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Méritos y culpas

por Max Silva Abbott

Una forma de eludir las propias responsabilidades que ha ido ganando cada vez más terreno cuando hemos cometido una acción mala, es echarle la culpa a factores externos al propio sujeto o, en caso de ser internos, inmanejables para él, como el entorno social, factores psicológicos, genéticos, etc.

Siempre me ha sorprendido la asombrosa capacidad que tenemos los hombres para justificar nuestras acciones, fundamentalmente cuando hemos actuado mal. Y tal vez no sería exagerado señalar que en este campo, la inventiva y capacidad de argumentación humanas llegan a uno de sus niveles más altos.

Por cierto, esta necesidad de justificación refleja otra cosa mucho más profunda: la existencia de la conciencia, de esa voz interior que nos dice, aun pudiendo equivocarse, cuándo una acción propia o ajena es buena o mala, porque el hombre posee una estructura psicológica natural que lo lleva a no considerar indiferente cualquier uso de la libertad. Y además, esta necesidad de justificación revela que lo bueno y lo malo no dependen de nuestros caprichos, porque si así fuera, no habría explicación para que sintiéramos remordimiento por acciones que nos agradan; sería una especie de esquizofrenia, de doble personalidad, de enfermedad mental.

Sin embargo, volviendo a esta asombrosa capacidad de justificación, una forma de eludir las propias responsabilidades que ha ido ganando cada vez más terreno cuando hemos cometido una acción mala, es echarle la culpa a factores externos al propio sujeto o, en caso de ser internos, inmanejables para él, como el entorno social, factores psicológicos, genéticos, etc. Resulta claro que estos elementos influyen, y a veces decisivamente en la responsabilidad, pudiendo incluso anularla en algunos casos; mas pensar, como muchos hacen, que todo derive de estos factores, parece demasiado.

Y parece demasiado, porque si toda la culpa dependiera de estos factores independientes de la propia voluntad, seríamos autómatas, verdaderas marionetas de quién sabe qué factores inmanejables, que harían que nuestro libre albedrío desapareciera, con lo cual sería imposible castigar a alguien.

Además, suele ocurrir, sospechosamente, que estos factores sociales, psicológicos, genéticos o de otra índole, siempre son esgrimidos cuando hemos cometido una acción mala o negativa, precisamente para eludir nuestra posible responsabilidad. Sin embargo, respecto de las acciones meritorias, positivas o buenas, resulta muy extraño que sean atribuidas a dichos factores. En realidad, suele ocurrir exactamente lo contrario: que para conductas positivas el sujeto sí considera que ha sido plenamente libre, o si se prefiere, no está dispuesto a que el mérito no sea suyo, particularmente si se ha tratado de acciones difíciles.

El problema evidente es que un nivel mínimo de lógica exige ser coherentes respecto de nuestra libertad. Es decir, o ella existe o no existe, sin perjuicio de diversos factores que podrían eventualmente disminuirla o incluso hacerla desparecer en algunos casos. Lo que no puede ocurrir, no sólo por un problema de honestidad, sino del más estricto sentido común, es que para lo que nos conviene o agrada la libertad exista, siendo el mérito nuestro, mientras que para lo que no nos conviene o incomoda, ella desaparezca y eludamos la culpa. O si se prefiere, por una especie de ley de acción y reacción, si las culpas no son mías, si ellas desaparecen, los méritos deben correr la misma suerte. Pensar lo contrario no resiste el menor análisis.

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Max Silva Abbott



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