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La Historia de la sexualidad en Foucoult

por Pablo Noriega de Loma

El pensamiento de Foucault ha analizado parte del proceso de constitución de las Ciencias Humanas como saberes que engendran un poder y unas tecnologías determinadas al servicio del poder en general.

El pensamiento de Foucault ha analizado parte del proceso de constitución de las Ciencias Humanas como saberes que engendran un poder y unas tecnologías determinadas al servicio del poder en general. Este proceso nace en la Edad Moderna, a partir del siglo XVII y se desarrolla a lo largo de ella y de la Edad Contemporánea. En este sentido, puede señalarse que, paralelamente a la constitución de las nuevas realidades política (estado absoluto, estado liberal, estado democrático, división de poderes, Declaraciones de derechos, libertades políticas etc.), que llevan consigo determinados ideales de emancipación (también el absolutismo, con el derecho como arma), se desarrolla la constitución de unos poderes determinados. Éstos están basados en la construcción de saberes sobre el hombre, construcción que previamente implica el establecimiento de asimetrías, que rompen una igualdad anterior, entre los sujetos que estudian y saben (los científicos) y los demás hombres, cuyas pautas culturales y de comportamiento son estudiadas, descritas y normativizadas por esos nuevos poderes. Puede, por tanto, decirse que existimos a un proceso de auténtica construcción de la realidad antropológica.

Por otra parte, esta construcción y normativización tiene como consecuencia la pormenorización del poder y de las conductas. Ello da lugar a una micropolítica del poder que detalla y organiza, a un nivel de concreción desconocido hasta ese momento, las conductas y también los cuerpos. Estos procesos son estudiados por Foucault en obras como “La historia de la locura en la época clásica” o “Vigilar y castigar”. En la primera se detalla la construcción de la Psiquiatría, la clínica y el internamiento para los llamados enfermos mentales, así como la construcción de la locura como objeto de estudio por parte de un cuerpo de especialistas. En la segunda el autor describe la formación y organización de la prisión en la Edad Moderna y Contemporánea, que conlleva la organización minuciosa del tiempo de los presos y de toda la vida carcelaria. Todos estos procesos llevan con ellos lógicamente el hecho de que el poder se detalla y aparece una micropolítica específica de este poder.

También en el campo de la sexualidad aparece el poder-saber que, para existir, necesita encerrar la sexualidad en los límites más estrechos de la estricta intimidad de la alcoba, como bien muestra la época victoriana. Este encierro del sexo acompaña, pues, a otros encierros como el de las cárceles o el de los hospitales psiquiátricos: la sexualidad todavía a comienzos de siglo XVII era vivida con una mayor libertad en sus códigos de conducta, cuando la burguesía no era la clase más fuerte de la sociedad. Pero, al mismo tiempo, al encierro de las sexualidad corresponde la inducción de los efectos del poder que el discurso científico creciente sobre ella produce; se opera una “puesta en discurso” del sexo y la elevación de las técnicas del poder sobre el cuerpo que corresponden. Esto acarrea una incitación creciente hacia la sexualidad y los discursos sobre la misma. Por tanto, cuando se habla de la hipótesis represiva hay que tener en cuenta que, al mismo tiempo, se produce una explosión discursiva sobre el sexo, que se acelera a partir del siglo XVIII.

Paralelamente a este nuevo discurso, se crea una nueva temática en el saber sobre el sexo, diferente de aquella que marcó la evolución de la confesión en la Iglesia a partir del Concilio de Trento, muy centrada en el sexto mandamiento. Nace la incitación a poner en funcionamiento, el discurso sobre el sexo, que empezará a tratar temas como estudio de las perversiones, el cual aparece como asunto específico, o como la sexualidad de la mujer. Este nuevo interés sobre el sexo también responde a intereses del poder burgués por llevar adelante políticas de organización y control de los movimientos de la población. Se trata, entonces, de reglamentar el sexo, de que el Estado sepa lo que sus ciudadanos hacen en este terreno.

Como consecuencia de todo ello, se produce una reordenación del discurso sexual, sobre en qué lugares, en qué circunstancias y entre quienes se hace posible hablar de sexo. Ello lleva a que se hable del sexo desde nuevas especialidades, desde nuevas ciencias y a que el poder del sacerdote pase a los cuerpos de médicos y psiquiatras (también a la justicia penal), que son los que eminentemente tratan de organizar este nuevo sexo y este nuevo saber sobre él, desde una perspectiva diferente a la de la pastoral católica, que estaba centrada en las relaciones matrimoniales, lugar donde se realizaban la mayor parte de las coacciones. Igualmente se registra una disociación de la temática que estudia la sexualidad y de sus conclusiones, así como una nueva categorización de las infracciones y de la legislación sobre el matrimonio y la familia.

Pero no hemos de suponer que el nuevo discurso que nace sobre el sexo, especialmente en el siglo XIX, sea su saber neutral e incólume que goza de la pura cientificidad de la verdad, pues también está lleno de cegueras sistemáticas que enmascaran la realidad. Así es y se desarrolla la scientia sexualis que suplanta al ars erótica en el Occidente cristiano. Para ello las sociedades occidentales utilizaron una técnica especial, la de la confesión, cuya práctica se prolonga desde el confesionario hasta la consulta del médico o del psiquiatra. Así se diseminan y son reunidos en extractos, expedientes, en toda una literatura escrita sobre el tema, lo cual hace que se esté constreñido a preguntarse y a saber sobre el sexo, que se ha convertido en una de las cuestiones fundamentales en Occidente.

Con estos presupuestos Foucault intenta avanzar hacia una “analítica” del poder, que no debe descansar en una concepción del poder “jurídico-discursiva”, que no debe pensar ni que se establece una relación de oposición entre sexo y poder, ni pensar que es el poder el que dicta su ley al sexo, ni que el poder aplica al sexo la única regla del sentido,ni que por una ley de la censura niegue la existencia de la realidad del sexo, ni que el poder sobre el sexo se ejerce de una manera uniforme en todos los nivele ( por ejemplo, el príncipe o el padre).

Al contrario, por poder entiende Foucault las expresiones de las relaciones de fuerza propias del campo que tratamos; la dialéctica del juego de estas formas. Por ello este poder no está caracterizado por la existencia de un foco de soberanía del que irradien sus formas, sino que se produce en cada momento, y por eso es omnímodo y está en todas partes. Esto significa que si la sexualidad se constituyó como conocimiento ello supuso relaciones de poder que lo hicieron posible como objeto y que este poder fue posible gracias a las nuevas técnicas de saber. Todo ello, por ejemplo, llevó a discursos sobre especies de perversiones (cuando la psiquiatría y la jurisprudencia lo asumen como asunto propio), lo que permitió el aumento de los controles sociales sobre el campo de la sexualidad. Todo ello forma el montaje de lo que Foucault llama el dispositivo de la sexualidad.

Pero no debe entenderse que en este dispositivo entraran por igual todas las clases sociales (aunque el progreso de la dominación sea continuo), porque las clases populares escaparon de él durante mucho tiempo. Por el contrario, debe saberse que más bien hay que entender que fue esta una tecnología que inventaron las clases burgueses para su autoafirmación, lo que hace que el dispositivo del sexo se aplique en primer lugar a ella misma, aunque ello permita formular el principio de que el sexo debe estar sometido a la ley.

En conclusión, el derecho a la vida, que tenían los estado durante la primera parte de la Edad Moderna, le sucede el poder sobre la vida, que lleva a la vida humana a la integración, cada vez más detallada, en sistemas de control específicos y potentes que la reglamentan. Ello conlleva la administración de los cuerpos por medio de disciplinas diversas que dan lugar a técnicas diversas, que permiten la sujeción de los cuerpos al poder. Esto es lo que Foucault llama bio-poder, que fue un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo, que permite la entrada de la vida en el campo de las técnicas políticas de control. Estas técnicas se expresan en el saber que califica, mide, jerarquiza y produce aparatos médicos y administrativos. En este sentido, el sexo es importante porque depende de las disciplinas del cuerpo que se están forjando entonces.

Apuntamos, por nuestra parte, que es lógico pensar que estas nuevas políticas y esta nueva reglamentación de la sexualidad deben necesariamente haberse reflejado en el ámbito de la llamada comunicación no verbal. De esta manera, a lo largo de las Edades Moderna y Contemporánea se experimentaría cambios en el vestido, en la gestualidad en la prosodia, en la proxémica (E. T. Hall ), productos de esta nueva realidad que surge. Ello constituye un ámbito muy interesante y central para la historia de la comunicación no verbal.

En este sentido, hablando también del ensayo de Ortega, cabe también cierta interpretación del Arte Contemporáneo, porque deja de representar estos elementos comunicativos, mediante la distorsión de la realidad natural del cuerpo humano, por tanto de su expresión (“Las señoritas de Avignon”), o, más sencillamente, mediante la sustitución del cuerpo humano por otras formas de representación (arte abstracto). También esta representación se pierde en el surrealismo, que convierte lo real en onírico, suponiendo también un alejamiento de la temática, y del realismo, hasta esa época, totalmente dominantes (incluimos aquí también al impresionismo). En cuanto, al expresionismo, lo que se observa es, quizás especialmente, una exageración de la expresión, pero no su supresión o distorsión.

Nos parece una tarea difícil poner el ensayo de Ortega “La deshumanización del arte” en relación con el núcleo central de su sistema, que es conocido como raciovitalismo, en cuanto, que defiende que la razón es un instrumento de la vida y que ésta es anterior. La razón sirve a la vida. De esta manera el ensayo de que hablamos más bien parece una certera descripción de una de las características más acusadas del arte que nace casi al mismo tiempo que el siglo XX.

Parece posible, siguiendo al autor, que en lugar de una deshumanización del arte, como fenómeno propio y específico de los movimientos que comienzan en el siglo XX, haya que hablar de una desrealización del arte o de una desnaturalización, en la medida en que las representaciones de las artes figurativas olvidan la representación de lo real o la reproducción naturalista, yendo hacia una visión del arte basada en la geometría, el color y la abstracción.

En efecto, según Ortega si el arte se deshumaniza lo hace en la medida en que huye de la representación natural de la realidad y esta cualidad lo deshumaniza, puesto que lo propio del hombre en el terreno artístico e la captación natural de la realidad. La consecuencia de estos hechos es que la masa no lo entiende (como se ve este tema entronca con los tópicos de la gran obra del pensador “La rebelión de las masas”). Esto significa que, también en este sentido, el arte está deshumanizado puesto que no es asequible genéricamente al hombre. Esto es así porque el goce estético no es para la mayoría de la gente y es distinto del goce de la vida, tal como éste aparece, con sus formas propias.

Por ello, el arte contemporáneo, en cuanto alejado de la vida, (se toca aquí, de nuevo, el tema del raciovitalismo) es más artístico, más puro. Como consecuencia, el artista, en lugar de ir a la realidad, lo que hace es romperla, incluyendo la misma figura humana, por lo cual, también en este sentido, deshumaniza. Para ello el arte emplea el más radical instrumento de deshumanización cual es la metáfora, pues usa otras palabras para designar lo real, debido a que suplanta el nombre y la realidad. No obstante, aunque la metáfora sea el instrumento más eficaz para la deshumanización, también existen otros medios deshumanizadores como, por ejemplo, el cambio de perspectiva habitual, que puede poner en primer plano cosas insignificantes.

En fin, como consecuencia de esta deshumanización, aparece otro fenómeno que caracteriza el nuevo arte y es el de ser irónico, porque se ha retraído sobre sí mismo y pierde el patetismo que tiene cuando está cargado de realidad. La consecuencia de ello es que el nuevo arte, al alejarse de lo real, no sólo se hace irónico, sino también intranscendente.

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Pablo Noriega de Loma

BIBLIOGRAFÍA

Foucault, M., “Arqueología del saber”. Editorial siglo XXI, 2002, Argentina.
Foucault, M., “Historia de la locura en la época clásica”. F.C.E, 1985, Madrid.
Foucault, M., “Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión”. Editorial siglo XXI, 1978, Madrid.
Foucault, M., “Historia de la sexualidad, 1. La voluntad de saber”. Editorial siglo XXI, 1978, Madrid.
Noriega, J. P., “Comunicación no verbal”.www.arbil.org. Nº 78


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