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Elogio de la afectividad (3): ¿Definir los sentimientos?

por Tomás Melendo y Luis Gómez A.

Jugando un poco con las palabras, estimo que si algo resulta claro respecto a los sentimientos es… que no son ni están nada claros

I. Análisis introductorio

Una realidad huidiza

Por una parte, no resulta fácil descubrir en qué consisten los sentimientos: ni en general, ni cada uno de ellos.

Un síntoma de lo más elemental y ya apuntado. Cuando una persona, incluidos tú y yo, quiere explicar un estado afectivo relativamente complejo —de dejadez y desgana, pongo por caso, pero también de alegría o euforia inesperadas—, suele iniciar la conversación con una frase del tipo: «la verdad es que no sé lo que me pasa, pero desde hace días…».

Y algo parecido ocurre con quienes investigan de manera científica o filosófica la vida afectiva.

Por ejemplo, Teodoro Haecker ha dedicado toda una monografía al análisis de la afectividad [1] . Pues bien, conforme avanza en ella, uno va advirtiendo qué complicado resulta definir los afectos, emociones o como deseemos llamarlos. Se trata de realidades esquivas, inestables, con perfiles poco netos, tornadizos, vaporosos...

Como contrapartida, podríamos argüir que, mal que bien, todos sabemos a qué conmoción o trepidación del alma (o, al contrario, a qué carencia de tono y de energía, o a qué agradable distensión y gratificante relax tras el aguijón de una tensión molesta o de una ilusión alcanzada) pretendemos referirnos cuando empleamos palabras como «sentimientos», «emociones», «pasiones», «agitaciones», «sacudidas», «excitaciones», «subidones o bajones», «estados de ánimo», etc. Vocablos que, aunque en sí mismos no son sinónimos, solemos emplear, y así lo haremos por ahora, como prácticamente equivalentes.

Y sabemos a qué atenernos al hablar de nuestras emociones porque, en efecto, las estamos de continuo sintiendo o experimentando. Sobre todo, es verdad, en determinados instantes o períodos de nuestra existencia; pero también en condiciones más normales: casi a lo largo de todo el día, mientras permanecemos despiertos, y, a veces, incluso en sueños, aunque no lo descubramos del todo hasta el momento de espabilarnos… como cuando nos despertamos aterrados «sin saber por qué».

Una terminología ambigua

A ello se une, como ya se apuntó, que la terminología no es muy precisa en el presente y menos todavía si atendemos a la historia de la civilización occidental.

De todos modos, existen cuatro o cinco vocablos o expresiones que, en el lenguaje de los expertos, sirven para referirse al conjunto de nuestra vida afectiva: emociones, sentimientos, exaltaciones o depresiones, estremecimientos, excitaciones, tono vital, estados de ánimo, pasiones (en el sentido clásico y en el actual)…

Como consecuencia, en su momento habrá que establecer, de forma hasta cierto punto arbitraria, el significado que damos a cada uno de esos términos o giros lingüísticos y, muy en concreto, a la afectividad.

Adelantamos, por ahora, algunas puntualizaciones, más que nada para seguir descubriendo aspectos de la vida sentimental o afectiva.

1. Sabemos que afecto y emoción connotan algo pasivo; suscitan la idea de que una realidad externa pasajera —o su recuerdo, imaginación o el presentimiento de su amenaza— me mueve o cambia interiormente.

Con una diferencia, no obstante:

1.1. El afecto resulta más propiamente pasivo: se refiere a la impresión que recibo cuando conozco y soy afectado por algo.

1.2. Mientras que la emoción (del latín e-movere o ex-movere) señala el movimiento interior —más o menos intenso— que surge de (ex-) la impresión producida en mí.

2. Al contrario, la expresión compleja estado de ánimo alude a una disposición sedimentada, más honda y estable —como se está: estado—… y no a algo que transita o se mueve. Por ese motivo, suele relacionarse con el temperamento.

3. Por su parte, el término pasión es tal vez hoy el más equívoco. Mientras hace siglos indicaba algo común a todo afecto —que el sujeto lo es pasivamente: es afectado por—, en la actualidad acentúa, sobre todo en los dominios del amor, el ardor o la intensidad extrema de ciertas emociones.

4. Finalmente, el vocablo sentimiento parece poner de relieve una cualidad esencial de toda emoción, afecto y estado de ánimo: que, en efecto, lo siento, lo noto o percibo. Y por eso en ocasiones se reserva para las vivencias afectivas que uno advierte, pero parecen no ir acompañadas de conmociones fisiológicas.

Lo que «no» es un sentimiento… aunque se relacione con él

Podemos intentar esa descripción ateniéndonos, de entrada, al vocablo más utilizado en el presente contexto: sentimiento.

En primer lugar, como decíamos, es fácil relacionar el sentimiento (derivado de sentire: sentir) con la percepción o el conocimiento, con el darnos cuenta de algo. Y, además, según nos muestra la experiencia, de un algo que nos habla de nosotros mismos, que tiene lugar, por así decir, en nuestro interior y, sobre todo, que a nosotros se refiere, valorando el modo como nos encontramos.

Por tales motivos, ese particular caer en la cuenta, propio de los sentimientos, se distingue sin excesivos problemas tanto de la sensación (conocimiento sensible) como del conocimiento intelectual, tomados en general, sin más precisiones.

1. El objeto propio de las sensaciones, lo que advertimos a través de ellas, si las consideramos aisladas, es siempre (con plena conciencia de la redundancia) un contenido sensible: color, olor, sabor, dolor, etcétera.

Esto también ocurre, a su modo, incluso cuando se trata de las sensaciones del propio organismo, agrupadas en general bajo el nombre de propiocepción.

Como dice Fabro:

El sentimiento se distingue del simple “sentir” propio de la sensibilidad externa o interna en cuanto que mientras el sentir transmite “contenidos” objetivos, el sentimiento reproduce la situación del sujeto, por ejemplo, de satisfacción o insatisfacción [2] .

2. Por otro lado, muy pocas personas confundirían los sentimientos con el conocimiento intelectual, también ahora aunque se trate del auto-conocimiento.

Lo más característico de este, al menos en teoría y en buena parte de los casos, es que —si se lo examina aisladamente, cosa que no debería hacerse, pero se hace a menudo— se trata de algo frío, objetivo, que raras veces nos excita o con-mueve.

La afectividad sería, pues, un tipo de conocimiento de sí mismo… que no constituye un propio y mero conocimiento.

¿Qué agrega el sentimiento al simple conocer?

Si esto es así, y empleando categorías clásicas, cabría considerar el conocimiento de sí mismo —el intelectual y el sensible, y la conjunción de ambos, que solemos llamar autopercepción— como una suerte de género del que el sentimiento constituye una especie… y, sobre todo y por lo mismo, al determinarlo o precisarlo más, agrega otros componentes.

Y también cabría enfocar la cuestión desde el extremo complementario: desde los componentes agregados; es decir, desde la con-moción que todo sentimiento es o lleva consigo.

Por ambos lados llegaríamos a:

1. Empezar afirmando que el sentimiento o la emoción son, en sí mismos, una determinada disposición o estado o movimiento de nuestras tendencias, impulsos, apetitos… en cuanto que han sido afectados por alguna realidad externa o interna (afecciones o afectos).

2. Pero agregando de inmediato que, para hablar propiamente de emociones o sentimientos, es preciso que ese estar siendo tocado sea percibido —que uno se sienta afectado— y re-accione ante ello.

3. Y, además —y esto es lo que hasta ahora no había dicho de forma tan clara—, que semejante sentirse es, en fin de cuentas, un sentirse bien o mal, en la acepción más amplia de estos términos; experimentar placer o displacer, bien-estar o mal-estar, agrado o des-agrado.

Fabro lo resume del siguiente modo:

El placer comporta en los seres finitos un elemento cognoscitivo que es la aprensión de cierto bien real o aparente, para alcanzar o ya alcanzado, y un elemento afectivo, es decir, el sentimiento de bienestar que es la complacencia de la esfera emocional [3] .

No solo sentir-se

Concluyendo:

1. En una primera consideración, es propio del sentimiento el dar a conocer algo del sujeto al sujeto mismo.

2. Pero, aunque resulte muy relevante, el hecho de que el sentimiento indique siempre algo subjetivo (el modo como uno «se siente» = «se conoce + está», «conoce cómo está»), no basta para describirlo de manera adecuada.

La sensación de frío o calor, pongamos por caso, no constituye propiamente un sentimiento y muy pocas veces se lo considera como tal; ni tan siquiera lo son, en su acepción más estricta, las sensaciones de mero dolor o placer o mareo o vértigo… si es que estas percepciones o las anteriores pudieran darse separadas: y esto deja todavía más claro que los límites entre simples sensaciones y sentimientos resultan difusos, y la definición neta de unas y otros es poco menos que imposible.

Sino sentir-«se» bien o mal…

Para advertir en qué consiste un sentimiento o una emoción, tal vez lo más sencillo sea partir de la experiencia de lo visto hasta ahora y sacar a la luz el elemento nuevo y específico que interviene en la vida emotiva.

Dejando a un lado los otros componentes que ya analizamos, semejante elemento puede calificarse, inicialmente y de manera un tanto vaga, como un deseo, que se convierte en e-moción en la medida en que lo advierto en mí… porque «se mueve», es decir, en cuanto que se despereza o despierta, intensifica, apacigua o desaparece.

Con lo que, un tanto simplificadamente, el sentimiento sería la percepción —placentera o no, según los casos— de que un deseo se ha activado o intensificado y, más tarde, sucesivamente, de la satisfacción por estar acercándose o por haber conseguido aquello que se anhelaba, o el desencanto por estar alejándose de ello o no haberlo logrado. 

O, también, desde el extremo contrario, la activación o apaciguamiento o intensificación o relajación o reposo total de una tendencia o anhelo, pero justo en cuanto está siendo advertido.

II. La música ambiental de nuestro vivir

Un balance de nuestro estado interior

En consecuencia, ya lo enfoquemos como conocimiento ya como con-moción, lo que de entrada hay que añadir para pasar del género a la especie es que:

normal'>1. El sentimiento implica siempre relación con una o más tendencias o inclinaciones y, por tanto, según se apuntó y veremos de nuevo, posee por fuerza una connotación valorativa: de perfección o imperfección… advertidas.

2. Y, por consiguiente, la conciencia de que nos está sucediendo o estamos experimentando algo bueno o malo, no necesariamente en sentido moral, y no siempre, o muy pocas veces, de forma clara y distinta.

Con toda razón, pues, Marina concibe el sentimiento como un «balance» de nuestro estado global: si nos sentimos bien o mal… con determinados matices.

A lo mismo apunta, de forma poética y certera, Miguel-Ángel Martí:

Nuestra vida se tiñe de nuestro sentimiento vital, que es la forma que tenemos de percibir la propia existencia, o, dicho con términos más plásticos, el sentimiento vital es la música ambiental de nuestro vivir [4] .

Por eso, para empezar a situarnos en un terreno ya más técnico y preciso, cabría describir el sentimiento como «la percepción de que una o más tendencias han sido activadas —y lo que eso implica para su sujeto— o del estado que origina o “va originando” el cumplimiento o frustración de tales tendencias», a las que en breve aludiremos.

Y en este una (o más), desde el punto de vista real y fenomenológico habría que invertir la importancia —subordinando el «una» al más—, puesto que la situación y el estado reales de cualquier ser humano en cada momento de su biografía resultan siempre enormemente complejos, porque pone en juego varias o muchas tendencias.

O sentirse bien-y-mal al mismo tiempo

Como consecuencia, la descripción tan elemental de los primeros pasos de este escrito comienza a mostrar algunas de sus muchas carencias o simplificaciones.

Pues, en efecto:

1. Es muy difícil, casi imposible, que se despierte y dispare una sola tendencia.

1.1. Lo normal es que entren en actividad un número más o menos elevado de ellas, relacionadas entre sí.

1.2. Más todavía, suele ocurrir que vibra toda la persona, en el estado concreto en que en tal instante se halla.

Por otro lado:

2. Aunque en principio bastaría con hablar de «tendencia percibida», es preferible explicitar, como ya apuntamos y enseguida advertiremos de nuevo, que a esa percepción se encuentra aparejado:

2.1. Un balance valorativo espontáneo e inevitable, justo porque la tendencia natural y no viciada tiene como objeto su bien (nadie desea o anhela algo malo precisamente en cuanto malo), y en presencia del mismo experimenta cierta complacencia, así como en su ausencia una clara desazón.

2.2. Y un balance complejo. Pues, según lo sugerido, difícilmente se remueve o desata una sola tendencia. Y porque en cada nueva activación plural se encuentra como resumida no solo toda la persona como es hoy y ahora, sino su biografía completa, todo su pasado.

La afirmación, tan importante, de que quien actúa no es una u otra de las facultades, sino el individuo o el sujeto, puede traducirse diciendo que, en todas y en cada una de nuestras acciones, pasiones y reacciones —del tipo que fueren, aunque de formas diversas y con distinta intensidad— se pone en juego todo lo que hemos vivido y asimilado a lo largo de nuestra existencia: en el plano individual, familiar, social, etc.; es justamente aquí donde se insertaría el difícil y tan relevante discurso relativo a la educación, la cultura, la historia, el lenguaje…

Sentir-se vivo

Así enfocado, y según García-Morato, podría describirse el sentimiento humano como la percepción de que estamos mejorando o empeorando como personas… o adelantando en unos aspectos y retrocediendo en otros.

Con sus propias palabras, el sentimiento sería:

La reacción del ser espiritual ante la propia vitalidad. En nuestro interior hay un enjambre de fuerzas que chocan y se entrecruzan. Los sentimientos son la manera que tenemos de percibirlas y así sabemos qué pasa. En el ánimo, cada persona experimenta el eco del desarrollo o menoscabo de su ser, y la satisfacción o insatisfacción de sus impulsos vitales [5] .

O también, con expresiones del mismo autor:

Se podría concluir diciendo que la afectividad es la resonan­cia activa, en la conciencia de la persona, de su relación existen­cial con el ambiente y de su estado vital. Y que esto se muestra en los sentimientos, emociones, pasiones y motivaciones, que se vivencian personal y subjetivamente de acuerdo con nuestro temperamento, carácter, cultura, lucha personal, etc. [6]

El sentimiento como vivencia

Tras cuanto llevamos visto, quizás resulte ilustrativo encuadrar el sentimiento, con toda la complejidad que implica, en los dominios de las vivencias, tan de moda de un tiempo a esta parte.

En efecto, según sostiene Küng:

Todos conocemos la sociedad en que estarnos insertos. El trabajo ya no ocupa el centro de ella, pues ha sido desplazado por la vivencia. En gran medida, la vivencia se ha transforma­do en una meta en sí. Hay infinidad de cosas que no necesitamos, pero desearíamos tener: desde la vestimenta al automóvil nuevo, el valor de la vivencia es a menudo más importante que el de uso. El sentido de la vida ya no lo proporciona el trabajo, sino la búsqueda de experiencias agradables y la "estetización" de la vida cotidiana. Todo debe ser más placentero, más bello y más ameno, pues "todo lo que divierte está permitido".

No es de sorprender que en nuestra sociedad, a la par del mercado de trabajo, el mercado de las experiencias se haya convertido en un factor dominante de la vida cotidiana, donde la oferta es cada vez más refinada y la demanda más rutinaria [7] .

Afirmamos antes que el sentimiento es un sentir-se e incluso un sentirse-sintiendo. Podría también describirse como un vivir-se viviendo, puesto que la vida sensible, a diferencia de la simplemente vegetativa, implica el sentir y el sentirse; es decir: el sentirse sintiendo, que equivale entonces al sentirse viviendo… con lo que la emoción se introduce claramente en los dominios de las vivencias.

Pues, siguiendo el resumen que realiza Malo,

… la vivencia puede definirse como la iluminación de la vida desde dentro, o sea, como el darse cuenta en mayor o menor medida del propio vivir [8] .

Siempre en el decir de Malo, esta descripción inicial puede desarrollarse en los tres pasos que siguen y que expongo con palabras literales, omitiendo lo que estimo menos pertinente:

1. La vivencia presupone, ante todo, la comunicación o el diálogo del ser vivo con la realidad circunstante a través de los instintos, en el animal, y de las tendencias, en el hombre […].

2. En segundo lugar, puesto que la simple relación instintiva o tendencial no basta para la comunicación, el individuo animal necesita percibir o darse cuenta del ambiente o del mundo […]. La percepción hace descubrir al animal en el ambiente conjuntos de significado; por ejemplo, el reclamo del macho percibido por la hembra en celo, el agua percibida por el animal sediento… El grado de percepción depende de la capacidad para descubrir esos significados: el grado más elemental es la percepción sensorial, común a todos los animales; el más elevado es la comprensión intelectual […].

3. La vivencia está integrada por tres elementos: a) la percepción de la realidad circunstante como positiva o negativa en relación a los instintos animales y a las tendencias humanas; b) el centro vital del sujeto, es decir, el núcleo de donde salen las inclinaciones en busca de lo que las satisface; c) la conducta activa consiguiente a la interiorización del mundo percibido. Estos elementos se unen entre sí de acuerdo con el esquema pregunta-respuesta y forman el círculo funcional de la vivencia [9] .

La expresión círculo funcional de la vivencia fue acuñada por Philip Lersch. Con ella quería indicar que

… los hechos anímicos de la pulsión, de la percepción del mundo, del sentimiento y de la conducta activa no son elementos aislados, sino que forman un conjunto que se desarrolla través de un feed-back continuo [10] .

Que es otro modo de referirse a la idea central que guía esta exposición: la complejidad del mundo afectivo y la unidad de la persona.

III. Componentes de la vida afectiva

Dos elementos en toda emoción

En el sentimiento intervienen, pues, dos factores, que ahora simplemente enunciamos, para estudiarlos después con más detalle:

1. El conocimiento.

2. Las tendencias o inclinaciones, que dan lugar a los deseos o rechazos.

El conocimiento

Resulta fácil de comprobar, puesto que nadie habla de sentimiento o afecto si no percibe nada en su interior.

En relación a este extremo, conviene puntualizar que:

1. Por una parte, no es cierto que, si careciéramos de tendencias o inclinaciones, no sentiríamos nada, ya que la percepción de frío, calor, estabilidad o inestabilidad corporal, equilibrio, cansancio, dolor, etc., a las que con rigor cabe llamar sensaciones o percepciones, no van por fuerza e inmediatamente aparejadas a una tendencia y, por eso, en sentido estrictísimo, no serían sentimientos.

Admitimos sin reparos, pues nos parece certero, que también aquí podría hablarse de cierta tendencia al bienestar físico —emparejada con el instinto vital de conservación: vivir y vivir bien—, que es justo lo que tiñe con un cariz emotivo lo que en su acepción más rígida calificábamos de meras sensaciones; pero esto es algo que ya apuntamos y ahora no cabe desarrollar con más calma.

2. Sin embargo, los sentimientos propiamente dichos —las emociones o palpitaciones o estados de ánimo— sí que se encuentran ligados a esas inclinaciones, y pueden calificarse con más propiedad como sentimientos en la medida en que más comprometan a la persona en cuanto tal.

2.1. Esto equivale a sostener que, de manera más directa, se relacionan con la perfección o el fin del hombre, real o percibido o, al menos, barruntado como tal.

2.2. Y es justo esa remota referencia a nuestro destino o bien final lo que hace que nos impliquen o comprometan: que nos hagan vibrar o con-movernos de una manera íntima y total.

De ahí deriva, en parte, su gran relevancia y la atención que les estamos prestando: pues probablemente este tema ocupará más espacio que cualquiera de los que preceden y siguen.

Cabe, entonces, concluir que los sentimientos surgen cuando está en juego un valor, propio o ajeno, que nosotros percibimos o vislumbramos como tal y de algún modo nos afecta.

Comprometido ¿con…?

La metafísica nos llevaría a referir principalmente esos valores a la unidad, verdad, bondad y belleza, que acompañan a todo lo que es, en proporción directa a su grandeza.

Pero no es muy distinto lo que sostiene Harold Bloom en ¿Dónde se encuentra la sabiduría? A saber:

La mente retorna siempre a su necesidad de belleza, verdad, discernimiento.

Más claro todavía, ¡y para explicar cómo asegurarse el éxito en los negocios!, resulta Morris (tomo de nuevo la cita de Si Aristóteles dirigiera la General Motors):

Durante toda la historia, y en todas las culturas del mundo, ha habido cuatro dimensiones básicas de la experiencia hu­mana, que en la actualidad son tan importantes como lo han sido a lo largo de los siglos. Son las claves para lograr la felicidad personal en el trabajo, así como una excelencia corpo­rativa sostenible. […]

Cada una de las expresiones lleva a un objetivo, una fina­lidad que es en sí misma una sólida base para la satisfacción humana duradera. Estas bases son:

1) La dimensión intelectual, que aspira a la verdad.

2) La dimensión estética, que aspira a la belleza.

3) La dimensión moral, que aspira a la bondad.

4) La dimensión espiritual, que aspira a la unidad.

Lo intelectual, lo estético, lo moral y lo espiritual: verdad, belleza, bondad y unidad. Estos son los elementos que estruc­turan toda la vida humana y nos proporcionan cuatro bases para la excelencia humana sostenible. A menudo, y en nuestro detrimento, las olvidamos en el mundo de los negocios [11] .

Nada de lo anterior está muy lejos de la afirmación de Einstein:

Los ideales que han iluminado mi camino y que me han dado siempre nuevo valor para afrontar la vida con ale­gría han sido la verdad, la belleza y la bondad [12] .

Y, en general, podría hablarse de cualquier tipo de valores que, en efecto, lo sean… o se perciban como tales.

Los apetitos o inclinaciones

Estableciendo cierto paralelismo con lo analizado en relación al conocer, comprobamos que tampoco solemos hablar de sentimiento, en su significado más propio, cuando se trata de una percepción en la que no está implicada tendencia alguna ni, como consecuencia, cierta sensación…

1. De déficit o carencia, en el momento inicial de activarse.

Al advertir, por ejemplo, que no gozamos de los conocimientos y la autoridad suficientes para explicar correctamente en qué consiste la vida afectiva o para arreglar un problema conyugal o familiar, experimentamos simultáneamente la desazón y el malestar que esa falta o privación de capacidad lleva aparejada.

2. O de cumplimiento o de frustración:

2.1. Según uno perciba que se acerca o no al objetivo anhelado, cosa que puede ocurrir repetidas veces y de maneras opuestas en el despliegue de un mismo proceso: hay momentos en que la meta parece al alcance de la mano o que, al menos, se van dando los pasos que dirigen hacia ella, mientras que en otro u otros instantes se alza un obstáculo imprevisto que está punto de echar a perder todo lo avanzado, etc.

2.2. Y según se alcance o no, de manera ya definitiva, el término al que apuntaba ese deseo.

Antes de acabar el presente epígrafe, parece imprescindible insistir en que este modo de enfocar el asunto, aunque inevitable, resulta excesivamente analítico: intenta aislar y definir un elemento puro, que, de hecho, se da siempre en conjunción con otros muchos de la vida humana.

Por eso, si nuestra pretensión fuera observar lo que efectivamente ocurre, deberíamos actuar al contrario: partir del todo de la vida, del complejo emocional-cognoscitivo-operativo tal como de hecho se da, para después discernir sus componentes.

Es lo que normalmente realiza la literatura, el cine y más en general, el arte, que por tales motivos suelen ser más eficaces que las explicaciones teoréticas, como la que estamos desarrollando.

IV. Sobre las tendencias humanas

Para seguir avanzando en el esclarecimiento de lo que son las emociones, conviene recordar algunos extremos un tanto más técnicos y, por eso, más difíciles de comprender.

No hay que preocuparse en exceso, pues todo ello irá resultando más inteligible conforme avancemos y, como de costumbre, volvamos sobre lo anteriormente leído.

 ¿Qué son?

Hace un buen rato que venimos hablando de tendencias, apetitos, inclinaciones… No nos ha parecido necesario explicar de inmediato en qué consistían, porque los mismos términos indican lo que nuestra experiencia habitual confirma: que nos sentimos a menudo solicitados o impelidos a realizar determinadas acciones, o a omitirlas, con el fin de conseguir algo o, en su caso, aunque derivadamente, de evitarlo.

Desde esta perspectiva, el término «apetito» resulta muy significativo:

1. Por un lado, apela a ese estado orgánico-psíquico que nos impulsa a buscar comida: algo que nos sacie, eliminando el estado y la sensación de mal-estar o des-equilibrio orgánico.

2. Por otro, empleado de manera genérica, es utilizado también para aludir, con más o menos propiedad, a cualquier tendencia, inclinación o pulsión: a esas ganas de ver un partido de fútbol o baloncesto o una película, de estar con unos amigos, con la mujer o la novia, de cambiar de ocupación, de intentar eliminar a Dios de nuestra conciencia o de tratarlo con más intimidad, de aprender matemáticas o filosofía o física, de librarnos de una situación embarazosa, de romper a cantar, de bailar, de morirnos o de vivir a tope

Todos esos deseos o apetitos, que en los animales atribuiríamos a sus instintos, en los seres humanos están provocados por las distintas tendencias, que más tarde procuraremos enumerar, distinguir y relacionar de nuevo… porque solo así es como existen: en mutua interconexión y dependencia y en unión con el resto de la vida de cada individuo.

¿Cómo se caracterizan?

Entre los rasgos capitales de las tendencias humanas, cabe apuntar por ahora, de acuerdo con nuestra experiencia, y con el fin de completarlos y concretarlos más tarde:

1. Multiplicidad no armónica

Que son múltiples y no siempre se encuentran en armonía. Centrándonos adrede en una esfera muy particular:

1.1. Tenemos inclinaciones a echar una mano a quienes nos rodean, complicándonos la existencia… y a vivir una vida lo más tranquila y regalada posible.

1.2. A mantener o mejorar la línea… y a comer en exceso o no hacer ejercicio físico regular y continuado.

1.3. A pasar desapercibidos, incluso por timidez,… y a ser el perejil de todas las salsas, enfadándonos cuando no nos tienen en cuenta o no aprecian lo que valemos.

1.4. A multiplicar el número de nuestros amigos y conocidos… y a aislarnos en nuestro propio mundo, donde aparentemente reina la paz y el sosiego.

1.5. ¡Y pare usted de contar, porque el elenco sería infinito!

2. No deterministas

Que, en condiciones normales, las tendencias humanas pueden seguirse o no, incluso aunque las experimentemos con una gran intensidad… a diferencia de lo que sucede con los instintos, que se imponen al animal de forma casi maquinal o automática, sin que este pueda resistirse.

Recogemos de momento un texto significativo, en espera de tratar este asunto con más detalle. Como fruto de sus vivencias en distintos campos de concentración y de su práctica como psiquiatra, Frankl asegura:

Sin ninguna duda, el hombre es un ser finito y su libertad limi­tada. No se trata, pues, de librarse de los condicionantes (bioló­gicos, psíquicos, sociológicos), sino de la libertad para adoptar una postura personal frente a esos condicionantes. Ya lo afirmé con claridad en cierta ocasión: «Como profesor de dos disciplinas, neu­rología y psiquiatría, soy plenamente consciente de en qué medida el hombre está sujeto a las condiciones biológicas, psicológicas y sociales. Pero además de profesor en estos dos campos soy supervi­viente de otros cuatro —de concentración, se entiende— y como tal quiero testimoniar el incalculable poder del hombre para desafiar y luchar contra las peores circunstancias que quepa imaginar» [13] .

3. Finalizadas

Que, como repetía Aristóteles, toda tendencia inclina hacia su bien propio y en él se deleita [14] , aunque deba ser educada, pues, en el hombre, lo natural es la educación… y aunque una falta de educación o una educación incorrecta la desvíe de tal objetivo:

3.1. La vista aspira a ver (y a ver lo digno de verse), el oído a escuchar sonidos armónicos, el gusto a paladear manjares o bebidas exquisitas o exóticas…

3.2. El entendimiento, aunque a veces no lo parezca, a conocer más y mejor (¡aquí sí que es imprescindible la educación!).

3.3. El apetito sexual, a unirse con una persona del sexo complementario (más aún: con el propio cónyuge, si hemos hecho madurar esta tendencia, humanizándola, de manera análoga a como actuamos con las restantes).

3.4. Y asimismo existen, entre otras muchas, inclinaciones a la comodidad, a gozar de la temperatura adecuada, a moverse o descansar, a buscar la horizontal, a relajarse cuando nuestros músculos soportan una tensión excesiva…: es decir, a lo que, en principio, sería el bien-estar físico.

4. Más o menos adecuadas

A todo lo cual es imprescindible añadir lo que ya hemos medio sugerido: que el hombre no actúa determinado por sus instintos, sino que en él intervienen otros factores, que de manera genérica, podemos llamar formación o carencia de ella. Y, por tanto, que el bien aludido puede ser:

4.1. Incluso para la misma tendencia particular, un bien real o solo aparente.

4.2. Y, para el conjunto de la persona: global o enterizo, por cuanto, en efecto, mejora al individuo en su totalidad; o parcial, porque no perfecciona al ser humano en cuanto tal, sino solo de un aspecto u otro.

Es decir, porque no conviene a la totalidad de la persona, aunque el apetito concreto quede a gusto y disfrute: pongamos el ejemplo sencillo del alcohol, del exceso de azúcar o de sal, de condimentos, etc.

4.3. Como es obvio, en cualquiera de estos dos últimos casos, si atendemos al progreso radical de la persona como persona, el bien solo parcial o aparente puede en definitiva ser un mal respecto al bien real o al global y superior: al de la persona en cuanto tal, en cuanto persona.

Sus dos estados principales

Aunque de momento no se entienda el porqué del excursus, y aun tratándose de cuestiones un tanto técnicas, solicitamos un voto de confianza para desarrollar algunos rasgos característicos de las tendencias humanas… que en su momento manifestarán su importancia.

1. La «pura» tendencia

Con las tendencias sucede algo muy parecido a lo de aquella potencia que, quien más quien menos, estudiamos al cursar filosofía, cuando nos hablaron de Aristóteles y —¡cómo no!— de la potencia y el acto».

Muy probablemente, las explicaciones de entonces nos llevaron a pensar que la potencia resulta suprimida cuando adviene o se ejerce el acto: así solemos o solíamos entender que lo que estaba en potencia pasa a estar en acto.

Pero no. La potencia no es eliminada cuando pasa al acto correspondiente, sino que permanece como potencia, pero actualizada (no podemos detenernos a explicarlo, pero confiamos en que se comprenda con los ejemplos que aduciremos de inmediato).

En este caso, como también en el de la inclinación o aspiración, el malentendido surge por poner un excesivo énfasis y fijar nuestra atención exclusivamente en el movimiento… que es, en efecto, donde más clara se ve la distinción entre potencia y acto, pero no la única ni mejor situación donde acto y potencia conviven y se complementan ni, por consiguiente, donde se advierte de modo más ajustado la naturaleza respectiva de una y otro.

1.1. Según hemos recordado, suele definirse el movimiento como paso de la potencia al acto. Y con ello se da la impresión que comentaba: que el acto sustituye a la potencia.

1.2. Pero en realidad, moverse —en el sentido indicado— es la transición del estar solo en potencia (potencia sin acto que la actualice), a estar en acto (potencia actualizada por el acto que le es propio).

La potencia, por tanto, sigue ahí, pero con su acto: no es reemplazada por él, sino solo actualizada o ejercida.

2. La tendencia ya cumplida

Pues algo similar ocurre con las tendencias que están en la base de los sentimientos: que no resultan suprimidas cuando alcanzan el bien al que están inclinadas. Más bien se actualizan, y permanecen en ese estado: el de actualizadas o, en este caso, colmadas o satisfechas.

2.1. Por el contrario, podría decirse que la tendencia o inclinación se ha esfumado cuando, si esto ocurriere, se acabara el gozo derivado de la adquisición y posesión de su bien propio.

Así lo afirma Garrido:

La inclinación o propensión del apetito es tal, que no se agota en tender a la busca del bien ausente, sino que incluye el gozo y el descanso en la posesión del bien presente. Apetecer es tanto desear lo que no se tiene como gozar de lo que se tiene. Para que la apetencia se extinga no basta que se haya extinguido el deseo; tiene que extinguirse también el placer, que es como su corona. Si es verdad que el término “apetito” alude por antonomasia al primero de estos dos momentos, el de inquietud y deseo, no menos cierto es que no excluye al segundo, el de fruición y sosiego, ya que el objeto sobre el que versa en ambos casos, el bien, es el mismo siempre [15] .

¿Difícil de captar?

Tal vez un par de ejemplos aclare lo que hasta aquí pudiera haber sonado un tanto abstruso.

Pero antes conviene darse cuenta de que potencia es tanto como «capacidad real de…», como «poder realmente…».

2.2. Entendido esto, nadie en su sano juicio diría que un coche tiene capacidad (o potencia) de alcanzar los 300 km. por hora, si, al probarlo en las condiciones adecuadas y por un conductor con pericia, que sabe hacerlo rendir a tope… el coche no pasa de los 230.

Pero tampoco, y es lo que se pretende ahora subrayar, que el automóvil deja de tener esa capacidad justo cuando alcanza o supera los 300 por hora: más bien es entonces cuando podemos estar seguros de que tenía (¡de que tiene!) esa potencia.

2.3. Acudiendo a otro supuesto: resulta bastante obvio que nadie vería en acto si en ese preciso instante, por desvanecerse la potencia o capacidad de ver, no pudiera ver. El que esté viendo es la prueba más clara de que puede ver, de que tiene capacidad o potencia real para ello.

Esa potencia la posee también cuando cierra los ojos o se encuentra a oscuras; pero sería absurdo afirmar que la pierde (que ya no puede ver) justo cuando está viendo de nuevo, al abrir los ojos o encender la luz.

A oscuras, la potencia está sin actualizar: puede ver, pero no ve; con luz, sigue la potencia o posibilidad (de ver), pero actualizada: hasta tal punto puede ver… que, de hecho, está haciendo lo que puede hacer: está viendo. No parece muy difícil de entender y admitir.

Las tendencias no desaparecen cuando se las colma

Y, según se acaba de sostener, algo similar sucede a las tendencias o apetitos: también ellos persisten una vez actualizados o colmados… a no ser que, en el instante en que logran su objetivo, o con el paso del tiempo, desaparezca o se embote la inclinación hacia aquello que antes atraía.

Es lo que solemos llamar «perder el gusto por…»; y, en efecto, la prueba más clara de que la tendencia no sigue operativa —bien por haber sido suprimida, bien porque una inclinación opuesta y más fuerte la ahoga— es que el sujeto en cuestión ya no goza con el bien poseído: aquello deja de gustarle.

Por el contrario, mientras disfrute con lo que ha alcanzado, está claro que la tendencia a aquello sigue presente… aunque satisfecha o hecha plena: actualizada.

Es sencillo entender que, si en el momento en que ya conquisto lo que ando largo tiempo persiguiendo —un título universitario, un trabajo, un vino de marca, casarme con la persona a la que amo…—, desapareciera la inclinación a tenerlo o a convivir con esa persona, ¿cómo podría disfrutar de lo obtenido? ¿Puede alguien gozarse en lo que ya no quiere, le atrae o apetece… justo porque lo posee?

Cierto que esto ocurre a menudo, y acaso más en el mundo contemporáneo. Pero indica, tal vez entre otras cosas, que en demasiadas ocasiones ponemos nuestra ilusión en realidades incapaces de colmarla. En tales circunstancias sí que es posible (e incluso inevitable) que, al conquistar lo que deseaba, pierda las ganas de tenerlo… y la ilusión y el gozo por haberlo conseguido: que me des-ilusione.

¿Luego…? Luego el problema es que estaba buscando llenar mis ansias de bien (de felicidad, como suele decirse, de forma un tanto ambigua) con algo que, por no ser lo bastante bueno, no puede lograrlo. Y de ahí que, hoy día, como antes apunté, existan tantas personas perpetuamente insatisfechas, que, desengañadas con las anteriores, buscan de continuo nuevas emociones, vivencias, sensaciones…

No cuesta demasiado intuir cuánto tiene que ver todo esto con la felicidad y sus aledaños [16] .

¿A qué tienden las tendencias?

Son muchas, y enormemente variadas, las clasificaciones y enumeraciones de las tendencias humanas propuestas por los distintos autores.

Sin pretender en absoluto que sea la mejor, y en espera de lo que luego expondremos, transcribimos una de ellas —recogida por Pinckaers—, para después agregar dos puntualizaciones claves.

Primero, sus palabras:

Podemos distinguir cinco inclinaciones fundamentales. Se derivan de los elementos esenciales de nuestra naturaleza y recogen singularmente las ideas generales que los filósofos llaman “trascendentales” o “cualidades universales”.

La inclinación primera, en el origen de todo acto hu­mano, es la inclinación al bien, una aspiración que […] es inseparable de la atracción de la felicidad. […] Reúne las demás inclinaciones en un haz dinámico.

Bajo la égida de la aspiración al bien, viene en primer lugar la inclinación a la conservación del ser, tan funda­mental como la misma existencia. Se manifiesta en la idea y la experiencia del ser, en el sentido de lo real. Nos pone en comunión con todos los seres.

El hombre es un ser vivo y tiene la facultad de transmi­tir la vida por medio del ejercicio de la sexualidad. El gé­nero humano está dividido en varones y mujeres —una distinción de géneros expresada a través de las ideas y del lenguaje—, llamados a la generación y a la educación. En este sentido somos semejantes a todos los seres vivos de la tierra.

La cuarta inclinación es profundamente espiritual: con­siste en la aspiración a la verdad que se manifiesta en la idea y en el conocimiento de la verdad como el objeto pro­pio y la luz de la inteligencia en sus funciones teórica y práctica. […]

Por último, el hombre posee una inclinación natural a la vida en sociedad que procede del sentido del otro, cons­titutivo de nuestro ser personal junto al sentido del bien. Da paso al deseo de la comunicación y de la comunión, y se manifiesta a través del lenguaje [17] .

Nuestra propuesta provisional:

1 . Resumiendo lo más posible y acudiendo al sentir general, cabría decir que el conjunto de las tendencias humanas aspiran en última instancia a un mismo fin, que llamamos felicidad o vida lograda (o plena) y que incluye otros muchos sub-objetivos o bienes intermedios.

2. A esto habría que añadir una observación ya conocida, pero de enorme relevancia para la correcta comprensión de la afectividad y de la persona humana. Y es que la tendencia más perfecta que hay en cualquier persona, justo en cuanto persona, es la propensión a amar: a comunicar libremente el bien que posee (en el fondo, uno mismo: lo mejor de sí), y no a conseguir aquel del que se carece… que es siempre signo de imperfección.

La grandeza de la persona

Estamos ante una de las exigencias más claras de la interpretación metafísica y no reduccionista de la persona: la que marca la diferencia infinitamente infinita entre el hombre y los animales, como quería Pascal, y tal vez —según se dijo casi al principio— la causa de que naufraguen bastantes de los intentos actuales de explicar la afectividad, que olvidan este dato fundamentalísimo —la sublimidad de la persona—, principalmente por dos motivos.

1. O bien por moverse de abajo a arriba, al estilo de Freud y tantos otros en la cultura contemporánea, que, como bien explica Denis de Rougemont, se empeña en explicar lo superior por y desde lo inferior, y no al contrario:

Nosotros, los herederos del siglo XIX, somos todos más o menos materialistas. Si se nos muestran en la naturaleza o en el instinto esbozos toscos de hechos “espirituales”, inmediatamente creemos disponer de una explicación de tales hechos. Lo más bajo nos parece lo más verdadero. Es la superstición de la época, la manía de “remitir” lo sublime a lo ínfimo, el extraño error que toma como causa suficiente una condición simplemente necesaria. También es por escrúpulo científico, se nos dice. Hacía falta eso para liberar al espíritu de las ilusiones espiritualistas. Pero me cuesta mucho apreciar el interés de una emancipación que consiste en “explicar” a Dostoievski por la epilepsia y a Nietzsche por la sífilis. Curiosa manera de emancipar al espíritu, esa que se “remite” a negarlo [18] .

2. O por seguir de manera muy literal a Aristóteles, quien, según parece, no logró o, al menos no de manera neta y definida, superar el carácter carencial o privativo del amor como «deseo-de-lo-que-no-se-posee».

 Y por eso no pudo atribuir el Amor a Dios, sino solo el conocimiento. En los momentos en que Aristóteles habla como filósofo, y no cuando utiliza los esquemas de la religión popular, incluso en los escritos de su Metafísica, lo concibe como Puro Pensamiento de su propio Pensamiento, que nada ama-desea porque de nada carece, sino que mueve como Objeto de amor de las inteligencias superiores: es amado-deseado sin Él amar. Pues amar [aristotélicamente = desear] sería signo de carencia e imperfección.

Así lo explica Polo:

Aristóteles advierte la existencia de operaciones estrictamente posesivas, superiores a las acciones constructivas, que se dirigen hacia fuera y que, por tanto, implican un grado de posesión más débil que las operaciones inmanentes. Pero estas operaciones son cognoscitivas. Ni en Aristóteles, ni en Platón, la voluntad es posesiva: es precisamente no posesiva, es decir, tendencial; incluso es de notar que la palabra “voluntad”, que viene del latín, no tiene equivalente griego. Lo que se corresponde con lo que nosotros llamamos voluntad es la palabra órexis, que significa deseo. Ahora bien: se tiende o se desea aquello que no se posee; no se tiende a lo que se posee. Por eso, la operación inmanente intelectual de ninguna manera es una tendencia [19] .

Y agrega:

Dice Tomás de Aquino que, más o menos, todos los filósofos vislumbraron que Dios es Logos, pero que Dios es Amor no lo vislumbró ninguno. Es claro que si la voluntad es tendencia y deseo solamente, no cabe ponerla en Dios (un dios deseante es una noción mítica o una ilusión gnóstica aberrante), porque de ello se sigue que Dios es imperfecto, y un dios imperfecto es una contradicción >[20] .

Nadie debería preocuparse si, de lo expuesto en estos últimos parágrafos, no ha logrado entender nada o casi nada. Pero le animo de nuevo, también como preparación para cuanto sigue, a profundizar, de la manera que le parezca oportuna, en el conocimiento de la persona humana.

·- ·-· -······-·
Tomás Melendo y Luis Gómez A.





[1] Haecker, Theodor, La metafísica del sentimiento, Rialp, Madrid 1959.

[2] Fabro, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del alma), Rialp, Madrid 1982, p. 111.

[3] Fabro, Cornelio, Introducción al problema del hombre (la realidad del alma), Rialp, Madrid 1982, p. 114.
Y agrega, por contraposición: «Por el contrario, en Dios el placer es la felicidad de la plena posesión de sí mismo, sumo bien, acompañada por una única simple y suprema alegría: […] “por tanto, Dios goza siempre de una alegría única y simple” ( Aristóteles, Et. Nic., VII, 13, 1154 b 26) porque el placer consiste en la quietud más que en el movimiento».
En cualquier caso, semejante quietud nada tiene que ver con la ausencia de actividad, sino justo con su culminación operativa. Como Agustín de Hipona afirmara de Dios: semper agens, semper quietus (Conf., 1, 4).

[4] Martí García, Miguel-Ángel, La afectividad, Eiunsa, Madrid 2000, p. 23.

[5] García-Morato, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad, Eunsa, Pamplona 2002, p. 52.

[6] García-Morato, Juan Ramón, Crecer, sentir, amar. Afectividad y corporalidad, Eunsa, Pamplona 2002, p. 20. Apuntamos, y no por ser quisquillosos, que la expresión «resonancia activa» resulta un tanto contradictoria, aunque comprensible. En fin de cuentas, re-sonancia activa equivale a re-acción percibida.
Es, por tanto, lo que ya hemos expuesto y seguiremos repitiendo. Propiamente, la afectividad está más bien del lado de la re-acción/pasividad —aunque percibida— que de la acción en sentido estricto y propio.

[7] Küng, Hans, Acerca del sentido de la vida, Conferencia pronunciada en el Congreso de Radiooncología en Baden-Baden el 18 de noviembre de 1995.

[8] Malo Pé, Antonio, Introducción a la psicología, Eunsa, Pamplona 2007, p. 36.

[9]< Malo Pé, Antonio, Introducción a la psicología, Eunsa, Pamplona 2007, p. 36.

[10] Malo Pé, Antonio, Introducción a la psicología, Eunsa, Pamplona 2007, pp. 36 y 37.

[11] Morris, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta, Barcelona, 2005, pp. 33-34.

[12] Cit. por Morris, Tom, Si Aristóteles dirigiera la General Motors, Planeta, Barcelona, 2005, p. 108.

[13] Frankl, Viktor, El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona, 2004, p. 149.

[14] Cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1094a 2-3: «El bien es lo que todos apetecen».

[15] Garrido, Manuel, Estudio crítico a, haecker, Theodor, La metafísica del sentimiento, Rialp, Madrid 1959, pp. 44-45.

[16] Cfr. Melendo, Tomás, Felicidad y autoestima, Eiunsa, Madrid, 2ª ed. 2007.

[17] Pinckaers, Servais-Th., La moral católica, Ed. Rialp, Madrid, 2001, pp. 114-115.

[18] Rougemont, Denis de, El amor y occidente, Kairós, Barcelona, 4ª ed. 1986,  p. 59.

[19] Polo, Leonardo, «Tener y dar», en AA.VV., Estudios sobre la Encíclica «Laborem exercens», BAC, Madrid 1987,  p. 223.

[20] Polo, Leonardo, «Tener y dar», en AA.VV., Estudios sobre la Encíclica «Laborem exercens», BAC, Madrid 1987,  p. 224.

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