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Materialismo y violencia: los hermanos

por Javier Barraca

La violencia globalizada y el terrorismo son frutos extremos de un materialismo desaforado cuya dinámica a menudo no percibimos. Se trata de una reacción enloquecida, revestida de integrismo, frente a un paraíso en la tierra que no es real, accesible ni seduce en lo profundo. Frente a quienes desean extirparlos arrancando las raíces de la tradición, los valores o la religión cristiana, en este texto, se postula la necesidad inversa, la de afianzar sólidamente nuestra sociedad en sus principios más robustos. Sólo un horizonte de auténtica esperanza puede colaborar a derrotar el horror, y no la caída en un escepticismo moral impotente para reaccionar contra quienes acometen nuestras formas de vida

Con más materialismo, no desterraremos la violencia. [1]

En este tiempo de frenesí consumista, tal vez convenga advertir y reflexionar acerca de cómo se hermanan ambas realidades: la de la violencia desatada y la del craso materialismo actuales.

Lo escribo porque también yo, como tantos en el mundo desarrollado, sufrí la influencia de ciertos postulados materialistas sumamente ingenuos. En un confortable coche, contemplaba asombrado las riquezas de Europa. Algún día, pensaba, todos los pueblos compartirán este bienestar y su corazón aceptará construir sociedades “ideológicamente neutras”, en las que las creencias se enterrarán en lo más hondo. [2]

Pero las noticias, me despertaban de este sueño: el miedo, la creciente soledad, la falta de principios derrumbando nuestro sistema desde dentro, la funesta lotería de esas bombas indiscriminadas.  Seguramente, se trata sólo de un temporal precio que debemos pagar, me decía, hasta alumbrar un mundo tolerante y sanamente escéptico. Luego, en los aeropuertos, estaciones y autopistas, me inquietaba ver las miradas recelosas hacia los bultos y equipajes, los soldados patrullando entre las cámaras y los detectores.

Ahora sé que la utilidad y el cálculo interesado no derriban al odio, y que nadie acepta abandonar sus ideas para siempre a fin de disfrutar el mero préstamo de las cosas. Entre el interés, emergen igualmente crecidos la locura y la guerra. ¿Por qué el desarrollo material no quiebra al terrorismo? ¿Por qué, al intentar reducir la presencia de las convicciones en la convivencia, no debilitamos la violencia en nuestras calles? ¿Qué hace que la pujanza económica se transforme en un arma contra los otros, en vez de convertir a los valores del diálogo y la paz?

Una densa telaraña de motivos explica esta impotencia del materialismo, a la hora de desactivar los conflictos. Primero, está su prejuicio anti-religioso y su dogma de que todo lo espiritual, todo lo que no es craso materialismo o escepticismo moral, desemboca en intolerancia. [3]

Cuando resulta precisamente que, sin raíces y valores, en medio de la pura nada, como ha mostrado Lévinas frente al nihilismo contemporáneo, cualquier cosa se convierte en un pretexto para la disputa, sin que nadie pueda frenar ese instinto nocivo, que campa como el huracán en un desierto desnudo de obstáculos hasta arrasar la dignidad humana.

Segundo, los materialistas exhiben una falta de memoria letal. Fue una Europa sin religión y espiritualmente empobrecida la que lanzó al mundo a sus dos más destructivas guerras, en solo un siglo, por medio de los materialismos nazi y estalinista, que aborrecieron de los valores cristianos.

López Quintás ha explicado con hondura el dinamismo interno de estos procesos de vértigo colectivos, que asociaron el reduccionismo materialista y una violencia sin precedentes. [4] En España, esta desmemoria histórica resulta imperdonable, pues el materialismo nunca frenó con eficacia la radicalización musulmana, ni luego la opulencia otomana contravino la crueldad.  Es sabido que los integrismos islámicos, gestados desde el s. XII, son materialismos resentidos, reacciones históricas camufladas de pureza religiosa. Como lo es el foco norteafricano salafista del actual yihadismo, capaz de incendiar el mediterráneo entero, al que el relativismo moderno (como conocen en Francia y Argelia)  no ha hecho sino alimentar, pues el hedonismo y el egoísmo no nos unen fraternalmente sino que nos dividen y enfrentan.

Algunos contemporáneos nuestros se entregaron a la tentación de oponer, como vacuna contra la rebelión de las convicciones, el credo materialista; por ejemplo, los antiguos jefes soviéticos. [5]

Pero fracasaron, y no sólo en Afganistán o en su influenciada Asia (China e India), sino en el interior mismo de sus antaño materialistas y escépticas fronteras, como prueban Solzhenitsyn o Wojtyla. Materialismo y fanatismo se dan paradójicamente la mano sin ruborizarse.

Recuerdo las palabras de un magrebí, que tras sus estudios en Europa, me anunció que se volvía a su tierra. ¡Qué bien, le animé, ahora podrás colaborar a que en tu patria avancen el progreso y la libertad!  Quién te ha dicho a ti que, en mi país, necesitemos esas cosas vuestras, me replicó. Tanto oír hablar de nuestro diálogo entre civilizaciones, me había afectado. Debía haberme dado una vueltecita por alguna barriada “multi-cultural”, antes de decir eso. Pero no, yo me movía en cambio por las aulas materialistas y ateas de la universidad, donde no se toleraba manifestar preferencias en ese tema maleducado y antiprogresista de la religión.

Y es que esta clave “modernista” responde precisamente a la interpretación racionalista ilustrada de la ética, de la convivencia, de la multi-culturalidad y de las instituciones, incluida la universidad, que en cambio los más agudos pensadores de nuestra era están acertando a desenmascarar, como McIntyre entre otros [6] .

Pero es que lo religioso o las convicciones profundas -que todos tenemos- no son el problema, sino parte de la solución si sabemos interpretarlo. No se pueden expurgar del corazón la religiosidad, el amor a nuestra cultura o los valores más hondos, y substituirlo todo por dinero o economía. No se puede hacerlo y creer que así se evita el conflicto y la violencia.

Materialismo y violencia son hermanos, como desveló Dostoievsky gracias a los Karamazov. El hombre necesita creer en algo. [7]

Mas, si no acertamos a desarrollar nuestras convicciones en convivencia con los otros, no habrá paz. Matar las creencias e ideas más hondas con los cañonazos de nuestro materialismo sólo es un disparate que revierte contra nosotros. Pues, qué ofrecemos a cambio de lo profundo y de las raíces: ¿más consumo, más tecnología, más viajes, más armas, pero no tan buenos como los nuestros? Genial estrategia…, poco tardará en regresar contra sus autores. La violencia hace presa en el mundo, y el materialismo la aviva interesado.

Crecen por contraste (o de un modo dialéctico, como dirían los filósofos), pues cuando deseas demasiado lo que posee el otro, y no lo obtienes, comienzas a anhelar tener algo que él no tiene, ser algo que él no es, rebelarte orgulloso contra su modelo de vida y abatirlo cual un ídolo de barro.

Por eso son “reaccionarios”, en un sentido profundo, e hijos de unas tendencias nihilistas alentadas ya con descaro desde el nominalismo. [8]

Hay millones de personas sin esperanza en este convulso mundo, que debido a esto se agita sin paz, y no vamos a aplacarlas con el dudoso truco del espejito que brilla.

El materialismo no nos seduce en lo más hondo. Sabemos que es una anestesia; pero las anestesias nunca han curado a nadie de nada, y menos a una sociedad. Claro que la prosperidad, la tecnología y el bienestar en términos materiales son buenos; pero no redentores.

No van a derrotar al terrorismo ni a sus causas. Sólo las contradicciones del integrismo pueden ayudar a derribarlo, como el materialismo resentido que se oculta en él. Pero el impulso definitivo lo darán siempre unas convicciones –unas creencias y una religiosidad también- fundadas en unos valores sólidos y firmes.

Únicamente un horizonte de valores auténtico ofrecerá a tantos la esperanza que se necesita para enfrentar el horror y superar la tragedia de esta postmodernidad decadente que nos engloba [9] .

Contra el odio y el rencor, no valen las puras redes de intereses porque son demasiado frágiles. Con el materialismo y el relativismo ético no venceremos a los terroristas, pues a ellos les vigorizan por reacción, mientras minan desde dentro nuestro mundo.

La verdad es que nuestros mercaderes no convertirán a nadie a unos principios más humanistas. En cambio, corremos el riesgo de que una sociedad dirigida sólo por negociantes nos entregue al mejor postor, aunque ello comporte vender la libertad de todos.

Por tanto, nuestra pregunta ha de ser: ¿qué esperanza -alta y hermosa- puede ayudarnos, a los humanos, a encontrarnos más allá de la pura materia y su consumo?

Sin duda, la respuesta tendrá que ver con lo espiritual y con lo que nos transciende, y ello en la forma de un amor personal que procede de lo Absoluto.

Acaso, por todo esto, puede comprenderse el que recomendemos la relectura precisamente, hoy más que nunca, de las fecundas meditaciones de S. Agustín acerca del ocaso de Roma y el contraste siempre latente entre las ciudades terrena y celestial. [10]

·- ·-· -······-·
Javier Barraca


[1] Lo ha advertido la DSI desde hace décadas, y muy particularmente lo subrayó Juan Pablo II en sus lúcidos análisis de los materialismos de todos los signos, tanto el del comunismo como el del liberalismo extremo. Cf. JUAN PABLO II, Memoria e identidad, La esfera de los libros, Madrid, 2005.

[2] Este es uno de los principios de la inicial hermenéutica habermasiana, superada por autores como Gadamer, Ricoeur o Taylor que reivindican en cambio la tradición e identidad propias como vías para la comprensión y la relación auténtica.

[3] Una reflexión precisamente en sentido inverso se encuentra en el pensamiento de Lévinas. Cf. LÉVINAS, E.: De Dieu qui vient à l´idée, Vrin, París, 1986.

[4] LÓPEZ QUINTÁS, A.: El arte de pensar con rigor y vivir de forma creativa, Ed. APCH, Madrid, 1993.

[5] Testimonio estremecedor de ello, el del célebre “arrepentido” Kourdakov, cf. su relato El esbirro, Ed. Palabra, Madrid, 2007.

[6] MCINTYRE, A.: Tres versiones rivales de la ética, Rialp, Madrid, 1992.

[7] Esto inspiró la advertencia de Malraux: <<El siglo XXI será religioso o no será>>.

[8] Cf. VALVERDE, C.: Génesis, estructura y crisis de la modernidad, BAC, Madrid, 1996.

[9] Frente a la postmodernidad de la decadencia se han postulado otras alternativas posibles en clave de valores firmes y asentados, cf.: BALLESTEROS, J. Postmodernidad: ¿decadencia o resistencia?, Tecnos, Madrid, 1989.

[10] S. AGUSTÍN: La ciudad de Dios, CSIC, Madrid, 2002.



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