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Más temprano que tarde

por Max Silva Abbott

Una de las consecuencias lógicas de la “cosificación” del hombre es que convierte arbitraria e inevitablemente a unos en dueños de los otros. A fin de cuentas, si la persona se trata a sí misma como un objeto y no como un sujeto (un ser tan digno, que no puede bajo ninguna circunstancia ser tratado como cosa), resulta inevitable que otros también lo hagan; si el mismo individuo ha renunciado a su propia dignidad, parece imposible que pueda exigir a otros que se la respeten

Nuestro proceso de deshumanización parece estar avanzando más rápido de lo previsto, y eventualmente, más temprano que tarde seremos testigos de profundos cambios en el mundo en que vivimos. Un ejemplo es la aprobación en Holanda de la eutanasia para niños a requerimiento de los padres, lo que nos hace llegar a esta conclusión.

Al margen de otras implicancias éticas, se supone que para sus defensores, la eutanasia se fundamenta en la más absoluta libertad del sujeto, quien puede decidir si vive o no, en atención a que se considera propietario de su propio cuerpo, pudiendo disponer de él a su antojo. Aunque a decir verdad, esta “propiedad” parece difícilmente defendible, puesto que en el fondo, el “es” su propio cuerpo también, y sabido es que la propiedad sólo puede tenerse sobre cosas, no sobre personas, no importa si son terceros o uno mismo.

Esta es la razón por la cual las consecuencias de dicho modo de pensar parecen inevitables: si el cuerpo es concebido como “propiedad”, por lógica resulta imposible no aplicarle el mismo estatuto de cualquier otra clase de propiedad; si nos tratamos como una cosa, terminaremos siendo asimilados a ellas.

En efecto, en casi todos los países se consagra la propiedad o dominio, que da a su titular más facultades sobre las cosas que ningún otro derecho. Mas, pese a estas enormes prerrogativas, que le permiten usar y abusar de la cosa mientras no vaya contra la ley o derechos ajenos, este poder es expropiable, esto es, el Estado puede hacerse del mismo por motivos de “utilidad pública”. De ahí que no haya que ser muy suspicaz para darse cuenta que si la vida en cuestión es vista como una mera “propiedad” de la persona, como algo que “tiene” el sujeto (y no como algo que “es” o “constituye” al sujeto mismo), se siga idéntico modo de proceder. Es decir, en un futuro próximo (la eutanasia de niños es un inquietante paso en tal sentido), esta decisión estatal podrá imponerse aún contra la voluntad del propio afectado, incluso si se trata de un adulto que no la desa, igual como ocurre con una expropiación ordinaria.

Esta es una de las consecuencias lógicas de la “cosificación” del hombre: que convierte arbitraria e inevitablemente a unos en dueños de los otros. A fin de cuentas, si la persona se trata a sí misma como un objeto y no como un sujeto (un ser tan digno, que no puede bajo ninguna circunstancia ser tratado como cosa), resulta inevitable que otros también lo hagan; si el mismo individuo ha renunciado a su propia dignidad, parece imposible que pueda exigir a otros que se la respeten.

En realidad, la eutanasia no deja de ser una práctica curiosa, pese a sus justificaciones, si se piensa que cada vez es más común el rechazo a la pena de muerte, precisamente porque se considera que el Estado no tiene la facultad de quitar la vida a nadie; sin embargo, no parece existir el mismo razonamiento de fondo aquí y por supuesto, en relación al aborto o la experimentación con embriones. Por igual motivo, también resulta paradójica la eutanasia, si se considera que hace ya casi dos siglos se abolió la esclavitud, precisamente porque trataba a los hombres como cosas.

Contradicciones de nuestra época, que parecen estar borrando con el codo lo que escribimos con la mano y echando al trasto esa dignidad humana que decimos defender por sobre todas las cosas.

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Max Silva Abbott



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