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Aprender a educar

por Ángel Gutiérrez Sanz

El hombre moderno vive preocupado y con prisas, las familias pasan la mayor parte del tiempo fuera del hogar; los padres en sus puestos de trabajo, los hijos en las guarderías y colegios. Se echa de menos, en nuestra sociedad, la convivencia familiar que hiciera posible una educación basada en el afecto. Nuestro complejo mundo de relaciones tiene mayores exigencias que nunca para quienes intentan ser a la vez padres y educadores

Desde hace algunos años, yo diría, que desde los tiempos de la transición, venimos arrastrando en España un grave problema educativo, al que no acabamos de darle solución. Hoy en día asistimos a una crisis generalizada que afecta esencialmente a la educación.

Sin ningún éxito se han ensayado proyectos educativos que no acaban de convencer. El malestar de padres, profesores y alumnos manifestado públicamente en varias ocasiones nos está indicando que algo no va bien.

Y en ello algo tiene que ver la injerencia indebida del Estado en cuestiones educativas que debieran ser competencia de las familias.

Dicho con otras palabras, la escuela está siendo politizada y hay que salir de esta situación, otorgando a los padres el protagonismo que les corresponde.

Los políticos tienen que llegar al convencimiento de que están ahí para hacer posible el tipo de escuela que los padres quieren para sus hijos, olvidándose de adoctrinamientos, intereses o ideologías partidistas. La escuela hoy necesita recuperar el sentido humanista que siempre tuvo.

Habrá que recuperar también aquellas viejas cuestiones que de una forma o de otra estuvieron presentes en los proyectos educativos de todos los tiempos.

Misión difícil la de los padres y madres en su tarea de educadores ¿quien lo duda?

Pero merece la pena, porque es una de las tareas humanas más hermosas que nos hacen recordar un segundo alumbramiento.

Lo triste sería que por las razones que fueran los propios padres no supieran o no quisieran comprometerse en este empeño. Ojalá no fuera cierto algo de lo que desde hace tiempo se viene hablando y es de que los padres están haciendo dejación de esta sagrada responsabilidad que les compete, para que sean otros los que eduquen a sus hijos.

Dificultades siempre las habrá; pero tratándose del bien de los hijos no se pueden regatear esfuerzos. Con tesón y empeño siempre es posible llevar a cabo esta misión que como padres y madres les compete, asumiendo el riesgo que conlleva una tarea tan difícil en la que es posible equivocarse, ya que nadie puede garantizar el éxito en esta descomunal aventura, que por otra parte nunca puede verse concluida, porque educar es siempre un proyecto inacabada que nunca tiene un final. Educar, educar siempre sin desfallecer.

Todo antes que claudicar o hacer dejación de este sagrada ministerio que es esencialmente propio de los padres y las madres. Hay que pensar que del mismo modo que el hijo está condenado a ser educado por sus padres, los padres están condenados a ser los educadores de sus hijos.

No hemos de creer a quienes dicen que la mejor educación es la que no existe, ni a quienes recomiendan que hay que ser omnitolerantes, dejando a los niños que hagan lo que quieran, que se eduquen a sí mismos.

Nunca los padres debieran desentenderse de unos hijos que les necesitan. Nunca dejarles crecer como flores salvajes en el campo, porque los hijos sobre todo en los primeros años precisan de cuidados.

Es la propia experiencia la que cada día nos dice que los hombres y mujeres han nacido para ser educados, toda vez que la imagen del salvaje perfecto no existe, por muy idílica que pueda parecer. Hay que comprometerse en el desarrollo personal de los hijos, porque de no hacerlo así son los propios hijos los que se sentirán decepcionados. Tarde o temprano el niño al que todo se le consiente se volverá contra sus padres para echarles en cara que cuando más lo necesitaban les dejaron solos privándoles del alimento espiritual que les era imprescindible.

A todos los padres y las madres del mundo, me gustaría decirles: atreveos a educar guiados por vuestro instinto pernal y maternal, con el convencimiento de que difícilmente pude haber alguien capaz de sustituiros en esta misión. La razón es fácil de comprender: educar es fundamentalmente un ejercicio del corazón, una actividad nacida del amor y como el amor de los padres ninguno.

Son muchos los experimentos que han puesto de manifiesto que los niños que crecer a la sombra del padre o de la madre, aunque sea en prisión tienen un mejor desarrollo psicológico que los que están en manos extrañas aunque estas manos sean las de especialistas cualificados y además sean atendidos en las mejores condiciones. El secreto de la educación hay que buscarla en buena medida en la afectividad, sobre todo en los años de la infancia que según los psicólogos son más decisivos para el futuro desarrollo de la personalidad que los años pasados en la universidad .

Lo que sucede es que hoy el arte de educar es mucho más complejo y difícil para los padres y madres de lo que fue antaño. Seguramente ya no es suficiente dejarse guiar del instinto paternal o maternal , sino que hoy se necesita una preparación adecuada que permita ajustarse a los nuevos tiempos y dar satisfacción cumplida a las nuevas exigencias y necesidades que han ido surgiendo.

El saber educar bien siempre ha sido un preciado don, no al alcance de cualquiera. Sobre la forma de educar se ha escrito mucho y no siempre con acierto. Para empezar yo desconfío de las mil y una fórmulas mágicas que circulan por ahí de cómo educar a los hijos, porque la educación es una actividad humana compleja que trasciende todo manual de recetas. Siempre es importante hablar de las diversas maneras de educar, pero hay que hacerlo sabiendo de que se está hablando.

Yo , en esta ocasión, a lo más, voy a intentar ofrecer unas consideraciones de carácter general, que puedan ayudar en esta difícil tarea.

Para poder ejercitarnos con éxito en el arte de las artes, que es como se ha llamado a la educación, es imprescindible aprender a moverse en la cuerda floja. A parte de compleja, la actividad educativa es muy cambiante.

El educador ha de estar soportando una especie de tensión dialéctica, para no caer en excesos o en defectos igualmente perniciosos. Los registros son múltiples con muy distinta tonalidad y hay que acertar a utilizarlos según las circunstancias y las condiciones del sujeto.

Cada hijo es distinto a los otros, un mundo a parte y así hay que tratarle. Las diferencias se acentúan, si de lo que estamos hablando es de una hija o de un hijo, a pesar de las disparates que a veces se oyen decir por ahí al respecto.

Diferencias que están pidiendo una educación personalizada. Más aun el mismo hijo exige un trato diferenciado, en consonancia con las distintas etapas por las que va atravesando. Bien pudiera decirse que los padres, a la hora de educar a un solo hijo, han de aprender varios idiomas, para poder hacerlo con acierto.

Un idioma para entenderse con el bebé y el niño, otro bien distinto para entenderse con el adolescente , un tercero para comunicarse cuando es joven y casi podíamos hablar de un cuarto para entenderse con el adulto ahora que los hijos no se van de casa hasta bien cumplidos los treinta.

El lenguaje que hay que utilizar con el bebé y el niño bien lo saben todas las madres del mundo , es el del cariño y la ternura. La educación comienza nueve meses antes de nacer.

El seno materno ya viene a ser una caja de resonancia para ese nuevo ser, que se va conformando en esta primera fase, tan importante para el futuro desarrollo. La ansiedad, la serenidad, el cariño o el rechazo, repercuten en el niño, que ya antes de nacer comienza su andadura por la vida. Nacerá y será primero un bebé, luego un niño y la educación le irá humanizando.

Porque cierto es que todos nacemos humanos ; pero es la educación la que nos humaniza . Los padres han de entender desde el principio que la educación es el arte del corazón.

En las primeras fases del desarrollo, madre y padre se entienden y compenetran con el e hijo a través del lenguaje del sentimiento. El niño es un sujeto necesitado de amor y de cariño, de protección también, nadie como él es tan receptivo a cualquier expresión de ternura y cuando falta este clima de afecto, se produce una frustración que puede dejarle marcado para toda la vida. La historia está llena de personas desarraigadas que en su infancia vivieron la tristeza del desamparo, sin el calor de un hogar.

Esta atención afectiva centrada en el niño, no quiere decir que hayamos de consentírselo todo, ni mucho menos. Desde pequeños, los hijos han de aprender la lección de que no son ellos los únicos. Especial cuidado se ha de poner en que el natural egocentrismo de los pequeños vaya trasformándose en una proyección progresiva hacia los demás.

Hoy las necesidades del mundo moderno no permite ni al padre ni a la madre pasar mucho tiempo con sus hijos y el problema está en que su ausencia no es fácil de sustituir. En una ocasión un matrimonio, trabajadores los dos fuera de casa, como es frecuente en nuestra sociedad, entró en una tienda de juguetes preguntado por un regalo pedagógico que pudiera entretener a su niño, a la vez que le diera sosiego, tranquilidad, complacencia , satisfacción y que le diera compañía. La empleada que algo sabía de educación les dijo. Lo siento aquí no vendemos padres.

El cariño de los padres es único y también la solicitud para ir respondiendo a todas las preguntas de un niño que va despertando a la vida. En este afán de querer saberlo todo, los padres no pueden defraudar, han de tener siempre una respuesta ajustada a su capacidad de comprensión, sin por eso tener que mentirles. El buen ejemplo tampoco pude faltar en una etapa como esta en la que el niño trata de imitar todo lo que ve. Los niños a estas edades son esponjas que lo recogen todo. Ningún lenguaje más comprensivo para ellos que el del ejemplo.

Pasada la niñez nos enfrentamos con el adolescente que practica un lenguaje a veces incomprensible hasta para el mismo. Un día el niño cariñoso, amable y dócil que hemos conocido, comienza a hacerse insolente, reservado, contradictorio. Época difícil llena de dudas y vacilaciones, en la que no faltan contradicciones , se revelan contra todos , incluso contra sí mismos, porque en el fondo no saben lo que quieren y esto les hace inseguros e inestables.

No es cuestión de psiquiatras, es simplemente que están atravesando un tramo tortuoso, el que les va a permitir pasar de la niñez a la juventud. Su carácter voluble puede exasperarnos; pero hemos de comprender que es cuando más necesitados están. No tenemos más remedio que armarnos de paciencia y de comprensión, haciéndoles llegar mensajes que les den seguridad en sí mismos y favoreciendo hasta donde se pueda sus deseos de independencia y autonomía.

Es el momento también de ir dándoles algún tipo de responsabilidad y abriéndoles espacios de libertad. Los padres han de estar prevenidos por que este es el momento en que le dialogo con los hijos se puede romper. Debemos estar dispuestos a escucharles aunque sus preocupaciones nos parezcan nimiedades, demostrándoles que tomamos en serio sus problemas. Es la época también, no lo olvidemos, en que podemos perder su confianza.

Los padres tienen serios competidores en los amigos, para seguir siendo sus primeros y principales confidentes. No se les puede fallar , ni mentir , ni incumplir la palabra dada y sobre todo no pueden ser testigos de la falta de confianza entre los propios padres.

Cuando los hijos saben que los padres están dispuestos a ayudarles y comprenderles, que se fían, ellos también comenzarán a fiarse de sus padres. ¿ A quien mejor que a sus padres poder confiar sus cuidas ¿ ¿ a quien mejor desvelar sus secretos? Cuando reina este clima de confianza tenemos ya la mitad del camino andado. No es difícil saber cuando nuestros niños confían o no en nosotros. Si te piden consejo. hablan contigo con naturalidad, te comunican sus planes y proyectos, si te hacen partícipes de sus pequeños triunfos, buena señal. Si por el contrario te esquivan, recelan o te mienten. debemos comenzar a preocuparnos.

La adolescencia pasa, como todo en la vida. Sin saber muy bien cómo, un buen día nos damos cuenta que nuestro hijos se han convertido en unos jovencitos, que piensan por sí mismos, que comienzan a tener un proyecto de vida y que comienzan a hablar el lenguaje de los adultos. Es entonces cuando los padres han de aprender el lenguaje de la discreción. Sus consejos pueden seguir siendo útiles; pero sin intromisiones indebidas.

Nuestro lenguaje ha de seguir expresándose en términos de sinceridad y nuestro afecto ha de seguir intacto; aunque el suyo vaya a saciare en otras fuentes. Llegado es el momento de que los padres, que hemos acompañado hasta aquí a nuestro hijo, vayamos dejando que poco a poco sea él , quien vaya aprendiendo a caminar por sí mismo.

A parte de la edad existen otro condicionantes en forma de exigencias que en cierta manera dificultan labor educativa de los padres: los tiempos que corren son , nadie los duda, de excesiva permisividad que ponen en cuestión le principio de autoridad. De aquí el problema: Si por evitar la conflictividad somos demasiado blandos corremos el peligro de que los hijos se descarríen , si aplicamos la disciplina cuartelaria está el peligro del enfrentamiento.¿Qué hacer? No tenemos más salida que la de saber compaginar autoridad con libertad aderezado con el amor y el cariño que nunca deben faltar. Quiero dejar claro que cuando hablo de autoridad, estoy diciendo algo bien distinto a ese autoritarismo del “ordeno y mando” del “por que yo o digo” La autoridad de que yo hablo es servicio, que más que impuesta es libremente aceptada, nunca arbitraria sino razonable y razonada, es la autoridad que se expresa en pocas normas fundamentales; pero claras y de obligado cumplimiento; aunque en las formas de exigir lo que se manda tengamos que ser exquisitos.

La dejación de autoridad puede ser nefasta para la educación . Lo estamos viendo. El excesivo permisivismo está dando como resultado hijos enclenques , caprichoso, mal-educados. En el exceso de permisividad podemos encontrar la explicación de muchas vidas malogradas.

Parece como si todo hubiéramos de consentírselo a los hijos, porque si no es así van a quedar traumatizados para toda la vida, cuando, en realidad, lo que sucede es todo lo contrario. El niño que ha hecho una cosa mal, espera que su padres le corrijan y le sancionen por ello y si no lo hacen son los propios hijos los que se preguntan ¿ Que clase de padres tengo que todo me lo consienten? ¿ Donde están esas barreas de seguridad que me sirvan de protección? Siempre he pensado que encierra mucha verdad el dicho de que “quien bien te quiere te hará llorar”. El educar ha de hacerse con autoridad, sin que por supuesto falte el amor, el mismo amor que hizo posible el milagro de la vida, hará posible el arte de la educación.

Con razón se ha dicho que educar es fundamentalmente amar, por eso los padres han de ser los primeros educadores de sus hijos. Cuando enseñamos o exigimos a nuestros hijos algo nos podemos equivocar, cuando les amamos nunca nos equivocamos. Él es el gran secreto de la educación. Quiero acabar diciendo que así como para engendrar a un hijo hace falta el concurso del padre y de la madre, también para educarle hace falta la cooperación de ambos. Nada desdeñable sería una educación que se hiciera desde la rectitud y autoridad del padre, atemperada por el cariño de la madre. El padre es el que exige al niño que suba un peldaño más de la escalera, mientras que la madre le está diciendo cuidado hijo no te vayas a caer .

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Ángel Gutiérrez Sanz



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