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El “debate” de lo evidente

por María del Pilar Marcos Carrión

Cuanto más se habla de derechos, más se pisotean. Cuanto más se habla de solidaridad, menos se entiende ese vocablo. Cuanto más se habla de la vida, más muertas están las mentes que vagan sin rumbo por este valle de lágrimas.

Últimamente ha vuelto a salir a “debate” el tema del aborto como consecuencia de la aprobación de la ampliación de la “Ley” del aborto. Algo se debate cuando no hay posturas claras, cuando se pueden sacar conclusiones. La manipulación constante del lenguaje, de los términos, la tergiversación de la verdad hace que lo que no se tenga que debatir por ser meridianamente claro acapare horas de debate.

Se pierde el tiempo en dilucidar si es delito abortar a las 14 semanas de gestación, con consentimiento de los padres de la futura madre menor de edad, y todo para intentar justificar conductas absolutamente injustificables y que la evidencia científica califica por sí sola. Y entrecomillo lo de “Ley”, porque se supone que una ley es para regular algo que no está bien y con esa ley se establecen criterios justos para que se cumplan unas normas, siempre y en todo caso, buscando el bien común. Tendrían que analizar los entendidos en la materia estos puntos concretos.

Para el común de los mortales nos basta saber que no puede existir una ley que ampare el derecho a matar, aunque sea bajo determinadas circunstancias muy dolorosas.

Mucho se está hablando sobre el último supuesto “legal” de la nueva norma. No voy a entrar en esos terrenos putrefactos, sólo unas consideraciones que caben en la mente más sencilla. Por más que nos digan algunas mentes que un feto de 14 semanas de gestación no es un ser humano, o que el aborto es un derecho, hay que decir que esa gente tendría que replantearse de dónde vienen.

No hace falta ser Doctor en Biología o Medicina para entender sin problemas que el fruto de la concepción en el ser humano es sencillamente otro ser humano.

Es una perogrullada, pero hace falta (por lo que se ve y se oye) recordar estas cosas elementales. Y es de lógica deducir que todo lo que acabe con esa nueva vida, en el momento que sea de su desarrollo, es sencillamente matar.

Que yo sepa, eliminar una vida inocente es matar. Si le quitas la vida al mosquito que te ha picado y te ha hecho un fantástico cráter en el brazo, le matas y te quedas tan pancho. La diferencia claro está, en que en este caso estamos hablando de una vida humana, que repetimos, es vida humana desde el maravilloso momento en que se fusionan las células germinales masculina y femenina.

Que me digan si no, en qué momento empieza esa nueva vida a ser un ser humano, o a ser una vida portadora de derechos, en qué se diferencia lo uno de lo otro.

Cuando miro mi barriga de embarazada y medito (porque hay que meditarlo) que dentro de esa panza prominente hay un bebé pequeñito, pero con vida propia, que depende de mí, que se desarrolla sin que yo tenga una intervención directa en ello, me emociono, me maravillo y pienso que tengo una responsabilidad sobre él, que tengo que empezar a cuidarle desde que sé que está ahí, que es un maravilloso misterio del que yo soy portadora, y me siento privilegiada por ello.

Estos sentimientos son más palpables cuando ya se ve físicamente algo o se siente a la criatura moverse en el interior de la madre, pero puedo asegurar (y no creo ser la única futura mamá) que el momento en que te enteras del gran acontecimiento del que eres protagonista, no es menos emocionante y que la certeza de lo que se empieza a desarrollar en tu interior es la misma que cuando ves la barriguita prominente o la primera ecografía en la que se aprecia con toda claridad a un ser humano diminuto (de 2 centímetros con 8 semanas de vida).

Cómo se puede debatir algo tan evidente, cómo se puede discutir sobre la moralidad de la eliminación de esa vida que, gracias además a los aparatos fantásticos, ¡se ve!.

Está bien que se defiendan los derechos elementales (de comida, de vivienda digna, de condiciones sanitarias básicas…) de los más desfavorecidos en los países pobres del llamado tercer mundo, pero a veces, demasiadas, se pierde de vista el derecho primario, que es el derecho a nacer, de niños del llamado primer mundo y se pierde de vista el hecho de la atrocidad que supone asesinar a un niño en el vientre de su madre por distintos medios (unos terroríficos y otros igual de atroces pero más sibilinos, como es el caso de la píldora abortiva), perdiendo también de vista las consecuencias físicas y psicológicas que recaen sobre la madre, saltándose otro derecho fundamental, del que nunca se habla, que es el derecho de la mujer a ser madre, porque a veces la mujer aborta por estar en situaciones extremas y sometida a tremendas presiones.

Esperar a un hijo, llevarlo en el propio seno, es algo maravilloso e indescriptible que ya quisieran sentir y vivir en carne propia muchos hombres. Las mujeres tenemos ese misterioso don y Dios nos ha dotado de una tremenda capacidad de amar a esa personita y sacrificarnos y sufrir por él enfrentándonos a cualquier adversidad.

El aborto, a parte de ser una atrocidad, es como vulgarmente se dice “tirar por la calle del medio”, intentar esquivar un problema, pero que al final se convierte en uno mayor y que no se soluciona ni tiene vuelta atrás. Ir en contra de ese instinto maternal traducido en esa capacidad de amar, sufrir y sacrificarse por el ser humano en desarrollo, al final se vuelve en contra de la propia madre y le reclamará de por vida, a través de su conciencia, la justicia por ese delito cometido.

En muchos casos tanto o mayor culpa tienen en todo este asunto los que apoyan, con leyes, con su práctica médica, sanitaria o los que simplemente permiten algo tan espantoso.

Gracias a Dios, muchas mujeres que han decidido no matar a su hijo en medio de graves dificultades económicas o sociales, han visto recompensada su lucha cuando han tenido a su bebé en brazos. En ese momento lo han dado todo por bueno y empiezan a luchar de manera admirable por ese hijo y su rostro se ve iluminado por la luz que siempre trae al alma la constancia en la lucha y el ver a un ser humano indefenso que sigue adelante gracias a la valentía y cordura de una madre que simplemente ha entendido que lo más importante era ese hijo.

Que no nos hablen más de derechos, de libertades, de vida. Sabemos lo que significa cada uno de estos términos. Lo que nunca acabaremos de entender es ese sinsentido que va contra la propia naturaleza, contra el más elemental de los razonamientos y que se muere día a día hablando de esos derechos, de solidaridad, de progreso. Las cosas son mucho más simples que todo eso.

Dejemos a la propia naturaleza hablar, ella nos muestra el maravilloso y misterioso complejo de cosas que Dios ha creado y sigue creando en cada mujer que espera en su seno la llegada de un nuevo ser humano. Ante esa evidencia del milagro de la vida no caben debates, no caben leyes que no sean las de la propia naturaleza, no caben reformas ni circunloquios absurdos que sólo llevan a cometer atrocidades.

Respetemos esa vida que empieza y que supone una nueva ilusión, un nuevo reto, una alabanza y una responsabilidad que debe llevar a la madurez. Por muchas dificultades que haya en ese camino de 9 meses, la recompensa es infinitamente más grande. Defender la vida del no nacido es de pura lógica, sentido común y de justicia, ante esa personita a la que desde el interior de su madre tenemos el deber de proteger y ayudar y justicia debida a Dios por ser el autor de la vida que constantemente renueva y regala.

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María del Pilar Marcos Carrión



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