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65 horas de jornada laboral: Viva el liberalismo centrista

por José Luis Orella

Se suma a la “flexibilización” de horarios laborales que eliminan de nuestros barrios al pequeño comercio, la importación masiva de productos de países que carecen derechos laborales y cierran la industria textil o juguetera, o el fomento de una inmigración carente de los mínimos derechos de trabajo.

La aprobación de “medidas flexibilizadoras” de la jornada laboral, que pueden llegar en algunos sectores a 65 horas semanales, empiezan a recordarnos las estampas negras del pasado siglo XIX.

La destrucción de la familia y los entes intermedios de la sociedad propician la existencia exclusiva del individuo, algo fomentado por el liberalismo político, portavoz de un capitalismo salvaje.

Una sociedad individualizada, formada en el egocentrismo más absoluto, en que cada individuo sólo vive para sí, y acepta cualquier papel para sobrevivir. La eliminación de los valores comunitarios de la sociedad se sucedió en la época comunista, en los países del este europeo. En Occidente una parte se mantuvo dentro de los ámbitos católicos sociales de la Iglesia.

La amplia secularización fomentada desde la izquierda, pero también, desde los gobiernos liberales, van eliminando la última fortaleza comunitaria.

En este aspecto, la aprobación de una medida “esclavista” como la reciente, era sólo cuestión de tiempo.

Se suma a la “flexibilización” de horarios laborales que eliminan de nuestros barrios al pequeño comercio, la importación masiva de productos de países que carecen derechos laborales y cierran la industria textil o juguetera, o el fomento de una inmigración carente de los mínimos derechos de trabajo.

Pero la respuesta es también evidente, en mayo de 1991, Juan Pablo II “El Magno”, en el centenario de la Rerum Novarum de León XIII, hacía pública la encíclica Centesimus Annus, donde reclamaba la dignidad del trabajador y señalaba los males económicos del liberalismo.

Ese debería ser el manantial inspirador de nuestros políticos, después de cerrarse los oídos, como Ulises, para evitar los cantos de sirenas de algunos cantores del liberalismo salvaje, que rompen la tranquilidad de la mañana desde las ondas de sus programas de radio.

En un mundo con el petróleo y los alimentos caros, sólo los ricos pueden disponer del “privilegio” de tener derechos. Estamos dispuestos a vivir un nuevo siglo XIX, dibujado por Sarkozy y Merkel con el seguidismo en España de ambos brazos de la clase política del sistema.

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José Luis Orella



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