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De los Austrias a los Borbones

por María Ruiz de Loizaga Martín

De los Austrias a los Borbones es un trabajo que hace también hincapié en el cambio tan profundo que supuso el paso de la Casa de los Anjou a los Habsburgo: los primeros eran más foralistas, a diferencia de los segundos, que tradicionalmente habían tenido una concepción centralista del estado. En España se acabó imponiendo el centralismo borbónico que, como veremos, trajo importantes consecuencias.

Introducción

La Guerra de Sucesión fue el primer gran enfrentamiento de la época moderna. La participación de las más importantes potencias en aquel momento hace que sea uno de los enfrentamientos clave para la comprensión de la Historia de Europa.

Este conflicto cambió el panorama europeo: España que hasta entonces había jugado un papel preponderante pasó a quedar relegada a un segundo plano en beneficio de Inglaterra, la gran beneficiada, que cimentó en este enfrentamiento el comienzo de su imperio ultramarino basado en su superioridad naval.

He dividido el trabajo en distintos epígrafes; en el primero de ellos, Orígenes del conflicto: situación política en Europa, explico los intereses de los distintos países que dieron lugar a vinculaciones de unos contra otros para conseguir sus objetivos particulares, tras la muerte de Carlos II, señalando los distintos candidatos a la Corona española- destacando la influencia de las distintas potencias- así como los problemas con los que se encuentra Felipe V cuando llega a España para ocupar el trono.

En el segundo apartado, Guerra de Sucesión, describo las causas y el desarrollo del conflicto, aunque brevemente, por el límite de espacio del trabajo. Quiero, de este modo, señalar las principales batallas y acontecimientos que se dieron lugar en el conflicto y que serán fundamentales para comprender las consecuencias de la guerra.

Finalmente, en el tercer epígrafe, Consecuencias, desarrollo los resultados del enfrentamiento; por un lado, la Paz de Utrecht, en la que señalo, por su importancia Gibraltar y Menorca; por otro, el Tratado de Rastatt; y por último, La Reforma borbónica en Cataluña y el Decreto de Nueva Planta, en el que hago hincapié en los efectos que trajo consigo este decreto en Cataluña.

Me parece que lo más importante no es el desarrollo del conflicto en sí, sino sus consecuencias, tanto a nivel nacional como internacional. Esto se puede ver en el tratamiento del trabajo, pues he dado más importancia a aclarar más profundamente las causas que motivaron el conflicto, que están íntimamente relacionadas con las consecuencias que se produjeron tras el mismo.

Orígenes del conflicto: situación política en Europa

Carlos II, El Hechizado, fue el último rey español de la Casa de Austria. Su carácter enfermizo y endeble, debido al elevado grado de consanguinidad derivado de los enlaces matrimoniales entre miembros de la familia real, junto a la imposibilidad de proporcionar un heredero a la Corona Española hicieron que su sucesión se convirtiera en un asunto de carácter internacional, en el que las principales potencias pugnaron por instalar en Madrid reyes afines a su causa.

De los Habsburgo que reinaron en España, dos de ellos- Carlos I y Felipe II- trabajaron por la riqueza y felicidad de sus súbditos, pero ninguno de sus sucesores pudo evitar la decadencia política y moral que empobreció y debilitó la España del siglo XVII. A pesar de ello, aunque esta España no era más que un pálido reflejo de lo que había sido, su herencia no dejaba de ser extraordinariamente envidiable. [1]<

Candidatos

Entre los aspirantes al trono español destacaban Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia e hijo del Gran Delfín; el austriaco archiduque Carlos, hijo del emperador Leopoldo I que había estado casado con una hermana de Carlos II; y el nieto de Leopoldo I, José Fernando de Baviera, era la opción más neutral. De hecho, este último fue reconocido como heredero de la Corona Española en el Primer Tratado de Partición (La Haya, 1698) realizado a espaldas de España. Las presiones internacionales obligaron a que fuera investido con el título de Príncipe de Asturias por Carlos II. Así, Fernando de Baviera gobernaría todos los territorios españoles peninsulares excepto Guipúzcoa, Cerdeña, los Países Bajos españoles y las colonias americanas. El Milanesado quedaría en manos del archiduque Carlos de Austria, mientras que Sicilia, Nápoles y la Toscana irían a Felipe de Anjou. [2]

Sin embargo, cuando todo parecía estar solucionado, murió José Fernando de Baviera. Se hacía necesario buscar una solución rápida al problema español, para lo que se firmó el Segundo Tratado de Partición, ratificado el 25 de marzo de 1700, en el que se reconocía al archiduque Carlos único heredero del trono español (territorio peninsular, Países Bajos y las Indias), pero con la condición de que cediera todas las posesiones italianas bajo el dominio español a Francia. Sin embargo, Austria reclamaba para sí toda la herencia española.

Carlos II se negó a ratificar este tratado; por ello los dos bandos en litigio empezaron a tomar medidas militares ante la inminencia de un posible enfrentamiento armado. Leopoldo I envió dos regimientos a Cataluña, donde ya había algunas unidades a las órdenes del virrey, el Príncipe de Hesse- Darmstadt. Por su parte, Luis XIV concentró sus tropas en las guarniciones de la frontera entre España y Francia. [3]

El 1 de noviembre, moría Carlos II y en su testamento, con la idea de conservar íntegramente el Imperio español heredado de su padre, reconocía como heredero al trono español a Felipe de Anjou; pero a condición de que renunciara a la Corona francesa. Las torpezas del sector proaustriaco de la Corte, con Mariana de Neoburgo a la cabeza, hicieron ganar puntos al sector profrancés; tal y como escribe Vicens Vives en Aproximación a la Historia de España En la contradanza de paces y guerras que caracteriza el reinado de Carlos II, la incapacidad de la burocracia austracista no supo dar a la monarquía una relativa eficiencia militar o bien una precaria pero aprovechable paz. En aquel entonces se advirtió que el aparato estatal estaba muy por debajo de las posibilidades del país< ”.4 Pero sobre todo se impuso el pragmatismo del Consejo de Estado que, ante la muerte de José Fernando de Baviera, optó por apoyar la candidatura francesa en busca de un equilibrio. Luis XIV aceptó el testamento, a diferencia del resto de potencias europeas, desilusionadas.

A pesar de que Carlos II había intentado en su testamento salvar a la monarquía española entregándosela al pretendiente que consideraba más capacitado, eran muchos los intereses que había en Europa por la posesión de estos territorios como para permitir que Felipe V pudiera gobernar en paz. Detrás se encontraba el enfrentamiento que tenía dos siglos de historia entre Austrias y Borbones. Estas dinastías tarde o temprano tenían que chocar. Y lo hicieron de forma aparatosa, arrastrando tras de sí a toda Europa, con motivo de la Guerra de Sucesión.

    Felipe V llega a España para ocupar el trono

 

Felipe V fue proclamado Rey de España en Versalles. El Rey Sol se dirigió a su nieto, hasta entonces duque de Anjou y le dijo solemnemente: “El rey de España ha dado una corona a Vuestra Majestad. Los nobles os aclaman, el pueblo anhela veros y yo consiento en ello. Vais a reinar, señor, en la monarquía más vasta del mundo, y a dictar leyes a un pueblo esforzado y generoso, célebre en todos los tiempos por su honor y lealtad. Os encargo que lo améis y merezcáis su amor y confianza por la dulzura de vuestro gobierno. Sed buen español. Éste es vuestro primordial deber. Pero acordaos también de que habéis nacido francés para laborar por la unión de ambas naciones. Éste es el medio más eficaz para hacerlas dichosas y así también para que podáis conservar la paz en Europa”.5

 

Posteriormente juró su cargo en el convento de San Jerónimo el Real de Madrid. Pero un Borbón en el trono de Madrid significaba un apoyo decisivo al imperialismo de la Corte de Versalles. Así, frente a Felipe V, Inglaterra y Holanda apoyan al archiduque Carlos de Austria, trasladado a Lisboa y luego a Barcelona por las escuadras aliadas. La presencia de Carlos en España, donde pasó a representar el federalismo político de la Corona de Aragón, amenazado por el centralismo racionalista de cuño francés, implicó una guerra civil en el conflicto internacional. Así, se firmó el tratado de la Haya (1701) que supuso el surgimiento de la Gran Alianza, integrada por Inglaterra, Austria, Holanda y Dinamarca. Inglaterra, que temía que una nueva alianza entre España y Francia desequilibrara la “balanza europea” quería limitar el poder de Francia; Austria quería reeditar el Imperio de los Habsburgo y Holanda y Dinamarca buscaban la creación de una barrera protectora entre sus dominios y Francia, aprovechando los Países Bajos Españoles como estado tapón. Las potencias protestantes veían con recelo el predominio del bloque católico formado por España, Francia y Baviera. En 1703 se unieron a la Gran Alianza el Ducado de Saboya y el Reino de Portugal, que buscaba poner fin a la preponderancia de Castilla en la Península y obtener importantes beneficios comerciales con las Indias.6

 

Pero en el trasfondo de la cuestión sucesoria española se encontraba algo más que la apropiación de las posesiones del trono español. Estaba en juego el equilibrio continental. No se trataba tan solo de un asunto político, sino que resultaban mucho más importantes las prerrogativas para comerciar con el Nuevo Mundo, donde las potencias navales europeas tenían mucho que decir.

 

    Guerra de Sucesión

La Guerra de Sucesión fue una guerra internacional, pero también fue una guerra civil; en líneas generales, castellanos, andaluces, vascos y gallegos se alinearon con Felipe V, mientras que catalanes, valencianos, aragoneses y mallorquines, con el archiduque Carlos de Austria.

 

Causas

La transformación en una guerra civil española fue el resultado de complejas causas de difícil interpretación; podría pensarse que como la frontera entre austracistas y borbónicos corrió a lo largo de la línea que separaba las coronas de Castilla y de Aragón, se trataría de la insolidaridad de ambos. El Consejo de Estado ya había manifestado a Carlos II su temor de que si fallecía sin haber designado un sucesor “ardería la Monarchía en guerras civiles, con la natural aversión de catalanes, aragoneses y valencianos a Castilla7. Pero los territorios forales no manifestaron en ningún momento la intención de desligarse de Castilla; tampoco era el problema foral el que estaba en juego- Felipe V había jurado respetar los fueros. Los verdaderos motivos de la distinta actitud de los españoles ante el conflicto dinástico eran otros:

  • la experiencia de los últimos reinados: para Castilla habían sido desastrosos, en especial el de Carlos II, en el que se había producido un descrédito de la dinastía; lo que beneficiaba a los países forales; de hecho, el historiador del siglo XVII Feliu de la Peña no dudó en escribir que Carlos II era el mejor rey que había tenido España.

  • motivaciones económicas: era muy distinto el estado de ánimo de quienes sufrían años de una depresión persistente respecto de quienes gozaban de inicios de una clara recuperación. Así, por ejemplo, Cataluña terminaba el siglo XVII en un ambiente de recuperación económica, de afán de expansión por el resto de España y de sus Indias y de fuerte antipatía a los franceses; por lo tanto, estaba muy satisfecha con el gobierno de Carlos II, cuya débil administración no soñaba limitar la autonomía del Principado. Los catalanes temían que el cambio de dinastía no les fuera favorable.

  • enemistad con los franceses acrecentada por luchas fronterizas y por la competencia de artesanos y comerciantes contra la persistente inmigración.

A pesar de estas razones, no se hubiera desencadenado el conflicto armado sin la presencia de los ejércitos extranjeros. En cualquier caso, una diplomacia más prudente por parte de Luis XIV habría evitado la guerra; para ello, no bastaba afirmar que España y Francia serían estados separados, había que convencer a Europa de que la independencia de Felipe V respecto a su abuelo sería real; que los territorios europeos no serían mediatizados por Francia y que no pretendería disfrutar del monopolio del comercio de Indias. Sin embargo, por la actuación de Luis XIV daba la impresión de que el Imperio español estaría virtualmente en manos de Francia. El recelo ante la constitución de tan inmenso bloque de poder político y económico, dirigido de forma unitaria, fue la verdadera causa del desencadenamiento de la guerra.8

 

Desarrollo del conflicto

La Guerra de Sucesión (1702- 1713) despejó el dilema sobre hegemonía francesa o equilibrio continental en Europa. La coalición antifrancesa, agrupada en la Gran Alianza, dominaba las rutas del mar; por ello, el conflicto tenía que decidirse forzosamente en el continente. Las ventajas iniciales de los ejércitos franceses en el frente de la batalla de Alemania no pudieron consolidarse. En agosto de 1704, las tropas austriacas y británicas, al mando de Eugenio de Saboya y de Marlborough (el Mambrú de las canciones infantiles)9, respectivamente, aniquilaron a los ejércitos del Rey Sol en el Danubio. Los sucesivos ataques fueron también adversos para las armas de Luis XIV. En 1706, Marlborough derrotó a los franceses en Ramillies (Flandes), mientras que el príncipe Eugenio de Saboya les vencía en Turín (Piamonte).

 

Pero la capacidad de resistencia del pueblo francés y el apoyo incondicional que Castilla dio a la causa de Felipe V, en una de las exaltaciones de patriotismo más acusadas de su historia, lograron mantener los reductos esenciales de la alianza borbónica. El choque entre el nuevo rey de España y los estamentos catalanes en las cortes de Barcelona de 1701- 1702 sentó las bases de las futuras discordias. A principios de mayo de 1704, el pretendiente austriaco, el archiduque Carlos, desembarcó en Lisboa.10

 

En agosto el almirante inglés Rooke se apoderó de Gibraltar, defendida sólo por sesenta soldados y algunos paisanos. Lo que tan solo parecía un episodio en la larga lucha se convirtió en uno de los hechos decisivos de la historia moderna de España, al reconsiderar la importancia estratégica del peñón.

 

En junio de 1705, los representantes catalanes, Antonio Peguera y Domingo Parera, firmaron con los aliados el Pacto de Génova. Poco después, en octubre, el archiduque Carlos desembarcó en Barcelona, donde estableció su Corte. Carlos fue proclamado rey de España con el nombre de Carlos III, en las Cortes celebradas en Barcelona, y por ello fue conocido con el epíteto de “Rey de los catalanes11. A la capitulación de Barcelona siguió todo el Principado. La casi totalidad de la Corona de Aragón había tomado partido por el archiduque, y la guerra fraticida se desarrollaba, desde Murcia al Pirineo, con todo su horror: matanzas, saqueos e incendio de poblaciones. Para catalanes, valencianos, mallorquines y aragoneses la Casa de Austria era la mejor garantía de salvaguardar sus privilegios, leyes y costumbres, mientras que el uniformismo de los Borbones era una amenaza.

 

 

 

Las fuerzas del archiduque Carlos, aprovechando la retirada del ejército borbónico, que había intentado en vano ocupar Barcelona, lograron adueñarse de Zaragoza (1706) mientras un contingente angloportugués se apoderaba de Madrid, que pronto cayó de nuevo en manos de Felipe V. Pero la causa de Felipe V logró un éxito importante en la batalla de Almansa (Albacete), ganada por el duque de Berwik en abril de 1707. El reino de Valencia y la mayor parte del reino de Aragón cayeron. Felipe V se consideró ya tan seguro de la corona española que decretó la abolición de los fueros (junio, 1707), medida que avivó la resistencia catalana y enfrió el entusiasmo de sus partidarios en Aragón y Valencia En las campañas de Flandes, sin embargo, la victoria sonrió una vez más a los aliados (batallas de Audenarde, 1707 y Malplaquet, 1709). En 1709, la situación en Italia era tan desfavorable a los borbónicos que el Papa Clemente XI reconoció como rey de España al archiduque Carlos. Así, Luis XIV estaba dispuesto a firmar la paz a cualquier precio, incluso el de abandonar a su nieto.12

 

La guerra se decidió en la península con las campañas de 1710. Dos triunfos consecutivos de las armas aliadas en Almenara y en Zaragoza permitieron al archiduque Carlos adueñarse por segunda vez de Madrid, donde hizo su entrada en medio de la hostilidad castellana. Pero el esfuerzo castellano aumentó conforme pasaba el tiempo y se tradujo, a finales de 1710, en la doble victoria de Brihuega y Villaviciosa a favor de Felipe V, que alejaban el peligro de Madrid y abrían el camino a la invasión de Aragón y Cataluña. Poco después, sólo quedó en poder del archiduque una parte de Cataluña, con Barcelona.

 

Sin embargo, parece extraño que Castilla y Francia, solas, pudieran vencer a un grupo tan poderoso de países como el que se les enfrentaba. Pero la explicación es bien sencilla: mientras duraba la contienda, en 1711 murió el emperador del Sacro Imperio, José I, hermano mayor del archiduque Carlos, que fue proclamado nuevo emperador. Como es lógico, la fórmula británica del equilibrio europeo era tan incompatible con una unión dinástica hispanoaustríaca, que equivalía a resucitar el imperio de Carlos I, como con la causa borbónica, que podía realizar un día la unión dinástica entre España y Francia. Así, Inglaterra se apartó de la coalición, al igual que sus aliados, Portugal, Holanda y Génova. El Imperio renunció a su derecho a la Corona de España; sólo quedaron los catalanes- y los mallorquines- en lucha contra Felipe V.13

 

En septiembre de 1711, Carlos embarcó en Barcelona, dejando como regente en la capital catalana a su esposa, Isabel de Brunswick. Al frente del ejército quedó el mariscal Starhemberg, quien logró reanimar momentáneamente la causa austracista con el levantamiento del sitio de Cardona. Pero el triunfo borbónico era inevitable, a pesar del heroico sacrificio de la ciudad de Barcelona, que cayó en manos del duque de Berwick el 11 de septiembre de 1714, día que ha sido elevado por el nacionalismo a la categoría de Diada nacional de Catalunya, como símbolo de una supuesta resistencia nacional catalana contra el imperialismo castellano, cuando la realidad no tuvo nada que ver con ello. Miles de catalanes participaron en el asedio a Barcelona, y otros miles de catalanes lucharon en el bando de los sitiados en defensa de la que ellos estimaban legítima dinastía española y de la “libertad de toda España”, como dejaron claro en los comunicados que emitieron. Antonio de Villarroel, jefe militar de los barceloneses, lo repitió en su último discurso al recordar que combatían “por nosotros y por toda la nación española”.14

 

 

    Consecuencias

 

Paz de Utrecht

La Paz de Utrecht (abril, 1713) fue un conjunto de once tratados entre las potencias beligerantes que regularon la sucesión española y otras muchas cuestiones europeas. Suponía el fin de las hostilidades entre Francia y la Gran Alianza; hasta julio España no firmó el acuerdo, del que Austria quedó al margen. De las negociaciones de Utrecht no salían vencedores ni vencidos, aunque sí había potencias que salían más beneficiadas que otras. Los Países Bajos, Cerdeña, el Reino de Nápoles y el Ducado de Milán pasaban a manos de Carlos VI de Alemania; el duque de Saboya quedaba como dueño de la Corona de Sicilia; mientras que Inglaterra, la gran beneficiada pues consiguió todos los objetivos que se había propuesto antes de iniciar la guerra y algunos adicionales, se anexionaba Menorca y Gibraltar, además de posesiones estratégicas de ultramar. En Utrecht nació, en definitiva, el primer imperio británico. Holanda había conseguido evitar la constitución de un bloque franco-español poderoso, algo vital para su supervivencia como estado; sin embargo, tuvo que ver cómo se reforzaba el papel de Inglaterra, su principal rival en el comercio con las Indias, como potencia marítima. Las grandes derrotadas fueron España y Francia, aunque esta última consiguió su objetivo primordial- que un Borbón fuese rey de España- sufrió un grave agotamiento de sus reservas económicas y militares y un empobrecimiento general.15

 

Menorca

Por el Tratado de Utrecht, Menorca pasó a Inglaterra y a partir de entonces, dicha isla padeció una larga serie de dominaciones, pasando varias veces de manos inglesas a francesas y españolas; hasta 1802, año en que, por el Tratado de Amiers, quedó definitivamente bajo el dominio español.

 

Gibraltar

Gibraltar, posición importantísima y llave del estrecho, se hubiera podido defender con un gran ejército; pero el gobernador, don Diego de Salinas, no disponía de más de cien hombres y creyó cumplir con su honor resistiendo durante dos días y capitulando con todos los honores de la guerra. Hay que señalar, en defensa del gobernador, que la capitulación fue concertada con el príncipe Hesse-Darmstadt, representante del archiduque Carlos, y que en el artículo V del pacto se estipulaba que las cosas quedarían en el mismo estado que tenían en tiempos de Carlos II, “siempre que se haga juramento de fidelidad a la majestad de Carlos III como su legítimo rey y señor”.16 Cuando se tomó el peñón de Gibraltar se izó primero la bandera austriacista, pero pronto fue arriada por los ingleses, que la sustituyeron por su propia bandera que permanece todavía causando al orgullo español una herida que los siglos no consiguen cicatrizar. La presencia británica en Gibraltar fue humillante, peligrosa y molesta- el peñón se convirtió muy pronto en nido de contrabandistas- y además injusta, pues los ingleses lo habían ocupado en nombre del pretendiente austriaco.17

 

Según el embajador y escritor, J Durán-Loriga, “Felipe V intentó, sin éxito, resistirse a lo que se le impuso. Sus sucesores, conscientes de lo que el cambio de dinastía había significado para España se esforzaron en utilizar una alianza francesa para recuperar el peñón; de ahí los asedios fallidos en 1727-28 y 1779-82. Los negociadores británicos no lograron en Utrecht que el istmo fuese cedido; pero desde que entró en vigor el tratado reivindicaron toda la bahía de Algeciras. Consiguieron poco a poco el istmo, sacando partido de la debilidad de España cuando dejó de contar con el apoyo de Francia y se enredó en problemas internos. Señala que el artículo X del Tratado de Utrecht dispone la reversión de Gibraltar a España si Gran Bretaña lo abandona; impide así su transferencia a un tercer país y a un Gibraltar independiente”.18

 

Como afirma Javier Rupérez, embajador de España, “es difícil, por no decir imposible, imaginar el conjunto de circunstancias que haría posible el retorno de Gibraltar a la corona española. La experiencia históricamente acumulada demuestra que el Reino Unido no tiene el más mínimo interés en permitir esa retrocesión y paralelamente las inconsecuencias y debilidades de España en relación a Gibraltar” dificultan más esta posibilidad.19

 

Tratado de Rastatt

En marzo de 1714 se puso fin definitivamente a la Guerra de Sucesión Española. Se consideraba a Felipe V como rey de España con la única condición de que no pudiera acceder al trono de Francia. Luis XIV devolvió las plazas de la orilla derecha del Rhin, quedando Estrasburgo y Alsacia en manos de Francia. El emperador Carlos VI recibió Tournai, Menin, Ypres y Furnes. En noviembre se ratificaba este tratado en Baden. Sin embargo, Felipe V no quiso firmar la paz con Austria aunque ya antes había reconocido la pérdida de los Países Bajos, Sicilia, Gibraltar y Menorca.20

 

La Reforma borbónica en Cataluña y el Decreto de Nueva Planta

En la paz de Utrecht, Inglaterra, inspiradora del tratado, abandonó a los catalanes, si bien los negociadores tranquilizaron su conciencia con una engañosa cláusula en la que se ofrecía al principado una amnistía general y “todos los privilegios que poseen y gozan y en adelante puedan poseer y gozar los habitantes de las dos Castillas, que de todos los pueblos de España son los más amados del Rey Católico”.21 La misión del virrey, el conde Starhemberg, era capitular en las mejores condiciones posibles; fracasados sus intentos para que Felipe V dejase a salvo los privilegios catalanes, evacuó Cataluña con sus tropas. Los catalanes quedaban abandonados a sí mismos. El estamento popular, en la junta de los brazos de la Corte de junio, consiguió que la asamblea decretase la continuación de la guerra. Era, en realidad, la lucha de los catalanes por sus fueros contra su rey. En septiembre de 1714 se rindió Cardona y en julio de 1715, Mallorca, último reducto en España de la Casa de Austria.

 

Con la toma de Barcelona, Felipe V inició sus planes para variar la organización de Cataluña. El monarca, con su ideal absolutista, decidió en medio de un ambiente de represión implantar una nueva estructura que evitase para siempre el resurgimiento de los organismos locales, derogados por la capitulación de Barcelona. La anulación de los fueros no fue igual para cada uno de los reinos de la Corona de Aragón; Valencia perdió hasta el derecho civil, pero se conservó en Aragón y Cataluña. En 1716 se concretaría todo el ideal reformista borbónico en un Decreto de Nueva Planta para la ordenación de Cataluña que significó la centralización política y el fin del modelo de “monarquía compuesta” imperante en los territorios de la monarquía hispánica con los Austrias. El Decreto de Nueva Planta que dictó Felipe V- “por la fuerza de mis armas”- declaraba la antigua Corona de Aragón, y por consiguiente, Cataluña, sujeta a leyes de “mis amados súbditos del Reino de Castilla”.22 Los autores nacionalistas han visto en los Decretos de Nueva Planta el “fin de la independencia del Estado catalán”, estado que nunca existió e independencia imaginada a partir de la existencia de órganos e instituciones privativas de cada territorio desde los lejanos tiempos medievales. 23

 

Su elaboración fue estudiada y discutida a fondo. Según Mercader, ”Representó una empresa larga y trabajosa, hecha con el panorama a la vista de la sociología actuante en el país, de un análisis discriminatorio del valor funcional de sus viejas instituciones y de las conveniencias supremas del estado y del rey”.24 Correspondió al Consejo de Castilla elaborar la gestación del decreto. Éste nombraba un capitán general que presidía una Real Audiencia (en donde las causas se “sustanciarían en lengua castellana”) y era al mismo tiempo comandante general de las armas del rey de Cataluña. La provincia fue dividida en corregimientos, con corregidores y tenientes de corregidores de tipo castellano nombrados por el rey, y “bailes” nombrados por la Audiencia; como se suprimían las prohibiciones de extranjería, “estos y otros cargos pudieron darse a castellanos”. Estas innovaciones fueron muy mal vistas por los catalanes de la época. Por su parte, Vicens Vives consideró que “una nueva planta echó por la borda del pasado el anquilosado régimen de privilegios y fueros de la Corona de Aragón. Este desescombro benefició insospechadamente a Cataluña, no sólo porque obligó a los catalanes a mirar hacia el porvenir y los libró de las paralizadoras trabas de un mecanismo legislativo inactual, sino porque les brindó las mismas posibilidades que a Castilla en el seno de la común monarquía”.25

 

    Conclusión

 

La Guerra de Sucesión supuso, como hemos visto, el principio del fin de ese gran imperio español donde no se ponía el sol. A partir de entonces, fuimos perdiendo cada vez más territorios, al mismo tiempo que nuestros ánimos y orgullo decaían y olvidamos lo importantes que un día fuimos.

 

Es sorprendente cómo las actuaciones de las distintas potencias se basan en buscar una mayor posición a nivel internacional. Así, unas y otras realizarán distintos tratados con el fin de lograr convertirse en importantes fuerzas y minar el poder de sus adversarias.

 

Por otro lado, debemos señalar que hay aspectos todavía sin resolver, como Gibraltar; aunque, admitámoslo, muy a nuestro pesar, que es poco posible que el peñón vuelva a ser español, debido a las nefastas negociaciones de nuestros gobernantes que acaban beneficiando a los ingleses.

 

Es necesario destacar la idea de la importancia de conocer la verdadera historia, aquella que realmente sucedió y no la que muchos quieren inventar, para clarificar aspectos que hoy en día, tres siglos después de la Guerra de Sucesión, siguen estando vigentes, como el nacionalismo catalán que busca apoyarse en hechos que han sido tergiversados por intereses nacionalistas.

·- ·-· -······-·
María Ruiz de Loizaga Martín

Bibliografía

 

- Sampedro Escola, J.L.: “Felipe V de España”, El Semanal, 5 marzo 2000

 

- Marqués de Lozoya: Historia de España, tomo: V, Salvat editores, Barcelona, 1975

- Domínguez Ortiz, A: Sociedad y Estado en el siglo XVII español, Barcelona, Ariel, 1976.

 

- Ubieto, Reglá, Jover y Seco: Introducción a la Historia de España, Barcelona, teide, 1963

 

- Laínz, J.: Adiós, España, Madrid, Ediciones Encuentro, 2004

 

- Sáez Abad, R: La Guerra de Sucesión Española 1702- 1715, Madrid, Almena, 2007

 

- Stanton B. Clayton: “Austrias frente a Borbones”, Historia y Vida, nº 64, Madrid, 1992

 

- Alabrús, R. M.: “Austrias contra Borbones, La aventura de la Historia, nº 121, Madrid, 2008

 

- Ripolls, A.: “En la batalla de Villaviciosa se afianzó la dinastía borbónica”, en Historia y Vida, nº 19, Madrid, 1969

 

- Rupérez, J.: “¿Gibraltar español?”, La Tercera de ABC, 11.2.2009

 

- Durán Loriga, J.: “Gibraltar en el Tratado de Utrecht”, Tribuna Abierta de ABC, 2.2.2009

 

1 Ubieto, Reglá, Jover y Seco: Introducción a la Historia de España, Barcelona, teide, 1963, p.425

2 Sáez Abad, R: La Guerra de Sucesión Española 1702- 1715, Madrid, Almena, 2007, p. 8

 

3 Sáez Abad, R., Op. Cit., p. 8-9

4 Marqués de Lozoya: Historia de España, tomo: V, Salvat editores, Barcelona, 1975, p. 91

5 Sampedro Escola, J.L.: “Felipe V de España”, El Semanal, 5 marzo 2000

6 Sáez Abad, R., Op. Cit., p. 10

7 Domínguez Ortiz, A: Sociedad y Estado en el siglo XVII español, Barcelona, Ariel, 1976, p. 37

8 Domínguez Ortiz, A., Op. Cit., p. 25

9 Marqués de Lozoya, Op. Cit., p. 97

10 Ubieto, Reglá, Jover y Seco, Op. Cit., p. 427

11 Stanton B. Clayton: “Austrias frente a Borbones”, Historia y Vida, nº 64, Madrid, 1992, p. 52

12 Domínguez Ortiz, A., Op. Cit., p.29

13 Stanton B. Clayton, Op. Cit., p. 52

14 Laínz, J.: Adiós, España, Madrid, Ediciones Encuentro, 2004, p.516-517

15 Sáez Abad, R., Op. Cit., p. 86

16 Marqués de Lozoya, Op. Cit., p 101

17 Domínguez Ortiz, A., Op. Cit., p.36

18 Durán Loriga, J.: “Gibraltar en el Tratado de Utrecht”, Tribuna Abierta de ABC, 2.2.2009

19 Rupérez, J.: “¿Gibraltar español?”, La Tercera de ABC, 11.2.2009

20 Sáez Abad, R., Op. Cit., p. 94

21 Marqués de Lozoya, Op. Cit., p 113

22 Stanton B. Clayton, Op. Cit., p. 53

23 Laínz, J.: Adiós, España, Madrid, Ediciones Encuentro, 2004, p.518

24 Marqués de Lozoya, Op. Cit., p. 152

25 Marqués de Lozoya, Op. Cit., p. 152



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