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Iglesia y Ciencia en el siglo XX: El CSIC

por Alfonso V. Carrascosa

Sobre la compatibilidad entre razón y fé, o más en concreto, entre Iglesia Católica y ciencia, hay mucho escrito, pero poco en prensa. Tal vez por eso le cuesta más a la gente estar informada sobre el tema: leerse un libro al respecto hay que reconocer que puede resultar indigesto, y uno tiene que tener mucha hambre del argumento en cuestión. Además, a los libros les ocurre con frecuencia que no están al día, bien por ignorar aspectos de la realidad, bien porque la realidad posterior a su publicación les ha hecho añejos. Y no sólo los libros, sino los católicos, por no estar suficientemente informados, sufrimos una especie de complejo, que nos lleva al convencimiento de que lo poco que hemos contribuido a la historia de la ciencia ha sido para ralentizar o impedir su desarrollo. Creo que a la base de este complejo hay sobre todo ignorancia.

Juan Pablo II, dirigiéndose a investigadores y universitarios en el Jubileo del Mundo Científico, decía el 25 de mayo de 2000: “La Iglesia tiene gran estima por la investigación científica y técnica, pues "constituye una expresión significativa del dominio del hombre sobre la creación" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2293) y un servicio a la verdad, al bien y a la belleza. De Copérnico a Mendel, de Alberto Magno a Pascal, de Galileo a Marconi la historia de la Iglesia y la historia de las ciencias nos muestran claramente que hay una cultura científica enraizada en el cristianismo”. El famoso astrónomo Galileo Galilei, católico ferviente, manifestaba a cerca de las verdades de la fe y la ciencia en carta dirigida a Benetto Castelli el 21 de diciembre de 1613 “...la Escritura Santa y la naturaleza, al provenir ambas del verbo divino, la primera en cuanto dictada por el Espíritu Santo, y la segunda en cuanto ejecutora fidelísima de las órdenes de Dios, no pueden contradecirse jamás”. ¿Es posible que esta complementariedad se siga dando en pleno siglo XX, y en España? Sí, como veremos, y esta vez de la mano de laicos y no de ordenes religiosas que tanto bien hicieron y siguen haciendo al diálogo entre ciencia y fé.

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) es el mayor organismo público de investigación científica de España. Fue creado por Ley  de 24 de noviembre de 1939. Ya en el texto de dicha ley se hacía mención a la intención de llevar a cabo en este nuevo organismo “...la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias...” conjugando “...las lecciones más puras de la tradición universal y católica con las exigencias de la modernidad”. Bajo el Patronato Raimundo Lulio se encontraban entre otros el Instituto de Teología Francisco Suárez, en memoria del insigne teólogo español y creado con la intención de impulsar el desarrollo de la teología española, y el de estudios jurídicos, Francisco de Vitoria, eclesiástico experto en derecho que se considera uno de los padres del derecho internacional.

La primera reunión plenaria del CSIC tuvo lugar en Madrid, el 28 de octubre de 1940. Se inició con una eucaristía del Espíritu Santo en la madrileña iglesia de San Francisco El Grande, presidida por el obispo de Madrid-Alcalá, Mons. Eijo y Garay, y con la asistencia de los obispos de Salamanca y Ciudad Rodrigo y el Abad Mitrado de Silos. Su primer presidente, y entonces Ministro de Educación Nacional, D. José Ibáñez Martín, pronunció al día siguiente un discurso en el que, entre otras cosas, afirmaba que “...los actos religiosos con los que hemos inaugurado las tareas de este Consejo significan , en el orden de la vida cultural española, la expresión más auténtica de la plena armonía entre la fe y la cultura...”.

Posteriormente la intervención del Vicepresidente del Consejo ejecutivo, D. Antonio de Gregorio Rocasolano, Catedrático de Química General y Vicerrector de la Universidad de Zaragoza, que practicó a lo largo de su vida una labor social de honda raíz cristiana, hacía un pormenorizado repaso de la relación entre fé católica y ciencia a lo largo de la historia de España, resaltando la importancia en la misma de la Sagrada Escritura.

A continuación, de nuevo el Presidente del CSIC subrayaba que “...concebimos así la ciencia española como esfuerzo de la inteligencia para la posesión de la verdad, como aspiración hacia Dios...exclusivamente para la verdad que nos hace libres...para aplicar su esfuerzo intelectual a llevar a Dios dentro de sí...” sabiendo que “...vana es la ciencia que no aspira a Dios...” y que “ La fuente de la Sabiduría es el Verbo en las alturas y su entrada son los mandamientos eternos (Ecles 1,5)...pedimos a Dios que nos regale el don de la ciencia verdadera y eterna...Siendo una la verdad y unitaria asimismo la aspiración hacia Dios, la ciencia ha de ser una unidad filosófica...” porque “...la obra del Supremo creador está relegada en tres líneas: lo físico, lo biológico y lo espiritual...”.

Dada la envergadura actual del CSIC y lo dicho hasta aquí,  debe ser considerdo la más importante aportación de la Iglesia Católica española al desarrollo de la ciencia, llevada a cabo en su inicio por laicos que lo pusieron en marcha tales como su primer presidente, D. José Ibáñez Martín, o su primer Secretario General, D. Jose María Albareda, verdadero inspirador de la puesta en marcha del CSIC, que terminaría odenándose sacerdote católico y sería nombrado rector de la primera universidad prinada española, la de Navarra, testimonio irrefutable de cómo ciencia y fé, al menos en la Iglesia Católica, se siguen complementando.

El propio Severo Ochoa, premio nobel de medicina -que sobre su supuesto exilio durante la guerra diría años más tarde que “..no había aun sin guerra, en la España de entonces, la posibilidad de hacer la clase de ciencia que yo soñaba hacer. Hubiésemos terminado yéndonos de todos modos”- diría del CSIC y de su primer secretario general, el Prof. Dr. Jose Mª Albareda [Conferencia de clausura del VI Congreso Nacional de Bioquímica, 1975]: “Quiero dedicar aquí un sentido recuerdo a la figura del padre José María Albareda, que durante muchos años fue el alma e inspiración del CSIC. Sin Albareda el CSIC tal vez no hubiese existido y sin él no hubiera llegado la biología, y dentro de ella la bioquímica española, a alcanzar el grado de desarrollo que tiene en el momento actual”.

Gregorio Marañón decía del CSIC y de Albareda [Ingreso de Albareda en la Real Academia de Medicina, en Mayo de 1959]:

“La obra del Consejo Superior de Investigaciones Científicas es uno de los acontecimientos fundamentales en la vida cultural de nuestro país...Como yo no estoy en el centro de la ortodoxia política a cuyo calor ha surgido la gran estructura del Consejo, creo que tengo autoridad para que mi elogio alcance el doble valor que la sinceridad rigurosa del espectador y colaborador, y no del fundador, añade a la estricta verdad...Y es lo cierto que en nuestro país no han tenido nunca los hombres de ciencia tantas posibilidades de trabajar y de ser ayudados por el Estado en sus afanes como bajo la tutela del Consejo...Y su ejecutor, incansable, y atendiendo todos los detalles, abierto a las sugestiones cualesquiera que fuesen, sobre todo lleno de un entusiasmo callado, discreto, pero sin desmayos, ha sido Jose María Albareda...Y aún hay en él otro aspecto que encomiar, y lo hago con especial fervor, porque voy a referirme a una virtud que es difícil de lograr en las horas actuales del mundo: una virtud que expresa, sin duda, la más noble condición de quien la siente y la practica. Me refiero a la generosidad sin perjuicios, a la intachable tolerancia, a la cordialidad absoluta con la que Albareda ha realizado su misión compleja y espinosa. Acaso porque su posición ideológica es rigurosa y firme, tiene la visión suya de los hombres esa amplitud cordial del que los ve desde arriba y no la del que los mira a ras de tierra, con la pasión del competidor o la gris benevolencia del escéptico”

César Nombela, también presidente del CSIC, formado con el Prof. Severo Ochoa, actual catedrático de Microbiología de la F. Farmacia de la U.C.M., comentaba del CSIC y de Albareda (En “Homenaje a Jose Mª Albareda en el centenario de su nacimiento”, CSIC, Madrid, 2002):

“Quien se decida a indagar en el desarrollo del actual sistema científico español, y quiera conocer sus raíces más recientes, se encontrará sin duda con la figura de Albareda. Su actuación resultó decisiva en muchos aspectos y en numerosas circunstancias. Albareda no figura en la nómina de presidentes del CSIC, pero nadie le disputará el papel de promotor fundamental de esta institución, que surge y se desarrolla en circunstancias excepcionales...Nadie duda de que eran excepcionales las circunstancias que vivía nuestro país en los momentos iniciales de la posguerra, arrasado por una terrible guerra fratricida, depauperado hasta el extremo y dividido por las múltiples heridas sin cerrar que la contienda había generado. La creación de un organismo que concentrara los esfuerzos de investigación y los escasos recursos que se podían poner a contribución para el desarrollo tecnológico, me parece que era la única salida posible en orden al futuro desarrollo de España”.

El también presidente del CSIC, Emilio Muñoz, alumno aventajado de Albareda en su época docente universitaria, diría de Albareda (Santesmases y Muñoz, 1993; número especial de la revista Arbor, 1990):

“ El CSIC fue construido alrededor de la figura de su fundador y primer secretario general, José María Albareda. ...Albareda era un buen conocedor de la dinámica internacional de la ciencia y trató de configurar al CSIC como una organización que respondiera a los patrones de esa dinámica, combinando las características de una institución como el Max Planck con las de las Academias de Ciencias de los países del Este europeo. El CSIC surge como una agencia híbrida destinada tanto al diseño y promoción de la política científica como a la ejecución de investigación a través de institutos propios. En su devenir  ha contribuido decisivamente a la profesionalización de la actividad científica en España, y a la propuesta y puesta en práctica de organizaciones e instituciones innovadoras, en el marco español para la realización de la práctica científica”.

Este aluvión de citas de personalidades científicas de talla internacional hacen completamente inexplicable y no atribuible al rigor científico el que se haya retirado la estatua de Albareda del lugar que ocupaba desde hace más de 35 años en la sede central del CSIC, y se haya sustituido por dos estatuas en homenaje a Cajal y Ochoa, científicos que no tuvieron nada que ver con la puesta en marcha del CSIC (el primero por morir años antes y el segundo por estar en los EEUU cuando el CSIC fundó) , suficientemente homenajeados por el organismo al existir sendos institutos de investigación con sus nombres. El gesto es fácilmente calificable como laicista.

El CSIC llevó a cabo en una época extremadamente difícil y en un tiempo récord la profesionalización de la ciencia, mediante la creación de las profesiones del colaborador científico (1945), investigador científico (1947) y profesor de investigación (1970), categorías vigentes hasta la actualidad. Además promovió la descentralización de dicha actividad y su expansión por toda España, así como una importante tarea  de formación de científicos en el extranjero, que alcanzó cotas sin precedentes. Desarrolló una investigación básica y aplicada, tanto en ciencias puras como en humanidades.

Resultado de esta ardua actividad inicial, y tal como se recoje en la actualidad en su página web, el CSIC hoy participa activamente en la política científica de todas las comunidades autónomas a través de sus centros, actividad directamente derivada del  artículo primero (título primero) recogido en su Ley fundacional, donde se decía “...que tendrá por finalidad fomentar, orientar y coordinar la investigación científica a nivel nacional”. De carácter multidisciplinar, abarca todos los campos del conocimiento, tanto técnicos como sociales, desde la investigación básica hasta los más avanzados desarrollos tecnológicos. Entre sus funciones se incluyen la investigación científica y técnica de carácter multidisciplinar, el asesoramiento científico y técnico, la transferencia de resultados al sector empresarial, la contribución a la creación de empresas de base tecnológica, la formación de personal especializado, la gestión de infraestructuras y grandes instalaciones y el fomento de la cultura de la ciencia. Se organiza en ocho Áreas Científico Técnicas, con 116 Centros, (de ellos 40 Mixtos y 10 centros de servicios), 134 Unidades Asociadas con Universidades y otras Instituciones, 2369 Científicos, 3896 Investigadores pre y postgraduados, 4084 Personal de apoyo, 700,8 M€ de presupuesto, el 26,13% de recursos propios. En cuanto a su Producción Científica y Tecnológica, el CSIC es el responsable del 20% de las publicaciones científicas internacionales de España, del 50% de las publicaciones del sector publico español, aporta el 36% de patentes europeas del sector publico (2,4% del total de España) y el 24,6% de patente española del sector publico (que representa el 3% del total de España. El CSIC Colabora con  Universidades, Organismos públicos de investigación, Empresas, Asociaciones profesionales, Fundaciones, Comunidades Autónomas, Ayuntamientos y Diputaciones.

Creo que en pleno Año de la Ciencia no nos vendrá mal a los católicos y a todos los hombres de buena voluntad caer en la cuenta de parte de lo hasta ahora aportado por la Iglesia al desarrollo científico, en la España del siglo XX. De modo especial a todos los jóvenes, destinatarios de la Misión Joven que Mons. Rouco ha convocado en Madrid, y de la misión universal de la Iglesia: nada como conocer lo que sin duda los que nos han precedido han dejado que Dios haga en ellos, para bien de toda la humanidad.

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Alfonso V. Carrascosa



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