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La gran ausente

por Max Silva Abbott

La gran ausente de nuestra actual reflexión ética sea la noción de sacrificio o entrega por otros (no sólo por uno mismo), el tomar en consideración a nuestra contraparte, sus intereses, sus derechos, y en estricto rigor, lo que le corresponde por justicia.

El creciente individualismo que lo invade todo y que nos afecta a todos está modificando nuestra realidad más cotidiana de manera drástica y sorprendente. Estamos tan encerrados en nosotros mismos, nos hemos vuelto tan individualistas y egocéntricos –quién más, quién menos–, que a la par de este fenómeno y de manera acelerada, nuestro modo de mirar el mundo ha cambiado radicalmente. Y tal vez el punto más representativo de ello sea el tema de los valores, donde muchos los ven y justifican sólo desde su propia perspectiva.

Esta situación podría compararse con la del liberalismo clásico, cuando se pensaba que si cada uno velaba por sus propios intereses –en la famosa frase de Adam Smith–, una ‘mano invisible’ lo arreglaría todo, ya que se estimaba que sumando los logros individuales se lograría una especie de bien común. La historia demostró que estaba profundamente equivocado, como sabemos, porque el cúmulo de problemas que se originaron fruto de esta libertad salvaje pronto fueron mucho mayores que los beneficios obtenidos.

En cierta medida hoy estamos asistiendo a un escenario semejante, no en economía, sino en ética: se considera que cada uno debe velar por sus intereses, egocéntricamente, de tal forma que ‘construya’ su propia moral, al considerarse a los sujetos como universos-isla que casi no se tocan. De ahí que cualquier intento por argumentar a favor de principios éticos objetivos y universales, o si se prefiere, por una ética heterónoma que por su realidad, evidencia y justicia se imponga al sujeto (y no autónoma, esto es, que dependa de su capricho), es fuertemente rechazada en vastos sectores, al considerarlo una intromisión injustificable en la vida de los demás. Y en apariencia, parece tenerse la misma esperanza del liberalismo clásico: que una ‘mano invisible’ arreglará las cosas para que funcionen.

Sin embargo, si todos miramos la realidad que nos rodea sólo desde nuestra perspectiva y privilegiamos sólo nuestros intereses, parece inevitable la confrontación respecto de temas esenciales para la convivencia. Y no se trata de un problema de intolerancia, sino de ciertos valores básicos cuya vulneración no deja indiferente a nadie: la propiedad, la honra o la integridad física, por ejemplo, por la sencilla razón de que nos afectan directamente, porque repercuten sobre nuestros intereses.

Sin embargo, la convivencia no se agota sólo en ‘nuestros’ intereses, sino que también en los de terceros, puedan ellos o no defenderse, que muchas veces implican e incluso exigen una renuncia para nosotros. Por eso se hace imprescindible ver las cosas desde las dos caras de la medalla, no sólo desde la propia. En realidad, buena parte de los problemas actuales se deben a que nos hemos olvidado no sólo de los demás, sino sobre todo, de que por simples razones de humanidad y sana convivencia, es absolutamente necesario tenerlos en cuenta, o si se prefiere, postergarse a uno mismo muchas veces. Por eso, tal vez la gran ausente de nuestra actual reflexión ética sea la noción de sacrificio o entrega por otros (no sólo por uno mismo), el tomar en consideración a nuestra contraparte, sus intereses, sus derechos, y en estricto rigor, lo que le corresponde por justicia.

Mas si todo lo vemos desde nuestra sola perspectiva, parece muy difícil darse cuenta de ello y obrar en consecuencia, salvo cuando somos afectados por la acción de otros, que pueden escudarse en ese mismo egocentrismo que antes defendíamos para justificar nuestro proceder, con lo que la convivencia se hace poco menos que imposible, y la discusión ética, un diálogo de sordos.

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Max Silva Abbott



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