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Pasto de las fieras: Dos modos de memoria histórica

por Luis María Sandoval

En el año de la Memoria Histórica (con mayúsculas) el autor se permite aportar un par de ejemplos concretos, tanto del modo de su construcción como de las realidades españolas que pueden recordarse:

a que hoy vemos denominada ‘memoria histórica’ es algo verdaderamente agradecido. A poco que se exagere, y mejor si se hinchan vaguedades, o se acumulan invenciones, se pueden vender muchos libros o revistas, con el resultado de enriquecer a los inventores al tiempo que se calumnia a los adversarios con una mancha que se extienda hasta los rivales próximos en el aquí y ahora.

Ya se sabe que la calumnia siempre deja poso, tanto porque la ingenuidad también la de los oídos- no se recupera nunca, como porque hay cómodos razonadores para los que es dogma infalible que “si el río suena agua lleva”, aunque se le muestren después los efectos audiovisuales o de manipulación afectiva con los que se han creado los ficticios ríos en cuestión.

La memoria histórica de una colectividad viene a ser la conciencia genérica que un grupo humano adquiere de lo que considera su pasado. Y, esto es importante, puede coincidir con aquel o no. La memoria de las colectividades, como la de los individuos, nos falla por errores de percepción, la lejanía en el tiempo, o cuando interfieren factores afectivos que se refieren a nosotros mismos o a nuestros allegados. La historia puede llegar a establecer hechos concretos y balances generales; la memoria, a partir de determinados detalles diversamente adquiridos y fijados, proporciona recuerdos y un sentido general de la propia identidad, a veces a costa de distorsionar las propias vivencias.

Tratándose de la ‘memoria histórica’ que nos ocupa hay dos enfoques antitéticos de aproximarse a ella.

* De una parte, la elevación de algunas memorias subjetivas, distorsionadas por el tiempo y la parcialidad, a datos incontrovertidos de partida, por mucho que fechas, lugares y números, por no hablar de los nombres, queden en la nebulosa de la memoria en vez de la claridad de los documentos. Es habitual que un vago recuerdo, de cifra imprecisa y dicho al paso, sirva ya para establecer una base incontestable de memoria histórica. Esta forma de proceder, si bien es inconcreta respecto a las víctimas, suele ir acompañada de un fuerte sentimiento vindicatorio: se dirige a promover la condena de los presentados como malhechores.

* Al contrario, sin duda con menor efectividad pero sí con mayor honestidad, el otro enfoque para engendrar una memoria histórica es establecer una verdad factual, crítica con las fuentes y bien circunstanciada, hasta los nombres propios. Y luego, alcanzar conclusiones de validez más general susceptibles de divulgarse, a partir de los hechos establecidos, no entraña menos dificultad de análisis, juicio y equidad. Y este proceder alcanza su máxima cota en los procedimientos de beatificación de la Iglesia Católica, que son por principio renuentes a la glorificación acrítica, pero buscan más el ensalzamiento de las figuras de los mártires y de sus virtudes que el vilipendio de sus matarifes.

* Por supuesto, esa polaridad de modelos no se suele encontrar pura en la práctica, aunque en España nos estemos acercando a ello.

* * * * *

Del modo de crear ‘memoria histórica’, aprovechando las afirmaciones al paso, es buen ejemplo el periódico El Mundo, que en su necrológica del General Alfredo Stroessner, gobernante de Paraguay entre 1954 y 1989, escribía hace unos meses (17 de agosto de 2006) las siguientes líneas: “Ya en la jefatura del Estado, empeñado en purgar a la pequeña nación de elementos subversivos, reales o imaginarios, Stroessner encarceló, ejecutó o arrojó vivos a un foso lleno de cocodrilos a más de 2.000 paraguayos”.

Quien sin más lo leyera quedaría sobrecogido por una nueva constatación de la crueldad de los dictadores derechistas. Aunque para un lector más crítico, los heterogéneos sumandos de la redonda cifra más parecen un modo de hinchar la cantidad de los ejecutados, y de relacionar una cifra lo más elevada posible con el detalle morboso. Cuando más de dos mil paraguayos corresponden en conjunto a la triple alternativa de encarcelados, ejecutados, o pasto de los cocodrilos de un foso al efecto, cabe preguntarse si debemos contar seiscientos sesenta y seis por categoría, o mil novecientos muertos y cien presos, o un centenar de ejecuciones y mil novecientos prisioneros (proporción más habitual), o cualquier otro par de valores complementarios.

En cuanto a los cocodrilos atribuidos a Stroessner, tienden a desviar la atención de la vaguedad de las cifras, y a impresionar de forma duradera la memoria afectiva. Pero ni siquiera son originales. Tratándose de exagerar los denuestos contra los dictadores sudamericanos, a El Mundo se le había anticipado ya El País, que actuaba como compañero de viaje de los comunistas, a la caída de Somoza en Nicaragua.

Reproducimos íntegramente el impagable texto que publicó El País el 24 de julio de 1979 bajo el título “Presos políticos, arrojados a los leones y las serpientes”:

«EFE - Bogotá

«EL PAÍS - Internacional - 24-07-1979

«El general Anastasio Somoza alimentaba sus leones y serpientes que mantenía en su búnker con carne de los combatientes sandinistas, según fuentes diplomáticas. El plan brutal de torturas se cumplía en los túneles del búnker de Somoza, hasta donde llevaban a los sandinistas para hacerlos confesar.

«El secretario de la embajada de Colombia en Nicaragua, Fabio Avella, reveló que en una mazmorra subterránea encontraron doscientos presos políticos que habían sido cruelmente torturados.

«Avella descubrió ese horripilante sitio gracias a las declaraciones de un oficial de la Guardia Nacional que buscó asilo en la embajada de Colombia en Managua.

«El lugarteniente de Somoza indicó que el dictador lanzaba a los rebeldes a una fosa de leones y, posteriormente, los sacaba semidestrozados para que concluyeran sus confesiones.

«El miembro de la Guardia Nacional, conocido por el apodo de Teniente Muerte, reveló que Somoza, con risa irónica, lanzaba los cuerpos destrozados de los combatientes sandinistas a la fosa de leones y serpientes. «Este era uno de sus principales pasatiempos», dijo. Añadió que «no menos de quinientos rebeldes murieron allí salvajemente torturados».

Ahora bien, Anastasio Somoza sería un dictador más o menos terrible, pero lo que se le atribuye posee una verosimilitud escasa, tanto sea en cuanto a cifras, lugares y nombres, cuanto en la coherencia interna del relato: sacar un cuerpo semidestrozado de entre las garras de un león para arrancarle confesiones es algo sólo superable en dificultad a sobrevivir con capacidad para confesar a los zarpazos y dentelladas de un león –o de ser asfixiado, mordido o deglutido por una serpiente-. Desde luego los ancianos del lugar, que leímos aquella noticia, seguimos preguntándonos hasta hoy cuál fue la suerte de las fieras de Somoza privadas de alimentos, pero la prensa de aquellas fechas no volvió a proporcionarnos ningún detalle más, por mucho que los buscamos.

Los anteriores son dos buenos ejemplos de cómo los progresistas construyen morbosas memorias históricas, secuestrando sentimientos adversos a sus enemigos mediante detalles que impresionan. Luego, los verdaderos detalles bien circunstanciados, así como las cifras y, mejor aún, los nombres, no terminan de concretarse. ¿Para qué, si la llamada memoria histórica ha cumplido ya su misión? La crueldad de los derechistas ya puede extenderse con esa base, no sólo hasta Franco, sino hasta el PP, por mucho que este último se diga liberal y sea consolidador del aborto y de cuantos ‘avances sociales’ haga falta.

* * * * *

Son de lamentar estos comportamientos de nuestra prensa, porque existen modos menos creativos pero más firmes de construirse una idea del pasado, bien que pueden no ser tan de interés para los diarios progresistas españoles, aunque también van de hombres y mujeres entregados como pasto de fieras, y no en lugares remotos, sino en la Barcelona de 1936:

En la primera edición de la Historia de la persecución religiosa en España 1936-1939 de Mgr. Antonio Montero (Madrid, BAC, 1961) leemos en la nota 33 de la página 63:

“La M. Apolonia Lizárraga, general de las Hermanas Carmelitas de la Caridad, asesinada en la cárcel de San Elías, de Barcelona, fue, alguna versión, devorada por unos cerdos, previamente descuartizada. (Proceso de beatificación de la diócesis de Barcelona p. 563-565).”

Efectivamente, en el mismo libro, más adelante (pág. 161), se reproduce literalmente dicha fuente, apostillada con una interesante nota:

“Actualmente se han encontrado testigos que nos refieren que estando ellos presos en la cárcel de San Elías en el año 1936 era de dominio público que el jefe de la checa, un tal «Jorobado», cebaba en total unos trescientos cerdos con carne humana. Que muchos presos eran echados a dichas piaras y que la general de las Carmelitas de la Caridad, Madre Sacramento Lizárraga, fue una de dichas víctimas que aserraron, la descuartizaron (en cuatro partes) y luego en trozos más pequeños fue devorada por dichos animales que en la citada checa engordaban en número de 42”.

La nota del autor a lo transcrito dice así: “Art 653-65 del proceso de beatificación de la diócesis de Barcelona (separata relativa a la M. Apolonia Lizárraga). A la difícil credibilidad del asunto se suma, en este caso, una contradicción en la cifra de estos animales, aparte de no justificarse y resultar forzada la estancia allí de la M. Lizárraga” y en otra nota posterior (pág. 534) mantiene el mismo criterio: “El H. Joaquín Donato, vicepostulador del proceso de beatificación de la M. Lizárraga, supone a esta Madre en San Elías y añade sobre su ejecución algunos detalles monstruosos que no vemos suficientemente probados”.

Pero no sólo sonaba el río en ese caso aislado: César Alcalá, en el libro Persecución en la retaguardia. Cataluña 1936-1939 (Madrid, Actas, 2001) vuelve sobre análogo tema con diferentes testimonios (págs. 28-29 y 119-120) :

Se ocupa de la suerte de dos afiliados carlistas: Eusebio Cortés Puigdengoles (empleado de banca, de 48 años, casado con cinco hijos) y de su sobrino Ramón Cortés Jubert (carpintero, 29 años, casado con un hijo), que huyeron de Igualada a Barcelona tras el asesinato de sendos hermanos de cada uno de ellos el 4 de agosto, y que allí fueron detenidos el 2 de septiembre y trasladados a la Checa de San Elías, de la que fueron ‘sacados’ el día 10, y cuyos cadáveres nunca aparecieron. Transcribe el testimonio de un hijo de Eusebio Cortés, el sacerdote Juan Cortés Tossal:

“Cuando supimos que los habían sacado de la checa, mi madre, que era una mujer fuerte y valiente como pocas, removió Roma con Santiago para encontrarlos. Nunca supimos donde los llevaron y asesinaron. Buscando archivos fotográficos y de recortes de ropa ella encontró muchos otros de Igualada; pero mi padre y mi primo nunca los enconcontramos. De manera que no sabemos dónde están sus restos mortales

“Se sabe que por aquellas fechas se hicieron monstruosidades, como dar carne humana a los cerdos... Nunca hemos podido constatarlo fidedignamente, pero mi madre y mi hermano mayor tenían sobre el particular pistas sólidas. [...]

“Como podéis comprender, el fin dramático de los restos de mi padre mártir era un tema tabú en casa. Mi madre nos subió a los cinco hijos con grandes trabajos y dificultades económicas, y no era cuestión de marcarnos psicológicamente con detalles escabrosos. Así y todo tengo presente una conversación de ella con cierta persona, a la cual le explicaba veladamente el fin de los restos de mi padre, como una, no sólo posibilidad, sino realidad. Resulta ser que un policía de Igualada en activo durante aquellos tiempos, pero de alma “blanca” se lo había explicado, añadiendo que incluso en la prensa de aquellos días había constatado el hecho con una nota que, una vez realizada la macabra operación, se había castigado a los culpables”.

Y en un nuevo libro (César Alcalá, Checas de Barcelona, Barcelona, Belacqva, 2005), el historiador barcelonés no sólo completa el testimonio del sacerdote hijo de la víctima (págs. 133-137):

“Aparte de esto, mi hermano mayor, también sacerdote y misionero muy conocido y popular, aun manteniendo entre nosotros la temática como ‘tabú’, en alguna ocasión, en temas de comunidades de base o de cursillos de formación, lo había dicho públicamente, pero en círculos reducidos. Esto yo lo sé por personas amigas suyas que me lo han comentado. Él murió santamente, después de un inmenso trabajo apostólico aquí y en Colombia, el 15 de diciembre de 1981.

“Con referencia a mi primo Ramón, evidentemente, tampoco hay ninguna certeza. Pero parece que salieron juntos. Ese policía hablaba de la misma suerte para el tío y el sobrino, que salieron de la checa el mismo día. Si de todo esto hacéis alguna reseña escrita, sed moderados y no digáis más de lo que un servidor os ha dicho”.

Además, César Alcalá, en el mismo libro (págs. 140-141) nos da esta otra información:

“El beato Pedro Rivera Rivera nació en Villacreces (Valladolid) el 3 de septiembre de 1912. No se conoce con certeza la forma de martirio que sufrió. Según afirman algunos, fue conducido a Montcada Bifurcación, donde lo tiraron vivo a un pozo, como hicieron con muchos, o lo fusilaron, y enterraron en el cementerio de la misma localidad. Otros sostienen que lo mataron en la carretera de l’Arrabassada de Barcelona. Mientras que unos terceros aseguran que su cuerpo, no saben si vivo o muerrto, fue entregado como pasto y comida a una piara de cerdos que la FAI había instalado en el convento de San Elías, donde se encontraba la famosa checa. No se ha podido saber nada más sobre la muerte de Pedro Rivera, ni se ha encontrado o identificado su cadáver. Es cierto, y ésta ha sido siempre la voz de la Provincia religiosa y de la gente que le conocía en Granollers y Barcelona, que fue asesinado por ser sacerdote y religioso. El Martirologio de la Diócesis de Barcelona dice sucintamente: «Fusilado en la Rabasada (Barcelona), el seis de septiembre de dicho año (1936)”

Efectivamente, el sacerdote franciscano Pedro Rivera Rivera O.F.M. Conv., jovencísimo y ya superior del convento de Granollers fue beatificado por Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001, junto con otros doscientos treinta y dos mártires de la persecución española de 1936-1939. Y César Alcalá no ha hecho sino transcribir la información biográfica que podemos encontrar en internet, al final de la página www.franciscanos.org/santoral/alfonsolopez.html, elaborada principalmente a partir de las actas del Proceso de beatificación por el P. Valentín Redondo para la revista Vida Nueva nº. 2294 (13-I-2001).

* * * * *

Deliberadamente hemos querido contraponer dos formas de abordar una misma crueldad en materia de crímenes políticos: arrojar cadáveres como pasto de animales.

La prensa progresista ofrece afirmaciones morbosas, de pasada pero categóricamente, siempre sobre represiones derechistas, con cifras abultadas y redondas y ausencia de circunstanciación y verosimilitud.

El caso de las víctimas barcelonesas de la violencia al presunto servicio de la ‘legalidad republicana’ es muy diferente: se tratan de casos muy concretos, pero, igualmente y por ello, muy bien circunstanciados hasta el nombre propio, cuya verosimilitud se acrecienta por la coincidencia de fuentes diversas hacia un mismo y limitado lugar, la checa barcelonesa de San Elías, y un corto espacio de fechas a comienzos de septiembre de 1936 (en su apéndice Mgr. Montero da para el martirio de la Madre Lizárraga la fecha del día 8 (pág. 826), Eusebio y Ramón Cortés fueron ‘sacados’ el día 10, en tanto que el martirologio diocesano de Barcelona ofrece para el martirio del P. Rivera el día 6 del mismo mes). Y, sin embargo, ni se hinchan cifras, ni se subraya la morbosidad (¿cómo quedaría en un informe de memoria histórica la afirmación en el título ‘En la España Republicana más de seis mil sacerdotes fueron fusilados o dados como pasto a los cerdos’?) y aun se cuestiona la verosimilitud, se quiere limitar el alcance de los hechos, y se da eco a la posible censura por parte de los poderes frentepopulistas de tales procedimientos.

Se nos dirá que hemos escogido deliberadamente casos extremos en torno a un mismo asunto, en los que las afirmaciones de los voceros izquierdistas actúan con diferencia diametral de los procedimientos de los estudiosos católicos y de la Iglesia. Y lo reconocemos así.

Pero al lector toca, de ahora en adelante, comprobar hasta qué punto persiste o no la coincidencia con las tendencias opuestas que nuestros ejemplos apuntan entre la forma de elaborar la memoria histórica de las víctimas izquierdistas de la represión de la justicia militar de Franco, y las reseñas martiriales de las víctimas católicas de aquella persecución ‘autogestionada’ por los partidos políticos a la sombra del manto republicano, algunos de los cuales, con continuidad de identidad y denominación y sin mediar declaración de arrepentimiento ni petición de perdón, gobiernan hoy en España y la comunidad autónoma catalana, e impulsan las leyes de ‘memoria histórica’.

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Luis María Sandoval



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