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La meta de nuestro humano vivir

por Ángel Gutiérrez Sanz

El final de la jornada es lo que en realidad importa, por que los hombres y mujeres estamos hechos para la trascendencia. Como seres libres que somos hemos de responder de nuestro destino. El sentido de nuestras vidas solamente nos lo puede dar Alguien que está por encima de nosotros y de nuestra pobre condición humana, indigente y menesterosa. En este artículo se nos abre una puerta a la esperanza.

Mientras estemos vivos hay siempre un presente y un futuro, por eso nunca es tarde para preguntarnos por nuestro destino. ¿Qué podemos hacer con nuestras vidas? En torno a esta pregunta se agrupan innumerables cuestiones de indiscutible interés para todo hombre o mujer que se precie de tal. Mucho es lo que podemos hacer con nuestras vidas, independiente de la edad que tengamos Siempre es posible añadir vida a los años, aún en los casos en que se hayan añadido ya muchos años a la vida.

En cualquier situación en que nos encontremos la vida nos brinda siempre la ocasión de realizar algo importante que permite mirar el futuro con la ilusión de quien piensa que el día más hermoso es el que aún falta por llegar; pero si un día esta ilusión se desvanece y el vivir se convierte en una pesada carga, sólo nos queda pedir a Dios que se compadezca de nosotros. La vida es un asunto serio en que se pone en juego el ser o no ser de nuestra propia existencia.

Hay que saber vivir la propia vida y no dejar que sean otros los que la vivan por nosotros. Cuando menos la propia vida debiera estar exenta de hipotecas, para poder vivirla en plenitud desde la propia situación personal.

Circula por ahí una supuesta conversación mantenida entre dos filósofos coetáneos. Uno de ellos era Diógenes el del Tonel un tipo independiente decidido a vivir su propia vida y el otro era Aristipo de Cirene sumiso adulador que vivía lujosamente y satisfecho en la corte de Dionisio, tirano de Siracusa. Sucedió que cuando Diógenes estaba comiendo un plato de lentejas se le acercó Aristipo y le dijo: ah… si hubieras aprendido a mentir y adular no estarías ahora comiendo lentejas a lo que Diógenes respondió: ¡pobre Aristipo! si tú hubieras aprendido a comer lentejas no tendrías necesidad de adular y arrastrarte por el suelo.

La pregunta sobre ¿qué podemos hacer con nuestra vida? discurre paralela a la pregunta

¿ qué podemos hacer con nuestra libertad? En este libro se trata de clarificar no pocos malentendidos sobre esta cuestión. La palabra libertad es una de las más usadas; pero con significados bien diferentes según los casos. En boca de los héroes o los santos es una de las expresiones más hermosas de nuestro diccionario, en boca de un exaltado libertino puede llegar hasta producir pánico.

En su nombre se han llevado a cabo gloriosas proezas; pero también se han cometido atropellos y crímenes abominables. La libertad es presentada como un don que dignifica al hombre y esto es verdad; pero también hay que decir que no está exenta de riesgos, pues se puede hacer mal uso de ella. La libertad puede hacer que nos humanicemos o puede hacer que nos deshumanicemos.

Hoy se habla mucho de una libertad externa, poco exigente que da derecho a casi todo y que a veces se confunde con la tolerancia omnipermisiva.

Esta libertad facilona es la que está haciendo que los jóvenes no tengan la necesidad de ser rebeldes. En cambio se silencia la Libertad interior con mayúscula, fruto de una esforzada conquista que nos hace dueños de nosotros mismos y nos libera de las propias esclavitudes que llevamos dentro. Ésta es la Libertad a la que el autor de este libro dedica su atención preferente, aún a pesar de que casi nadie hable de ella. Las gentes que nos creemos libres debiéramos mirarnos por dentro, para ver si lo somos de verdad pues como bien decía Goethe. “No hay peor esclavitud que la de aquel que se cree libre sin serlo”.

La Libertad como todas las cosas grandes responde a un por qué a una razón importante: llegar a ser nosotros mismos. La Libertad en sí misma no es un fin, no es un absoluto, sino un medio para llegar a ser persona, un instrumento para poder cumplir con nuestras exigencias humanas . Asuntos de los que a continuación nos ocupamos.

A través del ejercicio de nuestra libertad estamos llamados a realizarnos humanamente, a dar lo mejor que llevamos dentro, a ser fiel a nosotros mismos.

Hoy como ayer la dignidad de la persona sigue estando amenazada, hoy como ayer al individuo hay que defenderlo frente al hombre- masa.

Cuando la cantidad cuenta más que la calidad, cuando el gregarismo amenaza con anular toda iniciativa personal, hay que salir al paso para decir con Ortega que el hombre-masa más que hombre es un caparazón de hombre. Hoy más que nunca es difícil sustraerse a la manipulación que ejercer la opinión pública y publicada dada la fuerza de los poderosos medios de comunicación.

No sin razón se dice que aquello que no sale en los medios de comunicación es como si no existiera para gran parte de los mortales. El hombre vacío por dentro carente de personalidad siempre encontrará a alguien dispuesto a decirle que es lo que tiene que hacer y cómo tiene que pensar.

Existe hoy el peligro de la manipulación mental; pero también de la manipulación genética que ha poco que se piense sobre ella produce escalofríos. Si no se actúa con responsabilidad, la ingeniería genética puede alterar nuestra especie y nuestra raza, puede cambiar el destino humano.

La ingeniería genética pronto estará en disposición de manufacturar hombres y mujeres de forma similar a como se fabrican muñecos y muñecas de trapo. Lo peor que podría sucedernos es que los conceptos de paternidad y maternidad se perdieran y del “alguien” que ahora somos pasáramos a ser simplemente un “algo”.

Otra de las realidades humanas armonizable con la libertad es la dimensión moral del hombre. Si Sartre pudo decir “haz el mal y te sentirás libre” es porque para él la libertad era un absoluto que estaba por encima del bien y del mal; pero la realidad es que la libertad que no se pone al servicio del deber queda desvirtuada.

Otra cosa es que se de preferencia a la moral de aspiraciones sobre la moral de obligaciones, según el dicho de S. Agustín: “Ama y haz lo que quieras” Siempre y cuando se sepa interpretar esta frase, porque se oye cada cosa por ahí… que válgame Dios.

Lo mismo cabe decir de la moral negativa frente a la positiva. Ésta resulta ser mucho más fecunda. Nuestras exigencias morales no quedan satisfechas simplemente con no hacer lo que está prohibido. La moral negativa se la presupone, hay que dar un paso más y aspirar a la moral positiva. El no ser malo no es suficiente para considerar a alguien bueno.

Detrás de cada individuo se esconde un héroe o un santo igual que detrás de cada bloque de mármol se esconde una piedad de Miguel Ángel .

Por haber olvidado esto, vivimos con el freno puesto, preocupados en el mejor de los casos por hacer desaparecer las telarañas de nuestra conciencia, pero sin preocuparnos lo más mínimo en engalanarla con los mejores valores morales. Según los psicólogos la mayoría de los hombres están especialmente superdotados por la naturaleza para cultivar alguna capacidad o algún tipo de hábito moral de forma sobresaliente y a poco que se lo hubieran propuesto podían haber alcanzado las más altas cotas de virtuosismo, pero como no se dieron cuenta, ni nadie les alertó de ello, se morirán sin saber siquiera que esto podía ser así.

Nuestra dimensión moral encuentra su último punto de referencia en la felicidad como meta final de nuestro peregrinaje por la vida; pero ¿Podremos saciar algún día nuestras ansias de felicidad? Las encuestas nos hablan de que más de un 80 % de los ciudadanos se consideran felices. Yo no me fío mucho de esta felicidad, tan generalizada. Seguramente se trata de lo que Gustavo Bueno denomina felicidad canalla.

Lo que todos sabemos por propia experiencia personal, es que la auténtica felicidad, aquí abajo, se da a cuentagotas, que es difícil conseguir un minuto de felicidad, y lo que nadie ignora es que en el mejor de los casos siempre se trataría de una felicidad efímera y fugaz como lo es nuestra propia vida, por eso presentimos, como lo hacía Aristóteles, que la Felicidad completa no es cosa de este mundo, por ello habría que seguir preguntando ¿podemos aspirar a ella después de haber vivido? ¿Qué será de nosotros cuando se apaguen las luces y se baje el telón?, ¿Acaso nos esperará algún tipo de existencia mejor?

Ya sé que este tipo de cuestiones no interesa a las gentes de hoy, preocupadas por asuntos más importantes, como pueden ser cual ha sido el último escándalo político, como será la moda que se llevará el próximo verano o que tiempo hará este fin de semana. Los temas escatológicos no interesan; pero están ahí, de forma inevitable y tendremos que seguir preguntándonos si el morir tiene algún sentido, porque si no lo tiene tampoco lo va a tener la propia vida.

La pregunta por nuestro destino humano va impregnada del mismo misterio que acompaña al hombre y sólo tiene dos respuestas posibles: Nuestro último destino hay que buscarle en la nada o en el infinito, tanto uno como otro son dos abismos sin fondo, sólo que uno es sombrío y negativo y el otro positivo y luminoso.

A los filósofos en general, siempre les ha parecido bastante absurdo o cuando menos una broma de mal gusto que Alguien nos sacara de la nada para hacernos volver a ella.

Por otra parte nuestras ansias de felicidad e inmortalidad bien pudieran ser ese caledoscopio que nos ayuda a divisar horizontes de trascendencia. Kant llegó incluso a considerar la eternidad de nuestro ser como un postulado de la Razón Práctica. Naturalmente esto no son nada más que filosofías y lo que la gente pide son verificaciones, constatación de hechos. Nadie ha regresado del más allá, para sacarnos de dudas, nadie ha vuelto para certificar nuestras esperanzas de futuro. Eso es lo que la gente dice; a lo que la gente se agarra, pero esto que la gente dice no es cierto, no es cierto que nadie haya vuelto de la otra ribera, no lo es, lo desmiente un sólido argumento histórico que está ahí.

Dejando a parte esas experiencias que se cuentan en “Vida después de la vida”, recopiladas por el Dr. Raymond Moody, quiero centrarme en la veracidad incuestionable de un hecho real acaecido hace dos mil años. Me refiero a la constatación de un sepulcro vacío como prueba empírica de que un muerto había vuelto a la vida. Nadie se explicaba como; pero sucedió. Ojos humanos pudieron ver al Resucitado, sus palabras pudieron ser escuchadas por hombres y mujeres y las manos incrédulas de Tomás Dídimo, el Mellizo tuvieron que rendirse a la evidencia.

Son muchos los testimonios históricos que dan fe de que Cristo resucitó y con él lo hacíamos todos los hombres y mujeres según su promesa. El sepulcro vacío no es ninguna creación mitológica, no es ninguna alocución simbólica, es una realidad histórica reconocida por el más exigente espíritu crítico, aunque siempre habrá quienes, por los intereses que sean, sigan buscando esa supuesta tumba perdida que contenga los restos mortales del Resucitado. En la tumba que Cristo dejara vacía, pueden albergarse ya nuestras ansias de eternidad, en ella caben todas las eternas esperanzas del género humano. A partir de aquí cada uno de nosotros podemos pensar con fundamento que estamos llamados a ser hijos de la luz. Ya no nos conformamos con una inmortalidad cualquiera, sino que aspiramos a una resurrección gloriosa e integral.

Un día los cuerpos que se durmieron corruptibles se despertarán incorruptibles para unirse al alma. Nada de lo que fuimos se perderá, pues si nacemos para morir, también morimos para nacer. Nuestros seres queridos y nosotros mismos después de que todo haya pasado entraremos en la intemporalidad, llevando con nosotros lo que un día fuimos. En alguna parte leí que la muerte no nos roba a nuestros seres queridos, sino que nos los guarda.

Así será nuestro destino. Julián Marías a quien le gustaba mucho reflexionar sobre estos temas, poco antes de morir decía: “Yo creo que la otra vida será un reflejo de lo vivido aquí”. Eso decía; una continuación, aunque naturalmente en otra dimensión bien distinta, claro está; Pero aún así, nunca dejaremos de ser nosotros mismos, con nuestro yo, con nuestro rostro, con nuestros rasgos personales que nos seguirán identificando y haciéndonos distintos a los demás.

Si después de haber vivido nada de lo que fuimos se ha de perder, lo que cabe decir es que nuestro destino ha comenzado ya y debemos serle fiel. Si como pienso el sepulcro vacío fundamenta nuestras ansias de inmortalidad, lo malo ya no es morir, lo malo es vivir sin esperanza, por eso ya no diré con Becquer “ ¡Dios mío que solos se quedan los muertos! mejor diré con Ortega: ¡ Dios mío que solos nos estamos quedando los vivos!.

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Ángel Gutiérrez Sanz



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