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Algunas refutaciones a “Germánicos contra beréberes”, 70 años de un ensayo en la prisión de Alicante.

por Jesús Romero-Samper

En el setenta aniversario del asesinato de José Antonio, ante el amenazante escenario al que asistimos, el mensaje de este ensayo recobra actualísima vigencia, con las puntuales críticas que merece. (Para su seguimiento reproducimos el texto en el único anexo.)

Cinco meses tras su detención, tres meses antes de ser fusilado, José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia escribe un ensayo sobre la historia de España: “Germánicos contra beréberes: quince siglos de historia de España”. Lo acertado del mismo no radica sólo en su certero análisis, sino en el premonitorio carácter de sus líneas. Nos situamos en el 13 de agosto de 1936, aún no se han lavado las manos aquellos jueces “Pilatos” que dictarían la sentencia: Iglesias Portal, Griñán Guillén y Antón Carratalá. A José Antonio apenas le quedaban tres meses para que estos tres “jueces” le convirtieran definitivamente en “el ausente”. Y este póstumo ensayo, por décadas inédito, nos revela uno de los más insignes zarpazos intelectuales de José Antonio: ahí tenemos la impronta de Ortega, Giménez Caballero, Berdiaeff, Spengler,… Tal es así, que los estudios sobre estas cuartillas superan a aquellos otros, recopilatorios, dedicados a la obra doctrinal (las conocidas “Obras Completas”, “Textos de Doctrina Política”,…).

Desde la prisión en Alicante retrotrae José Antonio la mirada a Guadalete [1] , a la noche del 27 al 28 de abril de 711, extendiéndola hasta 1492: la Reconquista. O bviamente, el fundador de la Falange escruta en nuestra historia, en sus raciales raíces, en el supuesto crisol de alambiqueadas sangres, la causa y explicación del conflicto encendido. José Antonio establece premisas claras. Se debe hablar de moros y no de árabes: “es más exacto llamarles «los moros» que «los árabes»; la mayor parte de los invasores fueron berberiscos del Norte de África; los árabes, raza muy superior, formaban solamente la minoría directora”. Certera observación en la diferenciación entre moros y árabes: baste recordar el papel de los nestorianos en Gûndisapur [2] (sudeste de Persia), bajo el califato abbasí.

Y es que Hispania, la romanizada [3] Celtiberia, se tornó descuidera, dejando su honra al mejor postor, cuan lisonjera doncella descuida su virtud. “Los que se replegaron hacia Asturias fueron los supervivientes de entre los dignatarios y militares godos; es decir, de los que tres siglos antes habían sido, a su vez, considerados como invasores. El fondo popular indígena (celtibérico, semítico en gran parte, norteafricano por afinidad en otra, más o menos romanizado todo él) era tan ajeno a los godos como a los agarenos [4] recién llegados. Es más: sentía muchas más razones de simpatía étnica y consuetudinaria con los vecinos del otro lado del estrecho que con los rubios danubianos aparecidos tres siglos antes. Probablemente la masa popular española se sintió mucho más a su gusto gobernada por los moros que dominada por los germanos” [5] . No José Antonio, no. Hacia el norte, hacia Asturias –por supuesto- pero también a otras tierras, se replegarían miríadas de visigodos e hispano-romanos huyendo de Tarik y los suyos, celosos de su fe, su Patria y su justicia. Pero el dominio godo español, constatado desde el 406 en Veleia (Álava), no se extendía sólo a la Península, sino que alcanzaba el norte de África [6] . Cuando desaparece el reino vándalo en el norte de África, bajo el Imperio bizantino, las tribus moras del interior desencadenan una persecución hacia los monjes africanos, particularmente dura durante el siglo VI. [7]   Buscando el amparo de los reyes visigodos, aún arrianos, llegarían los abades Donato y Nancto. Aquí hierra José Antonio: el pueblo no era tan ajeno, desde hacía tres siglos, a los godos como lo habría de ser a los musulmanes. De forma que -hay que decirlo- la masa popular no se sentía mayormente a gusto bajo “los moros” que bajo los visigodos, pues la irrupción de aquellos suponía (cuando menos) una brutal ruptura institucional (Iglesia, Estado, Derecho) de tres siglos. De haberlo estado, no se habría prologado tanto la Reconquista [8] : fueraparte [9] otros factores. La invasión de Hispania que comenzó en abril del 711, venía pues precedida por una presión persecutoria, en el norte de África, desde la segunda mitad del VI: tres siglos antes de Guadalete. Que el pueblo estaba plenamente romanizado es claro [10] , a la postre la vieja Hispania llegaría a tomar el relevo del Sacro Imperio desde la toma de Granada (1492), al poco de la caída de Constantinopla a manos de los turcos (1453). E igualmente claro e irrefutable es que en Hispania, antes del s. VIII, no existían significativos núcleos poblacionales islámicos, por más que se empeñe algún carcunda rehabilitado bajo la novedosísima doctrina de “la alianza de civilizaciones y la recuperación de la memoria histórica” [11] .

De forma que “el fondo popular indígena” no era, en absoluto, “norteafricano”, sino “celtibérico”,  romano y visigodo [12] . Sobre el fondo “semítico en gran parte”, se nos desvela un parco conocimiento histórico por parte de José Antonio. Mucho se ha escrito sobre el tema, insistiendo en ese componente racial hebreo de los hispanos, obedeciendo -por lo general- a espurios intereses sefarditas. Lo que resulta irrebatible es que los matrimonios mixtos, entre judíos y no judíos, estaban no sólo prohibidos, sino penalizados [13] , por ambas partes. Incluso el comercio entre ambas fue estrictamente regulado [14] . Existía pues, una animadversión mutua entre hispanos y hebreos, ya desde tiempos góticos. Y es que el padre de Witiza no herraba al desconfiar de los judíos. Animadversión que obviamente se justificaría, más aún, por el manifiesto colaboracionismo de los ladinos residentes con los musulmanes invasores. En el XVII concilio toledano (694) Egica denunciaba la conspiración judía sobre hechos fehacientemente corroborados: los hebreos peninsulares entraron en contacto con la tribu magrebí de Yerawa; sólo quedaban diecisiete años para que el valí de Tánger desembarcara con sus bereberes. Antes aún, en el XII concilio toledano (680), Ervigio exhortaba: “extirpad de raíz la peste judaica, que sin cesar rebrota con renovada locura”. Retrotrayéndonos en el tiempo, el 1 de julio del 612 Sisebuto libera a los cristianos de la esclavitud (Liber Iudiciorum): en adelante ningún cristiano se hallaría sujeto a un judío por cualquier clase de relación (servidumbre, patrocinio, trabajos,…); los judíos deberían vender sus siervos cristianos o emanciparlos con manumisión plena [15] . El hecho, según señalan historiadores islámicos, es que la disposición de los judíos peninsulares, más favorable a los árabes que a los godos ante la invasión musulmana de Tarik y Muza, facilitaría la rápida ocupación de España. Citemos tres ejemplos de esa cooperación hebreo-musulmana:

  1. En Toledo, Tarik organizó militarmente la comunidad sefardí para confiarle la custodia de la ciudad.
  2. Lo mismo sucedería en Elvira, Mérida y Sevilla.
  3. Tarragona sería rebautizada como Medina-al-Yahud (“ciudad de los judíos”) por los invasores.
 En palabras de Orlandis (op cit): “La cuestión judía constituyó un importante problema, tanto pastoral como político, que perturbó la vida del reino visigodo-español y contribuyó en alguna medida a su desintegración y ruina”. Y es que, tras la conversión del arrianismo de los visigodos, los iudaei constituían una excepción en la unidad católica: una ruptura en la unidad que, pronto, se revelaría eficacísima en la desmembración de España. Por ende, el compromiso de los judíos conversos de comportarse como buenos cristianos [16] , signados -por ejemplo- en Toledo bajo los reinados de Chíntila (637-639) y Recesvinto (653-672), resultaron no ya dudosos, sino perversos en extrema falsedad. En fin, la persistencia del elemento semita, desde el reino visigodo-católico hasta la toma de Granada, queda acreditada por su estrecha colaboración con los invasores musulmanes durante setecientos ochenta años o, lo que es lo mismo, no menos de catorce generaciones [17] . Colaboración no sólo política y militar [18] : crediticia ante todo [19] . Las comunidades sefardíes [20] permanecerían aisladas, sanguínea y socialmente, desde entonces [21] .

 Así pues, nos resulta en extremo desacertada, por no decir equívoca, la interpretación de José Antonio: “Es más [el fondo popular indígena]: sentía muchas más razones de simpatía étnica y consuetudinaria con los vecinos del otro lado del estrecho que con los rubios danubianos aparecidos tres siglos antes. Probablemente la masa popular española se sintió mucho más a su gusto gobernada por los moros que dominada por los germanos”. Nefasto desconocimiento de lo sucedido, al menos, entre los reinados de Sisebuto e Isabel y Ferenando. Resulta obvio que el pueblo español, tras tres siglos de reinado visigótico y unido en la cristiandad, no se sintiera nada cómodo bajo los invasores bereberes, ni tampoco bajo la esclavitud (sensu lato) judía de la que ya habían liberados. Evidentemente, aunque no fueron los judíos la única causa de la desintegración y ruina del reino visigodo-español [22] , es claro que, una vez más, la historia manifiesta el afán patricida de la ley mosaica.

Prosigue José Antonio exponiendo: “Desde Guadalete (año 711) hasta Covadonga (718) no habla la Historia de ninguna batalla entre forasteros e indígenas… Toda la inmensa España fue ocupada en paz.” En primer lugar, deben ponderarse toda una serie de factores que precipitaron el final de la España visigoda. Empezando por la peste bubónica durante la última década del siglo VII, reinando Egica. No olvidando las terribles hambrunas que se sucedieron, a causa de las malas cosechas, en el 641 y entre el 707 y 709 [23] , por ejemplo. Paralelamente, una grave crisis económica provocó una desmoralización generalizada, incrementándose el número de suicidios [24] . A la par que una aguda crisis eclesiástica, a raíz de la muerte del primado Julián de Toledo, último gran representante de la “era isidoriana”, se manifestó en un deterioro de la moralidad del clero >[25] . Asimismo, siguieron sucediéndose las plagas de langosta durante los siglos VI y VII (que podían durar hasta cinco años), afectando a unos 3.300.000 hectáreas [26] . El último factor, ya comentado, fue el papel de las “quintacolumnistas” comunidades judaizantes [27] y judías: verdaderas enemigas del reino toledano y prestas a colaborar con los musulmanes. Indudablemente, también influenció la rebelión de la Narbonense en la primavera del 673 y el sometimiento de los vascones: algo que desgastaría el ejército de Wamba, desplazado desde Toledo. De forma que, para empezar, nos encontramos con una población hispana seriamente flagelada por problemas varios y demográficamente mermada. Para Ortega [28] la desgracia española se debió a que el ingrediente “germánico” (visigodo) nos vino debilitado por su contacto con el “romano”.

En el final de la España visigoda, cuando “toda la inmensa España fue ocupada en paz”, el detonante final resultaría ser el papel desempeñado por el clan witiziano. Los primados Sisberto y Oppa [29] , hermanos de Witiza (702-710), quisieron imponer como rey al hijo mayor de aquel: Akhila. Sin embargo, el “senado” visigodo elegiría como tal a Roderico [30] . Despecho ante el que los witizianos no tardaron en reaccionar, enviando al conde don Julián (gobernador de Ceuta y la región del Estrecho) a solicitar el apoyo árabe a favor de sus pretensiones [31] . Es así como don Julián reclamó la ayuda de Tarik (“valí” de Tánger) y Musa (“valí” de África) [32] . El momento de la invasión musulmana resultó cuidadosamente elegido. Hubo una primera incursión en el verano del 710. Pero la definitiva, la del 27 al 28 de abril del 711 [33] , se desencadenaría cuando el rey Roderico se encontraba, precisamente, lejos de su ducado (la Bética): guerreando en Pamplona contra los vascones o en la cuenca del Ebro luchando contra Akhila. Hubo pues de bajar apresuradamente don Rodrigo con sus fideles hasta orillas del Guadalete, donde perdería la vida el 23 de julio tras -al menos- ocho batallas [34] . La derrota visigoda fue posible por otra perfidia witiziana: el rey había otorgado el mando de las alas de su ejército a Olmundo y Ardabasto, los otros hijos de Witiza, comandantes que abandonaron la lucha dejando al último rey godo en franca minoría.

Así, no es extraño interpretar esa invasión “en paz”. Mermadas las fuerzas hispanas, como comentábamos, resulta un verdadero milagro que, tan sólo, siete años después fueran capaces de reorganizarse y responder. Siete años para reclutar un nuevo ejército, para acoger a los que huían de la barbarie islámica, para refugiarse en la Cornisa Cantábrica. Durante siete años habría de producirse un flujo migratorio desde Jerez de la Frontera hasta la línea del Duero y, aun más, hacia el norte [35] . Que -en palabras de José Antonio- no hable “la Historia de ninguna batalla” entretanto, nada significa por cuanto no sería de extrañar que batallas “menores”, durante esos siete años, no hayan quedado reflejadas en la historiografía, más aún si -como es de suponer- terminaran en derrotas para los hispanos.

Vuelve José Antonio a insistir en la idea de que los hispanos no sólo se sentían cómodos con bereberes, sino que hubo una compenetración (un cruce racial) que no se daría con los godos [36] . Esta tesis, fruto de una desquiciada idiocia, ha venido rodando y rodando: tomándose por cierta por la communis opinio [37] . Ya hemos refutado la misma, especialmente en lo referido a los judíos y a los musulmanes. Pero, ¿puede tener una mínima credibilidad afirmaciones como: “mientras que la compenetración entre indígenas y godos, entorpecida durante 200 años por la dualidad jurídica y en el fondo rehusada siempre por el sentido racial de los germánicos, no pasó nunca de ser superficial”? Parece que para el Marqués de Estella los invasores fueron los visigodos (colonizadores, en todo caso), no los agarenos; es decir: el problema lo constituiría precisamente el salvífico sustrato europeo. Los pueblos germánicos que, a partir del 406, se establecieron en la Península Ibérica fueron los suevos (paganos) y los visigodos (arrianos), pues los alanos desaparecerían pronto y los vándalos (arrianos, en principio) pasaron al norte de África. Los suevos comenzarían a convertirse al catolicismo en el 448, bajo el reinado de Rekhiario, para concluir, no sin ulteriores apostasías arrianistas, en el II concilio Bracarense (572) gracias a san Martín de Braga. Por lo que se refiere a los visigodos, sería Recaredo, ya convertido al catolicismo, quien impuso, en el III concilio de Toledo (589) [38] , la unidad católica como unidad religiosa de España. De forma que, transcurridos ciento ochenta y tres años desde las “invasiones bárbaras”, la unidad católica era un hecho, gracias -en parte- al influjo de la mayoritaria población hispano-romana de confeso catolicismo.

Respecto a esos “200 años… [de]… dualidad jurídica” entre hispano-romanos y godos, cabe asimismo puntualizar. Si bien las primeras leyes visigodas son de temprana factura [39] , habría de ser el Código de Eurico (466-484) el primer atisbo legislador de relevancia. Ahora bien, ¿coexistieron ordenamientos jurídicos distintos, según el origen de los súbditos? Desde que los visigodos pidieron licencia al emperador Valente [40] para instalarse en territorios de Roma, se abrieron al Derecho romano “y llenaron con sus formas vulgares el vacío que representaba su pobreza jurídica para responder a las necesidades nuevas derivadas de la creación de un gran reino en el occidente europeo” [41] . Es decir, los visigodos se comprometieron a vivir conforme a las leyes romanas y, así, puede interpretarse el Código de Eurico como una fuente de Derecho romano con ciertos rasgos germánicos. García Gallo [42] y Vismara [43] aportan otros argumentos rebatiendo esa supuesta dualidad jurídica. Lo que venimos a encontrar, en fin, es una convergente complementariedad, de dos ordenamientos jurídicos: no una dualidad.

¿Dualidad “en el fondo rehusada [la compenetración] siempre por el sentido racial de los germánicos”? Bien, hemos visto que no existió dualidad alguna, sino acomodación del Derecho visigodo al romano, tras solicitar licencia al emperador. No es tampoco cierto que los germánicos rehusaran casarse con la población indígena [44] . Ilustres ejemplos así lo demuestran. Recaredo, por ejemplo, contrajo matrimonio católico con la plebeya Baddo en vísperas del III concilio de Toledo (589): su hijo Liuva II apenas reinaría dos años. Bajo el reinado de Recaredo, precisamente, destacó el hispano-romano duque de Lusitania, que por sofocar la revuelta arriana de Mérida (587) recibiría el título de Claudio [45] : el mejor general visigodo. Claudio, además, fue instructor militar del arriano Witérico: uno de los implicados en la revuelta. El abad godo-católico Juan de Bíclaro es otro claro ejemplo, al igual que el prelado Másona. Y qué decir del clemente Sisebuto (612-621), en sus cartas a su rival el patricio Cesario (gobernador de la España imperial): “Si se producen guerras, si la cruenta espada se ensaña por doquier, si los vicios de los hombres hacen que los tiempos presentes sean tiempos belicosos, ¿qué cuentas, pensadlo, habrá que rendir a Dios por tantos crímenes, por tantas calamidades, por tantas funestas heridas?”  Sisebuto fue un prolífico escritor [46] , entre cuyas obras figuran “Vida y Pasión de san Desiderio” (un obispo mártir de Borgoña), y un esforzado apologista católico [47] . Ascetas memorables de obligada referencia son: el ítalo-hispano Victorián, abad del monasterio pirenaico de Asán [48] ; el riojano Emiliano (san Millán de la Cogolla) (474-574). La historia del obispo Marciano de Écija, condenado a perder el cargo en el II concilio de Sevilla (619) y rehabilitado en el VI de Toledo (638), demuestra -además- cuan eficaz era la justicia en la Iglesia visigoda. Por citar un último ejemplo, cabe referenciar el de la noble virgen Benedicta, perteneciente a la aristocracia senatorial de la Bética, prometida de un gardingo [49] que optó, ante la llamada vocacional, por huir a la vida cenobítica [50] .

Los únicos indígenas con los que existió cierta confrontación por parte de los visigodos fueron, como ya hemos citado, los vascones, fueraparte de los judíos. Sus continuas revueltas les harían merecedores del término “bárbaros”, mucho antes [51] de la urgente expedición de Roderico a Pamplona, en vísperas del desastre de Guadalete.

Pero, bajo la óptica joseantoniana “la Reconquista no es, pues, una empresa popular española contra una invasión extranjera; es, en realidad, una nueva conquista germánica; una pugna multisecular por el poder militar y político entre una minoría semítica de gran raza -los árabes- y una minoría aria de gran raza -los godos-.” No extraña tal interpretación analizando, como hemos ido planteando, este ensayo. Pugna sí, pero no en base a criterios raciales nada claros para José Antonio. Volvemos a reiterar: existía una mayoría indígena hispano-romana, con la que confraternizó y se cruzó la minoría goda durante tres siglos. Y ya, como hemos visto, en el 711 resulta difícil discernir entre hispano-romanos y godos: al cabo de, no menos, de cinco/seis generaciones16. La Reconquista, por más que se niegue la mayor, si fue una empresa popular española (de hispano-romanos y visigodos, de estirpes ambas ya fundidas). El fuero de Brañosera (Palencia) [52] es el primero del que se tiene noticia: el primer repoblamiento datado del 3 de octubre del 814 (noventa y cinco años después de la batalla de Covadonga): “Exierunt foras montani de Malacoria et venerunt ad Castella” [53] . Se conocen los nombres, hispano-romanos por cierto, de aquellos repobladores: Vabro, Feliz, Cristuébalo, Zonio y Cervello. Del citado pasaje, recogido en los “Anales Castellanos”, derivó el término “foramontano” [54] para referirse a los repobladores [55] . Término que, aunque no recogido por el diccionario de la Real Academia, salpica la toponimia nacional: Faramontanos de la Sierra y Faramontanos de Tábara (en Zamora), Faramontaos y dos Foramontaos (Orense), por ejemplo [56] . Esta empresa popular española, a pesar de sus detractores [57] , tendría un enorme éxito, pronto se repoblaría hasta la línea del Ebro, alcanzándose la del Duero a finales del reinado de Alfonso II (866-910) [58] : las antiguas Vardulias (Castilla). En fin, la Reconquista no supone “una nueva conquista germánica”, sino -obviamente- una recuperación de la lo ya conquistado, de lo ya propio de visigodos e hispano-romanos. Que “a nadie se ha ocurrido llamar los «españoles» a los que combatían contra los agarenos, sino «los cristianos» por oposición a «los moros», aunque no es extensible a todos los autores, si manifiesta esa pugna religiosa de la que habla José Antonio. Ahora bien, cabe reseñar que España se cimienta, precisamente, en su concepto y unidad sobre la unidad católica; por tanto, antes, durante y después de la Reconquista: “español” es sinónimo de “cristiano”. Hasta que torvas y aviesas interpretaciones ilustracionistas vinieran a desacreditar la identidad occidental.

Y si, como hemos visto, la Reconquista es una empresa popular española, no cabe caracterizarla como “una empresa europea”, por muchos caballeros de Francia o Alemania que acudieran a España a luchar contra los musulmanes [59] . Por más que los reconquistadores compartieran el carácter católico-germánico europeo, fruto en parte -no lo olvidemos- del sustrato católico-romano. Así, bien es cierto que “La unidad nacional bajo los Reyes Católicos es, pues, la edificación del Estado unitario español con el sentido europeo, católico, germánico de toda la Reconquista. Y la culminación de la obra de germanización social y económica de España”.

Sobre la colonización y evangelización de América, cabe hacer algunas puntualizaciones a lo escrito por José Antonio. Cierto que “en nuestros días [situémonos en la década de los treinta], las regiones de donde sale mayor número de emigrantes… son las del norte, las más germanizadas, las más europeas,…”. No siempre fue así, piénsese en el gran número de extremeños y andaluces que participaron en la conquista. Que avanzando la historia, los habitantes del norte se dirigieran preferentemente hacia el oeste, cruzando el Atlántico, en tanto que los del sur lo hicieran hacia África, cruzando el Estrecho, no es sino una lógica cuestión de “salidas naturales”. Lo que resulta irrefutable es que “sólo Roma y la Cristiandad germánica pudieron transmitir a España la vocación expansiva, católica, de la conquista de América”. En esta frase reconoce José Antonio, finalmente, el resultado de la fusión hispano-romana-germánica.

Muy certero es el análisis joseantoniano referido a la pérdida de la hegemonía española con los Habsburgo. España se enfrentará en Europa por la defensa de la unidad católica: perdiendo la partida. Progresivamente se irá perdiendo el dominio sobre América. Es la pérdida de “la unidad de destino en lo universal” [60] .

Vayamos al final del texto, a la conclusión. “Acaso España se parta en pedazos, desde una frontera que dibuje, dentro de la Península el verdadero límite de África. Acaso toda España se africanice. Lo indudable es que, para mucho tiempo, España dejará de contar en Europa. Y entonces, los que por solidaridad de cultura y aún por misteriosa voz de sangre nos sentimos ligados al destino europeo, ¿podremos transmutar nuestro patriotismo de estirpe, que ama a esta tierra porque nuestros antepasados la ganaron para darle forma, en un patriotismo telúrico, que ame a esta tierra por ser ella, a pesar de que en su anchura haya enmudecido hasta el último eco de nuestro destino familiar?” Bien, puede argumentarse que España, efectivamente, dejaría de contar en Europa por no alinearse con el Eje. Pero también que, de haberlo hecho y perder la guerra, habría quedado apartada. Sea como fuere, ¿nos interesaba esa Europa? O más bien, ¿España se convertiría en la salvaguarda, al menos durante unas décadas, de los valores católicos y humanísticos (europeos, en su vieja esencia, en fin)? El vaticinio de José Antonio parece cumplirse no entonces, sino ahora: en esta Europa laica que se africaniza por momentos. El límite de África ya no se sitúa en la Península, sino que alcanza París, Berlín, Roma, Londres,… La pérdida de la identidad católica europea ha traído, con el paso de los siglos, una nueva invasión de Europa, doce siglos después: y esta vez no por la fuerza del agareno, sino por la relajación (laicista y anticatólica) del viejo continente.

A modo de reflexión y concluyendo. El ensayo de José Antonio adolece, bajo un discurso equívoco, de ciertas inexactitudes, contradicciones y errores. A pesar de todo, el mensaje de fondo parece acertado en la conclusión analítica. Podríamos preguntarnos si el título correcto, leídos los primeros párrafos, acaso no debería ser “¿Germánicos contra bereberes?” Pues la interpretación del original (“Germánicos contra bereberes”) resulta más identificable según se avanza en la lectura. El interrogante, el elemento de disociación entre ambos lo encontrará el lector en la detenida lectura del adjunto anexo: el ensayo original de José Antonio. Y es ese un elemento clave al que, invitamos, desde la lectura de este estudio a participar en discernirlo.

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Jesús Romero-Samper

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Anexo: El ensayo de José Antonio. “Germánicos contra bereberes; quince siglos de historia de España”.

¿Qué fue la Reconquista? Un criterio superficial de la Historia tiende a considerar España como una especie de fondo o substratum permanente sobre el cual desfilan diversas invasiones, a las que nos hace asistir como solidarios con aquel elemento aborigen. Dominación fenicia, cartaginesa, romana, goda, africana... De niños hemos presenciado mentalmente todas esas dominaciones en calidad de sujetos pacientes; es decir, como miembros del pueblo invadido. Ninguno de nosotros, en su infancia romancesca, ha dejado de sentirse sucesor de Viriato, de Sertorio, de los Numantinos [sic]. El invasor era siempre nuestro enemigo; el invadido nuestro compatriota.

Cuando la cosa se considera más despacio, ya al apuntar la madurez, cae uno en esta perplejidad: después de todo -se pregunta- no sólo mi cultura sino aún mi sangre y mis entrañas ¿tienen más de común con el celtíbero aborigen que con el romano civilizado? Es decir, ¿no tendré un perfecto derecho, aún por fuero de la sangre, a mirar la tierra española con ojos de invasor romano; a considerar con orgullo esta tierra no como remota cuna de los míos sino como incorporada por los míos a una nueva forma de cultura y de existencia? ¿Quién me dice que, en el sitio de Numancia, haya dentro de las murallas más sangre mía, más valores de cultura míos, que en los campamentos sitiadores?

Quizá podamos entender esto señaladamente bien los que procedemos de familias que han visto nacer muchas de sus generaciones en la América hispana. Nuestros antepasados transatlánticos, como nuestros actuales parientes de allá, se sienten tan americanos como nosotros españoles; pero saben que su calidad americana les viene como descendientes de los que dieron a América su forma presente. Sienten a América como entrañablemente suya porque sus antepasados la ganaron. Aquellos antepasados procedían de otro solar, que ya es, para sus descendientes, más o menos extranjero. En cambio la tierra en que actualmente viven, siglos atrás extranjera, es ahora la suya, la definitivamente incorporada por unos remotos abuelos al destino vital de su estirpe.

Estos dos puntos de vista descansan sobre dos maneras de entender la patria: o como razón de tierra o como razón de destino. Para unos la patria es el asiento físico de la cuna; toda tradición es una tradición espacial, geográfica. Para otros la patria es la tradición física de un destino; la tradición, así entendida, es predominantemente temporal, histórica.

Con esta previa delimitación de conceptos cabe reasumir la cuestión inicial: ¿qué fue la Reconquista? Ya se sabe: desde el punto de vista infantil, el lento recobro de la tierra española por los españoles contra los moros que la habían invadido. Pero la cosa no fue así. En primer lugar los moros (es más exacto llamarles "los moros" que "los árabes"; la mayor parte de los invasores fueron berberiscos del Norte de África; los árabes, raza muy superior, formaban solamente la minoría directora) ocuparon la casi totalidad de la Península en poco tiempo más del necesario para una toma de posesión material, sin lucha. Desde Guadalete (año 711) hasta Covadonga (718) no habla la Historia de ninguna batalla entre forasteros e indígenas. Hasta el reino de Todomir, en Murcia, se constituyó por buenas componendas con los moros. Toda la inmensa España fue ocupada en paz. España, naturalmente, con los españoles que habitaban en ella. Los que se replegaron hacia Asturias fueron los supervivientes de entre los dignatarios y militares godos; es decir, de los que tres siglos antes habían sido, a su vez, considerados como invasores. El fondo popular indígena (celtibérico, semítico en gran parte, norteafricano por afinidad en otra, más o menos romanizado todo él) era tan ajeno a los godos como a los agarenos recién llegados. Es más: sentía muchas más razones de simpatía étnica y consuetudinaria con los vecinos del otro lado del estrecho que con los rubios danubianos aparecidos tres siglos antes. Probablemente la masa popular española se sintió mucho más a su gusto gobernada por los moros que dominada por los germanos. Esto al principio de la Reconquista; al final no hay ni que hablar. Después de 600, de 700, de casi (en algunos sitios) 800 años de convivencia, la fusión de sangre y usos entre aborígenes y bereberes era indestructible; mientras que la compenetración entre indígenas y godos, entorpecida durante 200 años por la dualidad jurídica y en el fondo rehusada siempre por el sentido racial de los germánicos, no pasó nunca de ser superficial.

La Reconquista no es, pues, una empresa popular española contra una invasión extranjera; es, en realidad, una nueva conquista germánica; una pugna multisecular por el poder militar y político entre una minoría semítica de gran raza -los árabes- y una minoría aria de gran raza -los godos-. En esa pugna toman parte bereberes y aborígenes en calidad de gente de tropa unas veces y otras veces en actitud de súbditos resignados de unos u otros dominadores, quizá con marcada preferencia, al menos en gran parte del territorio, por los sarracenos.

Hasta tal punto es la Reconquista una guerra entre partidos y no una guerra de la independencia que a nadie se le ha ocurrido nunca llamar los "españoles" a los que combatían contra los agarenos, sino "los cristianos" por oposición a "los moros". La Reconquista fue una disputa bélica por el poder político y militar entre dos pueblos dominadores, polarizada en torno de una pugna religiosa.

Del lado cristiano los jefes preeminentes son todos de sangre goda. A Pelayo se le alza en Covadonga sobre el pavés como continuador de la Monarquía sepultada junto al Guadalete. Los capitanes de los primeros núcleos cristianos tienen un aire inequívoco de príncipes de sangre y mentalidad germánica. Más: se sienten ligados desde el principio a la gran comunidad catolicogermánica europea. Cuando Alfonso el Sabio aspira al trono imperial no adopta una actitud extravagante: pleitea, con el alegato de la madurez política de su reino, por lo que podía alentar desde siglos antes en la conciencia de príncipe cristianogermánico de cada jefe de los Estados reconquistadores. La Reconquista es una empresa europea -es decir, en aquella sazón, germánica-. Muchas veces acuden de hecho para guerrear contra los moros señores libres de Francia y de Alemania. Los reinos que se forman tienen una planta germánica innegable. Acaso no haya Estados en Europa que tengan mejor impreso el sello europeo de la germanidad que el condado de Barcelona y el reino de León.

En esquema -abstracción hecha de los mil acarreos e influencias recíprocas de todos los elementos étnicos removidos durante ochocientos años- la Monarquía triunfante de los Reyes Católicos es la restauración de la Monarquía góticoespañola, católicoeuropea, destronada en el siglo VIII. La mentalidad popular distinguía entonces difícilmente entre nación y rey. Por otra parte, considerables extensiones de España, singularmente Asturias, León y el Norte de Castilla habían sido germanizadas, casi sin solución de continuidad, durante mil años (desde principios del siglo V hasta fines del XV, sin más interrupción que los años que van desde el Guadalete hasta el recobro de las tierras del Norte por los jefes godocristianos) sin contar con que su afinidad étnica con el Norte de África era mucho menor que la de las gentes del Sur y Levante. La unidad nacional bajo los Reyes Católicos es, pues, la edificación del Estado unitario español con el sentido europeo, católico, germánico, de toda la Reconquista. Y la culminación de la obra de germanización social y económica de España, no se olvide esto, porque quizá por ahí va a encontrar la constante berebere su primera rendija para la rebelión.

En efecto: el tipo de dominación árabe era preponderantemente político y militar. Los árabes tenían vagamente el sentido de la territorialidad. No se adueñaban de las tierras, en el estricto sentido jurídicoprivado. Así pues la población campesina de las comarcas más largamente dominadas por los árabes (Andalucía, Levante) permanecía en una situación de libre disfrute de la tierra, en forma de pequeña propiedad y, acaso, de propiedades colectivas. El andaluz aborigen, semiberebere, y la población berebere que nutrió más copiosamente las filas árabes, gozaba, pues, una paz elemental y libre, inepta para grandes empresas de cultura, pero deliciosa para un pueblo indolente, imaginativo y melancólico como el andaluz. En cambio los cristianos, germánicos, traían en la sangre el sentido feudal de la propiedad. Cuando conquistaban las tierras erigían sobre ellas señoríos, no ya puramente políticomilitares como los de los árabes, sino patrimoniales al mismo tiempo que políticos. El campesino pasaba, en el caso mejor, a ser vasallo; tiempo adelante, cuando por la atenuación del aspecto jurisdiccional, político, los señoríos van subrayando su carácter patrimonial, los vasallos, completamente desarraigados, caen en la condición terrible de jornaleros.

La organización germánica, de tipo aristocrático, jerárquico, era, en su base, mucho más dura. Para justificar tal dureza su comprometía a realizar alguna gran tarea histórica. Era, en realidad, la dominación política y económica sobre un pueblo casi primitivo. Toda aquella enorme armadura: Monarquía, Iglesia, aristocracia, podía intentar la justificación de sus pesados privilegios a título de cumplidora de un gran destino en la Historia. Y lo intentó por doble camino: la conquista de América y la Contrarreforma.

Es un tópico (puesto en circulación por la literatura berebere de que se hablará más tarde) el decir que la conquista de América es obra de la espontaneidad popular española, realizada casi a despecho de la España oficial. No se puede sostener esa tesis en serio. Muchas de las expediciones se organizaron, ciertamente, como empresa privada; pero el sentido de la cristianización y colonización de América está contenido en el monumento de las Leyes de Indias, obra que encierra un pensamiento constante del Estado español al través [sic] de vicisitudes seculares. Y la conquista de América es también una tesis catolicogermánica. Tiene un sentido de universalidad sin la menor raíz celtibérica y berebere. Sólo Roma y la Cristiandad germánica pudieron transmitir a España la vocación expansiva, católica, de la conquista de América. Lo que se llama el espíritu aventurero español ¿será español de veras en el sentido aborigen o berebere o será una de las señales de la sangre germánica? No se desdeñe el dato de que, aún en nuestros días, las regiones de donde sale mayor número de emigrantes, es decir, de aventureros, son las del norte, las más germanizadas, las más europeas, las que, desde un punto de vista castizo y pintoresco, podrían llamarse menos españolas. En cambio es todavía abundantísimo el número de andaluces y levantinos que se trasplanta a Marruecos, a Orán, a Argelia y que vive allí absolutamente como en su casa, como una cepa que reconoce la tierra lejana de donde arrancaron a su ascendiente. Esta derivación meridional y levantina hacia África no tiene la menor homogeneidad con las expediciones colonizadoras hacia América. Incluso África y América han sido constantemente como las consignas de dos partidos políticos y literarios españoles. De dos partidos que coinciden exactamente en casi todos los instantes con el liberal y el conservador; el popular y el aristocrático; el berebere y el germánico. Era cosa casi obligada que un escritor antiaristocrático, antieclesiástico, antimonárquico, incorporase a su repertorio frases como ésta: "Más valía que la Monarquía española, en vez de extenuar a España en la empresa de América, hubiera buscado nuestra expansión natural, que es África".

Al lado de la conquista de América la España germánica (doblemente germánica ahora bajo la dinastía de los Habsburgo) riñe en Europa el combate católico por la unidad. Lo riñe y, a la larga, lo pierde. Y, como consecuencia, pierde América. La justificación moral e histórica de la dominación sobre América se hallaba en la idea de la unidad religiosa del mundo. El catolicismo era la justificación del poder de España. Pero el catolicismo había perdido la partida. Vencido el catolicismo, España se quedaba sin título que alegar para el imperio de Occidente. Su credencial estaba caducada. Ya lo vio el astuto [sic] Richelieu que, para hundir a la casa de Austria, no vaciló en auxiliar a los paladines de la Reforma. Sabía muy bien que la piedra angular de los Habsburgo era la unidad católica de la Cristiandad.

Y así, perdida la partida en Europa primero, en América después ¿qué tarea de valor universal alegaría la España dominadora -Monarquía, Iglesia, aristocracia- para conservar su situación de privilegio? Falta de justificación histórica, dimitida toda función directiva, sus ventajas económicas y políticas quedaban en puro abuso. Por otra parte, con la falta de empleo, las clases directoras habían perdido el brío, incluso para la propia defensa. Se observa una colección de fenómenos semejantes en extremo a la decadencia de la monarquía visigótica. Y la fuerza latente, nunca extinguida, del pueblo berebere sometido, inicia abiertamente su desquite.

Porque, aún en las horas cenitales de la dominación, la "constante berebere" no había dejado de existir y de obrar nunca. Los pueblos superpuestos, dominador y dominado, germánico y aborigen berebere, no se habían fundido. Ni siquiera se entendían. El pueblo dominador vigilaba el no mezclarse con el dominado (hasta 1756 no se deroga una pragmática de Isabel la Católica que exigía probar pureza de sangre, es decir, condición de cristiano viejo, sin mezcla de judío o moro, aún para desempeñar modestísimas funciones de autoridad). El pueblo dominado, entre tanto, detesta al dominador. Con un giro muy típico, adopta respecto de los dominadores apariencia de sumisión irónica. En Andalucía se llega a los más exagerados extremos de adulación; pero bajo esa adulación aparente se venga la más desdeñosa zumba hacia el adulado. Esta actitud, la burla, es la más dulcemente resignada que adopta el pueblo desposeído. Más arriba aparece ya el odio y, sobre todo, la afirmación permanente de la separación. En España la expresión "el pueblo" guarda siempre un tono particularista y hostil. El "pueblo hebreo" comprendía, naturalmente, a los profetas. El "pueblo inglés" incluye a los lores; ¡a buena hora permitiría un inglés corriente que no le considerasen solidarizado, bajo la denominación popular de inglés, con los primeros jerarcas del país! Aquí no: cuando se dice "el pueblo" se quiere decir lo indiferenciado, lo incalificado; lo que no es aristocracia, ni iglesia, ni milicia, ni jerarquía de ninguna especie. El mismo Don Manuel Azaña ha dicho: "no creo en los intelectuales, ni en los militares, ni en los políticos; no creo más que en el pueblo". Pero entonces los intelectuales, los militares, los políticos, como los eclesiásticos y los aristócratas ¿no forman parte del pueblo? En España no, porque hay dos pueblos, y cuando se habla del "pueblo", sin especificar, se alude al sojuzgado, al sustraído a su siempre añorada existencia primitiva, indiferenciada, antijerárquica y que, por lo mismo, detesta rencorosamente toda jerarquía, característica del pueblo dominador.

Tal dualidad ha penetrado todas las manifestaciones de la vida española, incluso las de apariencia menos popular. Por ejemplo, el fenómeno europeo de la Reforma tuvo en España una versión reducida, pero absolutamente impregnada de la pugna entre germánicos y bereberes, entre dominadores y dominados. En España no se dio un solo caso de hereje príncipe, como en Francia o en Alemania. Los grandes señores se mantuvieron aferrados a su religión de casta. Todo hereje, pequeño burgués o letrado, era como un vengador de los oprimidos. En su disidencia alentaba más que un tema teológico una incurable inquina contra el aparato oficial, formidable, de Monarquía, Iglesia, aristocracia...

Y así hasta las fechas más recientes. La línea berebere, más aparente cada vez según ve declinar la fuerza contraria, asoma en toda la intelectualidad de izquierda, de Larra hacia acá. Ni la fidelidad a las modas extranjeras logra ocultar un tonillo de resentimiento de vencidos en toda la producción literaria española de los cien últimos años. En cualquier escritor de izquierdas hay un gusto morboso por demoler, tan persistente y tan desazonante que no se puede alimentar sino de una animosidad personal, de casta humillada. Monarquía, Iglesia, aristocracia, milicia, ponen nerviosos a los intelectuales de izquierda, de una izquierda que para estos efectos empieza bastante a la derecha. No es que sometan aquellas instituciones a crítica; es que, en presencia de ellas, les acomete un desasosiego ancestral como el que acomete a los gitanos cuando se les nombra a la bicha. En el fondo los dos efectos son manifestaciones del mismo viejo llamamiento de la sangre berebere. Lo que odian, sin saberlo, no es el fracaso de las instituciones que denigran, sino su remoto triunfo; su triunfo sobre ellos, sobre los que las odian. Son los bereberes vencidos que no perdonan a los vencedores -católicos, germánicos- haber sido los portadores del mensaje de Europa.

El resentimiento ha esterilizado en España toda posibilidad de cultura. Las clases directoras no han dado nada a la cultura, que en ninguna parte suele ser su misión específica. Las clases sometidas, para producir algo considerable desde el punto de vista de la cultura, tenían que haber aceptado el cuadro de valores europeo, germánico, que es el vigente; y eso les suscitaba una repugnancia infinita por ser, en el fondo, el de los odiados dominadores.

Así, grosso modo, puede decirse que la aportación de España a la cultura moderna es igual a cero. Salvo algún ingente esfuerzo individual, desligado de toda escuela, y algún pequeño cenáculo inevitablemente envuelto en un halo de extranjería.

Tras de las escaramuzas tenía que llegar la batalla. Y ha llegado: es la República de 1931; va a ser, sobre todo, la República de 1936. Estas fechas, singularmente la segunda, representan la demolición de todo el aparato monárquico, religioso, aristocrático y militar que aún afirmaba, aunque en ruinas, la europeidad de España. Desde luego la máquina estaba inoperante; pero lo grave es que su destrucción representa el desquite de la Reconquista, es decir, la nueva invasión berebere. Volveremos a lo indiferenciado. Probablemente se ganará en placidez elemental en las condiciones populares de vida. Acaso el campesino andaluz, infinitamente triste y nostálgico, reanude el silencioso coloquio con la tierra de que fue desposeído. Casi media España se sentirá expresada inmejorablemente si esto ocurre. Desde luego se habrá conseguido un perfecto ajuste en lo natural. Pero lo malo es que entonces será pueblo único, ya dominador y dominado en una sola pieza, un pueblo sin la más mínima aptitud para la cultura universal. La tuvieron los árabes; pero los árabes eran una pequeña casta directora, ya mil veces diluida en el fondo humano superviviente. La masa, que es la que va a triunfar ahora, no es árabe sino berebere. Lo que va a ser vencido es el resto germánico que aún nos ligaba con Europa.

Acaso España se parta en pedazos, desde una frontera que dibuje, dentro de la Península el verdadero límite de África. Acaso toda España se africanice. Lo indudable es que, para mucho tiempo, España dejará de contar en Europa. Y entonces, los que por solidaridad de cultura y aún por misteriosa voz de sangre nos sentimos ligados al destino europeo, ¿podremos transmutar nuestro patriotismo de estirpe, que ama a esta tierra porque nuestros antepasados la ganaron para darle forma, en un patriotismo telúrico, que ame a esta tierra por ser ella, a pesar de que en su anchura haya enmudecido hasta el último eco de nuestro destino familiar?



[1] Curiosamente, a modo de apunte, los Primo de Rivera mantenían una estrecha relación con Guadalete, Jerez de la Frontera (Cádiz): ”Los Primo de Rivera gozaban de gran prestigio social en Andalucía, habiéndose vinculado por sus matrimonios con importantes familias terratenientes y del comercio de los alrededores de Jerez de la Frontera”. (Payne, Stanley G. -1985. A History of Spanish Fascism. Ruedo Ibérico. Madrid. 255 pp).

[2] Ŷundišāpūr, cuya escuela dirigiría -entre otros- el médico cristiano Ŷūrŷis. Véase: Ordoñez, J., Navarro, V. y Sánchez Ron, J. M., 2004. Historia de la Ciencia. Espasa Calpe, Austral. Madrid. 639 pp.

[3] No olvidemos que el siglo de oro del Imperio Romano coincidió con una dinastía de sangre hispana.

[4] Agarenos ≈ mahometanos.

[5] Olvida José Antonio el fenómeno de los mozárabes: la población que conservó sus cultos cristianos y su arte propio, manteniendo una inquietud rebelde contra el sarraceno.

[6] Así, los visigodos expulsarían a los vándalos asdingos al norte de África, donde crearían un reino con alrededor de 80.000 habitantes, fundando comunidades cenobíticas. En el 484 los católicos de Tipassa (actual Argelia) se trasladaron a España, perseguidos por el rey vándalo Hunérico.

[7] Orlandis, J. -2003. Historia del Reino Visigodo Español. Ed. Rialp, Madrid. 461 pp.

[8]   Término maldito para la progresía pseudointelectal. En palabras de Ian Gibson (Andalusíes, 22/12/2006: http://www.webislam.com): “Covadonga, como Santiago, es puro mito”. Un zote que, en la misma entrevista, reconoce: “no soy historiador profesional”. Como denuncia Sánchez Dragó (1978. Gárgoris y Habidis. Una historia mágica de España. Ed. Hiparión. Madrid. 1019 pp.) hay zotes que llegan a explicar la Reconquista en términos de trashumancia: un intercambio de pastizales entre los rebaños de ambos bandos contendientes.

[9] Fueraparte ≈ Furthermore  (“además”).

[10] Es de sobra conocido que los sistemas de alcantarillado, suministro de agua, obras públicas, cultivos varios, regadíos, etc… fueron aprovechados por los árabes, pero eran de factura romana. Por no hablar del comercio, el Derecho o la organización del Estado. Sobrados y exhaustivos estudios históricos así lo muestran. Una vibrante y amena visión puede deleitarnos, por ejemplo, en: Fallaci, O. -2004. La fuerza de la razón. Ed. La Esfera de los Libros. Madrid.Tomo I: 314 pp.

[11] Por mentir descaradamente que no quede. En palabras de Ian Gibson (Andalusíes, 22/12/2006: http://www.webislam.com): “aquellos musulmanes eran tan españoles como los cristianos. Llevaban aquí casi mil años”. Es decir: 711 d. C. – 1.000 años = por tanto, desde el  289 a. C. Hay quienes mejor permanecerían alalos.

[12] “La más amplia y decisiva aplicación del Genio de Occidente sobre el alma de España, ya sabéis también cuál fue: la de los Góticos en nuestra Edad Media”. (Giménez Caballero, E. -1983. Genio de España. Ed. Planeta. Barcelona. 227 pp.).

[13] Recaredo (568-601) promulgó la primera legislación. En la misma, anticipándose a Sisebuto (612-621), se trataba la cuestión de la posesión de siervos cristianos por parte de los judíos. La prohibición duraría hasta el 1756, cuando se deroga una pragmática de la reina Isabel: por la cual se exigía pureza de sangre, hidalguía o condición de cristiano viejo (sin mezcla con judíos o moros).

[14] En el 693 (XVI concilio de Toledo) Egica prohibiría el comercio de los judíos con los cristianos, así como el acceso de aquellos al cataplus (lonja de contratación destinada al comercio exterior). En un esfuerzo de Derecho por unificar la hacienda, su ley imponía, además, el pago del “tributo judaico” a los miembros de las comunidades semitas.

[15] Orlandis, 2003 (op cit).

[16] Placitum, placita (compromiso).

[17] Partiendo de los datos, referidos a los sueldos, contenidos en el Liber Iudiciorum (612), se estima que la edad de los varones oscilaba entre los 50 y 65 años, resultando una media de: 57’5 años de vida media.

[18] “…mucho antes, ya los judíos de España se habían volcado en apoyo de los muslimes invasores… Fueron los sefarditas quienes alevemente descerrajaron las puertas en muchas ciudades para abrir un escotillón a la morisma”.( Sánchez Dragó, 1978: op cit).

[19] Sobre la idiosincrasia mercantilista y el carácter avaro de los iudaei,  cabe recordar como Don Rodrigo de Vivar -astutamente- obtiene fondos de dos judíos burgaleses. Véase: Menéndez Pidal, R. -1961. Poema de Mío Cid. Ministerio de Educación Nacional. Valencia. 116 pp.

[20] Las comunidades judías se asentaron preferentemente en el sur peninsular y en la cuenca del Guadalquivir (Sevilla, Epagro, Corduba, Isturgi, Egabro, Iliturgi, Viatia, Tucci, Aurgi, Tugia, Tutugi, Elvira, Barbi, Adra), con otros focos más dispersos (Elche, Mantesa, Mérida, Toledo, Tortosa, Tarragona, Ginebra, Zaragoza y Narbona).

[21] Dos ejemplos elementales corroboran ese aislamiento: la existencia de juderías en tantas ciudades españolas; el edicto de expulsión de los judíos del 31 de marzo de 1492 por los Reyes Católicos. Cabe recordar que uno de los desencadenantes de éste fue el proceso (14/11/1491) al judío converso Benito García, por el robo de hostias consagradas y la crucifixión de un niño en La Guardia. Un trágico suceso que venía a corroborar el fundamento deicida, anticristiano y antihispánico de los “hijos de Sefarad”. Y también que fue en España donde se observó mayor tolerancia con los desmanes del pueblo hebreo: de Inglaterra fueron expulsados en 1290, de Francia en 1394. “Hasta 1492, el sefardí vivía en su ghetto, rezaba en su sinagoga y buscaba mujer entre sus iguales” ( Sánchez Dragó, 1978: op cit).

[22]   Guerras, pestes y hambrunas. Entre el 707 y el 709 se sucedieron malas cosechas, que desencadenarían tres años de hambre. Según Ajbar Machmuâ la peste habría diezmado, antes del 711, a la población española. Y no menos grave las periódicas plagas de langosta, cíclicamente recurrentes cada setenta años y con una duración de hasta cinco años.

[23] Según los historiadores árabes, habría fallecido la mitad de la población peninsular.

[24] Tanto que el XVI concilio toledano hubo de dedicar un canon al “contagio de la desesperación”.

[25] Recuérdese el papel que tendría el primado Oppa en la traición witizana a don Rodrigo. O los clérigos que intervinieron en la rebelión de la Narbonense contra Wamba. O la participación del primado Sisberto en la conjura contra Egica.

[26] Estas plagas obligaron a cambiar el periodo vacacional para la recolección de las mieses “propter locustarum vastationem adsiduam” (“a causa de la asidua devastación de las langostas”).

[27] El historiador hebreo Salomón ibn Verga (s. XV) refiere como, bajo el reinado de Sisebuto (612-621), la mayoría de los judíos que permanecería en España tras recibir el bautismo, simularían una conversión que las más de las veces no era sincera. Sobre los judaizantes comentaría san Isidoro: “Cojean de uno y otro pie, no son verdaderos cristianos ni del todo judíos, sino más bien peores que los judíos y que los malos cristianos”  (Orlandis, 2003: op cit).

[28] Ortega y Gasset, J. -2006. La España invertebrada. Espasa-Calpe. Madrid.

[29] Maldito de ti, don Oppas, / obispo de mala andanza; / en esta negra conseja / uno a otro se ayudaba. [Romancero Español. Ed. Aguilar. Madrid, 1968. 1157 pp.].

[30] Don Rodrigo, emparentado con el linaje de Chindasvinto.

[31] Realmente no parece haber nada nuevo bajo el Sol. Si contemplamos la traición de los witizianos, buscando la ayuda musulmana por alcanzar el poder, no debería sorprendernos hechos como los del 11 de marzo de 2004. La historia, en sus más oscuros tintes, se repite.

[32] En Ceupta está don Julián, / en Ceupta la bien nombrada; / para las partes de aliende / quiere enviar su embajada; / moro viejo la escribía, / y el conde se la notaba / después de haberla escripto / al moro luego matara. / Embajada es de dolor, / dolor para toda España; / las cartas van al rey moro, / en las cuales le juraba / que si le daba aparejo / le dará por suya España… / ¡Que mal consejo que diste, / oh maldito don Julián! / Maldito fuera aquel día / en que te fuiste a engendrar; / más valiera que en nasciendo / te lanzaran a la mar, / que no echaras a perder / a toda la cristiandad”.  [Romancero Español. Ed. Aguilar. Madrid, 1968. 1157 pp.].

[33] Siete mil hombres de Tarik y cinco mil de Musa: doce mil en total, según Orlandis, 2003 (op cit). Otros autores elevan la cifra de norteafricanos a diecisiete mil, frente a cuarenta mil visigodos (Lago, J. I. y González Pérez, M. La pérdida de España. De Guadalete a Covadonga. Ed. Almena. Madrid. 94 pp.).

[34] El rey va tan desmayado / que sentido no tenía; / muerto va de sed y hambre, / que de velle era mancilla; / iba tan tinto de sangre / que una brasa parecía. / Las armas lleva abolladas, / que eran de gran pedrería; / la espada lleva hecha sierra / de los golpes que tenía; / el almete, abollado, / en la cabeza se le hundía; / la cara lleva hinchada / del trabajo que sufría… / Ayer era rey de España, / hoy no lo soy de una villa”. [Romancero Español. Ed. Aguilar. Madrid, 1968. 1157 pp.].

[35] Y no sólo, como más adelante apuntaremos, de “los supervivientes de entre los dignatarios y militares godos”, como asevera José Antonio.

[36] Sin embargo, más adelante reconoce José Antonio: “Los pueblos superpuestos, dominador y dominado, germánico y aborigen berebere, no se habían fundido. Ni siquiera se entendían. El pueblo dominador vigilaba el no mezclarse con el dominado”.

[37] Ya se sabe, una mentira reiterada mil veces acaba tomándose por verdad.

[38] Bajo la inspiración de San Leandro y Eutropio, abad del monasterio Servitano.

[39] Leyes Teodoricianas, de Teodorico I (419-451) y Teodorico II (453-466).

[40] Valente (364-378) destituiría a los obispos arrianos, reafirmándose en el concilio de Nicea.

[41] Orlandis, 2003 (op cit).

[42] García Gallo, A. -1936-1941. Nacionalidad y territorialidad del Derecho en la época visigoda. Anuario de Historia del Derecho Español, 13: 168-264.

[43] Vismara, G. -1981. Le fonti del Diritto Romano nell’Alto Medioevo secondo la più recente Storiografia (1955-1980). Studia et Documenta Historiae et Iuris, 47: 1-30.

[44] “Las uniones matrimoniales mixtas, entre personas de las aristocracias goda e hispano-romana, eran frecuentes en la España del siglo VII, cuando convertidos los visigodos al catolicismo, había quedado definitivamente superada la vieja barrera religiosa” (Orlandis, 2003: op cit). Lógicamente, los matrimonios entre los no aristócratas serían los habituales.

[45] Título y función que le colocaban en el rango superior de la jerarquía administrativa y militar.

[46] Fue uno de los primeros preocupados en temas de Ciencia. A san Isidoro le encargó redactar un tratado acerca del universo (“Liber de natura rerum”). Personalmente redactó un poema en sesenta y un hexámetros (“Liber rotarum”), donde describe un eclipse de luna.

[47] En su carta al rey Adaloaldo de la longobarda Italia, comenta Sisebuto: “Calamidades inmensas y un sinfín de penurias, guerras acerbísimas y miseria cotidiana, escasez de frutos de la tierra y el azote de la peste: todos esos males sufrió en el pasado nuestra nación. Pero desde que la luz celestial iluminó los corazones de los fieles y el resplandor de la fe brilló en las inteligencias hasta entonces ciegas, el imperio de los godos católicos prospera, en medio de una creciente paz que le ha sido concedida por el Señor”.

[48] Formador de ingentes legiones de monjes en Iberia y las Galias.

[49] Gardingo (del godo warjam, guardar): individuo de uno de los órdenes del oficio palatino entre los visigodos, inferior a los duques y los condes.

[50] La disputa entre la virgen Benedicta y el joven godo resultaría dirimida (en el 619) con las siguientes palabras por un juez: “Déjala servir al Señor y búscate otra mujer”.

 

[51] Por ejemplo, reinando Chindasvinto en el verano del 653, así narraba el obispo zaragozano Tajón el asalto de los vascones: “…bajaron desde los Pirineos al valle del Ebro, cometiendo toda suerte de desmanes; torturaron y dieron muerte cruel a multitud de cristianos: degollaron a unos, a otros los lapidaron, aletearon con flechas a otros más. Capturaron además un sinfín de prisioneros y se apoderaron de un inmenso botín. Los vascones se enseñaron de modo particular con las cosas sagradas, lo que parece un indicio de que muchos de ellos, a más de bárbaros, serían todavía paganos: demolieron iglesias, destrozaron los altares y asesinaron a muchos clérigos, cuyos cadáveres dejaron insepultos para que fueran pasto de los perros y los buitres. La población rural que pudo escapar se refugió, junto con los vecinos, tras las viejas murallas romanas de Zaragoza,… ”

[52] Así reza el Fuero o Carta-puebla de Brañosera:  "Sea en el nombre de Dios. Amén. Yo Munio Núñez y mi mujer Argilo, buscando el Paraíso y recibir merced, hacemos una puebla en el lugar de osos y caza y traemos para poblar a Valerio y Félix, a Zonio, Cristuévalo y Cervello con toda su progenie y os damos para población el lugar que se llama Braña Osaría, con sus montes, cauces de agua, fuentes, con los huertos de los valles y todos sus frutos y os marcamos los términos por los puntos que se llaman de la Pedrosa y por el Villar y los Llanos y por Zorita y por Panporquero y por Cuébanes y Peña Rubia y por la Hoz por la que discurre el camino de los de Asturias y Cabuérniga y por aquel Petrizo que está enclavado en el Valle Verzoso y por el Collado Mediano y os daremos, yo el conde Munio Núñez y mi mujer Argilo a ti Valerio y Félix y Zonio y Cristuévalo y Cervello esos mismos límites a vosotros y a aquellos que llegaren a poblar Braña Osaría. Ya todos los que de otras villas vinieren con sus ganados o por interés de pastar los prados de los pagos que se mencionan en los términos de esta escritura, los hombres de Braña Osaría les cobren el monttático; y tengan derecho sobre aquellas cosas que se encuentren dentro de esos términos: la mitad para el conde y la otra mitad para el Concejo de Braña Osaría. Y todos los que llegaren a poblar la villa de Braña Osaría no paguen abnuda, ni castellanía, sino que tributen, en cuanto pudieren, por infurción al conde de esta parte del reino. Y levantamos dentro del espeso bosque de Braña Osaría, la iglesia de San Miguel Arcángel y yo Munio Núñez y mi mujer Argilo para sufragio de nuestras almas, donamos tierras de labor a los lados de dicha iglesia y para la misma. Y si algún hombre después de mi muerte o la de mi mujer Argilo contradijere al concejo de la villa de Braña Osaría por los montes o límites o contenido que en esta escritura se señalan, de sus bienes pagará antes de litigar, tres libras de oro al fisco del conde y que esta escritura permanezca firme. Se sepa que esta escritura se hizo e1 jueves, feria tercera de los idus de octubre, corriendo la era ochocientos sesenta y dos, reinando como rey, el príncipe Alfonso y siendo conde Munio Núñez. Yo Munio Núñez y mí mujer Argilo rubricamos esta escritura. Palafrenero rubrica; Armonio presbítero, Munito, Ardega Zamna, Vícente, Tello Abecza, Valerio, rubricamos como testigos”

[53] “Salieron los de fuera de las montañas de Malacoria [Cantabria] y vinieron a Castilla”. Es decir, los que comenzaron a repoblar no eran propiamente los montañeses, sino los “de la meseta” refugiados en la Montaña.

[54] Una segunda interpretación: “foramontanos” sería el derivado latino-germánico de “foras-munt", equivalente a "custodio de la tierra de afuera", es decir: aquellos encargados de proteger los intereses de los repobladores.

[55] De la Serna, V., -1959. Nuevo viaje de España. La ruta de los foramontanos. Ed. Prensa Española. Madrid. 268 pp.

[56] Por no hablar de otros topónimos relacionados con la repoblación: Población de Abajo, de Arreba, de Arriba, de Arroyo, de Campos, de Cerrato, de Soto, de Suso, de Valdivieso,… Localidades de Burgos, Cantabria, León y Palencia

[57] Arche, A. -20/08/1986. La ruta de los foramontanos nunca existió. El Diario Montañés. Santander.

[58] Sobre los movimientos repobladores desde Cantabria, son consultas de referencia los estudios de  Pérez de Urbel (“Historia del condado de Castilla”.Madrid, 1945) y Sánchez Albornoz (“España, un enigma histórico”. Buenos Aires, 1958. “El Islam de España y el Occidente”. Madrid, 1974). Pero un resumen preciso puede encontrarse en: García Guinea, M. A. -1979. El románico en Santander. Ed. Librería Estvdio. Santander. O en su abreviada reedición de 1996: Románico en Cantabria. Ed. Librería Estvdio. Santander. 420 pp.

[59] Durante la Cruzada Nacional (1936-1939) se estima que la Legión Cóndor contó con 16 / 18.000 voluntarios. Si bien España “ajustó el saldo” con los 16.515 voluntarios encuadrados en la División Azul (Franzo, G. -2005. División Azul. Volontari spagnoli sul fronte dell’Est. Novantico Editrice. Pinerolo. 152 pp.).

[60] “España es una unidad de destino en lo universal” [punto 2 de la norma programática de la Falange].



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