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Verdad histórica y responsabilidades

por Gonzalo Rojas Sánchez

El Documento preparado por Joaquín Lavín y dado a conocer por La Tercera es de tal importancia que el autor quiere glosarlo, para que se pueda entablar una discusión seria e informada sobre el tema que aborda Lavín

1. Su concepto de ideología.

A lo largo de su exposición Joaquín Lavín insiste en tres oportunidades en que fue la ideología lo que impidió ver “lo que muchos veían y vivían” en Chile entre 1973 y 1990. Usa las expresiones “virus del ideologismo excesivo” y “anteojeras ideológicas”. En momento alguno el autor explica dos cuestiones fundamentales: qué entiende por ideología o por virus de ideologismo excesivo, y cuáles fueron los contenidos de esa supuesta ideología que habría cegado a los partidarios del Gobierno de las FFAA y de Orden. Usa el término ideología sólo coloquialmente, sin rigor alguno. Nada le habría costado buscar una buena definición para comprobar si era eso o no lo que quería afirmar, pero no lo hizo. Por eso, cuando quiere describir contenidos de esa supuesta ideología, sólo concreta respecto de un hecho: “mirarnos entre nosotros no como compatriotas sino como enemigos,” con lo que da la impresión de que en eso habría consistido “la ideología”, “el virus del ideologismo excesivo” de los partidarios del Gobierno de las FFAA y de Orden.

Ya que desconoce el sentido y alcance del término ideología, Lavín no puede obviamente distinguirlo del concepto doctrina. Esa es la razón de fondo por la que no comprende que el Gobierno de las FFAA y de Orden fue un régimen doctrinario, cuya Declaración de Principios y cuyos Objetivos Nacionales estaban rectamente fundados en una sólida concepción de la persona humana y de su sociabilidad, así como del bien común. Estas nociones son ajenas a todo ideologismo, porque desde ellas caben variadas formas de concreción, justamente a diferencia del pensar ideológico, en que todo viene ya determinado de una vez y para siempre.

Precisamente en virtud de esa doctrina, los partidarios del Gobierno de las FFAA y de Orden fuimos y seguimos siendo necesariamente antimarxistas y, en respuesta a su concepción degradante del ser humano y a la guerra declarada por el marxismo en Chile y en el mundo entero, lo hemos considerado siempre enemigo de la Patria y de los chilenos. Fue justamente por esa mirada doctrinaria al marxismo como una amenaza totalitaria inminente para Chile, que se lo combatió en todos los planos: intelectual, militar, moral y cultural. Por eso, cuando algunos cometieron abusos graves en ese combate, otras personas, que tenían recta formación doctrinal y posiciones de influencia, supieron levantar su voz, oportuna, fundada y ponderadamente, para protestar por esos abusos y exigir las rectificaciones debidas. Esas personas, entre otros, fueron nada menos que Jaime Guzmán E. y Hernán Larraín F., quienes movidos por su recta formación doctrinal, superaron toda supuesta anteojera ideológica. Lavín los ignora, no por maldad, sino porque desconoce los instrumentos fundamentales de análisis en la materia.

Por lo tanto, en este aspecto, el texto carece de todo rigor, ya que utiliza un concepto clave de la teoría política sin precisión ni determinaciones, y sin hacer las adecuadas relaciones con la Historia de Chile y con algunos actores decisivos en ella.

2. Su concepción de la Historia

El núcleo del documento está ciertamente centrado en los comentarios históricos. Tres consideraciones caben al respecto.

Ante todo, el extraño interés que Lavín manifiesta ahora por la Historia, después de que le oyéramos mil veces afirmar que lo importante era mirar para adelante y no perder el tiempo retomando una y otra vez los temas del pasado. Mientras fue candidato, él sabía que la materia era incómoda. Ahora, ¿la aborda sólo porque no corre riesgos electorales?

Pero, mucho más importante es ciertamente el contenido de sus afirmaciones concretas sobre la Historia. Ellas, a su vez, se dividen en dos grupos.

Primero, las de carácter teórico. Al respecto, Lavín afirma que lo importante es estar “en paz con la Historia”, que “la Historia, con lo bueno y con lo malo, nadie puede hacerla de nuevo; es lo que es”, que otros han demostrado habilidad “para sacudirse del pasado”, que debe procurarse un “sinceramiento con el pasado” y que se ha topado “con el muro terco y a veces invisible de la historia que nos dividió.”

Obsérvense las profundas contradicciones que estas cinco afirmaciones encierran. Por una parte Lavín nos dice que tenemos que ser sinceros con el pasado, estar en paz y respetar la Historia, porque nadie puede hacerla de nuevo; por otra parte, él mismo quisiera sacudirse de ella y botar los muros que hubo históricamente entre unos y otros chilenos. ¿Qué quiere Lavín efectivamente entonces? ¿Que se siga haciendo el esfuerzo de investigación histórica que desde todas las tendencias se concreta en libros y artículos, o que nos olvidemos de ella para sacudirnos y botar muros que nos dividieron, engañándonos al aceptar una sola Historia oficial? O sinceridad en la verdad o engaño en la falsa unidad de una mentira: ese es el dilema que ni el propio Lavín es consciente de estar planteando. Y no lo es porque, de nuevo, carece de todo rigor en su sentido de la Historia. Y, lo que es más delicado, legítimamente se podría llegar a pensar que cuando Lavín reconozca esta contradicción, quizás escoja lado y se incline a pensar que estar en paz con la Historia es aceptar la versión marxista que hoy tiende a imponerse.

Porque, efectivamente, y como segundo aspecto sustantivo, hay en sus consideraciones sobre el Gobierno de las FFAA y de Orden un conjunto de supuestos que validan esa visión marxista. Es lo que él llama el lado B del Gobierno Militar.

Subyace en todo su texto la aceptación de las supuestas graves violaciones a los derechos humanos por parte del Gobierno de las FFAA y de Orden. Una afirmación muestra ese clima mental de Lavín, cuando al comenzar su documento habla de “la situación de derechos humanos que Chile vivía.” Ahí, en la ambigüedad de esas palabras carentes de toda precisión, se trasunta su aceptación de la versión de la izquierda marxista. Porque Lavín nada nos dice en concreto sobre los contornos de esa situación, sobre sus números y casos, sobre sus causas y manifestaciones.

Obvio, porque al respecto, Lavín parece creer íntegra la versión de los informes Rettig y Valech, sin matices, sin descuentos, sin contrastes, sin reservas. Lo menos que habría sido dable esperar es que considerase como válidos muchos de los fundados reparos a las metodologías, a los grupos de trabajo y a las conclusiones de esos documentos que formulamos numerosos historiadores. El problema es que quizás no nos haya ni leído, porque cuando una persona se pone mentalmente en un marco determinado, lo dice el mismo Lavín, usa anteojeras. Por eso no hay nada en su documento que pida rigor en el análisis de los casos de derechos humanos, no hay ni un matiz, ni mucho menos una sola muestra de desconfianza hacia quienes en Chile han deformado la verdad interesadamente.

En concreto, Lavín hace una afirmación falsa y gravemente vejatoria, tanto por su texto como por sus silencios, al sostener que el Gobierno Militar “impuso dolores inexcusables a miles de chilenos”. Repite así la consigna marxista consistente en culpar al Presidente Pinochet, a los miembros de la Junta de Gobierno, a todos los ministros militares y civiles, y hasta al último funcionario público, por los actos delictuales que hayan podido cometer personas concretas que actuaron a partir de sus propias voluntades, individual o asociadamente.

Para Lavín, todo agente de la Dina parece haber sido Pinochet; para Lavín, todo carabinero descolgado parece haber sido miembro de la Junta; para Lavín, todo civil integrante de una asociación represiva ilícita parece haber sido ministro del Gobierno Militar. Ha comprado así la visión totalitaria con que la izquierda globaliza actuaciones que fueron individuales y de las que deben dar cuenta uno a uno los verdaderos responsables. Al asumir esa mirada, ciertamente no es ajeno al clima imperante en el país y en buena parte de sus tribunales, pero no por estar esa opinión generalizada, deja de ser falsa y vejatoria.

Tan grave como lo anterior son dos silencios inexcusables. Por una parte, la explicación del lado A del Gobierno de las FFAA y de Orden. Lavín considera que él y su generación ayudaron “a transformar Chile y a hacer de este país lo que es hoy.” Linda frase, correcta, pero inaceptable si no se dice a quién se ayudó: a miles de soldados, marinos, aviadores y carabineros que consumieron sus vidas durante 16 años y medio para salvar a Chile, para cambiar a Chile. A ellos, parece que Lavín quisiera dejarles sólo el lado B y quedarse con el lado A, ese que reseñaba magistralmente en la Revolución Silenciosa, por allá por 1987, cuando Lavín comprendía que el alcantarillado, el agua potable, los subsidios únicos familiares, las raciones alimenticias, las viviendas dignas, la extraordinaria baja de la mortalidad infantil, eran las demostraciones del modo en que el Gobierno de las FFAA y Orden consolidaba los derechos humanos de los chilenos más pobres y desamparados. Hoy, ya no le importa, ya lo olvidó. Es el Silencio de la Revolución que hicieron los uniformados a favor de los derechos humanos.

El segundo de sus silencios se refiere a las víctimas de las violaciones de derechos humanos. Ni una palabra hay en el documento de Lavín para plantearnos que lo que corresponde es determinar también qué hacía cada uno de ellos los 15 días anteriores a su detención y consiguientes maltratos o muerte. ¿Se encontraban o no muchos de ellos en preparación o ya en fase de ejecución de actividades subversivas o terroristas? Y, paralelamente, ¿cuántos miles de delitos subversivos y terroristas que atentaron directamente contra los derechos humanos de la población quedaron amnistiados por la legislación aún vigente? Eso, a Lavín no le interesa. De esa faceta de la Historia quiere sacudirse.

Con estos sesgos históricos, con esta mirada trunca, ni sus propios hijos terminarán entendiendo el pasado reciente de Chile.

3. Las declaraciones eclesiásticas

Con la misma liviandad anterior, Lavín se refiere al papel de las declaraciones eclesiásticas del período, criticando que no se le haya creído “incluso a instituciones que tanto respetamos como la propia Iglesia.”

Un recorrido serio por esas intervenciones le habría permitido a Lavín distinguir que en algunas oportunidades hubo pronunciamientos que interpelaron legítimamente la conciencia cristiana, y reconocer entonces que mal puede él juzgar hasta qué punto significaron obediencia y cambio en las personas a las que estaban dirigidas. Pero, por otra parte, olvida Lavín que en otras muchas oportunidades algunos eclesiásticos incurrieron en una indebida intromisión en las materias que son opinables para todo cristiano y que algunas de esas intervenciones afectaron seriamente la libertad de conciencia de destacados partidarios del Gobierno Militar. Así sucedió con el propio Jaime Guzmán, a quien tuvimos que defender mediante declaraciones y gestiones de las amenazas de excomunión que se habían dejado caer sobre él, simplemente por sustentar determinadas posturas en lo opinable.

Más graves aún, e indistinguibles también para Lavín, fueron todas aquellas intervenciones de organismos de confesiones religiosas que ampararon terroristas, o de personeros eclesiales que, impregnados de marxismo y de castrismo, incitaron persistentemente a la lucha armada contra el Gobierno Militar.

4. Nosotros

El documento de Joaquín Lavín nos pide reconocer responsabilidades. ¿A quién se lo pide? ¿Quiénes somos nosotros? Nunca queda claro. ¿Tienen que reconocer responsabilidades el Presidente Pinochet, los miembros de la Junta aún vivos, los ministros y subsecretarios? ¿Todos los miembros de las FFAA y de Orden del período, incluso los humillados en procesos claramente contrarios a un elemental sentido del derecho y de la lógica? ¿Tienen que reconocer responsabilidades todos los funcionarios públicos civiles que sirvieron en el Gobierno de las FFAA y de Orden? ¿Los electores que votamos Sí en 1980 a la Constitución y Sí en 1988 a Pinochet, es decir el 67% y el 43% respectivamente de los sufragantes? ¿La actual centroderecha? ¿Sólo la UDI a pesar de llevar más de 20 años denunciando actos concretos de naturaleza reprobable?

Si Joaquín Lavín quiere reconocer sus propias responsabilidades, que las especifique; si quiere pedirles responsabilidades a los demás, que determine a quiénes acusa y porqué.

5. Ellos

De nuestros rivales, Lavín nos dice dos cosas. Primero, que han sido hábiles para desvincularse de su apoyo a “los socialismos reales… en que la violación de los derechos humanos era cosa de todos los días”. Efectivamente, así lo han hecho, pero a eso hay que llamarlo engaño histórico, mentira elemental sobre el pasado y Joaquín Lavín debiera sentir vergüenza de calificarlo como una habilidad, sugiriendo así veladamente que nosotros debiéramos usar procedimientos análogos. Si la izquierda jamás he pedido perdón por haber llevado a Chile al borde de un régimen totalitario, ¿la Centroderecha debiera imitarla en esos procedimientos gramscianos de ocultamiento de la verdad histórica?

Y, segundo, de algunos de nuestros rivales Lavín afirma que compartimos con ellos “valores y visión de futuro”. Con unos pocos democratacristianos, qué duda cabe que es así, pero, ¿está afirmando Lavín que con socialistas, PPD, comunistas, radicales, miristas y el resto de la DC, la centroderecha comparte valores y visión de futuro? ¿De qué valores compartidos y de qué futuro común está hablando? ¿En qué Chile vive Lavín?

6. ¿En qué creemos?

De este modo titula Lavín sus 10 recomendaciones finales. Es ciertamente un decálogo interesante para el futuro. Pero con todo lo que hoy a muchos nos divide de Lavín, en el presente y respecto del pasado, es conveniente que esas ideas queden en mejores manos. Así nos lo había anunciado el propio Lavín.

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Gonzalo Rojas Sánchez



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