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Un gran cura

por Alejo Fernández Pérez

El Señor nos ha hecho como somos y no seré yo quien le discuta. No nos necesita para nada, pero nos exige que colaboremos con El en la obra de la creación, ayudando a mejorar lo mejorable.

Estamos pasando unos días calurosos junto al río Guadiana. Vamos a la misa de un pueblecito cercano: La Garrovilla. El sacerdote nos sorprende: Alto, fuerte, grueso, de imponente vozarrón y apariencia física. Enseguida comprobamos que además de un cura grande es un gran cura.

Nos sorprende la proximidad y apertura con que se dirige a los fieles. Su voz, armoniosa y modulada se oye desde todos los rincones sin necesidad de altavoces. La doctrina es comunicada en forma de charla intercalando alguna que otra historieta. Canta de forma más que notable y hace vibrar e intervenir a unos fieles entregados.

¿Quién es este cura? Pregunto en voz baja. Es Don Valeriano Dominguez, contestan. Don Valeriano al llegar al Padrenuestro se dirige a un joven de los primeros bancos. Poco más o menos ordena “Juanito saca las manos de los bolsillos y extiende las manos boca arribas. Los pobres piden a los hombres extendiendo una sola mano, nosotros pedimos a Dios Padre con las dos pues recibimos mucho más” Juanito sonriendo extiende sus manos y brazos con energía y la multitud le imita con decisión y presteza. Sonreímos todos. Se suplica y se ruega al Señor como lo hacen los niños pequeños con sus padres: ¡exigiendo! Estoy seguro que el Padre celestial también sonrió.

Allí había comunidad. Un pueblo enfervorizado actuaba y rezaba al unísono durante la misa, con lo que se reforzaba y vibraba bajo la batuta del Pastor. Los cantos apagados y cansinos, las oraciones y respuestas inaudibles estaban ausentes.

Un parroquiano me comenta: “Don Valeriano y yo somos bastante amigos. Puedo decirle que es un hombre muy sencillo, normal pero que se transforma y se convierte en otro hombre en cuanto sube al altar”

No se si es muy inteligente o no, pero cuando nos habla, la palabra de Dios nos llega a todos, diga lo que diga y como la diga. Dios puede hacerse entender hasta sin palabras. “Las ovejas oyen mi voz, dice Cristo, y no las ovejas entienden mi voz”

Don Valeriano es un buen cura, un verdadero regalo del Señor. Pero los hombres excepcionales, profesionalmente hablando, sean profesores, ministros, abogados, funcionarios, agricultores o de cualquier otra profesión son muy escasos, quizá no más de un 3 %. Don Valeriano es, pues, una excepción y nosotros en nuestra vida particular tenemos que tratar y trabajar con las personas que tenemos: buenas, regulares o malas. Todos tenemos la misma responsabilidad: elevar a los demás y para ello, por ejemplo, los profesores deberán tirar de los alumnos, pero los alumnos cuando es necesario deben empujar a los profesores. Cuando hay que decir algo, se dice, bien o mal, pero se dice y sobre todo se dice sin romper ni deteriorar la indispensable unidad y armonía del grupo

El Señor nos ha hecho como somos y no seré yo quien le discuta. No nos necesita para nada, pero nos exige que colaboremos con El en la obra de la creación, ayudando a mejorar lo mejorable. Con nuestra mente finita es inútil que intentemos entender al ser infinito que es Yahvé. El Señor viene en nuestro auxilio: “Venid a mi todos los que estáis cansados y fatigados que yo os aliviaré…” El Señor, nuestro Padre, sabe de que barro estamos hechos y lo único que nos exige es AMOR. Después , hagamos lo mejor que sepamos y podamos nuestros trabajos y descansemos en paz. Los Valerianos, los grandes hombres y los santos son regalitos que de vez en cuando nos hace el Señor para que iluminen nuestros caminos. ¡Gracias, Señor! Y en estos tiempos de crisis y persecuciones aumenta, por favor, un poquito el número de tus mejores

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Alejo Fernández Pérez



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