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La Guerra de nuestros padres;la paz de nuestros hijos

por Jesús Tanco Lerga

No creo que saliera bien del todo la Constitución, a juzgar por la ambigüedad del texto en cuestiones fundamentales y lo prolijo de enunciados secundarios. Enseguida nos dimos cuenta que el sistema electoral no era el mejor de los posibles; que la participación política se ponía casi exclusivamente en manos de los partidos, que la articulación del espacio autonómico era un auténtico bodrio que traería problemas. En la elaboración, todos cedimos, pero unos cedieron, cedimos, más que otros. El principal constituyente visto a treinta años vista ha sido el Tribunal Constitucional que con sentencias desconcertantes en casos fundamentales ha interpretado litigios del modelo de Estado y competencias de las comunidades autónomas, derechos tan importantes como el de la vida, y actuaciones abusivas del Gobierno

¿Qué ha pasado en el último siglo? ¿Qué está pasando en España?, mejor: ¿Qué nos está pasando a los españoles? ¿Qué puede pasar en España? Empezando por el final, en España puede pasar cualquier cosa, cualquier cataclismo social; aludamos a la luz de la Historia, maestra de la vida, que no se repite, pero que en ella se dan situaciones análogas y similares. La Historia Contemporánea de España nos podría dar enseñanzas provechosas sobre quiénes somos los españoles y qué somos capaces de hacer. Eso podría ser si nuestros jóvenes aprendieran bien la Historia, si la Historiografía reflejara de modo fidedigno el pasado, y si, en definitiva, quedara exenta de gangas, manipulaciones, ideologías instrumentalizadotas y uso partidista. En un capítulo tan decisivo, el de estos últimos tres cuartos de siglo, resulta patente lo difícil que es para la gente honrada, para los jóvenes estudiantes y para los inmigrantes que se asientan en nuestro solar, saber qué ha pasado de verdad desde 1931 hasta 2006.

Es difícil también saber qué está pasando ahora en España, especialmente desde el 11 de marzo de 2004 en que el mayor atentado jamás perpetrado en Europa ha cambiado de modo violento el signo político de nuestras instituciones. El revisionismo constitucional -de dudosa legitimidad- está dando paso a un nuevo ordenamiento legal que se basa en un acuerdo político de poco más de la mayoría de los diputados en el Congreso y que está desencadenando una revisión de los estatutos de autonomía que ponen al ya por sí frágil modelo de Estado, en un difícil encaje con la unidad constitucional. El Rey, al que se le consideraba el motor del cambio del Régimen que lo designó hacia la democracia, está en un segundo plano sin que se vea relevante su papel de arbitraje, moderación y cabeza de las instituciones. En estos meses hay fenómenos preocupantes como: la desmesurada propaganda mediática de la política oficial; la silenciación premeditada de buena parte de auténticos líderes intelectuales por la cultura dominante, el desprestigio de los buenos historiadores y de los testimonios documentales del pasado reciente; la apelación desde las instancias del poder a un resentimiento o victimismo de regiones españolas a las que se les apela para que suman sus cotas de autonomía en detrimento de las competencias del conjunto de las instituciones de la Nación; la desmoralización de buena parte de la sociedad española que se ha resignado a cambios tan incomprensibles como fatídicos, y la imposición a la sociedad de leyes en contra de la vida humana, de la dignidad de la persona, del matrimonio y de la familia.

La España del sentido común, la de las gentes de familia, de trabajo y de rezo, esa mayoría social de clases medias que con esfuerzo ha sabido labrar un porvenir para los jóvenes mientras sostiene con dignidad a sus mayores, asiste atónita al repaso de la izquierda por las instituciones con irreversibles cambios que recuerdan aquella frase célebre de uno de sus líderes más carismáticos –Alfonso Guerra-, de que después de haber pasado en España su partido por las instituciones, “no la iba a reconocer ni la madre que la parió” Hoy esa mayoría natural parece quedar reducida a una forzada pasividad ante los cambios y se resigna a ser mayoría residual. Todo empieza por una manipulación de la Historia.

En fin, fenómenos recientes y que parecen obedecer a una programación externa a la propia sociedad en teoría protagonista de su vida pública. Si a esto añadimos el panorama que se observa en el otro lado del Atlántico en naciones iberoamericanas donde parece instalarse en el poder un populismo de líderes revolucionarios más preocupados de saldar cuentas con los regímenes pasados que en promover auténticas libertades y sistemas justos de gobierno, podremos resumir que vivimos un tiempo de prueba en el que importa mucho tener ideas claras y arte para proponer a nuestra sociedad lo mejor de nosotros mismos, los ideales de conducta humana que se asientan en los valores que las generaciones anteriores nos han transmitido.

La generación anterior a la nuestra que frisa los sesenta años tuvo una experiencia que le marcó: la Guerra Civil en términos estrictos y diríamos técnicos en la ciencia bélica que tuvo otras denominaciones; la Guerra de Liberación como se nombraba en los textos de Historia en nuestra infancia; la Cruzada de Liberación del comunismo como se llamó en los ambientes eclesiales ante las persecuciones cruentas.

La bestial persecución religiosa en la España dominada por el Frente Popular arrojó, una cifra aproximada de diez mil mártires obispos, religiosos, sacerdotes, seglares de toda condición. La mayor parte de ellos viene relacionada con nombres y apellidos en la obra indispensable de Antonio Montero –BAC, 2004-. Otro especialista, Vicente Cárcel García en su documentada, valiosa y asequible obra “La Gran Persecución” –Planeta, 2000- dilata el periodo de esta masacre por motivos religiosos desde 1931 a 1939, indicando que la persecución fue premeditada, cruelísima, inhumana, bárbara y esencialmente anticristiana. Esta persecución religiosa ha dado al santoral católico hasta el momento 11 santos y 479 beatos, mientras se tramitan un millar de causas. Esta buena semilla tuvo mucho que ver con la gran siembra de vocaciones sacerdotales y religiosas que se dieron en España en las décadas siguientes. Tiene desde su fundación el signo del martirio entre sus seguidores y hoy también se dan testimonios de la entrega de la vida oír confesar a Cristo, pero esta persecución tan desmesurada, en un país de raíces católicas, con esas características de ensañamiento, sólo tienen referencias análogas en el siglo XX en los Cristeros de Méjico, en las víctimas de la Iglesia clandestina bajo la ocupación comunista, o de la resistencia también religiosa ante el nacionalsocialismo hitleriano.

En fin, la Guerra de España por antonomasia, el acontecimiento más importante que quizá haya afectado al interior de nuestra comunidad hispánica desde los tiempos en que fue definida así por la dominación romana. Se anuncia para el próximo mes de noviembre un Congreso Internacional sobre la Guerra Civil que tiene por objeto desde la organización y patrocinio del Ministerio de Cultura, es decir del gobierno socialista, la “recuperación de la memoria”. La simple enumeración de los miembros del comité organizador indica ya el sesgo ideológico a que estará sometido el evento oficial que será aireado a los cuatro vientos. A los jóvenes historiadores o interesados en este periodo hay que animarles a constituir talleres de Historia Contemporánea donde ellos con los materiales documentales a los que tengan acceso construyan piezas de su propia obra. Es necesario que tanto árbol y tanta maleza deje ver el bosque, el conjunto de una serie de hechos que no ocurrieron porque sí, por un azar o la intervención de una serie de belicosos profesionales sino que respondieron a causas que se generaron con tiempo, con la decisión de personas e instituciones que tuvieron mucha responsabilidad en los sucesos sangrientos. Precisamente, algunas de las más siniestras que prepararon checas de tortura, que eliminaron sistemáticamente cientos de adversarios, que enardecieron a las masas con soflamas de odio, piden ahora recuperar la memoria histórica exculpando a los suyos y cargando toda la culpa en los de enfrente. Para esta operación revisionista y de reinvención, han dejado morir a la práctica totalidad de combatientes en los frentes. Todavía quedan algunos “últimos de Filipinas” que pueden dar testimonio sincero, no importa en qué lado estuvieran en 1936.Sin embargo, ahora la política oficial ha tomado partido. Retira con alevosa nocturnidad monumentos de protagonistas como Francisco Franco, dejando a tan solo unos metros los de Indalecio Prieto y Largo Caballero, dirigentes socialistas que en sus divisiones internas contribuyeron al enfrentamiento, al mismo tiempo que se homenajeaba a Santiago Carrillo, para vergüenza de la Universidad española investido Doctor Honoris Causa por la Autónoma de Madrid, sin que sepa de su arrepentimiento en las responsabilidades atribuidas al holocausto de Paracuellos.

Precisamente en la Universidad Autónoma de Madrid estuve en el tribunal de una tesis doctoral relevante para entender la participación popular en el Alzamiento y en concreto, en la Navarra carlista: la de Juan Carlos Peñas Bernardo de Quirós sobre “El Carlismo, la República y la Guerra Civil (1931-1937), editada luego por Actas en 1996. el tribunal del que formaban parte entre otros profesores, Miguel Artola que lo presidía y Javier Tusell, juzgó una magnífica tesis doctoral en la que se apoyaba su argumentación en fuentes documentales de primera mano. Fui testigo desde mi puesto profesional en el Archivo Administrativo del Gobierno de Navarra en el que se encontraba el Archivo de la Junta Carlista de Guerra de Navarra, de la labor sistemática de este investigador, precedido años antes por otro del que desconozco si ha cristalizado su tarea en un trabajo publicado, Jesús Mª Ibero. Después, hasta otra tesis de referencia, la de Pablo Larraz acerca del Hospital Alfonso Carlos de Pamplona –Actas, 2004- varios investigadores han visto estos fondos significativos de la aportación de los voluntarios carlistas en la contienda, de su espíritu, de su organización y de su sacrificio. Lamentablemente, otros colectivos de combatientes no tienen ni investigadores que se ocupen de ellos ni los fondos asequibles para quienes quieran hacerlo. Por eso es preciso recoger testimonios personales de forma oral, escrita o documentales. Hurgar en diarios de campaña, en memorias personales, en testimonios de quienes en primera persona han visto u oído lo que pasó en esos momentos decisivos. He aprendido mucho de estos testimonios personales de combatientes escritores. Algunos de ellos me han honrado con su amistad.

Don Alvaro d´Ors, por ejemplo en su libro básico –Dyrsa,1986- “La Violencia y el Orden” describe magistralmente como fino intelectual que ha sido, su motivación y experiencia en la Guerra en la que participó como voluntario carlista. En esta línea y con profusión de datos, se encuentra otro muy interesante: “Conspiración y Guerra Civil” –Alfaguara,1970- de D. Jaime del Burgo, fallecido el 24 de octubre de 2005 en el que se propone “sólo voy a contar lo que viví y oí en mis andanzas…” En línea más especializada, recomiendo el de D. Luis Monreal y Tejada, fallecido el 1 de noviembre de 2005, “Arte y Guerra Civil” –Val de Onsera, 1999- que versa sobre la experiencia en la recuperación de lo que pudo este gran especialista en Patrimonio Artístico, de algunos desmanes importantes causados en la zona republicana contra el patrimonios histórico-artístico. Destacaría también en esta muestra de personas conocidas al periodista, escritos pamplonés y falangista, Rafael García Serrano, muerto el 12 de octubre de 1988, con unos títulos espléndidos y bien escritos sobre el prólogo y el desarrollo de la guerra publicados en Planeta con gran éxito editorial como: “Eugenio o la proclamación de la Primavera”, “Plaza del Castillo”, “Diccionario para un macuto” y “La Gran Esperanza”, premio Espejo de España de 1983. La colección Espejo de España de la Editorial Planeta impulsada por el fundador Lara es una magnífica muestra de títulos de consulta muy recomendable para quien se quiera acercar o desee profundizar en la Guerra Civil, sus causas y sus efectos. Lamentablemente, hay títulos agotados de difícil adquisición pero las bibliotecas de cierto nivel recogen muchos de estos libros de la historia reciente de España escritos en primera persona y con indudable interés. No todo el mundo tiene acceso a las grandes editoriales y por ello abundan las pequeñas que haciendo un esfuerzo económico descomunal sacan títulos nuevos o reeditan otros que la “cultura” dominante tiene proscritos. Entre los combatientes protagonistas y todavía escritores en editoriales minoritarias destacaría la labor de Javier Nagore Yárnoz, notario jubilado y voluntario adolescente carlista en 1936 que sesenta años después ha publicado la campaña del “Tercio de requetés de San Miguel”, como hiciera en 1997 con la de los tercios de Lácar y Montejurra, en Ediciones de la Comunión Tradicionalista Carlista.

No quisiera dejar de recomendar el escuchar y en su caso, la lectura de testimonios y memorias de combatientes de las dos zonas de la guerra, no sólo de la nacional. En “Espejo de España” hay abundantes testimonios de ambas, como también en otras colecciones editoriales que han buscado también sus respectivas versiones. El último combatiente que he conocido, hace apenas un mes en Benicarló, ha sido el piloto de un “mosca” soviético, D. Antonio Lloréis White quien me narró su experiencia en la zona republicana en la que le tocó movilizarse por razones geográficas, su adiestramiento en Rusia para piloto, su internamiento en un campo de prisioneros en Francia para volver pronto a la normalidad de la España de los años cuarenta tras pasar por un juicio de depuración de responsabilidades. La zona republicana, las gentes que en ella vivieron y lucharon, es bien elocuente de qué pasó, y puede y debe ser contrastada la vida de retaguardia y vanguardia de ambas zonas para saber similitudes y diferencias en legislación, comportamientos de líderes y de colectivos, percepción de la contienda, tratamiento de prisioneros y de refugiados, respaldo al respectivo ejército, hospitales de curación de heridos, etc.

Mención especial merece la prensa. En la guerra los medios informativos juegan un decisivo papel porque transmiten no sólo información sino propaganda y estado de ánimo de retaguardia a vanguardia y viceversa, además del impacto exterior hacia el extranjero y hacia el bando enemigo. Por eso es muy importante estudiar los órganos de expresión de partidos, sindicatos, asociaciones, entidades involucradas en la lucha antes y después de los combates. También los periódicos de información general de la época que en un estado de crisis recogen firmas militantes, proclamas oficiales, colaboraciones entusiastas. La radio jugó también un relevante servicio en ambas zonas porque desde las ondas sonoras se transmite mejor que en letra impresa el sentimiento que mueve a la acción, pero por razones obvias los archivos sonoros son de mínima utilización por el problema de su conservación. El cine fue utilizado entonces como medio de adoctrinamiento y de justificación de los motivos para la lucha.

Para los que creen que la Guerra no ha terminado sigue la lucha propagandística en prensa, radio, cine y ahora, con medios actuales en televisión e internet. El descaro, la frivolidad y militancia de algunos cineastas españoles que tratan estas últimas décadas la Guerra Civil provocan la deserción de gentes con criterio a las salas donde se exhiben esos productos que es compensada en no pocos casos, con la “generosidad” de las ayudas oficiales del ministerio llamado de Cultura. Pero a pesar de toda la marea impulsada desde arriba, hay éxitos editoriales de autores contracorriente como es el caso de Federico Jiménez Losantos sobe Azaña, César Vidal sobre las Checas, Pío Moa sobre los mitos de la Guerra Civil. No son raros escritores “conversos” de la izquierda radical o del anarquismo que se han pasado después de “abrir los ojos” a escribir con vehemencia acerca de la realidad que han descubierto. Tampoco, las rectificaciones exculpatorias de lo que antes se escribió como es el caso del falangista y médico intelectual Pedro Laín, pero en todo caso, se escriba lo que se escriba, se diga lo que se diga, la verdad es tozuda y acabará imponiéndose. En este tema también hablan las piedras cuando no lo hace quien está llamado a hacerlo.

Es verdad que hay historiadores que con dignidad y competencia están dejando obras fundamentales. Alguno de ellos como Luis Suárez Fernández ha de traspasar su especialidad medieval para dejar algún libro tan definitivo para el análisis histórico, por el momento como “Franco” –Ariel, 2005-, y otros como Ricardo de la Cierva, recluirse en sus cuarteles de invierno para con editorial propia seguir publicando lo que quiere sobe temas tan controvertidos como influyentes como la masonería. Dentro de los historiadores de referencia no puedo dejar de citar a don Federico Suárez, iniciador en 1955 de la entonces Escuela de Historia del Estudio General de Navarra, hoy Universidad de Navarra, con títulos tan atractivos sobre la temática de la Guerra como Intelectuales Antifascistas –Rialp, 2002-; A él han seguido profesores formados o con experiencia docente en el mismo centro docente como José Luis Comellas, José Manuel Cuenca, don Gonzalo Redondo, José Andrés Gallego, Javier Paredes que tienen en su obra material de consulta del que extraer mucho provecho. Podíamos citar otras escuelas, profesores más jóvenes o más en el candelero. Fernando García de Cortázar, desde la Universidad de Deusto, quien se ha destacado con libros como Los perdedores de la Historia de España –Planeta, 2006-; con una reata de discípulos a la que pertenece José Luis Orella, presidente del Foro Arbil, comprometidos en la defensa de la historia de la nación española. No puedo ni quiero extenderme más. Pero sí deseo recordar a figuras de intelectuales, políticos o no, que deben ser consultadas.

¿Cómo vamos a entender la Guerra y sus antecedentes sin leer a las figuras más sobresalientes del pensamiento, de la cultura y de la sociedad española de la época? Ahí están entre otros: Ortega con Julián Marías combatiente republicano, muerto el 15 de diciembre de 2005; Ramiro de Maeztu, gran figura de la generación del 98 y fusilado en el Madrid republicano; Víctor Pradera, líder carlista y también publicista católico que corrió la misma suerte en Guipúzcoa en septiembre de 1936; Rafael Sanchez Mazas, padre de su homónimo Sanchez Ferlosio y fusilado aunque sobreviviente de milagro del paredón; los hermanos Antonio y Manuel Machado que militaron en bandos opuestos y por tanto mejor conocido el del republicano que el del nacional; Bergamín, director de Cruz y Raya; el propio José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange con pensamiento lúcido, y su hermana Pilar; Ramón Serrano Suñer con obras de referencia como la de “Desde Hendaya a Gibraltar” con larga vida y también libros de memorias; Agustín de Foxá con su célebre “Madrid de corte a cheka”; Urraca Pastor como la Pasionaria, Dolores Ibarruri, pero en versión carlista; Pedro Sainz Rodríguez que derivó desde el ministerio de Educación del gobierno de Burgos hasta la oposición juanista; Rafael Calvo Serer, con evolución similar; Eugenio Vegas Latapié, cerebro del movimiento Acción Española que agrupó intelectuales católicos; Federico García Lorca, fusilado en la Granada nacional; Eugenio d´Ors, catalán y español de mente privilegiada, promotor del grupo de Arriba España en Pamplona con Angel María Pascual y Fermín Yzurdiaga, ; José Mª Pemán, escritor insigne con lealtad compartida a Franco y a la dinastía; Eugenio Montes, un lujo del periodismo y de las letras, falangista como José Mª Alfaro; Ignacio Agustí y los catalanes de Burgos que fundaron la revista Destino; Mercedes Formica, de gran sentido literario; Francisco Casares, con su prosa fluida; los doctores en psiquiatría y buenos comunicadores López Ibor y Vallejo-Nagera que transmitieron a sus hijos la ciencia y la sabiduría; Ramón Pérez de Ayala, con militancia clara y polemista agudo; Pío Baroja y su “barojiana” visión de la Guerra; Manuel Azaña con sus Diarios en los que se ven las miserias de la condición humana, y también su cuñado Cipriano Rivas Cherif; Indalecio Prieto y Julián Besteiro, huido uno condenado el otro, pero que aportan visiones coherentes de su posición; Ernesto Giménez Caballero, el del Genio de España; Juan Aparicio cuyo centenario como el de sus camaradas se celebrará en el olvido; Dionisio Ridruejo poeta militante falangista y detractor del franquismo; Josep Pla con obras como su Historia de la República; Joaquín Arrarás con otra obra monumental sobre el mismo tema; Miguel Hernández, muerto en la cárcel en los cuarenta militante como Rafael Alberti en el bando perdedor; Juan Ignacio Luca de Tena, monárquico y director de periódicos; Joaquín Leopoldo Calvo Sotelo, autor de teatro como Buero Vallejo en distinto lado; la excelente colección de autores con fina ironía y exquisita pluma o plumilla como Ramón Gómez de la Serna con sus imperecederas Greguerías, Miguel Mihura, silenciado por el actual Gobierno no así por cineastas como Garci, Tono –Antonio Lara- en La Ametralladora o La Codorniz, Wenceslao Fernández Flórez, de cuya continuación hemos vivido del humor periodístico como el de Vizcaíno Casas –fenómeno en ventas; Jaime Campmany columnista excelente; Antonio Mingote que sigue en la brecha; y distintos periodistas que sacrificaron quizá su carrera de escritor por dedicarse a la literatura efímera y diaria, entre los que quiero señalar sólo a efectos representativos a mi biografiado –Planeta,2004- Manuel Aznar. Hay muchos más. He nombrado unos cuantos sin orden ni concierto, según venían a mi memoria. Sí tengo que decir que he conocido personalmente a varios de ellos y me han transmitido lecciones inolvidables en una conversación, en una carta, hasta en una dedicatoria de libro. Me da mucha pena el ver gentes que al hablar de la Historia reciente de España simplifican con estereotipos autores, escuelas, movimientos y épocas. Además de los adecuados contextos que hay que ofrecer cuando se acomete un estudio de cierta relevancia, es preciso contar con los protagonistas de la historia.

A este respecto, quiero hacer una observación acerca de la historia, la literatura y del periodismo especializados en temas militares. Por mi tesis doctoral, tuve que conocer muy personalizado el trabajo de un corresponsal de guerra, de un cronista bélico, de un comentarista de operaciones. Sé que Aznar que trabajó como periodista en la Primera Gran Guerra, en Marruecos, en la Guerra Civil, que comentó ampliamente la II Guerra Mundial era de los pocos periodistas que merecían un cierto crédito y confianza en el sector militar en torno a la Guerra. Sin que la generalización justifique la verdad, pienso que se conoce muy poco el mundo militar en los que ponen o han puesto en las últimas décadas su pluma en él. Además, lo poco dada que es la profesión militar al lucimiento literario hace que las descripciones de hechos bélicos realizadas por profesionales de la milicia no sean especialmente proclives a la comprensión. Hay excepciones de este género como pueden ser las de los generales Carlos Martínez Campos, con su “Ayer” o Jorge Vigón con sus “Ensayos Militares” No abundan tampoco hoy los historiadores militares o los militares historiadores que conjuguen bien esas dos funciones. Doy fe de que sí lo hacen bien, autores del primer aspecto como Jesús Mª Ruiz Vidondo, con una docena de títulos especializados, y en el segundo, el general Miguel Alonso Baquer de quien recomiendo por ejemplo, la historia de los Pronunciamientos contemporáneos en España o sus memorias recientes –Graffite, 2004-. Por eso es muy importante cuando se habla de la Guerra Civil Española pedir rigor en terminología, en datos, en cuestiones técnicas de lo que los profesionales del Ejército –el pueblo en armas- tienen conocimiento lógico. Pero, la Guerra Civil, la Guerra de España por antonomasia fue algo más que una simple guerra.

.La contienda que enfrentó a unos españoles con otros españoles desde 1936 a 1939 fue el saldo de una serie de cuestiones que dejaron pendientes desde los inicios del siglo XIX en el que los enfrentamientos por ideales fue una constante repetida periódicamente. Las llamadas guerras carlistas son quizá las más importantes de este original proceso histórico español, pero la bipolaridad ideológica que llega a las armas y resuelve sus diferencias con las armas está presente en el siglo XIX que acaba con el mazazo de la guerra del noventayocho sobre la que se monta un sistema de pesimismo nacional agudizado por nacionalismos emergentes. Luego llegó feroz irrupción del anarquismo en la sociedad española con episodios tan claros como el intento de asesinato del Rey Alfonso XIII el día de su boda, la Semana Trágica en 1909, el intento de instaurar la dictadura bolchevique en España precisamente en el año convulsivo de 1917 con más de setecientos muertos en atentados anarquistas y contra anarquistas. También complicó las cosas la difícil salida de la Guerra de Marruecos en la que el Ejército se vio sin suficiente respaldo social, que desembocó en la suspensión de la constitución de 1876 e instauración de la Dictadura de Primo de Rivera tan efectiva en política de realizaciones sociales como exenta de respaldo intelectual y político de los partidarios del turnismo partidista de la Restauración. Cánovas, Canalejas, Dato… políticos que encabezaron gobiernos inconsistentes habían caído en atentados terroristas. Antonio Maura –uno de los pocos estadistas de la época- hizo lo que pudo por reconducir una situación anómala y los celos cortesanos tampoco le dejaron actuar desde la jefatura del Gobierno.

Unas elecciones municipales en abril de 1931 sin más trascendencia en su convocatoria, pero bien orquestadas desde un programa antimonárquico trazado en el Pacto de San Sebastián del verano de 1930, trajeron la República. España se había librado providencialmente de la Gran Guerra de 1914 aunque las tensiones de los partidarios de los dos bandos también tuvieron enfrentamientos notables; pero a partir de la caída o rendición de la monarquía el 14 de abril de 1931, el enfrentamiento de los españoles en forma de lid política, de conflictos sociales y de enfrentamientos violentos fue en aumento entre los modos de entender la vida que simplistamente desembocaron en dos : la revolucionaria para instaurar la dictadura del proletariado como en Rusia y la revolucionaria para instaurar un orden corporativo orgánico al modo de Italia, por ejemplo. Estas dos formas revolucionarias tenían en común que deseaban barrer a los partidos políticos, al caciquismo de la vieja política, a un sistema electoral en el que se daban continuos casos de alteraciones de la voluntad popular. En el centro, cada vez más exiguo conforme avanzaba la vida de la República, había un conjunto de partidos que vieron paulatinamente el abandono de sus miembros y votantes hacia los polos del arco parlamentario, hacia los extremos, en lo que se llamó la derecha e izquierda.

El deterioro social de la convivencia de los españoles en el régimen cada vez más crispado de la República trajo la Guerra Civil. Se barajan fechas para la determinación de la auténtica chispa de ésta como la de de octubre de 1934, cuando el levantamiento socialista quiso imponer por la fuerza lo que no pudo lograr en las elecciones un año antes. O la de las elecciones de febrero de 1936 en las que las garantías de limpieza brillaron por su ausencia en muchas demarcaciones electorales. La Guerra Civil se fue gestando en los años precedentes al 18 de julio de 1936 en que las dos españas, que no se soportaban y decidieron resolver por las armas lo que la política no pudo o no supo hacer. Y este hecho tocó por el tiempo a nuestros padres. Pudo haberse ventilado el conflicto antes o después de ellos, pero la Historia les citó a ellos en el campo de batalla.

No creo que la táctica del silencio o del olvido sea algo positivo. Ahora, bajo el pretexto del rescate de la memoria histórica, se quiere poner en duda lo que se ha tenido por cierto de qué fue la Guerra Civil con la proliferación editorial y fílmica de productos no exentos de intención y mayoritariamente tendenciosos. No hay un solo día en que no tengamos noticia de un libro, de una serie de televisión, de algún testimonio, de recuerdos, de sentimientos y resentimientos manifiestos, sobre todo de personas que se reconocen partidarios del bando perdedor. Curiosamente, líderes del socialismo gobernante como ministros, intelectuales y publicistas descienden de personas claramente alineadas en el franquismo sociológico e incluso, en los movimientos del Requeté, de la Falange o de la CEDA. El Régimen que se personaliza en quien lo encabezó, intentó superar los antagonismos propios de la Guerra para fundir en la paz a quienes militaron en las dos partes del trincherón español. Uno puede recordar, por ejemplo cómo el herrero de su pueblo y profesor de guitarra se sabía que había luchado con los rojos, cómo el padre de algún amigo había sido represaliado en retaguardia, o cómo un religioso conocido había sido fusilado en zona roja. Todos podríamos aportar nuestra visión. Pero hemos de convenir que hasta hace apenas dos décadas, el común de los españoles había hecho un esfuerzo por superar las heridas abiertas y dar el abrazo de la paz anhelada tantos años y que parecía irreversible. Pues no; ahora, se intentan otra vez remover sentimientos, emociones y heridas.

Es hora pues, de saber qué pasó y por qué paso. Es la hora de la verdad sin paliativos. De saber toda la verdad sobre la Guerra de España, la que entre 1936 a 1939 ensangrentó los campos y las poblaciones de esta piel de toro rugiente, la que después ha continuado en el frente cultural hasta hacer irreconocibles en muchos casos, los hechos auténticos. Es la hora de la versión buena, salvando las lógicas ópticas personales, de escuchar la palabra sincera.

La de quien nos ha hablado de la Guerra o la de quien nos ha escrito en la abundante literatura existente sobre ella. Es la hora de hablar con libertad y responsabilidad, con honradez intelectual sobre esta Guerra cuyas secuelas creíamos superadas por un periodo de paz insólito en la Historia de España. Sin embargo, desde la cúspide del Gobierno actual, remodelado por tensiones internas el 7 de abril, se realiza una campaña sin precedentes de idealización del periodo republicano previo a la Guerra, de condena hacia el bando alzado y vencedor, de deslegitimización del Régimen que siguió a su desenlace, impropiamente denominado genéricamente dictadura hasta por gentes que por oficio saben que son y han sido las dictaduras de verdad. Si la monarquía, motor de la Transición, es consecuencia de una dictadura queda deslegitimada y se abre la vía institucional del restablecimiento del régimen republicano, cuya operación propagandística orquestada con motivo del setenta y cinco aniversario del 14 de abril, está en todos los ambientes culturales e informativos. Quedan justificadas también operaciones como la instalación en Cataluña de una parte del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca so pretexto de “devolver” documentos de la Generalidad y de instituciones catalanas, de las que con el paréntesis de cinco décadas los actuales partidarios del nuevo Estatuto -de dudosa constitucionalidad-, se sienten continuadores.

Hablemos honradamente y con conocimiento de causa quienes tengamos algo que decir o escribir, y sobre todo, hablen los protagonistas de estas épocas tan importantes para la vida y convivencia de los españoles. Este libro contribuye a esta meritoria labor. Yo puedo apuntar algún aspecto que tiene que ver con mi vida personal, familiar e intelectual. Pero ante todo, una pregunta que todos nos podemos formular ampliando o encogiendo los años de vida hasta hacerlos coincidir con los de la gran confrontación nacional:

¿Qué hubiese sido de mí si hubiera nacido tres décadas antes? ¿De qué modo hubiera tomado partido en la Guerra Civil de 1936-39?

La decisión que tocó a los contendientes y protagonistas hubiera estado en nuestra mano: elegir bando, modo de incorporarse al frente o al servicio del más proclive, protección familiar y personal en el caso de que peligrara, salvación de los efectos más indispensables, comunicación a los más próximos de la actitud adoptada…Aunque los nubarrones de la gran tormenta social se veían venir hasta que no descargaron rayos, truenos y aguaceros hubo mucha gente que no se posicionó de verdad. Llegada la hora, hubo resoluciones heroicas, menos heroicas, temerosas, recelosas, traidoras a las convicciones previas, en fin todo el cúmulo de posibilidades ante una situación límite.

Tengo la suerte de que sobre la Guerra Civil me hablara en mis más tierna infancia, cuando de verdad se graban los mensajes educativos, un protagonista de ella: mi padre, soldado de un batallón del Regimiento San Marcial de Burgos, donde se encontraba en julio de 1936 y que se integró en la Primera División de Navarra –unidad especialmente bregada y móvil en la campaña- que tantos episodios épicos cosechó en la contienda. De hecho, mi padre fue herido gravemente en la ingle por una bala explosiva que le impactó y una vez repuesto en Riaza y Sepúlveda, siguió en las operaciones de su unidad. Me quedaba atónito durante horas infantiles oyéndole hablar del frío siberiano de Teruel, de la piedra tras la que se parapetó en el Ebro y en la que impactaron varios disparos, de cómo subió primero a una posición elevada y forcejeó con un oficial enemigo hasta que lo redujo y recibió por ello su pistola, de los moros que combatían de noche y vendían objetos en posiciones de vanguardia, de la toma de Onda cuando se tiraban combatientes del Frente Popular de la peña antes de ser hechos prisioneros, de piojos y miserias, de cartas, descansos y permisos, de hambre y de buen humor ante las contrariedades. Lo más tremendo era comprobar cómo un soldado en guerra ve morir a compañeros suyos que hasta hace unos instantes compartían rancho, camastros, trincheras. Me solía decir mi padre que en le frente estaban lo más sano de las dos zonas en lucha. Que entre quienes estaban en una posición y la enfrentada no había odio aunque se luchara a vida o muerte. Cuando por ejemplo, en campaña había orden de fusilar a algún desertor o enemigo capturado de especial peligro, nadie quería formar parte del pelotón hasta que era forzado a ello. Se extrañó mucho de que un médico de Espinosa de los Monteros muriera de ese modo sin pedir auxilios espirituales por lo que deduzco que muchos que corrían esa suerte sí los pedían.

No creo capaz a mi padre de mentir cuando hablaba en familia o en otros círculos de la Guerra. Después de haber acabado y tras una cura de sarna y repaso higiénico en una playa vizcaína se incorporó como la mayoría de los combatientes a su casa, a su trabajo y a su situación familiar. Entre el Servicio Militar y la Guerra fueron seis años en filas. Fue la campaña bélica tan significativa en las vidas de su generación que fue sustancialmente marcada por este hecho tan singular y decisivo en la Historia de España.

Luego tuve ocasión de escuchar de otros familiares, amigos, conocidos sus propios testimonios. En un momento determinado, pensé en hacer cuatro preguntas a todos los que estuvieron en el Frente: ¿Cuáles fueron las causas que motivaron la Guerra Civil?, ¿Cuáles sus efectos o consecuencias?, ¿Qué destacaría de su experiencia personal?, y ¿Lo que se publica y exhibe responde a la realidad de los hechos? Tomé abundantes notas de unos cuantos encuestados por tan simple cuestionario. Forman parte de un pequeño archivo que guardo con idea de sacar provecho cuando sea preciso.

En el ámbito académico tuve que estudiar la Guerra Civil, sus antecedentes y consecuencias a tenor del tema elegido para la investigación. En su transcurso tuve que analizar toda la actuación y la labor en esos años decisivos de Manuel Aznar, como parte de mi tesis doctoral en la Universidad de Navarra sobre la biografía de este gran periodista y embajador navarro. Aznar tuvo sendos sustos de muerte en las dos zonas de la contienda, escribió en Heraldo de Aragón en la República y en la Guerra y es autor de la Historia Militar de la Guerra de España, publicada primero por Editorial Idea en 1940 en un tomo voluminoso y después, en tres ampliados, en Editora Nacional. También escribió un libro escolar explicando al mundo infantil de modo sintético el desarrollo de los combates. Los hijos de Aznar, voluntarios en el ejército nacional, fueron parte sustancial de la decisión que adoptó de defender la causa de los vencedores. Lo hizo con la pluma como cronista de guerra, visitando en ocasiones escenarios de trincheras y de posiciones, y además, fue un publicista de la causa nacional intentando ahondar en los motivos de esa guerra tan radical y decisiva en la historia de España. Esa parte fundamental de la biografía de Aznar la tuve que completar con muchas lecturas y consultas documentales. Fue un publicista de la causa nacional intentando ahondar en los motivos de esa guerra tan radical y decisiva en la historia de España. En las elecciones de febrero de 1936 fue candidato del centro portelista por Albacete en cuya circunscripción se dio una manipulación de los resultados a favor del Frente Popular.La operación resultó sin éxito por su parte, pero incurrió en algo insólito como era la de bajar a la lid electoral en unos momentos en los que sabía, se estaba preparando la munición para iniciar esa guerra que se creía corta pero que necesitó para su desenlace de mil días y que desgarró la vida social. Se abrió posteriormente una época de paz social de varias décadas de la que todavía a pesar de los pesares, disfrutamos. La concatenación de República, Guerra, Nuevo Estado, Transición, son estadios de un proceso histórico continuo que no se explican por sí solos sin referencia a los otros.

No se conoce bien por parte de los historiadores jóvenes y no digamos ya del pueblo llano, el origen, el desarrollo y el desenlace de esta guerra de España. Y eso a pesar de los miles de títulos que ha dado a la imprenta, del interés más puesto de manifiesto en tiempos como el actual, que despierta en el mundo entero, de la propia originalidad del suceso capital para la Historia de esta nación multicentenaria.

Al producirse la sima entre estas dos españas que no se soportaban, la zona alzada disponía de menos territorio, menos población, menos efectivos militares, y a pesar de ello, se impuso hasta la victoria con el desmoronamiento general de lo que quedaba de la otra el 28 de marzo de 1939. La iniciativa estuvo generalmente en el ejército nacional con la conquista temprana de Málaga, Extremadura y posterior unión de las dos bolsas geográficas del norte y del sur de su zona; la campaña del Norte con las tomas sucesivas de San Sebastián en septiembre de 1936, Bilbao en junio de 1937 y Santander pocas semanas después; las campañas de Teruel y del Maestrazgo que llevó a partir en dos la zona republicana en la Semana Santa de 1938; el enfrentamiento decisivo en la gran batalla de la guerra, la del Ebro, que comenzó a iniciativa republicana el día de Santiago del citado año 1938 y que a su fin, con un enorme costo de vidas humanas en ambos lados, preparó la rápida campaña de Cataluña sin apenas resistencia que culminó en febrero de 1939 con la huida del propio presidente de la República a Francia. A partir de la caída de Barcelona en enero, la suerte estaba echada. Tan solo cabía esperar los términos de un alto el fuego que pondría fin a la guerra que llegó tras una lucha callejera en Madrid entre partidarios de resistir a cualquier pecio y los de apresurarse a firmar una paz honrosa. Sólo dos ciudades de importancia fueron conquistadas ocasionalmente por los ejércitos republicanos: Teruel y Guadalajara. Iniciativas a su cargo como las de Brunete o Belchite no dieron resultado y venció el ejército nacional cada vez más integrado entre las milicias de voluntarios, los soldados de reemplazo y las fuerzas incorporadas como las de la Guardia Civil, Carabineros y Policía.

Se ha estudiado bien la ayuda exterior a los bandos contendientes. La conclusión más exacta es que no fue decisiva en el resultado. La ayuda de Rusia al republicano en equipos, aviones y personal, muy bien pagada con el oro de las reservas del Banco de España, quedó compensada por la de Alemania al nacional. Las milicias italianas con las Brigadas Internacionales. Cada uno de los bandos en lid se disputaban en el exterior sus razonamientos para una lucha que algunos consideraron banco de ensayo para una Segunda Guerra Mundial que estalló prácticamente cien días después de haber acabado la contienda española. España como había sido en la primera, fue neutral en ella, sin que las asechanzas del Fuhrer lograran del que creía aliado –Franco- más que el hecho de permitir que una división de voluntarios, la División Azul, fuera a luchar contra el comunismo internacional en Rusia.

Si la victoria armada es indiscutible para el ejército nacional, la victoria propagandística, diríamos cultural ha sido del contrario, el republicano. Aquella frase castiza atribuida a un combatiente del primero de que “a propaganda nos ganan los rojos, pero la guerra la vamos ganando nosotros”, refleja lo que fue en el escenario de la opinión pública internacional el eco de la guerra. No digamos después del desenlace de la guerra mundial en 1945 en que muchos creían que acabaría el régimen antagónico de Franco, con una constitución abierta a los perdedores e incluso, un rey que se especulaba podría ser Don Juan, hijo de Alfonso XIII, que continuara la tradición monárquica española. Franco entendió que el heredero de la corona hacía el juego a ese posibilismo de salida constitucional, y a partir de entonces “enfiló” al conde de Barcelona apartándole de toda posibilidad de instauración monárquica en su persona. A la mala prensa que ya de por sí tuvo en muchos ámbitos internacionales el Nuevo Estado se sumó el descontento de los partidarios de Don Juan que desde Estoril seguía los acontecimientos de la vida política española.

Franco que era monárquico convencido, al contrario de Mola republicano manifiesto, eligió de entre las pocas posibilidades que tenía, al infante Juan Carlos, hijo del Conde de Barcelona, al que con el disgusto de éste, empezó a formar para su sucesor. Cuando lo creyó preparado, ya en 1966, en el seno de la Ley Orgánica del Estado, previó la sucesión monárquica a su persona, y en 1969 con la oposición de algunos procuradores en Cortes testimoniales como los representantes familiares de Navarra, carlistas partidarios de la otra rama, fue declarado sucesor y Príncipe de España, Don Juan Carlos de Borbón, que interinamente en periodo de enfermedad, en vida y después, definitivamente, a la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, asumió la Jefatura del Estado. Hoy en las instituciones del Estado lo único que queda de Franco es el Rey, que lo es por voluntad expresa de su antecesor, sin que los sentimientos monárquicos del pueblo español lo fueran en esos años tan intensos y estuvieran tan unificados como para haber forzado un ápice, la decisión que tuvo el Generalísimo. De hecho, buena parte del carlismo tradicional sintió una fuerte decepción por la persona encargada de continuar la monarquía.

La Guerra Civil de 1936 derivó del desarrollo de la vida política y social de España y, probablemente, si hubiese sido otro el desenvolvimiento de las instituciones, sin violencias, sectarismos ni exclusiones, la II República estaría entre nosotros implantada al modo de otras naciones que conservan el recuerdo histórico de sus monarquías florecientes. La Guerra Civil, hay que reiterarlo, no fue un levantamiento militar, un golpe más al uso decimonónico, fue una explosión social en la que el desgarro afectó al Ejército, a la vida política, económica, a todas las facetas del pueblo español. Se le denomina más técnicamente como Alzamiento subrayando el carácter generalizado en contraposición de los pronunciamientos protagonizados por militares de profesión, de tanta tradición en la centuria precedente y que también fue el caso de la intentona de Sanjurjo en agosto de 1932 sin que tuviera el espaldo social ni siquiera de los carlistas con los que tanta sintonía.

El Alzamiento del 18 de julio es el resultado de una situación límite y tuvo un carácter popular con masas enardecidas en ambos lados que animaron a los soldados entre los que se encontraron milicias de voluntarios que empuñaron las armas antes de ser movilizados por las autoridades militares. Esa fecha en el tiempo de la guerra fue celebrada en las dos zonas, pues si bien la iniciativa resultó del bando nacional, también en el contrario hubo preparativos en el mismo sentido y se consideró la fecha como síntoma de haber resistido y apoyado a las facciones que darían pie al bando llamado republicano; aunque los alzados en el denominado bando nacional, en un primer momento no se levantan contra el orden republicano sino contra, diríamos, el desorden que el propio sistema había propiciado en detrimento de las garantías ciudadanas de una parte sustancial del pueblo español situada por voluntad ajena o propia al margen de la vida política.

El régimen que surgió después de la victoria del ejército nacional, el Movimiento Nacional, no fue una Dictadura. Esta palabra se emplea de modo natural y nada despectivo para designar al hecho de la suspensión constitucional de Primo de Rivera con el asentimiento real desde 1923 hasta 1930. Ciertamente, el régimen posterior a la Guerra de España fue un régimen excepcional y de difícil encaje en coordenadas de análisis político: se trata de una democracia orgánica en cuya cúspide se sitúa el Generalísimo vencedor y Caudillo de la nueva nación, en la que no cabían partidos políticos ni elecciones para designar la totalidad de los representantes de los ciudadanos pero en el que hubo un ordenamiento institucional con el poder judicial desvinculado del afán político ordinario, libertad de comercio y empresa, apertura cultural y universitaria, y otros rasgos de un Estado que fue perfeccionando sus estructuras al paso del tiempo. Entre sus fases desde la reconstrucción en 1939 hasta alcanzar las cotas de un representar a una nación próspera que supo sobrellevar la crisis económica del Petróleo en 1973-1975, se hallan como intermedias las del bloqueo internacional (1945-1952), la integración en las organizaciones internacionales (1952-1959), la estabilización (1959-1965), desarrollo económico y social (1965-1975).

La descalificación global del Régimen que sigue a la Guerra Civil y que continúa hasta la muerte de Franco impide a los autores tendenciosos advertir la pluralidad que se da en las personas influyentes en esa situación prolongada. Basta con estudiar las características de los 119 ministros de los diferentes gobiernos de Franco para ver en ellos adscripciones políticas diversas: falangistas en cualquiera de sus ramas, carlistas también de distintas ramas, sensibilidades o corrientes, juanistas o monárquicos de la dinastía cesante en 1931, democratacristianos, tecnócratas, militares a secas, independientes sin ninguna filiación. Tengo la sensación de que el pueblo llano, con la aversión a los partidos políticos -tradicional en la sociedad española- y, por supuesto, con el desinterés de las autoridades políticas más preocupadas en políticas de hechos y de obras que de ideologías en contraste, se identificó en un grado muy bajo con el Movimiento Nacional como organización política unificada e impuesta, primero por necesidades de guerra, después por eficacia política y por miedo a que volviera la vieja política de castas partidistas.

Nuestra generación que iba feliz a una escuela sobria, con autoridad, religión, formación del espíritu nacional, con leche, queso y mantequilla de los americanos después de la Guerra de Corea, que tenía hogares juveniles, campamentos y actividades del Frente de Juventudes y de la Sección Femenina, con becas accesibles para Universidades Laborales, que pudo estudiar, trabajar de aprendiz o recadista a los catorce años, de estudiar y trabajar a la edad temprana de los dieciséis años cuando la mayoría de edad era de veintiuno, nuestra generación decía resultó bastante antirégimen o por lo menos, poco entusiasta del Régimen. En unos casos porque se criticaba a Franco porque había dejado fuera a carlistas o falangistas puros; en otros, porque el franquismo se veía representado por una clase política que tenía hasta uniforma de vestir o de presentarse en público. Quizá había un poco de aburrimiento en los planteamientos sociales y políticos, también la influencia de líderes culturales bastante desafectos al franquismo sociológico. Luego llegó el desconcierto de planteamientos que se creían postconciliares y que no eran otra cosa, que irrupción en la política desde planteamientos católicos para guardarse de represalias.

En las instituciones municipales, provinciales y en las Cortes en la Democracia Orgánica del Régimen se daba por tercios un proceso electivo de cabezas de familia, de sindicatos y de corporaciones y entidades. Todos teníamos alguna experiencia de este sistema de participación totalmente desprendido en lo económico. Mi padre por ejemplo, fue concejal del ayuntamiento de Olite por el tercio sindical, supongo que a causa de ser el presidente de la Hermandad de Labradores y Ganaderos. Su única compensación al trabajo de sesiones, de elegir a maestros, médicos, farmacéuticos, funcionarios municipales, de compromisos ante la administración más cercana, era la que tenía relación con las fiestas patronales: pase gratuito al palco de la plaza portátil de toros y la comida del día en que elegían las vacas que iban a ser traídas para encierros y capeas. Además de unos años de concejal fue también presidente de la Sección Social de la Cámara Oficial Sindical Agraria de Navarra con viaje quincenal o mensual a Pamplona como representante de los labradores y ganaderos en ella, que me reportaba un tebeo comprado en la capital que leía con avidez después de que regresara mi padre en el autobús de La Tafallesa.

Las elecciones municipales y en las de procuradores en Cortes por representación Familiar suponían bastante animación desde 1966 Ley Orgánica del Estado- con un cierto pluralismo en las listas. Salieron por ejemplo, los procuradores trashumantes bastante críticos con el Movimiento Nacional al que también desde posiciones del economicismo despolitizador de algunos ministros se hacía frente.

Ya en 1967 la efervescencia política que yo pude observar en la Universidad cuando me matriculé por primera vez en ella era impresionante: había células o cuadros de estudiantes carlistas –AET-, comunistas –FUDE-, falangistas –FES-, nacionalistas vascos, algunos estudiantes proclives al aperturismo que se preconizaba desde Estoril, el resto la masa apolítica tenía en unas cámaras de representación estudiantil una mayoría que a su vez, intentaban manejar las minorías más politizadas. Los inquietos de entonces –entre los que me encuentro-, buscábamos el amparo de organizaciones legales para proyectar nuestras inquietudes. Tengo el honor de haber sido participativo en la vida social y política desde entonces sin haber militado en ninguna formación socialista o comunista de tipo marxista. Muchos de mis inquietos coetáneos cayeron como compañeros de viaje o tontos útiles, en operaciones muy bien diseñadas por dirigentes hábiles que diseñaban con metodología bien experimentada campañas de captación. Fuimos testigos, pronto, de cómo se aprovecharon de las Escuelas Normales de Magisterio y centros de enseñanza, de estructuras universitarias e incluso, de los Seminarios de formación sacerdotal y religiosa, estas células de inspiración clandestina hasta 1975, en que por la muerte en el hospital de La Paz de Francisco Franco, el Rey comenzó la apertura democrática. Nuestra sorpresa, la de los inquietos sociales no extremistas, fue enorme cuando vimos la deserción de masas considerables de personas vinculadas al Régimen hacia una especie de apatía generalizada compartida por buena parte de la sociedad española muy despolitizada, por cierto. A las Fundaciones que promovimos al comienzo de los 70, nos apuntamos cuatro y el de la guitarra. Recuerdo, una llamada Causa Ciudadana en la que nos metió Arturo Moya, de amplias miras sociales que preparaba líderes. Estuve también en la Unión Democrática Española de Federico Silva y Alfonso Osorio, que no cuajó posteriormente, de la mano de mis amigos Alfredo Les y Jesús Ezponda. Después seguimos en cuadro en el primer partido que pudimos hacer legalmente: el Partido Socialdemócrata de Navarra liderado por Jaime Ignacio Del Burgo a escala foral y por el luego tránsfuga y ministro Fernández Ordóñez, en la nacional. Cuando nos fusionamos con el Partido Liberal de Jesús Aizpún en Navarra y Joaquín Garrigues en Madrid, para constituir la UCD de Navarra en 1977 logramos llegar a los trescientos afiliados. ¿Dónde estaban las ansias de partidos políticos, de libertad para ejercitar la democracia? La gente no percibía responsablemente que el cambio de Régimen era un hecho y había que moverse en un régimen de pluralismo. Estábamos en la Transición, con Pactos de la Moncloa incluidos, y una Constitución que se avecinaba cuya redacción se sabía era problemática y costosa. No hay que olvidar que en estos años setenta la actividad terrorista del conglomerado etarra estaba en pleno auge, que las huelgas salvajes no eran escasas y que no hubo español mayor de quince años que en esta década no hiciera alguna locura. Fueron años de confusión, de convulsión y de gran actividad, llamemos consensuadora intentando superar diferencias para plasmarlas en un texto que permitiera con la Ley de leyes un juego democrático entre los partidos políticos.

La transición del régimen personalizado en la cúspide por Francisco Franco a la monarquía parlamentaria con un régimen constitucional de partidos políticos fue progresiva. El presidente del último gobierno de Franco continuó siete meses con el Rey. Después, en 1976, le sustituyó por designación real a propuesta del Consejo del Reino –institución también heredada-, Adolfo Suárez que había sido un destacado y joven hombre del Movimiento Nacional y que lideró un partido de centro y reconciliación –en el que por cierto milité desde su fundación hasta diciembre de 1978-, que fue encargado de elaborar una Constitución en la que se regulase la división de poderes, la vida política que diera juego a las diferentes formaciones partidistas, y en definitiva, los derechos y deberes de los ciudadanos.

No creo que saliera bien del todo la Constitución, a juzgar por la ambigüedad del texto en cuestiones fundamentales y lo prolijo de enunciados secundarios. Enseguida nos dimos cuenta que el sistema electoral no era el mejor de los posibles; que la participación política se ponía casi exclusivamente en manos de los partidos, que la articulación del espacio autonómico era un auténtico bodrio que traería problemas. En la elaboración, todos cedimos, pero unos cedieron, cedimos, más que otros. El principal constituyente visto a treinta años vista ha sido el Tribunal Constitucional que con sentencias desconcertantes en casos fundamentales ha interpretado litigios del modelo de Estado y competencias de las comunidades autónomas, derechos tan importantes como el de la vida, y actuaciones abusivas del Gobierno como en el caso Rumasa.

Ahora, aquel esfuerzo de dejar una Constitución duradera parece haber caducado: el Gobierno surgido tras las elecciones del terrible atentado del 11 de marzo de 2004 - todavía sin ser aclarada la identidad de sus mentores- que causó 194 muertos y cientos de heridos además de una profunda brecha entre la sociedad española que espera del Gobierno el esclarecimiento de la verdad, ha emprendido la revisión del texto de la Carta Magna con mucho menos consenso del que hubo entre 1976 y 1978. Este revisionismo ha dejado excluida en el proceso a casi la mitad de los españoles que no votaron a socialistas, comunistas, nacionalistas y otras minorías, y que sí lo hicieron por el Partido Popular que ostentó el gobierno de la Nación desde 1996 a 2004. Se rompe así el espíritu de la Transición liderada por el Rey y que contaba con el amplio apoyo de las dos formaciones susceptibles de formar gobierno. La Ley del nuevo Estatus de Cataluña, la de Educación –Loe-, la del pretendido matrimonio de homosexuales a través de la de la Reforma del Código Civil, son una muestra de la utilización partidaria de una mayoría exigua de votos en el Congreso que sirve incluso para derrotar la contraria del Senado donde la mayoría gubernamental no alcanza el cincuenta por ciento de los votos. Decididamente estamos, sin haber elecciones para ello ni mandato electoral, en una etapa constituyente o reconstituyente en la que se dan varios elementos nuevos: el segundo plano de la monarquía en el proceso, el desprecio por instituciones de autoridad externas al juego político como el Consejo de Estado o el del Poder Judicial cuando contradicen tesis gubernamentales respecto a interferencias en ámbitos de derechos fundamentales, articulación del modelo territorial o funcionamiento de los poderes del Estado, el desinterés mayoritario de la población española por la reforma constitucional en contraste con el desaforado interés de la clase política de mayoría en el Congreso y de sus correspondientes correligionarios en los parlamentos autonómicos, la profesionalización de buena parte de la clase política que le hace menos libre ante las exigencias de la sociedad, las exigencias de la Unión Europea en cuanto a convergencia legislativa,, en definitiva, unas condiciones poco propicias a tocar o retocar la Constitución en temas más fundamentales que los detalles de si pueden ser mujeres las reinas de España si son mayores en edad como hijas de los monarcas. Pero lo más grave de la situación está en el proceso deslegitimador de la Transición que cristalizó en la Carta Magna del 78, del régimen que le precedió, de la Guerra Civil que se quiere asimilar a la victoria de los malos sobre los buenos y que rompió un paradisíaco régimen republicano instaurado por el anhelo popular masivo tras unas elecciones de claro signo mayoritario por la caída del monarca.

La Historia nos enseña que las elecciones municipales de abril de 1931 no eran decisivas para el cambio de régimen ni fueron ganadas por los republicanos. Al poco tiempo de instaurarse el régimen republicano, los desordenes públicos fueron tomando más fuerza con un efecto de bola de nieve que provoca un alud incontenible, como lo prueba el incendio masivo de iglesias madrileñas en mayo de 1931 ante un ministro como Miguel Maura, de la exigua Derecha Republicana, que tardó poco en exclamar el “no es esto, no es esto” de Ortega. Este deterioro progresivo de la II República abocó tras episodios revolucionarios del calibre de la Revolución de octubre de 1934 en la Guerra Civil de 1936 a 1939, ganada lógicamente por uno de los dos bandos. El estallido social del 18 de julio de 1936 no fue estrictamente un golpe ni un pronunciamiento de militares. El Régimen que se instaura tras el mes de abril de 1939 responde a un planteamiento singular no homologable a ningún otro Estado de la época. No fue una Dictadura, aunque sí tuvo, sobre todo en los primeros años, un peso autoritario fuerte y los poderes se concentraban en el General Franco que había sido designado, después de tres meses del 18 de julio, Generalísimo de los Ejércitos. Los cuarenta años que siguieron tuvieron en España distintas fases y periodos con apertura gradual que muchos consideraron insuficiente pero que fue palpable y que permitió la inserción progresiva de España en los organismos internacionales como la ONU desde 1955. Los logros sociales y económicos del periodo acentuaron el desarrollo económico y el asentamiento de la clase media mayoritaria. Fruto del desarrollo político, llegó en 1969 la designación del sucesor de Franco por voluntad del propio Franco y que no fue otro que el actual rey de España, motor del cambio político tras asumir la jefatura del Estado y piloto de la etapa constituyente.

La Transición, insisto, quizá no fue tan modélica como suele indicarse, pero ha sido parte de estos años de encaje de la sociedad española a los usos de la democracia pura y dura de los partidos políticos para elegir a los gobernantes, es parte de un periodo de paz de seis décadas, algo insólito en la Historia de España. La execrable plaga del terrorismo que la ha empañado no invalida esta realidad: nuestra generación que ronda los sesenta años ha sido la única que en muchas centurias no se ha visto envuelta en una guerra en la que España ha estado involucrada. Esta es la paz que necesitan nuestros hijos y por la que hemos de trabajar todos para que los hijos de nuestros hijos sigan disfrutando de este bien supremo, fruto de la lucha personal y social por asentar las bases de la convivencia en el orden, en la moral y en la justicia.

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Jesús Tanco Lerga



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