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Ut operaretur et custodiret illum. El trabajo de Adán

por Martín Ibarra Benlloch

¿Qué hacía Adán antes del pecado original?

"El Señor Dios tomó al hombre y lo colocó en el jardín de Edén para que lo trabajara y lo guardara" (gen. 2,15).

-creced, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que reptan por la tierra" (gen. 1,28).

En ambas narraciones de la creación del hombre se hace mención del trabajo. Nosotros vamos a comentarlas brevemente, para comprobar que el trabajo es algo inherente a la naturaleza humana, querido por Dios y previo al pecado original.

El hombre ha sido creado con una mayor dignidad que el resto de los seres. Así lo resume san Ireneo de Lión -siglo II- en su obra Demostración de la predicación evangélica 11: "Fue creado por Dios libre y señor de sí, destinado para ser rey de todos los seres del cosmos. Ese mundo creado, preparado por Dios antes de plasmar al hombre, fue entregado al hombre como territorio propio con todos los bienes que contenía". Y un poco más adelante, añade: "El Jardín era tan bello y agradable que el Verbo de Dios se personaba con frecuencia en él; se paseaba y entretenía con el hombre prefigurando lo que había de suceder en el futuro, es decir, que el Verbo de Dios se haría conciudadano del hombre y conversaría y habitaría con los hombres enseñándoles la justicia".

Efectivamente, en la narración del génesis encontramos que Dios se pasea por el Jardín y habla a menudo con Adán. Lo solía hacer a la hora de la brisa: "Y cuando oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, el hombre y su mujer se ocultaron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del jardín. El Señor Dios llamó al hombre y le dijo: -¿Dónde estás?" (gen. 3,8).

Dios se paseaba con frecuencia por el Jardín e iba formando progresivamente a Adán. Rezar es hablar con Dios, sí. Pero también dejar que Dios nos vaya "modelando" en nuestro interior. Se puede rezar en cualquier momento del día, pero la narración del génesis nos da a entender que Dios paseaba a la hora de la brisa, el momento en el que Adán conversaba con él. Adulto de cuerpo, Adán era mentalmente niño y necesitaba la formación de Dios, su trato continuo y constante. Esa presencia ocasional de Dios era lo que, según algunos, confería ese carácter tan delicioso y extraordinario al Paraíso.

En segundo lugar, sabemos que Adán impuso los nombres a todos los animales. Así nos lo refiere el texto sagrado: "El Señor Dios formó de la tierra todos los animales del campo y todas las aves del cielo, y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba, de modo que cada ser vivo tuviera el nombre que él le hubiera impuesto. Y el hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todas las fieras del campo; pero para él no encontró una ayuda adecuada" (gen. 2,19-20).

Esta es la otra gran actividad de Adán, un trabajo que requiere una gran inteligencia. Imponer un nombre implicaba en la mentalidad hebrea conocer su esencia, para lo cual hacía falta poseer ciencia e inteligencia bien desarrolladas. Adán fue creado con una inteligencia penetrante y comenzó su trayectoria trabajando, obedeciendo el designio de Dios.

Con gran acierto, el fundador del Opus Dei san Josemaría Escrivá, releyó estos textos y habló con gran claridad sobre este particular: "Desde el comienzo de su creación, el hombre -no me lo invento yo- ha tenido que trabajar. Basta abrir la Sagrada Biblia por las primeras páginas, y allí se lee que -antes de que entrara el pecado en la humanidad y, como consecuencia de esa ofensa, la muerte y las penalidades y miserias (cfr Rm 5,12)- Dios formó a Adán con el barro de la tierra, y creó para él y para su descendencia este mundo tan hermoso, ut operaretur et custodiret illum (Gn 2,15), con el fin de que lo trabajara y lo custodiase" (Amigos de Dios, n. 57).

También la Iglesia Católica lo ha declarado con solemnidad y precisión. Así se hizo en la constitución apostólica Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II, que tanto conviene releer y llevar a la práctica en nuestras vidas. "El hombre, en efecto, cuando con el trabajo de sus manos o con ayuda de los recursos técnicos cultiva la tierra para que produzca frutos y llegue a ser morada digna de la familia humana, y cuando conscientemente interviene en la vida de los grupos sociales, está siguiendo el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los tiempos, de someter la tierra (cfr Gn 1,28) y de perfeccionar la creación, al mismo tiempo que se perfecciona a sí mismo" (Gaudium et spes n. 57).

El trabajo es algo bueno, querido por Dios. No es una maldición, como equivocadamente lo consideraban o consideran algunos. ¿Qué hacía Adán antes del pecado original? Trabajar. Su trabajo consistía en una actividad de carácter intelectual-espiritual -conversar con Dios, dejarse instruir por Él- y trabajar con sus manos e inteligencia -poner nombre a los animales-.

Aun siendo el dueño del mundo, no era el Dueño absoluto, sino mero administrador. Por eso Dios le dejó bien claro, además de la necesidad de trabajar, el que había unos límites que no debía transgredir.

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Martín Ibarra Benlloch



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