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Italia: preparación del golpe de Estado del 25 de julio de 1943

por Salvatore Francia

La conspiración militar que condujo al golpe de estado maduró en las mentes de la cúpula militar del Ejército Real, ligado a la Casa de Saboya. Pensando ganar méritos ante los Aliados, derribaron al fascismo para liberar a la monarquía de las responsabilidades contraídas para con ese régimen en acuerdo secreto, pleno e incondicional, creyendo con ello salvarla.

Boicotear la guerra

La guerra, como fenómeno ligado a la selección natural y al progreso, es innata al hombre. Probablemente, si el hombre no hubiera conocido la guerra, habría seguido vagando de caverna en caverna, sus primeros refugios. No todos los hombres están hechos para afrontar la experiencia guerrera. Durante milenios, en las sociedades tradicionales, fueron los guerreros los que luchaban, y a nadie se le hubiera ocurrido implicar en una guerra a comerciantes, campesinos o a quien no quisiera luchar y poner en peligro su propia vida o integridad física. En las sociedades tradicionales existía la diferenciación de funciones, a las que cada uno se adhería por libre elección, por tradición familiar o por necesidad ineludible. Imponer a todos los ciudadanos el servicio militar es una idea muy reciente que podríamos remontar a la Revolución Francesa. A partir de aquel momento se obliga tanto a hombres de paz como a simples villanos a la experiencia de la guerra. La concepción democrática de la sociedad impone el reclutamiento obligatorio sustituyendo al voluntario. Quizás sea ésta la razón por la que ninguna guerra sea “popular”, ninguna guerra se “sienta” espontánea y unánimemente como necesaria, aunque en la mayoría de los casos se presenta como inevitable debido a una situación de necesidad que, a menudo, se relaciona con la propia supervivencia del pueblo. La supervivencia debe entenderse en el sentido más amplio del término, incluyendo los aspectos culturales, económicos, estratégicos, religiosos, consideraciones políticas y sociales así como de orden institucional.

La situación de necesidad se percibe de manera diferente en cada pueblo: cuanto mayor es la conciencia de su identidad tanto mayor será el afán por quererla preservar, mayor la voluntad de defenderla, más extensa la participación en el esfuerzo bélico; mayor la fuerza y la determinación para afrontar riesgos y sacrificios, mayor la resistencia de ese pueblo.

La Segunda Guerra Mundial nace como resultado de un choque entre civilizaciones de diferente concepción sobre el papel de la economía y las finanzas en la vida de los pueblos y en las relaciones entre los estados (“la sangre contra el oro”); entre civilizaciones de diferente opción cultural (integración de cultura y progreso contra el progreso como fin en si mismo); de criterios diferentes respecto a la distribución de los recursos del planeta (explotación monopolística por parte de unos pocos colosos frente a la libre disposición sobre los propios recursos).

Estas son las razones de fondo. El resto son crónicas de sucesos con los que se pretende reemplazar la historia.

Conscientes de no mencionarlos a todos, podemos decir que los ingleses, los alemanes, los rusos y los serbios superaron bien la prueba de la guerra. ¿Y los italianos? Los italianos afrontaron dignamente el compromiso de la guerra e indudablemente hubieran sido capaces de llevarla a buen fin con fuerza y espíritu de sacrificio, si no hubiera sido por la interacción de círculos implicados en indignas conspiraciones que utilizaron reveses militares para quebrar la unidad nacional y favorecer el retorno de fuerzas conservadoras ligadas a la institución monárquica y a la oligarquía capitalista.

No es una casualidad que la conspiración militar que condujo al golpe de estado madurara en las mentes de la cúpula militar del Ejército Real, ligado a la Casa de Saboya. Pensando ganar méritos ante los Aliados, derribaron al fascismo para liberar a la monarquía de las responsabilidades contraídas para con ese régimen en acuerdo secreto, pleno e incondicional, creyendo con ello salvarla.

Los militares monárquicos, desde siempre opuestos a la modernización de las fuerzas armadas, ven en ese momento la oportunidad de restablecer la vieja y anticuada concepción que caracteriza a su organización y al espíritu de aquellas fuerzas armadas: una estructura pesada, burocrática, fruto de una mentalidad obtusa, basada únicamente en el reclutamiento obligatorio y sin otros objetivos que no sean los de un nacionalismo que sólo se mira a sí mismo y que tanto daño provocó al soldado italiano en Rusia y en Grecia, por ejemplo.

Paralelamente al ejército tradicional, es decir al llamado Ejército Real, se forman divisiones de voluntarios motivados ideológica y políticamente, cuyo papel asume cada vez mayor importancia. Este espíritu nuevo lo hallaremos en los cuerpos de la República Social Italiana, ante todo en la Décima Mas de Valerio Borghese, por su concepción orgánica y moderna, tomada como ejemplo por muchos ejércitos del mundo al final del conflicto. La Marina y la Aviación no participaron en la conspiración. La Aviación había sido creada por el Fascismo y la Marina, gracias a su probada fidelidad al régimen fascista, se había convertido en una de las más potentes del mundo (la segunda en navíos de guerra y, en el momento de estallar el conflicto, la primera en flota submarina). Por eso, tanto la Marina como la Aviación, serán humilladas con la entrega de sus buques y aviones –todavía en pleno rendimiento- al enemigo.

Y es que la Marina albergaba a su propio Judas en la persona de algunos traidores filo-británicos instalados en el propio Alto Mando naval, los cuales, además de informar al enemigo sobre las rutas de los convoyes italianos que transportan hombres, medios y abastecimientos al norte de África (convoyes que sólo se salvaban cuando no seguían las rutas que la Supermarina les indicaba), ya a comienzos de 1941 habían empezado a pensar incluso en vender los barcos italianos, barcos que hubieran debido rendirse a los ingleses sin ningún motivo.

El Régimen goza todavía del consenso popular, y la huelga de los obreros de la Fiat el 5 de marzo de 1943 no es una huelga antifascista sino una protesta sindical por un aumento del sueldo. En Turín, los obreros reclaman, para todos, la reducción del trabajo a 192 horas -una reducción hasta entonces sólo reconocida a los trabajadores evacuados de otras ciudades- y la subida de salarios acorde al aumento del coste de la vida. Conseguido el aumento, la huelga termina y el 15 de marzo sólo algunos comunistas intentan instrumentalizar políticamente la huelga difundiendo un número clandestino de “Unità”. Los obreros italianos se ven en la estrechez económica, pero no son los únicos.

El gobierno de los Estados Unidos aprueba el 7 de mayo de 1943, para defender la producción bélica e industrial, la militarización de las industrias, impidiendo con ello las huelgas. Más tarde, el 24 de junio, esta medida alcanza también a las fábricas Ford de Detroit. Una medida esta, que nunca fue tomada por el gobierno fascista.

Entre los primeros en moverse contra el Régimen de Mussolini está la princesa Maria José, que lo hace sin haberlo consultado con el rey, su suegro. Maria José es muy activa: organiza tertulias frecuentadas por viejas ruinas antifascistas de la época prefascista; implica a monseñor Montini (el futuro Papa Pablo VI) muy ligado a ambientes americanos e ingleses y que contactaría con Myron Taylor, enviado de Roosevelt. Los americanos son favorables a que los italianos se desliguen de Alemania, igual que los ingleses. Así se lo comunicaron estos últimos al nuncio apostólico en España a través del embajador Sir Samuel Hoare. Vittorio Emanuel III se entera de las maniobras de Maria José y las bloquea porque no está de acuerdo con que la conjura deba pasar por el Vaticano.

Antony Eden no quiere ningún contacto con los "siervos del régimen" que cambian de bando, y bloquea otra iniciativa de la princesa “socialista”, a cuyo conocimiento llega a través del diputado inglés Ronald Campbell, que a su vez fue contactado por el diputado rumano John Cangel por encargo de Francesco Fransoni, embajador italiano en Lisboa, el cual había recibido el consentimiento de Galeazzo Ciano. De nuevo el rey, que no quiere que las mujeres se inmiscuyan en los asuntos de estado, la reprende duramente, y a Maria José la “exilian” con sus cuatro hijos a la espléndida finca de Sant'Anna de Valdieri.

Gracias a Mussolini y al fascismo, el duque Aimone (hermano del duque de Aosta, héroe del episodio legendario de Amba Alagi) consigue el trono de Croacia, y hacia fines de 1942 ofrece a los ingleses como señal tangible de su gratitud derribar a Mussolini con la colaboración del príncipe heredero Humberto, pensando así salvar la monarquía en Italia. Una vez más, esta nueva tentativa provoca el rechazo de Eden, pues los ingleses creen tener un interlocutor más válido y prestigioso en el Mariscal Badoglio, ya contactado por medio de otras personas desde verano de 1942.

Badoglio le comunica a un agente secreto inglés, John MacCaffery, su opinión sobre la propuesta de hacer de él un De Gaulle italiano: "Un De Gaulle italiano es una cosa diferente de un De Gaulle francés, porque allí decidieron ganarse a los viejos aliados mientras que aquí se trata de traicionarlos”. No quiere aparecer como primer interlocutor y señala a otro general piamontés, Gustavo Pesenti, como figura alternativa. Pesenti fue destituido por el Duque de Aosta en África Oriental cuando propuso tratar una paz por separado. El resentimiento es una buena razón para aceptar un encuentro con los Aliados, siendo apoyado en esto por el mariscal Enrico Caviglia. El proyecto naufraga por la indecisión de Badoglio y la intervención del Servicio Informaciones Militares, la cual procede a algunas detenciones.

En el 1943 aumentan los fracasos a nivel militar y el rey se convence de la inevitable derrota de Italia y el fascismo, derrota que también comportaría la caída de la monarquía, cosa que no puede aceptar. Para tratar de remediarlo empieza a contactar con altos mandos militares y otros exponentes de la confabulación fascista, entre ellos Dino Grandi y Galeazzo Ciano. Ciano, desde que fuera embajador en Londres, era contrario a la alianza con los alemanes y propugnaba un acuerdo con los Aliados para la formación de un baluarte antibolchevique, ignorando que los angloamericanos ya habían decidido la entrega de media Europa a la Unión Soviética. Su condición burguesa, su estilo de vida e intereses no le inspiran otra cosa más que esta hipótesis.

Ciano y Grandi intensifican sus contactos con el rey. Ciano es partidario de sugerirle al rey la necesidad de destituir a Mussolini, mientras Grandi, el 3 de junio de 1943, le pide claramente al rey que cambie de frente. Grandi prepara el necesario giro institucional y, con él, poder ofrecer al rey un pretexto para destituir a Mussolini. En virtud del gran prestigio del que disfruta en el Régimen y con la confianza que goza incluso del Duce, cataliza para su plan la aprobación de Bottai, Federzoni, De Bono, De Vecchi, De Marsico y Alfieri, pudiendo contar con el consenso de Ciano.

Cuando, posteriormente, en el proceso de Verona se intervino contra los traidores del 25 de julio, no se pudo encontrar ningún atenuante para ellos. Ya en su día, estando presente Mussolini, Gabriele D’Annunzio le había dicho a Ciano: "Tú, un día cometerás traición, tú, Ciano..." y volviéndose a Bottai: "Y también tú lo harás...". El 20 de julio 1941 Mussolini recibió una carta anónima que denunciaba a Grandi como un traidor.

El 1 de febrero de 1943 se nombra al general Vittorio Ambrosio, gracias al apoyo de Ciano, jefe del Estado Mayor; a un general que quiere el fin de la guerra... Con este objetivo ejerce presiones sobre Mussolini mientras que, al mismo tiempo, cree haya llegado el momento de que el rey intervenga en persona. Extraños estos generales italianos: con estudiado oportunismo son fascistas y reverencian a Mussolini, al que deben sus carreras, las promociones y su bienestar, incluido el económico, pero su obediencia y fidelidad al rey prevalecen.

Para el rey, Ambrosio es el hombre adecuado sobre el que apuntar.

El 6 de febrero de 1943 se nombra Subsecretario de Asuntos Exteriores a Giuseppe Bastianini, que enseguida se dedica a la redacción de la Carta Europea que, en intención, ha de ser la respuesta de Europa a la Carta Atlántica suscrita por los Aliados en 1941. Los puntos fundamentales de esta Carta Europea configuran el nuevo orden, a saber:

· ninguna opresión a los estados pequeños por parte de las grandes potencias;

· ninguna eliminación o limitación a las individualidades nacionales;

· ninguna injusticia territorial;

· ningún trato jurídico desigual, sino protección y garantía al libre desarrollo de todos los países.

Bastianini gana para su idea a Mussolini, pero Alemania y Japón acogen con frialdad la propuesta italiana, que cae en el vacío. Como otras intuiciones jurídicas, sociales y políticas, también la Carta Europea llegó demasiado pronto, adelantándose a los tiempos pero sin perder por ello su permanente actualidad.

De la conferencia que tuvo lugar del 7 al 10 de abril de 1943 en Klessheim, el general Ambrosio sale decepcionado por el hecho de que Mussolini no insista ante Hitler sobre la necesidad de poner punto final a la guerra. Hitler no acepta la propuesta de una paz con la URSS porque ésta podría convertirse en una hipótesis plausible sólo después de lograr éxitos militares fehacientes en el frente oriental y así, desde esa posición, poder tratar en condiciones más ventajosas.

Ambrosio vuelve a Italia aún más convencido de la necesidad de derribar al fascismo, de conseguir una paz separada y consumar un cambio de frente. Una vez más el oportunismo y la deslealtad consciente ante los aliados del Tripartito son los factores que mueven a los conjurados. Si Italia no está en condiciones de sostener el peso de la guerra al lado de sus aliados, no se comprende como pueda sostenerla pasándose al lado de los anglo-americanos por medio de un acto de traición. De vuelta a Roma, Ambrosio encarga al general Giuseppe Castellano preparar un plan para poner definitivamente fuera del juego a Mussolini.

El 17 de julio, los Aliados bombardean Roma por primera vez, utilizando a pilotos no católicos y tras haber lanzado previamente octavillas avisando a la población de que se aleje de los objetivos militares. Sin embargo las instalaciones militares no fueron dañadas pero sí el barrio popular de San Lorenzo. Hasta esa fecha, se les había ahorrado a Roma, Florencia y Venecia los bombardeos, para no dañar los inmensos tesoros de arte e innumerables testimonios históricos que guardan estas ciudades. Para proteger las ciudades italianas de los bombardeos terroristas “Aliados”, Alemania suministró a Italia más de 1.500 baterías antiaéreas.

El 19 y 20 de julio Mussolini y Hitler se encuentran una vez más en Feltre para examinar la situación que se ha producido en Italia a raíz de la ocupación de Sicilia, y una vez más Ambrosio insiste ante Mussolini para que convenza a Hitler de la necesidad de que Italia salga del conflicto. Mussolini explica a Ambrosio que esa petición no se puede presentar apresuradamente y se propone escribir sobre el asunto a Hitler, pensando fijar la fecha para la paz en el 15 de septiembre.

Ambrosio aprovecha la ocasión del encuentro para pedir a von Keitel el envío a Italia de soldados alemanes para asegurar la defensa de Sicilia. Keitel está de acuerdo pero con las siguientes condiciones:

· asegurar la tranquilidad en los abastecimientos a través del estrecho de Messina;

· intensificar los esfuerzos para asegurar la defensa de las costas de Calabria;

· declarar a la Italia meridional zona de operaciones;

· autorizar a los alemanes a crear un mando de enlace con el Grupo de Armadas del Sur.

Ambrosio se abstiene de hablar del asunto con Mussolini, que por su parte comenta las pretensiones alemanas hablando con el senador Morgagni: "Los alemanes ya no se fían más de nosotros. Para intervenir quieren el mando efectivo de todo el frente italiano, incluido el del interior. Ni el pueblo italiano, ni el rey, ni yo podríamos aceptar esta condición. Es necesario seguir combatiendo, aunque ya toda esperanza haya muerto. Pero todos me abandonarán, el pueblo y el rey, porque ambos siempre han renegado de los que ya no traen suerte ni poder. Y es lógico; diría que natural."

Ya en el encuentro de Feltre, parece que el Coronel Giuseppe Cordero de Montezemolo, que participa en la cumbre, haya madurado la intención de secuestrar al Führer. El plan no llegó a realizarse por falta de tiempo. Como buen monárquico, se alineará con Badoglio pero, hecho prisionero, será fusilado en las Fosas Ardeatinas, una represalia alemana por la matanza de Via Rasella perpetrada por los partisanos comunistas.

La tarde del 20 de julio Ambrosio presenta su dimisión debido a su desacuerdo con el Duce, pero le es rechazada. El ministro de la Casa Real, Acquarone, informa a Ambrosio y Castellano que el rey ha decidido pasar a la fase final de la conspiración contra Mussolini el 26 de julio. Adelanta así la fecha a un día, tomando en consideración que el Gran Consejo está ya convocado para el día 24.

El golpe de Estado del 25 de julio de 1943

El 24 de julio de 1943 se reúne en Roma el Gran Consejo del Fascismo. Ambrosio ha preparado con precisión el aparato de protección poniendo a su amigo, el general Angelo Cerica, al mando de los Carabineri, mientras que para el mando de la policía nombra al ya jubilado Carmine Senise, notoriamente contrario a la alianza con Alemania. En el Palazzo Venezia están de servicio los Moschettieri del Duce, la escolta personal de Mussolini, llamada Presidencial, y un batallón de Camisas Negras que ha hecho llegar el general Galbiati. Para equilibrar la presencia de estas fuerzas, el jefe de la policía le pide al ministro de Interior, Umberto Albino, enviar también un cuerpo de policía.

Acabado el último acto contra el Duce, destituido el régimen fascista sin quizás haberse dado cuenta realmente de lo ocurrido en el Gran Consejo, estas fuerzas no entrarán en acción por deseo expreso de Mussolini -a pesar de la sugerencia de Galbiati de detener a los conjurados. Según el Duce, el voto del Gran Consejo sólo tiene valor consultivo, ya que le había tranquilizado la opinión de insignes constitucionalistas que fueron consultados nada más tener conocimiento del contenido de la orden del día de Grandi.

La reunión comienza a las 17,00 h. en la Sala del Papagayo del Palacio Venecia. A Mussolini le atormentan agudos dolores de estómago, consecuencia de la tensión nerviosa a la que ha sido sometido en los últimos años, a las crecientes dificultades, la muerte de su tercer hijo Bruno (caído en Pisa durante la prueba de uno de los mejores bombarderos producidos por Italia a lo largo de la segunda guerra mundial, con un rayo de acción de 4.000 Km. y una carga bélica de 3.500 Kg.); consecuencia de ver cada día más lejano su sueño de hacer de Italia un gran país, fuerte en su independencia política y económica, punto de referencia para quienes desde el mundo miraban a Italia y veían en ella la vanguardia en la realización de un nuevo modelo institucional basado en la más amplia y orgánica participación popular en la gestión del poder y justicia social.

Después de seis horas de debate, Mussolini pide aplazar la sesión, pero Grandi se opone y se acuerda una breve pausa. Mussolini se retira a su estudio contiguo, en la Sala del Mappamondo, a donde lo sigue Guido Buffarini-Guidi, que trata de convencerlo para que detenga a “aquella veintena de confabulados ligados a Badoglio y a la otra docena de colaboradores exteriores”, sin lograrlo. Esta fue la última oportunidad que tuvo Mussolini para detener la conjura, teniendo en cuenta que además tenía a su disposición la División Acorazada “M”, a las órdenes del general Galbiati, lista para intervenir.

Cuando la reunión se reanuda, desafiando el irrespirable aire de conjura que impregnaba la sesión, Mussolini dice: “Derrotismo y hostilidad hacia el régimen son privilegio de la burguesía. El orden del día de Grandi habla de restaurar las funciones del Estado. ¿Qué funciones? El gobierno sólo administra, el poder de decisión lo tiene sólo  un hombre; así lo entienden también Churchill, Roosevelt y Stalin. Fascismo, Revolución, Partido y Mussolini son inseparables entre si. Quien pide el fin de la dictadura sabe que quiere el fin del Fascismo. ¡Sean prudentes, Señores míos! Si le dijera al rey lo que esta tarde ha ocurrido, seguramente me contestaría así: ‘Sus hombres le han dejado plantado, pero el rey, que siempre ha estado con Vd., permanece a su lado’. Pero el rey podría decir también, y es muy probable que lo hiciera, lo siguiente: ‘Entonces, ¿son estos los hombres del régimen? Ahora que sienten que les ha llegado el agua al cuello se acuerdan de que existe un Estatuto; que en ese Estatuto hay un Artículo 5; y que, además del Estatuto, hay todavía un rey. Bien, entonces subiré al escenario y aceptaré la invitación. Pero puesto que os hago a todos en general responsables de la presente situación, aprovecho la circunstancia para quitaros a todos de en medio de una vez por todas’. Repito: esta decisión puede poner en duda la existencia del régimen y puede convertirse en un problema personal para todos vosotros”. Palabras proféticas.

Son las dos de la madrugada y Antonio Tringali-Casanova, presidente del Tribunal Especial para la Defensa del Estado, grita que los traidores pagarán con sus cabezas. Luego se pasa al voto.

Acabadas las votaciones, se aprueba el siguiente punto del orden del día: "El Gran Consejo, reunido en estos días de máxima prueba, dirige su pensamiento ante todo hacia los combatientes heroicos de cada arma que, junto al orgulloso pueblo de Sicilia en cuya alma resplandece la fe inquebrantable del pueblo italiano, renuevan las nobles tradiciones de incansable valor e indómito espíritu de sacrificio de nuestras gloriosas fuerzas armadas. Examinada la situación interior e internacional así como la acción política y militar de guerra, proclama el sagrado deber para todos los italianos de defender a toda costa la unidad, la independencia, la libertad de la patria, los frutos de los sacrificios y esfuerzos de cuatro generaciones desde el Resurgimiento hasta hoy, la vida y el futuro del pueblo italiano; afirma la necesidad de la unión moral y material de todos los italianos en esta hora difícil y decisiva para el destino de la nación; declara que para tal objetivo es necesario el inmediato restablecimiento de todas las funciones estatales, atribuyendo a la Corona, al Gran Consejo, al Gobierno, al Parlamento y a las Corporaciones las tareas y las responsabilidades establecidas por nuestras leyes estatutarias y constitucionales; invita el Jefe del Gobierno a solicitar a su Majestad el Rey, al que se dirige fiel y confiado el corazón de toda la nación, que acepte por el honor y la salvación de la patria, asumir el mando efectivo de las Fuerzas Armadas de tierra, mar y aire, según el artículo 5 del Estatuto del Reino, la suprema instancia de decisión que nuestras instituciones le atribuyen, instituciones que siempre han sido a lo largo de toda nuestra historia nacional el legado glorioso de nuestra augusta dinastía de Saboya."

Mussolini añade: “¡Señores míos, con esta moción habéis provocado la crisis del régimen!”, y al Secretario del Partido, Scorza, que ordena el habitual “¡Saludo al Duce!”, contesta: “¡Os lo podéis ahorrar!”.

Muchos de los que firman el orden del día de Grandi no comprenden su alcance, sintiéndose además corroborados en su convicción por la intervención de Bottai: “Aquí se quieren derribar puertas abiertas. Se nos pide una declaración personal y explícita respecto al dilema ‘guerra o paz’, ‘resistencia o capitulación’. Esta actitud está ya fuera de lugar y discusión. Aquí dentro nadie piensa en la paz o en la rendición porque todos sabemos que, en la actual situación militar, las condiciones que nos exigiría el enemigo serían duras en extremo; también porque nos encontraríamos frente a un aliado que, sin tener en cuenta nuestra particular situación, no dudaría en hacernos sentir todo el peso de su venganza. Por tanto, el dilema ‘guerra o paz’ no sólo se ignora en el orden del día de Grandi sino que lo supera y se propone el siguiente objetivo concreto: que se cumplan todas las condiciones que ya se sabe son indispensables para una continuación de la guerra de manera más decidida y rentable, hasta que se logre una solución honorable que los acontecimientos por venir –los cuales ninguno de nosotros puede prever en este momento- nos aconsejen aceptar. Una vez que todos estemos convencidos de que para resistir necesitamos llegar a una transformación de nuestro aparato militar y que hace falta apelar a la cooperación de todas las instituciones y todos los ciudadanos –desde el rey al último campesino-, yo no veo por qué tendrían que surgir cargos de conciencia en los firmantes del orden del día, el cual representa y sintetiza esta necesidad. Cualquier titubeo, cualquier duda, representa en mi opinión una falta de conciencia y también de dignidad personal”.

A favor de esta “Orden del día Grandi” votan: Emilio De Bono, Cesare Maria De Vecchi, Dino Grandi, Giacomo Acerbo, Carlo Pareschi, Galeazzo Ciano, Umberto Albini, Edmondo Rossoni, Luciano Gottardi, Alfredo De Marsico, Luigi Federzoni, Tullio Cianetti, Giuseppe Bastianini, Giuseppe Bottai, Alberto De Stefano, Dino Alfieri Giovanni Marinelli, Giovanni Balella, Emilio Bignardi. Votan contra: Gaetano Polverelli, Enzo Galbiati, Ettore Frattari, Carlo Scorza, Carlo Alberto Biggini, Antonio Tringali-Casanova, Guido Buffarini-Guidi. Giacomo Suardo se abstiene. Roberto Farinacci vota por su propia moción, en la que solicita poner las fuerzas armadas italianas bajo las órdenes de Hitler.

Saliendo del Palacio Venecia, Galbiati le dice a Ciano: “Joven, éstas son cosas que se pueden pagar con la vida...”. Como respuesta Ciano se encoge de hombros.

La mañana del 25 de julio, Mussolini recibe al embajador del Japón Hidaka, informándole sobre su intención de ejercer presiones sobre Hitler para que interrumpa las hostilidades en el frente del este. A media mañana, Mussolini visita con Galbiati el barrio de San Lorenzo, dañado por un bombardeo de los Aliados, siendo acogido por una muchedumbre que corea su nombre.

A Doña Rachele, que le insta a desconfiar del Rey y a no acudir a Villa Saboya, Mussolini le contesta: "Estás fantaseando. No hay peligro. El Rey es mi amigo. Precisamente de él espero la solución a esta situación. El pueblo está conmigo, lo he visto en San Lorenzo. El Rey sabe que tenemos un tratado con Alemania que no podemos violar."

Mussolini confía en el Rey, que siempre había compartido las propuestas del fascismo, y acude a Villa Saboya donde, por un procedimiento del todo informal, es relevado de sus cargos. El Rey, que de esta manera acababa de deponer a su primer ministro, lo acompaña a la salida y le da un largo y caluroso apretón de manos mientras los carabinieri aparecen y obligan a Mussolini a subir a una ambulancia que parte a toda velocidad. Le llevan al cuartel de Podgora y luego a otro cuartel perteneciente a los aspirantes a carabinieri en Roma.

El 25 de julio a las 22,45, la radio transmite el siguiente comunicado: "Su Majestad el Rey y Emperador ha aceptado la dimisión del cargo de Jefe del Gobierno y Primer Ministro Secretario de Estado presentada por Su Excelencia, el Cavaliere Benito Mussolini, y ha nombrado Jefe del Gobierno Primer Ministro Secretario de Estado a Su Excelencia el Cavaliere Mariscal de Italia Pietro Badoglio."

Tanto el hecho del relevo de cargo en si, como la manera en que se hace se encuentra fuera de las leyes del derecho constitucional vigente. La ley nº 2693 del 9 de diciembre de 1928, sobre el "Orden y atribuciones del Gran Consejo del Fascismo", establece en el Art. 13: "El Gran Consejo, a propuesta del Jefe del Gobierno, conforma y tiene puesta al día la lista de los nombres a presentar a la Corona para el nombramiento de Jefe del Gobierno Primer Ministro Secretario de Estado en caso de quedar vacante”. El Rey entonces, no se puede dirigir al Gran Consejo para pedir que consulten esa lista. El Rey tiene que dirigirse, en cualquier caso, al órgano constitucional y consultar la lista de los nombres de las personas juzgadas idóneas por el Gran Consejo para ser propuestas al puesto de Jefe del Gobierno. En caso de que el Gran Consejo no presente en tiempo hábil la lista, la misma ley nº 2693 del 9 de diciembre de 1928, establece en el Art. 3: "El Secretario del Partido Nacional Fascista es secretario del Gran Consejo. El Jefe de Gobierno puede delegar para convocar y presidir el Gran Consejo en caso de ausencia, impedimento o quedar vacante el cargo”. Esto significa que, si la lista no ha sido preparada en tiempo hábil y el cargo de Jefe del Gobierno estuviera vacante, la presidencia del Gran Consejo puede y tiene que ser asumida por el Secretario del P.N.F. para proceder a la redacción de la lista de los candidatos.

El Secretario del Partido puede ser delegado por el Jefe del Gobierno para presidir el Gran Consejo (2º párrafo del Art. 3 de la ley del 1928). El Secretario del Partido, cuando ha sido delegado para presidir el Gran Consejo, asume todos los poderes que son propios del Presidente. En caso de estar vacante el cargo de Jefe del Gobierno, y por lo tanto faltar la delegación de funciones, el Secretario del Partido tiene que asumir la presidencia del Gran Consejo. Se puede plantear otra posibilidad, la de que el Rey presida el Gran Consejo de la misma manera en que puede presidir el consejo de ministros. La cuestión es importante, porque define una de las finalidades fundamentales del Gran Consejo: garantizar la continuidad del Régimen. En este sentido, hay que tener en cuenta dos situaciones: la posibilidad por parte del Rey de asumir la presidencia en cualquier momento, y la posibilidad de asumir la presidencia en momentos excepcionales como aquellos en los que se constata la vacancia del cargo del Jefe del Gobierno. En lo que concierne a la primera posibilidad (presidencia en cualquier momento) los principios que rigen el sistema de gobierno, y en particular la posición del Duce Jefe de gobierno como órgano responsable de la dirección efectiva del mismo, excluyen la actuación y la oportunidad.

El título de "Duce del Fascismo" corresponde al "Jefe del Gobierno" en cuánto que "...es el político llamado a componer un nuevo Ministerio, que se presenta a la Corona como el exponente cualificado de todas las fuerzas morales y materiales organizadas y representadas en el parlamento y, por lo mismo, como Duce del Fascismo." Existe un cargo único, el de Jefe de Gobierno, que comprende la atribución de Jefe del Partido (Duce del Fascismo).

Los acontecimientos del 25 de julio de 1943 se desarrollan de modo muy diferente al previsto por la constitución italiana.

El Rey, por primera vez, actúa anticonstitucionalmente, ya que el Gran Consejo sólo tiene funciones consultivas; porque no es tarea de la Corona atribuir plenos poderes a Badoglio, siendo ésta una prerrogativa de las Cámaras; porque llama a gobernar a personas sin relevancia en el país. El voto del Gran Consejo se ha usado únicamente para tapar un complot que de todas formas habría seguido su curso. Lo demuestra el hecho de que el voto del Gran Consejo pide una potenciación de los órganos constitucionales, cosa que el nuevo gobierno se apresuró a suprimir.

La caída del fascismo, por lo tanto, se produjo violando el orden jurídico vigente y poniendo en marcha un verdadero golpe de Estado.

La ley nº 2263 del 24 de diciembre de 1925 establece en el Art. 2: "El Jefe de Gobierno, Primer Ministro Secretario de Estado, es nombrado y revocado por el Rey y es responsable ante el Rey de la dirección política general del Gobierno. El decreto de nombramiento o de revocación del Jefe del Gobierno Primer Ministro es refrendado por él."

Ninguna ley o decreto puede entrar en vigencia si no se incluye en la "Compilación Oficial de Leyes y Decretos" y si no se publica en la “Gazzetta Ufficiale”, el boletín oficial del estado. No existe ninguna referencia a un decreto de destitución de Benito Mussolini del cargo de Jefe del Gobierno en la “Gazzetta Ufficiale” y tampoco de un decreto de nombramiento de otra persona para reemplazarlo. Esta ausencia se puede interpretar como que el nombramiento de Badoglio como Jefe del Gobierno no existió.

El Golpe de Estado del 25 de julio podría haberse legitimado, si no jurídica sí políticamente, si los conjurados hubieran declarado estar actuando contra la Constitución italiana con la intención de levantarse en revolución contra el régimen que querían derribar, estableciendo de hecho –es decir con un acto revolucionario - un nuevo orden constitucional, susceptible de una legitimación posterior. La ilegitimidad del gobierno Badoglio, por lo tanto, viene reforzada precisamente por el hecho de haberse calificado a si mismo como "gobierno legítimo."

Si el nombramiento de Badoglio hubiera sido un cambio normal de gabinete, realizado en el marco del orden constitucional vigente, entonces Badoglio tendría que haber sido el último Duce del Fascismo.

El Rey se percata demasiado tarde de lo poco que vale Badoglio, y frases como las que siguen lo delatan: "La vía de Badoglio es equivocada"... “Badoglio está haciendo de las suyas"... “El Gobierno Badoglio se precipita en el caos"... “Badoglio no es ciertamente un hombre a la altura de la situación"... “El Gobierno Badoglio se debilita cada día más"... “Temo que hemos hecho una tontería el 25 de julio."

Carlo De Biase cuenta (C. De Biase, El 8 septiembre de Badoglio, Ediciones del Borghese, 1968): "Al Mariscal del Reich Werner von Blomberg, comandante de la Reichswehr llegado a Londres en 1936 a bordo del acorazado Deutschland como embajador extraordinario de Hitler, se le preguntó sobre el resultado de un eventual conflicto europeo. Blomberg contestó con fría y segura convicción: ‘Vencerá el bloque de las potencias que, en el propio seno, no tenga a Italia como aliada’. La respuesta merece reflexión porque Blomberg conocía muy bien al Jefe de Estado Mayor General, el Mariscal Pietro Badoglio, a su estrecho círculo de fieles seguidores así como su lentitud en el planteamiento de estrategias, y coincide, por lo demás, con una observación que años más tarde, en 1939, durante un ejercicio militar en Turín, expresara Vittorio Emanuele IIIº a Dino Grandi refiriéndose a Badoglio y a otros generales del entorno de Badoglio. El Rey dijo: ‘Pensar que son estos, con estas caras de curas y notarios, con los que Mussolini sueña hacer la guerra…’"

Buen profeta también fue Edoardo Scarfoglio, cuándo escribió: "¿Como se puede creer en un ejército en manos de generales piamonteses que albergan sentimientos de derrota y de armisticios? ¿Y quién si no Pietro Badoglio albergó deseos de fuga, derrota y armisticio? Fue un personaje absolutamente amoral, de carácter ambiguo y mediocre intelecto. Resumía lugares comunes, pero certeros, referidos a las deficiencias y cualidades negativas de los italianos. Siendo oportunista, listo y huidizo, conoció la fuerza irresistible de la vileza. Era paciente y tenaz, sabiendo que en los momentos graves de la historia hay que estar al acecho de los errores ajenos. Solamente hay que tener paciencia. Y la impasible paciencia de Badoglio fue espantosa. [...] Si se hubiera emprendido una investigación judicial sobre la guerra, los resultados no hubieran podido desembocar en otra cosa más que en un gran, terrible y dramático proceso de cargo contra él."

A los anglo-americanos les pilló de sorpresa el golpe de Estado del 25 de julio, deseado y organizado por el Rey no con la intención de establecer un régimen democrático sino para restaurar el sistema descrito en el Estatuto de su antepasado, el rey Carlos Alberto, para perpetuar las prerrogativas de la Corona y la continuidad de la dinastía.

Es en la tarde del 25 de julio cuando Hitler se entera de la caída de Mussolini, y durante toda la noche discute con sus colaboradores la posibilidad de evacuar Sicilia, concentrar las fuerzas alemanas en los alrededores de Roma y detener al Rey, al nuevo gobierno de Badoglio, a Ciano y a todos los que siempre se han opuesto a la alianza con Alemania. En la reunión están, además de Hitler, Keitel, Jodl, Christian, Buhle, Zeitzler, Waizenegger, Bodenschatz, Darges, Hewel, von Puttkamer, Speer, y se espera a Rommel.

Pasado el mediodía, 350 aviones aliados, enfrentándose a otros tantos cazas alemanes, habían ya bombardeado el sector entre Kiel y Flensburg así como la zona portuaria de Hamburgo.

Con la caída del fascismo, el alto mando alemán comprende que no puede contar con Italia como aliada del Eje y propone retirarse al norte, abandonando a Mussolini a su destino. Pero Hitler, que no tiene ninguna intención de retirarse de Italia, se opone a la propuesta derrotista, afirma que no abandonará nunca a su amigo Mussolini y le ordena a Himmler desarrollar un plan de liberación del Duce lo más pronto posible.

Ya el 26 de julio, Hitler prevé la traición y declara ante sus generales: "La situación en Italia ha seguido el curso que temía. Se trata de una revuelta fomentada por la casa real y el mariscal Badoglio, es decir por nuestros viejos enemigos. El Duce fue detenido ayer [...]. Se ha formado un nuevo gobierno que declara oficialmente que cooperará con nosotros. Naturalmente se trata de una táctica para ganar días y poder consolidar el nuevo régimen. Exceptuando a los judíos y a la gentuza que ha provocado semejante agitación en Roma, no hay nadie detrás del nuevo régimen. Es evidente. Pero, de momento, están en el poder y a nosotros nos es absolutamente necesario actuar [...]. Estoy decidido a golpear con la velocidad del rayo, como hice en Yugoslavia [...]. No sé dónde se encuentra el Duce. Cuando lo sepa, lo haré liberar por los paracaidistas...”. Hacía tiempo que los alemanes sospechaban la traición de Badoglio, ya desde cuando el Estado Mayor italiano había rechazado la oferta de Hitler de mandar a África las divisiones acorazadas necesarias para asegurarse la ruta a El Cairo.

El 27 de julio se dan las órdenes necesarias para el arranque del "Plan Alarico". Eran las medidas que se consideraban idóneas para enfrentarse al posible retiro de las tropas italianas y poder encarar la invasión aliada.

El "Plan Alarico" se articula en cuatro fases de intervención:

1ª fase Eiche:       proceder a la liberación de Mussolini;

2ª fase Student:    ocupación de Roma y vuelta a un gobierno fascista;

3ª fase Achse:       captura de la flota italiana en el caso de que Italia firmara una paz por separado;

4ª fase Schwarz:   neutralización de las fuerzas armadas italianas y su sustitución por tropas alemanas para defender la península de la invasión de los ejércitos aliados.

En ese momento, en Italia se encuentran: el “Grupo de Armadas B”, al mando del mariscal de campo Rommel, organizado en 8 divisiones y emplazado en la Italia septentrional; 9 divisiones del “Grupo de Armadas C”, al mando del mariscal de campo Kesselring, que también comprende el XI Cuerpo Armado y un regimiento de la 26ª División Acorazada al mando del general Student, en la Italia central; y la 10ª Armada del general Vietinghoff, emplazada desde el sur de Roma hasta la Calabria.

El mismo día, Mussolini es trasladado en la corbeta Persefone a la isla de Ponza. El 7 de agosto, temiendo que los alemanes localizaran el lugar donde esconden a Mussolini, le llevan a la isla Magdalena y de ahí, el 28 de agosto, a Campo Imperatore, una localidad de montaña en los Apeninos de la Italia central. de donde más tarde sería liberado por el comando de Otto Skorzeny.

El 29 de julio, sólo cuatro días después de la votación del Gran Consejo, el almirante Wilhelm Canaris -Jefe de la Abwehr (Servicio de Información en el extranjero y contraespionaje de la Wermacht)- se encuentra en Venecia con el general Cesare Amé (Jefe del servicio secreto militar italiano) para informarse sobre las intenciones del gobierno Badoglio en cuanto a la continuación de la guerra al lado de los alemanes. Amé informa al almirante Canaris sin medias palabras que Badoglio quiere sellar la paz por separado con los Aliados lo más pronto posible y que se le apremia a acelerar el proceso debido a la preocupación de que los alemanes puedan ocupar Italia. Justo en ese momento Canaris expresa su deseo de que también en Alemania tenga lugar “un 25 de julio”.

Canaris, ya en olor de traición, oculta la verdad al Führer para evitar el envío de tropas alemanas a Italia e impedir así -desde su punto de vista- la prolongación de la guerra, y le confirma la fidelidad de Italia. Hitler siempre había desconfiado de Badoglio, no cree en Canaris y confirma su decisión de enviar a Italia sus mejores divisiones para reforzar su dispositivo defensivo. La arrogancia tiránica de Badoglio, nombrado por el Rey jefe de un gobierno inconstitucional y que a su vez actúa fuera de lo previsto por la constitución, se pone enseguida en acción introduciendo medidas inauditas en materia de orden público.

El general Roatta se encarga de definir esas medidas: en caso de manifestaciones, nada de disposición de cordones por parte de las fuerzas del orden público, nada de toques de corneta reglamentarios ni signos de persuasión, sino mano dura y “...que se proceda a formación de combate,  se abra fuego a distancia con morteros y artillería sin aviso previo de cualquier tipo como si se procediera contra tropas hostiles... No se admite el tiro al aire. Se tira a matar, como en combate." Y quién insulte a instituciones, a la policía ó al ejército que "...de inmediato sea pasado por las armas." ¿Y los responsables de manifestaciones? Que “...sean fusilados enseguida."

Estas medidas no se quedan en meras ideas sino que se aplican al pie de la letra, hasta tal punto que del 25 de julio al 8 de septiembre se contabilizan nada menos que 93 muertos, 536 heridos, más de 3.500 arrestos y 30.000 detenciones en toda Italia.

Extrañamente, mientras todas las instituciones fascistas fueron disueltas de manera inmediata, las leyes raciales permanecieron en vigor… Es en este periodo precisamente cuando tienen lugar las deportaciones de judíos a los campos de concentración en Alemania.

¿Un regreso a la libertad? Parece más bien la instauración del terror.

El 30 de julio se dan órdenes verbales a través del envío de altos oficiales al mando del “Grupo de Armadas Sur” (Armadas 2ª, 4ª, 5ª, 7ª, 8ª) así como a los mandos de Cerdeña y Córcega y de las defensas territoriales de Milán y Bolonia. Los militares italianos tienen que “...oponerse con la fuerza a cada intento de los alemanes por adueñarse de los puntos vitales y de los objetivos más importantes, garantizando su control con la fuerza."

El mismo día, el general Ambrosio, con un memorandum en mano, sostiene la necesidad de sellar lo más pronto posible un armisticio con los Aliados, y el 31 se encuentra con Badoglio, Guariglia y Acquarone para decidir el inicio de las negociaciones. Inicialmente se confía el encargo al ex-jefe de gabinete del ex-ministro de asuntos exteriores Galeazzo Ciano, Blasco Lanza De Ayeta, que el primero de agosto parte para Lisboa. El 5 de agosto se hace otro contacto en Tánger entre el consejero Berio y la delegación inglesa.

Blasco Lanza De Ayeta informa al embajador inglés en Lisboa Sir Ronald Campbell, que los italianos tratarán de tranquilizar a los alemanes en la inminente reunión del 6 de agosto en Tarvisio ocultándoles sus planes reales, con el objetivo de ganar tiempo y concluir el armisticio con los Aliados anglo-americanos a escondidas del aliado germánico. De Ayeta también ha recibido el encargo de pasar informaciones de vital importancia a los enemigos, como el mismo De Ayeta confesará: "Fui encargado de informar a los gobiernos aliados sobre la ubicación exacta de las divisiones alemanas en Italia durante todo el 2 de agosto, cosa que hice con la ayuda de un mapa que me presentó el embajador Campbel recordando las valiosas indicaciones memorizadas que me había dado el general Castellano en el Ministerio de Asuntos Exteriores la mañana del 2 de agosto". De Ayeta revela a Campbell que "...por orden del Alto Mando las costas de la Italia central habían sido desguarnecidas de los principales contingentes de tropas italianas que habían sido movilizadas para la defensa de Roma."

Una vez en conocimiento de cuanto le interesa, Campbell despide a De Ayeta diciéndole que los Aliados ya tienen decididos todos sus planes y que, visto lo visto, Italia tiene una sola salida: la rendición sin condiciones. Berio, en Tánger, recibe la misma contestación.

El 6 de agosto, en Tarvisio, el ministro de Asuntos Exteriores Guariglia y el Jefe de Estado Mayor, General Ambrosio, se encuentran con el ministro de Asuntos Exteriores del Reich, von Ribbentrop, y con el Mariscal de Campo Keitel, Jefe de Estado Mayor alemán. Es la última ocasión para hablar claramente con el aliado y dejarle claro que Italia ya no está en condiciones de continuar la guerra y que quiere salir del conflicto con honor y pocos daños. Pero hacen todo lo contrario: Guariglia y Ambosio no escatiman en juramentos, testimonios de fidelidad y palabras de honor.

Guariglia, con su espíritu meridional, habilidad de actor consumado y acento napolitano, le dice a von Ribbentrop: "La primera preocupación de Su Majestad el Rey y del Mariscal Badoglio ha sido declarar que Italia continúa la guerra, manteniendo su fidelidad a la palabra dada. Esta declaración pública realizada por dos grandes soldados como son el Rey y Badoglio, no se puede poner en duda, de otro modo el país se sentiría hondamente herido en su sentido del honor. Hablando francamente, como se debe entre aliados y amigos, repito y confirmo la declaración y la garantía dada por Su Majestad el Rey y por el Mariscal Badoglio; la repito en términos explícitos y escuchando el eco de todos los que han caído en los campos de batalla de nuestra guerra común. No ha habido ninguna negociación con los anglo-americanos y tampoco las habrá en el futuro."

En Tarvisio, los italianos aceptan que continúe el envío de tropas alemanas a Italia, las que había solicitado el general Ambrosio en el encuentro de Feltre.

Al final de la entrevista, von Ribbentrop llama enseguida a Hitler y le avisa del "...peligro a lo largo de toda la línea". Tenía la clara sensación de que Italia abandonaría la alianza con Alemania, vista la actitud de Guariglia y Ambrosio. Y a esto se debe la decisión estratégica alemana de enviar a Italia todas las divisiones disponibles; divisiones que ya habían hecho posible bloquear a los Aliados en Salerno, Cassino y los Apeninos.

Al mismo tiempo, el Estado Mayor del Ejército Real sigue dando órdenes para organizar las futuras hostilidades contra el todavía aliado germánico.

El 12 de agosto, el general Castellano, en máximo secreto, vestido de paisano y con falsa documentación, parte para Madrid donde tras un difícil viaje consigue llegar y encontrarse el dia 17 con el embajador inglés Sir Samuel Hoare, al que asegura: “No podemos poner condiciones. Aceptaremos la rendición incondicional siempre y cuanto se nos permita unirnos a los Aliados para combatir a Alemania”.

El 19 de agosto -por encargo de Ambrosio- Castellano se encuentra en Lisboa con el embajador inglés Ronald Campbell, el cual le organiza una cita con George F. Kennan (Encargado de Negocios de Estados Unidos), el general Strong W. Kenneth (Jefe del Intelligence Service de las fuerzas aliadas) y Walter Bedell-Smith, plenipotenciario de Eisenhower. Con aire de confidencialidad, abundantes libaciones a base de whisky, queriendo demostrar sinceridad en relación a las intenciones italianas para con los Aliados, todavía hostiles, Castellano revela a sus interlocutores valiosos secretos militares como la entidad y posiciones de las tropas italo-alemanas en Italia y los Balcanes, sus dispositivos defensivos, informaciones sobre el armamento y suministro de munición… A los hombres de Badoglio sin embargo, no se les reconocería después ningún premio o trato de favor por esta su disponibilidad y traición.

En Lisboa se sientan las bases de un armisticio escueto pero explícito: el famoso “Armisticio Corto”. Los detalles de las cláusulas políticas, económicas y financieras se aplazan para otro momento.

El 27 de agosto vuelve a Roma e informa al Gobierno que Italia tiene que rendirse “sin condiciones” y que la fecha para la firma del armisticio sería la del 3 de septiembre de 1943. La rendición suponía la entrega de las tres armas: de Tierra, Mar y Aire (es decir, ¡todo!).

Las condiciones quedaron enumeradas en un folio que contenía 13 puntos, cada uno de una línea.

El 30 de agosto, Badoglio convoca a Castellano, el cual le transmite el pedido –por parte de los Aliados- de un encuentro oficial en Sicilia, pedido que ha recibido a través del embajador inglés en el Vaticano, D’Arcy Osborne.

El 1 de septiembre Badoglio envía un telegrama a los Aliados anunciando la llegada del general Castellano a Cassibile, en Sicilia. El telegrama es interceptado por los alemanes, que de esta manera obtienen la confirmación de sus dudas sobre las verdaderas intenciones del gobierno italiano.

El dia 2 de septiembre parte Castellano a Cassibile para comunicar que, por lo que respecta a la parte italiana, se acepta el texto del Armisticio. Castellano no lleva ninguna autorización oficial pues Badoglio no quiere aparecer en primera persona como firmante de la rendición de Italia. Él suponía que los Aliados no pedirían más compromisos escritos a parte del telegrama que les había sido enviado el día anterior. Se equivoca. Castellano tiene que enviar un telegrama a Roma en el cual dice que el general Bedell Smith pide las credenciales del general Castellano, es decir la autorización que acredite oficialmente al general Castellano a firmar en nombre de Badoglio, sin cuya firma se interrumpirían de inmediato las negociaciones. Los encargados italianos tienen que esperar hasta las 16:30 horas del día siguiente para que llegara el telegrama de Badoglio con la autorización para firmar. Es el 3 de septiembre de 1943.

Estaba Castellano todavía cumpliendo su misión cuando el Rey encarga a Grandi proceder a contactar con los Aliados, mientras que el Estado Mayor del ejército encarga por su parte a Zanussi.

Las negociaciones van teniendo lugar de modo confuso y sobreponiéndose unas a otras, cosa que hace que a los Aliados los italianos les parezcan poco fiables.

Durante el 3, 5 y 6 de septiembre se imparten una y otra vez órdenes confusas a los mandos militares italianos, las cuales no llegan a hacerse operativas, es más: tampoco les llegan al Grupo de Armadas del Este y al Comando de las Fuerzas Armadas del Egeo antes de que se difundiera la noticia de la rendición de Italia con el consiguiente "Armisticio Corto", firmado el 3 de septiembre en Cassibile.

En Cassibile se decide que, aún si los alemanes presentaran rendición, los italianos deberán buscar un pretexto para atacarlos. Si, como es previsible, los alemanes deciden quedarse, los italianos deberán atacar precisamente por esa razón. El general Smith pregunta si, en el primer caso, no se debería permitir a los alemanes que se rindieran. El general Alexander contesta negativamente porque no se debe perder o posponer ninguna ocasión para matar alemanes.

Los italianos disponen entre Italia septentrional y Toscana de 4 divisiones de infantería y 1 división rápida (frente a las 6 divisiones de infantería, 2 divisiones acorazadas y 1 brigada de montaña alemanas); en el Lacio tienen 3 divisiones de infantería, 2 divisiones acorazadas, 1 división motorizada (frente a 1 división paracaidista y 1 división de Panzergrenadieren); en la Italia meridional 3 divisiones de infantería (frente a 1 división de infantería, 3 divisiones acorazadas, 1 división Panzergrenadieren y 1 división de paracaidistas); en Cerdeña 3 divisiones de infantería, 1 división de paracaidistas y 1 agrupación acorazada (frente a 1 división alemana); en Córcega 2 divisiones de infantería, 2 agrupaciones de infantería, 1 agrupación acorazada (frente a 1 brigada acorazada de la Waffen SS alemana).

Badoglio y el Estado Mayor italiano tienen entonces, como se ve, fuerzas suficientes para obstaculizar la consecución del "Plan Alarico", pero prefieren seguir la vía del doble juego, de la hipocresía, de la vileza y la fuga, abandonando a si mismas a las Fuerzas Armadas tanto en Italia y como en los diferentes frentes fuera de ella.

Numerosos episodios demuestran que cuando los mandos de las unidades italianas demostraron ánimo, firmeza, lealtad y claridad para con los alemanes, éstos siempre los trataron con respeto. Se puede combatir, y duro también si es necesario, pero no se puede pretender que, quien ha sido apuñalado vilmente por la espalda en el momento de mayor necesidad y peligro, respete las reglas morales y militares.

El armisticio italiano, al entrar en vigor demasiado pronto, sin tener en cuenta preparativos, estudios y acuerdos todavía en curso entre americanos, ingleses y rusos sobre cómo se definirían las modalidades de ejecución y control de las condiciones de armisticio en Europa, se convierte en motivo de división entre los Aliados a nivel internacional.

Faltando un acuerdo, los americanos imponen su doctrina militar, la cual otorga toda la autoridad al comandante militar correspondiente al escenario de las operaciones, que en este caso era Eisenhower. El gobierno soviético prácticamente desconoce los preliminares que llevaron a la firma del armisticio de Cassibile y tiene que delegar en los anglo-americanos para que lo representen.

El 8 de septiembre de 1943. hyutreUn armisticio sin honor

10:00 h. - El Rey, en audiencia de presentación de credenciales, recibe en el Quirinal al encargado alemán von Rahn y le participa que Italia combatirá hasta al final al lado de Alemania.

11:00 h. - El Jefe de Gobierno Mariscal Badoglio recibe a su vez al funcionario alemán y declara: "Soy uno de los tres mariscales más viejos de Europa: Mackensen, Pétain, Badoglio. ¿Podéis pensar que, estando yo, se pueda faltar a una palabra dada?”.

A las 18:30, la radio aliada transmite un mensaje leído por el general Eisenhower: "El ejército italiano ha capitulado sin condiciones. He concedido un armisticio, cuyas condiciones han sido aprobadas por Gran Bretaña, Estados Unidos y Rusia Soviética. He actuado por tanto en interés de las Naciones Unidas. El gobierno italiano ha declarado someterse a estas condiciones sin reservas. El armisticio entra en vigencia de inmediato. Todos los italianos que cooperen en repeler al agresor alemán del territorio italiano obtendrán la ayuda de las Naciones Unidas."

Poco después de las 19:00 se llama a Rahn para una entrevista con el ministro de Asuntos Exteriores del gobierno Badoglio, embajador Guariglia, y se le pone en conocimiento del armisticio, informándole de que será anunciado por radio dentro de pocos minutos. Ante tal noticia, y en presencia del embajador Rosso -que poco antes le había asegurado la falta de fundamento de las indiscreciones transmitidas por Radio Argel-, no puede esperarse de Rahn que reaccione con tranquilidad, y acusa: "¡Ésto es traición a la palabra dada!". Ante las protestas de Guariglia, que sostiene que el pueblo italiano no puede ser tachado de traición, el embajador germano insiste: "No acuso al pueblo italiano sino a los que han traicionado su honor, y os digo que la pesada carga de la traición quedará gravada en la historia de Italia. Hoy mismo me decía el Rey que Italia, fiel a la palabra dada, continuaría la lucha al lado de Alemania. Ahora se ve lo que vale la palabra del Rey y del Mariscal."

19:45 h. - El anuncio de Badoglio, difundido por la EIAR –la emisora oficial italiana- no es una declaración de armisticio sino un inesperado cambio de frente después de innumerables confirmaciones de fidelidad a los aliados alemanes.

Exactamente 40 minutos después del anuncio, dan comienzo las cuatro fases del "Plan Alarico" simultáneamente.

La familia real, los jefes militares y políticos se trasladan al Ministerio de la Guerra. Sobre las 22,00 h. se van a dormir convencidos que los alemanes se retiran.

El "Rey soldado" se va a dormir en el mismo momento en que los Aliados están a punto de desembarcar en Salerno: han ocupado, sin encontrar resistencia, las islas de Ischia, Ponza, Ventotene y Capri. En Capri, el almirante Minisini -presidente del Silurificio [1] de Baia- entrega espontáneamente a los americanos diseños y muestras de dispositivos secretos, descripciones de instrumentos submarinos en construcción, resultados de experimentos aéreos y navales, particulares sobre los torpedos teledirigidos alemanes, un mini-submarino experimental y componentes de un torpedo especial en construcción.

El gobierno golpista del Mariscal Badoglio, haciendo gala de una extrema irresponsabilidad y tras haber perseguido el armisticio durante meses y luego firmarlo con los Aliados, en ningún momento se planteó el problema ni adoptó ninguna medida para salvaguardar el pueblo y las comunidades italianas al extranjero: elegida la vía de la disolución del Estado, la orden fue la de "sálvese quien pueda", que tantos daños acarrearía a Italia como estado y como pueblo.

El "Rey fugitivo", Badoglio y sus pusilánimes acólitos saben muy bien cuales serán las -legítimas- reacciones del aliado germánico con todos los que, a partir del 8 de septiembre, tendrá que considerar no solo traidores sino también enemigos. Y sin embargo, el ser conscientes de ello, no les ha impedido huir y faltar a sus responsabilidades.

El ayudante del Rey, general Puntoni, recuerda que Vittorio Emanuele III le dio el encargo de preparar un plan, ya desde el 28 de julio, que le permitiera abandonar Roma cuando se presentara la necesidad y para evitar acabar en manos de Hitler.

La resistencia alemana se perfila enseguida, y a las 23.30.la familia real, el gobierno y el alto mando del ejército deciden abandonar Roma. A las 5,10 h. del 9 de septiembre, los protagonistas del golpe de estado del 25 de julio abandonan Roma. Abre el cortejo de la fuga el coche del Rey.

A las nueve de la mañana, los fugitivos se bajan en el Palazzo Mezzanotte de la ciudad de Chieti, donde permanecen hasta la noche para luego huir -abandonando montones de uniformes llenos de condecoraciones- hacia el muelle de Ortona al Mare, cerca de la ciudad de Pescara. El Rey está rodeado de casi todos los oficiales -unos ciento cincuenta del Estado Mayor- los cuales, al llegar al muelle, se apelotonan intentando subir a empujones a la corbeta Bayoneta de la Marina Real, y algunos no lo logran. Badoglio, precavido, sin hacer a nadie partícipe de sus intenciones, ya se había embarcado por la tarde en Pescara en esa misma corbeta.

Carlo De Biase [2]  recuerda: "Pero, por lo demás, ¿no es habitual que los reyes escapen cuando ven que la las cosas van mal? [...] Hailè Selassiè escapó de Addis Abeba, el Rey Zogu escapó de Albania, la Reina Guillermina de Holanda escapó y el Rey de Noruega escapó. Y antes, había huido Guillermo II de Alemania. ¿Por qué no hubiera debido de escapar también Vittorio Emanuele III, Rey de Italia?

Pero los pobres diablos, esos sí que son fusilados por la espalda si escapan, porque tienen el deber de hacerse matar allí donde han sido enviados. Los reyes sin embargo, dice Salvemini, por consenso universal gozan del privilegio de ser físicamente cobardes.

Ofende el modo en el que se desarrolló la fuga: en el último momento, con la angustia y el miedo apretándoles la garganta, en medio a una indescriptible confusión, dejando sin previo aviso a los miembros civiles del gobierno abandonados y sin órdenes. Ofende así mismo la fuga de Badoglio, de Ambrosio, de De Courten y de muchos otros."

Roatta grita: "¡Señores, si los alemanes nos echan las manos encima, nos fusilan a todos! ¿Y para qué hacerse fusilar?”, mientras que Acquarone le hace eco observando: "¡Aquí se trata de nuestro pellejo!".

Continua De Biase: "Por lo demás, en la abundante colección de memorias, diarios y autodefensas no se registran arrepentimientos por lo ocurrido. Todos justifican la fuga, las más torpes vilezas y concesiones en nombre de supremos intereses de la Patria.

Sólo el general Giacomo Zanussi, del que hemos de dar cuenta por amor a la verdad, tendrá el valor de escribir esta amarga y póstuma confesión: "No deberíamos de habernos ido así; y sobre todo nosotros, militares, no deberíamos haberlo hecho mientras nuestros compañeros, mientras nuestros soldados se encontraban en medio de una lucha atroz. ¿Cómo hemos podido desertar de la guerra después de haberla desencadenado nosotros mismos?". Salvemini contesta con pocas palabras a esta pregunta: "Estos señores deberían ser fusilados por la espalda. No porque escaparan, sino porque escaparon sin dejar órdenes”...

Vittorio Emanuele III y el gobierno Badoglio se desentendieron conscientemente de las graves consecuencias del resentimiento y el peso de la venganza del aliado germánico traicionado que caería sobre las poblaciones italianas abandonadas a su destino.

El Rey no sólo escapó para huir de la captura a manos de los alemanes sino para entregarse a si mismo, al príncipe heredero y al "gobierno golpista" al enemigo, a los Aliados que, de hecho, les habían tratado como enemigos en Cassibile, como enemigos les tratarán a Malta y que, sin tener en cuenta en absoluto la contribución política y militar aportada a los Aliados, les tratarán como enemigos en el momento de estipular el Tratado de Paz,

Uno de los aspectos menos conocidos de las consecuencias que trajo la rendición del 8 de septiembre es el  que representó el abandono absoluto de los italianos -civiles y militares -, de los intereses italianos, de las representaciones diplomáticas y consulares en el extranjero. Después de la fuga del Rey, de Badoglio y del Estado Mayor, con la desaparición de toda autoridad constituida, dejadas las Fuerzas Armadas -todavía luchando en todos los frentes- sin órdenes y abandonadas a si mismas debiendo hacer frente a un ex-aliado furioso por la traición sufrida. Ante esto, ¿qué puede hacer, cómo puede reaccionar cualquier ciudadano?

Sería suficiente pensar en el inmenso esfuerzo que los alemanes se ven obligados a afrontar al tener que reemplazar las tropas italianas –sesenta y cinco divisiones- repartidas por todos los frentes en los cuales se sigue todavía luchando, haciéndolo además en un momento ciertamente nada favorable al eje.

Cuando un rey, el más alto mando de las fuerzas armadas, se desentiende de sus responsabilidades con la fuga, cubriendo de infamia su honor, ¿puede un soldado no interpretar tal comportamiento como un "Sálvese quien pueda”?

Mientras tanto, la resistencia germánica en Salerno, débil al principio, en pocas horas demuestra ser de tal potencia y eficacia que pone en serias dificultades a la flota de invasión. A la flota italiana, todavía muy fuerte, no se le ha hecho intervenir en la defensa de Pantelleria ni tampoco de Salerno para contrarrestar el desembarque en Sicilia. Si se la hubiera dejado intervenir se puede dar por seguro que el desembarque de los Aliados habría acabado en desastre, considerando la escasa cobertura aérea de la que disponían. Todo ello hubiera influido radicalmente en el desarrollo de la guerra, al menos en Italia. A los Aliados les hubiera sido ciertamente difícil preparar otra flota de invasión, además de que, muy probablemente y en consecuencia, se hubiera tenido que posponer el desembarque en Normandía.

Frente a la noticia del armisticio, las tripulaciones italianas no quieren entregar los barcos a las manos enemigas. Ante los requerimientos de Cunningham y De Courten para que dirijan su ruta a Malta, cinco oficiales y la tripulación del acorazado Giulio Cesare secuestran al comandante una vez han zarpado de Pola, lo encierran en su camarote bajo vigilancia y llegan a Ortona, donde hunden el barco. En Tarento, el almirante De Zara, apenas recibida la noticia del armisticio, dispone el hundimiento de los medios navales a sus órdenes: el cazatorpederos Riboty y los barcos Duilio, Doria, Cadorna, Pompeo y Da Recco, bloqueado por la intervención de los almirantes Bruto Brivonesi y Giuseppe Fioravanzo. Las tripulaciones del Ariete, del Animoso y del Impavido protestan vehementemente: están dispuestos a seguir a sus mandos a donde sea menos a Malta. En la isla de Mallorca, rechazando la orden de internamiento presentada por las autoridades españolas, el capitán de fragata comandante Imperiali sale del puerto y hunde su propio torpedero Pegaso. Siguiéndolo, toma la misma decisión el comandante del Impetuoso, capitán de corbeta Cigala Fulgosi. El almirante Galati, en Tarento, se niega a zarpar a Malta y lo encarcelan en la fortaleza de S. Pietro. El comandante Fecia de Cossato se suicida por el tormento que supone la deshonra de haber tenido que entregar al enemigo su torpedero Aliseo.

Es el estado de ánimo que domina en toda la flota, a cuyos mandos el Alto Mando Naval engaña diciéndoles que estén preparados para zarpar y atacar a los anglo-americanos en Salerno y sin embargo, a lo largo de la ruta, los desvían a Malta, apremiándoles inicialmente a través de un comunicado que dice: "Cláusulas armisticio no, repito, no contemplan cesión barcos ni arriar bandera". Una vez constatada la rebelión tanto por parte de mandos como tripulaciones, el almirante Sansonetti –que cuando el gobierno se da a la fuga se ha quedado en Roma- apremia perentoriamente el "...traslado inmediato de la flota y de los aviones italianos a los lugares que sean designados por el comandante en jefe aliado con los detalles de desarme que se les fijen". El almirante Bergamini, comandante del acorazado Roma, tampoco tiene ninguna duda: no irá a Malta ni él ni los otros barcos que lo siguen. Por un trágico error los alemanes piensan que quiere dirigirse a Malta y hunden el acorazado Roma, presumiblemente en dirección a Salerno.

No es una coincidencia el hecho de que la flota italiana se entregue en Malta al –todavía escéptico- enemigo justo en el momento en que los Aliados desembarcan en Salerno: este plan ya había sido concebido en la Conferencia de Québec.

En el canal de Sicilia, el general Eisenhower y el almirante Cunningham (el que dice: "Nos parecía muy raro que los italianos entregaran la flota sin disparar un sólo tiro"), que se encuentran en el cazatorpederos Hambledon, quieren estar presentes en el momento en el que la flota italiana se dirige a Malta y no creen a sus propios ojos cuando ver pasar a los barcos de guerra Vittorio Véneto y Littorio; los cruceros Luigi de Savoia, Duca degli Abruzzi, Giuseppe Garibaldi, Emanuele Filiberto Duca D’Aosta, Eugenio di Savoia, Raimondo Montecuccoli, Cadorna, los cazatorpederos Grecale, Velite, Legionario, Oriani, Artigliere, Da Recco. No pasaron el crucero Attilio Regolo y los cazatopederos Mitragliere, Carabiniere y Fuciliere, que se habían detenido para recoger a los náufragos del acorazado Roma y transportarlos a Mahón, en la isla de Menorca.

De Portofferraio, a las órdenes del almirante Nomis, llegan otras veintisiete unidades: los diez torpederos Aliseo, Ardimentoso, Indómito, Fortunale, Animoso, Callíope, Ariete, Mosto, Fabrizi, Carini; las cinco corbetas Foca, Ape, Minerva, Cormorano, Danaide; las nueve Vedetta antisubmarinos VAS 201, 204, 224, 233, 237, 240, 241, 246 y 248; los dos cazasubmarinos Regina Elena y Zagabria y el MAS 55. Sigue el cazatorpedero Riboty y los torpederos Libra y Callíope; los submarinos Squalo, Menotti, Bragadino, Atropo, Jalea y Bandiera.

De Tarento parte Badoglio, a finales de septiembre, con el crucero Scipione L’Africano rumbo a Malta para firmar el “Armisticio Largo”.

Fuera del Mediterráneo, otros barcos y submarinos llegan a puertos ingleses.

Los Aliados se hacen entregar 266.000 toneladas de barcos de guerra. Para Churchill se trata de "un magnífico botín."

Una rápida sucesión de incredulidad, consternación, amarga resignación, desilusión, rabia y voluntad de supervivencia son las violentas emociones, los angustiosos sentimientos que caen como un rayo sobre la conciencia de la inmensa mayoría de los italianos en toda la península, en las guarniciones del extranjero, en los campos de batalla de los innumerables frentes todavía activos de las fuerzas armadas italianas que luchan al lado del aliado germánico.

Los aliados germánicos, con sus imponentes estructuras militares presentes ya en todo el territorio italiano no como invasores -como se ha querido hacer creer- sino como aliados en el esfuerzo de contener la invasión anglo-americana, refuerzan enseguida, como hemos visto, su dispositivo militar en Italia.

El 9 de septiembre, el Príncipe Umberto de Saboya -según lo que referiría después su ayudante de campo Francesco Campello- en un destello de dignidad y orgullo, quiere volver a Roma, pero el Rey le ordena seguirlo a Pescara y Brindisi en la huida del gobierno Badoglio.

Lo que sucedió el 25 de julio no fue más que un golpe de estado militar en unión a una previa conjura palaciega, mientras que el 8 de septiembre no es sino la consecuencia de la incapacidad de los golpistas para gestionar no sólo el poder y la guerra, sino incluso la paz. Cuando la situación se precipita y sobrepasa ya todo límite de vergüenza, surgen las primeras consecuencias y reacciones: los soldados dispersos no logran volver a sus casas y muchos de ellos se unen a los primeros núcleos de futuros partisanos resguardados en las montañas, a la espera que los acontecimientos ayuden a tomar una decisión definitiva. De momento, la primera cosa que les preocupaba era ponerse al seguro de las represalias del aliado traicionado.

Los observadores internacionales tienen una visión clara y correcta de la situación italiana. Santiago Nadal [3]  escribe en 1943: “Hay algo que es indiscutible: Italia todavía está en guerra. Y una cosa está clara: los italianos desean la paz. ¿Qué hacer entonces? En primer lugar sería suficiente ya con considerar la enorme complejidad de los problemas que supondría una paz por  separado. Soldados alemanes en Sicilia y en otras partes de Italia; soldados alemanes e italianos mezclados en los Balcanes, las grandes islas del sureste del Egeo, Cerdeña y Córcega; obreros italianos en Alemania, etcétera. Imaginemos la enorme complicación que supondría el intento de dar solución a todo esto. En Grecia, por ejemplo, ¿cómo se discriminaría a los italianos de las tropas que deberían ceder sus posiciones? El gran interés que tienen tanto los alemanes como los Aliados por reemplazar las guarniciones actuales en puntos tan importantes se entiende por si sólo. Por lo demás, un periódico italiano ha dibujado una dolorosa hipótesis: "Italia se convertiría en un campo de batalla si se aceptaran las condiciones Aliadas", lo cual parece querer decir que los Aliados pretenden ocupar la península para convertirla en un trampolín para futuras operaciones. Pero, en este caso, ¿no sería comprensible que los alemanes trataran de crear una línea –a lo largo del Po ó de otra demarcación- como barrera defensiva de su país? Esto sin hablar de la extraordinaria posición estratégica de Italia con respecto a los Balcanes. Pero hay otro aspecto que no se puede olvidar. Italia quiere salvar el honor y la dignidad nacionales. La última cosa que se puede quitar a un pueblo es este derecho. Y, evidentemente, las condiciones Aliadas no lo respetan”.

Según los antifascistas, muy pocos en realidad (aunque parece que también el Rey y el general Ambrosio creen realista una reacción semejante), tras el anuncio de Badoglio los alemanes deberían desmantelar su aparato militar, presentar sus excusas, quitarse de en medio, retirarse hasta más allá de los Alpes y permitir así a los angloamericanos dar un salto de mil de kilómetros, de golpe e incruentamente, situando a los propios bombarderos y tropas en las cercanías de los Alpes.

A los que, más o menos conscientemente, sostienen una hipótesis (o pretensión) similar, les falta evidentemente realismo y sentido del ridículo. Pero es justamente en esta falta de realismo sobre la que nace la tragedia de la guerra civil, dando vía libre a interpretaciones interesadas, a oportunismos serviles.

¿La prueba? Las poquísimas e insignificantes aportaciones –a nivel histórico y político- del antifascismo a los acontecimientos del 25 de julio, del 8 de septiembre y, en definitiva, a la caída del fascismo.

Los alemanes aprovechan el vacío de poder que sigue al 8 de septiembre para tomar el control, y el día 12 ya se han hecho dueños de la situación. Antonio Franzolini recuerda en una publicación de 1952:

"La reacción de los alemanes es rápida, inmediata, equilibrada. Al caos de los primeros momentos siguen el desarme y la deportación de nuestros soldados. ¿Quién no siente un escalofrío recorrerle toda la piel al recodar aquellas filas interminables de carros de ganado sobrecargados de sobrevivientes de todas las guerras; abatidos, quebrantados, con los ojos llenos de lágrimas por la quemante humillación de aquella vil rendición? La situación es trágica.

>Muchos soldados dispersos se refugian en las montañas, entre los que se infiltran delincuentes, fugados de revueltas de cárceles y prisioneros. Nuestras grandes unidades militares en los Balcanes y Cefalonia quedan literalmente aisladas de la madre patria y ya no saben si deben considerar enemigos a los partisanos de Tito o a los alemanes.

Mientras tanto, unidades especiales alemanas protegen los almacenes de víveres, los graneros, las cooperativas; toda la administración pública pasa a sus manos; el ‘Marco de la Ocupación’ (Reichskredit-Kassenscheine; N.d.A.), como moneda, hace su aparición; los alemanes amenazan con trasladar a Viena el Poligráfico del Estado para imprimir todas las liras que puedan necesitar, además de trasladar a Alemania el tesoro del Banco de Italia [4] . Retiran ingentes sumas de los bancos, a cuenta de los gastos por el mantenimiento de las tropas alemanas en Italia; todo el territorio nacional es declarado territorio de guerra y sometido a la ley marcial germánica. Se bloquea la circulación vial; los coches no provistos de autorización especial alemana son secuestrados; se prohíbe la correspondencia privada.

Se prevé que dentro de poco nuestro trigo pasará la frontera y ya desde el primer momento los trenes de mercancías empezarán a transportar a Alemania toneladas y toneladas de productos alimenticios y mercancías de toda clase. Es un plan lógico, justificable para los alemanes que se sienten traicionados. La sorprendida población podrá constatar con sus propios ojos que los almacenes militares estaban llenos hasta los topes de toda clase de mercancías: saldrán de los almacenes millones de zapatos enmohecidos, ropa suficiente para vestir por completo a un ejército entero, armas automáticas de las más modernas y cientos de miles de metralletas; y se preguntará por qué razón todos esos medios y esas armas no fueron puestas a disposición ya desde las campañas de Grecia y Rusia, donde nuestros soldados tuvieron que combatir con parches en los pies y uniformes andrajosos". [5] Y añadimos: con armas tecnológicamente superadas.

El derrotismo -más tarde confundido con ‘antifascismo’- se empieza a extender ya el mismo 8 de septiembre y se convierte en marea los siguientes días 9, 10, 11. Quien ha combatido, quién ha sufrido, quién ha visto la muerte cara a cara, quién ha sentido en su misma carne los mordiscos del hielo de las estepas rusas, quién todavía tiene la piel abrasada por el viento del desierto, no puede resignarse fácilmente, no consigue resignarse a lo que ocurre.

Amargas las páginas de Nuto Revelli en "La guerra de los pobres". El 11 de septiembre de 1943, Revelli vuelve por última vez al cuartel del 2° Regimiento Alpino en la ciudad de Cuneo. Allí ya no hay nada, y constata: "Aquí, en este cuartel oscuro, acaba mi fascismo, hecho de ignorancia y presunción, para siempre”.

Él, como tantos otros, culpa al fascismo del golpe del 25 de julio y del colapso del 8 de septiembre.

El 12 de septiembre, un comando alemán –seleccionado entre hombres de la unidad especial de la división SS Brandeburgo de reciente constitución y encargada de las operaciones especiales- al mando del capitán Otto Skorzeny, libera Mussolini de su reclusión en el Gran Sasso. Es una operación que se convertirá en leyenda por lo difícil de la hazaña, la genialidad de la ejecución y el valor de los militares que la realizan. Los Aliados están impresionados, y Churchill en la Cámara de los Comunes, ilustrando detalladamente las fases de la operación (ampliamente difundidas por las autoridades alemanas) declara: "Ha sido una acción realmente audaz."

El rescate

Skorzeny lleva a Mussolini directamente a Munich, donde Hitler lo recibe calurosamente. El día 15 de septiembre de 1943, desde radio Munich, Mussolini se dirige al pueblo italiano, reasumiendo la dirección del fascismo italiano, nombra a Alessandro Pavolini en el cargo de Secretario del Partido Nacional Fascista (PNF) que, desde ese mismo momento, cambia su nombre a Partido Fascista Republicano (PFR).

El día 17 de septiembre, en la Orden del Día nº 7, Mussolini establece: “El PFR libera a los oficiales de las fuerzas armadas del juramento hecho al Rey que, capitulando bajo las bien conocidas condiciones y abandonando su puesto, ha entregado la nación al enemigo, arrastrándola a la vergüenza y a la miseria”.

El día 23 Mussolini vuelve a Italia y en la Rocca delle Caminate, un castillo cerca del pueblo de Predappio donde había nacido y que los italianos le habían regalado por suscripción pública, forma el primer gobierno de la recién proclamada “Republica Social Italiana” (RSI), que se establece en los territorios todavía no ocupados por los Aliados y que continúa en guerra al lado de Alemania.

Inmediatamente se inicia la obra de reconstrucción del Estado en todas sus funciones que, en los 600 días que durará la RSI, se completará casi en su totalidad, a pesar de los continuos enfrentamientos contra los avances de los ejércitos aliados, bombardeos, sabotajes y contra el terrorismo de los partisanos (en su gran mayoría comunistas) apoyados, financiados, armados y animados por los mismos Aliados para sembrar el terror entre la población civil y desencadenar represalias.

La vida de la RSI terminará trágicamente. Mussolini será asesinado y con él, su amante Claretta Petacci. De la ejecución se hará cargo un partisano comunista apodado “Coronel Valerio”, aunque indicios muy fundados confirman que Mussolini fue asesinado por orden de Winston Churchill y ejecutado por un agente inglés que aquél día llevaba una gabardina blanca.

Mussolini, cuando fue detenido por un grupo de partisanos comunistas, llevaba consigo una serie documentos de grandísima importancia histórica que hubieran podido demostrar el papel de Inglaterra como autora desencadenante de la Segunda Guerra Mundial. Estos documentos se dieron por desaparecidos, pero sin embargo, al finalizar la guerra, Winston Churchill viajó muchas veces a Italia, a la zona del lago de Como, donde había sido detenido y asesinado Mussolini. Es lícito creer que fue para intentar recuperar esos documentos. No se tienen noticias oficiales sobre si los consiguió.

Los partisanos fusilaron también otros altos mandos y ministros de la RSI en el pueblo de Dongo. Sus cuerpos, junto al de Mussolini despiadadamente destrozado y ultrajado en la plaza Loreto de Milano, acabarán colgados por los pies en una gasolinera para que la gente pudiera verlos mejor. El cerebro de Mussolini fue enviado a Estados Unidos para ser estudiado y luego devuelto.

Mientras tanto, en todo el norte de Italia empezaba la carnicería que se cobró la vida de unas 300.000 personas, entre muertos y desaparecidos.

Venganzas personales, intentos de borrar su propio pasado, motivos políticos y oportunismos varios desencadenaron el odio de partisanos comunistas que habían luchado –pocos- y de muchísimos que se hicieron partisanos al último momento por miedo a perder los beneficios que parecía brindar la victoria que se anunciaba. La masacre no reparó en civiles y ni militares que se rendían: niños, mujeres –muchas fueron violadas y torturadas- jóvenes, ancianos y familias enteras. El lema que eligieron y proclamaron decía: “¡La piedad ha muerto!”.

En el curso de la contienda, los miembros de las fuerzas armadas de la RSI recibieron el reconocimiento de los estamentos internacionales como parte beligerante, por lo que los Aliados los trataron como militares en estado legal de guerra. En consecuencia, hechos prisioneros, fueron tratados según las reglas establecidas en los convenios internacionales.

Al finalizar la guerra, unidades de tierra, mar y aire de las fuerzas armadas de la RSI distribuidas en los diferentes frentes recibieron honores de armas por parte de los enemigos.

Los que interpretan la actual Constitución de la Republica Italiana, basada en los principios de la resistencia encabezada por los partisanos, se permiten afirmar que Italia se“liberó” a si misma y no fue vencida; sólo Alemania y Japón habrían perdido la guerra. Pero no fue así, ya por el simple hecho de que, firmando el Tratado de Paz en París, a Italia se impusieron las condiciones propias de un enemigo vencido. Intentar transformar una invasión, una rendición, una traición, una derrota, en una “liberación” es puro virtuosismo verbal que no puede encubrir la realidad de los hechos y una vileza histórica.

 Esto no lo dicen los ex combatientes de la RSI, sino que lo afirman figuras de la más alta relevancia entre los Aliados:

- Eisenhower, comandante supremo de las fuerzas armadas de EE.UU. en Europa, en su “Diario de guerra” dice: “...La rendición de Italia fue un asunto sucio. Todas las naciones registran en su historia guerras ganadas y guerras perdidas, pero Italia es la única en haber perdido esta guerra con deshonor, salvado solo en parte por el sacrificio de los combatientes de la RSI”.

- El general Alexander en “Los ejércitos aliados en Italia”: “...El hecho es que el gobierno italiano decidió capitular no porque se vio incapaz de seguir resistiendo sino porque había llegado el momento –como en el pasado- de pasarse al lado del vencedor”.

- Sigue el mariscal Montgomery, comandante del 8º Ejercito británico, en sus memorias:”...El cambio de chaqueta italiano el 8 de septiembre fue la gran traición de la historia”.

- Continua Winston Churchill, primer ministro inglés, en su “Cuaderno secreto”: “Sólo tras la retirada italiana hemos podido alcanzar la victoria”.

- En la “Historia de la diplomacia” de Potemkin, embajador soviético en Roma: “...Italia fue fiel a su carácter de chacal internacional, siempre a la búsqueda de una compensación por sus traiciones...”.

- El periódico americano “Washington Post”: “... ¿Qué clase de aliado puede ser Italia en el caso de una guerra? ¿Qué garantías hay de que Italia, que cambió de bando en la segunda guerra mundial, no vuelva a hacer lo mismo?”.

Pero esta es otra historia, otra tragedia que la “verdad oficial” ha intentado ocultar a los italianos y al mundo.

·- ·-· -······-·

Salvatore Francia

 



[1]  Fábrica de torpedos

[2]  C. De Biase, "El 8 septiembre de Badoglio”, Edizioni del Borghese, 1968

[3] Destino, Barcelona, 14 agosto 1943

[4]   De hecho, empiezan a transportarlo a Fortezza, en el norte de Italia. El 10 de abril de 1945, el embajador Rahn asegura a Filippo Anfuso, subsecretario de Asuntos Exteriores de la Republica Social Italiana, que el oro será devuelto. Y efectivamente, el oro permanece en Fortezza hasta octubre de 1947, cuando los Aliados lo devolverán a Italia. (N.d.A.)

[5]   Antonio Franzolini, "1943-1945 Martirio de un pueblo"



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