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Deshumanización de la Medicina. Practicar una medicina de tipo integral o medicina de la personalidad como solución.

por Bernardo Ebrí Torné

Nos encontramos en momentos de crisis humanística. El médico no tiene que olvidar que antes que médico es hombre, y que el enfermo antes de serlo es hombre. El contacto entre médico y enfermo debe de realizarse desde un plano humano. La deshumanización de la medicina se debe a la pérdida de valores en la sociedad. Es una realidad que palpamos todos los días, debiéndose a diversos factores, como la falta de tiempo de los médicos para atender a los pacientes y un interrogatorio correcto con el enfermo es fundamental y básico para el diagnóstico y constituye una parte esencial, pues de ella depende la confianza futura del paciente en el profesional.

Uno de los efectos de la deshumanización de la práctica sanitaria es la medicina defensiva, salida a la que acude el profesional ante el temor de ser denunciado por no ejercer una buena praxis.

El sistema actual es rígido y exige al médico en muchas ocasiones, anteponer la eficacia a la atención al paciente. Es bueno controlar el gasto, aunque es preciso que se realice dentro de unos límites.

Nunca se debió de perder el concepto del médico de cabecera, pues el contacto del facultativo con el enfermo beneficia el tratamiento y el diagnóstico. Acertar en la relación médico-paciente es la prestación más importante del Sistema Nacional de la Salud. Por ello es necesario que nos adentremos en la historia para entender mejor estas bases humanísticas que deben de presidir toda relación profesional médica.

Es Hipócrates y su escuela de Cos, quien introdujo en medicina el contacto personal con el paciente. El médico heleno sentándose a la cabecera del enfermo, marca el comienzo de la medicina personal. Es el primer médico que introduce una medicina basada en la evidencia, objetiva. Desarrolla la historia clínica a la cabecera de su paciente.

Antes de la Medicina Hipocrática, el hombre se movía en un mundo en el que se encontraba sometido a fuerzas mágicas y demoníacas a merced de dioses caprichosos y muchas veces crueles, sin voluntad ni libre albedrío. Los filósofos demostraron que el hombre es dueño de sí mismo y de su muerte.

En medicina Hipócrates fue aquél hombre observador atento e inteligente de la naturaleza y de los hombres. Poseedor de buen sentido, de sentido común que es el menos común de los sentidos, supo transmitir todo lo que observaba en el paciente en tablillas. Iba trazando en ellas las primeras historias clínicas, una realidad que el padre de la medicina ha legado a sus discípulos a lo largo de los dos mil quinientos años de medicina hipocrática. Los médicos hipocráticos, ayudándose con drogas, dietas, van anotando con sinceridad y exactitud todas sus experiencias, que darán lugar al Corpus Hipocraticum . Este es una verdadera compilación médica, donde se trata todo lo que en Medicina de su tiempo se pudo saber.

Hipócrates y sus discípulos pusieron los cimientos de la Medicina moderna occidental.

Con la invasión romana, el mundo heleno fue absorbido por los vencedores, y con ello la medicina. Los médicos helenos fueron tratados como esclavos, como curanderos. Muchos historiadores llegaron a decir que la civilización romana nació sin médicos. Sólo dos nombres destacan en esta época: Asclepiadeos y Galeno. Asclepiadeos, dotado de sentido común, y con gran capacidad de sugestión cara al enfermo. Galeno inteligente y dotado de espíritu científico e investigador. Ambos, utilizando también el herbolario, supieron influir poderosamente en los médicos de su tiempo, y en los posteriores gracias al imperativo dogmático, especialmente de Galeno. Sus escritos plenos de dogmatismo, atravesando la edad media, influyeron hasta el Renacimiento.

El cristianismo fue quien incorporó la ética hipocrática al sentir médico dando a éste al compás de los tiempos, ese talante de doble vocación a la vez de ciencia y de sacerdocio. Este ha sido el legado humanista producido por la fusión de la medicina hipocrática con la filosofía cristiana.

Existen largos siglos oscuros que se extienden desde la caída del imperio romano hasta el Renacimiento. En esta época se produjeron altibajos no sólo en lo científico y lo social, sino también paradójicamente hasta en lo ético.

Sólo al llegar el Renacimiento, especialmente con Vesalio, se produce un resurgimiento de la medicina. Este con su escalpelo va demostrando los errores de los libros de Galeno, que sólo había disecado monos y cerdos, mostrando la anatomía de un cadáver humano. Paracelso a su vez, quema en el patio de la universidad de Basilea los libros antiguos, libros hechos de dogmas. Entre las llamas perecen los aforismos de Hipócrates junto con los de Galeno, Avicena, Averroes.

Ambrosio Paré, cirujano militar, aplicando el sentido común a las heridas de guerra, consigue éxitos insospechados que encubre bajo la modesta frase: "Yo los cuido, Dios los cura".

Se consigue así romper las cadenas de una medicina apoyada en los dogmas, pero prácticamente no quedaba ya nada. En la larga noche medieval sólo se había conservado acumulados en los monasterios la tradición transmitida de la antigüedad, pero no se había creado nada. Ahora, en el Renacimiento se rompía con el pasado, pero las manos se encontraban vacías, salvo individualidades aisladas.

Surgen, como dice Loren, los asnos solemnes con levita y puños de encaje, que pretendían curar las enfermedades a fuerza de sentencias latinas. Son los tiempos de las burlas, los sarcasmos, las persecuciones de aquellos pobres médicos, que se encontraban no sólo impotentes ante las pestes de su época, sino ante el más leve trastorno del cuerpo humano. Especialmente son objeto de mofa por los literatos.

Tanto Quevedo como Moliere los satirizan cruelmente. Este último llega a morir de risa cuando estaba representando una sátira dirigida contra ellos (El enfermo imaginario), donde el mismo representaba el papel de enfermo. En plena representación se sintió muy mal, y viéndose morir, haciendo el papel de enfermo y en manos de un médico asnal, que era la criatura creada por él, le entro tal regocijo, que falleció entre enormes carcajadas, con la muerte más divertida que se conoce.

Este largo período de impotencia duró hasta que Claudio Bernard, Pasteur y Santiago Ramón y Cajal con sus aportaciones elevaron el nivel de la medicina. Bernard, mediante sus experimentos con perros, introduce la experimentación fisiológica básica. Cajal aporta con el descubrimiento de la neurona y establece la unidad del sistema nervioso, que posteriormente se haría funcional en Pavlov, creándose como el substratum orgánico de la conducta del hombre. Pasteur descubre en la platina de su microscopio los microscópicos seres causantes de las enfermedades ignoradas hasta entonces.

Nace así la medicina experimental, localicista, focalista y anatomopatológica. El pago es el olvido radical de los orígenes humanísticos de la medicina. Se crea una especie de filosofía médica de urgencia para acudir desesperadamente en ayuda del hombre, olvidando el encuadre existencial de éste. Se han creado las bases somáticas de la medicina, sacrificando las bases humanas hipocráticas. ¡Cómo si hubiesen de ser incompatibles!

Se olvida por la presura pragmática de la atención médica la unidad psicosomática de todo hombre. Comienza a ser visto el hombre por parcelas, por pequeños compartimentos cada uno de los elementos anatomofisiológicos del organismo humano. Surgen así los especialistas y superespecialistas.

Si Cajal, Pasteur, y Claude Bernard son los primeros de esta medicina científica de época, no olvidemos que Hipócrates desde la observación y el humanismo en su medicina es el pionero. Los científicos mediante la observación hipocrática, pudieron experimentar y comprobar que en la repetición de los fenómenos observados es posible inferir y sacar leyes. Claudio Bernard a través de sus experimentos da consistencia lógica y científica a la teoría de los humores, y pone a su vez los cimientos para que otros investigadores del medio interno del hombre descubran a su vez las hormonas y los diferentes neurotransmisores. Es el substrato químico del temperamento. Cajal nos llega a decir que es incalculable lo que una idea que parasitice constantemente la mente de un investigador puede llegar a producir. El esquema cajaliano del sistema nervioso se ha revelado útil para explicarnos no sólo las interacciones de la vida vegetativa, sino también las de la vida voluntaria o de relación. Junto con las aportaciones de Pawlov ha servido de base para una concepción electrónica y cibernética del ser humano, dando paso a la robótica.

La observación prolongada de estos tres genios, sentó las bases de nuestra medicina actual. Se ha producido así un salto incalculable desde la Microbiología a la bioquímica, y de la bioquímica a la Física atómica.

Aún siendo muy completas estas aportaciones, el hombre tiene algo más, que es difícil otorgarle un substrato orgánico, y es su libre albedrío, su capacidad libre de decisión, aunque existan condicionamientos donde influyan las hormonas o su sistema nervioso. Su carácter de hombre religioso, que se pregunta por el más allá de su existencia en este mundo y ¿donde se localiza?. Para abordar estas cuestiones no hay sólo que desarrollar una medicina psicosomática, incluso el uso del psicoanálisis, sino una medicina integral, de la totalidad, que comprenda también las raíces existenciales y religiosas del hombre, su aspecto espiritual en suma.

No sólo hemos asistido a descubrimientos de índole farmacológico, sino que a lo largo de esta época hasta nuestros días, la cirugía ha ido ganando terreno, llegando a la cumbre de los transplantes actuales.

Contrasta con la complejidad de los medios electrónicos tecnológicos actuales, utilizados tanto para el diagnóstico como para la terapia, aquella figura clásica del médico de cabecera, armado sólo con su ingenio, su ojo clínico, su fonendoscopio y su martillito de reflejos. Aquella figura individual ha ido cediendo terreno ante la medicina de equipo, donde un conjunto de profesionales ejerce sus cuidados sobre un mismo enfermo, que es visto por muchos a la vez, por lo que se llega de nuevo a una medicina deshumanizada donde el enfermo es visto como un objeto, sin que se llegue en una mayoría de los casos a profundizar con él en un plano humano.

Esta medicina socializada a la que asistimos en nuestros días, se ha ido encareciendo cada vez más, de tal forma que se ha hecho prácticamente insostenible el gasto para casi todos los estados, por lo que se ha hecho necesario un control del gasto, una optimización y control de los recursos, a efectos de que éstos puedan llegar a todos. Esta preocupación por el gasto, ha contribuido también de rebote a intensificar la deshumanización existente; ya que se insta encarecidamente a los médicos, por parte de la administración a que contribuyan a la optimización de los recursos, importándole en realidad, más a ésta, el control del gasto que la satisfacción del usuario, y el nivel de la medicina que se ejerza.

Claro está que no por mucho gastar se hace mejor medicina, sino que ésta es fruto del equilibrio entre una aplicación sabia de los recursos técnicos actuales a cada enfermo en particular, es decir individualizar en cada enfermo, no sólo el diagnóstico sino la terapia.

Y para ello volvemos al viejo problema: Hace falta tiempo para ver a cada enfermo, y poder así crear la base suficiente humanística entre paciente y médico que haga posible un ejercicio saludable de la medicina, que tiene que ser no únicamente científica sino humana. El médico se motivaría más con un ejercicio humanístico de su profesión, saldría airoso de este engranaje social de medicina, donde es una pieza más de esta maquinaria impersonal y socializada de curar, donde ni el jefe del servicio, es conocido por los usuarios. Es esta una sociedad que pone en un saco común a todos los médicos; una sociedad pragmática que ha ido sacrificando el humanismo en beneficio de la evolución.

Gregorio Marañón decía que “sólo se es dignamente médico con la idea clavada en el corazón de que trabajamos con instrumentos imperfectos y con medios de utilidad insegura, pero con la conciencia cierta de que hasta donde no llega el saber, llega siempre el amor”.

El enfermo nos pide además de competencia, comprensión y trato cordial. En segundo lugar, puede que al interrogarnos descubramos carencias y por ello sintamos miedo de hacerlo, y así poder escudarnos en el sistema por nuestra falta de generosidad, comprensión y cariño.

Por ello concluye este compañero diciendo que el problema se resuelve contestando cada uno de nosotros desde nuestro propio corazón; entonces descubriremos el verdadero sentido de nuestra vocación, que es la de ayudar a nuestros pacientes, adquiriendo entonces un sentido más pleno nuestra vida.

Lo que puede aprenderse de un enfermo, no puede reducirse en definitiva a unas reglas prácticas fácilmente enunciables y estrictamente mecánicas en su aplicación.

El médico clásico, el curandero siempre han curado por sugestión (por efecto placebo), tratando de sustituir el temor del enfermo por la confianza, que se personalizaba en el mismo médico. Sobre estas bases humanísticas se asentaba la eficiencia, la posibilidad de curación. Hoy hemos olvidado estas premisas y no sólo los médicos sino también los pacientes, sobre todo si se trata de obtener una compensación económica tras una denuncia de una aparente mala praxis (actuación médica).

El profesional ante esta situación no debe de escudarse en una medicina de tipo defensivo; medicina constituida a base de solicitar una multitud de pruebas (que suplen en una mayoría de casos la falta de atención personal al enfermo) a efectos de defenderse ante los tribunales de posibles denuncias.

Lo lamentable es que los jueces al no ser médicos, valoran más pruebas protocolizadas que el diagnóstico correcto efectuado al paciente y su asistencia personalizada. Valoran más la "cantidad" que la calidad en la atención.

Fruto de esta medicina técnica es la judicialización de la medicina a que estamos asistiendo. Es necesario por ello el consentimiento informado, ya que el paciente tiene que aceptar las pruebas u operaciones a que va a ser sometido, pero este consentimiento jamás debe de sustituir la confianza que el paciente tiene que tener a su médico.

Lo que ocurre es que en la mayoría de las ocasiones, en esta medicina socializada en que nos movemos, los pacientes ya no eligen médico, ya que al sentirse enfermos entran en un sistema burocratizado en extremo, donde se ven asistidos por médicos que no conocen, y que por lo general se encuentran sobresaturados de trabajo, con lo que la atención personalizada no se realiza en condiciones óptimas. Y es que interesa más actualmente la cantidad que la calidad. Pasamos en consecuencia de un pragmatismo y tecnicismo a la práctica de una medicina deshumanizada. Esta situación acaba también por pasar a la larga factura al propio médico, produciéndole una desmotivación profesional. El médico queda robotizado, sujeto a protocolos estrictos que le defiendan caso de denuncias, y viendo en una mayoría de las ocasiones al enfermo como un posible enemigo, o al menos como un no amigo, que puede producirle muchos problemas. El paciente también sufrirá esta situación (pagan justos por pecadores), de tal forma que si le falta el afecto del profesional sanitario que le atiende, su estancia en el hospital (muchas veces antesala del tránsito) quedará como una amarga experiencia hasta los últimos instantes. Para Clavé, médico experto en bioética, el dolor y la propia muerte nos replantean si lo que estamos haciendo cada día es lo correcto: “El dolor, la enfermedad y la muerte es un proceso de aprendizaje que debe de ser abordado a través de un camino de humanización.

Cuando ponemos en funcionamiento la comprensión, la compasión, el cariño, la ternura, el amor, la solidaridad..., somos capaces de afrontar mejor la realidad siempre dura de la enfermedad y la muerte". Abordar estas cuestiones es más complicado que un abordaje exclusivamente “científico” del enfermo, desde una protocolización exhaustiva. Es necesario que se enseñe al estudiante desde la carrera estos aspectos llamados paramédicos, que es importante conocer. De esta forma los futuros médicos sabrían plantear estas situaciones. Expertos en el tema del dolor comentan que es necesario entre los profesionales, el intercambio de experiencias pertenecientes a diferentes disciplinas que desde su posición tratan el dolor; forman parte de las llamadas Medicinas complementarias: “Desde una perspectiva científica-humanista, la medicina, la psicología, la filosofía y las medicinas complementarias confluyen en un intento integrador de respuesta a esta realidad del hombre”. La acupuntura, la homeopatía, la homotoxicología, la terapia neural, la sofronización, entre otras varias, se ha utilizado para tratar el dolor con muy buenos resultados. Desde estas disciplinas la visión del enfermo es más unitaria, dedicándose además más tiempo al paciente que en la medicina tradicional. No solo en la medicina hospitalaria, sino también en asistencia primaria se evidencia este proceso deshumanizador. Los médicos intensivistas al mantener una estrecha relación con el paciente, se encuentran muy sensibilizados hacia esta problemática. Hay que ir hacia una medicina intensiva más humana y más justa, comentan muchos compañeros intensivistas. Se ha perdido en definitiva calidad en la relación médico paciente. Se ha perdido así mismo la forma de hacer medicina desde la observación. A este respecto el cirujano Enrique Moreno a propósito de la presentación del libro Marañón y su obra, escrito por el discípulo de don Gregorio, Vicente Pozuelo, incidía en la necesidad de rescatar esa forma de hacer medicina basada en el trato más humano, en el amor al enfermo y su dolencia por encima de cualquier conocimiento científico o avance tecnológico, que vivía con tanta intensidad Marañón o su discípulo. “Aprendí que la humildad era necesaria ante el enfermo y que el conocimiento de la ciencia necesitaba de ella para poderse transmitir con beneficio. Me di cuenta de que la soledad y el miedo del enfermo también pueden, en una situación tan especial, necesitar del espíritu de un verdadero médico”. El paciente de cáncer requiere un cuidado afectivo y emocional básico. En este aspecto la Psicooncología es una especialidad que rompe las barreras de la incomunicación entre el enfermo, el médico y los familiares, así como favorece la aplicación de protocolos que permiten identificar precozmente las patologías psiquiátricas. La comunicación con el paciente de cáncer es decisiva. Cada paciente requiere que se le de una información individualizada. El médico debe de informar a los familiares adecuadamente, ya que en muchas ocasiones éstos tienden a desentenderse de la realidad. Los médicos de asistencia primaria se quejan de que sólo hacen asistencia y burocracia. Manifiestan que soportan un estrés que repercute no solamente en su salud, sino en el paciente a través de posibles errores profesionales. Comentan que al médico de familia se le forma para ofrecer calidad, pero se le exige cantidad. El médico general, e incluso el especialista no pueden hoy día desarrollar todo su potencial entre otras cosas por la presión asistencial. De ahí la importancia de conceder un tiempo suficiente para relacionarse médico y paciente. Se corre el peligro de convertir al médico en un técnico, en un ser robotizado, que sigue al pie de la letra los protocolos, sin individualizar los síndromes en cada paciente, por miedo sobre todo a errar. Esta medicina defensiva nace de la fuerte presión asistencial que limita el tiempo que el médico puede conceder a cada paciente. Tengamos en cuenta además que el médico general no sólo debe de realizar asistencia sino prevención; y además debe de seguir formándose de manera ininterrumpida, amén de investigar. Para todo ello debe de estar motivado, disponer de tiempo, tener una estabilidad profesional, y recibir un salario adecuado, que en España es de los más bajos de Europa. El médico necesita además disponer de una carrera profesional. Los gestores de la sanidad tienen que planificar correctamente los recursos sanitarios, para hacer posible la práctica de una medicina más humana. Existe el peligro de que en un afán por la reducción de costes, se relegue a un segundo plano el carácter primordialmente asistencial de la profesión médica. El propio médico debe de ayudar a gestión racionalizando el gasto, utilizando adecuadamente las nuevas tecnologías, pero esta cuestión no debe de hacerle relegar su carácter profesional y atender con todas las garantías al enfermo. Para ello, volvemos a repetir, necesita tiempo y motivación profesional. La administración tiene que contratar más médicos para la asistencia y la prevención. De esta manera se rebajará la presión asistencial. Este mayor coste inicial desembocará a un medio y largo plazo en un ahorro sanitario, ya que siempre es más barato prevenir que curar, además de conseguirse un mayor nivel de satisfacción tanto para el paciente, como para el propio médico. De esta forma disminuirán los errores de los profesionales, evitándose mucha iatrogenia. Ante este conjunto de cosas, expertos en Bioética de diferentes países, solicitan que los médicos estudien y traten los errores con el resto del equipo. El médico ha de ser técnicamente excelente y moralmente bueno. La gestión clínica es algo que los médicos venimos haciendo desde hace muchos años desde la Grecia clásica. La búsqueda de la excelencia, es el areté (la virtud) de los griegos. Personalmente me he preguntado mentalmente en muchas ocasiones al ver a un nuevo paciente: ¿Cómo te puedo ayudar? ¿Cómo no perjudicarte con mi actuación? Y así centrando el problema clínico que se me plantea desde la persona, no únicamente desde el síndrome, voy encontrando el cómo actuar; un cómo más fácil y más lúcido para dar una respuesta adecuada individualizada al problema médico de cada enfermo (Medicina de la Totalidad). Esta visión personalizada te da una seguridad profesional, que no la otorga un ejercicio puramente técnico de la medicina. En Asistencia Primaria, hay que hacer posible que la entrevista médica sea al menos de diez minutos, tal como solicitan los propios médicos. Los seis minutos actuales de media son totalmente insuficientes. Para hacer posible estas demandas, la administración tendría que contratar a más médicos. Habría que pasar de un médico de familia que existe en la actualidad por 2000-2500 habitantes, a uno por 1200-1400 habitantes. Los defensores de esta propuesta afirman que con tal medida aumentaría la calidad de la asistencia, se ahorraría dinero y disminuiría el paro. La actual situación impide esta buena relación, además de permitir un mayor número de errores, desmotiva al profesional, e impide que éste pueda formarse adecuadamente de una forma continuada y dedicarse a la investigación. Comentan que la presión asistencial a que se ven sometidos hace que su trabajo sea burocrático y quede reducido mayoritariamente a rellenar recetas. El tiempo a asignar a cada paciente tendría que ser en función de su patología y necesidades; de esta forma el nivel de satisfacción sería alto no sólo para los pacientes sino para el propio médico. Un paciente insatisfecho sobrecarga la sanidad. Por ello algunos compañeros propugnan quince minutos por paciente, o limitar el número de pacientes a 20 por cada cinco horas, dedicar 30 minutos cuando se trata de la primera consulta y 20 cuando es la segunda. Los diagnósticos se realizarían con mayor certeza y mejores resultados de salud. Los pacientes se adherirían al tratamiento mejor, y se resolverían problemas más concretos. Hoy día es frecuente sobre todo en nuestros hospitales el llamado síndrome del distrés moral que se origina por no poder actuar de acuerdo con lo que una persona cree que es éticamente adecuado. Se trata de un creciente problema en los hospitales, donde los médicos y enfermeras se sienten atrapados por las demandas de administradores, compañías de seguros, abogados y familiares, que chocan con sus principios, no pudiendo en definitiva poder salvaguardar los derechos de sus pacientes. Este síndrome que puede abocar si no se pone remedio al “burn out” produce absentismo laboral, e incluso abandono del puesto de trabajo. Sentimientos de frustración, debilidad, abrumación y fatiga son frecuentes y previos a estas determinaciones. Un estudio realizado por la Facultad de Enfermería de la Universidad de Pensilvana (Estados Unidos) concluyó que el 25 por ciento de las enfermeras de ese país experimentaron distrés moral, lo que les hizo querer abandonar su trabajo. Además, el 41 por ciento afirmaron no estar seguras de que volverían a elegir su profesión. El estudio mostró que cuando los profesionales sanitarios deseaban abandonar el trabajo era en gran parte por experimentar la citada patología y por no sentirse apoyados institucionalmente para lidiar con los problemas éticos de la profesión. Además, todo esto derivaba en una baja percepción de su profesión. Si no se hace prevención, enseñando, transmitiendo estilos de vida (dieta sana, hábitos higiénicos, desde la perspectiva de una Medicina Biológica, Integral, y para ello hace falta la adecuada formación de los profesionales a este respecto) se fracasa a la larga no sólo en la gestión económica, sino en proporcionar al paciente una mayor calidad de vida. Un paciente no satisfecho, y ya con enfermedades declaradas, resulta más caro para la administración que la práctica de una medicina en la que funcione la prevención; aunque a lo primero se necesite una mayor inversión, sobre todo de tiempo y de un mayor número de médicos en ejercicio. La Medicina Psicosomática ha pretendido ser una solución al problema, ya que lo que pretende es no desligar en ningún caso el alma del cuerpo. Hace falta no obstante ahondar más en las raíces del ser humano, donde radica su esencialidad, y el hambre de trascendencia; y esta dimensión espiritual o trascendente solo la puede abarcar una medicina global, como es la Medicina de la Totalidad. La llamada Medicina Biológica versión moderna de esta medicina integral está llamada a ocupar este lugar en nuestros días. Esta medicina se asienta sobre las bases hipocráticas de acercamiento al enfermo, con grandes dosis de cordialidad, comprensión y calor humano y no es ajena a los adelantos científicos de nuestro tiempo. La medicina de corte social que estamos viviendo se asienta sobre la justicia social, pero por las exigencias de su propia dinámica parece estar condenada a la masificación, que conlleva retardos y largas listas de espera en la asistencia especializada, sobre todo la quirúrgica. El médico lleva prisas porque tiene que llegar a todos con un cierto nivel de calidad, y no llega con el nivel de suficiente calidad que le otorgue una satisfacción profesional adecuada. La resultante es su desmotivación, y el empobrecimiento de la calidad de la medicina; una medicina tecnificada a la última, pero excesivamente protocolizada y burocrática que ha llevado de nuevo al mundo sanitario a la deshumanización actual. Las facultades de medicina están produciendo médicos únicamente técnicos pero no humanistas. Sin ese marco paramédico adecuado que es la relación médico paciente no es posible ejercer una medicina personal y gratificante para ambos. Es necesario un nuevo replanteamiento de la enseñanza a este respecto, comenzando ya en el pregrado. Los nuevos médicos aunque tendrán que pasar por sus propias experiencias, tienen que estar mentalizados y adoctrinados de que el ejercicio de la medicina plantea numerosas y difíciles cuestiones no sólo de índole estrictamente científica, sino deontológica. Este vacío de una medicina humanista, esta necesidad de sentirse escuchado un paciente, comprendido como persona humana explica el auge del curanderismo en nuestros días, o las visitas a profesionales naturópatas no médicos. El curandero heredero de la folk medicina y de las raíces de la enfermedad como castigo de los dioses pretende servir de intermediario entre la divinidad y el hombre enfermo. Todo médico participa en mayor o menor grado de un poder de sanación sobre el enfermo, que no puede reducirse a la aplicación estricta de sus saberes médicos. Así durante muchos años hemos asistido a la figura del médico tradicional que curaba a veces, aliviaba casi siempre y consolaba siempre. El médico puede equilibrar estas dos vertientes de la medicina la científica y la animista que cura por sugestión, ¡que no deja de ser una curación!, dada la vertiente psicosomática del hombre y el alto grado de somatizaciones como causa de enfermedades. Cuando el profesional aborta esta capacidad que todo médico dispone en potencia, la malogra, se convierte en un técnico incapaz de sanar integralmente a la persona, aunque “cure” parcelas de salud aparentemente sólo físicas. La Medicina Interna cada vez tiene que servir más de conglutinante o de coordinadora de la pluripatología. El médico internista tiene que ser el nexo coordinador entre la atención primaria, el sistema sociosanitario y los hospitales. La atención primaria y la especializada tienen que mantener una excelente vía de comunicación. Los programas de formación de los médicos residentes en medicina Familiar y Comunitaria tienen como tutores a médicos internistas. Además los residentes de Medicina Interna pueden realizar también cursos de reciclaje para médicos de asistencia primaria, junto con el establecimiento de sesiones clínicas conjuntas, guías de actuación e incluso protocolos clínicos. Además se podría atender la consulta externa de manera periódica. El internista puede marcar las pautas de las exploraciones complementarias y las consultas en las diferentes especialidades. El contacto tiene que ser estrecho también con las otras especialidades, especialmente con los geriatras, reumatólogos, nutricionistas, así mismo tiene que colaborar en la creación de unidades de investigación, así como participar en ensayos clínicos multicéntricos. La socialización creciente de la medicina, comentaba Rey Ardid que fue catedrático de Psicología y Psiquiatría en Zaragoza, unida al hecho del surgimiento no sólo de especialidades sino de las superespecialidades médicas, interaccionándose ambos factores, ha conducido a la situación actual, un sistema fruto de la socialización y burocratización de la medicina, que por sí sólo tiene un alto poder deshumanizante, al considerar al paciente como un número. A este respecto surgieron como reacción, la patología funcional de Von Bergman, la patología constitucional de Kretschmer, la hipótesis del síndrome general de adaptación de Seyle, y principalmente la medicina antropológica de Von Weizsäcker y la medicina psico-somática de Dumbar. La frase "No existen enfermedades sino enfermos" quiere traducir este pensar. Pero el hombre no es tan sólo un complejo psico-somático, un alma y cuerpo, sino algo más. Es un ser trascendente con una misión que cumplir y un Destino que le espera. Por encima de lo psíquico, está lo espiritual, que nos hace personas, que nos liga a lo eterno, a lo divino. Y cuando este ser trascendente enferma, se resienten todas estas vertientes del ser humano, y así como cuando se resiente el plano físico y psíquico, también se resienten por ello su conciencia religiosa y moral. Es en la muerte o en su peligro, donde el hombre atisba lo infinito. La enfermedad es una tremenda experiencia vital que hace vibrar las más recónditas intimidades de nuestra actitud y nuestra postura en el mundo. ¿Cómo es posible ejercer la medicina desconociendo u olvidando estas verdades? ¿Cómo podemos considerar cumplida nuestra misión, los que nos dedicamos al arte de curar, si pasamos por alto la profunda significación que constituye la enfermedad para un ser humano? Es ésta una vivencia existencial, íntimamente unida a la espiritual, que todo médico tendría que dar respuesta, ya que es una vertiente del ser humano inseparable en su unidad. Cuando enferma el cuerpo sufre también el psiquismo (o viceversa) y se resiente a la corta o a la larga, la vertiente espiritual (existencial). El enfermo somatiza y/o entra en depresión, muchas veces enmascarada. En algunos casos no hay una causa aparente como ocurre en la llamada Neurosis noogénica de Frankl, o neurosis de falta de sentido de la vida..

Si no se atiende al ser humano desde una perspectiva global, cosa hoy harto difícil en esta medicina socializada, burocrática y despersonalizada, el enfermo no se cura, a lo sumo mejora parcialmente. Se va parcheando el problema pero éste solo puede resolverse desde la propia idiosincracia del ser humano, que es, quiérase o no un ser personal, es decir global en sus tres vertientes dichas.

La crisis humanística actual supone un reto a superar por el profesional sanitario. Es un verdadero crisol que puede hacer despertar el médico vocacional que todos llevamos dentro. El síndrome del médico quemado, puede tener solución, si entre todos trabajamos para crear unas condiciones sanitarias más humanas, donde sea posible practicar una medicina más personal que haga posible que la relación médico paciente sea apropiada y no una quimera. La administración representa una labor de árbitro, dado que tiene que arbitrar, facilitar y crear las condiciones de tiempo, de organigrama sanitario que hagan posibles un ejercicio humanista de la medicina.

Es necesario desarrollar una medicina personal que de paso a una medicina integral, de la Totalidad, y mejorar la relación médico-paciente.

Es totalmente imprescindible crear un marco de humanización en este sistema de medicina socializada en el que nos movemos en la actualidad.

¿Cómo encontrar motivaciones, condicionamientos diferentes, agentes de cambio, en esta medicina masificada, en equipo, tecnificada en extremo, que hagan posible acoplarse de nuevo a normas de ejercicio de la praxis médica, en condiciones de dignidad y liberalidad suficientes?

Hay que aceptar lo que tenemos pero renovado, humanizado. Según un estudio norteamericano, los pacientes prefieren a un médico que les sepa escuchar, que responda a sus preguntas y a sus dudas, y que les haga sentirse cómodos en la consulta. Escuchar al paciente es clave para ganar su confianza. (The Journal of Family Practice 2001; 50: 323-328).

La solución a toda esta disyuntiva y problemática actual engloba no sólo a los médicos, pacientes, sino al propio sistema sanitario, teniéndose que encontrar dentro del mismo sistema.

Hay que trabajar para modificarlo y humanizarlo, de tal manera que sea posible una atención individual de calidad con el enfermo, no sólo de orden técnico, sino humana, en una adecuada relación médico paciente.

El reto personal que supone para cada médico un nuevo paciente, es la mejor garantía para evitar este síndrome del médico quemado, y superar así la crisis de esta medicina deshumanizada.

Este modelo aunque requiere una mayor inversión a corto plazo

resultaría, como hemos comentado antes, más rentable a un mediano y largo plazo. La medicina biológica, la medicina integral, se convierten así dentro de este nuevo modelo, en instrumentos indispensables para poder llevar a cabo esta reconversión.

El personal sanitario en general, médicos, ATS, etc, tienen que crear un clima de diálogo que haga posible limar asperezas, y busque soluciones a los problemas, de manera desapasionada. De esta forma la convivencia será también más fácil y más productiva a la larga no solo en el hospital sino en otros estamentos del Sistema sanitario.

Así no veremos a los colegas como potenciales enemigos o rivales sino como compañeros auténticos que están como nosotros embarcados en el mismo barco, por lo que resulta más conveniente para todos llevarnos bien, dentro de una sana convivencia. Entonces se trabaja más a gusto, se es más feliz, y nuestra productividad aumenta.

Los farmacéuticos y médicos no deben de socavar sus relaciones entre sí, antes bien éstas tienen que ser cordiales, no olvidando que el farmacéutico nunca debe de sustituir al médico.

Sólo entender la medicina como una vocación puede hacernos evitar el peligro de actuar desde nuestra profesión como asalariados, cuasi mercenarios. Las políticas de abusos sobre el paciente, el propio médico u otro personal sanitario, o sobre los derechos básicos incuestionables de los profesionales, tienen que ser denunciados y defendidos desde la vía sindical. Así mismo las políticas de mala calidad, derivadas de dar prioridad al gasto sanitario al bien del enfermo, tienen que ser también denunciados públicamente, incluso desde la mass media.

Los comités de ética de los hospitales tienen que intervenir en todas aquellas cuestiones que rocen la bioética dentro del hospital, y deben de formar en todas estas cuestiones a los diferentes estamentos hospitalarios, fundamentalmente a los médicos, enfermeras y auxiliares.

Como derechos irrenunciables del médico, cuyo respeto evitará conflictos varios con su entorno, incluido una presión sobre su propia conciencia son entre otros los siguientes:

- Libertad de prescripción, y necesaria libertad de actuación, según su leal saber y entender. Esto incluye la aplicación de todas aquellas terapias legales, admitidas además y reguladas por BOE en nuestro país, así como en uso legal en la propia Comunidad Europea, de la que España forma parte; como son las terapias biológicas: homeopatía, homotoxicología, terapia neural etc.

- Supeditar el salario que recibe al trabajo habitual, no a cierta productividad de bajos costes. - Tiene que ver asegurado el control y autoridad sobre el personal colaborador, todo dentro de la exquisitez de relaciones interprofesionales.

Así mismo tiene que cumplir unos deberes como:

- Deber de ciencia, de formación continua, aunque no exista todavía como tal una carrera profesional que promocione al médico, siendo una de las cosas que más desmotiva a los profesionales.

- Debe de guardar el secreto profesional, incluido los restantes estamentos.

- Debe de obtener el consentimiento informado y libre de su paciente.

- Preservar la necesaria libertad de actuación de los colaboradores, aunque luego supervise según sea la complejidad de la materia, o la gravedad de la situación en particular.

- El médico como perito y como asistencial no debe de derivar pacientes del hospital a casa, que puedan ser tratados con todas las garantías de calidad en el medio sanitario socializado.

Atender debidamente todos estos derechos y deberes favorecerá la convivencia mutua, entre todos, y hará disminuir significativamente los conflictos entre el personal sanitario entre sí y con los propios enfermos y familiares, favoreciendo una humanización de nuestra medicina.

La actual situación supone un reto para aquél que quiera afrontarlo. En realidad no es una crisis de la medicina sino de los propios médicos, de su quehacer, de su profesionalidad; como en la llamada crisis religiosa no ocurre una crisis de la fe misma, que ésta es inalterable, sino de las Iglesias. La Medicina de la Totalidad a la que luego haremos referencia más concreta, se revela como el antídoto a esta crisis. Tiene que ser enseñada en las facultades, y luego hacerla viva en el ejercicio profesional a diario. Se trata en definitiva de la vuelta a un nuevo humanismo, a la necesidad de volver a las bases hipocráticas de la medicina, donde el hombre es visto como una unidad en sus diferentes vertientes física, psíquica y espiritual.

Ya eminentes hombres de ciencia a lo largo del siglo XX, como el neurólogo Penfield, el neurofisiólogo Heeb, y psicofarmacólogo Cale coincidieron en afirmar que hay algo en lo más íntimo del hombre que es imprescindible, pero que señala su existencia, señoreando a todo lo demás, incluso a la fisiología. Todos ellos destacaron que es preciso aceptar en el hombre la unión de lo físico y lo psíquico, en el estudio del cerebro.

Se van revelando las bases bioquímicas de cómo el pensamiento interacciona con la materia, de la ciencia llamada psicoinmunoendocrinología, de cómo el psiquismo influye en la inmunidad y estado hormonal del individuo, y de cómo a través de técnicas de relajación mental puede actuarse, modularse la inmunidad, con la importancia que ello representa para el manejo de muchas enfermedades crónicas (cáncer, autoinmunitarias....)

¿Pero cómo surge de nuovo el pensamiento? ¿Qué fuerza inicial mueve, inicia esos cambios bioquímicos que van configurando, personalizando nuestro cerebro a lo largo de la vida del individuo, de tal manera que cada persona tiene sus propios pensamientos y no otros? ¿Cómo a su vez la propia elaboración de esos pensamientos (a través de nuevos cambios bioquímicos) desemboca en sensaciones de plenitud, en determinaciones de libre albedrío, donde el individuo se ratifica unitariamente cómo persona, dueño de sus actos y con profundos sentimientos que tocan el techo de lo existencial-trascendente?

Lo que pretendo decir es que en el ser humano coexiste lo físico (bioquímico, molecular) con lo psíquico y espiritual, y que aunque ya se están encontrando las bases físicas (moleculares) de esta interacción, en nada es demostrable que éstas sean las causas de lo psíquico, sino el modo como actúan y se interrelacionan a nivel de nuestro cerebro. Kandel afirma "cómo somos totalmente libres para pensar lo que queremos y para desarrollar nuestras propias ideas". Creo sinceramente que el cerebro es un receptor indispensable para relacionarnos en nuestro mundo a nivel de la conciencia ordinaria, pero el hombre, su esencia espiritual (cuerpo energético, espiritualizado) es independiente de éste tras la muerte.

¿Cómo en definitiva sacar conclusiones de esta crisis para encontrar soluciones para la medicina de este siglo XXI? Cómo caminar hacia una nueva humanización global y particular, personal con cada enfermo?

El propio médico a través de su experiencia profesional debe de adquirir una visión diagnóstica de los propios males sociales que le toca vivir. El tiene que ser también aquí el agente de cambio social.

La imagen del médico de cabecera tiene ser potenciada porque en la Medicina General el principal medicamento es el propio médico. El paternalismo ancestral que el médico desarrollaba sobre su paciente tiene que dejar paso a un colaboracionismo estrecho en un plano de igualdad entre los dos como personas. Los avances tecnológicos no pueden dejar de lado la buena práctica diaria. El médico aporta la dirección al enfermo, es guía, propone, invita, no impone. El educa con paciencia a su paciente, en un acercamiento personal, guardando el secreto de lo que le dicen y ve. Es una relación individualizada de hombre a hombre.

Para poder salvar esta encrucijada, hay que tener en cuenta en primer lugar, que no hay una antinomia insalvable en los postulados que informa la Medicina liberal y los que obran como imperativos de la Medicina colectivizada y técnica. En definitiva se trata de volver a un humanismo en la Medicina, sin abandonar esta Medicina Socializada, que de hecho es imposible hacerlo.

Una nueva medicina se está gestando, una medicina personalista que considera al hombre como un todo indisoluble que actúa y reacciona ante la enfermedad con todo su ser, sin que ninguna parcela de su anatomía, fisiología o psicología sea ajena a esta reacción. La medicina personalista en cierto modo es la condena de la excesiva especialización, de la indiferencia con que el especialista demasiado técnico contempla todo lo que no se halle en su parcela. Una corriente de humanismo se está infiltrando entre los médicos jóvenes. Letamendi siempre pidió que el médico tuviera una formación humanística, filosófica al lado de la técnica, si quería comprender al hombre y en especial al hombre enfermo. Su famosa frase: "el que sólo sabe de medicina ni medicina sabe" resume toda su filosofía. Ya Hipócrates 2500 años antes de Cristo sentó las bases de la medicina personal cuando a la cabecera del enfermo, confeccionaba la historia clínica. El motivo de la desviación actual ha residido en una concepción mecanicista del ser, que ha ignorado el componente espiritual del hombre.

La medicina psicosomática de Weizsaeckner demostró que los síntomas patológicos, pueden ser símbolos de conflictos anímicos y que, hasta los pensamientos, pueden ser causa de enfermedad. De la medicina personalista se pasa a la medicina de la totalidad, que es aquella que considera las raíces existenciales-espirituales del ser humano; una medicina integral, una medicina holística, de la que la propia medicina biológica con sus bases naturistas forma parte.

La base de la medicina humanista está en la excelencia, en el sentido que la entendía Aristóteles: ser bueno científicamente y bueno en el trato humano. En los últimos años, refiere el humanista Trujillo, la excelencia en la medicina ha sido sinónimo de excelencia científica, olvidándose los otros dos pilares del humanismo: los valores y la empatía.

La excelencia no es sólo excelencia científica. Toda la Medicina desde la universidad, la formación, el examen MIR, están planteadas para que sólo sobreviva el excelente científicamente y no el excelente en otras virtudes. Aparte que no tienen que verse como incompatibles que un médico reúna estas dos vertientes; así debería ser y la formación en nuestras universidades tendría que girar en estos dos aspectos.

El profesional tiene que acrecentar su sensibilidad para poder apreciar desde la obra maravillosa hasta las miserias humanas más grande que vemos los médicos a diario. "Sería un falso humanismo llorar con la flauta mágica de Mozart, y después ser indiferente ante el dolor de un enfermo; ese es el falso humanista".

El humanismo va mucho con la madurez de la persona. Nunca es incompatible la presión asistencial con la práctica de la medicina humanista. De hecho muchos de los problemas actuales como la carga asistencial o el síndrome de "burn out" están en consonancia con intentar a cada uno el salario emocional.

Los propios gestores, olvidan que el profesional no sólo necesita incentivos económicos para desempeñar motivadamente su trabajo diario, sino también un buen ambiente de trabajo, un salario emocional. No obstante los salarios, la productividad y la eficiencia están interrelacionados.

.Para un médico cristiano, la presencia del crucifijo en su mesa o colgado en la pared le recuerda lo sagrado de su "ministerio", de su vocación profesional: "Lo que a uno de éstos necesitados hicieres, a mí me lo haces".

El médico que sacrifica tanto de su vida privada (familia, tiempo libre) por su trabajo (estudio, enfermos) debe de hacer un hobbi de su propio trabajo, procurando que éste sea siempre creativo. Cada paciente supone de hecho un nuevo reto al profesional, porque en definitiva no olvidemos, no hay enfermedades sino enfermos, personas necesitadas de ayuda no sólo para problemas físicos, sino de comprensión humana y hasta de ayuda espiritual: medicina integral, de la totalidad.

Tenemos que desarrollar la empatía, de tal manera que un individuo pueda sintonizar con otro no desde el intelecto sino también desde las emociones. Sólo a través de la empatía con nuestro enfermo podremos personalizar, detectar y atender sus demandas emocionales. Las emociones compartidas igualan tanto al médico como al paciente en dignidad como seres humanos. También es necesario implicar al familiar o cuidador del paciente a efectos de que éste se sienta comprometido con el personal médico en relación al enfermo crónico o incapacitado.

Si las emociones se interiorizan se vuelven negativas, si no se canalizan adecuadamente hacen daño al organismo, creando numerosas somatizaciones en el plano corporal: dolores de espalda, úlceras, lesiones en la piel, colon irritable, jaquecas, colitis ulcerosa...... Cada persona hará su enfermedad según su predisposición genética, pero las emociones negativas contribuirán a ello, a partir del “locus minor resistente” de cada persona La persona intentará en estas situaciones adaptarse pero si las condiciones que generan las emociones negativas persisten, se llegará al agotamiento, a la depresión por el gasto de energía que supone intentar adaptarse a una situación negativa continua. Los ansiolíticos tan en boga hoy en día, no resuelven la situación conflictiva que genera la ansiedad, sino que contribuyen a su interiorización; así impiden que las emociones afloren al plano consciente y aunque aparentemente la persona se encuentre tranquila, no resuelven la base de los problemas, ya que éstos deben de liberarse y resolverse desde su raíz, afrontándolos aunque resulten dolorosos. Los ansiolíticos pueden ayudar momentáneamente, pero nunca hay que descansar en ellos totalmente, porque nuestras emociones en definitiva son nuestras y hay que canalizarlas adecuadamente. No se puede en definitiva negar el miedo, reprimir la angustia, hay que afrontarlos y que canalizarlos adecuadamente La psicoterapia tanto de apoyo como dinámicas de grupo puede ayudarnos mucho. Cuando se comparte un problema con otro, ya se descansa.

El médico debe de dejar hablar a su paciente y escucharle. Necesitamos recibir y dar afecto, sentir autoestima, tener proyectos, ser reconocido en lo que hacemos, ser apreciados, existir a los ojos de los demás. El balance a nivel emocional es similar al físico, tiene que mantenerse en equilibrio entre las entradas y las pérdidas. Si generamos emociones y no las soltamos hasta el final, no nos desahogamos, y estas nos hacen daño. El modelo evangélico de tolerancia con el prójimo se nos ofrece también como una alternativa saludable.

Tenemos que controlar, canalizar, tener un cierto grado de dominio de los sentimientos, pero no ahogarlos, ni suprimirlos. A través del deporte, de la gimnasia aeróbica, del tai-chi, yoga, zen…, pueden liberarse nuestras emociones y modularlas.

.El autocontrol del profesional de la salud es esencial para establecer una relación de apoyo eficaz. Permite identificar y gestionar las propias emociones y conocer nuestro estado de ánimo; facilita el manejo de la incertidumbre y la dosificación de la información y mantiene una esperanza inteligente (Sanz Ortiz). Decía un famoso clínico de épocas pasadas William Osler que, "tan importante es conocer a una persona que tiene una enfermedad, cuanto conocer la enfermedad que la persona tiene".

Los médicos sabemos como funciona el riñón de un paciente, pero no como son sus sentimientos, ilusiones, proyectos..., y éstos son también parte del enfermo, son el mismo. Si no los abordamos también no estaremos haciendo una medicina integral.

Esta habilidad que tiene que desarrollar el profesional con su paciente, tendría que ser en cierta manera enseñada en las facultades, en cursos de postgrado y durante la formación MIR. Son habilidades que pueden mejorar con su uso. Y son buenas para todos. El profesional tiene que pagar no obstante un precio por ellas y es el tiempo que tiene que invertir, tiempo que por otra parte lo ganará en madurez como persona. "Nunca se pierde el tiempo con un paciente. Siempre nos comunica algo y aprendemos". Esta es una de las cosas que no sólo tenemos que deciros a los estudiantes, sino que también es necesario que nos las apliquemos los profesionales. No son únicamente tareas para los médicos llamados humanistas, sino para todos.

Controlar las emociones supone en consecuencia favorecer la relación médico paciente para luego poder aplicar los conocimientos estrictamente técnicos al enfermo, tanto para el diagnóstico como para el tratamiento. Son como el marco de un cuadro que necesita estar bien tensado para poder pintar luego (aplicación técnica de la medicina).

El profesional se halla ante la tentación dada la presión asistencial que soporta, en pasar de puntillas por la habitación del paciente, aplicar sólo los conocimientos técnicos, trabajar casi exclusivamente con los papeles del enfermo. Marañón era una persona con una vida profesional, literaria e investigadora muy intensa. Un día le preguntaron cómo podía hacer tantas cosas "Mire usted, le replicó, yo me considero un trapero del tiempo. Cada uno tenemos una medida del tiempo. Yo como sólo tengo un cuarto de hora para hacer algo lo aprovecho al máximo para poder disfrutar también de otras cosas que no son mi profesión. Necesitamos una gestión más inteligente del tiempo".

Marina cuenta una anécdota respecto de ¿quién fue el mejor en su profesión, quién sabía más ¿Marañón o Jiménez Díaz? Refiere que en una reunión donde había surgido esta pregunta, un médico viejito dijo: "yo se quien era mejor facultativo". Había sido este médico catedrático de Patología en el Hospital Clínico de San Carlos y hacía la autopsia de los enfermos de Jiménez Díaz y Marañón. Contaba que Jiménez Díaz sabía mucha más medicina que Marañón, pero éste curaba más que aquél.

"Curar es una tarea muy compleja, porque muchas veces no se cura una enfermedad, sino un ser humano entero y para eso hay que saber lo que tienes por delante. Si el médico general delega en todo al especialista, al final resulta que hemos hecho un mosaico de la persona y no sabemos cómo recomponerlo".

El médico necesita también estudiar sobre su profesión. La especialización ha hecho muy difícil que un médico se lo sepa todo. Cada vez es más difícil estar al día en lo tuyo, y máxime un internista; aunque hoy día disponemos de técnicas como Internet que te pueden ayudar mucho. Para mí otra tentación del médico sería encerrarse sólo en el estudio de su profesión., donde se va a tener más posibilidades de ayudarse unos a otros. Necesitamos fomentar la inteligencia compartida que es lo único que nos puede permitir aprovecharnos de la especialización sin caer en el analfabetismo especializado.

El siglo XX es un ejemplo de los disparates que se cometen cuando se da demasiada importancia a la inteligencia en su función cognitiva. Ha sido el siglo del gran avance de la inteligencia y también el más cruel de todos".

Creo que con todo lo que hemos comentado, podremos disponer de unas bases para practicar una medicina más humana, donde la relación con el paciente presida todo nuestro ejercicio profesional. Nunca insistiremos lo suficiente como el profesional tiene que tener delicadeza con su paciente y procurar mantener su intimidad. No hurgar más de lo que no favorezca el diagnóstico y el tratamiento.

·- ·-· -······-·
Bernardo Ebrí Torné



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