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La especulación popular

por José Manuel Cansino

Habrá quien diga que si popular fue la especulación causante de la crisis, popular deba ser el reparto de las pérdidas. Pero no será lo anterior, del todo riguroso. Hubo quien favoreció la especulación y salió de la debacle con pingües beneficios en forma de bonos

Fue con M. Thatcher con quien se generalizó el concepto de “capitalismo popular” para aludir, entre otras realidades, a la difusión de la propiedad empresarial entre las clases medias. Centenares de miles de familias británicas se hicieron con un pequeño paquete de acciones popularizando así, en apariencia, un capitalismo administrado hasta entonces sólo por élites económicas.

A pesar de que las élites económicas siguen manejando las grandes fortunas –nada nuevo hay bajo el sol- la Bolsa se popularizó como un juego casi de azar. Se extendió tanto que hoy día, las autoridades comunistas chinas, utilizan el argumento del “capitalismo popular” para otorgar coartada política a un tránsito irreversible desde una economía planificada a otra de mercado. Thatcher no debe dejar de sorprenderse y es que la Ciencia Económica produce resultados extraños.

Sin embargo, poco concluyente nos dicen los expertos en ciclos económicos, no sólo sobre cómo es posible anticipar las etapas de crisis, sino también sobre su duración y forma de salir de las fases de decrecimiento.

La Economía es una ciencia sobre la que ahora se extiende una casi general sospecha de inutilidad; no tanto por su capacidad para interpretar los sucesos económicos pasados, ni tampoco para describir las relaciones económicas cotidianas, pero sí para predecir con acierto ni siquiera el corto plazo. Baste un dato para ilustrarlo; las predicciones de la OCDE.

El “Economic Outlook” de noviembre de este organismo internacional que agrupa a los países más desarrollados, preveía una caída del PIB español en 2009 del 0.9 %. La misma publicación lo estima ahora en el 4,2 %, lo que significa una diferencia de unos 36140 millones de euros a la baja. En los últimos meses, las “correcciones” de las previsiones han sido tan frecuentes como gruesas.

Por supuesto que hubo quien predijo la crisis, ahí están los artículos de Nouriel Roubini (Universidad de Nueva York), pero efectivamente no lo hizo el “mainstream” del conocimiento económico si convencionalmente lo suponemos alojado en los potentes gabinetes económicos del FMI, la OCDE o el Banco Mundial.

No todo son, sin embargo, errores. Acierta el profesor J. Gual (ESADE) cuando señala que el boom inmobiliario que comenzó tras la crisis de las punto.com, se encontró con una combinación de tipos de interés bajos y una inflación reducida, que permitió un crecimiento espoleado del crédito.

Entre mayo de 2000 y diciembre de 2001, la Reserva Federal de EE.UU. bajó los tipos de interés en once ocasiones, pasando del 6’65 % al mínimo histórico del 1 %, recuerda también con razón el profesor Juan Torres en La crisis financiera (Ed. %ATTAC). Por ejemplo, en todos los informes de estos organismos internacionales, también en los del Banco de España, se advertía del aterrizaje suave del sector de la construcción y de lo recomendable para las entidades financieras de no concentrar el crédito en ese sector, pero en absoluto se predijo la caída en picado ni de la construcción ni –a nivel internacional- de parte del sector financiero aprisionado por los activos financieros tóxicos que tenían como principal o derivados, créditos hipotecarios.

Quien más y quien menos se lanzó a la vorágine especuladora comprando sobre plano y dando el “pase” antes de escriturar la vivienda. “Nos metieron el dinero por la boca con tenazas y nos gustó” ha escrito Carlos Salas en La crisis explicada a sus víctimas (Ed. Áltera). Si Thatcher popularizó el capitalismo, la expansión reciente popularizó la especulación.

Nada de esto fue posible sin la combinación de, al menos, tres elementos; la actuación del sistema financiero, el papel de los inversores institucionales con frecuencia residentes en paraísos fiscales y el de las agencias de calificación de riesgo.

Sobre el primero, Torres escribe que se calcula que la economía financiera podría movilizar cada día unos 5’5 billones de dólares, mientras que el PIB mundial diario sería de sólo unos 0’15. En definitiva, un proceso de “financierización” en el que los activos derivados se han desvinculado progresivamente de la economía real, para asentarse en operaciones especulativas o timos a lo Madoff.

En segundo lugar, los inversores institucionales como los famosos “hedge funds” que han sido los que han comprado los créditos basura una vez titulizados, suelen instalar sus sedes en los paraísos fiscales. Lo que no deja de sorprender es que los gobiernos, que permiten el desarrollo de redes de información como ECHELON o que nuestra vivienda se fotografíe a escasos metros de las ventanas y se muestre en internet, hallen todo tipo de dificultades en controlar estas zonas libres de impuestos.

Por último, el dinero bancario no podría haber crecido y con él las prácticas especulativas, sin la coartada de las agencias de calificación del riesgo de los activos. No debería sorprender pues los ingresos de estas agencias provenían, principalmente, de los emisores de activos que naturalmente necesitaban una buena calificación de riesgo para colocarlos en el mercado.

La avaricia es parte del comportamiento humano; ese mismo que acaba de denunciar Benedicto XVI en la Encíclica “Caritas in veritate”. No en balde, la moral religiosa siempre ha sido un factor de contención social para todo aquello que condenaba, por ejemplo el robo o la propia avaricia. La especulación sólo es una versión moderna y sofisticada del primero.

Así es que en una sociedad que progresivamente da la espalda a esta moral, se generaliza la avaricia históricamente mucho más contenida. Por eso, no se puede ideologizar una crisis socialmente transversal, convocando a las izquierdas a promover un sistema económico alternativo sobre una pretendida supremacía moral que la Historia no soporta sin discusión.

Sostengo que no se puede ideologizar, aunque estemos en una sociedad en la que los ingenieros del inconsciente colectivo, pretenden catalogar como de derechas o izquierdas hasta las decisiones más cotidianas (valga ejemplo la simpleza de identificar a partidarios de la energía nuclear con las derechas, y a partidarios de las renovables, con las izquierdas). La especulación ha sido un comportamiento popular y es, por tanto, un fenómeno ideológicamente transversal. Una visita panorámica a las cárceles bastaría para comprobarlo si se nos permitiera preguntar a los condenados por delitos de corrupción o urbanísticos, ¿y tú de quién eres?

Precisamente porque lleva razón Maquiavelo cuando afirma que donde las cosas funcionan bien, no hace falta la ley, es palmaria la necesidad regular mejor los activos financieros. Aunque, que nadie se llame a engaño. Los inversores a lo Bernard Madoff no buscaban un marco regulatorio estricto que no permitiese ganancias superiores al 1’5 %.

En relación con lo anterior, cuando demanda en su libro más regulación financiera, Torres no adopta ninguna impostura (siempre hay justos en Sodoma). Sí lo hacen quienes ahora se confiesan “moderadamente intervencionistas”, cuando hasta hace legislatura y media lucían el marchamo de liberal en la solapa cual clavel reventón.

Recuérdese que en la pugna entre los falangistas del régimen empeñados en controlar a la banca sometiéndola a coeficientes de inversión obligatorios, y los tecnócratas del Opus Dei, promotores de la liberalización bancaria, los liberales prestaban argumentos cientifistas a los segundos, igual que el capitalismo popular sirve de coartada al Partido Comunista chino.

Ahora, los otrora economistas liberales, legitiman el Fondo de Reestructuración y Ordenación Bancaria (Frob). Cosas veredes, amigo Sancho. Dentro de unos años asistiremos si no en España sí en el mundo occidental, al proceso de reprivatización de las acciones bancarias nacionalizadas. Será entonces cuando volverán a las manos de las que salieron aunque entre compra y recompra, se hayan socializado las pérdidas enjugándolas con el dinero de impuestos que pagan las rentas salariales.

Habrá quien diga que si popular fue la especulación causante de la crisis, popular deba ser el reparto de las pérdidas. Pero no será lo anterior, del todo riguroso. Hubo quien favoreció la especulación y salió de la debacle con pingües beneficios en forma de bonos. Siempre hubo clases.

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José Manuel Cansino



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