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Si quieres puedes autoengañarte, pero si no ya tienes elementos más que suficientes y experiencias previas para saber que "voto útil" y "mal menor" es lo mismo que aborto, sodomía y "realidades nacionales" impulsadas desde el Gobierno y el Parlamento

La Virgen de Guadalupe y el destino de Iberoamérica

por Primo Siena

La que por un lado, libera de los pesos y contrapesos del pasado y por otro lado actúa una explicitación total del Evangelio en su sustancial y también formal "libertad de los hijos de Dios". Esta Revelación se proyecta con virtud creadora hacia "nuevos cielos y tierras nuevas". Tal es el sentido más profundo del Mensaje de Guadalupe

La aparición de Tepeyac

La mañana del 9 de Diciembre de 1531, primer día de la octava de la Inmaculada Concepción, un indio campesino de cincuenta y siete años, grácil y pequeño, se dirigía a pie a la iglesita de Tlatelolco donde los misioneros franciscanos administraban los sacramentos y enseñaban el catecismo a los indígenas. Al indio de ascendencia azteca, se le conocía como Cuanhtlatohuac en el idioma de los nativos, que quiere decir "el que habla como el águila", pero los franciscanos de la Nueva España lo habían bautizado con el nombre de Juan Diego en el 1524, tres años después de la conquista de México por Hernán Cortés.

Viudo después de muy poco tiempo de su bautizo cristiano, el macehualli o sea el campesino indígena, había asumido con el nuevo nombre la condición que eso comportaba con una ferviente entrega a la fe cristiana. Aquel sábado de Diciembre de 1531, como decíamos, él se apresuraba hacia el pequeño templo de su nueva fe, atravesando el árido terreno colinoso de Tepeyac donde con esfuerzo crecían acacias y cactus, cuando de repente sintió una voz dulce y misteriosa: "¡Juantzin, Juan Diegotzin! " [1] .

El campesino indio se detuvo perplejo, después se dirigió allá donde le parecía que provenía la voz; y de improviso se encontró ante la encantadora figura de una joven Señora, de piel morena y radiante de luz, que posaba sus pies sobre un cuarto de luna entre piedras preciosas, esmeraldas y turquesas. La joven Señora preguntó al indio: "¿Dónde vas, pequeño Diego?".

El indígena, inclinándose frente a aquella visión celestial, respondió: "Señora mía, mi Reina, voy por las cosas de Dios, las que nos enseñan los ministros del Señor, los frailes".

La joven Señora de la visión, continuó: "Tienes que saber, por cierto, que yo soy la perfecta y siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios, de Aquel por medio del cual todo vive, el Señor de todo lo que está cercano y unido: del Cielo y de la Tierra. Deseo ardientemente que en este lugar sea construida mi pequeña Teocalli; aquí mostraré y exaltaré la grandeza de mi hijo, el verdadero Dios que se ha ofrecido a los hombres por medio de mi amor y ayuda auxiliadora” [2] .

La joven Señora apareció al indio sucesivamente en el mismo lugar, pidiéndole que se presentara al obispo de Ciudad de México, Juan de Zumárraga, para rogarle que construyera en el monte de las apariciones una capilla en honor de la Virgen María,

Admitido a la presencia del Obispo, el indio Juan Diego, describió la visión que había tenido que era como la de una joven mujer de apenas quince años, de piel más bien morena como la de las indígenas mexicanas, pero con los rasgos de una extraordinaria belleza. En su rostro, levemente inclinado hacia el hombro derecho, resplandecía una dulce sonrisa maternal. Tenía las manos apenas juntas sobre una cinta que ceñía las caderas, dejando entrever la señal de una maternidad incipiente.

Su cabeza estaba cubierta con un velo azul bordado de estrellas de oro que le caía hasta los pies apoyados sobre un cuarto de luna acreciente. La joven Señora eclipsaba una potente luz solar que traslucía alrededor de su figura con rayos fulgurantes.

El Obispo Juan Zumárraga, escuchó la descripción que el indio le hizo y quiso una señal que confirmara sus palabras.

El día después del encuentro con el Obispo, Juan Diego no se presentó a la cita de la joven Señora porque tuvo que atender al tío Juan Bernardino que estaba enfermo y pedía la asistencia de un sacerdote cristiano. Así que, al alba del día siguiente, Juan Diego se puso en camino para ir a buscar el cura que el tío pedía, teniendo cuidado de esquivar el monte de las apariciones para no ser interrumpido en su tarea. La joven Señora se le apareció lo mismo a lo largo del nuevo camino, para comunicarle que el tío estaba ya sano. Aliviado por lo tanto de la preocupación del tío enfermo, el indio expuso a la Virgen la petición del Obispo. Entonces la interlocutora sobrenatural invitó a Juan Diego a subir al árido monte de las primeras visiones y recoger allí un ramo de flores para llevarlo al Obispo, como señal de la demanda hecha. El indio recogió las flores y las guardó en su manto (el Timatli o tilma de los indígenas mexicanos, tejido con fibras de agave); enorme fue la sorpresa del 0bispo Zumárraga cuando -abriendo el indio el manto para ofrecer las flores- sobre la tosca tela apareció grabada la imagen entera de la Santísima Virgen tal como Juan Diego la había visto en el monte de Tepeyac.

El manto del indio, con la imagen de la Virgen gradaba milagrosamente, lo tomó el Obispo y lo custodió, al principió en la capilla de la residencia episcopal, después fue trasladado a la Basílica de los Indios, construida en barroco colonial. Esta constituyó, en 1555, la primitiva iglesita levantada en la colina de Tepeyac según el deseo de la Virgen "morena"[3] .

La imagen -de una belleza in describible- todavía ahora es perfectamente visible sin ninguna señal de envejecimiento, después de cuatrocientos cincuenta años.

"Yo soy la siempre Virgen María de Guadalupe"

La crónica de este prodigioso acontecimiento intitulada en el lenguaje de los indígenas "Hincan Mopohua", añade que el tío enfermo de Juan Diego, Juan Bernardino, atestiguó al Obispo Zumárraga de haber sido milagrosamente sanado después de la aparición de una joven Señora que era idéntica a la que vio el sobrino; la cual se le había presentado con estas palabras: “Yo soy la Siempre Virgen María de Guadalupe" [4] .

Por lo tanto la misma joven Señora de las apariciones se ha denominado a sí misma como "La siempre Virgen María de Guadalupe", refiriéndose a un topónimo español que indica un santuario de la villa de Villuercas, en la Sierra oriental de Extremadura, donde se venera desde el siglo XIV una "Virgen negra' que -según una antigua tradición- habría sido esculpida en madera de cedro oriental por el evangelista San Lucas. Permaneció  escondida durante largo tiempo en Bizancio; más tarde la estatua fue llevada a Roma por S. Gregorio el Grande, que la envió a San Leandro, Obispo de Sevilla en España. Nuevamente escondida durante la dominación de los moros, la imagen de la "Virgen Negra” revestida como una reina coronada que tiene en brazos al pequeño Jesús, fue encontrada milagrosamente en el siglo XIV por un pastor y se conserva en el santuario de Villuercas construido por los monjes Jerosolimitanos desde 1389 al 1835.

La "Virgen Negra" de Villuercas fue llamada "Santa María de Guadalupe" a razón del río subterráneo que pasa cerca del Santuario [5] .

El hecho de que la Virgen de Tepeyac haya querido denominarse "la siempre Virgen María de Guadalupe" sin otras explicaciones, induce a los exegetas del acontecimiento a proponer las siguientes consideraciones:

* Relacionándose a un topónimo español, ciertamente ignorado por el indio azteca Juan   Bernardino, la Virgen María ha querido salvar la sobrenaturalidad de su aparición de cualquier sospechosa manipulación humana, constituyendo el nombre de Guadalupe para el Obispo Zumárraga el signo cierto de la autenticidad de la visión de la Madre de Dios.

 Refiriéndose a Guadalupe, lugar de veneración de la Virgen Extremeña, el hecho de Tepeyac se liga a una devoción muy familiar para los españoles del siglo XIV al XVI y tan profundamente vinculada a su historia que podría resumir "el fervor supremo de los Reyes Católicos", los cuales la asumieron como símbolo protector de la "reconquista" contra la dominación árabe. Guadalupe resulta, además así, una referencia explícita de la protección mariana en la empresa de Cristóbal Colón. El Gran Almirante del Mar Océano -salvado de un naufragio por intercesión de la Virgen Negra de Villuerca a la vuelta del su primer viaje atlántico- utilizó  el topónimo de la localidad extremeña de Guadalupe para denominar la primera isla importante donde desembarcó el 4 de Noviembre de 1493, durante el segundo viaje a las costas americanas.

A parte de la presencia del topónimo, bajo el perfil iconográfico parecería que no existir ningún otro elemento en común entre la figura de la Virgen María venerada en la Extremadura española y la Virgen aparecida en México. Sin embargo, existe una relación misteriosa de significado mucho más profundo entre la Virgen Negra española y la Virgen morena mexicana, que vincula ésta a aquélla; esto es el reclamo a una común dignidad "real" contenido en las palabras de la Virgen al indio Juan Bernardino, tío de Juan Diego.

Aquella precisa, inconfundible denominación: "Yo soy la siempre Virgen María de Guadalupe", expresa el enlace directo entre la Virgen aparecida en Tepeyac y aquélla representada en la estatua de madera venerada en el Santuario español de Villuercas. Que se trate de una relación velada de misterio, es evidente en el sentido etimológico de "río oculto" encerrado en el topónimo de "Guadalupe".

Las dos Vírgenes -la española y la mexicana- presentan el aspecto de reinas. Pero la dignidad de la Virgen extremeña está ostentada por la corona que le ciñe la cabeza; en cambio la de la Virgen mexicana resalta por medio de otros elementos decorativos, entre los cuales destaca el símbolo que adorna su vestido a la altura del vientre virginal, custodia del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: "una flor con cuatro hojas colocadas alrededor de un elemento circular". Esa flor cruciforme es el jeroglífico náhuatl, familiar a la cultura indígena mexicana. Se trata de hecho de la "flor solar", cuyo significado múltiple indica, al mismo tiempo, el punto de contacto entre el mundo visible y el invisible, la encrucijada donde se interceptan las vías de Norte a Sur y de Oriente a Occidente, el "sol del centro" o "sol de fuego" según el culto azteca de Xinhtecutli. Esta extraordinaria flor cruciforme es también figura del número cinco que —según la numerología sagrada— representa las letras del tetragrama divino (IH-S-WH) al que está añadido al centro un SCIN formando el nombre de Jesús, Rex Regnum et Dominus Dominantium- número que, además, simboliza: fuego y luz, comprensión y justicia, autoridad y fe, poder y voluntad.

 El enigma no resuelto de la imagen de Tepeyac

Además de los elementos ya indicados, un enigma entendido en su significado etimológico como de "algo alegórico, por interpretar" envuelve la imagen de la Virgen aparecida en Tepeyac.

Los primeros contornos del enigma se perfilan cuando Fritz Hahan, docente de alemán en México (invitado a los juegos olímpicos de Berlín de 1936) llevó a Alemania dos hilos (uno de color rojo, el otro amarillo) de la túnica de Juan Diego para hacerlos analizar por el Doctor Richard Kuhn, director de la sección química del "Káiser Wilhelm Instituto" de Heidelberg. Los análisis del doctor Kuhn fueron sorprendentes: en las fibras textiles de las dos muestras de hilo no se encontró ningún rastro de colorantes de naturaleza vegetal, animal o mineral (los colorantes sintéticos se excluían naturalmente, porque éstos se empezaron a usar sólo en la segunda mitad del Ochocientos).

El 29 de Mayo de 1951 el diseñador mexicano Carlos Salinas Chávez observaba con una lupa una fotografía de la Virgen Morena de Guadalupe descubriendo -con gran sorpresa- en la pupila del ojo derecho de la imagen la silueta de una figura humana.

Cinco años después -de Julio de 1956 a Mayo de 1958- el cirujano Rafael Terija Lavoigner analizaba repetidas veces la imagen original de la Virgen guadalupana custodiada en la Basílica de la Ciudad de México. El examen, llevado a cabo con un oftalmoscopio, daba el siguiente resultado, tal como el mismo analista lo ha fijado en su relación científica: “En la córnea de los ojos de la imagen se percibe el perfil de un busto de hombre. La distorsión y la amplitud de la imagen humana, tomada en los ojos de la imagen de la Virgen, son idénticas a las que reproduce un ojo humano normal. Dirigiendo la luz del Oftalmoscopio sobre las pupilas de los ojos de imagen original de la Virgen de Guadalupe, aparece el mismo reflejo luminoso que normalmente se observa, en las mismas condiciones que en la pupila de un ojo humano".

El descubrimiento dejó desconcertado al médico mexicano; el cual -consciente de que tal efecto no se puede reproducir en una superficie plana como la de una tela pintada— quiso examinar con el mismo método algunas copias de la venerada imagen de la Virgen de Guadalupe, realizadas al óleo o a acuarela. En ninguna de ellas encontró el efecto luminoso que daba a los ojos de la imagen original de la Virgen Morena una impresión de vida. Las copias presentaban indiscutiblemente sólo una apagada mirada, mientras que el ojo de la imagen original, examinado con el oftalmoscopio, resulta brillante y vivo, de un color avellana como de bronce dorado. Por lo tanto en la pupila del ojo aparece la figura de un hombre con la cabeza ligeramente reclinada y vuelta de tres cuartos hacia la derecha de la Virgen. La imagen de este busto humano presenta la curvatura exactamente conforme a la ley de la reflexión de una imagen en vivo. La imagen humana reflejada en la parte interna de la córnea del ojo derecho, se repite en la parte externa de la córnea del ojo izquierdo pero de manera descentrada, según las leyes de la óptica fisiológica más adelantada; todo esto excluye, también bajo este aspecto, que la imagen de la Virgen Mexicana de Guadalupe sea fruto de una manipulación humana.

Además, la hipótesis de una manipulación humana queda excluida por ulteriores exámenes científicos desarrollados sobre la imagen de la Virgen de Tepeyac con la técnica de los rayos infrarrojos y mediante un proceso de "digitalización" ejecutado por un elaborador electrónico.

El análisis con los rayos infrarrojos se realizó en Mayo de 1979 por un grupo de científicos norteamericanos dirigidos por los profesores Philip Serna Callahan y Jody Grant Smith y demostró que el rostro, las manos, el manto y la túnica de la Virgen Morena, no son fruto de pintura humana, confirmando de este modo el resultado ya obtenido en la indagación realizada algunos decenios antes en Alemania por el doctor Richard Kuhn. Los colores de la imagen de la Virgen -colores de una sorprendente vivacidad y frescura cromática que han resistido por siglos al paso del tiempo y a la humedad del clima de Ciudad de México- no corresponden a ninguna combinación química natural o artificial utilizada por las técnicas de la pintura humana [6] .

En la relación de esta investigación científica, rica de minuciosos detalles técnicos, se lee además: “El pigmento del velo de la Virgen, azul, semitransparente transparente, de naturaleza desconocida, presenta un tono brillante tal, que parece que haya sido pintado sólo hace una semana". La técnica pictórica es semejante a la "divisionista" utilizada en la escuela impresionista francesa e italiana del siglo XIX (pero completamente ignorada en el siglo XVI). De hecho la misma relación observa que, alejándose de la imagen lo bastante para no hacer notar las imperfecciones del tejido de la tilma, el pigmento pictórico y los linchamientos de la figura se mezclan perfectamente: “Emerge, entonces, como por efecto mágico, la belleza incomparable de la Virgen; cuya expresión parece de repente grave y al mismo tiempo alegre; india e igualmente europea, de piel cobriza y a la vez blanca".

Las pruebas de digitalización de la imagen realizada con un sofisticado proceso electrónico, fueron llevadas a cabo en 1980, por el profesor Aste Tonsmann, ingeniero especialista de elaboradores electrónicos de la Universidad de Corneil (Estado de New York); éstas confirman la presencia en las pupilas de la Virgen Morena de figuras humanas ya conocidas en los análisis hechos precedentemente con el oftalmoscopio[7] .

La imagen de Tepeyac resulta el primero y único testimonio visivo-fotográfico, por así decir, que la Virgen María ha dejado al pueblo de Dios- Se trata de un fenómeno hasta ahora inexplicable, de un enigma indescifrado -permaneciendo ignorado por la ciencia profana— en el cual se guarda un mensaje cuya misteriosa profundidad puede ser sólo intuida a la luz introspectiva de la ciencia sagrada del símbolo.

La "Mujer vestida de sol": Virgen "euroindia"

La "siempre Virgen María de Guadalupe" se presentó al indio mexicano Juan Diego como una joven señora de piel moro-cobriza: el color de la raza amerindia que puebla América Latina; pero la luminosidad de la tonalidad de los colores de la imagen de Tepeyac -como notó el doctor Callahan- van desde el cobrizo de la raza amerindia al blanco rosado de la raza europea. La Virgen de Guadalupe por un fenómeno de osmosis racial, se manifiesta de igual modo como Virgen "euroindia" o "índioeuropea".

Este dato, también muy singular, seguramente no es debido a un capricho ya que las apariciones marianas expresan siempre un significado simbólico preciso. En el mismo espacio geográfico de América Latina, que va desde el golfo de California extendiéndose hasta la Tierra del Fuego, el proceso de integración racial constituye más que una cuestión de piel, un proceso de osmosis vital y de homogeneización sociocultural, mediante el cual hispanismo e indigenismo se integran en la "latinidad" considerada por el mexicano José Vasconcelos, como el elemento esencial, típico, de la "raza cósmica" con la que se identifica la humanidad del hombre latinoamericano [8] .

La identidad espiritual de los pueblos que constituyen la América colonizada por las naciones ibéricas es una cuestión muy debatida desde los primeros tiempos de la conquista europea. El problema, todavía controvertido, se descifra siempre con mayor frecuencia en clave "ecuménica", por así decir, mediante la cual la americanicidad ,del hombre latinoamericano se resuelve en un proceso de integración y asimilación de distintos elementos, en un ecumenismo cultural y espiritual donde las diferencias de los conquistadores ibéricos y las de los indígenas conquistados se funden en los rasgos del indioamericano, esto es: la raza cósmica de la que habló justamente, en los años veinte José Vasconcelos.

Se trata de una "raza solar" análoga a la raza "roja atlántidea" y cuyos rasgos prevalecen en las características somáticas dominantes, sobre todo entre las poblaciones mesoamericanas y de la América Andina. Esta "raza cósmica solar" se distingue por una religiosidad popular que ahonda sus raíces en un "espacio sagrado", cuya mágica atracción se abre en la culminante soledad de Machu Picchu, al nacer del sol.

Resultado del proceso de asimilación cultural y religiosa que culmina en el crisol de la catolicidad románica traída aquí por los conquistadores ibéricos, esta raza amerindia y euroindia, al mismo tiempo, asume en sí el hecho de la conquista, no ya como acto de subordinación más o menos forzada, sino como verdadero y propio rito traducido en el tributo que durante la época colonial, se ofrecía al rey de España. Pero no como una manifestación de valor venal, monetario, sino como acto sacrifical que conservaba la legitimidad ritual trasmitida por las civilizaciones indígenas precedentes; la cuales habían utilizado oro, plata y piedras preciosas como elementos puros, ceremoniales lejanos de cualquier valor venal de intercambio.

De hecho, casi para indicar la pureza despojada de todo signo de realeza la Virgen Morena, aún apareciendo en piedras preciosas, no ostenta corona en la cabeza, permaneciendo su realeza celestial manifestada sólo en el símbolo solar que la envuelve y en las cuarenta y seis estrellas que brillan en su manto.

Su figura, de joven mujer visiblemente grávida, que descansa los pies sobre una hoz de luna creciente resulta bastante semejante a la del Apocalipsis; "Mujer vestida de sol":

"Apareció en el cielo una señal grandiosa: una Mujer vestida de sol, con la luna bajo los pies y en su cabeza una corona de doce estrellas! Estaba en cinta y gritaba los dolores del parto" (Apocalipsis XII)

En el esplendor solar de su figura, la Virgen Morena de Guadalupe aparece como la Reina que domina el cosmos, pero una reina con una teñida tristeza que parece reflejar, al mismo tiempo, el sufrimiento por la actual condición terrestre. Su condición de Virgen encinta señalada por la flor cruciforme grabada en su vientre -flor semejante en todo al "loto del renacimiento" o que adornaba a Iside egipcia, mediadora de la resurrección y de la vida inmortal- recuerda (también) el tipo luminoso de la dea olímpica, personificación de la Victoria, contenido en el mito de Atenas.

En todo esto se puede entrever -oculto en la misteriosa aparición de la Virgen guadalupana- signo de un rescate superior de la América precolombina del culto telúrico-demoníaco en la que había precipitado por un proceso de decadencia; culto que culminó -como todos saben- en el frenesí de sangre que distinguía el siniestro dionísismo de la civilización guerrera de los Aztecas en su degeneración. Ciertamente es significativo que la Virgen Morena de Guadalupe haya aparecido casi en el mismo lugar en el cual, antes de la conquista española, se levantaba el Templo mayor de Tenochtitlán, teatro de las rituales hecatombes humanas consumadas por los aztecas; para los cuales los sacrificios colectivos eran una loca y desesperada tentativa para mantener un contacto con las divinidades de un Olimpo infernal y sanguinario.

En el espacio latinoamericano -y particularmente en el área mesoamericana el indio pensaba que la vida humana y cósmica dependía de la voluntad impenetrable de los dioses. A éstos había que ofrecerles, en cantidad, sacrificios rituales cruentos, con el fin de obtener el patrocinio en todas las fases y actos de la vida, sea individual como asociada.

Con la cristianización de América Románica, cada rito sacrifical con víctimas humanas fue severamente prohibido. El rito cruento fue sustituido por la Sagrada Eucaristía, donde con la liturgia de la "Palabra revelada" por el misterio de la consubstanciación se ofrece un sacrificio incruento que asume todo sacrificio, rescatando de este modo también la "muerte ritual". Desde esta perspectiva, la aparición de Tepeyac -sucedida en los lugares que anteriormente habían constituido el espacio de la muerte ritual celebraba en un obsesivo ciclo de sangre- impone un valor sobrenatural da tal “sacrificio-rescate” y conforma todavía una vez más la potencia redentora del Cristianismo teándrico resumido en la Cruz que asume, rectifica y cumple en sí toda tradición.

El simbolismo de la "Madre cósmica" y la escatología de América

Entre los múltiples significados que el simbolismo de la Virgen Morena de Guadalupe reúne, hay también la rectificación de la figura de la "madre cósmica" o "mujer divina"». Esta figura considerada por ciertas escuelas tradicionales como símbolo de la feminidad telúrica casi siempre asociada al elemento tierra o al elemento agua - que asumía la expresión de madre-tierra, o de agua-regeneradora, en la perspectiva de un momento dionisiaco- rige una ley de cambios: subida-bajada, muerte-renacimiento. Ley que contempla el suceder cronológico de las estaciones, alcanzando el punto más significativo en el "solsticio de invierno"; osea en el momento en el cual la luz solar parece desaparecer para resurgir nuevamente en un proceso que culmina con el "solsticio de verano".

A este símbolo solsticial se conecta el elemento de la polaridad entre Norte y Sur, en el cual el ciclo "solar" nórdico de la espiritualidad uránica se alterna con el ciclo "lunar" (la plateada luz del sur") de la espiritualidad "atlántica", por lo que se produciría una mezcla del principio solar de Artide con el lunar de Atlántide. Esta mezcla entre el principio del Sol y el de la Madre-tierra, constituiría una corrupción del elemento masculino-solar con el femenino-lunar.

Ahora bien, la Virgen Morena de Tepeyac -presentándose como la Mujer vestida de Sol- obra una rectificación de la degradación del ciclo solar uránico en el lunar atlántideo y vuelve a dar tono con términos de realeza -que se podría decir "viril"- al principio solar sobre el lunar. De hecho la apocalíptica "Mujer del sol" domina a la luna creciente puesta bajo sus pies y, como mujer encinta, es matriz de la vida universal; da a luz al "Hijo primogénito”, el Dios vivo del que es figura profética el misterioso Rey del Mundo.

Por lo tanto el elocuente lenguaje simbólico de la Virgen aparecida en Tepeyac advierte, que para volver hacia la tradición del Norte hiperbóreo, se debe necesariamente atravesar la mediación atlántidea, en virtud del auxilio de las siete tradiciones históricas; las cuales se realizarán en Cristo Rey triunfante.

Aquí el significado del mensaje de la Virgen de Guadalupe se hace de una evidencia clara, haciendo resaltar el sentido escatológico que la geografía sagrada asigna a la América Románica; el rol de una centralidad asumida por una simbiosis que funde la iniciación solar y lunar en el supremo, real sacerdocio del Santo Grial [9] .

La Virgen Morena, de hecho, se ha presentado a Juan Diego sobre un arco de luna creciente, pero circundada -al mismo tiempo- de un haz de rayos solares que la envuelven como en una "caverna de luz".

El símbolo de la caverna luminosa constituye el sigilo majestuoso de la visión de Tepeyac, y vuelca la antigua tradición de la gruta como expresión generadora de vida- Es sabido cómo la caverna y la gruta sean el símbolo ambivalente de un doble movimiento; por un lado un movimiento de transformación espiritual que corre de un estado inferior a uno superior, por otro un acto de iluminación trascendente que desde lo alto baja al corazón del centro "interior".

Una fulgurante perspectiva, pues, transforma toda la simbología de la Madre Negra, de la "Madre-Tierra" representada por la caverna, en la esplendida purificación de la gruta de Belem, donde se revela y desvela el misterio de la Encarnación inundado por la luz meridiana del Sol de Medianoche. Pero, si en Belem la luz de medianoche coincide con aquella del medio día por la innegable "solidaridad" del misterioso Acontecimiento, es en el Gólgota -en el monte de la Calavera- que la luz meridiana se transforma en la oscuridad de medianoche, en el momento en el cual el Hijo de Dios hecho Hombre expira en la Cruz. Mientras todo tiembla -naturaleza, animales, hombres- a los pies de la Cruz, derecha y solemne como columna que sostiene el mundo oscurecido, está vigilante la Virgen-Madre: cooperadora de la Redención que ya prefigura el fulgor auroral de la Pascua cósmica que vendrá.

El "parto cósmico" presagio del Reino Universal

El singular destino escatológico de América Románica, divinamente preordenada a un nuevo florecer del Evangelio Eterno, está preanunciado por los grandes símbolos de la Revelación de Guadalupe que sólo ahora, al acercarse los acontecimientos, se hacen más claros y descifrables.

Confirmamos que es la primera vez, en el entero curso milenario de las teofanías marianas, que la Imagen de Nuestra Señora aparece "embarazada" como lo fue en el oculto viaje hacia Belem narrado por los evangelistas, o como resulta del maravilloso cuadro solar, presentido en el Apocalipsis por el "discípulo predilecto". Ya nos hemos referido (ver nota 4) a la detallada correspondencia que desde el Seiscientos se encontró entre la Virgen guadalupana y la "Mujer encinta vestida de Sol" del texto profético.

Por otra parte, la importancia y el extraordinario significado de este misterio de San Juan no han pasado inobservados o apenas se han tocado en superficie sin una explicación auténtica. En cambio, es evidente que el parto cósmico de un nuevo hijo varón por parte de Aquella que en el paréntesis histórico había engendrado a Jesús indica, por medio de la Virgen Perenne, la llegada definitiva del Reino: presentado, esta vez, por una nueva Revelación sin otros enigmas o límites. O sea, con la siguiente definición respecto a cuanto precede. Mientras la Revelación del Nuevo Testamento perfeccionaba la del Antiguo permaneciendo de alguna manera o en alguna, parte vinculada a eso, aquí se prefigura una nueva Revelación ("parto cósmico") en el surco de la Revelación cristiana. Lo que por un lado, libera de los pesos y contrapesos del pasado y por otro lado actúa una explicitación total del Evangelio en su sustancial y también formal "libertad de los hijos de Dios". Al final, esta Revelación se proyecta con virtud creadora hacia "nuevos cielos y tierras nuevas".

Tal es el sentido más profundo del Mensaje de Guadalupe, casi ignorado del todo por los cristianos europeos y afroasiáticos. Y con esta finalidad ha sido escogido como emblema y sigilo del mensaje mismo una flor típicamente local pero al mismo tiempo dotada de universalidad. Una flor, por lo tanto, que quiere sobre-entender el injerto, en las razas humanas, entre lo claro y lo oscuro, en particular entre los colores de la vieja y nueva Cristiandad, ambas "grávidas del Reino universal del Rey de los Reyes y de la Reina de los Reinos" [10] .

Realidad que ya está a las puertas, a pesar de toda remolona incredulidad, de incomprensiones interesadas e ilusorios atrasos neofarisaicos.

·- ·-· -······-·
Primo Siena



[1] El sufijo Tsin, en el idioma local nuhuatl expresa un tono de familiar cortesía intraducible en el amable diminutivo “Juanito, Juan Dieguito”, muy usual en toda América Latina de habla romance.

[2] Teocalli, en el idioma nuhuatl de los aztecas indica el templo en su significado propio de casa de Dios; palabra compuesta por Teotl (Dios) y Calti (casa) y que designaba la construcciones religiosas en forma de pirámide, en la cumbre de las cuales se inmolaban víctimas humanas, en señal propiciatoria, según los ritos sanguinarios ritos del politeísmo aztecas. El mayor templo de la religión azteca inaugurado en el 1487 por el emperador Hautzotl, se denominó el “gran Teocalli”.

[3] A la “Basílica de los Indios” de 1555, han sucedido a lo largo del tiempo otras iglesias: la primera, terminada en el 1622, fue sustituida por una grandiosa construcción barroca del 1709, al lado de la cual en 1976 se añadió una construcción moderna en forma de tienda.

[4] Los relatos indígenas de las apariciones de la Virgen de Guadalupe son dos, uno posterior al otro: el Nican Mopohua y el Nican Motecpana. Estos dos documento se conservan en el “Centro de Estudios Guadalupanos” de Ciudad de México, juntos a la innumerable bibliografía del prodigioso acontecimiento que recoge todavía el interés de estudiosos religiosos y laicos, creyentes y no.

[5] La etimología de Guadalupe deriva de un vocablo que en el castellano de Extremadura significa “río oculto” o “arrollo escondido”.

[6] El análisis con la técnica de los rayos infrarrojos permite descubrir en una pintura cualquier trabajo de restauración o sobreposición de colores, poniendo al descubierto el trabajo original de ejecución de una obra figurativa. Ninguna manipulación o imitación puede escapar a una radiografía hecha con rayos infrarrojos. Con este tipo de análisis el doctor Callahan descubrió algunos rastros de retoques de estilo barroco en el ángel con las alas abiertas que sostiene la figura de la Virgen, dando pié a la hipótesis de un trabajo de restauración ejecutado en el siglo XVII, después de un proceso de deterioro producido en las partes periféricas de la tilma de agave de Juan Diego. El mismo análisis confirmó nuevamente que los colores de la imagen de la Virgen no corresponden a ningún tipo de coloración natural o artificial en uso por la técnica de la pintura humana, excluyendo toda posible explicación científica de su frescura y luminosidad. A pesar de ello, el hecho de que la imagen haya sido expuesta, por más de cuatro siglos, a los rayos ultravioletas de millares de velas encendidas (una sola vela de cera desprende cerca de seiscientos microwatts de luz ultravioleta que produce el rápido deterioro de la pigmentación de los colores orgánicos e inorgánicos, especialmente aquella de color azul).

[7] Los exámenes con el oftaloscopio, la radiografía efectuada con los rayos infrarrojos, el proceso de digitalización electrónica están descritos con riqueza de datos en el libro del español J.J.Benitez: El misterio de Guadalupe, Barcelona 1982; otras minuciosas noticias se encuentran en el ensayo de Bruno Brunet-Eymond: Notre Dame de Guadalupe et son image merveilleuse devant l’histoire et la cience.St.Parres Le Vaude, 1980.

[8] Justamente ha sido notado que los conquistadores españoles de América Latina representaban no una igualdad racial pura, sino una múltiple unidad de pueblos ibéricos europeos en la que se habían integrado de a poco: celtas, fenicios, griegos, romanos, visigodos, alanos, árabes, hebreos, . Análoga también la condición de los conquistados, resultada de la conmistión y fusión de: mayas, toltecas, aztecas, muiscas, tairones, chinchas, chimúes , mochicas, nazcas, araucanos, diaguitas: En la época de la conquista ibérica , estos pueblos se mezclaron primero con los conquistadores, después con negros llegados de África en el período del comecio de los esclavos; y más tarde con asiáticos emigrados durante los últimos siglos en el continente americano, sobre todo en América meridional. Se ha denominado latinidad románica el resultado de este crisol de poblaciones y razas, utilizando precisamente el término que acabó por distinguir de los bárbaros los diferentes pueblos asumidos en el Imperio Romano.

[9] Véase el artículo de la revista italiana  Metapolítica n.1-2/1987, titulado: Nuova Europa e Nuova Cristianità.

[10] Como explica el artículo citado anteriormente, la Nueva Europa y la Nueva Cristiandad corresponden justamente a la América Románica del inminente futuro.



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