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Algunas observaciones sobre los problemas demográficos

por Jesús Romero-Samper

La manida dialéctica en torno al crecimiento poblacional y a la escasez de recursos alimenticios

Introducción

Entre los argumentos esgrimidos por los movimientos ecologistas[1] más exacerbados, en torno a las crisis ambientales y la ruptura de los ciclos naturales, figura la manida dialéctica en torno al crecimiento poblacional y a la escasez de recursos alimenticios. Se trata de un viciado debate, no exento de intereses ideológicos, surgido en el siglo XVIII, en plena Ilustración y en naciones anglosajonas de claro matiz protestante. Si bien, en un principio, la controversia se planteó sobre los dos términos reseñados, tomados como axiomas [2] , ulteriormente se extendería a otras líneas de discusión: suficiencia de otros recursos; contaminación; desertización; pérdida de biodiversidad; calentamiento global; destrucción de la capa de ozono. En fin, a modo de preámbulo, podríamos adelantar que aquellas dieciochescas teorías han servido de base argumental para justificar toda una serie de catastrofistas visiones en las que, cómo no, el ser humano parece ser el culpable de todos los desastres medioambientales.

Nada más conveniente, para afrontar esta controversia entre incremento poblacional y supuesta escasez de recursos, que seguir las indicaciones de Santiago Ramón y Cajal (1991) sobre el método científico. Las principales fuentes de conocimiento, clásicas por otra parte, son las siguientes:

·                    Quaestio: observación y planteamiento de una cuestión (tesis).

·                    Disputatio: experimentación y/o argumentación de la cuestión (antítesis).

·                    Sententia: conclusión en base al razonamiento inductivo y deductivo (síntesis).

Lógico esquema que nos permitirá diseccionar, pulcramente, la cuestión hoy sometida a debate. 

Breve exposición histórica y posicionamientos frente al debate “escasez de recursos y crecimiento poblacional”

La preocupación por la sobrepoblación viene de antiguo. En tablillas mesopotámicas del 1600 a. C., ya trasciende la preocupación de los babilonios porque el mundo estuviera ya demasiado lleno (Cohen, 2005).

En 1750, se publica la obra de Benjamin Franklin [3] : “Observaciones sobre el incremento poblacional y la colonización de los países”. Un libro que influirá notablemente en las ulteriores teorías de Thomas Robert Malthus y Charles Darwin. En opinión de este pastor: “No es menester hacer venir extranjeros para llenar los vacíos ocasionales que se produzcan en la población del país, pues estos huecos serán pronto colmados por la natural reproducción… Se supone que hoy se hallan en América más de un millón de ingleses –aunque se cree que apenas han venido ochenta mil del otro lado del Atlántico- y, sin embargo, no hay menos en la Gran Bretaña, sino muchos más”. Por “extranjeros”, Franklin entendía a los ingleses, aunque sus sentimientos patrios se debatían entre Inglaterra, Norteamérica y, más concretamente, Filadelfia. Y por “vacíos ocasionales” deben entenderse las tasas de mortandad, tanto las naturales entre los colonizadores como las derivadas de sus enfrentamientos con las poblaciones indígenas.

Estas aseveraciones corresponden a las observaciones de Franklin sobre el crecimiento poblacional de las colonias inglesas en los trece primeros Estados [4] de aquellas tierras, tan fecundas en recursos. Las poblaciones parecían duplicarse cada veinticinco años, lo que permitiría pronosticar un crecimiento en progresión geométrica creciente [5] con una razón de dos: 25 x 2; 50 x 2; 100 x 2… Crecimiento que sólo se vería frenado si los recursos escaseasen, como consecuencia de la competencia por ellos entre una población excesivamente grande: “No existe sustancialmente ningún límite a la proliferación de plantas y animales, salvo el determinado porque se llegue a alcanzar un número excesivo o por la recíproca competencia para el logro de los medios de subsistencia”. Esta idea de “subsistencia”, bajo el racionalismo iluminista, introduce los conceptos de especie consumidora (explotadora) y especie consumida (explotada)

Antes de proseguir, cabe reseñar algunas objeciones a los planteamientos de Benjamin Franklin. El primer censo de habitantes en Estados Unidos data de 1790 [6] , precisamente el año en que falleció Franklin. Y el primer registro de inmigrantes de 1819. Por ende, tampoco existían estudios sobre la disponibilidad de recursos. Es decir, las teorías expuestas por Franklin en 1750 adolecen de toda base empírica.

Y, sin embargo, a pesar de tan débil basamento racional [7] , las ideas de Franklin serían pronto retomadas por el economista británico Thomas Robert Malthus. En 1798, se publica la obra de este renombrado economista inglés: “Ensayo sobre el principio de la población”. Al crecimiento poblacional en progresión geométrica creciente, formulado por Benjamin Franklin, Malthus añade otra suposición estadística: la necesaria para justificar el “caos demográfico”. Malthus aporta la siguiente derivada: la tendencia en el crecimiento de los recursos alimenticios seguiría una progresión aritmética o constante [8] . Así, según las previsiones de Malthus, al crecer más rápidamente la población (progresión geométrica) que los alimentos (progresión aritmética), llegaría un momento de colapso en el que la escasez de estos últimos hiciera insostenible el sistema.

La solución a esta hipotética pauperación de la población, en opinión de Malthus, pasaría por frenar el crecimiento de la misma. Concretamente el de las clases proletarias [9] , pues entendía que cualquier mejora en su bienestar fomentaría su reproducción. Así, Malthus no sólo se oponía a las “poor laws” (leyes de pobreza), negándoles toda prestación social, sino que era partidario de mantener a los trabajadores en insalubres suburbios. La perpetuación, en opinión de D’Entremont y Pérez Adán (1997), de una “situación de egoísmo, de injusticia y de insolidaridad en el mundo”.

Sobra decir que las predicciones maltusianas no se cumplieron. Con la Revolución Industrial (1850), se incrementaron la producción de recursos, los salarios y el bienestar de la población en los países desarrollados.

A partir de los años sesenta, surge un neomaltusianismo no menos catastrofista, pregonado por varios autores. Donella & Meadows (1972 y 1992) prevén un colapso del crecimiento poblacional e industrial en cien años. Ehrlich & Ehrlich (1968 y 1990) aventura la muerte de millones de personas a causa del hambre. Ward y Dubos (1972) mantienen las pesimistas visiones malthusianas, bajo una extensa argumentación socio-económica. Kenneth Wath llega, incluso, a decir: “Todos nuestros problemas serían más fáciles de resolver si hubiera menos gente”. Irvine & Ponton (1988), en su defensa de las teorías de Malthus, acusan a las convicciones religiosas de no querer aceptar aquellas, negando que la tecnología o la planificación puedan solventar el problema de la superpoblación.

El neomaltusianismo alcanza niveles tan feroces como los expresados por Hardin (1968): “abandonar cuanto antes la procreación… La libertad para procrear nos lleva a la ruina a todos”. Igual de radicales se manifiestan Irvine & Ponton (1988) al declarar: “Si queremos preservar el resto de nuestras libertades debemos restringir la libertad de procrear… Podrían existir retribuciones para periodos de no embarazo y no-natalidad, beneficios fiscales para familias con menos de dos hijos, incentivos por esterilización… En términos de ayuda exterior, la cruel realidad es que la ayuda prestada a los regímenes que se oponen a las políticas de población es contraproducente y debería cesar. Son los verdaderos enemigos de la vida y no son dignos de apoyo”.

Miller (1994), por su parte, diferencia dos clases de superpoblación. Por una parte, aquella característica de los países subdesarrollados, donde la población excede numéricamente la disponibilidad de recursos. De otro lado, la característica de los países desarrollados, donde poblaciones menores en número consumen mayores niveles de recursos, generando problemas medioambientales (contaminación, agotamiento de recursos, degradación ambiental) [10] . Ehrlich & Ehrlich (1990) llegan a modelizar estos tipos de sobrepoblación en una ecuación: D = P x (R/P) x (D/R) [11] . Formulación inexacta si sólo se pretende obtener de ella resultados negativos (catastróficos). Pensemos, por ejemplo, que (D/R) resulte positivo: mayor reciclaje de agua, menor gasto de la misma, mayor reforestación a mayor población,…

Sin embargo, estas predicciones y modelos pronto serían más que discutidos. En 1999, una reunión del Foro de Ministros, en el Marco de la Iniciativa “Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo-Comunidad Europea”, se manifestaba en los siguientes términos: “… si bien es cierto que puede producirse un proceso de degradación cuando comienza el aumento de la población, lo que ocurre luego depende mucho del contexto. En los casos en los que la tierra es utilizada por personas demasiado pobres para invertir ahora o para esperar los frutos de su inversión, puede producirse una mayor degradación ambiental… hay pruebas empíricas de que muchos problemas ambientales no se agravan necesariamente a medida que crecen las ciudades y que se urbanizan las sociedades… Con buenas políticas se puede mejorar los aspectos positivos del crecimiento demográfico y, al mismo tiempo, mitigar los negativos…”  

Más drásticas resultan otras críticas a la tesis de la superpoblación. Toda la población mundial podría vivir en una superficie equivalente al Estado de Texas (Kasun, 1988). Todas las construcciones del mundo reunidas ocuparían el espacio de Irlanda (Sassone en: Arzú de Wilson, 1998). Por ende, en opinión de este autor: “la proyección de Naciones Unidas para la población futura prevé que en los cincuenta próximos años decaerá. En Gran Bretaña y Europa esta caída empezará tan sólo en diez años. Una vez que comience la caída de la población, adquirirá un impulso tal que la población continuará decreciendo a tasas cada vez más rápidas. De hecho, en muchas áreas del mundo, incluyendo Latinoamérica y Asia, el número de nacimientos está cayendo”.

Y es que, frente a la tesis de la superpoblación como problema de la crisis ambiental, otros autores plantean su antitesis: la subpoblación. Según los mismos, las causas de los problemas medioambientales deberían buscarse en la reducción de la tasa de natalidad, en los países desarrollados, así como en el desequilibrio de estos últimos con respecto a los subdesarrollados. En opinión de Arzú de Wilson (1998): “somos demasiados pocos, no demasiados”.

Wattemberg (1987) apunta un enfoque no contemplado hasta entonces. El decrecimiento en las tasas de natalidad traerá, a corto plazo, una pérdida de adultos jóvenes, es decir: de productores y consumidores. De la misma opinión son D’Entremont y Pérez Adán (1997), quienes plantean un desequilibrio intergeneracional de graves perspectivas: “repercusiones que van desde las excesivas cargas para la Seguridad Social respecto a las pensiones y a la provisión de otros servicios sociales a la totalidad de la población,… así como a importantes ramificaciones… como son por ejemplo la educación y la atención sanitaria”. Es un hecho que esto ya está ocurriendo. Desequilibrio también extensible al ámbito espacial, en palabras de los citados autores: “Mientras que en zonas desarrolladas donde el nivel de recursos-tecnología podría proyectar índices mucho más altos [de reposición intergeneracional], se alcanza la tasa de reposición de 2,1, en las zonas periféricas al desarrollo este nivel se supera ampliamente… La población del planeta crece, y crece particularmente en los países en vías de desarrollo mientras que en algunos países desarrollados, la última etapa de la transición demográfica ha degenerado en una involución demográfica, lo que supone un aumento exponencial del desequilibrio… desequilibrio fundamentalmente económico”.

De esta diatriba puede concluirse que son dos los factores demográficos causantes del desequilibrio: i) la desproporción entre población y el binomio “recursos-tecnología”; ii) la desigual concentración poblacional en áreas geográficamente próximas. D’Entremont y Pérez Adán (1997) sugieren que, bajo “una proyección de sofisticación tecnológica y puesta en vigor de la misma, podemos también permitirnos una proyección de aumento demográfico o de movimientos sociales en el espacio sin traumas sociales”. Y es que la economía, sustentada por los avances tecnológicos y bajo una clara voluntad política, es más que capaz de resolver estos desequilibrios. “Las hambrunas estructurales las produce el desequilibrio…Hoy en día sobran alimentos, y no es del todo descabellado que seguirán sobrando para una población del planeta con una densidad igual a la que tiene Holanda, un país que no parece caracterizarse por problemas sociales o poblacionales graves”. Concluyen los citados autores proponiendo una eficaz gestión del consumo per capita, así como una correcta aplicación de la tecnología. En su opinión, para prevenir el desequilibrio, la tasa de natalidad debería mantenerse en torno a 3,1 hijos por mujer.

Algunas cifras y previsiones

La tasa de reemplazo [12] en los países desarrollados debería situarse en 2,1 hijos por mujer, para tender al crecimiento cero. En los países en vías de desarrollo dicha tasa debe ser mayor, puesto que la mortandad infantil también lo es: nueve veces superior en África, por ejemplo, con respecto a Europa. Globalmente, la tasa de crecimiento alcanzó su máximo entre 1965 y 1975 (2,1 hijos/mujer) (Casadei, 2005), desde entonces ha ido decreciendo, siguiendo una tendencia sigmoidea que tiende al crecimiento cero, hasta situarse en 1,1 o 1,2. Según el citado autor, para el 2013 la tasa de incremento demográfico será inferior al 1 %, y en el 2050 del 0,4 %.

Así, en España -por ejemplo- la tasa de natalidad se sitúa en 1,2 hijos/mujer; lo que significa una falta de reemplazo generacional. Este fenómeno está generalizado en toda Europa, por diversas causas: contracepción y aborto, disminución de la nupcialidad, retraso de la edad de los matrimonios, incorporación de la mujer al mundo laboral.

El índice sintético de fecundidad [13] en Europa se sitúa en 1,5 hijos/mujer, 2,0 en Norteamérica, 2,5 en Oceanía, 2,9 en Asia, 3,0 en Sudamérica, 3,5 en Centroamérica y 5,8 en África. Estas cifras indican que en los países occidentales ya nos encontramos en una situación de no reemplazo generacional.

Según las estimaciones de Naciones Unidas (Tabla I), tanto las tasas de crecimiento global como el índice de fertilidad total muestran una tendencia decreciente.

Tras dos o tres siglos de crecimiento exponencial, la tendencia es hacia la estabilización, siguiendo una curva sigmoidea que prevé una población de alrededor de 9.100 millones hacia mediados de siglo, con un margen de error de +/- 2.000 millones (Cohen, 2005). Previsiones mucho más realistas que las expuestas por Ward y Dubos (1972), quienes pronosticaban 16.000 millones para el 2040.

En los próximos 45 años, casi la mitad del crecimiento poblacional se dará en nueve naciones (en orden de mayor a menor): India, Pakistán, Nigeria, República Democrática del Congo, Bangladesh, Uganda, EE.UU., Etiopía y China. En Nigeria, por ejemplo, con una población de 123,4 millones de habitantes, encontramos los siguientes índices: tasa de crecimiento = 2,67; tasa de nacimientos = 40,16/1.000 habitantes; tasa de mortalidad infantil: 74,18/1.000 nacimientos vivos; índice sintético de fecundidad = 6,5; alfabetización = 57,1 %. El incremento previsto para Estados Unidos, el único país rico entre los citados, se deberá al “efecto comodín”. Este efecto hace referencia al crecimiento debido a la inmigración, que en EE.UU se prevé entre un 30 y un 39 % para el 2050. China, la última en este ranking, con 1.261 millones de habitantes, ha experimentado un decrecimiento en la tasa anual de crecimiento, situándose en los 1,8 hijos/mujer (Casadei, 2005).

Para el 2025, según la Oficina del Censo de EE.UU, las tasas de fecundidad habrán descendido por debajo del 2,1 (tasa de reemplazo generacional) en casi todas las regiones del mundo. Dos son las excepciones. En el África subsahariana dicha tasa se mantendrá en 3,76 hijos/mujer: caso de Etiopía, República Democrática del Congo, Uganda y Nigeria. En esta área, que cuenta con 600 millones de habitantes (313 de ellos en situación de extrema pobreza, según Sachs, 2005), el decrecimiento en las tasas de fecundidad ha sido muy atenuada: de 6,6 en 1960 a 5,8 en el 2000.

Extremo Oriente es la otra región donde las tasas de crecimiento no experimentan una deceleración perceptible, para el 2025 aún se prevé una tasa de 2,96 hijos/mujer; es el caso de: India, Pakistán y Bangladesh.

Por el contrario, en 51 países, la mayoría de ellos desarrollados, se perderá población. Algunas previsiones ilustrativas para el 2050. Alemania descenderá de 83 a 79 millones. Italia de 58 a 51. Japón de 128 a 112. La Federación Rusa, de 143 a 112.

La falta de reemplazo generacional supone un envejecimiento de la población. La proporción de niños < 4 años fue máxima en 1955 (un 14,5 % de la población), en el 2005 había descendido hasta un 9,5 %. Por ende, si en 1960 la proporción de personas > 60 años era del 8,1 %, en el 2005 alcanzó el 10,4 %.

Propuestas reguladoras de la población

Ante la hipotética escasez de recursos para una población creciente, se postulan, a grandes rasgos, dos líneas políticas en demografía. Una de carácter liberal y otra intervencionista (estatalista).

En primer lugar, cabría hablar de la planificación familiar libre y responsable por parte de los miembros de la pareja. Son estos los que deciden cuántos hijos desean y cuándo, en función de sus creencias y circunstancias. Uno de los más relevantes y acreditados defensores de la planificación responsable es Amartya Sen (2000). Según demuestra fehacientemente este Premio Nóbel de Economía, la extensión de las libertades y la educación son claves en la consecución de una paternidad libre y responsable, consecuencia de la cual es una regulación natural de la población. Sen aporta el ejemplo de algunos Estados hindúes (Kerala, Tamil, Nandú o Himachal Pradesh), donde el descenso en las tasas de natalidad se corresponde con la generalización de la educación femenina, así como en el reconocimiento de sus libertades y derechos. Kerala, por ejemplo: “ha registrado una expansión de la educación femenina mucho más rápida incluso que la de China, ha experimentando también una caída más rápida en los índices de fertilidad. Mientras la tasa de fertilidad de China caía de un 2,8 a un 2,0 entre 1979 (cuando se implantó la política de “un solo hijo”) y 1992, en el mismo período bajó de 3,0 a 1,8 en Kerala. Kerala se ha mantenido por delante de China, tanto en la educación femenina como en el descenso de la fertilidad (en la actualidad la de Kerala está en 1,7, mientras que la de China se halla en 1,9)”.

Por otra parte, están las políticas coercitivas impuestas por los gobiernos y agencias internacionales, que atentan contra la libertad de la persona, limitando el número de hijos que las parejas puedan tener. De forma que los gobiernos se arrogan el derecho a la libertad reproductora de los individuos. Se trata de una política llevada a cabo en países de claro cariz marxista [14] , pero también impuesta por organismos internacionales en naciones en vías de desarrollo. Entre los defensores de este intervencionismo, ya citamos a Hardin (1968) e Irvine & Ponton (1988). Ward y Dubos (1972) exponen drásticamente: “el aborto bajo supervisión médica adecuada, ha reducido la magnitud de la familia en todo el mundo desarrollado, en forma completamente independiente de la cultura, los antecedentes étnicos o las creencias religiosas”.

Es claro que la promoción de medios anticonceptivos no resulta una panacea ni en los países desarrollados ni en aquellos en vías de desarrollo. Por poner un ejemplo, en España, a pesar de las campañas institucionales [15] , el número de abortos crece progresivamente (Tabla II): sólo durante 2005, 91.600 abortos “oficiales”. Entre 1985 y 2005: 1.021.816 homicidios. Por lo que respecta a las enfermedades de transmisión sexual, estos medios tampoco están frenándolas. El virus VIH afecta a unos 40 millones de seres humanos, fundamentalmente en el África subsahariana: donde, anualmente, mueren 1,7 millones de personas a causa del SIDA (Sachs, 2005).

Paralelamente a la estabilización en el crecimiento poblacional, está disminuyendo la fracción de población que padece pobreza extrema [16] . Un fenómeno innegable y estrechamente ligado al desarrollo económico. Como señala Musser (2005): “Si China e India prosiguen por la senda económica que tomaron Japón y Corea del Sur, el chino medio, hacia 2050, será tan rico como lo es hoy el suizo medio; el indio medio, tanto como el israelí actual”.

Esta reducción de la pobreza extrema es uno de los efectos positivos de la globalización, tan infundadamente criticada (Sachs, 2005). Desde comienzos de los años ochenta, conforme se fortalecía la economía mundial, el número de personas sumidas en la pobreza extrema ha ido reduciéndose, principalmente en los países del este asiático. En 1981 había 1.500 millones de pobres extremos. En 1990 se redujo a 1.200 millones, con particular incidencia en el Este de Asia. En 2001 la cifra se rebajó a 1.100 millones. Y para el 2015 se estima, si se cumplen las Metas de Desarrollo del Milenio, que el número de afectados por la pobreza extrema se sitúe en los 700 millones.

Casadei (2005) pone de relieve como, históricamente, las tasas de fecundidad han ido reduciéndose conforme mejoraban las condiciones de bienestar. En Japón, por ejemplo, entre 1925 y 1987 se ha pasado de 5,1 a 1,8 hijos/mujer, mientras que la esperanza de vida, respectivamente, lo ha hecho de 41 a 76 años. Y es que un mayor desarrollo parece frenar, de modo natural, el crecimiento demográfico conforme se incrementan la renta per cápita, la atención y la esperanza de vida, se generalizan los sistemas de pensiones y desciende la mortalidad infantil.

Evidentemente, en regiones subdesarrolladas, rurales y agrícolas, persiste el caduco modelo de subsistencia basado en el capital laboral que representa la progenie. Lo que nos retrotrae al concepto del proletariado, más arriba citado. En esta clase de economías, carentes de tecnología y prácticamente desindustrilizadas, sólo con una elevada natalidad pueden atenderse las labores agrícolas. Y esa precisa exigencia de mano de obra, que no evita caer en la extrema pobreza, se ve mermada por una elevada mortandad infantil. A todo ello hay que añadir las ínfimas condiciones de salubridad y las enfermedades que afectan a estas regiones.

En relación con los efectos de la educación sobre la regulación del crecimiento poblacional, ya referíamos el caso de varios estados hindúes estudiado por Amartya Sen (2000). Hay otros ejemplos notables sobre los beneficios que puede traer la globalización. Narayana Murthy, un ex idealista comunista pudo ver la realidad del marxismo en la Bulgaria de los años setenta. En los ochenta fundó, en Bangalore (India), “Infosys Technologies”: una empresa fabricante de componentes informáticos valorada en 600 millones de USD, con 10.000 empleados, que cotiza en el Nasdaq y factura 30-40 millones de USD/año. En esta empresa, los diplomados (en su primer empleo) cobran 3.000 USD/mes, frente a una renta per cápita hindú que no alcanza los 500.

Economía y desarrollo

En el debate sobre si es posible o no compaginar el crecimiento poblacional con la sostenebilidad ambiental, no debe obviarse tratar la derivada que representa el desarrollo económico. Nuevamente nos encontramos con dos puntos de vista enfrentados. Una visión pesimista que entiende el crecimiento económico como problema. Y un enfoque más optimista que achaca a la falta de ese crecimiento la escasez de recursos.

Schumacher (1974) culpa al sistema industrial moderno, destructor de sus propias bases. En opinión de Brown (1998), “una economía global en continua expansión destruye lentamente a su huésped el ecosistema Tierra”. Según este autor, se da un fenómeno paradójico, mientras los índices bursátiles y económicos crecen, los indicadores ambientales (deforestación, contaminación, calentamiento global, desedificación, pérdida de biodiversidad,…) son cada vez más negativos. Sostiene Brown que “el modelo de desarrollo industrial occidental no es viable por la sencilla razón de que no hay bastantes recursos”. Goodland (1997) es más catastrofista, si cabe, al plantear que ya se han alcanzado los límites del crecimiento. Ekins (1986), por su parte, se plantea: “¿crecimiento de qué?, ¿crecimiento para quién? y ¿crecimiento con qué efectos colaterales?... Una tasa de crecimiento del 3 % implica doblar la producción y el consumo cada veinticinco años”. Otros autores inciden en planteamientos similares, que podrían definirse como anti-globalistas y anti-occidentales.

Sin embargo, frente a posturas tan pesimistas, el mercado (sensu lato) ha venido incorporando el concepto de sostenibilidad ecológica al crecimiento y al desarrollo. El concepto de “desarrollo sostenible” fue introducido en 1987 por el Informe Brundtland, en la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo, como aquél que cubre las necesidades de la gente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para cubrir sus propias necesidades. Varias iniciativas políticas y legislativas han propiciado la sostenibilidad, como por ejemplo: la Cumbre de Río de Janeiro de Medio Ambiente y Desarrollo (1992); el protocolo de Kyoto (1997); la Cumbre del Milenio de Naciones Unidas (2000). Si bien es cierto que no todos los objetivos se han cumplido, debe reconocerse que, cuando menos, se ha infundido una mayor sensibilización a los problemas derivados del desarrollo.

Un hecho cierto es que los países desarrollados consumen la mayor parte de recursos (energéticos, alimenticios,…) disponibles. Trainer (1985) señala, entre otros datos, que un americano medio consume 617 veces más energía que la media de los etíopes. Frente a esto, cabe objetar que un americano medio produce más, contribuyendo mayormente al desarrollo, que un etíope. Trainer (1985) opina que nuestra riqueza es el resultado directo de la pobreza de las naciones pobres”. Sachs (2005) desarbola esta hipótesis respondiendo a algunas preguntas, entre ellas:

·                    ¿La globalización no hace más ricos a los ricos y más pobres a los pobres? “El comercio internacional y las inversiones extranjeras han constituido factores clave para el notable crecimiento económico de China durante el último cuarto de siglo y el despegue económico de India desde los primeros años noventa”.

·                    ¿La pobreza proviene de la explotación de los pobres por los ricos? “El origen de la pobreza suele hallarse en una escasa productividad laboral; ésta, a su vez, deriva de un estado de salud precario, una falta de especialización profesional, deficiencias en infraestructuras y desnutrición crónica”.

Aquellos países que han seguido el modelo de los llamados “tigres asiáticos” (China, Tailandia, Singapur, Indonesia, Vietnam y Malasia) y otras naciones (Chile o Irlanda), han experimentado un crecimiento económico, con sus inherentes consecuencias: mayor desarrollo, reducción de la pobreza, de la desnutrición y mortalidad, aumento del índice de alfabetización. Es el caso de algunos países africanos. El PIB [17] de Uganda aumentó, entre 1990 y 2000, en un 7 %. El de Bostwana otro 7 %. Y el de Mauricio un 5 %. Este país ha pasado de exportar azúcar a las manufacturas textiles y, últimamente, a la producción de componentes informáticos (Casadei, 2005). Estos datos demuestran lo infundado de las teorías de Schumacher (1974), Ekins (1986) y Goodland (1997). Y demuestran lo acertado de las opiniones de Jean-Paul Ngoupandé, antiguo Primer Ministro de la República Centroafricana, en el sentido de que pesan más los factores internos (endógenos) del subdesarrollo africano que los factores externos.

Sin embargo, por lo general, como hemos ido viendo, la situación en el África subsahariana no es nada halagüeña. Si entre 1965 y 1997 el PIB en Extremo Oriente creció un 5,4 %/anual, el de Asia meridional un 2,3 % y el de Hispanoamérica un 1,3 %: el del África negra disminuyó un 0,2 % cada año. Como señala Casadei (2005): “la fallida apertura de África a la economía de mercado global ha tenido como consecuencia que las inversiones de capital extranjero huyeran del continente y afluyesen, en los años noventa, a gran parte del Tercer Mundo”. Si las inversiones extranjeras directas se han incrementado en el Sudeste asiático y América Latina, en África han permanecido estables entre 1986 y 1992. Las razones de este estancamiento de las inversiones son, en primer lugar, de índole político.

Alrededor de 120 millones de los habitantes del África subsahariana se encuentran implicados en interminables guerras: un 20 % sobre el total de 600 millones. Conflictos que afectan a Liberia, Somalia, Sierra Leona, Sudán, República Democrática del Congo, Ruanda, Burundi, Congo Brazzaville, Angola, Etiopía o Nigeria. Estas guerras se explican por la economía agropecuaria de bajísima productividad que rige en estos países, lo que provoca una interminable sucesión de conflictos por la mera subsistencia. Estas guerras son auspiciadas por los propios dirigentes tribales e, incluso, por los presidentes de dichas naciones [18] . Gran parte de las inversiones extranjeras han sido desviadas, por dichos dirigentes, a su enriquecimiento personal y a la compra de armamento [19] . De ahí, el estancamiento de las mismas.

La solución, evidentemente, pasa por el desarrollo económico y humano. Y eso sólo es posible: i) promoviendo la civilización en África, especialmente entre los miembros de su sociedad civil implicados en la cooperación; ii) promoviendo la evolución hacia el Estado moderno; iii) recuperando el interés del ámbito internacional, tanto a nivel de cooperación como de políticas de seguridad. Es decir, fomentando estados democráticos no sólo en lo estrictamente político, sino también en lo que concierne a la erradicación del analfabetismo, a la mejora en las condiciones sanitarias y, por supuesto, al desarrollo económico [20] . Todo ello, como se ha comprobado en Asia, sólo es posible bajo el marco de un modelo de desarrollo occidental; es decir: el de un Estado moderno. Cabe señalar que la globalización no supone, en forma alguna, uniformidad cultural, siempre y cuando se respeten los derechos humanos [21] .

Reflexión y consideraciones finales

Con una población actual de alrededor de 6.200 millones de habitantes, las previsiones para el 2050 estiman 9.300 millones. El crecimiento demográfico está siguiendo una curva sigmoidea que tiende a la estabilización, no una progresión geométrica como pronosticaba Malthus. La humanidad está experimentando la más significativa ralentización en su crecimiento, tendiendo al crecimiento cero.

Paralelamente se están reduciendo los niveles de pobreza extrema, pandemias y mortandad. Y, por ende, crecen los índices de alfabetización y prosperidad, mientras decrecen los índices sintéticos de fecundidad. Estos avances son particularmente notables en Asia, donde los países superpoblados se han ido abriendo al mercado libre y al desarrollo global. Sin embargo, otras áreas (África subsahariana, principalmente) permanecen en un subdesarrollo alarmante. Las soluciones para estos países pasan por el mismo esquema que el seguido por las naciones asiáticas.

Además de ayudas al desarrollo (inversiones extranjeras) y transferencias de tecnología, es prioritario promover la instauración de sistemas libres (en lo político y en lo mercantil). De erradicar regímenes dictatoriales e intervencionistas [22] , empeñados en afanes belicistas por su propia subsistencia, no será posible la consecución de eficaces modelos de desarrollo. Sin esto, no es posible un desarrollo estable. Y en dicho objetivo, Occidente juega un crucial papel cuan garante de la estabilidad política en estas depauperadas regiones, para garantizar -en primer lugar- una suficiente educación.

Con toda seguridad, el mayor reto atañe al ámbito educativo. Sin educación hay marginalidad, no hay equidad en derechos, no hay formación técnica ni iniciativas de desarrollo, no hay -en fin- un mínimo substrato ético ni moral sobre el que sustentar el respeto a la dignidad humana ni a la justicia social. Y ese énfasis en la educación debe incidir, particularmente, sobre los propios habitantes de los países afectados [23] . Con educación, en fin, hay oportunidades.

Hechos y no teorías demuestran que es compatible un crecimiento demográfico sostenido con un desarrollo medioambientalmente sostenible, así como con una progresiva reducción de la pobreza. La ciencia y la tecnología muestran como el ser humano es capaz, a lo largo de la historia, de afrontar satisfactoriamente situaciones de gravosa subsistencia sin que, por ello, se ponga en riesgo la viabilidad de los recursos. Opinar lo contrario es, simple y llanamente, desconfiar de nuestro propio raciocinio: un insulto a la inteligencia.

 

·                    Cuando se nos habla de agotamiento de recursos energéticos, basta recordar algunos datos y sucesos relevantes. Indefectiblemente, la escasez de un recurso conlleva su sustitución por otro. Así, en el s. XVII, la escasez de leña en Inglaterra llevó a emplear carbón y hulla; cuando la hulla empezó a escasear se recurrió al petróleo (Martínez de Anguita d’Huart y Martín Rodríguez-Ovelleiro, 2005). Y parece que el petróleo no es un recurso tan limitado como anuncian oportunistas agoreros [24] .

Con todo, un hecho incuestionable es el práctico recurso a energías renovables menos contaminantes: eólica, solar, hidráulica, biocombustibles (Bourne, 2007),… Es lo que se ha venido a llamar “revolución del bajo consumo” (Lovins, 2005).

Podríamos debatir sobre la seguridad y la contaminación potencial de la energía nuclear, pero es preferible -una vez más- conceder un margen de confianza a la Humanidad. ¿Existen otras potenciales y alternativas fuentes de energía? Continuamente se investigan otras potenciales. Por ejemplo, China plantea explotar el Helio 3 presente en la luna: un combustible apenas contaminante que podría resolver los requerimientos energéticos de toda la Tierra durante 7.000 años [25] .

·                    A la vista de los datos expuestos, hoy podemos aseverar que no hay escasez de alimentos. La producción de los mismos es suficiente para abastecer a toda la Humanidad. Otro problema es la ineficaz distribución de los mismos, así como una gestión política no enfocada hacia un horizonte global.

Son reseñables los grandes logros que se están obteniendo con la llamada “revolución verde” (Jouve de la Barreda, 2004): el incremento en la producción de cultivos mediante la mejora genética de las plantas [26] . Tanto en India como en Pakistán, por ejemplo, las cosechas de trigo se incrementaron significativamente. A nivel mundial, la producción de siete cultivos ha crecido, gracias a estas mejoras, desde la década de los sesenta.

Un problema derivado del desarrollo es el requerimiento de un mayor volumen de recursos por los países en desarrollo. Hecho que puede tener incidentales consecuencias. Más del 80 % de los alimentos del mundo corresponde a los cereales (trigo, arroz y maíz, principalmente). Los países asiáticos que se han incorporado al mercado global, al desarrollo, están cambiando -lógicamente- sus hábitos alimentarios, en otras palabras: cada vez reclaman el consumo de más carne. La producción de más de 180 millones de toneladas anuales de carne exige que el ganado consuma un 40 % de la producción cerealística [27] . Esto provoca que Asia requiera cada vez más grano de los países desarrollados, para mantener una cabaña ganadera creciente; lo que, indirectamente, provoca un incremento del precio de los cereales y sus productos en Occidente [28] .

Experiencias piloto llevadas a cabo en el Sahel africano (Rougon, 1987), muestran, asimismo, que una buena gestión del medio pueden mejorar sustancialmente las cosechas de mijo en áreas extremadamente desérticas.

·                    Otro recurso cuya disponibilidad se pone en cuestión es el agua. Nuevamente nos encontramos con un problema de gestión y desarrollo. Algunos apuntes sobre un uso sostenible de este imprescindible recurso:

1. Es factible un empleo racional de este compuesto [29] , como lo ejemplifican los casos de áreas desérticas (en mayor o menor medida), como por ejemplo: Israel [30] , California y Nevada (Estados Unidos).

2. Antiguas civilizaciones (Mesopotamia, Egipto, China o India), nos muestran como, desde antiguo, se han buscado rentabilizaciones en el uso de agua.

3. Las medidas de ahorro están siendo más que eficaces. Entre ellas cabe destacar: el empleo más racional de agroquímicos; la irrigación por goteo; la construcción de reservorios de agua (embalses, pantanos, “estanques de tormenta”); el empleo de aguas no potables en el baldeo de las áreas urbanas o en el riego de parques y jardines. Deber moral constituye rectificar el empleo indiscriminado del agua en actividades de ocio.

Concluyamos, a la vista de lo expuesto, con una visión optimista. La Humanidad es capaz de afrontar el reto del crecimiento demográfico con un suficiente abastecimiento de recursos, siempre y cuando la gestión de los mismos se corresponda con la racionalidad que define a la misma. En su más amplio sentido, desarrollo no es, al fin y al cabo, sino sinónimo de preservación: estricta termodinámica, en fin. Y la educación medioambiental, en éste y otros temas, no sólo debe suponer conocimiento y difusión, sino convicción y práctica. Divulgación no es enseñanza cuando el mensaje es acientífico y no contrastado. En Pedagogía, como en toda Ciencia, el mínimo e imprescindible requisito parte de contrastrar las fuentes, de verificarlas, de racionalizar el discurso… lo que nos haría retornar a Ramón y Cajal, a Santo Tomás de Aquino y a Aristóteles; es decir: a comenzar nuevamente este discurso.

·- ·-· -······-·
Jesús Romero-Samper

Bibliografía

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[1] No confundir Ecología con “ecologismo”. Ecología, del griego Oikos (“casa, hogar, medio”) y logos (“conocimiento”).

[2] Axioma: principio indemostrable, no contradictorio.

[3] Miembro de la masonería desde 1731, en 1743 fundó la Sociedad Filosófica Americana.

[4] New Hampshire, Massachussets, Rhode Island, Conneticut, New York, New Jersey, Pennsylvania, Delaware, Maryland, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur, Georgia.

[5] Una progresión geométrica creciente es aquella constituida por una secuencia de elementos, obtenidos multiplicando el anterior por una constante (“razón”) mayor que uno.

[6] Catorce años después de la declaración de independencia de Estados Unidos, el 4 de julio de 1776.

[7] Debilidad intelectual que, por otra parte, caracteriza a los “ilustrados” del s. XVIII, tan seguidores de la “diosa Razón”.

[8] Una progresión aritmética es una serie de números tales que la diferencia de dos términos sucesivos cualesquiera de la misma es una constante (“diferencia de la progresión”).

[9] En la antigua Roma proletario era aquel ciudadano pobre que únicamente con su prole podía servir al Estado.

[10] Estados Unidos, con un 4,3 % de la población mundial, consume casi un tercio de los recursos minerales y un cuarto de la energía no renovable del planeta.

[11] Donde: D = Impacto ambiental de la población; P = Número de personas; (R/P) = Número de unidades de recursos utilizados por persona; (D/R) = Degradación y contaminación ambiental por unidad de recursos utilizada.

[12] Número de hijos que ha de tener una mujer para que haya reemplazo generacional.

[13] Número medio de hijos que tendría una mujer entre 15 y 45 años.

[14] Imposición de familias monofiliales en China.

[15] Más preocupadas por fomentar la promiscuidad que la paternidad responsable.

[16] Subsistencia con menos de 1 USD/día.

[17] Producto Interior Bruto.

[18] Los llamados “señores de la guerra”, que aúnan el poder militar, el político y el económico.

[19] Caso actualísimo (octubre de 2007) del gobierno de Chad.

[20] En la cumbre del Milenio de las Naciones Unidas de 2000 se fijaron las siguientes ocho Metas para erradicar la extrema pobreza hacia el 2015: 1) Erradicar el hambre y la pobreza extrema; 2) Universalizar la educación primaria; 3) Promover la igualdad de género y la autonomía de la mujer; 4) Reducir la mortalidad infantil; 5) Mejorar la salud materna; 6) Combatir el SIDA, la malaria y otras enfermedades; 7) Garantizar la sostenibilidad ambiental; 8) Establecer un consorcio mundial para el desarrollo.

[21] Algo muy importante respecto a ciertas tradiciones y prácticas islámicas en lo referente a la concepción del ser humano (sometimiento de la mujer, ablación del clítoris, esclavitud, militarización de niños… ).

[22] Caso también de varias naciones latinoamericanas, como por ejemplo: Venezuela, Cuba o Bolivia.

[23] Como becas de estudios, por ejemplo: caso de Francia.

[24] Nos referimos al reciente hallazgo de ingentes reservas petrolíferas en Siberia.

[25] Así lo afirmaba Luan Enjie, director de la Administración Aeroespacial Nacional de China, en una entrevista al Diario del Pueblo el pasado 3 de marzo de 2007.

[26] En torno a los transgénicos existe, no obstante, un debate científico y bioético.

[27] En Guangzhou (China), con 6,5 millones de habitantes, se espera que el matadero de Tianhe sacrifique el doble de cerdos (Reid, 1998).

[28] Como estamos comprobando, actualmente, en España.

[29] Contrariamente a lo comúnmente expuesto, el agua (H2O) es un compuesto: no un elemento. Craso error de la idiocia que caracteriza a los actuales conciliábulos intelectuales.

[30] Los conocidos kibutzs.



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