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Algunos apuntes sobre la situación de la Iglesia tras la traición en el Sahara español

por Luis de Carlos Calderón

Finales de 1975, el gobierno español dimite de sus responsabilidades con respecto a la provincia del Sahara Español.

Militares y civiles se ven abocados a abandonar todas sus propiedades y posesiones, una querida tierra y a todo un pueblo. Salvo unos muy pocos, entre ellos tres misioneros oblatos de María Inmaculada: Mons. Félix Erviti, el P. Camilo González y el P. Gaspar Alonso. Un pueblo sufría, y estos oblatos, misioneros católicos, quisieron quedarse y sufrir con los saharauis. Pero para entender esta decisión tendríamos que retrotraernos a los comienzos de su estancia y labor en el Sahara.

El 5 de julio de 1954, se erige la “Prefectura Apostólica de Sahara Español e Ifni”. La prefectura apostólica es una determinada porción de la Iglesia, un tipo de jurisdicción territorial provisional, establecida en tierras de misión para su atención pastoral. Con una feligresía, estable y numerosa, se constituiría en diócesis. En el citado año de 1954, comienza la andadura de la misión Oblata con la llegada a Sidi Ifni, primera sede de la prefectura, de los oblatos Mons. Félix Erviti Barcelona, primer prefecto apostólico que lo sería desde el 19 de julio de 1954 hasta el 2 de mayo 1994, los PP. Ángel Vega, Antonio Muñiz, Alejandro Tacoronte Aguilar y los HH. Sebastián Medinabeitia, Cirilo y Sebastián San José. En lo que respecta al Sahara trabajarían, principalmente, en Villa Bens, El Aaiún, Villa Cisneros y La Güera. En 1959, la sede de la Prefectura fue trasladada a El Aaiún. Posteriormente, a partir de la década de los 60, arribaron al Sahara los PP. Rafael Álvarez, David López, Camilo González Riaño. El 2 de mayo de 1970, ante la nueva realidad, la denominación de la jurisdicción sería “Prefectura Apostólica de Sahara Español”.

La Misión se hace cargo de la población civil española y cristiana, pues el descubrimiento de Fosfatos hace llegar técnicos y trabajadores con sus familias, a los que se garantiza el culto religioso católico. Al principio con las dificultades de la carencia de infraestructuras, templos y viviendas. Después, en la época de mayor actividad, entre los sesenta y mediados de los setenta, los oblatos celebraron numerosas bodas, bautizos y primeras comuniones, como consta en los archivos parroquiales. Hasta cuatro iglesias había en El Aaiún, hoy sólo queda una. En esta primera etapa, los misioneros visitan a las familias, especialmente a aquellas que estaban en poblaciones distantes, desarrollan las catequesis, los cursillos de cristiandad, y otras actividades. Se encargan de la enseñanza de la religión y de otras materias primero en colegios y, después, también en Institutos. Prácticamente, la enseñanza en El Aaiún, empezó en la Iglesia. De los militares, en su mayor parte, se encargarían los sacerdotes castrenses.

Con el auge de la actividad económica y la apertura de colegios, los saharauis, ante la nueva situación, van cambiando su nomadismo por el sedentarismo. Se origina para ellos un nuevo tipo de sociedad con más comodidades y puestos de trabajo. Los misioneros pronto entablan una magnífica y sincera relación con los naturales de aquella tierra como lo demuestra el hecho de que se mantenga más de medio siglo después. Soy testigo del cariño que los saharauis profesan a los misioneros católicos por su trato durante la presencia española y por su permanencia, sin fisuras, después de la invasión marroquí.

Una segunda etapa de presencia misionera y evangelizadora, se inicia con el exilio de la mayor parte del pueblo saharaui. El 2 de mayo de 1976, ante la nueva realidad, nueva denominación: “Prefectura Apostólica de Sahara Occidental”. Todo un reto para los que, en nombre de Jesucristo, han de lidiar con una sociedad que sólo satisface al Majzen: división entre los colonos marroquíes y los saharauis, con problemas de convivencia; represión; estado de pobreza con revueltas de cariz político y socio-económico y, en consecuencia, un alto índice de emigración; descontento, por parte de los saharauis, con la MINURSO y su inoperancia; fundamentalismo religioso, especialmente entre los marroquíes, fomentado por el Majzen que, además, siempre ha restringido la actividad de la Iglesia en el Sahara por las simpatías de los saharauis hacia el catolicismo. Lo que en Marruecos no es apoyado impidiendo la predicación y expulsando cristianos, en el Sahara es, todavía, más dificultado.

Durante esta etapa, aparece en escena un segundo prefecto, Acacio Valbuena Rodríguez, que desempeñaría su responsabilidad desde el 10 de julio de 1994 hasta 25 de febrero de 2009. El administrador apostólico actual es el P. Mario León Dorado. De decenas de miles de católicos en el pasado, la atención a la comunidad cristiana se centra, hoy en día, en un número que se puede contar con los dedos de las manos en las celebraciones de las misas para los hispano-parlantes y anglófonos, tanto en El Aaiún como en Dajla (Villa Cisneros): algunos nostálgicos, turistas, y miembros de la MINURSO de diversas confesiones cristianas. Por tanto, carácter provisional de la comunidad cristiana dada la gran movilidad de sus componentes. También, los misioneros imparten clases de español, mientras aprenden árabe y hassanía; cooperan con asociaciones y ONG’s locales, y mantienen un diálogo interreligioso con el que el misionero hace presente a Jesucristo. El testimonio de estos consagrados ayuda a superar prejuicios e intolerancias. La atención a los más abandonados es correspondida por el aprecio y respeto de la mayor parte del pueblo, especialmente de los saharauis que expresan su cercanía a los misioneros interesándose por su religión, oración y vida.

La misión se ha mantenido y se mantiene, a pesar de las dificultades económicas y de personal, como un lazo de unión más entre el pasado y el presente del pueblo saharaui. Como les gusta decir a los saharauis los “padres” se han comportado y se comportan como tales. Esperemos que un día, libres del absolutismo del Majzen como pueblo independiente, puedan profundizar en la realidad de que, detrás del sacrificio de estos misioneros, se encuentra el amor de Dios, en Cristo su Hijo.

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Luis de Carlos Calderón



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