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Noveno Centenario de San Anselmo

por Fray Santiago Cantera OSB

En este año 2009 se conmemora el IX centenario de la muerte de San Anselmo de Canterbury. Es uno de los cinco doctores de la Iglesia pertenecientes a la familia benedictina

Los otros son el Papa San Gregorio Magno, San Beda el Venerable, el cisterciense San Bernardo de Clraval y el camaldulense San Pedro Damián o Damián, de quien en 2007 se ha recordado el milenario de su nacimiento.

San Anselmo nació en el año 1033 ó 1034 en Aosta (Italia), donde estudió con los monjes benedictinos. Habiendo marchado a Francia, conoció al Beato Lanfranco, monje del monasterio de Bec, famoso por su calidad como maestro. Tanto le impresionó que en 1060 se decidió de lleno a ingresar en este cenobio benedictino. Tres años después Anselmo fue designado prior de Bec, cargo que ejerció hasta 1078, cuando fue designado abad.

En 1093 se le confió la sede arzobispal de Canterbury, primada de Inglaterra. No obstante, la defensa de la libertad de la Iglesia frente a las pretensiones del rey Guillermo I de Inglaterra por el problema de las investiduras suscitó una tensión creciente que le provocó el destierro, hasta que el nuevo rey Enrique le permitió volver en 1100. Pero tres años después tuvo que salir nuevamente exiliado por el mismo motivo. El conflicto se apaciguó y se resolvió en 1105 y una vez más regresó a Canterbury. En 1108 acudió al concilio de Bari, que buscaba el retorno de los ortodoxos griegos al seno de la Iglesia. Murió en 1109 tras una inmensa actividad pastoral e intelectual. Habitualmente se le considera el padre de la Escolástica y se le suele conocer por lo que Kant denominó inadecuadamente “argumento ontológico” anselmiano de la existencia de Dios.

San Anselmo es ante todo un contemplativo, un monje que busca ansiosamente a Dios: por eso, a la luz de la fe y desde la experiencia profunda de una vida de oración, hace uso recto del don de la razón con que Dios ha dotado al hombre, para así poder alcanzar la meta que anhela: la fe que busca comprender. Su deseo supremo, pues, es llegar al conocimiento y a la contemplación amorosa de Dios. En su “prologion” expone ya al principio su aspiración suma con unas sentencias que recuerdan claramente a San Agustín: “Yo te buscaré deseándote, te desearé buscándote, te encontraré amándote, te amaré encontrándote”. Y asimismo, henchido de amor de Dios en su contemplación y en la reflexión teológica, concluye el tratado rogándole: “Yo te suplico, ¡oh Dios!, que te conozca y te ame, a fin de que encuentre en ti toda mi alegría.

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Fray Santiago Cantera OSB



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