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Pedro de Valdivia y la empresa de Chile

por Gonzalo Larios M.

Recorremos sus orígenes familiares y sus primeras actividades militares en los tercios españoles de Carlos V; continuamos con su llegada al Perú, su fructífera colaboración con Francisco Pizarro y las dificultades de la organización de la aventura de Chile. También las peripecias del viaje a Chile y la fundación de Santiago y concluimos con el destructivo ataque de Michimalonco y la persistencia de un puñado de españoles de afianzar una conquista que, aunque parecía incierta hacia fines de 1541, dos años después se reanima con el regreso de Monroy con un nuevo contingente.
Esta nueva etapa decisiva nos muestra a un Valdivia inclaudicable en sus afanes por consolidar la conquista de Chile. Los riesgos y la aventura son los propios de una etapa fundadora y el conquistador los enfrenta con el talante de un verdadero emprendedor, al extremo de dar su vida en el cumplimiento de su tarea.

Nace nuestro fundador cinco años después del Descubrimiento de América y de la Conquista de Granada, los dos acontecimientos auguraban gloria y grandeza a un imperio que comenzaba a gestarse a través del matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, consolidando, los llamados Reyes Católicos, la unidad territorial y religiosa de una incipiente unidad española, al derrotar al último reino moro de la península.

La guerra de Reconquista finalizaba entonces con la toma de Granada por los Reyes Católicos, los combates entre moros y cristianos ya se trasladan sólo al Mediterráneo o al este del continente, esta disputa de siglos contra el invasor islámico ha forjado en la península un catolicismo militante, que convertirá a España en baluarte de la Iglesia Católica ante la arremetida de la Reforma Protestante.

El mismo año de 1492, se descubre América y se abre un mundo de aventuras y posibilidades para renovar y desplegar el espíritu caballeresco que la guerra de Reconquista había mantenido en tierras ibéricas cuando ya había desaparecido del resto de Europa. América será el nuevo escenario para que el ideal caballeresco sobreviva, con luces y sombras, en las nuevas tierras. Por otra parte, en la península itálica ha comenzado a desplegarse el Renacimiento, cuyo espíritu enfatiza el individualismo, un afán de fama y riquezas y un refinamiento estético no exento de violencia. Una intención de crítica y búsqueda dirigida a nuevos horizontes, integra también esta nueva corriente.

Valdivia es un hombre de su tiempo, integrador y dividido entre la caballería que da sus últimas señales de honor, dignidad y valentía y el individualismo renacentista que aspira a la fama y al goce de las riquezas de esta vida; entre el medioevo que había levantado su mirada a Dios y el renacimiento que redescubre al hombre.

Son los tiempos en que España alcanzará mediante temperamentos fuertes y decididos, como los de Valdivia, el sitial de potencia europea y mundial, constituyendo un Imperio donde no se pone el sol, en defensa de una monarquía cristiana que expande su dominio político y su fe hacia un continente tan inmenso como atractivo y desconocido. La tarea de la Hispanidad, que por sus dimensiones y trascendencia cristiana se sitúa como una de las grandes empresas de la Historia de la Humanidad, dio origen a un mestizaje del cual emergen decenas de naciones, que como Chile, no serán ya ni indígenas ni hispanas, sino mestizas.

Hidalguía y destino militar.

El lugar de nacimiento de Pedro de Valdivia se lo disputan tres pequeños pueblos: Castuera, Campanario y Villanueva, todos situados en el valle de La Serena, actual provincia de Badajoz, en la española región de Extremadura, al sur oeste de la península, cercanos a Portugal.

Aún no se encuentran datos que permitan dilucidar el lugar de su nacimiento. Proviene Valdivia de una estirpe de hidalgos castellanos de raigambre militar. Es decir, como buena parte de los españoles, ilustran, con más orgullo que riqueza, antiguos blasones de nobleza familiar.

El apellido Valdivia hace referencia al Valle de Ibia, del reino de León, de donde provienen sus ancestros, algunos de ellos se habrían destacado en las armas y figuran como caballeros de las órdenes de Santiago y Calatrava. Luis Ruiz de Valdivia con sus hijos Pedro y Diego destacaron en el cerco de Granada siendo de los primeros en escalar las torres del alcázar de la magnífica Alhambra. Su bisabuelo, Hernando de Valdivia, habría sido hermano de don Luis. La estirpe militar es entonces tradición entre los Valdivia, así lo expresa el lema que se lee en el escudo de familia: “La muerte menos temida, da más vida”. Pedro de Valdivia desplegará entonces lo que la estirpe familiar le señala y su tiempo favorece, fiel a su destino militar, a favor de una España que consolida con el emperador Carlos su hegemonía en Europa y un nuevo mundo en América.

Soldado de los tercios de España.

Al bordear los veinte años el joven extremeño forma parte de los afamados tercios españoles en Flandes, tierra donde no se regala nada y que se constituyó para España en un permanente y costoso dolor de cabeza. Es curioso que donde Valdivia comienza su carrera militar tiene una cierta analogía con la tierra donde la termina.

La indomable Araucanía será también una zona que requerirá de constantes sumas de las arcas hispanas sin dar tampoco los resultados anhelados. Por ello se llamará a la guerra de Arauco el “Flandes indiano”.

La vida de Pedro de Valdivia corre paralela a la de su Rey Carlos I y con él a la del imperio que se despliega para España y Europa. Si enormes fueron los territorios que hereda Carlos (España, Flandes, territorios de Austria, reino de Nápoles, América y el imperio alemán al que luego accederá por elección), no de menor significación fueron los desafíos que debió enfrentar, entre ellos: la amenaza del imperio turco que se desbordó hacia Europa; el conflicto político y religioso que supuso la Reforma protestante; continuar en ultramar el descubrimiento y conquista de América y, como si fuera poco, la rivalidad permanente de su multi vecino Francia.

Carlos obtuvo resultados diversos en cada una de éstas gigantes tareas, pero lo más importante, las asumió con innegable responsabilidad, consecuente al destino que pesaba sobre sus hombros y a la fe que hereda de sus ancestros.

Fue un emperador no sólo español sino europeo, que recorrió Europa en más de 40 viajes, con todo lo poco agradable que era trasladarse durante el siglo XVI.

El legado que recibió Carlos, nieto de los Reyes Católicos, y del Emperador germánico le constituye en un adversario histórico de Francia que sintió amenazadas sus fronteras, con razones y sin ellas, por los extensos territorios heredados por Carlos I de España y V de Alemania, que prácticamente rodeaban a una ya poderosa Francia. El escenario natural del enfrentamiento entre españoles y franceses fue el norte de la península itálica, la disputada Lombardía, el Milanesado. Valdivia participa en los tercios de infantería españoles que toman Milán a los franceses en 1522. En 1524, al mando del marqués de Pescara atacan Marsella sin éxito retornando en septiembre a Italia.

Francisco I, rey de Francia, dará pruebas de que es un monarca de espíritu renacentista, de un pragmatismo que recuerda a Maquiavelo al no trepidar en pactar con cualquier adversario de Carlos, ya sea protestante o mahometano, con tal de defender los intereses de una Francia, que con ello da cuenta hasta donde puede llegar a alcanzar la “razón de Estado”.

Francisco reorganiza sus tropas para contratacar en Italia, el marqués de Pescara abandona Milán ante la cercanía de las tropas francesas y los estragos de una epidemia, se refugia en Lodi. Desde allí, durante un nevado invierno, corría noviembre de 1524, la infantería de Pescara se toma de noche, con audacia y sigilo la fortaleza de Melzo, cercana a Milán. Mientras, Antonio de Leiva con otro contingente de tropas españolas resistía el fuerte asedio de los franceses en Pavía, en espera de refuerzos de tercios españoles y tudescos (alemanes y austriacos).

El marqués de Pescara y su infantería fueron fundamentales en la batalla de Pavía, en enero de 1525, que permitió levantar el cerco a la ciudad provocando una fuerte derrota a las tropas francesas.

A tal punto, que entre los prisioneros se encontró nada menos que al propio Rey de Francia, Francisco I, que fue trasladado a Madrid y liberado luego de la firma de un tratado, al año siguiente, en el que renuncia a sus aspiraciones sobre el Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña.

En aquella trascendente batalla de Pavía, entre los tercios españoles se encontraban dos jóvenes que luego escribirán con sus actos páginas relevantes de los inicios de la Historia de Chile: Pedro de Valdivia, y quién más tarde será uno de sus más fieles colaboradores en las tareas de conquista, Francisco de Aguirre.

De Extremadura a América.

Su acción en los campos de batalla le otorga merecidamente el grado de capitán con el que orgulloso regresa a su Extremadura natal.

En 1527, contrae matrimonio en Zalamea de La Serena con Marina Ortíz de Gaete, oriunda de Salamanca. El joven matrimonio residirá en Castuera, pero la vida plana y algo aburrida de las áridas tierras del sur de España parece que no se avienen con el temperamento audaz y aventurero de un joven Valdivia que no resiste al llamado que realiza Jerónimo de Alderete, en 1535, para enrolarse en una expedición a Venezuela.

Valdivia representa como pocos, tan fielmente, el talante firme y aventurero de los conquistadores españoles. Quizás, vista su trayectoria, era la oportunidad que esperaba, y el destino Venezuela, fue a la larga sólo un accidente. Jerónimo de Alderete, quien lo había sacado de Castuera, es quien recibirá de Valdivia el encargo, diecisiete años después, de traer a Chile a su mujer. Los esposos no se volvieron a ver, cuando llega doña Marina al Chile fundado por Valdivia, el conquistador ha muerto.

El sólo viaje a América en la primera mitad del siglo XVI debió ser una enorme aventura a bordo de aquellas débiles carabelas que durante semanas se sometían a la inmensidad y fuerza del océano. Sabe Valdivia que requiere un escenario donde pueda demostrar su experiencia militar ganada con valor e inteligencia en los campos de batalla europeos. Es lo que puede distinguirlo del resto del contingente de conquistadores.

Por ello, su estadía en Venezuela fue efímera, allí conoció a Francisco Martínez quien luego sería su socio en la empresa de Chile. No tarda Valdivia en continuar su aventura, pero en el Perú, respondiendo al pedido de soldados que Francisco Pizarro solicita a la Audiencia de Santo Domingo, para afianzar la conquista del imperio Inca.

Con Pizarro en el Perú

Desde Panamá se embarca hacia el sur y desde la bahía de Tumbes, al norte del Perú, se dirige por tierra a la Ciudad de los Reyes, muy pronto Lima. Allí Valdivia se pone a las órdenes de Francisco Pizarro, por entonces en contiendas de límites con su antiguo colaborador, Diego de Almagro. Rápidamente Valdivia se convierte en un asesor cercano a Pizarro, su experiencia militar debió ser muy estimada ante la doble necesidad de sofocar las disputas con su antiguo compañero y consolidar la conquista del imperio Inca. Valdivia fue Maestre de Campo de Pizarro cargo al que honrará con su talento y audacia en la batalla de las Salinas.

Almagro de regreso de su frustrada expedición a Chile, libera Cuzco sitiada por los indígenas y toma la ciudad reclamándola dentro de su gobernación que ha recibido del rey; Pizarro, por su parte, la considera dentro de la que él ha recibido del mismo rey. Almagro mantiene prisioneros en el Cuzco a los hermanos Hernando y Gonzalo Pizarro. Gonzalo escapa y Hernando es liberado a condición que se dirija a España como lo requiere el rey. Finalmente, una vez liberado, Hernando decide encabezar a los pizarristas y acabar con la amenaza de Diego de Almagro.

En la batalla de las Salinas los almagristas son derrotados y Valdivia fue, como Maestre de Campo, uno de los principales responsables de la victoria. Almagro será condenado a muerte por Pizarro sin posibilidad de apelar al rey.

No terminarán, como veremos, las contiendas civiles entre los conquistadores en el Perú. Valdivia por su parte fue muy bien recompensado por el marqués Pizarro, sus méritos militares le merecieron una encomienda en el valle de La Canela (Charcas) y una mina de plata en el cerro de Porco (Potosí).

No fueron pocos los españoles que miraron con envidia lo que recibía el que consideraban “un recién llegado”. Es que lo obtenido por Valdivia aseguraba el futuro de cualquiera, la tranquilidad y seguridad material no parecen ser lo que anhelaba el aventurero y audaz conquistador. Con la misma decisión con la que había abandonado su Extremadura natal, ahora abandonará el Alto Perú.

La aventura de la empresa de Chile

A fines de 1539, el marqués Francisco Pizarro visita el Alto Perú recibiendo los numerosos requerimientos de sus alejados colonos y conquistadores. Se sorprende el gobernador de Nueva Castilla ante una solicitud de su respetado Valdivia, que le lleva a responder inicialmente con un “Os habéis vuelto locos”, y es que el valiente militar no le ha expuesto quejas o requerimientos económicos sino un disparatado proyecto, nada menos que en la “infamada” tierra de Chile.

No podía aparecer quizás ninguna idea más impopular y temeraria que la de retornar a Chile donde, apenas hacía tres años, Almagro había comenzado a labrar su ruina personal en una expedición que con 500 españoles había salido de Cuzco como una de las más auspiciosas de su tiempo y regresó diezmada y fracasada. Pero la sorpresa no terminaba allí, Valdivia dejaría disponibles su encomienda y su mina de plata y, más aún, no requería apoyo económico para la empresa, ya que éstas se financiaban por cuenta de los mismos conquistadores, sino una sola autorización para pasar a Chile como su Teniente-Gobernador.

Tenía ya Valdivia la idea y la autorización para llevarla a cabo, pero no faltaron dificultades para lograr los recursos materiales que permitiesen la empresa y para obtener lo más importante, el reclutamiento de españoles dispuestos, como él, a emprenderla. En lo material, Valdivia comprometió sus recursos y además se endeudó, pero no bastaba, debió asociarse con el comerciante Francisco Martínez quien a cambio de capital exigió la mitad de los beneficios que produjese la empresa. Socio menor fue también Alonso de Monroy. En lo referente al reclutamiento la situación fue aún más compleja debido al nefasto antecedente de la expedición de Almagro. Escribe Valdivia, en 1545, a su Rey desde Chile “no había hombre que quisiera venir a esta tierra …quedo tan mal infamada, que como pestilencia huían de ella”. Pero aún como si fueran pocos los inconvenientes, cuando se disponía a emprender la marcha, llega a Cuzco Pedro Sánchez de la Hoz, antiguo secretario de Pizarro que había vuelto a España a casarse y que regresaba con una cédula real que le facultaba a explorar las tierras al sur del Estrecho de Magallanes, dándole el título de Gobernador a las que desde allí descubriese. La situación era compleja para el ya alistado Valdivia. Sánchez de la Hoz, con relaciones en la corte, podía poner en riesgo la empresa que tanto había costado levantar. Pizarro busca mediar en la situación, favoreciendo un acuerdo entre los que partían y el que llegaba, mediante el cual éste último debía reunirse por mar equipando dos buques con mercadería para apoyar la expedición a la que debían reunirse en cuatro meses.

Es en la capacidad de Valdivia de superar dificultades con innegable tesón donde se calibra su tremenda decisión emprendedora, que acompañada de un liderazgo natural y sentido de la oportunidad, le permite no sólo idear, sino llevar a cabo la empresa de la conquista de Chile venciendo todo tipo de obstáculos. Valdivia se juega no sólo la vida en una incierta idea por la que muchos pensaron que había perdido el juicio al poner en juego su próspera y cómoda situación. Valdivia arriesga lo mucho que ya ha obtenido para mirar más alto: “Dejar fama y memoria de mí”, por sobre comodidades mundanas y riquezas triviales, es lo que el emprendedor Valdivia confiesa le anima en su empresa de Chile.

La travesía del desierto y la fundación de Santiago

Desde Cuzco inician la marcha en enero de 1540 apenas once españoles junto a cientos de yanaconas. Además, una española, Inés Suárez, que como viuda de un soldado muerto en la batalla de las Salinas, había recibido una pequeña encomienda en el valle de la Canela, donde conoció a Valdivia. La expedición tomó rumbo al desierto de Atacama y esperaba se le fueran reuniendo nuevos contingentes que debían llegar desde el altiplano. Desde el inicio aparece la dificultad en lo acometido. Aún en el Perú, en el valle de Talama, el socio Francisco Martínez es herido gravemente por un ataque indígena por lo que debe regresar a Arequipa. En Atacama deciden levantar campamento, recuperar fuerzas en espera de los otros contingentes, se suman primero Francisco de Villagra con 30 soldados, luego Juan Bohón con otros 60. También llega Rodrigo de Araya con 16 soldados más. No será sólo el número sino la calidad del nuevo contingente entre ellos también Jerónimo de Alderete, viejo amigo de Valdivia, y el capellán Rodrigo González Marmolejo.

Teniendo noticias de que Francisco de Aguirre bajaba con españoles desde el altiplano a plegarse a la expedición, abandona Valdivia el campamento para adelantarse a su encuentro. Mientras, Pedro Sánchez de la Hoz, socio de Valdivia, junto a otros cuatro españoles irrumpen sigilosamente de noche en el campamento escogiendo la tienda de Valdivia donde para su sorpresa sólo encuentran a Inés Suárez que alarmada da avisos de la intempestiva invasión. La situación es tensa ya que sospechan que lo que urdía Sánchez de la Hoz era el asesinato de Valdivia. No había podido cumplir su parte del acuerdo, y de los barcos y provisiones nada, había huido de Cuzco perseguido por acreedores y decidió traicionar a su socio para tomar el liderazgo de la expedición. Valdivia avisado del incidente, regresa al campamento con la buena nueva del encuentro con Francisco de Aguirre y Rodrigo de Quiroga con otros veinticinco soldados. Astuto Valdivia estudia la situación de la sospechosa llegada de Sánchez de la Hoz y finalmente dicta sentencia perdonando a los conspiradores pero a cambio de su inmediato regreso al Perú. Dos de ellos suplican les permita continuar, Sánchez entre ellos, a lo que accede obteniendo una escritura por la que renunciaba a sus derechos de sociedad por incumplimiento de lo acordado.

Después de dos meses recuperando fuerzas, prosiguen en agosto para finalizar la travesía del desierto de Atacama. La expedición se divide en cuatro grupos, uno tras otro con un día de diferencia entre cada uno, buscando aprovechar mejor y permitir la recuperación de las escasas fuentes de agua. El andar es lento, el calor abrasador del día se transforma en gélidas noches, los cadáveres de la expedición de Almagro marcan el rumbo pero debilitan el ánimo. Juan Ruiz, desalentado, comienza a buscar adeptos para emprender el regreso, Valdivia conocedor de lo que podía significar en aquellas condiciones una división de la hueste no trepida en hacer ahorcar por traición al insurgente.

En octubre, finalmente alcanzan el valle de Copiapó, no habían sido pocas las bajas entre los yanaconas al cruzar el desierto. Valdivia debía marcar luego de la penosa travesía un hito esperanzador para toda su expedición. De allí que hiciera una ceremonia de toma de posesión con la mayor relevancia que se lo permitían las duras circunstancias. Bajo la bendición de una cruz en lo alto, luego de un Te Deum, con la tropa ostentando sus uniformes, redoble de tambores incluidos, el conquistador con el pendón de castilla en una mano y la espada en la otra llamó a esta tierra y la por descubrir hacia el sur, la Nueva Extremadura, en recuerdo a su región natal. Tomaba posesión de ella a nombre de S. M. el Rey de España, no del Gobernador Pizarro, con ello daba a entender sus intenciones de ser él mismo gobernador, como su liderazgo natural avalaba.

Antes de continuar hacia el sur recibieron un último refuerzo de unos veinte hombres, entre ellos, Alonso de Córdoba.

En diciembre estaban junto al cerro Huelén, probablemente el día 13, el de Santa Lucía. El paisaje primaveral del valle del Mapocho, su tierra fértil y una mayor cantidad de indígenas motivan a Valdivia y su hueste a fundar allí la primera población el 12 de febrero de 1541, en la amplia isla que el propio Mapocho formaba entre dos brazos del río, que junto a los cerros favorecía su defensa. Ha transcurrido más de un año desde la salida del Cuzco. La futura capital de Chile recibía el nombre de Santiago, patrono de España. El Apóstol había sido inseparable compañero de las huestes cristianas durante la reconquista frente al Islam, ahora su devoción alcanzaba a los confines de América. Trazó la ciudad, Pedro de Gamboa siguiendo forma de damero; se reparten los sitios y se levantan las chozas de barro y paja.

En marzo, se establece cabildo, alcaldes y procuradores. Nada más asentarse comenzó a correr el rumor de que Pizarro habría muerto a manos de una conspiración almagrista, lo que mueve al Cabildo a entregar a Valdivia el título de Gobernador y Capitán General Interino a nombre del Rey. Valdivia, astuto, sabe que debe dejar constancia de su desapego al poder, fue Pizarro quien le autorizó la expedición como su Teniente Gobernador, por lo que si no ha muerto Pizarro, el aceptar podría hacerlo sospechoso de traición. Rechaza entonces el ofrecimiento, pero el Cabildo, luego de unos días, insiste e incluso presiona amenazando con entregar a otro el gobierno. Finalmente, Valdivia acepta no sin preocuparse de que quede constancia de que lo hace contra su voluntad, y por petición del Cabildo, que le hace ver que así serviría mejor a Dios y al rey. Efectivamente, Pizarro fue asesinado por los almagristas, pero el 26 de junio de 1541, cuando ya Valdivia había aceptado el título de Gobernador.

Destrucción y penurias

La fundación de Santiago supuso un primer asentamiento no exento de riesgos y problemas que no tardaron en aparecer. La búsqueda de oro los llevó a establecer lavaderos en el Marga-Marga y cerca de allí, en las playas de Concón, manda construir un bergantín que permita el traslado del oro al Perú y con ello alentar y financiar el envío de auxilios. Supervisando estas labores se encontraba Valdivia, cuando recibe alarmantes noticias que enviaba desde Santiago su Teniente Gobernador Alonso de Monroy advirtiéndole que sospecha de una rebelión entre sus huestes. Al llegar a Santiago y reunirse con sus más cercanos, concluyen mantenerse alertas sin reunir pruebas contundentes de conspiración. Días después, Gonzalo de los Ríos, quien tenía a cargo los lavaderos y el astillero se presentaba exhausto, en compañía del negro Juan Valiente, eran los únicos sobrevivientes de los levantamientos indígenas que en ambas faenas habían aniquilado a más de veinte españoles. Al dirigirse Valdivia al lugar, el cronista Mariño de Lobera pone lágrimas en el rostro del Gobernador a la vista del desastre.

Los problemas continúan, de regreso en Santiago la intriga se hace evidente ante la indiscreción de Alonso de Chinchilla que no contiene su alegría al ver a un Valdivia desalentado por la tragedia. No eran pocos los conspiradores, entre ellos el procurador Pastrana y el regidor Solier y el infaltable Sánchez de la Hoz. El proceso decide la horca de cinco españoles, entre ellos Chinchilla, Pastrana y Solier. Sánchez de la Hoz vuelve a salvar la vida, quizás Valdivia no quiere ganarse enemigos en el Perú o en la Corte donde sabe que el poco fiable Sánchez mantiene vínculos. Valdivia escribe al Rey que ha dejado pasar con disimulo a algunos involucrados “y con esto aseguré la gente”. Puede parecer dura la sentencia a los ojos de hoy, pero era la segunda intentona de darle muerte, las condiciones en que se encontraban los conquistadores exigía rigurosidad en las condenas para los cabecillas y Valdivia no trepidó en otorgarla. Mientras, luego de las tragedias de Concón y Marga-Marga, los rumores de nuevos levantamientos indígenas eran cada vez mayores. Los indios acababan con los alimentos en torno a Santiago y Valdivia, ante la escasez de alimentos y la inminente amenaza tomaba prisioneros a siete caciques de las inmediaciones. Supo entonces el Gobernador de dos concentraciones de indígenas, una en el valle de Cachapoal, la otra en el de Aconcagua, y decidió no esperar su ataque, sino acometer con 90 soldados para disolverlas. No obstante, era lo que esperaba Michimalonco, la separación de sus adversarios, en Santiago quedaban sólo unos cincuenta españoles y los yanaconas todos al mando de Monroy.

Avanzada la noche que esperaba el amanecer del domingo 11 de septiembre de 1541, Michimalonco a la cabeza de unos 8000 indígenas, del Aconcagua y el Mapocho, inician los atronadores gritos de ataque al incipiente poblado de Santiago que vigilante pero disminuido se alista a la defensa. En la oscuridad, los indígenas se preocupan de encender fuego a los techos de las débiles cabañas mientras los arcabuceros españoles, sin visibilidad, no pueden aprovechar la superioridad de las armas de fuego. El amanecer confirma una desoladora situación, el poblado está semi destruido y pareciera vulnerable, lo que renueva el ataque indígena. Los siete caciques presos viendo cercana su liberación, avivan desde el interior con sus propios gritos a sus guerreros para acelerar su rescate. Inés Suárez, que atendía a los heridos se percata de la situación límite a la que está expuesta la incipiente ciudad, y con una espada se dirige a la habitación de los presos exigiendo al par de guardias “Que matasen luego a los caciques antes que fuesen socorridos de los suyos” a lo que perturbado uno de ellos responde “Señora, ¿De que manera los tengo yo que matar?”, la Suárez no titubea y actúa “¡Desta manera! Y ella misma los decapitó”, y siguiendo al cronista Jerónimo de Vivar, la mujer con la espada ensangrentada en una mano y la cabeza de una de sus víctimas en la otra, se dirigió al frente para enrostrarles su acción a sus atacantes, ante lo cual, habrían disminuido su entusiasmo. Valdivia escribió que esta acción permitió evitar que “no quedara español vivo en toda la dicha ciudad”, destacando que después de dar muerte a aquellos caciques “salisteis a animar a los cristianos que andaban peleando, curando a los heridos y animando a los sanos”. No hay duda que el gesto brutal de la Suárez debió tener relevancia en el ánimo de los suyos y el desaliento de sus adversarios, pero no sabemos cuanta en realidad. En la tarde, una carga de caballería liderada por Francisco de Aguirre permitía repeler el asedio.

La leyenda señala, como atestigua la crónica de Mariño de Lobera, que Michimalonco mandaba espías a contar repetidamente cuantos eran los españoles a caballo y de a pié, esperando ratificar bajas en las filas españolas, tenía certeza el cacique luego de varios testimonios que los a caballo eran 32. Pero en medio del asedio llegan distintos informantes con la inesperada noticia que los de a caballo no eran menos, sino uno más, 33. Michimalonco se rió de ellos pensando se les había pasado la mano con la chicha que los avivaba para el combate. Envió nuevos espías que para su sorpresa confirmaron los 33. Francisco de Villagra, también habría notado que los a caballo eran 33 y no los 32 conocidos. Mariño de Lobera escribe que aquel valeroso jinete desconocido no era otro que “el glorioso Apóstol Santiago, enviado de la divina Providencia para dar socorro al pueblo de su advocación, que invocaba su santo nombre”.

No sólo el apóstol Santiago fue entonces venerado, la fe católica llega a Chile con los primeros españoles. Valdivia traía consigo una sencilla imagen de la Virgen del Socorro, a la que con el tiempo se le habría ubicado una ermita, de popular veneración, con los años se habría construido allí la Iglesia de San Francisco. Hoy aquella histórica imagen de la Virgen del Socorro preside aquella Iglesia.

El balance fue desolador pero pudo haber sido aún peor: cuatro españoles y veintitrés caballos muertos, la destrucción de casi todo lo que se había traído y levantado con el esfuerzo de meses. Quedaron tres cerdos, unos pollos y dos puñados de trigo, lo cual debieron sembrar y cultivar durante un par de años sin alimentarse de ello. Los dos años siguientes, demuestran la tenacidad extraordinaria de poco más de un centenar de españoles, que sin apoyo exterior y ante la amenaza indígena siempre latente, subsisten con lo mínimo echando mano a raíces y a la mínima caza de la región.

Valdivia está conciente que en esas condiciones la conquista es incierta, envía a Alonso de Monroy y otros cinco españoles a buscar refuerzos al Perú. Sólo se sabrá de ellos dos años después al recalar en septiembre de 1543 el Santiaguillo, como adelanto de los socorros que enviaba Monroy, luego de increíbles peripecias. El fiel colaborador de Valdivia camino al Perú, había sobrevivido tan sólo con uno de sus acompañantes, escapando de un cautiverio de meses entre los indígenas de Copiapó. Ahora, dos meses después del arribo del Santiaguillo, llegaba por tierra con setenta españoles, que sumados a los ya instalados, constituían alrededor de doscientos, comenzaba así una nueva etapa de la aventura de la conquista de Chile.

El arribo de Pastene y la primera expedición al sur de Chile

Vista la experiencia reciente de Monroy, Valdivia decide establecer una ciudad hacia el norte que haga escala facilitando la comunicación con el Perú. Juan Bohón será el encargado, en 1544, junto a treinta españoles de fundar en el Valle de Coquimbo la ciudad de La Serena.

Ese mismo año llega otro barco, el San Pedro, enviado con enseres por el Gobernador del Perú Vaca de Castro, y piloteado por el genovés Juan Bautista Pastene. Poco después, por encargo de Valdivia y al mando de los dos pequeños navíos, el Santiaguillo y el San Pedro, Pastene realiza una exploración de la costa hacia el sur, de la que regresa después de haber alcanzado hasta la latitud de la actual Osorno. La magnitud de los ríos, la fertilidad de la tierra avistada y la abundancia de indígenas, fundamental para un futuro reparto de encomiendas, le permiten transmitir su optimismo al mismo Valdivia. Pero el Gobernador sabía que para avanzar hacia el sur requeriría de mayor fuerza sino quería poner en riesgo lo ya logrado.

Para atraer a nuevos contingentes debía enviar oro que alentara a españoles dejar el Perú. Logra reunir veinticinco mil pesos de oro que entrega a Monroy para que vuelva al Perú, paralelamente por mar, envía también a Pastene.

Las encomiendas en los valles cercanos a Santiago se hacían pocas ante los requerimientos de los nuevos contingentes, lo que motiva al Gobernador a dirigirse hacia el sur, en enero de 1546, con sesenta soldados, que se maravillaban de las tierras, ríos y bosques que proliferaban a medida que avanzaban, tanto como de la crecida población indígena que avistaban. Cruzaron el Itata incluso el ancho Bío-Bío, instalando campamento en la bahía de Penco, de noche son atacados con una ferocidad desconocida, angustiados, finalmente, la caballería pudo romper el cerco, reagruparse y emprender la retirada. La noche siguiente a orillas del Andalién, temiendo un nuevo ataque mapuche dejaron los fuegos encendidos y el campamento a medio hacer para regresar esa misma noche hacia Santiago por la costa. De esta escaramuza, entre los indios capturados, se encontraría un joven de unos doce años, Leftrarú, luego yanacona y paje de Valdivia, será el mismo Lautaro.

En busca de refuerzos y con La Gasca en el Perú El sur de Chile se logra con apoyo del norte, pero Monroy y Pastene no regresaban. El Gobernador decide enviar a Juan de Ávalos con más préstamos de oro de los colonos, siempre para alentar nuevos contingentes.

Después de más de dos años regresó Pastene, pero sin Monroy, que había muerto de una fulminante enfermedad en el Callao, tampoco traía mercaderías pues otro de los españoles que los acompañaba, Antonio de Ulloa, los había traicionado uniéndose a la rebelión de Gonzalo Pizarro contra la Corona, y llevándose en ello el oro y el bergantín San Pedro.

Las calamidades no parecen cesar, ha perdido a su más leal colaborador, otro lo ha traicionado y otro regresa impedido de cumplir su misión. Para colmo, la situación en el Perú es confusa, producto esta vez de una rebelión nada menos que ante la Corona, que responde enviando a nombre del Rey desde Panamá al clérigo La Gasca. Las noticias son deprimentes, pero Valdivia ve en ellas una oportunidad de confirmar la conquista de Chile a través de su personal esfuerzo en el Perú. Pero para cumplir su cometido requiere guardar sus planes con reserva y reunir recursos de los que no abundan en la Nueva Extremadura. En el paso del desierto, hacía ya seis años Valdivia había anunciado la prohibición del retorno sin autorización de cualquier español, medida que justificaba en defensa de la misma empresa de conquista. El Gobernador se las ingenia ahora para, coludido con Villagra y Alderete, anunciar que por primera y única vez se permitirá regresar al Perú en el Santiago, barco en el que regresó Pastene, incluso con el oro de que dispongan. La en apariencia generosa oferta fue aceptada por al menos quince españoles que embarcan sus posesiones reducidas a oro, mientras en la costa el Gobernador los despide con una fiesta, retirándose él primero para fugazmente embarcarse e izar velas hacia el norte. El engaño es artero, los afectados blasfeman en la playa mirando como el fruto de su trabajo es vilmente esquilmado, se dirigen a Villagra quien trata de explicar que la necesidad ha exigido este “préstamo forzoso” y que aguarden con paciencia lo que se les devolverá; y sin más, sabiendo que no es el momento de comprensión, se dirige galopando a Santiago a llevar al cabildo los despachos de Valdivia en los que lo nombra Teniente Gobernador, durante su ausencia. Ambos han acordado comunicarse en Quintero, donde Valdivia astutamente espera noticias de lo que ha sucedido tras su inesperado zarpe. Un emisario de Francisco de Villagra le entrega las esperadas noticias de que el cabildo ha reconocido al teniente gobernador y que le trae cartas de recomendación del mismo Cabildo dirigidas al Rey y a La Gasca, le agrega que hay cierta efervescencia por la trampa urdida y el intempestivo viaje. Ya se preparaba a zarpar, cuando aparece otro emisario que le da cuenta que de esa efervescencia se levantó una rebelión urdida por Pedro Sánchez de la Hoz y un tal Romero, que al parecer desde hacía tiempo y coludidos antes con el mismo Antonio de Ulloa, planeaban la sedición. Descubiertos y apresados, Villagra los ha ahorcado, “y esto os vengo a decir”. Valdivia respaldó la sentencia del Teniente Gobernador, Sánchez de la Hoz había estado detrás de cada intriga en su contra, por lo que zarpa ya junto a Alderete y pocos más hacia el Perú.

El objetivo es alcanzar a llegar para reunirse a las tropas de La Gasca y prestar su experiencia militar al enviado de su rey y acabar con la rebelión de Gonzalo Pizarro. Con ello favorecer la confirmación de su nombramiento de Gobernador. Tras desembarcar en el Callao, Valdivia se apertrechó para la contienda y lideró una hueste de partidarios del Rey que salen rápido desde Lima hacia Cuzco para reunirse a La Gasca. En febrero de 1548 cerca de Cuzco lo recibe cordial pero con un simple trato de capitán, antes de enfrentarse a los rebeldes. No obstante, la trayectoria militar de Valdivia es considerada y le permite ser nombrado como uno de sus maestres de campo. La Gasca despliega sus dotes diplomáticas ofreciendo amnistía a las ya debilitadas tropas de Gonzalo Pizarro para que decidan abandonar la rebelión. Por su parte, Valdivia demuestra nuevamente su gran capacidad militar rodeando al ejército adversario y atacándolo con orden y sorpresa de madrugada. El ataque en Jaquijahuana provocó tal desconcierto entre los rebeldes que, tras escasos combates, favoreció la aceptación de la amnistía ofrecida por La Gasca. Se dice que cuando éste agradecido recibió tras la batalla a su Maestre de Campo, exclamó “¡Ah Señor Gobernador, que Su Majestad os debe mucho!”, ello suponía que Valdivia era, finalmente, Gobernador de Chile por el Rey.

El regreso del Gobernador

No hay tiempo que perder y Valdivia acelera el alistamiento en el Cuzco de 80 soldados y los envía con un capitán para que inicien camino, mientras, él levanta bandera de alistamiento en Lima, Arequipa y Alto Perú, compra navíos, caballos y provisiones, todo es para Chile. Su empuje fue tal que no reparó en contravenir instrucciones de La Gasca, de no enrolar a connotados pizarristas, ni tomar indios peruanos, su voluntarismo le traerá consecuencias.

Cerca de Tacna, en plena ruta hacia Chile, Valdivia es detenido por Pedro de Hinojosa, enviado por La Gasca con orden de hacerle regresar a Lima a rendir cuenta de acusaciones en su contra. Valdivia se somete a la autoridad y obedece. La Gasca había tenido noticia de la ejecución de Pedro Sánchez de la Hoz, lo que sumado a las faltas mencionadas en el alistamiento, más las acusaciones de soldados que habían llegado desde Chile que lo culpan con razón y sin ella, con argumentos pero evidente pasión y envidias, le mueven a abrir investigación y resolver los asuntos del cuestionado Gobernador de Chile. Pesan en su contra acusaciones de rebeldía a la autoridad real, ambición de mando, crueldad con soldados y pobladores e inmoralidad y escándalo de vida. En su favor, Valdivia cuenta con la llegada de Pedro de Villagra con cartas del Cabildo de Santiago y españoles que testifican a su favor. La sentencia, de noviembre de 1548, lo absuelve y lo confirma como Gobernador, pero le impone algunas condiciones. Entre ellas, que no tomara represalias contra sus adversarios, que dentro de seis meses de su llegada a Chile casará o enviará a España a Inés Suárez, y que devolviese los caudales burlados a los particulares al viajar a Perú.

Podría esperarse que el regreso del Gobernador cambiase de una vez la incertidumbre de la afanosa conquista de Chile. Pero nada más llegar a La Serena las expectativas se derrumban ante la terrible evidencia de una constante, quizás de toda nuestra Historia: el permanente requerimiento de tener que comenzar, repetidamente, una y otra vez, y, en ocasiones, casi desde cero.

Volvía con el apoyo de 200 soldados, más de los que había dejado al partir pero las penurias no tardaron en aparecer. La Serena estaba destruida, los indios de Huasco habían acabado con todos, más de treinta españoles. Dejó un contingente que iniciara la reconstrucción y sigue por mar hacia Valparaíso, donde arriba en abril de 1549. Es recibido con esperado júbilo por la población de Santiago.

Sin espera enviaba al aguerrido Francisco de Aguirre a pacificar la región de La Serena y a refundar aquella ciudad; y al leal Francisco de Villagra, al Perú, por más refuerzos.

Al sur, nuevas ciudades, pero mayor dispersión

Anhelaba Valdivia regresar y emprender lo inconcluso, afianzar el sur. En 1550, vuelve a cruzar el Bío-Bío, su salud está algo resentida pero no interrumpe su marcha, montado a caballo y también, a veces, llevado por sus yanaconas. A orillas del Andalién se enfrentan a miles de araucanos en furiosa batalla de más de tres horas. Valdivia se instala en el lugar donde nacería Concepción. En la batalla habría muerto Michimalonco y amputa la mano derecha a decenas de indios como escarmiento.

Instalado durante 1550 en el fuerte de Penco, humilde realidad de la denominada Santa María de la Inmaculada Concepción, instala Real Audiencia y al parecer eran sus planes establecer allí la capital. No tendría oportunidad, ni intención, al menos por entonces, de regresar a Santiago.

En febrero de 1551, en compañía de Pedro de Villagra y 170 españoles inicia una campaña desde Concepción al sur. A orillas del río Cautín, deja a Villagra con un grupo terminando un fuerte. Un año después de su salida de Concepción funda cerca de la costa la ciudad de Valdivia. Un par de meses después, al interior, La Imperial. Fue en esta campaña cuando se habría dado a la fuga su paje Lautaro. Hacia la costa y hacia la cordillera, incansable, también funda Villarrica a orillas de un gran lago, asentamiento de minas de plata. Nada parece detener el tesón de Valdivia, su audacia lo llevaría nada menos que hasta el golfo del Reloncaví, a la altura de la actual Puerto Montt.

Mientras, ha instruido a su viejo amigo Jerónimo de Alderete a viajar a España con importantes encargos: entregar el Quinto Real, confirmar su nombramiento de Gobernador mediante cédula Real, traer a Chile a su esposa doña Marina Ortíz de Gaete, y solicitar el obispado para González Marmolejo.

Más que ciudades, las nuevas fundaciones debían tener características de plazas fuertes, los síntomas de un alzamiento indígena se hacen evidentes en la atmósfera del verano de 1553, cuando Valdivia establece los fuertes de Tucapel, Arauco y Purén. La fundación de ciudades había comenzado a dispersar la escasa población española en un territorio boscoso de difícil comunicación.

Un despacho compuesto por seis españoles desde La Imperial hacia el fuerte de Tucapel es emboscado y sólo dos logran sobrevivir refugiándose en el fuerte de Arauco. Mientras, el fuerte de Purén era atacado por Caupolicán y resiste apenas gracias a refuerzos llegados desde La Imperial. El ambiente desde Concepción al sur se hacía cada vez más tenso y difícil, los últimos enfrentamientos daban cuenta de que los araucanos atacaban distinto que en las batallas iniciales. Habían asimilado las tácticas españolas y comenzaban a reconocer sus debilidades, lo mismo que a aprovechar sus propias ventajas.

La muerte menos temida, da más vida

No fue Valdivia un hombre que esperara a que los acontecimientos sucedieran, su temperamento lo llevó siempre a salir al encuentro de ellos.

Notificado el Gobernador de la gravedad de la situación su lugar no podía ser otro que liderando la campaña. El 23 de diciembre sale rumbo al fuerte de Tucapel, desde Concepción, con 50 españoles para reunirse allí con Juan Gómez de Almagro que debía llegar desde Purén. Luego de un día de marcha decide enviar una avanzada de cinco españoles a cargo de Luis de Bobadilla. Encontrándose al día siguiente cercanos a Tucapel extraña no tener noticias de Bobadilla, luego, algunos indios de servicio anuncian el desastre, el fuerte que encuentran estaba totalmente destrozado y de sus ocupantes españoles no hay rastro y se teme lo peor. Al llegar el silencio es aún más inquietante, se saben vigilados. Mientras establecen campamento entre los restos humeantes del fuerte, el día de Navidad de 1553, irrumpen desde la profundidad de la naturaleza los gritos salvajes de los araucanos que estremecen el alma de los ya inquietos conquistadores. Comienza el ataque de cientos que ahora sorprenden porque una vez repelido el primer choque no se aquieta el fragor del combate, aparecen sin tregua otros nuevos cientos que renuevan la embestida. Siguen las órdenes de Lautaro, así una y otra vez los ataques mapuches se repetían sucesivos y renovados, agotando poco a poco la resistencia de la hueste del fundador de Chile. Entre quienes lo acompañan en la trágica batalla, estaba el clérigo Pozo, así la cruz y la espada se entrecruzan presentes también en la hora de la muerte, como parecieran haber compartido toda su vida.

No quedaron españoles vivos en Tucapel y no tenemos más que lo escrito por los cronistas de la época, la muerte de Valdivia no era la de cualquiera y Lautaro lo sabía muy bien porque conoció de cerca la autoridad del liderazgo del extremeño. Unos señalan que fue torturado durante tres días antes de morir, y que habrían extraído a carne viva su corazón para devorarlo, mientras su cráneo fue conservado como trofeo para beber chicha y devuelto medio siglo después por Pelantarú, junto al del Gobernador Martín Oñez de Loyola, también muerto en combate.

Sólo sabemos que en Tucapel dio testimonio al lema de su escudo familiar, porque bien supo el conquistador que “la muerte menos temida, da más vida”.

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Gonzalo Larios M.



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