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La Paz de los Dioses y la persecución de los Cristianos

por Martín Ibarra Benlloch

Un sistema politeísta, al igual que un sistema relativista, son radicalmente incompatibles con el cristianismo. No significa esto que no puedan convivir momentáneamente, o que los cristianos no puedan ser en ocasiones tolerados. Significa que son realidades antagónicas y que, quien profundice en ellas, acabará persiguiendo.

Coinciden los años finales del siglo III no solo con un afianzamiento del culto solar, sino con un sincretismo solar, con el que se busca la convivencia pacífica de los grupos religiosos diferentes. Cada vez se habla más de un summus deus, que recibiría diversos nombres, pero que sería el mismo. Convenía que todos lo adoraran, pues eso era la garantía de la paz y de la prosperidad del Imperio. Pero se trataba de discernir cuál era esa divinidad [1] .

Por otra parte, tenemos la existencia de los dioses, tan estrechamente vinculados a la vida de las ciudades. El caso de Sócrates, nos puede situar en un contexto en el que la libertad religiosa de las personas resulta bastante desconocida. Es acusado de impiedad y de querer introducir en Atenas dioses nuevos, despreciando a los dioses patrios. Con ello corrompe a la juventud. La acusación tiene la suficiente fuerza como para que se le condene.

Otro ejemplo bien conocido es el de la obligación de sacrificar impuesta por el rey a sus súbditos. Entre estos se hallaban los judíos. Algunos comienzan a sacrificar a los dioses, lo que equivale a una apostasía. Hasta que el anciano Matatías derriba el ara sacrificial y encabeza la revuelta contra el "tirano". Esto es contemplado como una deslealtad grave, que debe de ser castigada.

Nosotros nos ceñiremos en nuestro artículo de manera exclusiva al Imperio Romano, tratando tres apartados: a) la carta de Plinio a Trajano (112) y su contestación; b) la mentalidad de Diocleciano (284-305) y de otros emperadores de la tetrarquía; c) Sincretismo y relativismo.

Con ello comprobaremos la importancia del concepto que se tenía de la pax deorum, y cómo esto llevo a unas actitudes constantes a lo largo del Imperio Romano. Ulteriores estudios podrán demostrar si esto es algo que se dio en otras épocas y otros  pueblos de la Antigüedad.

A) Carta de Plinio a Trajano y rescripto de Trajano (112)

En el mes de septiembre de 111, Plinio Secundo era legatus Augusti pro praetore de la provincia de Bitinia y Ponto. Al recorrer su provincia, descubrió que en algunas ciudades y pueblos se había planteado un problema con los cristianos. Muchos templos se habían quedado prácticamente vacíos y nadie se acercaba a comprar la carne procedente de los sacrificios. Muchos de ellos, en aplicación del institum Neronianum eran delatados como cristianos. "Empecé por interrogarles a ellos mismos. Si confesaban ser cristianos, los volvía a interrogar segunda y tercera vez con amenaza de suplicio. A los que persistían, los mandé ejecutar. Pues fuera lo que fuere lo que confesaban, lo que no ofrecía duda es que su pertinacia y obstinación inflexible tenía que ser castigada" [2] .

Las cosas, sin embargo, se fueron complicando. "Se me presentó un memorial, sin firma, con una larga lista de nombres. A los que negaban ser o haber sido cristianos, y lo probaban invocando, con fórmula por mí propuesta, a los dioses y ofreciendo incienso y vino a tu estatua, que para este fin mandé traer al tribunal con las imágenes -cosas todas que se dice ser imposible forzar a hacer a los que son de verdad cristianos-, juzgué que debían ser puestos en libertad". Otros, dijeron que habían sido cristianos, pero que ya no lo eran. "Estos también, todos, adoraron tu estatua y la de los dioses y blasfemaron de Cristo".

Se trata, como vemos, de faltas de carácter religioso. Plinio acusa a los cristianos de impiedad o ateísmo -no adoran a los dioses-, de superstitio illicita, y de una falta de reverencia al emperador porque rechazan el culto imperial. Pero esto último no había sido obligado a nadie, ni tampoco lo había exigido de manera expresa el emperador Trajano.

Ahora bien, ¿en qué consistía el crimen "o, si se quiere, su error"? Plinio recoge la información obtenida: "su error se había reducido a haber tenido por costumbre, en días señalados, reunirse antes de rayar el sol y cantar, alternando entre sí a coro, un himno a Cristo como a Dios y obligarse por solemne juramento no a crimen alguno, sino a no cometer hurtos ni latrocinios, ni adulterios, a no faltar a la palabra dada, a no negar, al reclamárseles, el depósito confiado". Todo esto no lo encuentras mal, ni le parece un peligro para el Estado. Pero como le parecía raro, optó por torturar a dos esclavas que "se decían ministras o diaconisas. Ninguna otra cosa hallé, sino una superstición perversa y desmedida".

Como quedan muchos cristianos acusados de tales, y Plinio no encuentra ningún cargo firme salvo su propio cristianismo, pregunta qué hacer al emperador. Y finaliza con la demostración de que la dureza en la persecución está obteniendo los frutos apetecidos, con una vuelta al culto de los dioses: "Lo cierto es que, como puede fácilmente comprobarse, los templos antes ya casi desolados, han empezado a frecuentarse, y las solemnidades sagradas, por largo tiempo interrumpidas, nuevamente se celebran, y que, en fin, las carnes de las víctimas, para las que no se hallaba antes sino un rarísimo comprador, tienen ahora excelente mercado. De ahí puede conjeturarse qué muchedumbre de hombres pudiera enmendarse con sólo dar lugar al arrepentimiento".

Plinio se pregunta si sería necesario ejecutar a todos los cristianos o si, por el contrario, conviene que se enmienden y se arrepientan. Observemos que, en el fondo, no se trata de que piense que no deben de ser castigados, sino de una opción de conveniencia y de tiempos. Para Marta Sordi, "la pregunta de Plinio -y aquí convengo con Wlosok y con Keresztes- es si el cristianismo es una falta, de acción o de pensamiento, una culpa o un error. Planteado de esta forma, el problema es característico del derecho romano, que desconocía el perdón para los "arrepentidos" por delitos contra las personas o contra el Estado" [3] .

Este es el quid de la cuestión. La acusación de ateísmo o de superstición no eran más que culpas. Se les condena sobre todo por su nomen, por el hecho simple de ser cristianos, pues non licet esse christianus, no está permitido ser cristiano.

¿Existe en la mentalidad de Plinio Segundo un hecho incompatible entre ser romano y cristiano? Por supuesto que sí. Pero él solo podía juzgar y condenar a los no romanos. A los ciudadanos romanos los remitió a Roma; pero de estos dice que estaban "atacados de semejante locura".

El rescripto del emperador Trajano a Plinio es un ejemplo de ambigüedad y contradicción. "No se los debe buscar; si son delatados y quedan convictos, deben ser castigados; de modo, sin embargo, que quien negare ser cristiano y lo ponga de manifiesto por obra, es decir, rindiendo culto a nuestros dioses, por más que ofrezca sospechas por lo pasado, debe alcanzar perdón en gracia de su arrepentimiento. Los memoriales, en cambio, que se presenten sin firma, no deben admitirse en ningún género de acusación, pues es cosa de pésimo ejemplo e impropia de nuestro tiempo".

Tertuliano comenta admirado esta sentencia del emperador en su Apologético, datado en el 197-198, estando todavía en vigor el rescripto de Trajano. "¡Oh sentencia forzosamente confusa! Prohíbe se los busque como inocentes y manda se los castigue como culpables. Perdona y es cruel, disimula y castiga. ¿Cómo es, ¡oh censor!, que te censuras a ti mismo? Si condenas, ¿cómo es que no haces también pesquisas? Si no las haces, ¿por qué no absuelves? Para dar batida a los salteadores, por todas las provincias se establecen puestos de soldados; contra los reos de lesa majestad y los públicos enemigos, todo ciudadano es soldado y la pesquisa se extiende a los cómplices y confabulados. Sólo al cristiano no es lícito buscarlo; sí, en cambio, es lícito delatarle, como si el término de la inquisición pudiera ser otro que la delación. Condenáis, pues, a un denunciado a quien nadie quiso se le buscara; ese tal, a lo que alcanzo, no mereció la pena por ser culpable, sino porque, no debiendo ser buscado, fue hallado" [4] .

De cualquier manera, en el pensamiento del emperador Trajano queda muy claro que es suficiente con que los cristianos nieguen ser tales y sacrifiquen a los dioses. Este "arrepentimiento", esta apostasía es suficiente [5] . Lo cual quiere decir que, para Trajano, ser cristiano y ciudadano romano resulta incompatible.

Cicerón ha conservado un importante texto legal antiguo: separatim nemo habessit deos; neve novos, neve advenas, nisi publice adscitis, privatim colunto: nadie puede separarse de la ciudad en el culto de los dioses, como no puede nadie infringir sus leyes o negarle su servicio sin dejar, ipso facto, de ser ciudadano y caer bajo su justo castigo [6] . No existe la libertad de las conciencias. Y resulta palmario que ningún ciudadano puede hurtarse de rendir culto a los dioses, sin dejar de ser ciudadano o castigado justamente.

Pero una minoría se había resistido a ello, la judía, y otra nueva minoría, la cristiana, lo hacía en la actualidad. Los judíos contaron pronto con el apoyo del poder, ya desde Julio César [7] . Y aceptaron el culto imperial, cosa que los cristianos no hicieron nunca [8] . No nos extraña que los cristianos tardaran más en contar con el apoyo imperial.

B)La mentalidad de Diocleciano (284-305) y de otros emperadores de la tetrarquía (293-313)

Diocleciano era un pagano convencido. Además de las fuentes literarias, tanto paganas como cristianas, que hacen alusión a ellos, tenemos otros elementos que reflejan muy bien cuál es la esencia de su pensamiento. Estos son las acuñaciones monetarias, con unos cambios muy significativos y algunas esculturas que hacen construir, que nos dan la clave de su concepción teocrática y también de la tetrarquía. No es que Diocleciano se hiciera perseguidor de los cristianos de la noche a la mañana. Es que sus fundamentos religiosos le llevaban a ello. Al llevar a cabo una política religiosa arcaizante, volviendo a las esencias y costumbres romanas, no podía más que incidir en la incompatibilidad de ambas realidades, paganismo y cristianismo. ¿Acaso podía existir una Romanitas diferente a la que se había dado hasta el momento, con un emperador o un imperio cristiano? Eso era algo inconcebible para Diocleciano y para otros emperadores de la tetrarquía.

1. Un pagano convencido.

Diocleciano sintió una gran devoción hacia algunos dioses, sobre todo Júpiter y el hérore-dios Hércules. En las acuñaciones monetarias, los tipos que más se repiten son los de Júpiter, Hércules, Marte y el Sol [9] . La asimilación de los emperadores a algún dios se había realizado desde Octavio Augusto, que utilizó mucho a Júpiter en la iconografía. Calígula lo hará de Júpiter Óptimo Máximo, lo mismo que Trajano. Adriano acuñará monedas donde aparece el águila de Júpiter. Y también Hércules aparece como uno de los símbolos del emperador que pone en orden al mundo librándolo de todo mal. El emperador Cómodo se identificará con Hércules. Y otros muchos emperadores, como Aureliano, Probo, Caro y Carino propondrán a Hércules y Júpiter como protectores de su reinado.

Diocleciano les concedió una gran importancia; en labios del rétor pagano Libanio, Diocleciano fue el que había sabido, de la mejor manera posible, hacer que los dioses de los emperadores gobernaran el mundo [10] . Diocleciano se hizo llamar Iovius, hijo de Júpiter y a su colega Maximiano, Herculius, hijo de Hércules. Son los primeros que aparecen en las inscripciones llamados aeterni como personas, mientras que hasta entonces la locución aeternitas Augustorum, aeternitas principum, se referían a la eternidad del poder, es decir a la dinastía imperial.

En su ideología, los verdaderos gobernantes del imperio romano y del cosmos eran Júpiter y Hércules. Pero estos reinaban a través suyo, eran sus representantes y depositarios de su virtud divina. De ahí que la tetrarquía que estableció Diocleciano tuviera unas bases teocráticas del poder imperial. Eran los dioses los que los habían elegido, a través de los hombres.

Otro de los elementos de la ideología tetrárquica es el de la concordia, muy unida al colegio imperial de los cuatro príncipes. Esta idea de concordia aparece en numerosas ocasiones en la iconografía. Lo hace en las monedas desde el principio, hasta el final, los años 304-305. Ejemplos notables de esto lo tenemos en los grupos de San Marcos y del Vaticano. La concordia imperatorum estaba en la base de la concordia militum. No es casualidad que el año 293 tenga lugar la reforma monetaria con la introducción del folles, y que en ella aparezca como tipo en su reverso como el Genius Populi Romani, una personificación con la que se pide a todos los habitantes del imperio la unidad y la romanidad. Con esta medida, se han suprimido todas las variaciones anteriores. También aparecen en el anverso los cuatro emperadores sacrificando juntos [11] . Los emperadores son los primeros que han de dar ejemplo de pietas erga deos, ya que gracias a esa actitud garantizan la felicidad del orbis terrarum [12] .

Este sistema tetrárquico, con esta sustentación teocrática garantizaba la estabilidad del Imperio Romano. Así al menos pensaba su fundador, Diocleciano. Todo aquel que lo negara, pondría en peligro la estabilidad del Imperio y por consiguiente, se declaraba contrario al mismo. La incompatibilidad con el cristianismo quedaba manifiesta. ¿Cómo iban a tolerar los hijos de Júpiter y Hércules a los cristianos, que creían en un solo Dios? ¿Cómo iban a tolerar los cristianos la osadía de esos emperadores que se hacían hijos de dioses que no existen?

Lactancio, que estuvo de retor en la ciudad imperial de Nicomedia, llamado por el emperador Diocleciano, conocía bien todo esto. En su libro titulado Instituciones Divinas, arremete contra el politeísmo y expone la verdad cristiana de manera asequible a un amplio público proveniente del paganismo. Los dioses que salen peor parados son Júpiter y Hércules. Además, los tetrarcas sostenían que se encontraban en una nueva edad de oro, que se conmemoraba con ocasión de las celebraciones de los cinco, diez y veinte años de imperio de los emperadores, y que queda reflejado en las monedas que se acuñan. En el panegírico ya mencionado del año 291, se sostiene que la edad de oro de Saturno ha vuelto ahora bajo los auspicios de Júpiter y Hércules [13] .  Lactancio niega por completo esta pretendida edad de oro. Y después del trágico final de Galerio, Severo y Maximino, escribe: "¿Qué es ahora de aquellos sobrenombres de Jovios y Hercúleos, brillantes e ilustres entre las gentes, que, por vez primera, adoptaron con insolencia Diocles y Maximiano y, después, heredaron y mantuvieron sus sucesores? El Señor, en verdad, los aniquiló y erradicó de la tierra" [14] .

La incompatibilidad teórica aparece bastante diáfana. La mentalidad de Diocleciano y el sistema político y su sustentación teocrática no permiten otro resultado que la eliminación de los adversarios. Además, está el valor de las fechas elegidas por Diocleciano, cargadas todas ellas de una gran intencionalidad, que nos demuestran una vez más que nos hallamos ante un pagano convencido. La elección del primero de marzo como dies imperii de los césares Constancio y Galerio resulta clara, debido a las múltiples connotaciones astrológicas de este día. Lo mismo se puede pensar de la proclamación de Maximiano el 13 de diciembre, día consagrado a Júpiter. Por último, la gran persecución se inicia el 23 de febrero, festividad de los Terminalia, fiesta de Iupiter Terminus. Esta fiesta ponía fin al año romano antiguo. Y muy posiblemente Diocleciano quería significar con ello el final de una época y el inicio de otra, sin cristianos [15] .

2. Argumentos de Diocleciano y de Galerio antes de la persecución de 303 .

Lactancio nos ha conservado en su opúsculo Sobre la muerte de los perseguidores, un relato de cómo Galerio fue el inductor de la gran persecución del año 303. Sin entrar en el fondo de la cuestión, sí deseamos tratar brevemente de algunas de las cosas que ahí se dicen, para que se vea la mentalidad imperante.

La madre de Galerio "adoraba a los dioses de las montañas" y "ofrecía banquetes sacrificiales casi diariamente" (XI,1). "Los cristianos se abstenían de participar, y mientras ella banqueteaba con los paganos, ellos se entregaban al ayuno y la oración" (XI,2). Su hijo Galerio, llevado por las quejas de su madre, concibió un gran odio hacia ellos y decidió eliminarles. En el invierno del año 302, Diocleciano y Galerio coincidieron en el palacio imperial de Nicomedia para tratar de diferentes asuntos y, sobre todo, de este.

Diocleciano "insistía en que los cristianos acostumbraban a morir con gusto y que era suficiente con prohibir la práctica de esta religión a los funcionarios de palacio y a los soldados" (XI,3). Consultó Diocleciano con algunos altos funcionarios y militares sobre este asunto. "Algunos, llevados de su odio personal contra los cristianos, opinaron que éstos debían ser eliminados en cuanto enemigos de los dioses y de los cultos públicos; los que pensaban de otro modo coincidieron con este parecer, tras constatar los deseos de esta persona, bien por temor, bien por deseo de alcanzar una recompensa" (XI,6). Todavía no tomó una resolución Diocleciano, sino que envió un arúspice al Apolo Milesio, que respondió "como enemigo de la religión divina" (XI,7). Por todo ello, Diocleciano decide comenzar la persecución el día 23 de febrero de 303, con la destrucción de la iglesia de Nicomedia, la quema de las Sagradas Escrituras y el saqueo de sus propiedades. "Al día siguiente se publicó un Edicto en el que se estipulaba que las personas que profesasen esta religión fuesen privadas de todo honor y de toda dignidad y que fuesen sometidas a tormento, cualquiera que fuese su condición y categoría; que fuese lícita cualquier acción judicial contra ellos, al tiempo que ellos no podrían querellarse por injurias, adulterio o robo; en una palabra, se les privaba de la libertad y de la palabra" (XIII,1).

A partir de este momento, la persecución no hará más que endurecerse, tal y como deseaba Galerio. Pero resulta más que suficiente para comprobar cuál era la mentalidad de Diocleciano a este respecto. Se sentía asistido, como todos los emperadores, por la ideología imperial, que hacía del emperador el defensor de la paz y de la libertad de sus súbditos. El emperador era el garante del orden y debía castigar a quien lo perturbara. El emperador era el garante de que las cosas iban a ir bien. Esto solo era posible si se hacía caso de las tradiciones patrias y se cumplía con las obligaciones a los dioses.

Cuando los cristianos se abstienen de los sacrificios a los dioses de las montañas, están atentando contra la paz de los dioses. Las consecuencias pueden ser funestas. Cuando los cristianos se niegan a dar culto al emperador, están demostrando no ser ciudadanos leales [16] . Quizás por esto, deba de apartárseles de la administración y del ejército. Para ser buen ciudadano, para defender al imperio como militar, hace falta aceptar sus esencias patrias. Sus dioses. Así se había actuado en otras ocasiones; el primer paso que se dio fue el de suprimir los jueces, los gobernadores, los funcionarios, los soldados cristianos.

El edicto de persecución muestra cómo, una vez más, el poder político interviene en la esfera privada, para lo que se cree con todo derecho. Además, el simple hecho de ser cristiano hace perder toda clase de derechos. Resulta incompatible ser ciudadano romano y cristiano, por lo que parece. La incompatibilidad estaba clara en la mente de Diocleciano, quien solo se había detenido por razones de prudencia política, para ver si era o no el momento adecuado y hasta dónde debía llegar la persecución y aniquilamiento del enemigo.

Por otra parte, Lactancio nos muestra un perfil más negro todavía sobre Diocleciano. Se prende fuego en el palacio imperial de Nicomedia, y el emperador se encoleriza con todos. "Y antes que a nadie, obligó a su hija Valeria y a su esposa Prisca a que se mancillasen ofreciendo sacrificios" (XV,1). Muy posiblemente ambas mujeres fueran catecúmenas [17] . Diocleciano no se detiene ni ante su esposa ni ante su hija; tampoco lo hará Galerio, desposado con Valeria y por ello yerno de Diocleciano. Nada les diferencia a la hora de violentar voluntades, ni siquiera los lazos familiares.

El único agravante que pesa sobre Galerio, según recoge Lactancio, es el de su barbarie, su afán de sangre. Tanto él como Diocleciano eran partidarios de perseguir a los cristianos, pero mientras Diocleciano sostenía al principio en que "todo se hiciese sin derramamiento de sangre, en tanto que el César deseaba que fuesen quemados vivos los que se negasen a ofrecer sacrificios" [18] . Esta pena se comienza a aplicar en cuanto se aprueba el edicto persecutorio: "Personas de todo sexo y edad eran arrojadas al fuego y el número era tan elevado que tenían que ser colocados en medio de la hoguera, no de uno en uno, sino en grupos" (XV,3).

3. El edicto de Galerio de 30 de abril de 311.

"Entre las restantes disposiciones que hemos tomado mirando siempre por el bien y el interés del Estado, Nos hemos procurado, con el intento de amoldar todo a las leyes tradicionales y a las normas de los romanos, que también los cristianos que habían abandonado la religión de sus padres retornasen a los buenos propósitos". Así comienza el edicto en el que el emperador Galerio, enfermo, decide cesar la persecución. Todo lo ha hecho por el bien del Estado: así hablan los utópicos. Y hay que "amoldar todo a las leyes tradicionales", también las conciencias y la religiosidad: así hablan los totalitarios.

Pero es una manera de pensar propia de los romanos que, de algún modo, se acentúa a partir de Octavio Augusto. ¿Cómo no pensar en los versos de Horacio: "Tu imperio lo debes a que te humillas ante los dioses: de aquí tu gloria, a ellos has de referir tus éxitos"? [19] . O en el fragmento conservado de Ennio: "Las antiguas costumbres y el valor de sus hombres, mantienen firme al Estado romano" [20] .

¿Cómo interpreta Galerio la actitud de los cristianos? "En efecto, por motivos que desconocemos se habían apoderado de ellos una contumacia y una insensatez tales, que ya no seguían las costumbres de los antiguos, costumbres que quizá sus mismos antepasados habían establecido por vez primera, sino que se dictaban a sí mismos, de acuerdo únicamente con su libre arbitrio y sus propios deseos, las leyes que debían observar y se atraían gentes de todo tipo y de los más diversos lugares". Los cristianos son "insensatos". Además, no viven de acuerdo con las normas políticas establecidas. En esto no importa nada ni la persona, ni la ley natural, ni la verdad. Eso es algo que al gobernante no importa demasiado; lo importante es que nadie transgreda lo establecido.

El transgresor debe ser excluido y castigado. "Tras emanar nosotros la disposición de que volviesen a las creencias de los antiguos, muchos accedieron por las amenazas, otros muchos por las torturas". El poder político interviene en la esfera privada, buscando el bien del Estado, con amenazas y torturas. El perseguidor ni se plantea si tiene derecho o no a ello: es un benefactor de la humanidad y ve más claro y más lejos que los demás.

Pero ¿qué ha sucedido que no entraba en los cálculos del poder? "Mas, como muchos han perseverado en su propósito y hemos constatado que ni prestan a los dioses el culto y la veneración debidos, ni pueden honrar tampoco al dios de los cristianos..." Lo importante es la pax deorum. Si esta falla, el imperio se hundirá. No vale que nadie se hurte a ella. Si no es de una manera, puede hacerlo de otra. Lo importante es que haya una pax deorum. En el fondo, Galerio no entiende qué diferencia puede haber entre el Dios cristiano y los demás. Entre el Dios cristiano y Júpiter, o el Sol.

"...en virtud de nuestra benevolísima clemencia y de nuestra habitual costumbre de conceder a todos el perdón, hemos creído oportuno extenderles también a ellos nuestra muy manifiesta indulgencia, de modo que puedan nuevamente ser cristianos y puedan reconstruir sus lugares de culto, con la condición de que no hagan nada contrario al orden establecido". Los cristianos han obrado mal, pero Galerio los perdona. El perseguidor es quien, benevolente, les permite seguir siendo cristianos y tener unas manifestaciones cultuales públicas. Galerio está convencido de que tiene derecho a ello y, por consiguiente, que los cristianos ni cualquiera otro, tienen derecho a lo mismo por la sencilla razón de ser personas. La libertad religiosa tiene una limitación clara: "que no hagan nada contrario al orden establecido". El "orden establecido" puede exigir muchas cosas. Por ello, desde el poder, se podrá nuevamente perseguir a los cristianos quienes, previamente, han ido en contra de ese "orden establecido".

El resultado de esta paz, es que los cristianos siguieron dependiendo de la bondad o maldad de los emperadores hacia ellos.

4. La persecución de Maximino Daya

Poco después, el emperador Maximino Daya que controla Oriente, decide perseguir de una manera más sutil, hasta cierto punto más actual. Se trata de conseguir acabar con el cristianismo sin que haya mártires. Se trata de utilizar la propaganda, la calumnia y la educación en la escuela para acabar con los cristianos.

Para ello utiliza en primer lugar a los elementos rectores de las ciudades. Así lo explica Eusebio de Cesarea: "El mismo Maximino estableció por cada ciudad como sacerdotes de los ídolos y, por encima de éstos, como sumos sacerdotes, a todos los que más se habían distinguido en las funciones públicas y que en todas habían adquirido fama" [21] . Esto se entiende bien, ya que los dioses paganos no tenían una existencia independientemente de las ciudades, siendo los elementos rectores de las ciudades los que copaban la mayor parte de los sacerdocios oficiales [22] .

También hace difundir las actas falsas de Pilato, llenas de blasfemias contra Cristo según informa Eusebio de Cesarea, y hace que se estudien en la escuela. "Después de inventar -como suena- unas Memorias de Pilato y de Nuestro Salvador, abarrotadas de todo género de blasfemias contra Cristo, con la anuencia del soberano las distribuyen por todo el país sujeto a su mando, con instrucciones escritas para que en todo lugar, lo mismo en los campos que en las ciudades, se expusieran públicamente a todos y los maestros de escuela se cuidaran de enseñarlas a los niños en vez de las ciencias, y hacérselas retener de memoria" (IX,5,1). Por primera vez, el Estado pagano impone una enseñanza anticristiana de manera abierta.

Además, capturan a prostitutas en Damasco, a las que atormentan en la plaza pública y les obligan bajo tortura a afirmar que "algún tiempo habían sido cristianas y que entre los cristianos habían visto acciones criminales, y que éstos cometían acciones licenciosas en las mismas casas del Señor, y todo cuanto querían que ellas dijeran para calumnia de nuestra doctrina" (IX,5,2). Esta era una forma de actuar que ya había sido denunciada en la segunda mitad del siglo II por san Justino: "Y, en efecto, tratando de dar muerto a algunos cristianos fundados en las calumnias que corren contra nosotros, arrastraron también a esclavos, niños o mujerzuelas y, por medio de espantosos tormentos, los forzaron a repetir contra nosotros los cuentos del vulgo, los mismos crímenes que ellos cometen públicamente" [23] .

Todo esto prepara la nueva persecución del emperador Maximino. Conocemos su rescripto de persecución por la copia de la estela de Tiro que nos ha traducido Eusebio de Cesarea. Merece la pena citar algunos párrafos, para dilucidar el punto de vista de Maximino. Comienza así: "Por fin, la débil audacia de la mente humana se ha fortificado al haber sacudido y disipado toda oscuridad y tiniebla de error -el mismo que antes de ahora, asediaba con la sombra funesta de la ignorancia- de los sentidos de unos hombres no tan impíos cuanto desgraciados, y reconoce que es regida y consolidada por la providencia benevolente de los dioses inmortales" (IX,7,3).

El amor a los dioses se manifiesta en los habitantes de Tiro. Su religiosidad les priva de la ruina funesta que se deriva de no rendirles el culto y sacrificio debidos. "Porque, ¿quién podría ser tan insensato y ajeno a todo entendimiento que no comprenda que, a la solicitud benevolente de los dioses debemos el que la tierra no niegue las semillas a ella confiadas ni arruine con vana espera la esperanza de los campesinos?". Las calamidades "ocurrieron por causa del funesto error de la vana impostura de esos hombres inicuos, cuando prevalecía en sus almas y casi, por así decirlo, abrumaba con sus deshonras a todas las regiones del mundo habitado" (IX,7,9). Han sido los cristianos los responsables de todas las calamidades del pasado, una acusación recogida anteriormente por otros escritores cristianos [24] .

Los que hayan renunciado a su locura e impiedad -siendo cristianos- que se alegren, como libres "de una terrible enfermedad". Pero "si permanecieren en su maldita impostura, que sean separados y arrojados bien lejos de vuestra ciudad y de sus contornos, conforme lo pedisteis, para que de esta manera vuestra ciudad, apartada de toda mancilla y de toda impiedad, siguiendo vuestra laudable diligencia en este asunto y vuestro natural propósito, pueda con la debida reverencia prestarse a los sacrificios rituales de los dioses inmortales.

5. La palinodia de Maximino

Las cosas se tuercen para el emperador Maximino, que tiene que hacer frente a un periodo de hambre, peste y guerras. Si se había ufanado de que todo le era próspero por su devoción y piedad a los dioses patrios, parece que estos le han abandonado. Eusebio de Cesarea lo interpreta como la intervención de Dios a su lado: "Dios, campeón de su propia Iglesia, haciendo tascar el freno, por así decirlo, al orgullo del tirano contrario a nosotros, demostró que el cielo era un aliado puesto de nuestro lado" (IX,7,16).

A finales del año 312, Maximino escribe una carta en la que, de mala gana, acaba reconociendo la libertad de los cristianos. Resulta muy interesante leer los argumentos del perseguidor. "Jovio Maximino Augusto, a Sabino: Estoy persuadido de que, lo mismo para tu firmeza que para todos los hombres, es evidente que nuestros señores y padres, Diocleciano y Maximiano, cuando se dieron cuenta de que casi todos los hombres, abandonando el culto de los dioses, se habían mezclado con la raza de los cristianos, obraron rectamente al ordenar que todos los que habían desertado del culto de sus propios dioses inmortales fueran de nuevo llamados al culto de los dioses mediante corrección y castigo ejemplar" (IX,9ª,1).

Nuevamente vemos la unión estrecha entre comunidad política y religiosa, e intromisión del poder político en la esfera personal y las creencias más íntimas de los ciudadanos. Así obraban -y obran- los paganos, convencidos de actuar rectamente. La pax deorum justifica cualquier intervención, incluso la violencia, "corrección y castigo ejemplar", contra los que estén en desacuerdo.

Continúa su carta con un ramalazo posibilista, oportunista: "Pero cuando yo llegué por primera vez al Oriente bajo buenos auspicios y me enteré de que en algunos lugares los jueces habían desterrado por la causa antes señalada a numerosísimas personas que podían ser útiles al Estado, di órdenes a cada uno de los jueces para que en adelante ninguno de ellos se comportara duramente con los habitantes de las provincias, sino que, más bien, con halagos y exhortaciones, intentaran llamarlos de nuevo al culto de los dioses" (IX,9ª,2).

Esta es la demostración de una táctica muy efectiva, a la vez que nos muestra su religiosidad pagana y su punto de vista estrictamente político. No se preocupa por los campesinos, pequeños artesanos, pescadores, a los que se pueda reprimir sin que afecte para nada a la seguridad del Estado. Pero a las personas cualificadas, "útiles al Estado", de las que no se puede prescindir para que no se entre en una crisis política manifiesta, hay que "corregirlas" de otra manera más persuasiva, con "halagos y exhortaciones".

Esta política de halagos para "reconocer el culto de los dioses" puede dar algunos frutos, y es preciso recibir a los cristianos que apostaten. "Pero si algunos desean seguir su propio culto, podrías ir dejándolos en su libertad" (IX,9ª,8). Se arrincona la persecución abierta y sangrienta, para primar la labor de seducción y apostasía, acomodándose a las actuales circunstancias. Los cristianos eran nuevamente tolerados, como se toleraba a los enfermos incurables.

Pocos meses más tarde, enfrentado Maximino con el emperador Licinio, publica un nuevo edicto a favor de los cristianos, posiblemente para atraérselos de cara a la confrontación bélica que se hacía inevitable. De la traducción del texto, ofrecemos un único párrafo que nos muestra bien el pensamiento del emperador:

"Por consiguiente, para eliminar en lo sucesivo toda sospecha y ambigüedad causantes de temor, hemos determinado que se promulgue esta orden, con el fin de que a todos sea manifiesto que, por este regalo nuestro, a quienes quieran tomar parte en semejante secta y religión les es lícito acercarse, de la manera que cada uno quiera, o como más le guste, a aquella religión que haya elegido practicar habitualmente. Y también les queda permitido el construir sus iglesias propias" (IX,10,10).

No se trata tanto de reconocer un derecho que todos poseemos por el hecho de ser personas o, incluso, un derecho y un deber como criaturas, a rendir culto a Dios. Se trata de un "regalo nuestro", un regalo de Maximino; lo mismo que lo da lo puede quitar y elegir libremente la religión no es algo que le parezca propio de la naturaleza humana. Es, pues, una concesión más política que fruto del convencimiento personal.

C) El sincretismo y el relativismo.

Se ha escrito con cierta profusión, que el período helenístico se caracteriza por su individualismo, su relativismo y por unas tendencias sincréticas importantes. Esto es algo que hay que matizar mucho, pero en líneas generales sí se puede hablar de una época con una tendencia mayor que las anteriores al individualismo, el relativismo y el sincretismo.

Unos siglos más tarde, coincidiendo con el mayor peso del oriente del Imperio Romano, las tendencias individualistas, relativistas y sincréticas aumentan. Citaremos unos casos, a modo de ejemplo, antes de abordar con detalle la relación que puede existir entre el sincretismo y la actitud persecutoria o tolerante hacia el cristianismo.

1. Severo Alejandro

Del emperador Severo Alejandro (222-235) nos han llegado noticias muy diversas, en algunas de las cuales se advierte una estima sincera hacia los cristianos. Un ejemplo de ello sería, por ejemplo, el hecho de encargar al escritor cristiano Sexto Julio Africano, de la construcción y ordenación de la biblioteca del Panteón, en Roma, en torno al año 227-228. De este escritor se conservan extensos fragmentos de su obra enciclopédica, los Kestoi, dedicados al emperador Severo Alejandro. La opinión que tuvo sobre la organización eclesiástica fue óptima y se le consideró un emperador filocristiano [25] .

El autor de la Vita Alexandri, en la Historia Augusta nos refiere algunas noticias sobre el emperador que a primera vista, resultan sorprendentes. La primera, como muestra de buen emperador que se lleva bien con todos: “Mantuvo a los judíos sus privilegios. Permitió que hubiera cristianos. Fue tan deferente con los pontífices, los quindecenviros y los augures, que les permitía revisar el veredicto de determinadas causas relativas al culto que él ya había sentenciado” [26] .

La segunda, su intención de levantar un templo a Cristo y admitirlo entre los dioses de Roma: "Si estaba en Roma (Alejandro Severo), cada siete días subía al Capitolio y frecuentaba los templos. Tuvo intención de levantar uno a Cristo y ponerle en el número de los dioses. Pensamiento que se dice tuvo también Adriano, quien había mandado construir en todas las ciudades templos sin simulacros. Estos templos, aun hoy día, por no tener númenes a quienes estén consagrados, se llaman de Adriano, quien se decía que justamente para este fin los mandaba construir. Mas, por lo que a Alejandro Severo se refiere, le disuadieron de su idea los sacerdotes, según los cuales, de haberla llevado a cabo, se hubieran hecho todos cristianos y quedarían los templos desiertos" [27] .

La tercera, el que en su larario privado dio culto personalmente a Cristo junto a Abraham, Orfeo, Apolonio de Tiana y a sus predecesores en el imperio. “Este fue su plan de vida: primero, si le era lícito, es decir, si no se había acostado con su esposa, hacía un sacrificio por la mañana en su larario en el que tenía las estatuillas de los emperadores divinizados, aunque solamente una selección de los mejores, y las de seres de gran honorabilidad, entre los que se hallaban Apolonio y, según el testimonio de un escritor de su época, Cristo, Abrahán, Orfeo y otros personajes parecidos a ellos, y las estatuas de sus antepasados” [28] . No se sabe cuál era la intención del autor de esta Vita Alexandri al incluir a Cristo entre Abrahám, Orfeo y Apolonio de Tiana, además de los emperadores divinizados. Porque ni Abrahám, ni Orfeo ni Apolonio, ni los emperadores divinizados, fueron dioses. Incluir a Cristo entre ellos sería considerarlo un mero hombre.

Severo Alejandro se nos aparece como una persona que busca sinceramente el monoteísmo, con independencia de que se le llame de una manera o de otra. Para Sordi, desea devolver al Imperio "con este summus deus de muchos nombres, una nueva unidad espiritual en la que todos, paganos, judíos y cristianos se pudieran reconocer de igual manera, ut quemadmodum deus colatur, representan el punto más alto y quizá más consciente del sincretismo severiano" [29] .

Naturalmente, esta tendencia sincretista, que propugnaba una tolerancia religiosa, resultaba un gran peligro para la fe cristiana. Poco tenía que ver el Dios creador y único, con la vaga divinidad del paganismo. Y menos todavía con el uso que se hacía por parte de los romanos de la religión al servicio de la patria. Recordemos las palabras que Dión Casio puso en labios de Mecenas en su discurso a Octavio Augusto, en que le aconseja que honrara a la divinidad "según los usos patrios" y que obligara a los demás a honrarla, que odiara y castigara a aquellos que se comportaban en el culto como extranjeros: "y no sólo por los dioses, sino porque la gente que introduce nuevas divinidades y convence a muchos para que adopten costumbres extranjeras constituye un peligro para la monarquía". Palabras que Dión Casio dirigía al emperador Severo Alejandro para que abandonara su tolerancia.

El segundo momento bonancible es el que sigue a la paz de Galieno. Durante varias décadas, los cristianos no son abiertamente perseguidos y por ello vuelven a aparecer entre los estamentos dirigentes y el ejército. A muchos de ellos, sobre todo a los magistrados y altos cargos, se les dispensará del culto a los dioses y del culto imperial. Esta dispensa era una manera clara de atraer a los cristianos a la administración.

2. El sincretismo solar

Tertuliano en su Apologético había salido al paso de los que interpretaban mal el sentido del domingo, dies solis, y pensaban que los cristianos adoraban al Sol. "Otros, muchos más humana y verosímilmente creen que el sol es nuestro dios. Seremos, si acaso, asimilados a los persas, aunque nosotros no adoremos al sol pintado en un lienzo, teniéndolo en todas partes en su bóveda celeste. El origen de tal sospecha proviene del hecho notorio de que nosotros oramos vueltos hacia la región de oriente. Pero también muchos de vosotros, mostrando alguna veneración hacia los astros, movéis los labios vueltos hacia la salida del sol" [30] .

Dos décadas más tarde de escribirse lo anterior, alcanzaba el poder imperial Heliogábalo (218-222), sacerdote del Baal de Emesa, que quiso convertir a Baal en el primer dios del imperio y que se declaró él mismo gran sacerdote del culto solar. Todos los dioses estaban subordinados al Sol, el summus deus, del que no eran más que aspectos y manifestaciones. Sus excentricidades y aberraciones, propiciaron su asesinato en 222. A él le seguirá Severo Alejandro, cuya actitud sincretista ya hemos comentado.

Bajo el reinado de Aureliano (270-275), llega al máximo el culto oficial al Sol. Aureliano tomó algunas medidas que beneficiaron a los cristianos de Antioquía, pero se debió a un criterio estrictamente político. Adquiere los títulos de Deus et dominus, porta la diadema radiada y el manto de oro, emblema solar y aparece en las monedas frente a la divinidad suprema Deus Sol Invictus, del que será pontífice máximo [31] . Y no llegó a firmar los edictos de persecución contra los cristianos por su muerte inesperada  [32] .

Coinciden estos años finales del siglo III no solo con un afianzamiento del culto solar, sino con un sincretismo solar, con el que se busca la convivencia pacífica de los grupos religiosos diferentes. Cada vez se habla más de un summus deus, que recibiría diversos nombres, pero que sería el mismo. Convenía que todos lo adoraran, pues eso era la garantía de la paz y de la prosperidad del Imperio. La elección de este dios fue uno de los principales problemas de esta época; hay quien piensa que fue el principal problema político del momento [33] .

Constancio Cloro tuvo una devoción clara hacia el culto solar que, muy probablemente, compartió su hijo Constantino. Éste fue proclamado césar en el año 306 y en las campañas que realizó contra Majencio, incluyó en los escudos y estandartes el signo de la cruz que había visto en un sueño o en una visión y que atribuyó al Dios de los cristianos la victoria que había logrado con ese signo. Algunos piensan que se trata de una simple simbología solar, mientras que otros lo relacionan con el símbolo cristiano [34] .

Sin embargo, conviene que reparemos en unas fuentes muy importante para ver el cambio experimentado por el emperador Constantino, y no son otras que los panegíricos latinos. Examinaremos brevemente el panegírico que hizo en Tréveris un retor pagano del año 313 delante del propio emperador. En él se exalta la victoria de Constantino sobre Majencio y la celebración del origen divino de la misma: los responsos de los arúspices y los colaboradores más estrechos del emperador eran contrarios a la expedición bélica. El rétor anónimo se pregunta "qué dios y qué praesens maiestas lo habían impulsado". Porque Constantino tiene una relación especial con esa "mente divina", que sólo se le manifiesta a él (2,5). Después de una enumeración pormenorizada de las campañas militares en Italia, el rétor explica que Constantino se enfrentó a un adversario al que la divina mens le había quitado el juicio, a fin de que pudiera ser derrotado (16,2; 18,1). Y concluye el panegírico con una plegaria al summae rerum sator "que quiso tener tantos nombres cuantas son las lenguas de los pueblos y del que no podemos saber cómo quiere que se le llame", mens divina inmanente al mundo o autor transcendente de todo movimiento, potestad suma situada por encima de todos los cielos.

El autor, un pagano convencido, emplea grandes circunloquios en los que la religión pagana sale bastante mal parada, y una difusa divinidad, un dios supremo, cuida de Constantino de una manera especial. Ya no estamos como unos años atrás, cuando los panegiristas salpicaban sus discursos de alusiones a los dioses con sus nombres de Júpiter, Apolo, Mercurio, Liber. Aquí se han silenciado casi por completo.

En el panegírico del año 310, se habla extensamente de la religiosidad solar de Constantino, y en él se nombra al Sol de la manera tradicional romana: Apolo, a la vez que se mencionan a otros dioses como Ceres, Liber, Mercurio, Juno y Júpiter Capitolino, que no eran incompatibles con el summus deus de la religión solar. Tres años más tarde, en 313, el rétor pagano no cita el nombre de esta desconocida divinidad que asiste a Constantino. Si como años atrás hubiera sido el Sol (Apolo), no se entiende por qué no lo hubiera citado con este nombre.

De alguna manera, nos encontramos con una evolución personal de Constantino, desde la devoción solar común a su padre Constancio Cloro, hacia el Dios de los cristianos. Fue algo gradual, apreciable en numerosas cosas, pero de ninguna manera se puede apreciar en él un cambio brusco. Ni en su interior había cambiado por completo, ni en un Imperio que no controlaba ni era mayoritariamente cristiano sino todo lo contrario, podía dar más pasos ni más rápidos.

3. La visión de Constantino

Con motivo de la guerra civil entre Majencio y Constantino, tenemos uno de los sucesos más controvertidos de la historia. Se trata del sueño que tiene Constantino la víspera de la batalla del Puente Milvio. Pero antes de afrontarlo, conviene que veamos el planteamiento que realiza Eusebio de Cesarea en su obra Vida de Constantino, escrita poco después de fallecer dicho emperador.

"No dejaba de percatarse de que, dados los maléficos encantamientos mágicos de que se valía el tirano, a él le era precisa una ayuda superior a la estrictamente militar, y buscaba un dios protector, considerando como secundarias la importancia de los ejércitos y la cantidad de soldados (pues, ausente el auxilio de Dios, creía que todo esto no tenía ningún vigor), a la par que confesaba la insuperabilidad e invencibilidad de la cooperación divina" [35] .

Se dará cuenta de que sus adversarios, contando con una pluralidad de dioses, "al rendirles culto con libaciones, sacrificios y oblaciones, los más encontraron un final no precisamente feliz"; por el contrario, solo su padre "había hallado en el dios que está más allá de todas las cosas y a quien honró en el transcurso de toda una vida, al salvador, al guardián del imperio y al dispensador de todo bien" (I,27,2-3). Decide, después de mucho reflexionar, "que solamente había que honrar al dios de su padre". Según la narración de Eusebio, este dios es el de los cristianos; según los testimonios de otras fuentes, desde luego más creíbles, era el Sol.

Observemos las razones que da Eusebio para la elección de un dios u otro. Poco o nada tienen que ver con asuntos doctrinales. Se trata de conseguir el favor de la divinidad para el desempeño de una misión política. Se ha de escoger la divinidad que haya demostrado ser la más eficaz. Es en este momento de cavilación personal y comienzo de las oraciones de Constantino al dios de su padre, cuando tiene su visión.

"En las horas meridianas del sol, cuando ya el día comienza a declinar, dijo que vio con sus propios ojos, en pleno cielo, superpuesto al sol, un trofeo en forma de cruz, construido a base de luz y al que estaba unido una inscripción que rezaba: con éste vence. El pasmo por la visón lo sobrecogió a él y a todo el ejército, que lo acompañaba en el curso de una marcha y que fue espectador del portento" (I,28,2).

Constantino caviló mucho sobre este suceso. Cuando anocheció, vio en sueños a Cristo "con el signo que apareció en el cielo y le ordenó que, una vez se fabricara una imitación del signo observado en el cielo, se sirviera de él como de un bastión en las batallas contra los enemigos" (I,30). Así lo mandó hacer. Además, decidió preguntar a "los iniciados en sus doctrinas y les preguntaba quién era dios y cuál era el sentido del signo que se dejó ver en la visión. Le dijeron que se trataba del Dios hijo unigénito del único y sólo Dios, y que la señal aparecida era símbolo de la inmortalidad y constituía un trofeo de la victoria sobre la muerte" (I,32,1-2). A partir de aquel momento, Constantino asoció a su compañía "a los sacerdotes de Dios como asesores, sosteniendo el parecer de que habíase de honrar al dios que contempló en la visión con todo tipo de culto".

Frente a esto, se nos muestra a su oponente, el emperador Majencio, como volcado en la mántica. "Finalmente, el remate que coronaba tanto mal fue que el tirano se volcará en la hechicería, unas veces rajando el vientre de las mujeres gestantes con intenciones mágicas, otras escudriñando las vísceras de criaturas recién nacidas, o degollando leones o ejecutando diferentes actos nefandos con el fin de evocar los demonios y desviar la guerra; pues con estas artes esperaba hacerse con la victoria" (I,36,1). Licinio, después de consultar un oráculo, decidió salir de las murallas de Roma y enfrentarse con el ejército de Constantino: aquél día iba a perecer el enemigo de Roma, le había dicho. La ambigüedad del oráculo duró poco; entablado el combate, Majencio murió ahogado [36] .

Nos interesa resaltar en ambos emperadores, el recurso a la divinidad que les puede conseguir la victoria. Victoria militar en primer lugar, política en segundo. Majencio sigue las antiguas tradiciones romanas, en buena manera etruscas. Constantino se halla dudoso de qué dios escoger. Al decidirse por hacerlo por el dios de su padre el emperador Constancio Cloro, una extraña visión le hace dar un pequeño giro hacia el Dios de los cristianos. Con ese conseguirá el triunfo, militar primero, político después. La diferencia con los planteamientos que hemos visto anteriormente con Diocleciano, Galerio o Maximino es patente. No se trata ahora de mantener o restablecer la "paz de los dioses" para evitar un castigo, sino elegir la divinidad más fuerte que sea capaz de llevarle al triunfo sobre los enemigos. Después ya se impondrá la paz, que será salvaguardad por la divinidad que le haya llevado a la victoria.

Por otra parte, conviene dejar constancia de la "benevolencia" con que Eusebio de Cesarea trata a Constancio Cloro, haciéndole cristiano o tratándolo como si fuera tal. Ciertamente, Constancio fue monoteísta y no fue un perseguidor sanguinario. Los martirios en los territorios que controlaba fueron mínimos, lo mismo que la destrucción de edificios religiosos. Pero no hay que olvidar que, al igual que es monoteísta, devoto del Sol, aparece en numerosas ocasiones como adorador de los dioses, al igual que los demás emperadores. Y en las acuñaciones montéales que ya hemos mencionado, se le ve sacrificando junto a los demás emperadores [37] . De todo esto prescinde Eusebio, en atención sobre todo, a que se trata del padre de Constantino, el gran campeón de los cristianos, el nuevo Moisés, como le gustará repetir reiteradamente. En el fondo, no dejamos de estar inmersos en un mundo un tanto sincretista, narrado por un ecléctico que convivió estrechamente con el poder.

Cuando se produce la entrada victoriosa de Constantino en Roma, es recibido por todos como un libertador. Eusebio escribe que "hombres, mujeres y niños con inmenso número de domésticos lo proclamaban liberador, salvador y benefactor" (I,39,2), empleando títulos que se solían aplicar a los emperadores y a los reyes helenísticos. Constantino dice que el artífice de la victoria ha sido Dios y renuncia subir al Capitolio a sacrificar a los dioses. E hizo que se colocara en el Foro una imagen con la siguiente inscripción: "Con este signo salvífico, verdadero argumento de fortaleza, liberé esta ciudad, puesta a salvo del yugo tiránico; más aún, al liberarlos también restituí al Senado y al pueblo romano la antigua fama y esplendor" (I,40,2). Roma sigue con el culto a los dioses; pero Constantino atribuye su victoria militar a un signo -la cruz- que le fue revelado y parece vincularse cada vez más al Dios de los cristianos.

5. La visión de Licinio

Después de la alianza entre Constantino y Licinio, se produce el natural acercamiento entre los otros dos emperadores, Majencio y Maximino Daya. No tardará mucho Maximino en declarar las hostilidades contra Licinio. Lactancio nos cuenta con cierto detalle los momentos previos de la batalla y cómo cada emperador se preparó.

"Entonces, Maximino hizo un voto a Júpiter en el sentido de que, si alcanzaba la victoria, eliminaría el nombre de los cristianos y lo erradicaría totalmente". Y a Licinio se le aparece un ángel de Dios que le ordena que él y su ejército "elevase plegarias al Dios supremo: si así lo hacía, suya sería la victoria" [38] . Al despertarse, Licinio manda escribir las palabras que había oído, que son las siguientes: "Dio supremo, a ti rogamos, Dio santo, a ti rogamos: a ti encomendamos toda la justicia, a ti encomendamos nuestra salvación, a ti encomendamos nuestro Imperio. Gracias a Ti vivimos, gracias a ti alcanzamos la victoria y la felicidad. Dios supremo, Dios santo, escucha nuestras plegarias. A ti extendemos nuestros brazos: escúchanos Dios santo, supremo" (XLVI,6).

La batalla tiene lugar el 30 de abril del año 313. Estando los ejércitos frente a frente, siendo mucho más numeroso el de Maximino, los soldados de Licinio colocan en el suelo los escudos, se quitan los yelmos, "elevan las manos al cielo con los oficiales delante de ellos y recitan la plegaria precedidos por el emperador. El ejército que va a perecer escucha el murmullo de los que oran" (XLVI,10). Después de recitado tres veces, se revisten para el combate.

El planteamiento que hace Lactancio es que ambos emperadores confían en su victoria, por la intercesión de la divinidad. Acudiendo a Júpiter uno; invocando al Dios supremo el otro. Ya hemos dicho, que en estos momentos se tendía a un fuerte monoteísmo, centralizado en un dios supremo, que podía ser Júpiter. No parece tan distante la posición de Maximino de la de Licinio. Sin embargo, al mencionar el primero a Júpiter, está cerrando la puerta a los cristianos: ese no es su Dios. Y su política persecutoria les hace pensar: este no es nuestro emperador. Mientras que Licinio, con ese vago Dios supremo, se puede referir a Júpiter, al Sol o al Dios de los cristianos. Licinio se nos muestra como un pagano monoteísta, que puede simpatizar algo con el cristianismo en este momento, al igual que poco más adelante se convertirá en un perseguidor [39] .

Algunos estudiosos han calificado el sueño de Licinio y la plegaria que hace recitar como un intento de "atraerse las simpatías de una parte del Imperio donde predominaba el cristianismo y, al propio tiempo, intentó tener en cuenta la composición mixta -pagana y cristiana- del ejército; de ahí su tono sincretístico, más bien pagano que cristiano" [40] . Sin embargo, el entusiasmo de Lactancio es evidente, así como el atribuir la victoria a Dios, a quien califica de Dios supremo, dando a entender que el que aparecía en la oración de Licinio y recitada por todo su ejército era el Dios de los cristianos: "Fue así como el dios supremo los entregó como holocausto a sus enemigos" (XLVII, 3).

De cualquier manera, en este estudio nos interesa destacar la identificación tan sencilla operada por Lactancio entre el Dios supremo de la plegaria de Licinio con el Dios de los cristianos. Y la ambivalencia de que ese Dios supremo, summus deus, pueda ser identificado de diferente manera por paganos monoteístas y cristianos. Esto, que de manera transitoria no proporciona problemas si se hace para destruir a un enemigo común (Maximino Daya, decididamente politeísta, aunque concentrando sus plegarias en torno a Júpiter) puede parecer un avance. ¿Pero lo es en realidad o sólo durante un brevísimo plazo de tiempo? El caso de Licinio nos demuestra que es una situación inestable que se ha de despejar lo más rápidamente posible [41] . Pero primero examinemos las disposiciones favorables a los cristianos que tomaron Licinio y Constantino.

6. Las disposiciones imperiales de Constantino y Licinio de 313

Este es el conocido como Edicto de Milán, del que vamos a recoger su parte principal. Citaremos la versión que del mismo nos transmite Eusebio de Cesarea. Comienza así el preámbulo: "Al considerar, ya desde hace tiempo, que no se ha de negar la libertad de la religión, sino que debe otorgarse a la mente y a la voluntad de cada uno la facultad de ocuparse de los asuntos divinos según la preferencia de cada cual, teníamos mandado a los cristianos que guardasen la fe de su elección y de su religión. Mas como quiera que en aquel rescripto en que a los mismos se les otorgaba semejante facultad parecía que se añadían claramente muchas y diversas condiciones, quizás se dio que algunos de ellos fueron poco después violentamente apartados de dicha observancia" [42] .

Licinio decide publicar el edicto de Galerio suprimiendo algunas restricciones que abrían la puerta fácilmente a una nueva persecución. Los emperadores Licinio y Constantino se pusieron de acuerdo en Milán sobre dos temas de manera preferente: la boda de Licinio con la hermana de Constantino y la política a seguir con los cristianos [43] .

"Cuando yo, Constantino Augusto, y yo, Licinio Augusto, nos reunimos felizmente en Milán y nos pusimos a discutir todo lo que importaba al provecho y utilidad públicas, entre las cosas que nos parecían de utilidad para todos en muchos aspectos, decidimos sobre todo distribuir unas primeras disposiciones en que se aseguraban el respeto y el culto a la divinidad, esto es, para dar, tanto a los cristianos como a todos en general, libre elección en seguir la religión que quisieran, con el fin de que lo mismo a nosotros que a cuantos viven bajo nuestra autoridad nos puedan ser favorables la divinidad y los poderes celestiales que haya.

Por lo tanto, fue por un saludable y rectísimo razonamiento por lo que decidimos tomar esta nuestra resolución: que a nadie se le niegue en absoluto la facultad de seguir y escoger la observancia o la religión de los cristianos, y que a cada uno se  le dé facultad de entregar su propia mente a la religión que crea que se adapta a él, a fin de que la divinidad pueda en todas las cosas otorgarnos su habitual solicitud y benevolencia" (X,5,4-5).

A partir de ahora, como se detalla a continuación, no habrá restricciones para que los cristianos puedan desarrollar su propia religión, pero tampoco para los demás. "Ya que estás viendo lo que precisamente les hemos dado nosotros sin restricción alguna, tu santidad comprenderá que también a otros, a quienes lo quieran, se les da facultad de proseguir sus propias observancias y religiones -lo que precisamente está claro que conviene a la tranquilidad de los tiempos-, de suerte que cada uno tenga posibilidad de escoger y dar culto a la divinidad que quiera" (X,5,8).

Esto supuso un paso adelante para los cristianos, que vieron el final de la persecución en gran parte del imperio y el resurgir de sus comunidades cristianas, la construcción de iglesias, etc. La interpretación que hace Eusebio de la situación es la siguiente: "Así, pues, todos los hombres se vieron libres de la opresión de los tiranos, y una vez alejados de los primeros males, unos de una manera y otros de otra, iban confesando único dios verdadero al que había combatido en defensa de los hombres piadosos" (X,2,1).

El contemplar la evolución de los emperadores de perseguidores a tolerantes resultó un gran paso adelante. Más tarde, al ver las medidas de favor y la legislación favorable a los cristianos, sobre todo de Constantino, muchos cristianos se volverán hacia este emperador como a su auténtico campeón. Constantino se irá acercando al cristianismo y se notará en muchas de sus acciones. Pero tengamos presente que solo se bautizará al final de sus días y que su pensamiento religioso siguió imbuido de un ideal sincrético.

¿Cuál es la idea de fondo de este "Edicto de Milán", o de este acuerdo entre los emperadores Licinio y Constantino? Se trata de establecer una libertad religiosa, no impedir el culto a ninguna divinidad: "que cada uno tenga posibilidad de escoger y dar culto a la divinidad que quiera". ¿Qué se consigue con esta libertad religiosa? Muy claro lo exponen: "a fin de que la divinidad pueda en todas las cosas otorgarnos su habitual solicitud y benevolencia" (X,5,5). La mentalidad es la misma que encontramos en la tradición romana y en prácticamente todos los pueblos primitivos: la paz de los dioses -la paz de Dios para el pueblo judío-. Si no se rinde culto a la divinidad, sea la que sea, el castigo será inevitable. Esto nos pone frente a otra cuestión: ¿por qué dictan este acuerdo los emperadores? ¿Por un criterio de oportunismo político? ¿Por un convencimiento de que la libertad de culto es lo mejor? ¿Por una simpatía hacia los cristianos, que no podía ser más abierta en este momento?

Porque el problema de fondo subyace ahí. Es la autoridad política la que decide, benevolente, otorgar la libertad religiosa "a fin de que la divinidad pueda en todas las cosas otorgarnos su habitual solicitud y benevolencia". Lo mismo que ha decidido, benevolente, la libertad religiosa, decidió benevolente, la obligación de sacrificar a los dioses. Pero, ¿quién es el Estado, su representante, la máxima autoridad política, para decidir cuándo y cómo se puede o no se puede dar culto a la divinidad?

En segundo lugar si las circunstancias históricas demostraran que, después de obtenida la libertad religiosa, se hubieran sucedido desórdenes, guerras, catástrofes naturales, ¿se podía con ello interpretar que la divinidad estaba descontenta y que por ello no les otorgaba "su habitual solicitud y benevolencia"? Si no se reconocía que la religiosidad es algo natural al hombre, un derecho que se debe reconocer más que conceder, se corre el peligro de que el poder, de manera arbitraria, lo conceda o lo retire a su arbitrio. No estaban los tiempos suficientemente preparados para ello y por eso no podemos exigir ni censurar unos hechos y una mentalidad que hoy podemos no compartir. Pero sí hemos de comprender los tiempos y reflexionar sobre ellos.

En tercer lugar, al conceder "libre elección en seguir la religión que quisieran, con el fin de que lo mismo a nosotros que a cuantos viven bajo nuestra autoridad nos puedan ser favorables la divinidad y los poderes celestiales que haya", se está diciendo desde el poder dos cosas: que cada uno crea en la divinidad que quiera, y que el hechod e que haya unas u otras, más o menos, al poder no le importa. Lo importante es que esa divinidad o divinidades les sean favorables. ¿No es esto una actitud relativista? ¿Qué más da un dios que cuatro, que cinco, o que se llame de una manera que de otra?

Ya lo habían indicado en numerosas ocasiones a los cristianos durante las diferentes persecuciones. Traigamos a colación, a modo de ejemplo, lo sucedido al obispo Dionisio de Alejandría durante la persecución de Valeriano, en la carta que dirige contra Germán. Resulta muy interesante la transcripción que se nos ofrece de la conversación entre el gobernador Emiliano y el obispo Dionisio. Emiliano habla de la benevolencia de los emperadores al permitir a los cristianos que se salvaran, "con tal de que queráis volver a lo que es conforme a la naturaleza, adorar a los dioses salvadores de su imperio y olvidaros de lo que va contra naturaleza" [44] . ¿Qué le responde el obispo Dionisio? "No todos adoran a todos los dioses, sino que cada uno adora a los que creen que lo son, y así nosotros rendimos culto y adoramos al único Dios y creador de todas las cosas, el que puso también el imperio en manos de los augustos Valeriano y Galieno, amadísimos de Dios y a él dirigimos continuamente nuestras súplicas por el imperio, con el fin de que permanezca inconmovible" (VII,11,8). Una respuesta en la que se demuestra la lealtad y patriotismo de los cristianos, aunque no coincidan en la concepción politeísta.

La respuesta de Emiliano es paradigmática: "Pues, ¿quién os impide adorar también a éste, si es que es Dios, con los dioses que lo son por naturaleza? Porque se os manda dar culto a los dioses, y dioses que todo el mundo conoce". Esta es la cuestión. ¿Qué puede importar un dios más, en un mundo politeísta? Pero claro, el poder obliga a adorar a los dioses "que lo son por naturaleza", y "que todo el mundo conoce". No se trata de argumentar a favor o en contra de la unicidad de Dios; simplemente, dejar constancia que esto es algo que a muchos no ha importado nada. Y a otros muchos, les resulta igual que sea un dios u otro, porque te vienen a decir, todos son el mismo.

Dionisio responde: "Nosotros no adoramos a ningún otro". Esa es la pura verdad. Un cristiano adora a Dios, pero por eso mismo, no cree y no puede adorar a otros dioses, porque no existen y porque entrañaría una apostasía de su fe.

La conclusión del gobernador Emiliano es la habitual: "Estoy viendo que vosotros sois no solo ingratos, sino también insensibles a la mansedumbre de nuestros augustos; por lo cual no vais a quedaros en esta ciudad, seréis deportados a las regiones de Libia" (VII,11-10). El no obedecer a la autoridad requiere un castigo. Pero, además, hay que salvaguardar a la comunidad, porque si alguien no sigue las normas establecidas, la divinidad se puede encolerizar. Por eso hay que alejar al disidente, matarlo o alejarlo de su territorio.

¿Pueden convivir dos concepciones tan antagónicas como el politeísmo y el monoteísmo cristiano? La experiencia histórica demuestra que, o bien el Estado tenía unos fundamentos paganos y el cristianismo era tolerado, o viceversa. Pero se tolera algo que no se ve bien, algo que no gusta.

Por otra parte, en el momento actual estamos viviendo un proceso en cierto modo parecido, pero contrario, al que se vivió durante el siglo III. Estamos saliendo del cristianismo a marchas forzadas y llegando a una situación en la que se ofrece nuevamente una convivencia, un mundo de paz y de estabilidad. ¿Sobre qué bases? Es lo mismo, nos dicen, pero estas bases no pueden ser las cristianas. Han sustituido una divinidad por otras -demiurgo masónico, constituciones liberales, panteísmo- y se aprestan a construir un Estado en el que todo el mundo les rinda culto.

En el larario de los hombres públicos, en el larario de tantas iglesias, hay toda clase de imágenes, como las del larario de Severo Alejandro. Todas son iguales, todas valen lo mismo.

Y si el Estado es un Estado laicista que impone el que todo el mundo acepte sus criterios, ¿cómo actuarán los cristianos? Como siempre. Recordemos que en todas las persecuciones, la mayoría cedió y apostató. Solo un resto se salvó en cada momento. Leamos nuevamente a Dionisio de Alejandría en su carta a Fabio, obispo de Antioquia, ante el edicto de persecución del emperador Decio: "Lo cierto es que todos estaban aterrados, y muchos de los más conspicuos, unos comparecían en seguida, muertos de miedo; otros, con cargos públicos, se veían llevados por sus propias funciones, y otros eran arrastrados por los amigos. Llamados por su nombre, se acercaban a los impuros y profanos sacrificios, pálidos unos y temblorosos, como si no fueran a sacrificar, sino a ser ellos mismos sacrificios y víctimas para los ídolos, tanto que el numeroso público que les rodeaba se mofaba de ellos, pues era evidente que para todo resultaban unos cobardes, para morir y para sacrificar" [45] . Pero no acaba aquí la cosa. "Algunos otros, en cambio, corrían más resueltos a los altares y llevaban su audacia hasta sostener que jamás anteriormente habían sido cristianos" (VI,41,12). ¿No conocemos a ninguno así? Una mirada a nuestros pueblos y ciudades, del Occidente, nos lo confirma.

La cristiandad alejandrina se salva por unos pocos, "los sólidos y dichosos pilares del Señor", de los cuales se cita su nombre: son cuantificables. La sangre de los mártires es semilla de cristianos. ¿De qué son semilla los escépticos, los sincretistas, los tolerantes? San Ireneo lo expresaba bien de los herejes: semen diaboli.

7. La persecución de Licinio y su lucha con Constantino

Unos años más tarde, en torno al 320/321, se produce una reacción del emperador Licinio, que gobierna Oriente en contra de los cristianos. En sus cálculos está el que Armenia es oficialmente cristiana desde el año 314; que algunos de sus súbditos simpatizan más con Constantino que con él. Y el hecho de que una embajada persa fuera hasta Constantino en son de paz, le llevó a la conclusión de que podía acabar rodeado. Esta es la versión que nos da Eusebio en la Vita Constantini, refiriéndose a la ciudad de Amasea del Ponto:

"Allí, por segunda vez tras las primeras devastaciones, fueron barridas algunas iglesias desde la cimera hasta los cimientos, otras fueron clausuradas por orden de los magistrados locales, con el fin de que no se reuniese allí ninguno de los que lo solían hacer, ni se rindiera a Dios el culto debido. A aquel hombre que venía en disponer tales medidas no se le ocurrió pensar que ese culto se llevaba a cabo también por él, haciendo ese cálculo dictado por una perversa conciencia; estaba, en cambio, convencido de que nosotros efectuábamos todo y solicitábamos de Dios su clemencia sólo y exclusivamente a favor de Constantino" (II,2,1).

No volveremos a argumentar sobre la lealtad de los cristianos hacia el poder constituido, por el que rezaban, oración que rezaban incluso por sus perseguidores. Es, simplemente, la actitud que Eusebio de Cesarea nos muestra de Licinio. No entiende para nada el cristianismo y sólo ve en él un instrumento del poder. Si le beneficia, lo consiente y le pide su colaboración. Si piensa que políticamente le perjudica, lo persigue. Es la misma dimensión instrumental y política de la religiosidad que tantos contemporáneos suyos comparten, incluso en alguna medida Constantino. Pero frente a la argumentación que hemos observado en años anteriores de que los cristianos rompían la "paz de los dioses" y que podrían ser los responsables de un castigo de la divinidad, el planteamiento actual no es ése. No se trata tanto de que "la paz de los dioses" se halle amenazada, sino de que el poder político de Licinio se vea amenazado por la lealtad de los cristianos hacia "su" emperador, que no es otro más que el cristianófilo Constantino.

Los preparativos de guerra entre ambos emperadores comienzan. Constantino se rodea de sacerdotes cristianos, con lo que según Eusebio conseguía la cooperación divina. Por ello, Licinio se hizo "circundar de adivinos y vates egipcios, de hechiceros, brujos y profetas de los dioses en que creía; después, en su búsqueda por captarse con sacrificios a los que reputaba como dioses, preguntaba por qué vías le saldrían bien las tornas de la guerra" (II,4,2).

Antes de entablar combate, Licinio acude a un bosque lleno de imágenes de los dioses, a los que sacrifica y enciende cirios. Eusebio pone en sus labios el siguiente discurso: "Amigos y conmilitones, he aquí a los dioses patrios que honramos por haber aprendido desde nuestros primitivos antepasados a venerarlos; pero ese que encabeza la línea adversaria de combate, incurso en perjurio contra las tradiciones patrias, ha preferido la doctrina que niega los dioses, obcecado secuaz de un dios extranjero, originario no sé de dónde, y con su desvergonzada enseña está ensuciando su propio ejército. Fiel a la cual, al alzarse en armas, no se lanza contra nosotros, antes bien contra los mismos dioses a los que ha dado de lado. Es, por tanto, la presente hora la que impugnará al errado en doctrina, juzgando entre los dioses venerandos por nosotros y los del otro bando" (II,5,1) Será de rigor adherirse al dios que venza, aunque sea ese dios extranjero, añade Licinio.

El conflicto, que es básicamente político, lo vemos planteado como un conflicto básicamente religioso. Se presenta a Constantino como ajeno a Roma y a sus esencias, que están sustentadas por los dioses patrios; los ha rechazado, siguiendo a un dios extranjero. No es, por consiguiente, un buen romano. En la mentalidad de Licinio, como de tantos otros, era incompatible ser cristiano y romano. Por otra parte, no deja de ser grave el que, a pesar de ser un politeísta convencido, esté dispuesto a adherirse a ese dios extranjero si resulta más fuerte que los otros. Como en un primer momento a Constantino, no parecen importarle para nada las características de esa divinidad, ni lo que entraña rendirle culto. Sólo interesa saber qué divinidad es más poderosa. Ni siquiera la preocupa el hecho de saber si hay un solo dios o si hay muchos.

Por otra parte, en la arenga a sus tropas, les da a entender que hay que adorar al dios más fuerte. ¿Qué hace un emperador adoctrinando a los soldados sobre qué deben de hacer? Combaten por los dioses; pero si son derrotados, deben adorar al dios extranjero. Licinio marca un camino, porque cree que tiene derecho a hacerlo. Si él está dispuesto a cambiar en el caso de ser derrotado, sus soldados deben hacerlo también.

La guerra la gana Constantino. El sistema tetrárquico que tan pacientemente montara Diocleciano el año 293, queda definitivamente destruido. Constantino queda como único emperador. "Ya no hubo ningún recuerdo de las precedentes calamidades, ocupados todos en lanzar vítores en cualquier lugar al triunfador, y profesando unánimes que reconocían como único Dios al salvador de éste" (II,19,1). Es la conclusión lógica del planteamiento anterior, al menos tal y como lo ha ido narrando Eusebio de Cesarea.

Por primera vez se puede pensar seriamente en la posibilidad de un emperador cristiano en una sociedad cristiana. Falta mucho para ambos, pero ya no se trata de una utopía lejana. Es más, para escritores como Eusebio de Cesarea, la sociedad cristiana debe de ser reflejo del reino celeste y eso comienza a esbozarse: "Todo estallaba de luz. Los que andaban cabizbajos se miraban mutuamente con rostros sonrientes y ojos radiantes, y por las ciudades, igual que por los campos, las danzas y los cantos glorificaban en primerísimo lugar al Dios rey y soberano de todo -porque esto habían aprendido-, y luego al piadoso emperador, junto con sus hijos amados de Dios" [46] .

Veamos cuál es el pensamiento del propio Constantino, que podemos conocer bastante bien a través de un edicto que promulgó en el otoño del año 324 [47] . Comienza de la siguiente manera:

"Ya desde muchísimo tiempo, a los que opinan recta y juiciosamente sobre el Supremo Ser, les ha resultado bien claro en qué medida diferían, y sin asomo de toda duda, la escrupulosa observancia relativa al venerabilísimo culto del cristianismo, y los que baten marcha contra él y quieren comportarse con desdén. Pero ahora se ha puesto de manifiesto con sucesos más que evidentes y renombradas gestas lo absurdo de la duda, y qué grande es el poder del gran Dios, cuando a los que respetan lealmente la ley venerabilísima y no osan infringir ninguno de sus preceptos, les salen a su encuentro ubérrimos bienes, y, en sus empresas, el conforto mejor con bien fundadas esperanzas; por el contrario, a los que se encastillaron en una decisión impía, los resultados les son acordes con sus tomas de posición. Pues ¿quién podría alcanzar favor alguno si ni reconoce que Dios es el causante, ni está presto a rendir el adecuado culto? Los hechos inclusive confirman lo que se está afirmando" (II,24,1-2). Y un poco más adelante, concluye: "He llegado a la inquebrantable convicción de que debo al sumo Dios toda mi alma, todo lo que se resuelve en lo más íntimo del pensamiento".

Conclusiones

Cicerón ha conservado un importante texto legal antiguo: separatim nemo habessit deos; neve novos, neve advenas, nisi publice adscitis, privatim colunto: nadie puede separarse de la ciudad en el culto de los dioses, como no puede nadie infringir sus leyes o negarle su servicio sin dejar, ipso facto, de ser ciudadano y caer bajo su justo castigo [48] . No existe la libertad de las conciencias.

Hay que defender la libertad personal. Eso no lo hace el Estado que controla a todos sus súbditos, que está dispuesto a amenazar y a torturar para que todos cumplan las leyes y normas establecidas.

Hay que poner límites a la acción del Estado y de las administraciones. Por la existencia de la ley natural: tenemos derechos por el hecho de ser hombres, el matrimonio es la unión de un varón y una mujer, etc. Por la subsidiariedad.

La religiosidad personal ha de ser respetada por el Estado, que no puede interferir en la libre elección de los ciudadanos. Y tampoco pueden existir ciudadanos de primera y de segunda según su religión.

Los que pretenden imponer su criterio por la fuerza, o por la mentira, suelen intentar aprovechar su presencia en el poder para manipular a las nuevas generaciones a través de la educación. Es un abuso y hay que recordar que la educación corresponde prioritariamente a los padres y que el Estado no debe adoctrinar a nadie.

La incompatibilidad entre el cristianismo y el Estado politeísta aparece diáfana. No significa esto que no se puedan dar periodos de tolerancia o de convivencia. Pero se trata de una situación pasajera, inestable, que en cualquier momento se puede quebrar. O prevalece uno o prevalece otro.

Algo parecido sucede con el sincretismo, que resulta al fin y a la postre tan intolerante como el Estado politeísta.

Esto que hemos dicho, cabe aplicarlo cambiando los términos. Porque durante algunos siglos, se invirtió la posición, y fueron algunos gobernantes cristianos los que persiguieron por no respetar la libertad de las conciencias, la libertad personal, la ley natural, el principio de subsidiariedad y por no desarrollar una legislación plenamente cristiana.

Lo primero que nos hemos de plantear es la base sobre la que se asienta el sistema político. Un sistema politeísta, al igual que un sistema relativista, son radicalmente incompatibles con el cristianismo. No significa esto que no puedan convivir momentáneamente, o que los cristianos no puedan ser en ocasiones tolerados. Significa que son realidades antagónicas y que, quien profundice en ellas, acabará persiguiendo.

Lo segundo, es la necesidad de poner límites al Estado. No es quién para inmiscuirse en las creencias religiosas de nadie. Pero cuando las bases del Estado se hallan sustentadas por completo por esa religiosidad, quien no está de acuerdo con esta religiosidad, está atentando de manera directa -al quebrar la paz de los dioses- contra la sociedad y contra la estabilidad del Estado.

·- ·-· -······-·
Martín Ibarra Benlloch

 



[1] Marta Sordi, 1988, p. 119 (Los cristianos y el Imperio romano, Ediciones Encuentro, Madrid 1988 (I cristiani e l'Impero romano, 1983)).

[2] Plinio, epistolarium 1,X,96. Citaremos la traducción española de Daniel Ruiz Bueno, Actas de los Mártires, Madrid 1974, 3ª edic, pp. 244-247.

[3] Marta Sordi, 1988, p. 65.

[4] Tert., apol. II,6-10.

[5] Esto será una constante. En el martirio de san Policarpo de Esmirna, que tuvo lugar el 23 de febrero del año 155 podemos leer: IX: "Entonces el procónsul, insistiendo más, le dijo: 'Jura por la fortuna del César, y puedes quedar en libertad, y desprecia a Cristo'".

[6] Cic., de leg. II,8.

[7] Cfr. M. Simón, Verus Israel. Etude sur les relations entre chrétiens et juifs dans l'Empire Romain (IIe-IIIe siècles , Paris 1964. J. Gaudemet, L'Eglise dans l'empire romain. Ive-Ve siècles. Histoire du Droit et des Institutions de L'Eglise en Occident, tome III, Paris 1958, p. 625, comenta que los privilegios de los judíos se mantienen en el Bajo Imperio.

[8] Cfr. R. Turcan, "Le culte imperial au III siècle", A.N.R.W. II.16.2,  p. 1076.

[9] Cfr. F. Kolb, Diocletian und die Erste Tetrarchie, Berlín-New York 1987, p. 168 s.

[10] Liban., or. IV,61,5.

[11] < R.I.C. VI p. 459 n. 32 a-b.

[12] Pan. Lat. IX (5) 18, 5; XI (3) 15,2-4.

[13] Pan. Lat. IX (5) 18,5.

[14] Lact., mort. LII,3.

[15] Cfr. Lact., mort. XII,1. Cfr. Franz Kolb, "L'ideologia tetrarchica e la politica religiosa di Diocleziano", en: G. Bonamente y A. Nestori, I Cristiani e l'Impero nel IV secolo. Colloquio sul Cristianesimo nel mondo antico, Macerata 1988, pp. 17-44, esp. p. 35.

[16] La lealtad y sumisión a las autoridades por parte de los cristianos habían sido declaradas numerosísimas veces. Cfr. Tert., apol. XXX,4; ad Scap. II,6; Eus., hist. eccl. VII,11,8; Cypr., Demetr. XX; Lact., inst- VII,26,17; mort. XXXIV,5…

[17] Cfr. Martín Ibarra, Mulier fortis. La mujer en las fuentes cristianas (280-313), Zaragoza 1990, pp. 132-143.

[18] Lact., mort. XI,8. Esta política de exterminio la había aplicado con anterioridad el emperador Valeriano con su segundo edicto, al contemplar que no era suficiente con que los senadores y caballeros cristianos hubieran visto confiscados sus bienes; si seguían siendo cristianos, debían ser condenados a muerte: Cypr., ep. LXXX,2. Se trata de eliminar a los cristianos de las clases dirigentes, aunque hayan apostatado.

[19] Horac., Od. III,6, 5-6.

[20] Ennio, An. Fr. 467W.

[21] Eus., hist. eccl. IX,4,2.

[22] Cfr. St. WILLIAMS, Diocletian and the Roman recovery, Londres 1985, p. 155.

[23] Iust., apol. II,12,4.

[24] Cfr. Tert., apol. .

[25] Cfr. Eus., hist. eccl., VI,21,3; VI,28.

[26] S.H.A. vita Alex. Sev. XXII,4.

[27] S.H.A. vita Alex. Sev.

[28] S.H.A., vita Alex. Sev. XXIX,2-3.

[29] Marta Sordi, 1988, p. 90.

[30] Tert., apol. XVI,9-10.

[31] J. Bayet, Histoire poltique et psychologique de la Religion romaine, edit. Payot, 1957, p. 227.

[32] Cfr. Eus., hist. eccl. VII,30; Lact., mort. VI, 2. Citamos la edición de Ramón Teja, Lactancio. Sobre la muerte de los perseguidores, editorial Gredos, Madrid 1982.

[33] Marta Sordi, 1988, p. 119 (Los cristianos y el Imperio romano, Ediciones Encuentro, Madrid 1988 (I cristiani e l'Impero romano, 1983)).

[34] Cfr. P. Keresztes, Constantine, a great Christian Monarch and apostle, Amsterdam 1981. Sobre este asunto, las fuentes son las siguientes: Lact., mort. XLIV; Eus., hist. eccl. IX,9; de uita Constantini I,26ss.

[35] Eus., vita Const. I,27,1.

[36] Cfr. Lact., mort. XLIV,8.

[37] R.I.C. VI p. 459 n. 32 a-b.

[38] Lact., mort. XLVI,2-4.

[39] Ch. Munier, 1979, 282.

[40] R. Teja, 1982, p. 198, n. 461.

[41] Eus., hist. eccl., X,8,10: Licinio expulsa a los cristianos de su domus, y da órdenes de que se degrade a los soldados que se nieguen a sacrificar a los dioses.

[42] Eus., hist. eccl. X,5,2-3.

[43] Cfr. Marta Sordi, 1988, p. 137: "Sólo para conquistar el apoyo de Constantino en la lucha contra Maximino, Licinio, el antiguo colaborador y amigo de Galerio, el perseguidor más fanático, suscribe en Milán la condena del rescripto de Sárdica, y en las vísperas del enfrentamiento decisivo con el rival de Oriente, estima oportuno imitar a Constantino en sus visiones y hace que le aparezca un ángel con el encargo de enseñarle una oración para que la rezaran sus soldados (Lact., De mort. 46,3)".

[44] Eus., hist. eccl. VII,11,7.

[45] Eus., hist. Eccl. VI,41,11.

[46] Eus., hist. eccl. X,9,7.

[47] Sobre su autenticidad, cfr. Martín Gurruchaga, Eusebio de Cesarea. Vida de Constantino, Madrid 1994, pp. 96-102

[48] Cic., de leg. II,8.



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