe bien quien ríe el último” – y la invasión musulmana detenida con las armas en Poitiers, en Lepanto y en Viena triunfará en el siglo XXI por vía demográfica – para darse cuenta que la civilización europea corre el riesgo de acabar como la romana. En el plazo de un par de décadas, por ejemplo, “la mayoría de los adolescentes en los Países Bajos estará constituida por musulmanes”. Veinte años después, se tratará de la mayoría de los adultos en edad laboral (o incluso de la población en general, si los holandeses proseguirán cada dos años extendiendo la ley sobre la eutanasia incluyendo nuevos casos), pocos años después de los electores.

“Naturalmente, hay quien defiende que esta Eurabia (la expresión se ha hecho popular merced a Oriana Fallaci, pero la ha acuñado el historiador británico Niall Ferguson) será preciosa. Cuando en 1998 la selección de fútbol francesa ganó los Mundiales alineando una mayoría de jugadores que no habían nacido en Francia la superioridad de la civilización francesa multiétnica y multirreligiosa fue sabiamente explicada en televisión no sólo por un buen número de intelectuales franceses, sino también por Walter Veltroni
[alcalde de Roma, ex-comunista y exponente destacado de la Izquierda Democrática, ex-PCI, n.d.t] en Italia. El adjetivo “multirreligiosa” no era para nada redundante respecto de “multiétnica”. También la selección brasileña, que perdió la final de aquél Mundial, era evidentemente multiétnica. Pero no era multirreligiosa: los jugadores eran todos cristianos y tenían el mal gusto, en la Francia de la laïcité, de rezar colectiva y públicamente y de salir al campo santiguándose. Algunos años después, la revuelta de las periferias parisinas del 2005 ha hecho añicos aquél bonito sueño de utopía multirreligiosa armónica y feliz. La guinda para nosotros dulce, pero en un pastel de sabor amargo, Marco Materazzi objeto de los cabezazos de Zinédine Zidane y los Azzurri de Berlín en el mientras tanto han asimismo echado por tierra el mito de la invencibilidad de la selección francesa, e incluso de su “superioridad moral”, en las finales de los grandes eventos futbolísticos.

En el nombre de Benedicto

“[...] Una Europa Occidental a mayoría musulmana constituiría, muy sencillamente, una civilización distinta respecto de la europea que hoy conocemos. Se puede discutir si será bonita o fea: ciertamente, ya no será la misma. Como escribe Steyn: “Es la demografía, estúpido, la única cuestión importante. Europa a finales de siglo, será un continente tras la bomba al neutrón. Los grandes edificios seguirán en su lugar, pero las personas que los han construido se habrán ido”.

“En el mientras tanto – y desde este punto de vista el libro de Steyn es también divertido – los políticos europeos esconden las cruces y los belenes para no molestar a los musulmanes, o dedican su tiempo (Steyn aporta las pruebas, y asegura que lamentablemente no se trata de una broma) a discutir si una educación de los varones europeos a orinar sentados y no de pie, con coherente abolición de los orinaderos, “último refugio de un machismo patriarcal”, de los servicios públicos para caballeros, no contribuiría a subrayar la igualdad entre hombres y mujeres y a complacer a las feministas.

“El mismo escritor atribuye el suicidio demográfico a la “falta de confianza en la propia civilización”. A mí parece que una expresión más precisa sea la de Papa Benedicto XVI: “falta de esperanza”. Tras haber perdido la virtud de la fortaleza, Europa ha perdido asimismo la esperanza en el futuro. Las civilizaciones que no esperan no hacen hijos: pero son precisamente las civilizaciones destinadas a desaparecer. La desaparición de Roma no fue la desaparición de la parte mejor de su herencia: se encontró un San Benito para recogerla. Hoy, parece que sólo otro hombre llamado Benedicto se yerga entre Europa y su suicidio anunciado por Steyn”
(1).

3. Otro elemento a tener en cuenta para todos aquéllos que por una razón u otra consideren la sociedad “multirreligiosa” un ideal a perseguir (y por lo tanto, abocada a su islamización, como acabamos de ver), son las implicaciones del divorcio entre fe y razón que ha asaltado al islam como una enfermedad a partir de las postrimerías del siglo XII, y que – como ha recordado el Papa en Ratisbona (2) – conduce al matrimonio ente fe y violencia. Una fe que no se ha separado de la razón es una fe a la que uno se convierte porque convencido por argumentos que, si no se reducen a la pura razón, se fundamentan sobre ésta y no son irrazanonables. Otro día, otros argumentos podrán inducir a cambiar opinión (lo cual, evidentemente, no significa que no exista la Verdad - subsistente en la Iglesia católica – a la que todos están obligados moralmente a buscar y abrazar). El derecho de cambiar de religión forma parte integrante no sólo de la libertad religiosa (3) sino de la civilización occidental.

El islam – lo afirma un manual publicado por “moderados” musulmanes británicos – es una religión en la cual se entra (o mejor se vuelve, porque todos los hombres nacen musulmanes aunque la educación que reciben pueda desviarles de este común origen) pero de la que no se sale. Una vez musulmán, musulmán para siempre. No existen para el islam ex-musulmanes; existen apóstatas, tratados de forma distinta según las escuelas jurídicas pero para los cuales la mayoría de los juristas musulmanes prevé la pena de muerte. Algunos países, es cierto, la han formalmente abolida: así el Marruecos de rey Hassan II, que quiso ofrecer la eliminación de esta pena del derecho marroquí a su amigo Juan Pablo II. Pero esta abolición no es total, porque únicamente garantiza al apóstata que evitará la detención y el juicio. Pero, según los doctores de la ley más rigoristas, cualquier musulmán puede ajusticiar al apóstata: si es un miembro de la familia se trata de una obligación, y para cualquier musulmán se trata de un gesto loable que deviene en adquisición de méritos espirituales. Ocurre así que, en países donde el apóstata ya no es detenido y conducido ante un tribunal, sea asesinado en familia o en la calle. El autor comete un crimen: pero salvo honrosas excepciones – como la reciente de Turquía – la ley de los países musulmanes contempla el “delito de honor”, por el cual no sólo el padre que mata a quien ha deshonrado a la hija sino también el creyente que mata quien ha traicionado la religión apostatando recibe de los jueces penas blandísimas.

El hecho que del islam no se pueda salir no es una simple característica curiosa y exótica de una religión entre otras. La pena de muerte infligida al apóstata confirma que – en su configuración actual mayoritaria en muchos países – la islámica es una fe que ha consciente y orgullosamente divorciado de la razón, y despoja a sus fieles del derecho de cribar con el razonamiento sus preceptos, lo cual comportaría lógicamente la posibilidad de cambiar parecer, convinciéndose que no son verdaderos o que otros – por ejemplo los cristianos – son mejores, y cambiar religión. El Papa tenía razón. Una religión semejante, siempre en su versión rigorista que sin embargo domina vastas regiones y está mucho más extendida de lo que se cree también en la inmigración, es muy difícil de asimilar y de hacer convivir con los valores constitucionales de las democracias europeas (por no hablar de la ley natural y divina). Ello debería hacer reflexionar a los partidarios de las rápidas concesiones de ciudadanía y de las fáciles construcciones de mezquitas, que casi siempre no se limitan a ser lugares de culto sino centros donde se ejerce una justicia paralela y se organiza una política que éste islam no distingue de la religión (4).

•- •-• -••••••-•
Ángel Expósito Correa

 

Notas:

 

(1) http://www.cesnur.org/2006/mi_11_04.htm

(2) http://www.arbil.org/108expo.htm

(3) http://arbil.org/(65)libe.htm

(4) http://www.cesnur.org/2006/mi_10_18.htm



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