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Congreso Internacional Provida Zaragoza 2009. 
Sensibilización, una sinfonía por la Vida

La izquierda y la derecha: ¿Luchando por sobrevivir?

por Luis R. Oro Tapia

Es pertinente preguntarse si aún tiene sentido seguir hablando de izquierda y derecha. Y en la eventualidad de que la díada esté obsoleta, ¿implica ello, necesariamente, el fin de los antagonismos y el advenimiento de la concordia y la unidad nacional?

“El sustantivo se forma por la acumulación de adjetivos”
Jorge Luis Borges
“Lo puntos cardinales son tres: el norte y el sur”
Vicente Huidobro

Introducción

La célebre díada izquierda y derecha que marcó, fracturó y exasperó al siglo veinte está —para la mayoría de los chilenos— llegando a su fin. Al momento de desfallecer suscita, hasta en quienes fueron sus detractores, elogios y nostalgias. Unos, añoran la función de brújula y de mapa simbólico que ella cumplía. Otros, evocan su semántica y su épica, junto al caudal de emociones que despertaba. ¿Qué contribuyó a su languidecimiento? ¿Qué síntomas evidencian su declive? ¿Puede tener sucedáneos? ¿Su extinción implica, necesariamente, el fin de los conflictos? A tales interrogantes se intenta dar respuesta en este artículo.

Cuando Joaquín Lavín se autoproclamó como un “Aliancista-Bacheletista”, su denominación provocó sonrisas irónicas, pero no desprecio. Tampoco había grandes motivos para ello, pues su actitud de alguna manera era representativa de una nueva tendencia. Ella se venía insinuando desde fines de los años noventa y uno de sus síntomas más evidentes es el progresivo desdibujamiento de las fronteras entre la izquierda y la derecha. No obstante, más de alguien se preguntó si Lavín se había pasado a la izquierda.

Pero era sólo el comienzo de una avalancha de cambios que todavía siguen transfigurando el mapa político. Por cierto, en mayo recién pasado el mapa nuevamente se resquebrajó, pues ocurrieron dos hechos emblemáticos. Éstos causaron sorpresa, pero no perplejidad. El primero tuvo por protagonista al diputado del Partido Socialista Marco Enríquez-Ominami, precandidato a la Presidencia de la República, que declaró que no veía con malos ojos la posibilidad de privatizar un porcentaje de la principal empresa estatal del país: Codelco. El otro tuvo por protagonista a Fernando Flores, ex-ministro del gobierno de Salvador Allende, cuando adhirió públicamente a la candidatura presidencial de Sebastián Piñera.

Un par de años antes, Ricardo Lagos Escobar —otro colaborador del gobierno de la Unidad Popular—, en su calidad de Presidente de la República, firmó con su homólogo de los Estados Unidos, George Bush, un tratado de libre comercio. Más aún: Lagos Escobar (antiguo militante del Partido Socialista) al culminar su gobierno fue ovacionado por los empresarios, y más de alguno de ellos insinuó que el suyo había sido el mejor gobierno de derecha que había tenido Chile en los últimos cincuenta años.

Por tales motivos, es pertinente preguntarse si aún tiene sentido seguir hablando de izquierda y derecha. Y en la eventualidad de que la díada esté obsoleta, ¿implica ello, necesariamente, el fin de los antagonismos y el advenimiento de la concordia y la unidad nacional?

El horizonte del problema

Por más de un siglo el universo político ha estado dividido en izquierda y derecha. Sin embargo, en la actualidad el potencial orientador de ambas nociones se ha debilitado. Tanto es así que se puede afirmar que es una contraposición que ya no tiene razón de ser. Los acontecimientos de los últimos veinte años parecen avalar tal extremaunción.

En Chile bien se podría fundar la cofradía de los sepultureros de la díada izquierda-derecha. El listado de los panteoneros sería largo. Entre éstos no se puede dejar de mencionar a Ricardo Lagos Escobar, Joaquín Lavín, Fernando Flores y Marco Enríquez-Ominami, entre otros.

La evidencia tiene algo de incontrovertible. No obstante, tengo algunas aprensiones que me inducen a adoptar una posición disidente frente a aquellos que dan por superada la vigencia del binomio izquierda derecha, pese a que suscribo el análisis que ellos hacen de la coyuntura. En efecto, ellos describen acertadamente —en mi opinión— los síntomas del debilitamiento del eje izquierda-derecha. Pero no comparto su diagnóstico final: la muerte del binomio. Por cierto, creo que éste sobrevivirá a las turbulencias de las últimas dos décadas, por dos motivos. Primero: porque la política necesariamente supone la existencia de antagonismos que se articulan en polaridades. Segundo: porque es altamente probable que la polaridad experimente una transmutación en sus contenidos específicos. Esto último implica que los temas candentes de la actual agenda política podrían ser reemplazados por otros nudos problemáticos capaces de suscitar nuevos antagonismos políticos. En el horizonte ya se vislumbran algunos nudos. Así por ejemplo, el del estatus jurídico del no nato, la cuestión de la eutanasia, el espinoso problema de las minorías étnicas y sexuales, etcétera.

El languidecimiento de la díada se explica, entre otras cosas, por el proceso de cambio que está experimentado la cultura política. De hecho, estamos comenzando a presenciar el ocaso de un discurso centrado casi exclusivamente en cuestiones económicas y en su reemplazo está comenzando a surgir una cultura política posmaterialista. De ésta, ya hemos percibido algunos destellos, aunque tenues por el momento. El primer atisbo de ella tuvo lugar en septiembre de 1996 y fue suscitado por el incidente de las "Jocas" (Jornadas de conversación sobre afectividad y sexualidad).

Síntomas de extinción de la díada

Quienes sostienen que la polaridad está en proceso de extinción esgrimen uno —o más de uno— de los siguientes argumentos:

a) La crisis de las ideologías. Para aquellos que se catalogan a sí mismo como centristas y/o apolíticos, después de la caída del Muro de Berlín no tiene sentido hablar de izquierdas y derechas. Ellos argumentan que los acontecimientos europeos del segundo semestre de 1989 constituyen una especie de cataclismo histórico que virtualmente puso fin a la existencia del binomio. También sostienen que con la caída de los socialismos reales la izquierda latinoamericana perdió los referentes que dotaban de legitimidad y sentido a sus propuestas políticas. A raíz de ello, en algunos casos se jibariza y en otros experimenta una profunda metamorfosis para poder sobrevivir al cataclismo.

En suma, el argumento central que esgrimen los que sostienen esta tesis es que la izquierda después de 1989 literalmente se evapora. Y si ésta desaparece, ya no tiene sentido hablar de derecha, puesto que ambos términos son recíprocos, en cuanto uno existe en función del otro. En consecuencia, si desaparece la izquierda también desaparece la derecha.

b) Aquellos que se dicen posmodernos señalan que las expresiones izquierda y derecha resultan insuficientes para abarcar y explicar la realidad sociopolítica actual, que es de suyo heterogénea y multidimensional. Por cierto, las sociedades contemporáneas se caracterizan por sus altos niveles de complejidad, tanto es así que el binomio izquierda derecha resulta ser una simplificación forzada de la realidad. Por tanto, la díada en la actualidad es incapaz de dar cuenta de una realidad que es de suyo abigarrada y polifacética.

c) Otros, los que no han estado “ni ahí” con las jornadas electorales de los últimos años, sostienen que la irrupción en la agenda política de nuevos temas que no encuadran fácilmente en el esquema izquierda derecha ha tornado obsoleta la díada. Así por ejemplo, los dilemas derivados de la bioética y del deterioro del ecosistema.

Respecto de este último, cabe preguntarse si las actitudes preservacionistas son expresión de una sensibilidad romántica que todavía visualiza a la naturaleza como un mundo encantado —recubierto por un velo mágico de ensoñaciones bucólicas— o si, por el contrario, corresponde a una mentalidad calculadora que quiere explotar la naturaleza racionalmente a fin de no agotarla.

d) Un cuarto grupo esgrime un argumento bastante difundido entre los impugnadores de la polaridad: la existencia de sensibilidades transversales respecto a temas morales. Ellos arguyen que tales temas no tienen una ubicación precisa en el eje izquierda derecha, por lo tanto, la díada como criterio orientador en la actualidad es inútil.

Este argumento es bastante atendible. En este punto, en lo que a Chile concierne, resultan ilustrativas las posturas que los parlamentarios están asumiendo en relación al divorcio. La iniciativa de legislar sobre el particular —que comenzó a insinuarse a fines de los noventa— fue obra de dos diputados del Partido Democratacristiano, en circunstancias que dicha colectividad tiene desde sus orígenes una orientación confesional implícita. En tal sentido, no sería aventurado afirmar que tales parlamentarios obraron en contra de la letra y el espíritu de la doctrina que les presta su nombre. Sin embargo, y aquí radica la transversalidad, la referida moción también contó con el apoyo explícito de un diputado de la UDI. Por otra parte, cabe consignar que no todos los parlamentarios del Partido Socialista alentaron la idea de aprobar lisa y llanamente una ley de divorcio. En suma, frente al divorcio los partidos políticos no tenían una postura unánime, no obstante, ser un problema eminentemente doctrinal.

e) Finalmente, están los que sostienen acertadamente que en la actualidad no existen diferencias sustanciales entre las diversas posiciones políticas. En consecuencia, no existen contrastes suficientes como para afirmar que la polaridad sigue subsistiendo. Este argumento constituye un lugar común, en cuanto es esgrimido por vastos sectores de la ciudadanía.

Esta crítica sostiene que afirmar que existe una izquierda y una derecha es alentar diferencias artificiales, porque no existen en la realidad. Una buena expresión de este argumento a nivel de sátira política lo constituye un chiste publicado por el vespertino La Segunda en víspera de la elección presidencial de 1993. Éste consistía en una caricatura en la que aparecía un perplejo elector auscultando los rostros de Frei Ruiz Tagle y de Alessandri Bessa; el primero estaba caracterizado con las señas distintivas de una botella de Pepsicola y el segundo con las de un envase de Coca-Cola.

La Política como expresión de los antagonismos

La política supone la existencia de antagonismos. Es difícilmente imaginable la política sin algún tipo de discordias. En toda sociedad existen conflictos. Tales antagonismos son recogidos por la semántica y son articulados por el lenguaje político en forma de díadas, esto es, en expresiones polares o excluyentes. Así por ejemplo, Patriotas y Realistas en las sociedades hispanoamericanas del tiempo de la emancipación de la metrópolis ibérica, Pipiolos y Pelucones en el Chile del tiempo del ministro Diego Portales, Unionistas y Federalistas en la Argentina de mediados del siglo diecinueve, etc.

Las polaridades aludidas denotan una toma de posición respecto a problemas políticos puntuales. Dichas dicotomías suelen prolongarse por décadas y denotan la existencia de conflictos específicos. Sin embargo, existen dos categorías antagónicas que trascienden la particularidad de los casos mencionados. Se trata de dos conceptos genéricos que tienen un mayor nivel de abstracción que los binomios anteriores. En efecto, las expresiones izquierda y derecha tienden a ser omnicomprensivas, en el sentido que abarcan la casi totalidad de las posturas políticas. Es más, podríamos afirmar que todas las polaridades precedentes pueden ser subsumidas en las nociones de izquierda y derecha.

Izquierda y derecha: conceptos relativos

Se ha intentado distinguir la índole de los componentes del binomio izquierda derecha atendiendo a los medios que ambas posiciones utilizan para llevar a cabo sus propuestas. Dicha estrategia no constituye un camino certero a seguir, porque tanto una como la otra, especialmente en sus versiones extremas, tienden a coincidir en sus maneras de hacer política. De hecho, ambas no excluyen la violencia como método de acción política. Por cierto, tanto el bolchevismo como el fascismo la han usado de manera sistemática. Pero ésta no es la única coincidencia, puesto que además ambos son intolerantes e imponen algún tipo de homogeneidad forzada en los espacios que ellos controlan. Por cierto, tanto el uno como el otro, niegan la pluralidad y la diversidad. En consecuencia, el adversario que está al interior de las fronteras del Estado deviene en enemigo. Por tal motivo, lo combaten recurriendo a la violencia física.

Durante el siglo veinte, en efecto, tanto la izquierda como la derecha fueron autoritarias. No así en el siglo diecinueve, en el que la derecha era autoritaria y la izquierda libertaria. De estas consideraciones resulta evidente que ser de izquierda en el siglo diecinueve no es lo mismo que ser de izquierda en el siglo veinte. Así por ejemplo, ser de izquierda hacia 1890 significaba abogar por las libertades políticas, luchar contra la autocracia del poder ejecutivo, como asimismo por la libertad de cultos, por separar a la iglesia del Estado, por la primacía del matrimonio civil sobre el eclesiástico, etc. Lo más probable, en cambio, es que en un futuro cercano ser de izquierda signifique luchar por los derechos de las minorías segregadas, por determinar en conciencia si es conveniente prolongar la propia vida, como asimismo buscar una formula justa para disolver el vínculo del matrimonio. En síntesis, y para ilustrarlo irónicamente, uno de los problemas que constituía el eje izquierda derecha en el siglo pasado era cómo realizar el matrimonio; en cambio, es probable que a futuro el punto en disputa sea cómo finiquitar el vínculo.

En la segunda mitad del siglo veinte, en lo que a la dimensión económica respecta, la derecha ha tenido un ideario individualista y libertario. En cambio, la izquierda ha sido colectivista e igualitaria. En los aspectos culturales la derecha ha asumido una posición tradicionalista en lo que al mundo de los valores concierne. Por su parte, la izquierda, en su variante liberal, tiende a ser tolerante y libertaria.

Durante gran parte del siglo veinte la polaridad giró en torno a las problemáticas económicas y sociales. Éstas, en términos generales, se expresaron en asuntos referentes a la distribución de la riqueza, a la viabilidad o improcedencia de la propiedad privada y al rol del Estado en la economía. La centralidad de dichas problemáticas implicó, en la mayoría de los casos, que la cuestión concerniente al tipo de régimen político quedase subordinada a las metas sociales y económicas. De hecho, el énfasis en la igualdad social, o en libre mercado, llevó a que el dispositivo institucional fuese utilizado para alentar —y en algunos casos, como el de Cuba y Chile, para concretizar de manera imperativa— la realización de una u otra opción.

En suma, las expresiones izquierda y derecha tienen una dimensión histórica, porque sus contenidos específicos van cambiando en el tiempo en la medida en que emblematizan diferentes valoraciones.

Algunas funciones del eje izquierda derecha

Es altamente probable que el binomio sobreviva al cataclismo histórico de 1989, en el supuesto de que ambos hemisferios sean rellenados con los nuevos antagonismos que vayan surgiendo al calor de la coyuntura. No debemos olvidar, por otra parte, que la democracia necesita de un mapa, ya sea con los hemisferios izquierda y derecha, o bien con otra polaridad sucedánea, que dé cuenta de los nuevos conflictos y de la manera en que éstos son convertidos a un lenguaje político.

La polaridad no solamente constituye un intento destinado a ordenar la pluralidad de idearios políticos, sino que además cumple otro rol crucial: orientar al ciudadano. Por cierto, cuando la díada está en pleno vigor otorga un tipo de información compendiada que cumple las siguientes funciones:

a) Constituye un punto de referencia en el orbe político. El binomio permite organizar la pluralidad de discursos públicos y encasillarlos de acuerdo a las valoraciones que en un determinado momento son consideradas emblemáticas de la izquierda o la derecha. De hecho, aún en una época de tibieza de ideas, como lo fue la década de los noventa, la polaridad todavía constituía una brújula que orientaba en lo cotidiano. Así por ejemplo, en algunos casos bastaba con que un elector dubitativo se informará a qué hemisferio político pertenecía un candidato, para que su decisión de voto se inclinara en una dirección u otra.

Diez años después la incertidumbre es aún mayor. En efecto, la transversalidad de un puñado de ideas —algo típico de los noventa— ha devenido en tintura abigarrada (sin ton ni son) que llevan en sus pendones los tres candidatos presidenciales que son más favorecidos por los sondeos de opinión. En consecuencia, el desdibujamiento del eje izquierda derecha es casi completo, tanto es así que se puede afirmar que en la media noche de las ideas todos los gatos son pardos. Ya no se sabe quién es quién.

Por el contrario, en las épocas de alta temperatura ideológica, la díada encasilla los discursos públicos de manera perentoria. Etiqueta, fulmina y excluye. Pero al hacerlo deja en evidencia uno de los mayores riesgos que conlleva toda clasificación bipolar: el de las simplificaciones maniqueas. Éstas, —en la eventualidad de que el universo político esté demasiado polarizado—, pueden llegar a sobredimensionar e incluso a caricaturizar determinadas valoraciones de la izquierda o la derecha, o bien de ambas. Cuando ello ocurre la política deviene en un pugilato en el que se confrontan —con estrategias de juego de suma cero— agrupaciones que se achacan recíprocamente intenciones siniestras. Y no sólo eso, sino que además reclaman para sí mismas (en desmedro de la contraparte) los atributos de la veracidad, el bien y el desinterés. Es la lucha entre los “buenos” y los “malos”. Y aquéllos por reputarse a sí mismos de tales —y, además, en términos absolutos—, no pueden negociar ni tranzar sin sentir (de alguna manera) que al hacerlo están traicionando sus convicciones.

b) La díada contribuye a dotar de identidad política a aquellos ciudadanos interesados en los asuntos públicos. En tal sentido, también contribuye a dar gratificaciones personales. En efecto, no sólo la personalidad política, sino que además la social del individuo, es robustecida al amparo de uno de los polos del eje izquierda derecha. De hecho, el ciudadano politizado capitaliza las connotaciones simbólicas que otorga la pertenencia a un segmento de la díada. Así por ejemplo, un individuo de izquierda tratará de emblematizar las valoraciones de su hemisferio: solidaridad, igualdad, empatía con los desposeídos, etcétera; lo propio hará un hombre de derecha, puesto que éste se considerará amante de las tradiciones, respetuoso de las jerarquías y amigo del orden. La díada, en síntesis, contribuye a potenciar la identidad sociopolítica de los ciudadanos interesados en los asuntos públicos.

c) Fomenta la fraternidad de individuos ubicados en diferentes lugares geográficos y en diversos segmentos de la estructura social. En efecto, el ciudadano que se reconoce a sí mismo como de izquierda o derecha, se está imputando una identidad ético-política, puesto que ello implica que suscribe —aunque sea de manera tácita— ciertas valoraciones, a las que se supone que también adhiere el que se ubica en el mismo hemisferio político. Tal comunidad contribuye a aumentar las probabilidades de entendimiento, como asimismo las posibilidades de establecer una amistad, ya sea política, civil o natural.

Por último, cabe consignar que en la actualidad, en lo que a Chile respecta, las expresiones izquierda y derecha se siguen usando profusamente. ¿Qué se quiere denotar con ellas? En Chile, la polaridad tiene cierto matiz de nostalgia y quienes más categóricamente la usan son aquellos que tienen los ojos en la nuca. Para estas personas se es de izquierda o derecha si se estuvo a favor o en contra de la Unidad Popular, o bien si se fue partidario u opositor del Régimen Militar.

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Luis R. Oro Tapia



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