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La América Hispana: arte colonial en el Museo de América de Madrid

por Jorge Martín Quintana

En el Bicentenario de la Independencia de Hispanoamérica, nos acercamos al Arte Colonial, como recordatorio vibrante de lo que fuera la obra española en el Continente americano.

Arte colonial, es aquel que se desarrolla en la América hispánica, desde el S. XVI hasta el S. XVIII, es decir, desde la Conquista y consolidación española hasta el proceso de Independencia de América del Sur.

El período de formación del arte colonial propiamente dicho, podría acotarse, a grades rasgos, a los primeros tres tercios del S. XVII, observándose durante este período una especial dependencia de los estilos imperantes en Europa. La formación de las escuelas regionales comenzará a gestarse durante el último tercio del S. XVII, pero se manifestará de manera más clara a lo largo del S. XVIII.

Se pueden distinguir dos grandes áreas, la escuela de Nueva España y la escuela de de Cuzco, a las que hay que añadir otras destacables como las escuelas de Quito y Nueva Granada.

A grandes rasgos, el Arte Colonial se caracteriza por tener cierta dependencia de los estilos y autores europeos, cierto desfase o conservadurismo estilístico con respecto a Europa y tendencia al colorido, al decorativismo y al tratamiento amable de los temas.

Podemos acercarnos al Arte Colonial americano del Museo madrileño a través de varios bloques de contenido:

Bloque I: Técnicas y materiales pre-hispánicos e iconografía europea.

Bloque II: Relaciones entre América y Asia

Bloque III: El modelo europeo:

a) S. XVII

b) S. XVIII

Bloque I: Técnicas y materiales pre-hispánicos e iconografía europea

La plasmación de motivos de origen europeo a través de técnicas y materiales de la época pre-hispánica, se debe a diversas razones, entre las que podríamos destacar:

- Para llegar más fácilmente a los indígenas, con una técnica familiar para ellos, aunque con iconografías, lógicamente, cristianas y occidentales.

- Para llamar la atención en Europa, a las potencias cristianas, de la posibilidad de evangelización en América, de miles de nuevas almas. De ahí que se remitan muchas de estas obras de artesanía a distintas cancillerías y notables laicos o eclesiásticos del Viejo Continente.

-Los nuevos materiales eran la forma de presentar los logros de la Evangelización: las técnicas indígenas, se ponen al servicio de Dios y de la Iglesia.

Una de las técnicas más significativas, será la de la plumaria

Ésta técnica sería ya utilizada en la era pre-hispánica, siendo conocidos los artesanos dedicados a esta manufactura como amantecas, por residir en el barrio de Amantla.

A la llegada de los españoles, el fraile franciscano Pedro de Gante, fundaría una escuela para enseñar nuevas temáticas, pero conservando las técnicas indígenas, lo que nos indica que los españoles, lejos de acabar con la cultura nativa, la impulsaron, reorientando simplemente la demanda y los motivos.

En la Armería del Palacio Real de Madrid, podemos disfrutar de una magnífica adarga del S. XVI en la que se representan diversas notables batallas de la Historia de España, realizada con la técnica de la plumaria. En el Museo de América, por su parte, podemos ver diversas obras, como un San Gregorio Magno o un San José con el Niño confeccionados en el S. XVII, auténtico trabajo de miniaturismo, en el que los colores son el fundamento para crear volumen, dado que esos colores se aplican de manera que generen luces y sombras.

Bloque II: Relaciones entre América y Asia

Enconchados

Los enconchados del Museo de América materializan la atracción que los europeos sintieron por la artesanía oriental – no podemos olvidar el intenso comercio entre Oriente y América a través de los puertos de Manila y Acapulco; no en vano, esta técnica se desarrolla en Méjico - y como en el caso señalado, asistimos a una mezcla de técnicas asiáticas con motivos europeos.

En el enconchado se utiliza nácar, es decir, la parte interior de algunos moluscos, aplicándose después una capa pictórica muy fluida al óleo, especialmente en las manos y el rostro de los personajes.

Los enconchados comienzan a realizarse durante la segunda mitad del S. XVII y hasta las primeras décadas del S. XVIII, alcanzando gran popularidad en España, donde podemos encontrar este tipo de piezas en conventos de Toledo, Guadalajara, Valladolid o en las Descalzas Reales de Madrid.

Sin duda, la pieza más notable es la serie de la Conquista de Méjico realizada a finales del S. XVII por los hermanos Miguel y Juan González, pero tampoco podemos olvidar una serie con pasajes del Nuevo Testamento.

Biombos, como los llamados del Palacio de los Virreyes o el del Palo Volador, - que, por su parte, nos ofrece gran información etnográfica y artística del Méjico colonial, o las bateas de laca mejicana o maque, de discutido origen pre-hispánico, pero de gusto más bien oriental, nos ofrecen, una amplia perspectiva de las relaciones culturales, comerciales, económicas y artísticas de la América Colonial del S. XVII, en absoluto cerrada sobre sí misma.

Bloque III: El modelo europeo:

a) S. XVII

De Alonso López de Herrera, podemos admirar una Anunciación pintada en óleo sobre lienzo en 1637 y proveniente de Méjico. Oriundo de Valladolid y quizás hijo del también pintor Alonso de Herrera, su ya anacrónico estilo manierista quizás contribuyera a empujarle a América, ante la falta de encargos en la Península.

También en el área cuzqueña, y por influencia del pintor y jesuíta italiano Bernardo Bitti, asistimos desde 1583 a la introducción del manierismo en el Virreinato de Lima, si bien, la figura del indio Diego Quispe Tito, nacido en 1611 y activo casi hasta finalizar el siglo, marcará nuevas tendencias en el arte colonial cuzqueño, dando pie a la respectiva escuela pictórica. Destacamos, dentro de la misma, el óleo dedicado al Arcángel San Rafael, perteneciente a las series, tan características del área andina, de los Ángeles arcabuceros.

Respecto a la escuela quiteña, destacaríamos el Retrato de mulatos de Esmeraldas, Don Francisco de la Robe y sus hijos Pedro y Domingo, pintado por el indio Andrés Sánchez Galque en 1599, que tantas y tan sugerentes historias y lecturas nos ofrece.

Por último, un área marginal en comparación con las grandes capitales de la América hispánica, Guatemala, nos ofrece una obra anónima sobre la Conquista y reducción de indios infieles de montañas de Paraca y Fantasma, de cuya exactitud topográfica y etnográfica, podemos extraer abundante información sobre la actividad misional europea en tierras americanas. Si bien, por su naturaleza, puede llegar a ser minusvalorada desde el punto de vista artístico, no podemos pasar por alto que procede de las Colecciones Reales, al haber sido un regalo hecho a Carlos II Habsburgo.

b) S. XVIII

La época de la Ilustración, el Racionalismo, el cientifismo y la taxonomización del Cosmos, nos va a dejar en Méjico los conocidos como cuadros de raza, de los cuales, podemos admirar varios ejemplos.

Quizás uno de los más sugerentes sea el óleo sobre Atribuido a Manuel Arellano, ejecutado en 1711, y que se expone bajo el título de India chichimeca

Los indios chichimecas eran cazadores nómadas que se dedicaban a realizar incursiones sobre indios sedentarios y españoles, por lo cual, odiados y temidos, solían ocupar el escalón más bajo en las galerías de tipos y razas. Sin embargo, la representación que nos hace Arellano de esta india chichimeca, nos recuerda que el Dios llevado por los españoles está abierto a la Humanidad entera, pues todos somos Hijos de Dios y estamos inclinados a su Gracia.

Así, dispone la figura de la india y su hijo, en tres cuartos,  en primer plano, observando casi desde abajo y sobre celaje de tonos azules y blancos, de tal manera que la figura queda monumentalizada; de hecho, se nos presenta casi como una Virgen con Niño, siguiendo el modelo del Niño con pajarito, aunque en éste caso, acompañado de un ave exótica. Arellano, o el comitente de esta obra, quizás quiere transmitirnos que los chichimecas son bárbaros – al fin y al cabo, aparece con escarificaciones en su rostro -, pero como seres de Dios, poseen en potencia la virtud, de modo que podrían ser evangelizados e incorporados a la Iglesia y a la obra civilizadora española.

Por su parte, aunque más propios de Méjico, también en Ecuador se pintan cuadros de razas, como los ejecutados por Vicente Albán en 1783, por encargo del José Celestino Mutis, auténtica enciclopedia visual de Historia Natural, recursos y personas del área quiteña.

Por su parte, de Bolivia, nos llega un magnífico cuadro de Melchor Pérez Holguín, la Entrada del virrey-arzobispo Morcillo en Potosí, pintado en 1718, con gran carga simbólica e institucional, pero con notables detalles de la vida y costumbres del Alto Perú.

Una preciosista y decorativista Inmaculada de José de Ibarra, el «Murillo Mexicano», de la  primera mitad S. XVIII, retratos de Sor Juana de la Cruz, uno de ellos, dentro del género de ‘monjas coronadas’, las siempre sorprendentes pinturas del también mejicano José de Paez, como El Buen Pastor, una sensacional Adoración de la Eucaristía – acompañada de una soberbia custodia en plata dorada y esmaltes, ambos del área andina, piezas de arte que ponen de relieve la riqueza minera de la zona -, un churrigueresco retablo con San José y el Niño, o Cristos tan significativos y populares en América como el Cristo de los Temblores o el Cristo de Esquipulas, nos ofrecen intensas pinceladas de lo que fue la América Colonial hispánica.

La fastuosa maqueta de la Catedral de Méjico, alarde técnico y artístico, y materialización en piedra, estética y esfuerzo de lo que la colaboración de los españoles de la Península y los españoles americanos, juntos, eran capaces de hacer, o las representaciones de la Virgen de Guadalupe, que nos recuerdan la gran empresa común por Ella bendecida, hacen del Museo un magnífico punto de encuentro en el que recordar, precisamente durante este año 2010, lo que un día fue la América española.

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Jorge Martín Quintana



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