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Expropiación de patriapotestad

por Max Silva Abbott

La ley confía más en el consejo de un extraño que en el de la propia familia, o si se prefiere, viene a minar las relaciones de confianza, respeto, franqueza y trasparencia necesarias para la formación de los hijos, porque en el fondo, con esto no hace sino poner a los padres contra los hijos y a los hijos contra los padres, dividiéndola.

Cualquiera que se adentre en el espíritu de nuestras sociedades occidentales, se percatará rápidamente que ella podría definirse desde muchas perspectivas como un conjunto cada vez más amplio de libertades, que incluso podrían poner en riesgo la gobernabilidad del todo social. Sin embargo –y tal vez por esto mismo–, no dejan de existir flagrantes contradicciones e incoherencias con este espíritu, al limitárselo a veces de forma increíble, lo cual hace preguntarse si no estaremos, al menos en algunos aspectos, ante un totalitarismo encubierto con apariencias de libertad.

En efecto, el tribunal supermo de Inglaterra decretó hace poco que las adolescentes menores de 16 años pueden abortar sin conocimiento de sus padres, con lo cual ha vedado el derecho de los progenitores a saber si sus hijos quieren abortar. El caso se produjo ante el reclamo de una madre (quien protestó indignada fruto de su propia experiencia al haber abortado hace dos décadas), en atención a una ley que permite a estas adolescentes ser aconsejadas sobre el aborto de manera confidencial, a fin de realizarlo a espaldas de sus padres. El tribunal, amparándose en la referida ley, rechazó el reclamo.

Esto significa que la ley confía más en el consejo de un extraño que en el de la propia familia, o si se prefiere, viene a minar las relaciones de confianza, respeto, franqueza y trasparencia necesarias para la formación de los hijos, porque en el fondo, con esto no hace sino poner a los padres contra los hijos y a los hijos contra los padres, dividiéndola.

Ahora bien, ¿es legítimo que el Estado interfiera así en la vida de las personas? ¿Quién le ha dado esta potestad? El asunto es muy delicado, porque con esto se está privando a los padres del derecho de dar consejo y apoyo a sus propios hijos. Y de manera más profunda, ¿será mejor el consejo de un agente sanitario del gobierno –muchas veces adoctrinado para inentivar el aborto– que además desconoce a la adolescente que le consulta, que el de sus padres? Resulta evidente que los padres no son perfectos (de ahí que el Estado pueda subsidiar su labor si ellos fallan o están ausentes), pero en este caso estamos ante una flagrante expropiación de patriapotestad.

En realidad, no parece adecuado justificar lo anterior señalando que con esta ley se protege la libertad de la afectada. Y no lo es, porque se trata de una menor de edad, que según otras leyes, aún no es capaz de obligarse a sí misma de manera autónoma, y que además, puede ser fácilmente manipulable. En realidad, la contradicción es mayúscula, porque en otras materias, la ley exige este conocimiento y consentimiento paterno, como por ejemplo en la administración de muchos medicamentos; o lo que viene a ser lo mismo, no permite a los adolescentes comprar cigarrillos o alcohol por su cuenta propia. También por eso mismo, las penas son diferentes para un adolescente que para un adulto. Sin embargo, para una decisión tan delicada como esta se le da la mayor autonomía, pudiendo optar así libremente por mantener o terminar con la vida del no nacido, sin perjuicio de que su propia vida ya no será la misma en caso de abortar.

Por eso, la libertad requiere un conocimiento y una madurez mínima del sujeto, puesto que a fin de cuentas, exige responsabilidad, sin la cual, en realidad, no puede existir.

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Max Silva Abbott



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