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El General Jake Smith mando a los soldados estadounidenses  «kill and burn...», mantando a todos lo muchachos filipinos que tuvieran más de 10 años.

Vida sintética

por Max Silva Abbott

No somos sólo química, mero genoma; sino que poseemos otra parte de nuestra naturaleza humana de tipo espiritual, que no sólo es imposible de dominar por la química, sino que además, constituye nuestra parte más importante y valiosa

Los esfuerzos del hombre por descifrar los secretos de la naturaleza parecen no tener límites; tal vez por eso, diversos autores, como Descartes o Bacon se daban cuenta del profundo afán de poder que inevitablemente se esconde tras este colosal empeño: “conocer para saber y saber para poder”, o simplemente “conocer es poder”, señaló este último.

Y pese a haberlo advertido, parece que se quedaron cortos. En efecto, en las últimas semanas, diversos reportajes han anunciado que en un futuro aún muy lejano, se pretende crear vida sintética: luego de descifrar el genoma humano, reduciendo a la vida del hombre –al menos en sus aspectos físicos– a sus elementos más simples, parece ilusorio contentarse con sólo sanar todo tipo de enfermedades, modificando esta obra maestra de ingeniería de la naturaleza: lo lógico, de acuerdo a estas premisas, en que se esconde un profundo afán de poder, es crear una realidad completamente artificial, y ni siquiera la vida humana escapa a este proceso; y parece inevitable, puesto que si todo se reduce a mera química, es cuestión de tiempo para que el hombre sea considerado y tratado sólo como un elemento más de la naturaleza, sometido por ello a sus mismas leyes y, por supuesto, sin ningún atributo que lo distinga o lo haga más digno que el resto de los seres existentes.

Sin embargo, fantaseando un poco, el asunto podría llegar aún más lejos: si en algún momento se pudieran descomponer las moléculas (cualesquiera, no sólo las del ADN) y llegar a manejar los átomos o incluso (¿quién sabe?) a fabricarlos, tendríamos en nuestras manos la posibilidad de crear cualquier ente material: la famosa Ley de Lavoisier “nada se crea, nada se destruye, todo se transforma”, conseguiría así ser domesticada por completo, lo que nos convertiría, virtualmente, en dioses de este mundo, al poder crearlo y destruirlo a nuestro antojo (tanto seres inertes como vivos, incluido el hombre), o mejor dicho, según el antojo de quienes manejen esta impresionante aunque terrorífica tecnología.

Mas, llegados a este punto, se daría la paradoja de que nos veríamos completamente atrapados en este torbellino de química; es decir, en caso de que se pudiera “crear” vida, como se pretende –y suponiendo, de acuerdo a este enfoque, que el hombre es sólo química, o si se prefiere, que en él no existe nada espiritual–, éste también podría ser totalmente fabricado por otros hombres; no como hoy, en que se manipula materia viva para originar seres humanos –lo que ya es mucho–, como en la fecundación in vitro.

Así las cosas, cabría preguntarse quién controla a quién, porque en definitiva, el hombre se transformaría en simple materia. Se daría así una especie de círculo vicioso: materia (hombres) que crean otra materia (incluidos otros hombres). Mas el problema en caso de que esta pesadilla pudiera realizarse, es que no existiría un punto de apoyo externo al proceso, por lo que intentar salirse de él sería como la pretensión del Barón de Münchausen de sacarse a sí mismo del pantano tirando de sus propios cabellos.

Sin embargo, existen poderosos indicios (por ejemplo, nuestra manera de obrar) de que no somos sólo química, mero genoma; en suma, que poseemos otra parte de nuestra naturaleza humana de tipo espiritual, que no sólo es imposible de dominar por la química, sino que además, constituye nuestra parte más importante y valiosa. Mas para “verla” resulta más apropiada la filosofía que la ciencia, siempre, no obstante, que queramos verla.

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Max Silva Abbott



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