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Medicina y cirugía en los inicios de la Modernidad: la actividad médica en el Monasterio de Guadalupe.

por Gonzalo Díaz de Terán

El estudio de la labor realizada por los religiosos del monasterio de Guadalupe en el campo de la medicina y la cirugía, labor en la que destacó hasta tal punto de ser una de las mejores escuelas de la ciencia médica en la península en su tiempo, sirve para profundizar en la benéfica labor de los religiosos en el campo de la ciencia y la caridad

Durante la Baja Edad Media y los comienzos de la Edad Moderna dio comienzo en España una renovación de las formas de piedad, enmarcadas en el naciente movimiento de la Devotio Moderna, y con ella, la creación de nuevas congregaciones u órdenes, como fue la Orden de San Jerónimo (O.S.H., Ordo Sancti Hieronymi), tan favorecida por los monarcas castellanos, Trastámaras y Austrias, y que con el tiempo llegó a alcanzar grandes cotas de influencia y poder, tales como señoríos jurisdiccionales (como en el caso de Guadalupe), así como gran peso económico y social, hasta el momento de la desamortización de Mendizábal. Uno de los aspectos menos conocidos de esta orden lo constituye la labor realizada por sus religiosos del monasterio de Guadalupe en el campo de la medicina y la cirugía, labor en la que destacó hasta tal punto de ser una de las mejores escuelas de la ciencia médica en la península en su tiempo.

La situación general de la Medicina durante la transición de la Baja Edad Media a la Modernidad.

A finales de la Edad Media se produce una serie de cambios en la Italia Septentrional relativos a la ciencia médica, gracias a una mayor toma de conciencia de importancia por parte de la burguesía, que separa a la ciencia del estamento clerical, secularizando la función médica, dando con ello lugar a nuevas formas de pensamiento.

En el ámbito de la Medicina, las prácticas disectivas, para el mayor conocimiento anatómico, jugarán un papel fundamental, a través de la observación de los distintos órganos en los cadáveres, así como para comprobar si la causa de un fallecimiento era natural, por envenenamiento u otra causa. En los siglos XIII y XIV destacan autores como Pietro D´Abano, con obras como Differencia CXCIX, o De venenis, que demuestran la existencia temprana de autopsias. Pero la primera disección practicada públicamente fue llevada a cabo por Bartolomeo de Varignana, en Febrero de 1302, y posteriormente, el boloñés Mondino de Luzzi, cuya obra Anatomia será fundamental para el estudio de la medicina en los dos siglos siguientes; esta obra consta de 48 capítulos, 25 de los cuales se dedican al estudio del “vientre inferior”, donde se hallan los órganos propios de las funciones naturales, 12 al “vientre medio”, con los órganos destinados a las funciones espirituales, y 11 al “vientre superior”, destinado a las funciones animales, según una división del cuerpo humano propia del pensamiento galénico. Su método descriptivo se limitaba a mencionar las diferentes partes del organismo según avanzaba la disección; Atribuía Mondino al cerebro el predominio sobre los otros órganos, (idea discutida poco tiempo después por la escuela averroísta-aristotélica, que lo atribuirá al corazón) aunque sus ideas, a pesar de ser estudiadas en los dos siglos siguientes, no tendrán continuidad, estancándose esta faceta del saber anatómico.

Fuera de Italia, la Universidad de Montpellier obtuvo prestigio gracias a la labor de personajes como Henri de Mondeville o Guy de Chaulliac, a comienzos del XIV, siglo en el que la Universidad de Lérida tuvo facilidades por parte de las autoridades públicas de la ciudad para diseccionar cadáveres, 50 años antes de que en París se hiciese lo mismo.

Durante el siglo XV se producirá un avance en la Medicina, gracias a la figura de Andrés Vesalio.

En lo que respecta a la Cirugía, como actividad profesional estaba unida a la Medicina, aunque la teoría médica se estudiaba en las universidades, limitándose la esta disciplina a un saber empírico que quedaba en manos de sangradores y barberos; sólo debido a la influencia árabe de la Escuela de Salerno y de la de traductores de Toledo llegará el interés por la Cirugía a Europa, especialmente a las Universidades de Padua y Bolonia, aunque con escuelas especializadas aparte, al margen de los estudios de Medicina.

En la Península, las primeras cátedras de Cirugía surgen en la Corona de Aragón, por influencia italiana, impartiéndose en Valencia en 1501, en Alcalá en 1543 y ya a mediados del XVI, en Salamanca.

La práctica quirúrgica se aprendía desde mediados del XVI, haciéndose al lado de un cirujano revalidado, y con la obligación de haber estudiado previamente 3 años de Medicina, tras lo cuál eran examinados ante el Tribunal del Protomedicato, instaurado en 1477 por los Reyes Católicos. Pero a pesar de la ampliación de las cátedras de Medicina, se produjo un creciente intrusismo por parte de particulares, favorecidos por una Real Pragmática de 1588, si bien es cierto que en este período sobresalen figuras en el campo de la Cirugía como Andrés Alcázar, Francisco de Arceo, Francisco Díaz o Juan Fragoso.

En lo referente a los tratados de Anatomía, los primeros escritos modernos aún conservan reminiscencias medievales, como el Fasciculus medicinae, de Juan de Ketham, con imágenes de “hombres zodiacales”, o las láminas de “maniquíes de flebotomía, donde se señalan los puntos adecuados para hacer sangrías; Pero la mayor exactitud anatómica se dará en el XVI, con De Humani Corporis Fabrica, de Andrés Vesalio, y en España, con la Historia de la composición del cuerpo humano, de Juan Valverde de Amusco.

En el terreno de las aplicaciones prácticas, se produjo en el XVI una serie de avances en el tratamiento de las heridas por arma blanca o de fuego, en la Urología, la trepanación y las amputaciones.

Las amputaciones mejoraron con las técnicas de “cortar por lo sano” para las gangrenas, ideado este método por el italiano Leonardo Batallo, y con la del “colgajo”, que el también italiano Bartolomeo Maggi aprendió de los verdugos que cortaban las manos, para proteger el muñón; por último, el francés Ambrosio Paré ideó la práctica de ligar los vasos del muñón, en lugar de cauterizarlos. En España destacan tan sólo Dionisio Daza Chacón (cirujano militar en las tropas de Carlos V) y el valenciano Juan Calvo, que recomienda la técnica del colgajo, y cuya Cirugía Universal y Particular, impresa en 1580 en Sevilla, fue texto obligado para los cirujanos que se examinaban ante el Promedicato.

En lo relativo al tratamiento por heridas por arma de fuego, en un principio se defendió la toxicidad de las mismas, recomendándose la cauterización para evitar la muerte por envenenamiento. En España, Daza Chacón y Juan Fragoso rechazaron esta idea, si bien otros autores como Agustín de Farfán, en su Tractado breve de Anatomía y Chirurgía (1579), aún defendía la toxicidad de las heridas por arcabuz, donde también aconseja el uso de aceite caliente de saúco para su tratamiento. Pero la gran aportación en la cirugía renacentista española se debe a Bartolomé Hidalgo de Agüero, en el tratamiento de las heridas por arma blanca, sustituyendo la “Vía Común”, o tratamiento supurativo de las heridas, por la “Vía Particular”, consistente en la coactación de los bordes de la herida, y la cicatrización per primam intentionem, que practicó en el Hospital del Cardenal, en Sevilla.

Otro importante avance se dio en el campo de los traumatismos, con la aplicación de la trepanación craneal, muy difundida en la España del momento, con figuras claves como Andrés Alcázar, (en cuyo Chirurgiae reproduce trépanos que él mismo inventó, como el manubrio) y Francisco de Arceo, que distinguió el “trépano abaptista”, usado para no dañar las membranas, del “trépano con lengüeta”, usada para iniciar la incisión.

La Urología también tuvo avances, con Battista de Rapallo, que inventó el apparatus magnus, y Pierre Franco, que efectuó operaciones de la talla suprapúbica, o apparatus altus; en el tratamiento de las obstrucciones uretrales cabe mencionar a Francisco Díaz, mediante “candelillas” que destruían las carnosidades, siendo el primer tratadista de Europa en la cirugía de las vías urinarias.

Por último, también cabe mencionar a Francisco de Arceo en el ámbito de la cirugía plástica, y, en concreto, de la Rinoplastia, que efectuó en su tierra (Fregenal de la Sierra), y que es descrita en su obra De recta curandorum vulnerum ratione, constituyendo la primera gran aportación en este campo a nivel europeo.

Los comienzos de la presencia jerónima en Guadalupe.

Al hablar de las actividades médicas en Guadalupe, y de todo lo relacionado con dicha población en general, es imprescindible tener en cuenta a la Orden jerónima, única exclusivamente española a lo largo de toda su existencia. Esta orden empieza su andadura con el encuentro entre su fundador, Fernando Yánez de Figueroa, ex -canónigo de la catedral de Toledo y unos ermitaños procedentes de Italia y llegados a Santa María del Castañar (Toledo). Este primer núcleo alcanzó pronto gran fama en toda Castilla, uniéndoseles los hermanos Alonso Pecha, obispo de Jaén, y Pedro Fernández Pecha, camarero del rey don Pedro; posteriormente se trasladan a Santa María de Villaescusa, y toman como modelo a imitar a San Jerónimo, fundando poco después su primer monasterio, y futura sede general de la orden, San Bartolomé de Lupiana (Guadalajara), donde la familia de los Pecha poseía diversas propiedades.

En un principio, este grupo de hombres estaba ya unido, aunque tenían una vocación eremítica, pero pronto se vio la necesidad de tener una regla que organizase la vida del cada vez mayor grupo, por lo que Fernando Yánez envió a Pedro Fernández (quien tomó el nombre de Fray Pedro de Guadalajara al profesar como religioso) y a Pedro Román ante el Papa Gregorio XI, quien les asigna hábito blanco y capa parda, y que su vida quede organizada según la Regla de San Agustín, siendo mantenido el nombre de Orden de los Ermitaños de San Jerónimo, quedando así fundada oficialmente en 1373, mediante la bula Sane Petitio (pese a las reservas de parte de la Iglesia que consideraba que no debía permitirse la fundación de nuevas órdenes religiosas) siendo su primer prior Fray Pedro de Guadalajara, que más tarde cedió el cargo a Fernando Yánez. La bula fundacional concedía también que la ermita de San Bartolomé de Lupiana con sus nuevas edificaciones y heredades fuese el primer monasterio jerónimo. Para acometer las obras Fray Pedro contó con la ayuda económica de su madre, de su hermana y de la nobleza alcarreña entre la que destacaba la familia Mendoza. Muy apegado al monasterio fue don Iñigo López de Mendoza, primer marqués de Santillana.

La decisión de encomendar el gobierno de la iglesia de Guadalupe a los jerónimos formó parte de la reforma eclesiástica emprendida por Juan I. Además don Juan Serrano, el prior de entonces, era uno de los más estrechos colaboradores del monarca en las tareas de gobierno del reino, lo que le impedía ocuparse personalmente de los asuntos de Guadalupe. Por eso, rey y prior, decidieron encomendar la administración del santuario a una institución regular puesto que estaría en mejores condiciones para imponer su autoridad en el vecindario y para dar mejor imagen. De forma que Juan I expidió en Sotos Albos, el 15 de Agosto de 1389, una real provisión por la que, apoyado en su derecho de patronato, mandaba se alzase la iglesia de Guadalupe en monasterio y se entregase a Fray Fernán Yañez de Figueroa y a los frailes designados para formar la primera comunidad de Guadalupe, entregándoles el patrimonio acumulado del santuario y, renunciando al patronato, el señorío de mero y mixto imperio sobre la puebla de Guadalupe. Por su parte, don Pedro Tenorio, arzobispo de Toledo y con jurisdicción sobre el territorio del monasterio, otorgó su pleno consentimiento según carta firmada en Alcalá de Henares, el 1 de septiembre de 1389, y autorizó a don Juan Serrano para la entrega del santuario a los jerónimos. El día 20 de septiembre el monarca comunicó su decisión al concejo de Guadalupe.

La llegada de la orden a Guadalupe se produce el 22 de Octubre de 1389, tras la renuncia de su cargo y entrega del priorato del último prior secular, Juan Serrano, estableciéndose así la primera comunidad, con 32 monjes llegados de Lupiana.

El desarrollo de la puebla de Guadalupe desde un primer momento estuvo vinculado a las actividades del monasterio, que consistían en diversos trabajos, como eran la bordaduría, escribanía de códices y otras, por la mañana; la tarde era dedicada a la oración personal y al estudio. Entre los trabajos destaca de una forma especial, pues es obligatoria en la orden, la atención médica a enfermos y peregrinos que vivían en la población y sus alrededores o acudían al famoso santuario mariano. Estas labores asistenciales, institucionalizadas e incrementadas ya desde la instalación de los jerónimos, absorvió gran parte del gasto social del monasterio, y quedaba completado con el hospedaje de los peregrinos y con la ayuda a las familias más necesitadas de la puebla.

Hospitales y actividad médica en Guadalupe.

La existencia de los primeros hospitales de los que se tiene noticia se debía más bien a la finalidad de albergar a la gran cantidad de peregrinos que acudían al santuario a principios del XIV; Durante los primeros años del priorato regular sólo hubo un hospital propiamente dicho: el “Hospital General” o “de San Juan Bautista”, mandado edificar por el P. Yáñez en 1402, estando situado enfrente del monasterio, ocupando el terreno que en la actualidad pertenece a casas particulares y al Parador de Turismo. Constaba este hospital de 80 camas, a las que tenían derecho los habitantes del lugar, excepto aquellos que padeciesen alguna enfermedad crónica. La distribución de este hospital se organizaba en torno a dos claustros: en uno de ellos existían 4 salas, la primera para colegiales, capellanes y donados, la segunda para heridos, la tercera para enfermos de calenturas y la cuarta para el cuidado de las enfermedades más graves. El otro claustro se dedicaba al tratamiento de las enfermedades contagiosas, entre las que el “mal francés” (sífilis) ocupaba un lugar destacado.

Posteriormente se edificó el “Hospital de mugeres”, erigido con la condición de que fuese siempre utilizado para el fin con que se concibió, siendo ocupado desde un principio por mujeres, atendidas igualmente por otras mujeres piadosas, conocidas en la época como “beatas”.

El “Hospital de la Pasión” o “de las bubas” se funda el 31 de Diciembre de 1498, con el fin de separar del Hospital de San Juan a los enfermos sifilíticos, aunque éstos siguieron siendo atendidos posteriormente en dicho hospital. Quedó en manos de una cofradía, aunque la asistencia médica siguió en manos de los médicos del monasterio.

Por otro lado, las labores de asistencia hospitalaria contaron con un complemento fundamental, como era la Farmacopea, cuyo centro principal se hallaba en la botica del monasterio, situada en la planta baja del claustro gótico; Esta famosa botica, mencionada en multitud de documentos, quedó instalada en 1502, con gran variedad de utensilios, muchos de ellos de plata, lo que da idea del poder y de la cantidad de medios de que llegó a gozar la orden jerónima, y en concreto la comunidad de Guadalupe, en este período. Igualmente existieron otras boticas en la puebla, al margen del monasterio, aunque casi siempre sus dueños se hubiesen formado en el mismo, recibiendo en ocasiones ayuda económica de los monjes para iniciar sus actividades farmacéuticas.

En lo referente a las prácticas médicas efectuadas en los mencionados hospitales, se cuenta con muy pocas e indirectas fuentes, aunque en el “Cuaderno de Mayordomía” del “Libro de los Oficios” se declara cuales han de ser las características de un buen hospital: debe tener « buena mesa, buena cama e la limpieza, buen físico que conosca los pacientes, buen ministro e servidores caritativos... ».

La práctica tanto de la medicina como de la cirugía, prohibida para los religiosos por varios decretos conciliares, fue permitida sin embargo para los monjes de Guadalupe, al no haber médicos laicos en la puebla durante los comienzos de su existencia. En cuanto a los instrumentos usados en medicina, éstos quedan bien reflejados en el inventario de libros “del oficio” (de cirugía) y consistían fundamentalmente en jeringas, ventosas, cauterios, cauterios para muelas, cuchillos, trépanos, tenazas para extraer saetas, martillos, tenazas y gatillos para extraer muelas, sierras pequeñas para cortar huesos, ungüentos para tratar las bubas, limas para aserrar dientes y agujas para coser llagas, entre otros.

La utilización de las jeringas estaba encaminada especialmente para la aplicación de las “ayudas” (lavativas); los emplastos, eran preparados presentes en la botica del monasterio; las “técnicas derivativas” consistían en la aplicación de ventosas en diferentes partes del cuerpo; la existencia de tenazas para sacar flechas se explica porque en la época la zona de las Villuercas había gran riqueza cinegética; el gran número de útiles dedicados a los males de la dentadura (limas, policán, gatillos, tenazas y cauterios diversos) revelan una gran especialización en esta área de la medicina; los trépanos se supone debían ser usados para la aplicación en cráneos, habiendo también utensilios para amputaciones; por último, la existencia de agujas para coser llagas revela la pronta asimilación habida en el monasterio hacia todas las prácticas novedosas de una cierta seriedad como es el “cierre por primera intención” de una herida, innovando en esta técnica antes que doctores de la talla de Arceo o Hidalgo.

Un apartado especial por su importancia lo ocupa el tratamiento de la sífilis, cuyos enfermos eran atendidos, en fecha tan temprana como 1498, en una sala especial dentro del Hospital de San Juan Bautista, construyéndose un hospital para el tratamiento exclusivo de este mal en 1509 (el ya mencionado Hospital de la Pasión o de las bubas). El personal médico de la “enfermería de las bubas” estaba compuesto de enfermeros, un boticario entendido en cirugía, dos enfermeros para las calenturas, otros dos para las heridas, etc. El tratamiento consistía, según Francisco de Arceo, en fumigaciones, sudoríferos y unciones mercurianas (que se daban de Abril a Mayo, por dos de los enfermeros).

Los libros encontrados en el “oficio de cirugía” nos dan información sobre la formación de los futuros médicos, predominando los autores árabes (Avicena, Averroes y Alí Abbas) y europeos como Guy de Chauliac y Lanfranco de Milán, ambos para los temas quirúrgicos, lo que nos muestra el alto grado de actualización en técnicas y tratamientos en el monasterio en esta época.

Por último, y relacionado con la asistencia hospitalaria, también se daba la asistencia médica a domicilios de la puebla, y se sabe de la práctica de “uroscopias” (similar a los análisis de orina) que cada mañana se efectuaba en el monasterio tras haber dejado el paciente una muestra a las puertas del mismo, tras lo cual se analizaba y se prescribían los medicamentos adecuados dispensados en la botica del monasterio.

La enseñanza de la Medicina en los hospitales guadalupenses.

Desde muy temprano se tiene constancia de la existencia de una escuela médica en Guadalupe, pues en los años de 1442, 1443 y 1451 los Papas autorizaron a los legos no ordenados in sacris al estudio y la práctica de la medicina en los hospitales de Guadalupe, como reconocimiento de una práctica ya común en esos años.

Esta necesidad de formar médicos vino dada por la afluencia de peregrinos llegados desde todos los puntos de la península al santuario. Algunos de los médicos que aquí desempeñaron sus labores lo fueron de renombre como es el caso del prestigioso Maestre Alfonso el Físico o Fray Martín de Arjona.

En cuanto a los aprendices, se desconoce su número total, pues muchos eran monjes, pero se sabe por el “Cuaderno de Mayordomía” que había tres “moçuelos” laicos ya en el siglo XV, elevándose en 1546 a cuatro los colegiales laicos de cirugía. Estos aprendices convivían con los estudiantes del Colegio de Gramática fundado por los Reyes Católicos. Para el acceso a estos estudios, lo que, dada las pocas plazas era un auténtico privilegio, existían cartas de recomendación para enviar aprendices a estudiar medicina o cirugía al Hospital General, aunque había casos como el de Francisco Arias López, de médicos que acudían a la puebla para ampliar sus conocimientos (Arias López falleció en Guadalupe en 1551 y procedía de Burgos, donde en la fecha ya existía un importante hospital, lo que da idea del alto concepto en que se tenía a la enseñanza impartida en Guadalupe). El P. Talavera en su Historia, habla del doctor en medicina «que lee la facultad a la que acuden personas con gran provecho por la experiencia que se haze de lo que se enseña » .

Esta calidad docente queda avalada por el requerimiento hecho por los Reyes Católicos de varios médicos guadalupenses para la constitución del primer Protomedicato.

Complementaba a la enseñanza teórica la atención en la cabecera de los enfermos, aprovechando la visita diaria a los mismos. Además se contaba con una gran biblioteca médica actualizada con los autores más importantes de cada momento, en Latín y Romance, de la Península y del extranjero. La obra teórica más usada durante la Baja Edad Media fue las enseñanzas de Alí Abbas, al igual que los Consilia, género literario que ponía al lector en contacto con la realidad individual del enfermo (se dividía en Consilium de, cuando trataba de enseñar pasando de la especie morbosa al caso concreto, y viceversa y en Consilium pro, para la enseñanza terapéutica clínica). Completaban el aprendizaje autores como Avicena, Lanfranco de Milán, Averroes, Guy de Chauliac, Francisco de Arceo con su De recta vulnerum curatione, y Francisco Hernández, entre otros muchos autores existentes en la biblioteca de los monjes.

La profesión de médico y cirujano fue desempeñada en un principio por los monjes, ya desde la llegada en 1389 de la primera comunidad jerónima a Guadalupe, siendo el primer médico Fray Gonzalo “el Físico”; el primer médico seglar fue el mencionado Maestre Alfonso. Otros médicos de prestigio fueron Nicolás de Soto (1478-1483) y Juan de Guadalupe, que formaron parte del Tribunal del Protomedicato instaurado por los Reyes Católicos. Solo desde 1510, año en que los frailes boticarios y médicos tuvieron parte en una revuelta interna en la comunidad en ausencia del prior, se pasó a contratar a médicos seglares, a menudo muy generosamente pagados por sus servicios, aunque siempre en íntimo contacto con los monjes.

La realización de autopsias.

El último punto a estudiar acerca de las actividades médicas es el referente a las prácticas anatómicas. Sobre este asunto ha trabajado el profesor López Piñero, en su obra La disección y el saber anatómico en la España de la primera mitad del XVI; López Piñero sostiene que los conocimientos anatómicos en la España del Renacimiento eran aún los heredados del Galenismo, con las mencionadas autoridades en la materia: Avicena, con el Canon, que ofrecía una síntesis del saber anatómico tradicional, y Galeno y su obra De usu partium, complementados ambos por el tratado de cirugía de Guy de Chauliac, más inclinado al ámbito de la cirugía práctica.

El interés por la anatomía vendrá a la Península procedente del Norte de Italia, y a través de la Corona de Aragón penetrarán en el resto de los reinos, siendo la Universidad de Lérida, como se señaló más arriba, la primera institución en recibir el privilegio de realizar disecciones sobre un condenado a muerte, seguida de Barcelona, con dos disecciones anuales, y, finalmente, es permitido al Gremio de cirujanos y barberos el privilegio de disecar cadáveres en 1477, al igual que a la Cofradía de Médicos y cirujanos de Zaragoza. Pero es en Valencia donde se crea en 1501 la “segunda cátedra de medicina” para la impartición de clases de anatomía en la universidad, sucediendo lo mismo en Castilla medio siglo después, en la Universidad de Salamanca.

Para el caso de Guadalupe es difícil precisar la fecha en que comienzan las actividades anatomicopatológicas; a este respecto, Hernández Morejón, de la primera mitad del XIX afirma que ya existía una escuela dedicada a este tipo de prácticas desde fecha tan temprana como 1322, aunque en realidad la escasez de medios durante el período del priorato secular hacen descartable esta opinión, siendo así que las fuentes documentales sólo confirman sin lugar a dudas la existencia de una escuela anatómica desde el siglo XVI.

Una personalidad relevante a la hora de conocer ciertos detalles sobre las disecciones es Francisco Hernández, quien habla de su adquisición de conocimientos anatómicos gracias al «exercicio que en cortar por mano ajena hombre tuve en Guadalupe », coincidiendo en su estancia en la puebla con el prestigioso médico catalán Francisco Micó, al que alaba por las disecciones que realizaba «con mucha destreza”. Tanto Hernández como Micó estaban inscritos en la tradición vesaliana, verificado esto por la disección que hacían de “los miembros interiores solos”. También verificaron las teorías de Vesalio, con el estudio de los huesecillos de los oídos, y desmintieron a Galeno (lo que implica una ruptura con el pensamiento médico tradicional imperante en el momento) en lo referente a la forma del útero, al practicar una anatomía a una mujer preñada, constatando que la forma era de un redondo prolongado, y no similar a la forma del útero de las cabras y las vacas, como sostenía Galeno.

Las disecciones eran realizadas, por lo general, por un médico con formación universitaria, y no por un cirujano propiamente dicho, lo que revela la postergación a la que los estudios de anatomía se veían sometidos, en favor de los estudios de medicina más teóricos. Estas disecciones en Guadalupe tenían una finalidad de aprendizaje teórico de la anatomía, aunque ello no excluye la posibilidad de otras realizadas con fines anatomicopatológicos, o de anatomía comparada, como las que se efectuaban sobre animales, que eran la mayoría.

Por tanto, y como conclusión a este apartado, es evidente que se puede hablar acerca de la existencia, siquiera de facto, de una escuela anatómica ya desde comienzos del XVI, si bien sus orígenes se remontarían, a juzgar por testimonios como los de los PP. San José y Talavera, a época prerrenacentista, aludiendo a un supuesto documento (una bula papal que hasta la fecha no ha sido hallada) que demostraría dicha tesis.

Conclusión.

En todo lo hasta aquí expuesto se puede concluir que, a pesar de su recóndito emplazamiento -para la época y hasta fechas relativamente recientes- en la sierra de las Villuercas, Guadalupe se convirtió desde fecha muy temprana en un auténtico lugar de referencia para la medicina española del momento, en la transición del Medievo a la Modernidad, lo cual resulta interesante, teniendo en cuenta que la ciencia médica comenzaba a estar en manos de la burguesía laica de los grandes núcleos urbanos universitarios, mientras que en Guadalupe, aun cuando pasase desde 1510 a manos laicas el ejercicio de la medicina, siempre se mantuvo la primacía del monasterio en estos asuntos, contratando a los médicos, en contacto estrecho éstos con los monjes.

Por último, resulta llamativo que en un campo de estudio historiográfico como es el de la religión, la Orden de San Jerónimo haya recibido tan relativamente poco tratamiento, habiendo escasez de fuentes bibliográficas al respecto, hecho que igualmente se da con lo relativo a las prácticas médicas y todo lo relativo al monasterio de Guadalupe, precisamente en un momento como el actual, en que tanta importancia se presta al estudio de los acontecimientos históricos por ámbitos y sectores, y a la denominada “Microhistoria”.

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Gonzalo Díaz de Terán



-Bibliografía.


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