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Nostalgia de Mújica Lainez

por Vicente Lastra

Este artículo tiene la finalidad de dar a conocer, sobre todo a las nuevas generaciones de lectores, la figura y obra de este ínclito escritor hispanoamericano, injustamente postergado

“No sentí resbalar mudos los años”
Quevedo

“¿Qué es amar? ¿Qué es amar, sino añorar?”
Manuel Mujica Lainez, El escarabajo

“Escéptico de casi todas las cosas, Mujica no lo fue nunca de la belleza”
Jorge Luis Borges, Biblioteca personal

Abundan los ejemplos de autores que pasan desapercibidos para la inmensa mayoría del público lector. Y las razones por lo que aquello sucede no sólo se remiten a problemas de índole editorial, ya sean éstas fallas en la distribución, o modas pasajeras que imponen ciertas vertientes de la literatura. Por el contrario, en un sinnúmero de oportunidades, los mismos críticos y autores, evidencian verdaderas muestras de ceguera artística, al no reconocer las virtudes creativas de algún iluminado contemporáneo.

Esto último, es lo que ha acontecido con el escritor argentino Manuel Mujica Lainez.

Pues, en este narrador, hallamos los grandes valores apreciados por los amantes de la buena literatura, a saber: una profunda sensibilidad, rebeldía crítica, fortaleza intelectual, y un manejo del idioma prodigioso. Buscando un paralelo cercano en este virtuoso aspecto, quizás, podríamos citar a su redescubierto compatriota Juan Filloy, o al cubano Alejo Carpentier. No obstante, encontramos en la prosa de Mujica, un lenguaje arcaico y exquisito, exhalador de un encanto único; que por las temáticas que abordó, no había otra manera de expresar.

Este artículo, por lo tanto, tiene la finalidad de dar a conocer, sobre todo a las nuevas generaciones de lectores, la figura y obra de este ínclito escritor hispanoamericano, injustamente postergado.

Minucias de una vida interesante

Manuel Bernabé Mujica Lainez, Manucho, nació el día 11 de septiembre de 1910, en la ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires, Capital Federal de la República Argentina. Durante su adolescencia y juventud, estudió en su terruño natal, Francia e Inglaterra; importante dato que explica su bagaje cultural, inherente a toda su producción literaria. Regresa al antaño Virreinato de La Plata, donde inicia estudios universitarios de Derecho en la Universidad de Buenos Aires -sólo por dos años-, incorporándose tiempo después, a la administración pública, ejerciendo funciones en el Ministerio de Agricultura y Ganadería.

Ya en 1932, y trabajando como columnista y crítico de arte para el diario bonaerense La Nación, se dedica por completo al oficio de escritor. Cuatro años después, en tanto, debuta publicando Glosas castellanas (1936), amenos ensayos, que obtienen la Medalla de Oro de la Institución Cultural Española de su ciudad. Además, en aquella crucial temporada, contrae matrimonio con Ana María de Alvear Ortiz Basualdo, mujer de rancia prosapia y mayor fortuna, cuyo enlace engendró tres hijos: Diego (1937), Ana (1939) y Manuel Florencio (1941).

Posteriormente, da a conocer Don Galaz de Buenos Aires (1938), Medalla de Oro, esta vez, del Instituto Bonaerense de Numismática y Antigüedades, y tres biografías de autores rioplatenses: Miguel Cané (1942), Hilario Ascasubi (1943) y Estanislao del Campo (1948), respectivamente. Su propuesta entusiasma a la crítica. En el intersticio, confecciona el largo poema Canto a Buenos Aires (1943), y asiste, en misión periodística, a la entrega del Premio Nobel de Literatura de 1945, que consagraría a la chilena Gabriela Mistral, en la nórdica Estocolmo. Con las colecciones de cuentos Aquí vivieron (1949) -Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE)-, y Misteriosa Buenos Aires (1951), se perfila su creación literaria.

Luego, viene la famosa tetralogía en donde intenta delinear una visión de la aristocracia argentina, compuesta por Los ídolos (1953), La casa (1954), Los viajeros (1955), e Invitados en El Paraíso (1957). Simultáneamente, estos son años de intensa actividad cultural y diplomática representando a su patria.

Más adelante, en la década de 1960 y producto de sus frecuentes viajes a Europa, e inspirado por el legado del Renacimiento italiano, nace su monumental Bomarzo (1962), en opinión nuestra, su obra cumbre: reconocida con el Premio Nacional de Literatura en su país (1963), y ganadora del Premio John F. Kennedy de Literatura (1964), ex aequo, junto a Rayuela de Julio Cortázar. En los años siguientes, esta obra sería adaptada primero, como cantata, y luego, como ópera, por el compositor argentino Alberto Ginastera, bajo libreto de Manucho; anotamos que injustamente censurado su estreno, en el Teatro Colón, por las autoridades porteñas de entonces (1967). Mostrando una faceta intelectual desconocida, presenta su traducción de los Sonetos (selección), de Shakespeare (1963), y Las mujeres sabias de Molière (1964).

Prosiguiendo con su bibliografía, a mediados de la misma decena, publica El unicornio (1965), recreando la Edad Media con tintes fantásticos, y donde, según su amigo Jorge Cruz, es posible distinguir importantes rasgos de su trayectoria vital. Dando muestra de su versatilidad, tres años después, Mujica Lainez da a conocer De milagros y de melancolías (1968), hilarante narración acerca de la génesis e historia de una ficticia ciudad sudamericana, desde su fundación hasta el año 4000, mediante el análisis de sus personajes descollantes.

Se ha jubilado, y teniendo a su hacienda “El Paraíso”, en Córdoba, Argentina, como lugar de trabajo, emprende nuevos proyectos, como su versión de Phèdre, de Racine (1972), y la escritura de las novelas Cecil (1972), El laberinto (1974) y El viaje de los siete demonios (1974). Acto seguido (1975), muere su madre, doña Lucía Lainez Varela, cuyo esposo, don Manuel Mujica Farías -y padre del escritor-, descendía en línea directa del capitán y fundador de Buenos Aires, don Juan de Garay.

Mientras, en los años posteriores, entrega a la imprenta Los cisnes (1977), y se comienzan a editar sus Obras completas (1978). Proyecto, sin embargo, que a la postre acabaría inconcluso, alcanzándose a publicar tan sólo un tomo de los cinco previstos. Igualmente, prepara las pruebas del conjunto de narraciones El brazalete y otros cuentos (1978), y de Los porteños (1980), éstos, diversos artículos de raigambre costumbrista.

Discurriendo 1982, publica su último gran libro, El escarabajo, apasionante recorrido de una joya egipcia por 3.000 años de historia universal. Viaja además por España, Italia, Francia -donde es condecorado con la Cruz de Caballero de la Legión de Honor-, Portugal y el centro de Europa. Asimismo, es declarado Ciudadano Ilustre de Buenos Aires por la Municipalidad de su urbe (1984). Falleciendo, a raíz de un edema pulmonar y complicaciones cardíacas, en “El Paraíso”, el día 22 de abril de 1984.

La reminiscencia aristocrática

En el panorama literario argentino, la figura de Mujica Lainez parece una isla casi paradisíaca en medio de un mar bravío y tempestuoso, una época dominada por la magestuosa presencia creadora de Jorge Luis Borges y de Adolfo Bioy Casares. Son igualmente, los tiempos de Julio Cortázar prisionero en la eterna adolescencia de sus cuentos. En otra senda, la desesperación que encierran los libros de Roberto Arlt, Leopoldo Marechal, Eduardo Mallea y Ernesto Sabato, marcan las propuestas literarias de un público ávido de desentrañar las pasiones humanas en su estado más puro. Situado en el extremo opuesto, hallamos a Macedonio Fernández y su particular estilo.

Las inquietudes de Mujica Lainez, en tanto, lo condujeron a un rumbo distinto. Como todo escritor, no es ajeno a la denuncia y a la crítica social, empero, su óptica es diferente, siendo testigo él mismo, del auge y caída de un antiguo orden; logrando plasmar en su obra esa nostalgia propia de las aristocracias hispanas, cuyo pasado de refinamiento y lujo, se opacaba entrado el siglo veinte.

Prueba de esto que decimos, es la familiaridad que ostentaba nuestro autor con las lenguas extranjeras, especialmente cercano al francés, lo que explica su amplio conocimiento de la novela en este idioma. Los rasgos característicos de Stendhal, Gustave Flaubert, Joris-Karl Huysmans y Marcel Proust -reforzados por el estudio de los clásicos castellanos y los poetas del Siglo de Oro-, forjaron en parte su estilo recargado, de un barroquismo luminoso, trabajado con el cincel de un hábil artesano, lo que es inusual en las técnicas de manifestación escrita de los tiempos actuales. Debido a este meandro, dicho aspecto ha provocado más de alguna controversia en torno al imaginario artístico de Mujica, ya que se le ha acusado de privilegiar la forma antes que el fondo; sin embargo, los recursos estilísticos nunca deben soslayarse si el objetivo trazado se logra, cual es la expresividad y la sensibilidad de alturas que nos depara un determinado texto literario de calidad.

El contacto con la diplomacia le permitió surcar nuevas posibilidades temáticas, conocer otros mundos. Su interés se trasladó a la novela histórica, donde la labor de documentarse apropiadamente, revela la acuciosidad que ya le hemos observado en el acto mismo de escribir.

De esta manera, mientras el llamado “boom” de la literatura latinoamericana, desgranaba la realidad cotidiana de una América española amenazada por la United Fruit, y las dictaduras de turno, Mujica Lainez, consecuente con su modus vivendi, se alejó de las posturas efímeras de su época, centrando sus esfuerzos sensoriales en narrar historias del ámbito humano por él mayormente conocido. A fin de cuentas, este espacio le proporcionaba el material novelable que, insistimos, como un contemplador de primera línea, entregó a través de los hechos acaecidos y sus resonancias, sobre una clase social específica. Asertivo con nuestro términos en relación a su ética literaria, Borges diría, que el autor de El laberinto, “fue, ante todo, un hombre valiente: no condescendió nunca a lo demagógico”. (Borges 1996:514).

En esta oportunidad, escogeremos dos obras para abordar, por el simple estímulo que representan a cabalidad nuestro entorno hispanoamericano, nos referimos a La casa, y a De milagros y de melancolías.

La primera novela en reseñar (La casa), pertenece a la “etapa argentina” de Mujica; es una prosopopeya, donde la propia casa, en un tono doliente y nostálgico, narra la historia de una familia aristocrática de Buenos Aires, cuyos integrantes, verdaderas almas en pena, se aferraban a su pasado luminoso.

Los recuerdos se suceden en momentos que es inminente su demolición. En este escenario, de alegrías y tragedias de un clan bastante disfuncional, se ilustra el talento narrativo del autor, mezclando la vida de fiestas y recepciones, con las pasiones reprimidas de los personajes; sumados a esto, los elementos fantásticos e irreales, que están excelentemente incorporados en el relato mismo. Se obtiene así, un vívido fresco de un sistema donde las relaciones de jerarquía, se tornan difusas con el paso del tiempo. Ejemplo de aquello, es el poder de la servidumbre, que se hace cada vez más fuerte, hasta terminar controlando la mansión. El tono trágico de esta coyuntura, podría parecer, a simple vista, clasista y resentida, pero a través del relato doliente y resignado de la casa, somos testigos directos de los efectos de la entropía, que sin oposición, se apodera no sólo de un lugar físico, sino que también del sueño feliz de la aristocracia porteña.

Esta creación, un punto alto en la bitácora de Mujica Lainez, fue muy bien acogida por la crítica en su tiempo de aparición, y obtuvo importantes galardones; a nuestro paladar, la mejor de sus novelas redactadas en la década de 1950.

Si en La casa, presenciamos una dignidad trágica que subyuga al lector, en De milagros y de melancolías, es el humor el encargado que su revisión sea una auténtica delicia.

La ficción de esta extravagante pieza novelística es una parodia, una sátira de la historia de Hispanoamérica. Para empezar, en su trama desfilan los tópicos que han movilizado a nuestro continente por siglos: la quimera de El Dorado; las manifestaciones religiosas de autóctono origen encauzadas por la Iglesia; la dramática lucha de Independencia y su prócer excepcional; los intentos de modernización de disímiles resultados, y la puesta en práctica de ideologías contrarias a nuestra disposición espiritual. En esta suerte de antihistoria, donde incluso se vaticina un futuro sombrío gracias a las visiones de una médium, el uso de la “crónica intrincada”, como la llama el poeta de Canto a Buenos Aires, iniciada en Crónicas reales, logra su cénit tributando a esta novela.

Primero, la prosa irónica y punzante del capítulo inaugural -basada en la crónica dejada a la posteridad por el inexistente capitán Diego Cintillo-, registra los acontecimientos ocurridos en la ciudad de San Francisco de Apricotina del Milagro, también llamada Ciudad del Milagro, que fundada por el conquistador don Nufrio de Bracamonte, dependía del imaginario Virreinato de Santa Fe la Nueva.

Notable es la descripción de los gobernadores del lugar antes del “amanecer glorioso de la Independencia”, correspondiente a la segunda parte. Así pues, el ingenio mostrado en estas páginas deslumbra, y resume, por otro lado, la intención de satirizar la historia, y de sacarla del academicismo obtuso que atiborra los manuales de esta disciplina. Vale la pena decir que, De milagros y de melancolías, en idea de su creador, es una “tentativa de probar que la historia es una invención del historiador”. (Cruz 1996:160).

A continuación, el libro prosigue con la gesta de Xavier Moncil, el libertador virginal. Después, y en clara alusión a la realidad argentina, surge la figura de Gaspar Bravaverga, “el caudillo”, suerte de Juan Manuel de Rosas, erotómano y salvaje. Su descendiente, Cagliostro Bravaverga, intentará civilizar aquella tierra, mas con buenas intenciones antes que en logros prácticos. Hasta que el “líder”, el general Benicio Bracamón, imponga sus términos a la sazón del adelantado Nufrio Bracamonte, otorgándole así, el cariz de inmortalidad tan presente en el arte de Mujica Lainez, pues cada protagonista es una proyección en el tiempo, en este caso, de la efigie del conquistador hispano.

En otra arista, el epílogo “espiritista”, nos recuerda que el paso del tiempo, en su inmensidad, amolda nuestro devenir, y que incluso al especular sobre el futuro, encontramos mucho de nuestro pasado, refrendando de este modo, la fragilidad de los hombres ante los matices del incierto destino.

Las obras comentadas en las líneas precedentes, constituyen una muestra parcial del talento literario del padre de Aquí vivieron, confirmando de paso su sagacidad y versatilidad para expresar emociones, recrear períodos de la historia, y mostrar una veta humorística, que en sus primeros libros, sólo se avizoraba a tientas.

Razón por la cual, no desperdiciaremos la ocasión para sugerir la lectura de Bomarzo, máximo logro del escritor argentino, donde los tópicos mencionados, unidos a una sutil voluptuosidad, conforman un relato perfecto, ya que la narración histórica se funde con las pasiones humanas, exaltadas en una prosa absorbente y de magistral ejecución. En efecto, y como nos señala el chileno Roberto Bolaño: “(Bomarzo) es una novela sobre el arte y es una novela sobre la decadencia, es una novela sobre el lujo de novelar y es una novela sobre la exquisita inutilidad de la novela”. (Bolaño 2004:294).

Señas de identidad

En toda la producción del autor de El escarabajo, encontramos los siguientes aspectos formales:

- No podemos ubicar a Mujica Lainez en ninguna corriente o generación literaria, pues jamás adhirió a vanguardias.

- Estilo recargado, barroco, incluso preciosista, pero exacto; cualidad escasa entre los escritores iberoamericanos del siglo veinte. Profundo conocimiento de la lengua castellana.

- Como consecuencia de sus preferencias estéticas, el arcaísmo está muy presente en su obra.

- Conjunción de lo natural con lo artificioso, ejemplo de esto: Bomarzo.

- Exhaustiva documentación antes de la ejecución de la obra.

- El narrador omnisciente en primera persona.

- Uso del monólogo interior y el racconto.

Latidos de un arte

Entre los aspectos temáticos, podemos mencionar:

- La aristocracia del Río de la Plata, auge y caída de una casta, testigo privilegiado de un orden social en crisis.

- Recreación de períodos históricos: Medioevo, Renacimiento italiano y América imperial, por citar a los mejor logrados.

- La inmortalidad, un tema que obsesionó al autor; siendo el destino, en sus caminos oscuros y radiantes, los protagonistas de sus mejores páginas.

- La ironía, no sólo como un recurso discursivo, sino como argumento de parte de su producción literaria.

- En sus creaciones literarias incluye la crítica de arte, comentarios estéticos, y reseñas de artistas.

- Elegante y profunda exploración de las relaciones humanas y afectivas en toda su amplitud.

- En lo que respecta a sus tipos humanos, generalmente, se trata de personas de estimable situación pecuniaria, educadas, pero afectivamente desvalidas, presas de la melancolía y del resentimiento. Verbigracia, sus retratos históricos están muy bien logrados, deuda de la prolija documentación que formaba parte de su método de trabajo.

- Hay que hacer notar, que en sus obras históricas, vislumbramos un cierto carácter épico subyacente: siempre hay una búsqueda que es inherente a la aventura, donde el viajar y el deambular -propio de Mujica Lainez en la realidad-, se traslada con acierto a la invención.

Para el lector neófito, recomendamos comenzar el banquete del menú Mujica, por ejemplo, con Los ídolos, obra de su primera época; de inmediato percibirá la impronta de este Quijote rioplatense y la diferencia sustancial con otros narradores del idioma de Castilla.

Manucho, el viaje es eterno “La llovizna cae en el suelo serrano de Córdoba, el verdor de la tierra generosa lo recibe con sus nudosos árboles, a lo lejos, recortada en la falda de un cerro, el rojo tejado de la casona ‘El Paraíso’, que, por fin, recibe a su antiguo dueño. Cecil, el lebrel, amaga un ladrido, tímidamente se acerca a la figura de andar pausado, que se aproxima: es un hombre calvo de cejas marcadas, bigote encanecido; va vestido con sobriedad y elegancia. En su mano derecha, se apoya sobre un bastón de brillante factura, en la siniestra, aprieta un manuscrito con fuerza, como si su vitalidad emanara de esos papeles amarillos; en el anular diestro, se observa un extraño anillo con forma de escarabajo. La lluvia se deja caer con más fuerza, quizás el cielo llora de emoción; el hombre, indiferente al temporal, no tiene prisa, ya que goza de todo el tiempo del mundo, y de mucho más”.

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Vicente Lastra

Bibliografía

- BIOY CASARES, Adolfo. 2001. Descanso de caminantes. Diarios íntimos (edición de Daniel Martino). Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

- BOLAÑO, Roberto. 2004. “Bomarzo”, en Entre paréntesis (edición de Ignacio Echevarría). Barcelona: Editorial Anagrama.

- BORGES, Jorge Luis. 1996. Biblioteca personal, en Obras completas IV (1975-1988). Barcelona: Emecé Editores España.

- CABALLERO, María. 2000. Novela histórica y posmodernidad en Manuel Mujica Lainez. Sevilla: Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Sevilla.

- CRUZ, Jorge. 1996 (1977). Genio y figura de Manuel Mujica Lainez. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires.

- CRUZ, Jorge. 1999. “Prólogo” a los Cuentos completos de Mujica Lainez. Buenos Aires: Alfaguara.

- LAERA, Alejandra. 2005. Los dominios de la belleza. Antología de relatos y de crónicas de Manuel Mujica Lainez. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.

- MUJICA LAINEZ, Manuel. 1995 (1954). La casa. Madrid: Editorial Sudamericana.

- MUJICA LAINEZ, Manuel. 1969 (1968). De milagros y de melancolías. Buenos Aires: Editorial Sudamericana.

- PEÑA VIAL, Jorge. 2002. La poética del tiempo: ética y estética de la narración.

Santiago de Chile: Editorial Universitaria.



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