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por Gonzalo J. Moreno Muñoz La estabilización del régimen democrático en España y la incorporación de las generaciones nacidas en él a la población activa, hace necesaria una convocatoria a todos aquellos jóvenes que hoy están a punto de ponerse al servicio de la sociedad desde su puesto de trabajo. Los valores eternos que han florecido a lo largo de la historia no pueden caer en desuso, porque son precisamente esos principios los que han posibilitado el progreso de España y Europa. La deserción de un tiempo a esta parte de su defensa no puede condenar a las generaciones venideras a vivir sin la esperanza de alumbrar una sociedad mejor | |||||
| Hemos superado ampliamente la barrera que nos hacía ver el presente milenio como algo perteneciente a un mundo de ciencia-ficción, ese año dos mil del que tanto se habló como si su franqueo supusiera entrar en otra dimensión de la humanidad. Hoy, recién entrados en el año 2005, hemos tenido tiempo suficiente de experimentar que el nuevo siglo-milenio no presenta ningún revulsivo en nuestras vidas sino que se engarzó perfectamente con las últimas horas del año 1999 sin grandes traumas, ni si quiera el famoso efecto 2000 que afectaría a millones de computadores en todo el mundo. Siempre se hablaba de las nuevas tendencias del siglo XXI, un nuevo concepto de la sociedad, de la cultura, de la industria, de la política; todo ello sustentado en una esplendorosa era de la tecnología como motor social y económico; como si todas las coordenadas que fijaban los comportamientos hasta el año 2000 se transformaran en un dominio sugestivo y definitivamente novedoso. Los que ahora avanzamos sobre la década de los veinte años tuvimos el privilegio de asistir a tan curioso proceso, no solamente como personas conscientes, sino como sujetos que iniciaban su formación de criterio y maduración en el ámbito intelectual e ideológico. Pensábamos que suponía algo verdaderamente importante y trascendental en nuestras vidas a la vez que de alguna forma asumíamos que todo lo que dejábamos atrás no tendría cabida en la nueva singladura. Con la perspectiva que dan los cinco años desde aquel momento, y completándose ese proceso de maduración personal el análisis es una exigencia porque ni los efectos que apocalípticamente se preconizaban, se han cumplido y muchos menos ha aparecido una nueva sociedad dejando atrás una envoltura obsoleta. Somos la generación que ha nacido en la España democrática del siglo XXI, libre de toda convulsión pasada e incluso de la complejidad de un cambio de régimen. Estamos plenamente integrados en el primer mundo y las naciones más avanzadas de La Tierra, España es hoy un país moderno, democrático, avanzado, rico y apreciado. La dinámica social está perfectamente acotada y contrastada desde hace ya veintiséis años, las reglas del juego de nuestra convivencia aceptadas y respetadas por todos. Hemos dejado atrás los clichés, los complejos y las posturas, respetables, que fueron necesarias adoptar para alumbrar el Estado de Derecho del que hoy disfrutamos. Esta generación va a comenzar a desarrollar su labor dentro de una sociedad estable y tendrá el desafío de dotar de contenido a nuestro país en los próximos cuarenta años. Tendremos que enfrentarnos al gran reto de combinar la herencia milenaria de nuestra identidad, nuestra cultura y nuestra religión, con el pulso trepidante de la sociedad hipertecnológica y fuertemente cambiante. Esa síntesis será necesaria sino queremos que el legado heredado de nuestros mayores se despilfarre irremediablemente ante la pasividad de la silenciosa mayoría y el regocijo de unos pocos, que ven en la inanición de la juventud su más soñada victoria. La magnitud de la empresa es considerable pero posible y realizable si tenemos en cuenta que en inteligencia, empuje, alegría y certeza estamos sobradamente equipados. De momento no nos asiste nada ni nadie, solamente nos mueve el imperativo de poner nuestras capacidades al servicio de un ideal de categoría superior y el propio desempeño de nuestra vida que fluye como un caudal de emoción incontenible, pero de forma inmediata empezaremos a ocupar puestos en las empresas, talleres, institutos y escuelas, radios, partidos políticos, universidades, ayuntamientos, periódicos, juzgados y comercios. Seremos el motor rector de la sociedad, los pulmones que posibilitarán que la crisis de la civilización occidental no complete su irremediable decadencia. Deberemos de saber reflotar al Cristianismo como locomotora de nuestra historia y nuestro progreso, basta recordar las palabras de André Malaraux “El siglo XXI será el siglo de la religión o no será”. Para todo ello contaremos con el depósito de virtudes del pueblo español, y la herencia religiosa que nos ha mantenido vivos durante siglos en el tumultuoso peregrinar de la historia, con el impagable ejemplo de hombres ilustrados, inteligentes, santos y mártires que han forjado la identidad que nos atrevemos a detentar. El futuro es nuestro, y nos disponemos a construirlo con las herramientas más hermosas y efectivas, así debemos de asumir todos nuestra parte, y prepararnos a conciencia para ingresar en la planta de transformación que será el caparazón social de la España del siglo XXI. La formación de nuestra mente, nuestra conciencia y nuestro corazón desbordará un porvenir infinito henchido de esperanza. •- •-• -••• •••-• | |||||
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