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La reforma de la escuela católica: una necesidad urgente

por Pedro Luis Llera

Un documento importante de la Conferencia Episcopal al no se le ha dado la suficiente importancia, pero que es clave para entender lo que hoy está pasando con la escuela católica y, por ende, con determinadas órdenes religiosas es la Instrucción Pastoral “Teología y secularización en España”

Los católicos españoles estamos asistiendo a un espectáculo bochornoso y lamentable en lo que respecta a la educación católica: Los religiosos de la enseñanza pactan con el gobierno y “aceptan” el trágala de la LOE, con la imposición incluida de la nueva formación del espíritu, en este caso no “del movimiento”, sino de la “movida” progre-laicista. Mientras, los padres católicos de CONCAPA llaman a la objeción de conciencia y la Conferencia Episcopal advierte que aceptar esa asignatura es incompatible con el carácter propio de un centro católico. En este momento, esperamos el documento que los obispos aprobaron en su última asamblea plenaria sobre la escuela católica. Veremos qué pasa y qué actitud toman nuestros prelados.

No obstante, y a la espera del nuevo escrito, quisiera recuperar ahora un documento importante de la Conferencia Episcopal al que tengo la impresión de que no se le ha dado la suficiente importancia, pero que a mí me parece clave para entender lo que hoy está pasando con la escuela católica y, por ende, con determinadas órdenes religiosas: se trata de la Instrucción Pastoral “Teología y secularización en España” de 30 de marzo de 2006. En este documento,- para mí sorprendente por su claridad y rotundidad -, al referirse a la vida consagrada se dice lo siguiente:

47. Supone un reduccionismo eclesiológico concebir la Vida consagrada como una “instancia crítica” dentro de la Iglesia. Del “sentire cum Ecclesia” se pasa, en la práctica, al “agere contra Ecclesiam” cuando se vive la comunión jerárquica dialécticamente, enfrentando la “Iglesia oficial o jerárquica” con la “Iglesia pueblo de Dios”. Se invoca entonces “el tiempo de los profetas”, y las actitudes de disenso, que tanto dañan la comunión eclesial, se confunden con “denuncias proféticas”. Las consecuencias de estos planteamientos son desastrosas para todo el pueblo cristiano y, de modo particular, para los consagrados. En algunos este reduccionismo lleva a vaciar de contenido cristiano lo más nuclear de la consagración, los consejos evangélicos.”

Los puntos 50 y 51 tampoco tienen desperdicio:

50. A través de estas manifestaciones se ofrece una concepción deformada de la Iglesia, según la cual existiría una confrontación continua e irreconciliable entre la “jerarquía” y el “pueblo”. La jerarquía, identificada con los obispos, se presenta con rasgos muy negativos: fuente de “imposiciones”, de “condenas” y de “exclusiones”. Frente a ella, el “pueblo”, identificado con estos grupos, se presenta con los rasgos contrarios: “liberado”, “plural” y “abierto”. Esta forma de presentar la Iglesia conlleva la invitación expresa a “romper con la jerarquía” y a “construir”, en la práctica, una “iglesia paralela”. Para ellos, la actividad de la Iglesia no consiste principalmente en el anuncio de la persona de Jesucristo y la comunión de los hombres con Dios, que se realiza mediante la conversión de vida y la fe en el Redentor, sino en la liberación de estructuras opresoras y en la lucha por la integración de colectivos marginados, desde una perspectiva preferentemente inmanentista.

51. Es necesario recordar, además, que existe un disenso silencioso que propugna y difunde la desafección hacia la Iglesia, presentada como legítima actitud crítica respecto a la jerarquía y su Magisterio, justificando el disenso en el interior de la misma Iglesia, como si un cristiano no pudiera ser adulto sin tomar una cierta distancia de las enseñanzas magisteriales. Subyace, con frecuencia, la idea de que la Iglesia actual no obedece al Evangelio y hay que luchar “desde dentro” para llegar a una Iglesia futura que sea evangélica. En realidad, no se busca la verdadera conversión de sus miembros, su purificación constante, la penitencia y la renovación, sino la transformación de la misma constitución de la Iglesia, para acomodarla a las opiniones y perspectivas del mundo. Esta actitud encuentra apoyo en miembros de Centros académicos de la Iglesia, y en algunas editoriales y librerías gestionadas por Instituciones católicas. Es muy grande la desorientación que entre los fieles causa este modo de proceder.

No se puede decir más claro. Algunos religiosos, ciertos teólogos y algunos grupos de supuestos militantes de base se creen en posesión de la verdad revelada y en tan íntima unión con el Espíritu Santo, que se creen con autoridad para enmendarles la plana al Papa, a los obispos y a todos los que pensamos y creemos de modo diferente a ellos. Desde luego su soberbia tiene difícil parangón.

Desde planteamientos ideológicos marxistas, estos iluminados trasladan el concepto de lucha de clases al interior de la Iglesia y plantean un enfrentamiento delirante entre el “pueblo de Dios” y la “Iglesia Jerárquica”; entre ellos mismos, los “oprimidos” que optan por los pobres y están tan supercomprometidos con su liberación; y los obispos y el Papa: los “opresores”.

Esta gente es como la “quinta columna” del ateismo laicista. Se vio recientemente en el caso de la ya famosa “parroquia” de Entrevías en Madrid: allí quedó claro cómo los ateos anticlericales aprovechaban la ocasión para cargar contra la Iglesia. Es el “divide y vencerás” de siempre. Juegan a sembrar la discordia dentro de la Iglesia para minarla y acabar con ella, que es lo que les gustaría a toda esta banda. Otros muchos antes que ellos intentaron eliminarnos: desde los emperadores romanos hasta Stalin. Y no lo consiguieron. Ni lo conseguirán quienes ahora ponen tanto empeño en calumniarnos y despreciarnos: porque el que verdaderamente dirige los designios de la Iglesia es el Espíritu del propio Jesucristo resucitado. Y que nos calumnien y nos persigan es signo de que estamos donde debemos estar y defendemos lo que debemos defender: “Dichosos vosotros cuando os calumnien y os persigan por mi causa”, dice Jesús en las Bienaventuranzas.

Los religiosos de la enseñanza parece que están ahora en claro disentimiento con la jerarquía y con los propios padres católicos que llevan a sus hijos a los colegios de religiosos ¿Nos estaremos volviendo todos locos? ¿Pretenden crear una iglesia paralela los religiosos de FERE? ¿Qué está pasando realmente con las escuelas católicas?

Muchas de ellas, en mi opinión, en su intento de adaptar la transmisión de la fe a los nuevos tiempos, han cambiado a Jesucristo por un humanismo suave, light, tan ambiguo y borroso que igual lo podría asumir un comunista furibundo que un budista al borde del nirvana. La educación católica actual propone valores vagos e imprecisos como la solidaridad, la justicia social, la tolerancia, la multiculturalidad, el pacifismo... Se trata de valores supuestamente universales, políticamente correctos, tratados las más de las veces de forma simplista y demagógica, con los que parece que se busca fomentar una especie de sincretismo ideológico y religioso en un vano intento por conseguir la cuadratura del círculo y conciliar lo irreconciliable.

Por ese camino llegamos a una religión a la carta y a un relativismo moral, muy posmoderno y de la última hora, pero que choca frontalmente con la doctrina de la Iglesia recogida en el Catecismo. No es extraño, pues, que en algunas escuelas católicas el disenso con la Iglesia alcance a aspectos tan fundamentales como la moral sexual o la defensa de la vida y del modelo de familia cristiana.

En definitiva, la escuela católica pierde su identidad para adaptarse a los tiempos y no perder clientela. Predicar a Jesucristo no se lleva: no vende. Y los colegios tienen que velar también por su supervivencia económica. Y para ello, los religiosos tienen que ser buenos y llevarse bien con el gobierno de turno que es quien financia sus colegios.

Mal camino es este. Cambiar a Dios por lo “políticamente correcto” es convertir un colegio católico en un centro público sin más. Sustituir al evangelio y al magisterio de la Iglesia, por el relativismo moral y el falso progresismo materialista ateo supone la muerte de la escuela católica.

Por ello podemos afirmar que hoy vivimos momentos decisivos para el futuro de la escuela católica. Nos jugamos el ser o no ser. Si echamos a Jesús de la escuela, la escuela católica se hundirá sin remedio. La Iglesia existe para la misión y la escuela católica forma parte de esa Iglesia y participa de su misma misión: anunciar y ser testigos de Jesucristo Resucitado. No estamos para defender unos valores o una ideología, sino para anunciar la presencia viva de Cristo en el mundo y en la Iglesia. Y anunciamos a Cristo porque estamos convencidos de que Él es el único que puede llenar de sentido y hacer felices a nuestros alumnos; porque sólo Él tiene palabras de vida eterna; porque sólo Él es la fuente de agua viva que puede saciar la sed de amor de los niños y jóvenes de hoy. Evangelizar es eso: anunciar la salvación que es Cristo. El cimiento que ha de sostener nuestra escuela es Jesús. Sin Él todo se hunde: la escuela católica, las órdenes religiosas y la propia Iglesia.

Pero, ¿Cómo se evangeliza? ¿Cómo debe evangelizar la escuela católica hoy?

Se evangeliza con el ejemplo de los maestros y educadores: lo primero que necesita la escuela católica son profesores con fe viva y sentido de pertenencia a la Iglesia. La fe es contagiosa y tiene una fuerza de atracción en sí misma. Hacen falta educadores que vivan su fe en comunidad, centrados en el Señor que se hace presente en los sacramentos, especialmente en la eucaristía. Nadie da lo que no tiene. No se puede comunicar a Cristo si no nos alimentamos de su cuerpo y su sangre, si no somos conscientes de que la misión no depende de nuestras fuerzas, sino que todo depende de Él; que nada podemos por nosotros mismos; que todo viene de Dios; que Él es la vid y nosotros somos los sarmientos que si se separan de Él, mueren. Sólo servimos para algo en Cristo y desde Cristo. De ahí la necesidad permanente de revisión y conversión. Todo lo podemos en Él, que nos sostiene; pero sin Cristo poco somos y poco podemos hacer que valga la pena.

Ahora bien, ¿Cuántos profesores hay en los centros católicos que profesen una fe comprometida en fidelidad a la Iglesia? Yo más bien creo que la mayoría de los profesores de los colegios cristianos navegan entre un agnosticismo indiferente ante el hecho religioso y un ateísmo más o menos solapado.

En segundo lugar, se evangeliza con amor y disposición de servicio. Si vivimos y nos alimentamos del amor de Cristo es para transmitirlo. Todos somos imperfectos y metemos la pata. Pero un maestro debe querer a sus alumnos, debe preocuparse por ellos, debe corregirlos y alentarlos. Debemos querer para los niños, igual que sus padres, lo mejor.

Amar a los alumnos se traduce también en ofrecerles una educación de calidad, una educación integral que potencie su inteligencia y sus capacidades; que les ayude a conocerse a sí mismos, a integrar sus sentimientos y a dominar sus pasiones. Una educación de calidad es la que forja personas de voluntad férrea; personas libres y responsables, con espíritu de sacrificio, que dominan sus instintos y no se dejan someter por las apetencias ni esclavizar por la pereza; personas que anteponen la obligación y la responsabilidad a los propios intereses y gustos; personas generosas capaces y dispuestas a poner sus capacidades y talentos al servicio de los demás.

Asimismo, una escuela de calidad es la que ofrece a sus alumnos experiencias que les permita encontrarse consigo mismos, con los demás y con Jesús: el único que puede dar sentido a sus vidas. Porque el ser humano tiene una dimensión trascendente, tiene hambre y sed de Dios y de eternidad. Y esa dimensión trascendente debe cuidarse y educarse también desde la escuela, en colaboración con la familia y con la comunidad parroquial.

En conclusión, la escuela católica debe recuperar con urgencia su propia identidad y razón de ser o desaparecerá sin remedio. La escuela cristiana sólo tiene sentido por y para Cristo. Transmitir la fe en el Dios de Jesús a través de la educación de los niños y jóvenes, con fidelidad al evangelio y al magisterio de la Iglesia es su misión. Y en mantenerse fieles a esa misión se juega su presente y su futuro.

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Pedro Luis Llera



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